Oración Desnuda: Los jóvenes


imagen recuperada en: catequesisdegalicia.com
Cristo,
hoy más que nunca los jóvenes andamos en busca de
nuestra conciencia.
Hemos empezado a comprender, con alegría,
que nuestra conciencia no nos da una ley que venga de
fuera, sino que tú estás presente en lo más profundo
de nosotros mismos.

Sabemos, ahora, que nada ni nadie puede sustituir a la
ley escrita en nuestro corazón.
Te damos gracias, Cristo, porque ni siquiera tú nos has
traído una ley que vaya en contra de nosotros mismos,
en contra de ese deseo de justicia que nos quema por
dentro como verdad insustituible.
Frente a tantos maestros,
frente a tantos falsos profetas,
tú has venido solamente para ayudarnos a descubrir la
verdad de nuestra conciencia,
para asegurarnos de la presencia real de Dios en nosotros,
para ayudarnos a defender este don.

La misma iglesia nos la has dado, no para que sustituya
a tu palabra escrita en nosotros,
sino para servirla,
para defenderla,
para iluminarla,
para garantizarla,
para darnos la fuerza de ser fíeles.
Todo lo demás no lo aceptamos como iglesia tuya.

Sabemos ahora, Señor, que este descubrimiento no hace
más cómodo nuestro camino hacia la verdad.
No tenemos más remedio que reconocer que nuestra
conciencia es cada vez más exigente,
más terriblemente justa,
más destructora que cualquier otra ley que venga solamente
de fuera.

Sabemos que si la conciencia está de verdad, porque tú
lo quieres, por encima de toda ley, esto nos llevará
más de una vez a conflictos irremediables, ya que
resulta más fácil descargar las responsabilidades en
los demás que aceptar en la soledad la propia responsabilidad
delante de ti.
Pero al mismo tiempo nos sentimos más felices,
porque descubrimos que somos más hombres,
más maduros,
más nosotros mismos,
más capaces de buscarte en el esfuerzo sincero y doloroso
de todo nuestro ser.

Sentimos el gusto de una libertad verdadera,
esa libertad a la que tú nos llamas, el verdadero libertador.
Quítanos, Señor, el miedo a ser libres, guiándonos a esa
libertad que nos obliga a asumir nuestra responsabilidad
frente a nosotros mismos y frente a la historia,
no como robots o marionetas,
sino como hombres verdaderos,
capaces de una opción personal.
Sentimos el gozo de experimentar que, si la conciencia
 es igual a Dios presente en nosotros, la ley es igual
a un compromiso de amor.

Nos sentimos felices nosotros, los jóvenes, al descubrir,
Señor, que amar no sólo no es pecado,
sino que el único pecado es el vacío de amor.
Quítanos, Cristo, el miedo de amar,
porque no queremos renunciar al imperativo más fuerte
de nuestra conciencia que nos pide amar, y amar
siempre;
amar con ese amor que hace más libre al que lo recibe y
más rico al que lo ofrece.

No renunciamos, Señor, a ese amor que sentimos como
pecado sólo cuando deja de ser amor,
a ese amor que eres tú, programa cósmico de felicidad.
Ese amor que sabemos que es difícil de vivir y de saborear
hasta el fondo, mientras sentimos a nuestro alrededor
el grito de la pobreza, de la miseria y de la
opresión de los que no tienen el derecho ni el gozo de
poder amar y de poder amar con libertad.

Nosotros, Señor, nos sentimos incluso más iglesia en la
medida en que buscamos juntos,
a la luz de tu palabra valiente,
unidos en torno a tu mesa,
la identidad de nuestra conciencia.

Si tú eres mi conciencia, Señor, tendrás que ser también
«nuestra» conciencia, porque no puedes contradecirte.
Por eso sentimos que el único lenguaje común entre los
hombres tendrá que ser cada vez más el lenguaje de
nuestra conciencia.

Juntos, Señor, confiamos en que no confundiremos tu
voz en nosotros con las palabras mezquinas que nos
sugiere nuestra pereza.
Ayúdanos, Cristo, a no traicionar nuestra conciencia personal
por ningún motivo,
ni frente a ley alguna.

Ayúdanos a comprobar con paz y con lealtad la autenticidad
de nuestra conciencia comparándola con la de
nuestra comunidad,
porque nuestra certeza de verdad es tanto más rica
cuanto más protegida se ve por la ayuda amigable,
fraternal, de nuestros semejantes.

Cristo, que nosotros, los jóvenes, tengamos el coraje de
ser nosotros mismos, para que tú puedas ser nosotros.
Porque sólo tú tienes las palabras que buscamos:
las verdaderas,
las que no se avergüenzan del amor y de la libertad;
las que sirven para todos;
las que no deben negarse a los oprimidos, ya que nosotros,
hijos de la libertad, gritamos hoy contra toda
esclavitud, para que el amor pueda ser de todos.
Un amor con cadenas eres tú en el Calvario; pero nosotros,
los jóvenes, queremos para la humanidad el
amor de tu resurrección,
la que nos ha hecho libres.

Tomado de Oración Desnuda. Juan Arias

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