LA IGLESIA ORTODOXA. EL CULTO ORTODOXO, II: LOS SACRAMENTOS. KALLISTOS WARE CAPITULO 14


El Culto Ortodoxo, II: 
Los Sacramentos. Capítulo 14


 El que fue nuestro Redentor visible pasó ahora a los sacramentos.

San Leo el Grande

 El puesto más importante en el culto ortodoxo está reservado para los sacramentos, o según el vocablo griego, los misterios. ‘Se llama misterio,’ escribe San Juan Crisóstomo acerca de la Eucaristía, ‘porque lo que creemos es distinto a lo que vemos; lo que vemos es una cosa, lo que creemos, otra... Cuando oigo mencionar el cuerpo de Cristo, yo interpreto lo que se dice de una manera, y el descreído de otra.’[1] Ese doble carácter, exterior e interior, es un rasgo distintivo de los sacramentos: porque los sacramentos, igual que la Iglesia, son a la vez visibles e invisibles; en todo sacramento se da una combinación de señal visible externa y una gracia espiritual interna. En el Bautismo el cristiano se somete, por fuera, a ser lavado con agua, y a la misma vez por dentro es limpiado del pecado; en la Eucaristía recibe lo que parece ser, a primera vista, pan y vino, pero que es en realidad el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

 En casi todos los sacramentos la Iglesia se sirve de lo material - el agua, el pan, el vino, el óleo - y lo convierte en vehículo del Espíritu Santo. De modo que los sacramentos miran para atrás, siendo reminiscencias de la Encarnación, en la que Cristo asume carne material y la hace vehículo del Espíritu; y miran también hacia el futuro apocatástasis, redención final de la materia en el último Día - o mejor dicho, lo anticipan. Los ortodoxos resisten toda tentativa de disminuir la dimensión material de los sacramentos. A la persona humana hay que enfocarla holísticamente, como unidad íntegra de alma y de cuerpo, por lo tanto el culto sacramental en el que participan los seres humanos debe involucrar plenamente a nuestros cuerpos junto con nuestras mentes. El bautismo es por inmersión completa; en la Eucaristía se emplea pan leudado en vez del ázimo; en la Confesión el celebrante confiere la absolución no a distancia, sino de cerca, imponiendo las manos en la cabeza del penitente; en el oficio fúnebre, es costumbre dejar el ataúd abierto, sin tapar, para que todos puedan acudir a dar el último beso al difunto - el cadáver es objeto de amor y no de aborrecimiento.

 En la Iglesia Ortodoxa se suele hablar de siete sacramentos, que corresponden básicamente a los siete propuestos en la teología católica romana:

 (I) Bautismo;

(II) Crismación (equivale a la Confirmación en occidente);

(III) La Eucaristía;

(IV)  Arrepentimiento o Confesión;

(V) Ordenación Religiosa;

(VI)  Casamiento o Santo Matrimonio;

(VII)  Unción de los Enfermos.

 Esta lista se concretó definitivamente tan sólo en el siglo XVII, época de mayor influencia latina. Antes de esa fecha, los escritores ortodoxos varían en cuanto al número de sacramentos: Juan Damasceno destaca dos; Dionisio Areopagita, seis; Joasaph, Metropolita de Éfeso (del siglo XV) propone diez; y los teólogos bizantinos que están de acuerdo en precisar siete sacramentos difieren sobre cuáles son esos siete. Hasta hoy en día, el número siete no goza de ninguna fuerza dogmática en la teología ortodoxa, sino que sirve nada más como número conveniente catequístico.

 Los que se plantean ‘siete sacramentos’ deben procurar evitar dos tipos de equivocación. En primer término, si bien todos los siete son verdaderos sacramentos, no supone que todos tengan la misma importancia, sino que existe cierto orden ‘jerárquico'’ entre ellos. La Eucaristía, por ejemplo, es el corazón de la vida y la experiencia cristianas; no así la Unción de los Enfermos. De entre los siete, el Bautismo y la Eucaristía priman sobre los demás; según la frase de la Comisión Bilateral de teólogos rumanos y anglicanos (reunida en Bucarest en 1935), estos dos sacramentos gozan de ‘preeminencia entre los divinos misterios’.

 En segundo término, al hablar de los ‘siete sacramentos’, no debemos aislar a esos siete de los otros muchos actos eclesiales que también poseen fuerza sacramental: los sacramentales, denominación oportuna. Entre los sacramentales se cuentan los ritos de profesión monástica, la gran bendición de las aguas en la fiesta de Epifanía, los oficios para el entierro de los muertos, y la unción de un monarca. En todos se da aquella conjunción de señal visible externa y gracia espiritual interna. La Iglesia Ortodoxa hace uso, además, de un gran número de bendiciones menores, de naturaleza igualmente sacramental: bendición del trigo, vino y aceite; de frutas, fincas y hogares; de cualquier objeto o elemento. Estas bendiciones y ritos menores son de índole a menudo práctica y prosaica: hay oraciones para la bendición de coches o de locomotoras, y para la limpieza de cualquier sitio infestado de bichos.[2] No hay una división rígida entre los dos sentidos, amplio y menos amplio, de la palabra ‘sacramento’: la vida cristiana entera debe plantearse como unidad, como un solo misterio, único, o un gran sacramento único, cuyas diversas modalidades se expresan en una gran variedad de actos, algunos de ellos celebrados una vez en la vida nada más, y otros quizás una vez al día.

 Los sacramentos son de índole personal: son los medios por los que cada cristiano se apropia, a nivel individual, de la gracia de Dios. Por eso, en la mayoría de los sacramentos de la Iglesia Ortodoxa, el sacerdote menciona el nombre de cada persona que recibe el sacramento. Cuando reparte la comunión, por ejemplo, dice: ‘El siervo de Dios ... [nombre] participa del santo, precioso Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor’; en la Unción de los Enfermos dice: ‘O Padre, cura a Tu siervo [nombre] de su enfermedad que le aflige, cuerpo y alma’; en una ordenación sacerdotal dice el obispo: ‘La gracia divina, que siempre sana lo débil y remedia las deficiencias, ordena a ... [nombre]’. Nótese que en cada caso el celebrante no habla en primera persona; no dice ‘Bautizo a...’, ‘Unjo a ...’, ‘Ordeno a...’. Los ‘misterios’ no son acciones propias nuestras, sino acciones de Dios en la Iglesia, y el oficiante verdadero es siempre Cristo mismo. Como dice San Juan Crisóstomo: ‘El sacerdote presta su lengua y suple su mano, nada más.’[3]

 

BAUTISMO[4]

 En la Iglesia Ortodoxa actual, así como en la Iglesia de los primeros siglos, entre los tres sacramentos de iniciación cristiana - que son el Bautismo, la Confirmación y la Primera Comunión - existe una conexión íntima. Al ortodoxo que se hace miembro de Cristo se le conceden inmediatamente los plenos privilegios de su adherencia. Los niños ortodoxos en su infancia no solamente se bautizan, sino también son confirmados y reciben la comunión. ‘Dejad a los niños y no impidáis que vengan a mí, porque de los que son como ellos es el reino de los cielos’ (San Mateo 19:14).

