El Culto Ortodoxo, II: Los Sacramentos. Capítulo 14
El que fue nuestro Redentor visible
pasó ahora a los sacramentos.
San Leo el Grande
El puesto más importante en el
culto ortodoxo está reservado para los sacramentos, o según el vocablo griego,
los misterios. ‘Se llama misterio,’ escribe
San Juan Crisóstomo acerca de la Eucaristía, ‘porque lo que creemos es distinto a lo que vemos; lo que vemos es una
cosa, lo que creemos, otra... Cuando oigo mencionar el cuerpo de Cristo, yo
interpreto lo que se dice de una manera, y el descreído de otra.’ Ese doble carácter, exterior e interior, es un
rasgo distintivo de los sacramentos: porque los sacramentos, igual que la
Iglesia, son a la vez visibles e invisibles; en todo sacramento se da una
combinación de señal visible externa y una gracia espiritual interna. En el
Bautismo el cristiano se somete, por fuera, a ser lavado con agua, y a la misma
vez por dentro es limpiado del pecado; en la Eucaristía recibe lo que parece
ser, a primera vista, pan y vino, pero que es en realidad el Cuerpo y la Sangre
de Cristo.
En casi todos los sacramentos la
Iglesia se sirve de lo material - el agua, el pan, el vino, el óleo - y lo
convierte en vehículo del Espíritu Santo. De modo que los sacramentos miran
para atrás, siendo reminiscencias de la Encarnación, en la que Cristo asume
carne material y la hace vehículo del Espíritu; y miran también hacia el futuro
apocatástasis, redención final de la
materia en el último Día - o mejor dicho, lo anticipan. Los ortodoxos resisten
toda tentativa de disminuir la dimensión material de los sacramentos. A la
persona humana hay que enfocarla holísticamente, como unidad íntegra de alma y
de cuerpo, por lo tanto el culto sacramental en el que participan los seres
humanos debe involucrar plenamente a nuestros cuerpos junto con nuestras
mentes. El bautismo es por inmersión completa; en la Eucaristía se emplea pan
leudado en vez del ázimo; en la Confesión el celebrante confiere la absolución
no a distancia, sino de cerca, imponiendo las manos en la cabeza del penitente;
en el oficio fúnebre, es costumbre dejar el ataúd abierto, sin tapar, para que
todos puedan acudir a dar el último beso al difunto - el cadáver es objeto de amor
y no de aborrecimiento.
En la Iglesia Ortodoxa se suele
hablar de siete sacramentos, que corresponden básicamente a los siete
propuestos en la teología católica romana:
(I) Bautismo;
(II) Crismación (equivale a la Confirmación en occidente);
(III) La Eucaristía;
(IV) Arrepentimiento o Confesión;
(V) Ordenación
Religiosa;
(VI) Casamiento o Santo Matrimonio;
(VII) Unción de los Enfermos.
Esta lista se concretó
definitivamente tan sólo en el siglo XVII, época de mayor influencia latina.
Antes de esa fecha, los escritores ortodoxos varían en cuanto al número de
sacramentos: Juan Damasceno destaca dos; Dionisio Areopagita, seis; Joasaph,
Metropolita de Éfeso (del siglo XV) propone diez; y los teólogos bizantinos que
están de acuerdo en precisar siete sacramentos difieren sobre cuáles son esos
siete. Hasta hoy en día, el número siete no goza de ninguna fuerza dogmática en
la teología ortodoxa, sino que sirve nada más como número conveniente
catequístico.
Los que se plantean ‘siete
sacramentos’ deben procurar evitar dos tipos de equivocación. En primer
término, si bien todos los siete son verdaderos sacramentos, no supone que
todos tengan la misma importancia, sino que existe cierto orden ‘jerárquico'’ entre
ellos. La Eucaristía, por ejemplo, es el corazón de la vida y la experiencia
cristianas; no así la Unción de los Enfermos. De entre los siete, el Bautismo y
la Eucaristía priman sobre los demás; según la frase de la Comisión Bilateral
de teólogos rumanos y anglicanos (reunida en Bucarest en 1935), estos dos
sacramentos gozan de ‘preeminencia entre los divinos misterios’.