 El acto de Bautismo se compone de dos elementos indispensables: la invocación del Nombre de la Trinidad, y la triple inmersión en el agua. Dice el sacerdote, ‘El siervo de Dios [nombre] es bautizado en el Nombre del Padre, Amén. Y del Hijo, Amén. Y del Espíritu Santo, Amén.’ Según se vaya invocando el nombre de cada persona de la Trinidad, el sacerdote mete el infante en la pila bautismal, sumergiéndolo del todo debajo del agua, o si no echándole agua por todo el cuerpo. Si el candidato bautismal está tan enfermo que la inmersión pondría en peligro su vida, basta con echarle agua en la frente; en los demás casos, no se debe prescindir del acto de inmersión.

 Muchos ortodoxos se sienten preocupados por el hecho que los cristianos de occidente, habiendo abandonado la antigua costumbre del Bautismo por inmersión, se contentan nada más con echarle al candidato un poco de agua en la frente, o incluso con untarle la frente con unas gotas de humedad sin mojarle con agua en absoluto (es lamentable que esta práctica se dé con cada vez más frecuencia entre la comunión anglicana). Aun si algunos clérigos ortodoxos cayeron en la desidia con respecto a la observancia del rito correcto, no caben dudas de cuál es la verdadera enseñanza ortodoxa: la inmersión es imprescindible (menos en los casos de emergencia), porque de no haber inmersión, se pierde la correspondencia entre el signo externo y el significado interno, y se altera el simbolismo del sacramento. El Bautismo significa sepultura y resurrección místicas con Cristo (Romanos 6: 4-5 y Colonenses 2: 12); el signo externo es el hundimiento del candidato en la pila bautismal, y a continuación su salida de las aguas. Por lo tanto, el simbolismo sacramental exige inmersión o ‘sepultura’ en las aguas del Bautismo, seguido de la ‘resurrección’ del candidato cuando se yergue de ellas y aparece de nuevo. El Bautismo por infusión (cuando el agua se le echa nada más en una parte del cuerpo) se permite en casos particulares; pero el Bautismo por aspersión o unción, francamente, no es el Bautismo real.

 Por medio del Bautismo se nos perdonan plenamente todos nuestros pecados, tanto el original como el actual; nos ‘revestimos de Cristo’, convirtiéndonos en miembros de Su Cuerpo, la Iglesia. Como recuerdo de su Bautismo, los cristianos ortodoxos suelen llevar toda la vida un crucifijo colgado del cuello como pendiente.

 El Bautismo normalmente debe ser celebrado por un obispo o un sacerdote. En casos de emergencia, puede ser celebrado por un diácono, o por cualquier hombre y mujer, con tal de que sean cristianos. Los teólogos católicos romanos mantienen que si es necesario el Bautismo lo puede celebrar incluso una persona no-cristiana; los ortodoxos, en cambio, mantienen que eso no es posible. La persona que bautiza debe haber sido también bautizada.

 

CRISMACIÓN

 Justo después del Bautismo, el niño ortodoxo recibe el ‘crisma’ o la ‘confirmación’. El sacerdote toma un ungüento especial, el Crisma (en griego, myron), y se sirve de ello para ungir varias partes del cuerpo del candidato, marcándolas con la señal de la Cruz: se empieza por la frente, luego los ojos, la nariz, la boca, las orejas, el pecho, las manos, y los pies. Según va marcando cada parte, va diciendo ‘El sello del don del Espíritu Santo’. El niño, incorporado en Cristo por el Bautismo, recibe ahora la Crismación como don del Espíritu Santo, convirtiéndose en laïkos (laico), miembro pleno del laos (pueblo) de Dios. La Crismación es la extensión de Pentecostés: el mismo Espíritu que descendió sobre los Apóstoles de modo visible en forma de lenguas de fuego, desciende ahora sobre el recién bautizado de modo invisible pero con la misma vigencia y poder. Por medio de la Crismación, todo miembro de la Iglesia se convierte en profeta, y toma parte del sacerdocio real de Cristo: todos los cristianos iguales, al ser crismados, son llamados a testimoniar en plena conciencia la Verdad. ‘Vosotros habéis recibido la unción que viene del Santo, y todos tenéis la creencia’ (Primera Carta de San Juan 2: 20).

 En occidente suele ser el obispo quien confiere la Confirmación; en oriente, la Crismación es administrada por un sacerdote, pero el Crisma del que se sirve debe bendecirse primero por un obispo. (Según el uso ortodoxo corriente, solamente los obispos que sean dirigentes de Iglesias Autocéfalas tienen derecho a bendecir el Crisma). De manera que tanto en oriente como en occidente participa el obispo en el segundo sacramento de iniciación cristiana, de modo directo en occidente, e indirecto en oriente.

La Crismación también sirve de sacramento conciliador. Si por ejemplo un ortodoxo elige apostatar y se convierte al Islam, y más tarde vuelve a la Iglesia, al ser recibido de nuevo se lo somete a la Crismación. Igualmente, los católicos romanos que se convierten a la Ortodoxia suelen ser recibidos por el rito de Crismación, al menos según el uso del Patriarcado Ecuménico y la Iglesia de Grecia; la Iglesia rusa, en cambio, los suele recibir por mero acto de profesión de la fe, sin crismarlos. Los anglicanos y demás protestantes siempre son recibidos por el acto de Crismación. A veces los conversos se reciben por Bautismo.

 Lo antes posible, después de la Crismación, se le trae al niño ortodoxo a comulgar. Las primeras memorias que tendrá el niño acerca de su vida eclesial girarán en torno al acto de consumo de los Santos Dones que son el Cuerpo y la Sangre de Cristo. La comunión no ocurre por primera vez a los seis o siete años de edad (como en la Iglesia Católica Romana), o siendo ya adolescentes (como en el Anglicanismo), sino que es un rito del que nunca fueron excluidos.

 

EUCARISTÍA

 Hoy en día, en la Iglesia oriental, se celebra la Eucaristía de acuerdo con uno de los siguientes cuatro ritos:

(1)        La Liturgia de San Juan Crisóstomo (Liturgia normal tanto los domingos como los días laborables).

 (2)            La Liturgia de San Basilio el Grande (celebrada diez veces al año: estructuralmente es muy parecida a la Liturgia de San Juan Crisóstomo; únicamente, tiene una Plegaria Eucarística mucho más larga).

(3) La Liturgia de Santiago, Hermano del Señor (celebrada una vez al año en Jerusalén y unos cuantos otros lugares el 23 de octubre, Fiesta de Santiago).