En segundo término, al hablar de
los ‘siete sacramentos’, no debemos aislar a esos siete de los otros muchos
actos eclesiales que también poseen fuerza sacramental: los sacramentales, denominación oportuna. Entre los sacramentales
se cuentan los ritos de profesión monástica, la gran bendición de las aguas en
la fiesta de Epifanía, los oficios para el entierro de los muertos, y la unción
de un monarca. En todos se da aquella conjunción de señal visible externa y
gracia espiritual interna. La Iglesia Ortodoxa hace uso, además, de un gran
número de bendiciones menores, de naturaleza igualmente sacramental: bendición
del trigo, vino y aceite; de frutas, fincas y hogares; de cualquier objeto o
elemento. Estas bendiciones y ritos menores son de índole a menudo práctica y
prosaica: hay oraciones para la bendición de coches o de locomotoras, y para la
limpieza de cualquier sitio infestado de bichos. No hay una división rígida entre los dos sentidos,
amplio y menos amplio, de la palabra ‘sacramento’: la vida cristiana entera
debe plantearse como unidad, como un solo misterio, único, o un gran sacramento
único, cuyas diversas modalidades se expresan en una gran variedad de actos,
algunos de ellos celebrados una vez en la vida nada más, y otros quizás una vez
al día.
Los sacramentos son de índole personal: son los medios por los que
cada cristiano se apropia, a nivel
individual, de la gracia de Dios. Por eso, en la mayoría de los sacramentos
de la Iglesia Ortodoxa, el sacerdote menciona el nombre de cada persona que
recibe el sacramento. Cuando reparte la comunión, por ejemplo, dice: ‘El siervo
de Dios ... [nombre] participa del santo, precioso Cuerpo y Sangre de Nuestro
Señor’; en la Unción de los Enfermos dice: ‘O Padre, cura a Tu siervo [nombre]
de su enfermedad que le aflige, cuerpo y alma’; en una ordenación sacerdotal
dice el obispo: ‘La gracia divina, que siempre sana lo débil y remedia las deficiencias,
ordena a ... [nombre]’. Nótese que en cada caso el celebrante no habla en
primera persona; no dice ‘Bautizo a...’, ‘Unjo a ...’, ‘Ordeno a...’. Los ‘misterios’
no son acciones propias nuestras, sino acciones de Dios en la Iglesia, y el
oficiante verdadero es siempre Cristo mismo. Como dice San Juan Crisóstomo: ‘El
sacerdote presta su lengua y suple su mano, nada más.’
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En la Iglesia Ortodoxa actual, así
como en la Iglesia de los primeros siglos, entre los tres sacramentos de
iniciación cristiana - que son el Bautismo, la Confirmación y la Primera
Comunión - existe una conexión íntima. Al ortodoxo que se hace miembro de
Cristo se le conceden inmediatamente los plenos privilegios de su adherencia.
Los niños ortodoxos en su infancia no solamente se bautizan, sino también son
confirmados y reciben la comunión. ‘Dejad a los niños y no impidáis que vengan
a mí, porque de los que son como ellos es el reino de los cielos’ (San Mateo 19:14).
El acto de Bautismo se compone de
dos elementos indispensables: la invocación del Nombre de la Trinidad, y la
triple inmersión en el agua. Dice el sacerdote, ‘El siervo de Dios [nombre] es
bautizado en el Nombre del Padre, Amén. Y del Hijo, Amén. Y del Espíritu Santo,
Amén.’ Según se vaya invocando el nombre de cada persona de la Trinidad, el
sacerdote mete el infante en la pila bautismal, sumergiéndolo del todo debajo
del agua, o si no echándole agua por todo el cuerpo. Si el candidato bautismal
está tan enfermo que la inmersión pondría en peligro su vida, basta con echarle
agua en la frente; en los demás casos, no se debe prescindir del acto de
inmersión.