 (4) La Liturgia de los Dones Presantificados (celebrada los miércoles y viernes de Cuaresma, y lunes, martes y miércoles de Semana Santa. No hay rito consagratorio en esta Liturgia, sino que para la comunión se reparten pan y vino consagrados el domingo anterior).

 La estructura general de las Liturgias de San Juan Crisóstomo y San Basilio es la siguiente:

 I. OFICIO DE PREPARACIÓN 

- la Prothesis o Proskomidia: preparación del pan y vino que servirán para la Eucaristía.

 II. LITURGIA DE LA PALABRA 

- la Synaxis

            A. Inauguración de la Liturgia - la Enarxis

 Letanía de la Paz

Salmo 102 (103)

Letanía Menor Salmo 145 (146), seguido por el himno Hijo único y verbo de Dios

Letanía Menor

Bienaventuranzas (con los himnos propios del día, los Troparios)

B. Entrada Menor, seguido por los Troparios propios del día Trisagion - ‘Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros'- se repite varias veces

 

    C. Lecturas de las Escrituras

 

Prokimenon - versículos tomados del Salterio Lectura de la Epístola

Aleluya - se canta nueve, o en algunas ocasiones tres, veces, con intercalación de

versículos bíblicos

Lectura del Evangelio

Homilía (a veces se traslada hasta el final de la Liturgia)

 

    D. Intercesión por la Iglesia

Letanía de Suplicación Fervorosa Letanía de los Difuntos

Letanía de los Catecúmenos

 III. LITURGIA EUCARÍSTICA

       A. Dos cortas Letanías de los Fieles, de prefacio a la Entrada Mayor; a continuación, la Letanía de Suplicación

              B. Beso de la Paz y Credo

              C. Plegaria Eucarística Diálogo Inaugural

Acción de Gracias - culmina en la narración del Cenáculo, con citación de las                 palabras de Cristo: ‘Esto es Mi Cuerpo... Esta es mi Sangre...’

Anamnesis

- acto de ‘recuerdo’ y oblación.

 sacerdote ‘recuerda’ la muerte, sepultura, Resurrección, Ascensión, y Segunda Venida de Cristo, y ‘hace ofrenda’de los Santos Dones a Dios

 

Epiclesis 


 Invocación o llamamiento al Espíritu a que descienda sobre los Santos Dones

Gran Conmemoración de todos los miembros de la Iglesia: la Madre de Dios, los santos, los difuntos y los vivos.

Letanía de Suplicación, y a continuación la Oración del Señor

         D. Elevación de los Dones Consagrados y Fracción del Pan (cuando se parte)

 E. Comunión del clero y de los laicos

 

F. Conclusión de la Liturgia:

 

Acción de Gracias y Bendición de Despedida;

istribución del Antidoron

 La primera parte de la Liturgia, el Oficio de Preparación, es celebrado privadamente por el sacerdote y el diácono en la capilla de la Prothesis. Por lo tanto la parte pública del oficio se divide en dos porciones, la Synaxis (oficio compuesto de himnos, plegarias, y lecturas de la Biblia) y la Eucaristía: originalmente, la Synaxis y la Eucaristía se solían celebrar por separado, pero a partir del siglo IV las dos se fundieron efectivamente en una. Ambas incluyen una procesión, conocida ésta como Entrada Menor (en la Synaxis) y Entrada Mayor (en la Eucaristía). En la Entrada Menor, se saca en procesión por toda la iglesia el Libro de los Evangelios; en la Entrada Mayor, el pan y el vino (que se prepararon antes de comenzar la Synaxis) se llevan en procesión desde la capilla del Prothesis hasta el altar. La Entrada Menor corresponde al Introito del rito occidental (originalmente, la Entrada Menor señalaba el comienzo de la parte pública del oficio, pero en la actualidad viene precedida por una serie de Litanías y Salmos); la Entrada Mayor corresponde aproximada pero no exactamente a la Procesión Ofertoria que se da en occidente. Ambas porciones de la Liturgia, tanto la Synaxis como la Eucaristía, culminan en punto ápice: la lectura del Evangelio, en el caso de la Synaxis; Epiclesis del Espíritu Santo en el caso de la Eucaristía.

 La creencia de la Iglesia Ortodoxa acerca de la Eucaristía viene expresada con claridad en el transcurso de la Plegaria Eucarística. El sacerdote recita la primera parte de la acción de gracias en voz baja (ahora hay también sitios donde la recitación se hace en voz alta) hasta que llegue a las palabras pronunciadas por Cristo en el Cenáculo: ‘Tomad y comed, Esto es Mi Cuerpo...’, ‘Tomad y bebed todos de él, Esta es Mi Sangre...’; estas palabras se recitan siempre en voz alta para que las oigan todos los feligreses reunidos. En voz baja, de nuevo, el sacerdote recita la Anamnesis:

 Conmemorando la Cruz, la Tumba, la Resurrección del tercer día, la Ascensión al Cielo, la Entronización a la derecha, y la segunda y gloriosa Venida.

 Continúa en voz alta:

 Lo Tuyo de Lo Tuyo Te ofrecemos, en todos y para todos.

 A continuación, la Epiclesis, que se recita normalmente en voz baja, pero a veces en voz alta para que oigan todos:

 

Envía Tu Espíritu Santo sobre nosotros y sobre los dones aquí preparados; Y haz que este pan sea el Precioso Cuerpo de Tu Cristo,

Y lo que hay en este cáliz, la Sangre Preciosa de Tu Cristo, Transformándolos por Tu Espíritu Santo. Amén. Amén. Amén.

 

Acto seguido, el sacerdote y el diácono se inclinan o se postran ante los Santos Dones, recién consagrados.

 Se hace evidente que el concepto del ‘momento de la consagración’ se interpreta de modo distinto en ambas Iglesias, Ortodoxa y Católica Romana. Según la teología latina del medioevo, la consagración se efectúa con las Palabras de Institución: ‘Este es Mi Cuerpo...’ Esta es Mi Sangre...’. Según la teología ortodoxa, el acto de consagración no queda completo hasta el final de la Epiclesis, y toda veneración a los Santos Dones antes de completarse esa invocación es condenada por la Iglesia Ortodoxa de ‘artolatría' (culto al pan). Los ortodoxos, sin embargo, no es que crean ni que la consagración sea efectuada únicamente por la Epiclesis, ni que las Palabras de Institución sean sobrantes y faltas de importancia. Al contrario, creen que la Plegaria Eucarística entera constituye una entidad íntegra e indivisa, y que por lo tanto las tres partes de la plegaria - Acción de Gracias, Anamnesis, Epiclesis - forman, cada una, una parte íntegra del acto único de la consagración. Lo cual supone, evidentemente, que si queremos aislar algún ‘momento de la consagración', no se puede antes del Amén final de la Epiclesis.

 La Presencia de Cristo en la Eucaristía. Las palabras que componen la Epiclesis ponen en claro, la creencia de la Iglesia Ortodoxa que tras la consagración el pan y el vino se convierten plena y verdaderamente en Cuerpo y Sangre de Cristo: no son meros símbolos, sino realidad. Si bien siempre se insistió en la realidad del cambio, los ortodoxos nunca intentaron explicar el cómo: la Plegaria Eucarística de la Liturgia emplea el verbo metabalo, término neutro con el significado de ‘convertir’, ‘cambiar’, o ‘alterar’. Cierto es que en el siglo XVII no sólo los escritores individuales sino los concilios ortodoxos, como el de Jerusalén en 1672, se sirvieron del término latino ‘transubstanciación’ (en griego, metousiosis) además de la distinción escolástica entre la sustancia y los accidentes.[5]

 

LOS SACRAMENTOS

 A la misma vez, empero, los Padres de Jerusalén se molestaron por añadir que esta terminología no constituye la explicación de cómo se produce la alteración, ya que es un misterio y siempre permanecerá incomprensibles.[6] A pesar de esta cláusula modificadora, fueron muchos los ortodoxos quienes opinaban que los de Jerusalén se habían comprometido demasiado a la terminología del Escolasticismo Latino, por lo que parece significativo que en 1838, fecha en que la Iglesia rusa edita una traducción de los Actos de Jerusalén, aunque sigue figurando el término transubstanciación, se modifica el resto del párrafo de manera tal que se eviten los términos técnicos ‘sustancia’ y ‘accidentes’.[7]

 Hoy en día unos cuantos escritores ortodoxos siguen empleando el término transubstanciación, pero puntualizan dos cosas al respecto: primero, que hay muchos otros términos que valen para describir la consagración, y no se puede decir que el término transubstanciación prime sobre ellos, ni que goce de autoridad única o decisiva; segundo, el emplear aquel término no supone que los teólogos se comprometan a la aceptación de los conceptos filosóficos aristotélicos. La postura al respecto de los ortodoxos en general se resume con claridad en el Catequismo Largo, compuesto por Philaret, Metropolita de Moscú (1782-1867), y aprobado por la Iglesia rusa en 1839:.

 

PREGUNTA: ¿Cómo debemos interpretar la palabra transubstanciación?

 

RESPUESTA: … No se debe creer que con esa palabra ‘transubstanciación' se pretenda definir cómo el pan y el vino se convierten en Cuerpo y Sangre de Cristo, cosa que no lo entiende nadie más que Dios; significa, nada más, que el pan se convierte real, verdadera y sustancialmente en el mismísimo Cuerpo del Señor, y el vino en la mismísima Sangre del Señor.[8]

 El Catecismo sigue con la citación de Juan Damasceno:

 Si preguntas que cómo ocurre, basta con saber que mediante el Espíritu Santo... más que esto no sabemos, que la palabra de Dios es cierta, activa y omnipotente, pero su manera de actuar es insondable.[9]

 En toda iglesia parroquial ortodoxa, el Bendito Sacramento es reservado, casi siempre en un sagrario sobre el altar, aunque no hay reglas precisando dónde ha de guardarse. Los ortodoxos, sin embargo, no celebran oficios de veneración pública al sacramento reservado, ni tampoco hay ritos equivalentes a los ritos católicos romanos de Exposición y Bendición. Se reserva el sacramento para que puedan comulgar los enfermos nada más, y no con otros motivos. El sacerdote bendice a los feligreses con el sacramento durante la Liturgia, pero nunca lo hace fuera de ese contexto. La eucaristía, por esencia, es una comida, por tanto que el significado de los elementos consagrados sufre deformidad si se les saca del contexto donde se comen y se beben.

 La Eucaristía como sacrificio. La Iglesia Ortodoxa cree que la Eucaristía es un sacrificio; en esto, así como en lo anterior, la enseñanza básica ortodoxa se pone en plena luz en el mismo texto de la Liturgia. ‘Lo Tuyo de lo Tuyo Te ofrecemos, en todos y para todos.'’

 (1)            Ofrecemos lo Tuyo de lo Tuyo. En la Eucaristía el sacrificio que se ofrece es Cristo Mismo. Nuestras ofrendas de pan y vino son asumidas en el auto­sacrificio de Cristo, y transformadas así en Su Cuerpo y Sangre.

(2) La ofrenda es lo Tuyo también en otro sentido: Cristo es no solamente el sacrificio ofrendado, sino también es El quien celebra el acto ofrecido, en el sentido más profundo y verídico. Es víctima y sacerdote a la vez, ofrenda y ofreciente. Según la oración dirigida por el celebrante a Cristo justo antes de la Entrada Mayor, ‘Tu eres el que ofreces y el que es ofrecido.’

 (3) Te lo ofrecemos a Tí. Según el Concilio de Constantinopla celebrado en 1156-7, la Eucaristía es ofrecida a la Trinidad. Es decir que es ofrecido no sólo por Cristo a Dios Padre, sino por Cristo a todas las tres personas de la Divinidad - por Cristo a Sí Mismo, junto con el Padre y el Espíritu. Total que si nos preguntamos ¿Cuál es el sacrificio que se realiza en la Eucaristía? ¿Quién es el que lo ofrece? ¿4 quién es ofrecido? - en cada caso la respuesta es Cristo (aunque en el tercer caso es preciso añadir que cuando Cristo recibe el sacrificio, lo hace junto con los otros dos miembros de la Trinidad, ya que la Divinidad es indivisa).

 (4) Lo ofrecemos para todos: según la teología ortodoxa, la Eucaristía es sacrificio propiciatorio (en griego, thysia hilastirios) ofrecido de parte tanto de los vivos como de los muertos.

     En la Eucaristía, pues, el sacrificio que ofrecemos es el sacrificio de Cristo. Pero ¿eso qué significa? Los teólogos elaboraron y siguen manteniendo muchas teorías distintas al respecto. Algunas de las teorías han sido rechazadas por la Iglesia, por deficientes, pero la Iglesia nunca se comprometió formalmente a ninguna explicación individual del sacrificio eucarístico. Nicolás Cabásilas resume así la postura ortodoxa:

 

En primer término, el sacrificio no es ni mera expresión figurativa ni símbolo, sino verdadero sacrificio; en segundo término, no es el pan lo que se sacrifica, sino el mismo Cuerpo de Cristo; en tercer término, el Cordero de Dios fue sacrificado una vez nada más y para siempre... El sacrificio eucarístico consiste no en la verdadera y cruenta inmolación del Cordero, sino en la transformación del pan en el Cordero sacrificado.[10]

 

La Eucaristía no es ni mera conmemoración ni representación imaginaria del sacrificio de Cristo, sino el propio sacrificio, auténtico; sin embargo, por otro lado no es un nuevo sacrificio, ni la repetición del sacrificio en el Calvario, puesto que el Cordero fue sacrificado ‘una vez nada más, para siempre’. Los episodios ocurridos en el sacrificio de Cristo - la Encarnación, el Cenáculo, la Crucifixión, la Resurrección, la Ascensión’[11] - no se repiten en la Eucaristía, sino que se hacen presentes. Durante la Liturgia, mediante su poder divino, somos arrebatados al punto donde la eternidad se interseca con el tiempo, punto en el que nos convertimos en participantes contemporáneos de los acontecimientos que conmemoramos.’[12]Todos los santos cenáculos de la Iglesia no sonen realidad más que un solo Cenáculo, único y eterno, el de Cristo en la Sala del piso alto. El mismo acto divino ocurre en un momento histórico especifico, y a la misma vez siempre es el mismo acto que se ofrece en el sacramento.[13]

 La Santa Comunión. En la Iglesia Ortodoxa, tanto los laicos como los clérigos siempre reciben la comunión ‘en las dos especies’. La comunión se reparte al laicado con cuchara, y consiste en un trocito del Pan Sagrado junto con una porción del Vino y se toma de pie. Los ortodoxos exigen ayuno estricto antes de comulgar, por lo que no se debe comer ni beber nada después de despertarse por la mañana.[14] Muchos ortodoxos en la actualidad comulgan con poca frecuencia- a lo mejor tres o cuatro veces al año - no por falta de respeto al sacramento, sino porque aprendieron desde su infancia a comulgar solamente tras un largo y cuidadoso período de preparación. En los años recientes, sin embargo, la comunión frecuente - hay parroquias donde se comulga todos los domingos - se va generalizando más, tanto en Grecia como en Rusia, Rumania y los países occidentales; son de abrazar, con entusiasmo, la vuelta al uso de los cristianos primitivos.

 Después de la bendición de despedida con la que se clausura la Liturgia, la gente acude a recibir otro trocito de pan, llamado Antidoron, que es un pan bendito pero no consagrado, aunque fue parte de la misma hogaza de pan que se utilizó para la consagración. En la mayoría de las parroquias ortodoxas, se les permite - incluso se les insta - a los no­ortodoxos asistentes a la Liturgia a tomar el Antidoron, como expresión del amor y la simpatía cristianos.

 

ARREPENTIMIENTO

 Los niños ortodoxos comulgan desde la infancia. Una vez que son mayores y que saben discernir el bien y el mal, y entienden lo que es el pecado - a la edad quizás de seis o siete años - pueden presentarse para otro sacramento: el de Arrepentimiento, Penitencia, o Confesión (en griego, metanoia o exomologisis). Por medio de este sacramento los pecados cometidos después del Bautismo son perdonados, y el pecador es conciliado con la Iglesia: por eso, muchas veces se designa con el nombre de ‘Segundo Bautismo’. El sacramento sirve simultáneamente como curación sanativa para el alma, ya que el sacerdote administra no solamente la absolución sino también los consejos espirituales. Puesto que el pecado es pecado no solamente contra Dios sino también contra el prójimo, contra la comunidad, la Confesión y la disciplina penitencial en la Iglesia primitiva eran un asunto público; mas luego, durante muchos siglos, tanto entre los cristianos de oriente como los de occidente, la Confesión fue tomando una forma siempre de ‘conferencia' privada entre el sacerdote y el penitente nada más. El sacerdote tiene prohibido de revelar a cualquier otra persona lo que aprende en la Confesión.

 En la Iglesia Ortodoxa, la gente se confiesa no en un confesionario cerrado, a través de una rejilla que separa al penitente del confesor, sino en cualquier parte de la Iglesia que convenga, típicamente en un lugar abierto delante del iconostasio; a veces el sacerdote y el penitente se ponen detrás de una pantalla, o puede que haya en la iglesia una sala aparte reservada para las confesiones. En occidente el sacerdote suele sentarse y el penitente arrodillarse; en cambio, en la Iglesia Ortodoxa los dos están de pie (o a veces se sientan, los dos). El penitente muchas veces se pone de frente a un pupitre sobre el cual se colocan una Cruz y un icono del Redentor o el Libro de los Evangelios; el sacerdote se pone un poco aparte, escenario que hace resaltar el hecho de que en la Confesión no es el sacerdote sino Dios quien juzga. El sacerdote actúa como testigo y ministro de Dios, nada más, cosa que también se puntualiza, según el rito ruso, en lo que el sacerdote le dice al penitente como salida:

 He aquí, hijo mío, que Cristo está presente, invisible, y recibe tu confesión. Por ello, no sientas vergüenza ni miedo; no me ocultes nada, sino cuéntame sin reparos todo lo que has hecho, y así conseguirás el perdón de Nuestro Señor Jesucristo. Ves, Su santo icono está delante nuestro: y yo no soy más que testigo, atestiguando ante Él todo lo que me tengas que decir. Pero si me ocultas algo, aumentará tu pecado. Ten cuidado, por eso, en no venir a casa del médico para luego irte sin sanar.

 

A continuación, el sacerdote oye la Confesión, y si es preciso hace preguntas; luego, da consejos. Después de confesarse plenamente, el penitente se arrodilla o inclina la cabeza, y el sacerdote coloca su estola (epitrachilion) en la cabeza del penitente, pone la mano encima de la estola y recita el rito de absolución. En los misales griegos la fórmula de absolución es deprecativa (expresada en tercera persona, ‘Que Dios perdone...’), en cambio en los eslavónicos es indicativa (en primera persona, ‘Perdono…’).La fórmula griega es la siguiente:

 

Todo lo que me has dicho a mí, humilde que soy, y todo lo que no llegaste a decir, ya por ignorancia o por olvido, sea lo que sea, que Dios te lo perdone en este mundo y en el que viene... No sientas inquietud; que vayas en paz.

 

En eslavónico se da la fórmula siguiente:

 

Que Nuestro Señor y Nuestro Dios, Jesucristo, por la gracia y la bondad de Su amor para con la humanidad, te perdone, [nombre] hijo/a mío/a, todos tus delitos. Y yo, por sacerdote indigno que sea, en virtud del poder que Él me ha concedido, te perdono y te absuelvo de todos tus pecados.

 

Esta fórmula, en primera persona, se introdujo en los misales ortodoxos por primera vez bajo el influjo latino, por Pedro de Moghila, empezando por Ucrania, hasta ser adoptada por la Iglesia rusa entera en el siglo XVIII. Muchos ortodoxos deploran este abandono de la práctica sacramental tradicional del cristianismo oriental, ya que en ningún otro caso habla el sacerdote en primera persona.

 Si le parece oportuno, el sacerdote puede imponer una penitencia (epitimion), pero no es constituyente indispensable del sacramento y muchas veces se prescinde de ello. Muchos ortodoxos tienen ‘padre espiritual’ particular (que no tiene porque ser su párroco) al que visitan con regularidad para confesarse y pedir consejos espirituales.[15] No hay reglamentación en la Ortodoxia en cuanto a la frecuencia con la que uno debe confesarse: los rusos, por lo general, se confiesan con mayor frecuencia que los griegos. Donde prevalezca la comunión infrecuente - cuatro o cinco veces al año, por ejemplo - se cree que los feligreses deben confesarse antes de comulgar cada vez; pero donde se ha logrado restablecer la comunión frecuente, no es de esperar que el feligrés se confiese todas las veces antes de comulgar.

 

LAS ÓRDENES

 Las ‘Órdenes Mayores’ de la Iglesia Ortodoxa son tres, Obispo, Sacerdote y Diácono; las ‘Órdenes Menores’ son dos, Subdiácono y Lector (antiguamente había otras Ordenes Menores, pero en la actualidad cayeron en el desuso casi total, todas menos esas dos). Las ordenaciones a las órdenes Mayores se celebran siempre en el contexto de la Liturgia, y siempre individualmente (en el rito bizantino, a diferencia del romano, se precisa que no ha de ordenarse más de un diácono, sacerdote u obispo en cada Liturgia). Solamente el obispo tiene el poder de ordenación[16], y la consagración de un obispo debe ser a manos de tres o por lo menos dos obispos, jamás a manos de uno solamente: puesto que el episcopado es de naturaleza ‘colegial’, la consagración episcopal debe ser acto del ‘colegio’ episcopal. Si bien una ordenación es celebrada por el obispo, debe ser convalidada también por el asentimiento popular de todo el pueblo de Dios; de ahí que en determinada coyuntura del oficio la gente congregada aprueba la ordenación con gritos de ‘¡Axios! ‘ (‘¡Es digno!').[17]

 Los sacerdotes ortodoxos se dividen en dos categorías distintas, que son el sacerdocio ‘blanco’ (es decir, casado), y el ‘negro’ (monástico, y por lo tanto célibe). Los ordenados deben decidir, antes de ser ordenados, a cuál de las dos categorías quieren reunirse, ya que es regla estricta que nadie se puede casar después de haber sido ordenado a una de las órdenes Mayores. Los que quieran casarse, por ende, deben hacerlo antes de hacerse diácono. Los que no quieran casarse generalmente se hacen monjes antes de ordenarse; pero hoy en día son varios los que se sumaron al clero célibe sin hacer profesión monástica formal. Sin embargo, no se les permite a éstos cambiar de opinión más tarde y casarse. Si muere la mujer de un sacerdote, no se le permite casarse otra vez.

 En tiempos pasados, el párroco solía ser casi siempre un hombre casado, pero hoy en día es bastante común ponerles a los monjes-sacerdotes a cargo de una parroquia. Desde el siglo VI o VII, el obispo hubo de ser célibe, y desde el siglo XIV quizás antes hubo, además, de profesar voto monástico; aun así, es admisible que un viudo se haga obispo, con tal de que se profese monje. El monacato de la Iglesia Ortodoxa se encuentra en condiciones tan reducidas que en muchos sitios no resulta fácil hallar candidatos indicados para el episcopado, por lo tanto un número creciente de ortodoxos creen que, en vista de las realidades modernas, el uso de limitar el episcopado a los clérigos monásticos ya no es deseable. Quizás la solución al problema consista no en alterar la reglamentación sobre los obispos monjes, sino en vigorizar la vida monástica.

 En la Iglesia primitiva, el obispo a menudo era elegido por la gente de su diócesis, clero y laicado. Hoy en día suelen ser los miembros del Sínodo Directivo de cada Iglesia autocéfala quienes nombran el obispo a la sede vacante; en algunas Iglesias, no obstante - como las de Antioquía y de Chipre - existe todavía en forma modificada el sistema antiguo de elección popular. El Concilio de Moscú de 1917-18 estipuló que a partir de entonces los obispos de la Iglesia rusa habían de ser elegidos por el clero y el laicado de cada diócesis, regulación que todavía hoy se observa en la comunidad rusa de París y por la OCA de América, pero que en la Unión Soviética bajo los comunistas fue imposible de implementar, por razones que saltan a la vista. Ahora que se restableció la libertad religiosa en Rusia, la resolución moscovita de 1917-18 se podría implementar, indudablemente, pero esto hasta ahora no se ha hecho.

 En la Iglesia Ortodoxa, el diaconado es, desde un principio, un puesto permanente, y no sólo un escalón en el camino del sacerdocio; hay muchos diáconos ortodoxos que no ambicionan ningún tipo de rango superior. Para una celebración plena y completa de la Divina Liturgia, el diácono es imprescindible, de hecho que cada parroquia debe si puede disponer de diácono propio (que por supuesto puede ejercitar una profesión seglar); pero en la práctica, escasean los diáconos en muchas partes. Urge, y con gran apremio, revalorizar y vigorizar el ministerio diaconal en la Ortodoxia contemporánea.

 ¿Cuál, pues, es la actitud de los ortodoxos del mundo moderno para con el tema candente de la ordenación de las mujeres? Los ortodoxos aceptan sin reparos que las mujeres pueden ser ordenadas al diaconado, primera de las tres órdenes Mayores. En la Iglesia primitiva las mujeres ejercían de diaconisas; y a pesar de que en occidente estas diaconisas solían ser consideradas ‘legas’ en vez de ‘ordenadas’, entre los cristianos de oriente se les bendecía con las mismas oraciones y según el mismo rito que se empleaba para los diáconos, así que parece justificable asignarle el mismo valor sacramental al diaconado femenino que al masculino. Ayudaban sobre todo en el Bautismo de las mujeres mayores y en el trabajo pastoral entre feligreses femeninas, pero parece ser que no predicaban ni participaban en la administración de la Santa Comunión. La orden de las diaconisas nunca fue abolida en la Iglesia Ortodoxa, pero a partir del siglo VI o VII fue cayendo cada vez más en el desuso, hasta que alrededor del siglo XI, desapareció del todo. Muchos ortodoxos hoy en día buscan resucitar el diaconado de las mujeres, como asunto de prioritaria urgencia.

Si las mujeres pueden ser ordenadas al diaconado, ¿porqué no también al sacerdocio? La mayoría aplastante de los ortodoxos lo cree imposible. Aducen, primariamente, a las costumbres inalterables de la Iglesia a lo largo de los últimos dos milenios. Si Cristo hubiese querido que las mujeres fueran sacerdotes, arguyen, les habría proporcionado enseñanzas al respecto a Sus Apóstoles, de conformidad con ese plan, y éstos lo habrían observado. La ordenación de las mujeres al sacerdocio carece de base alguna en las Escrituras y la Tradición, y no tenemos derecho, al cabo de dos mil años, a proponer innovaciones de semejante magnitud. Algunos teólogos ortodoxos aducen además los argumentos ‘simbólicos’ o ‘icónicos’ propuestos por determinados comentaristas católicos romanos: el sacerdote en la Eucaristía representa a Cristo, y como Cristo fue hombre, asimismo el sacerdote ha de ser hombre. Sin embargo, a otros ortodoxos, pese a su oposición al sacerdocio de las mujeres, este argumento ‘icónico’ les parece no muy convincente, y prefieren interpelar a la Tradición nada más.

 Existe, sin embargo, una creciente minoría de ortodoxos quienes sienten con fuerza que la cuestión entera todavía no ha sido sometida a un examen riguroso y profundo, requisito de parte de los obispos y teólogos ortodoxos. Son escasísimos los ortodoxos quienes, hasta la fecha, se han pronunciado definitivamente a favor de la ordenación, cuanto antes, de las mujeres al sacerdocio. Un grupo mucho más numeroso opina que los argumentos que hasta ahora se han aducido, tanto en pro como en contra de semejante ordenación, han sido muy insuficientes. Existe una necesidad apremiante entre los ortodoxos de reflexionar acerca de toda una gama de cuestiones básicas: ¿Qué es un sacerdote? ¿Cómo podemos reavivar la rica diversidad de ministerios que figuran en la Iglesia primitiva? ¿Hasta qué punto se diría que nuestras opiniones sobre los ministerios apropiados, tanto masculinos como femeninos, radican en estereotipos culturales heredados, y no en principios auténticamente teológicos? A nivel espiritual, ¿qué significado tienen la diferenciación y complementariedad sexual de los hombres y mujeres? Son misterios que apenas se han empezado a explorar.

 Si nosotros los ortodoxos pretendemos investigar estos misterios con mayor audacia e imaginación, está claro que no lo podrán hacer los hombres ortodoxos solos. Tiene que oírse la voz femenina en la vida de la Iglesia Ortodoxa, cosa que hasta ahora no se ha logrado. Es de notar que afortunadamente las mujeres ortodoxas empiezan ya a participar mucho más activamente en la vida eclesial. En las academias teológicas de Grecia y de Rusia, por ejemplo, se registran incrementos notables en el número de estudiantes femeninas, y en EEW se han formado asociaciones dinámicas de presbíteras (mujeres de sacerdote). Todo lo cual resulta muy grato: porque si la Ortodoxia pretende dar testimonio creativo en el siglo XXI, tendrá que sacar partido de los dones de sus adherentes femeninos tanto como de sus hombres.

                   MATRIMONIO

 El misterio trinitario de la unidad en diversidad se aplica no sólo a la doctrina de la Iglesia sino también a la doctrina del matrimonio. Los seres humanos están hechos a la imagen de la Trinidad, y todos, menos algunos casos especiales, son destinados por Dios a vivir no solos sino en familia. Así como Dios bendijo la primera familia, y les mandó a Adán y Eva ser prolíficos y multiplicarse, la Iglesia hoy en día bendice la unión del hombre y la mujer. El matrimonio no es un estado natural nada más; es también un estado de gracia. La vida matrimonial, tanto como la vida monástica, es una vocación especial, que requiere un don particular o charisma del Espíritu Santo; este don es conferido por el sacramento del Santo Matrimonio.

El oficio del Matrimonio se divide en dos partes, que antiguamente se celebraban separadas pero que ahora se celebran sucesivamente, una tras otra; son el oficio preliminar que consiste en los Ritos Desposorios, y el Rito de la Coronación, que es el auténtico acto sacramental. En los Ritos Desposorios, la ceremonia principal consiste en la bendición e intercambio de los anillos, símbolo externo de que los dos novios emprenden el matrimonio por asentimiento y voluntad libres, ya que sin el asentimiento libre de ambos partidos no puede haber un sacramento matrimonial cristiano. La segunda parte del oficio culmina en la ceremonia de coronación: el sacerdote impone coronas en las cabezas del novio y la novia, hechas en Grecia con ramos y flores entretejidas, y en Rusia de oro y de plata. Esta señal externa y visible del sacramento significa la gracia especial que les confiere el Espíritu Santo a los novios, antes de salir ellos a crear una nueva familia o Iglesia doméstica. Las coronas son coronas de alegría, pero son también coronas del martirio ya que todo matrimonio supone sacrificios de parte de ambos casados. Al final del oficio, los recién casados beben del mismo cáliz de vino, reminiscencia de los milagros que se realizaron en las bodas de Cana en Galilea: el cáliz común es representativo del hecho de que a partir de ahora compartirán la vida en común.

La Iglesia Ortodoxa permite divorciarse y casarse otra vez, partiendo de la base del texto de San Mateo 19: 9, donde dice Nuestro Señor: ‘... el que repudia a su mujer, excepto en el caso de concubinato, y se casa con otra, adultera.’ Puesto que Cristo, según la regla citada por San Mateo, admite excepciones al mandamiento general sobre la indisolubilidad del matrimonio, la Iglesia asimismo admite excepciones. Cierto es que en la Ortodoxia los enlaces matrimoniales se consideran indisolubles y vitalicios; el colapso del matrimonio es tragedia debido a la debilidad y el pecado humano. Si bien condena el pecado, la Iglesia sigue deseando ayudar a las personas que sufren, concediéndoles otras oportunidades. Por ello, cuando el matrimonio deja de ser realidad, la Iglesia no insiste en conservar lo que no es más que ficción legal. El divorcio se ve como concesión excepcional pero a la vez inevitable a la naturaleza decaída de la humanidad, consecuencia del mundo caído en el que vivimos. Y aunque busque asistir a los hombres y las mujeres a que se restablezcan después de caer, la Iglesia Ortodoxa sabe que la segunda alianza no será del mismo carácter que la primera; por eso se omiten del oficio para el segundo matrimonio algunas de las ceremonias alegres que formaron parte del primero, y se sustituyen oraciones penitentes. Sin embargo, en la práctica casi nunca se usa este segundo oficio.

 Los Cánones ortodoxos permiten el segundo matrimonio y hasta el tercero, pero el cuarto ya queda absolutamente prohibido. En teoría, según los Cánones, el divorcio es permitido solamente en casos de adulterio, mas en la práctica es concedido también por otras razones.

Desde el punto de vista de la teología ortodoxa, un divorcio concedido por las autoridades civiles no es suficiente. Solamente es posible casarse de nuevo en una iglesia si el divorcio fue concedido por las autoridades eclesiásticas.

 Las relaciones sexuales son un don divino, pero son también un don concedido para el hombre y la mujer únicamente en el contexto del matrimonio sacramental. Por eso, la Iglesia Ortodoxa no da su aprobación a la práctica sexual fuera del matrimonio, aún cuando los novios tengan plena intención de casarse; no se ha de anticipar la bendición matrimonial. Mucho menos da su aprobación a la unión sexual entre personas del mismo género. Pero en todo caso específico de homosexualidad, por supuesto que se debe mostrar suma sensibilidad pastoral y generosidad compasiva para con los protagonistas. ‘Un hermano que había cometido pecado fue expulsado de la iglesia por el sacerdote. Pero Abba Bessarion se levantó y salió con él, diciendo “Si soy yo también pecador”.[18]

 En cuanto a los anticonceptívos y otros métodos de control de la natalidad, existe una variedad de opiniones entre los ortodoxos. En tiempos pasados, los métodos anticonceptivos en general fueron rotundamente condenados, pero hoy en día vienen a predominar opiniones menos estrictas, tanto en los países ortodoxos tradicionales como en occidente. Muchos teólogos y padres espirituales ortodoxos opinan que el uso responsable de los anticonceptivos dentro del matrimonio no es un acto pecaminoso de por sí. Según esa opinión, la cuestión del número de hijos que se quieran tener, y cada cuánto, es una decisión que mejor sea tomada por los mismos padres, según las instancias de sus propias conciencias.

El aborto, sin embargo, según la moral ortodoxa, sí se condena sin pretextos ni matices. No tenemos derecho a destrozar la vida humana.

 

UNCIÓN DE LOS ENFERMOS

 Este sacramento - que en griego se llama evchelaion, ‘óleo de la oración’ - viene descrito en la Carta de Santiago (v, 14-15): ‘¿Enferma alguno de vosotros? Haga llamar a los presbíteros de la Iglesia y oren por él, ungiéndole con óleo en nombre del Señor. La oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor le restablecerá, y le serán perdonados los pecados que hubiese cometido.’ El sacramento, como nos señala el extracto, tiene una doble función: no sólo sanar el cuerpo, sino también perdonar los pecados. Las dos acciones van entrelazadas, ya que el ser humano es una unidad de cuerpo y alma y por ello no se puede plantear una distinción aguda y rígida entre los males corporales y espirituales. Es obvio que los ortodoxos no creen que el acto de Unción conlleve siempre una recuperación de la salud: los sacramentos no son hechizos mágicos. A veces, no obstante, el evchelaion sí que produce mejoras en la recuperación fisica del paciente, pero en otros casos sirve de rito preparativo a la muerte. ‘Este sacramento,' comenta Sergio Bulgakov, ‘tiene dos caras: una que mira hacia la curación, y otra hacia la liberación de la enfermedad a través de la muerte.’[19]

 El sacramento de la Unción en la Iglesia Ortodoxa nunca fue identificado exclusivamente con la ‘Extremaunción’, rito disponible para los moribundos nada más, sino que vale para todos los que padezcan enfermedades fisicas o psíquicas. En muchos monasterios y parroquias ortodoxos se da la costumbre de celebrar el evchelaion en la iglesia en Semana Santa, el miércoles por la noche o el jueves por la mañana. Se invita a que todos los asistentes al oficio se acerquen para ser ungidos, por bien o mal que se encuentren fisicamente; porque aun si no necesitamos curación fisica, a todos nos hacen falta remedios espirituales. Demasiadas veces, en el mundo ortodoxo, la Unción de los Enfermos viene a ser sacramento que cae en el olvido: los ortodoxos deberíamos hacer mayor uso de él.


[1] Homilias sobre 1 de Cor, VII,1 (P.G. LXI. 55)

[2]La religión popular de Europa Oriental es litúrgica y ritualista, pero no del todo otromundista. No se puede acusar de puro misticismo a una religión que persiste en propalar nuevas fórmulas para la maldición de orugas y para la aniquilación de ratas muertas en el fondo de los pozos.’ (G. Every, The Byzantine Patriarchate, p.198).

[3] Homilías sobre [el Evangelio de San] Juan, 136: 4 (P. G. LIX, 472).

[4] En secciones siguientes, se tratará de describir la práctica de uso corriente en el rito bizantino; claro que no debemos perder de vista la posibilidad, o el hecho, mejor dicho, del rito occidental ortodoxo (véanse la p . 169).

[5] En los sistemas filosóficos del Medioevo se traza una distinción entre la sustancia o la esencia (es decir, lo que constituye una cosa y la hace ser lo que es) y los accidentes o las cualidades que se atienen a una sustancia (es decir, todo lo que se percibe por medio de los sentidos - tamaño, peso, forma, color, sabor, olor, etcétera). Una sustancia es cosa que existe en sí (ens per se), en cambio el accidente solamente puede existir por inherencia en otra cosa (ens in alio). Si se aplica esta distinción a la Eucaristía, se deriva la doctrina de la Transubstanciación. Según esta doctrina, en el momento de consagración durante la Misa, se produce un cambio de sustancia, pero los accidentes permanecen iguales: las sustancias del pan y el vino se convierten o transustancian en las del Cuerpo y la Sangre de Cristo, pero los accidentes del pan y el vino - el color, sabor, olor, etcétera - siguen milagrosamente en existencia, y permanecen perceptibles a los sentidos.

[6] Seguramente, dirían la misma cosa muchos católicos romanos.

[7] Ejemplo interesante de la ‘selectividad’ de la Iglesia, en cuanto a los decretos de los concilios locales que dan con la aprobación general (véase más arriba en la páginas 182-183).

[8] Traducido de R. W. Blackmore, The Doctrine of the Russian Church (London 1845), p. 92.

[9] Sobre la Fe Ortodoxa, IV, 13 (P.G.. XCIV, 1145A).

[10] Comentario sobre la Divina Liturgia, 32.

[11] Hágase notar que el sacrificio de Cristo abarca muchas otras cosas además de Su muerte: punto cardinal de la enseñanza patrística y ortodoxa.

[12] P. Evdokimov, L'Orthodoxie, p.241.

[13] ibid. p.208.

[14] ‘Es consabido que quien invite al Emperador que venga a su casa, limpia la casa primero y la deja en condiciones. Así que, si tu quieres admitir a Dios en tu hogar corporal para la ilustración de tu vida, debes primero santificar tu cuerpo mediante el ayuno’ (citación de los Cien Capítulos de Genadio). En casos de enfermedad o de auténtica necesidad, el confesor puede conceder una exención del ayuno de comunión.

[15] . En la Iglesia Ortodoxa, los consejos son dados no solamente por los sacerdotes ordenados sino también por monjes y monjas no-ordenados; con menos frecuencia, se dan casos donde hombres y mujeres del laicado, sin profesión monástica, ejercen de ‘padre’ o de ‘madre espiritual'. En tal caso, oyen la Confesión del penitente, le aconsejan, y en nombre de Dios le aseguran al penitente el perdón divino, pero esto no se considera acto de administración de la absolución divina en sentido estricto y canónico.

[16] En casos de necesidad, un Archimandrita o Arcipreste, como delegado del obispo, puede ordenar a un Lector.

[17] Es de preguntarse ¿qué es lo que ocurre si se oye el grito de ‘¡Anaxios!’ (‘¡No es digno!’)? No está nada claro. Varias veces este siglo, en Constantinopla y en Grecia, la gente proclamó su desaprobación de esta manera, pero en balde. Hay quienes reivindican que, al menos en teoría, si los legos expresan tal disentimiento, no puede realizarse la ordenación o la consagración.

[18] Apophthegmata (P.G. LXV), Bessarion 7.

[19] Sergio Bulgakov, The Orthodox Church.

Comentarios

Entradas populares