Muchos ortodoxos se sienten
preocupados por el hecho que los cristianos de occidente, habiendo abandonado
la antigua costumbre del Bautismo por inmersión, se contentan nada más con
echarle al candidato un poco de agua en la frente, o incluso con untarle la
frente con unas gotas de humedad sin mojarle con agua en absoluto (es
lamentable que esta práctica se dé con cada vez más frecuencia entre la
comunión anglicana). Aun si algunos clérigos ortodoxos cayeron en la desidia
con respecto a la observancia del rito correcto, no caben dudas de cuál es la
verdadera enseñanza ortodoxa: la inmersión es imprescindible (menos en los
casos de emergencia), porque de no haber inmersión, se pierde la
correspondencia entre el signo externo y el significado interno, y se altera el
simbolismo del sacramento. El Bautismo significa sepultura y resurrección
místicas con Cristo (Romanos 6: 4-5 y
Colonenses 2: 12); el signo externo
es el hundimiento del candidato en la pila bautismal, y a continuación su
salida de las aguas. Por lo tanto, el simbolismo sacramental exige inmersión o ‘sepultura’
en las aguas del Bautismo, seguido de la ‘resurrección’ del candidato cuando se
yergue de ellas y aparece de nuevo. El Bautismo por infusión (cuando el agua se
le echa nada más en una parte del cuerpo) se permite en casos particulares;
pero el Bautismo por aspersión o unción, francamente, no es el Bautismo real.
Por medio del Bautismo se nos
perdonan plenamente todos nuestros pecados, tanto el original como el actual;
nos ‘revestimos de Cristo’, convirtiéndonos en miembros de Su Cuerpo, la
Iglesia. Como recuerdo de su Bautismo, los cristianos ortodoxos suelen llevar
toda la vida un crucifijo colgado del cuello como pendiente.
El Bautismo normalmente debe ser
celebrado por un obispo o un sacerdote. En casos de emergencia, puede ser
celebrado por un diácono, o por cualquier hombre y mujer, con tal de que sean
cristianos. Los teólogos católicos romanos mantienen que si es necesario el
Bautismo lo puede celebrar incluso una persona no-cristiana; los ortodoxos, en
cambio, mantienen que eso no es posible. La persona que bautiza debe haber sido
también bautizada.
CRISMACIÓN
Justo después del Bautismo, el niño
ortodoxo recibe el ‘crisma’ o la ‘confirmación’. El sacerdote toma un ungüento
especial, el Crisma (en griego, myron), y se sirve de ello para ungir varias
partes del cuerpo del candidato, marcándolas con la señal de la Cruz: se
empieza por la frente, luego los ojos, la nariz, la boca, las orejas, el pecho,
las manos, y los pies. Según va marcando cada parte, va diciendo ‘El sello del
don del Espíritu Santo’. El niño, incorporado en Cristo por el Bautismo, recibe
ahora la Crismación como don del Espíritu Santo, convirtiéndose en laïkos (laico), miembro pleno del laos (pueblo) de Dios. La Crismación es
la extensión de Pentecostés: el mismo Espíritu que descendió sobre los
Apóstoles de modo visible en forma de lenguas de fuego, desciende ahora sobre
el recién bautizado de modo invisible pero con la misma vigencia y poder. Por
medio de la Crismación, todo miembro de la Iglesia se convierte en profeta, y
toma parte del sacerdocio real de Cristo: todos los cristianos iguales, al ser
crismados, son llamados a testimoniar en plena conciencia la Verdad. ‘Vosotros
habéis recibido la unción que viene del Santo, y todos tenéis la creencia’ (Primera Carta de San Juan 2: 20).
En occidente suele ser el obispo
quien confiere la Confirmación; en oriente, la Crismación es administrada por
un sacerdote, pero el Crisma del que se sirve debe bendecirse primero por un
obispo. (Según el uso ortodoxo corriente, solamente los obispos que sean
dirigentes de Iglesias Autocéfalas tienen derecho a bendecir el Crisma). De
manera que tanto en oriente como en occidente participa el obispo en el segundo
sacramento de iniciación cristiana, de modo directo en occidente, e indirecto
en oriente.
La Crismación también sirve de
sacramento conciliador. Si por ejemplo un ortodoxo elige apostatar y se
convierte al Islam, y más tarde vuelve a la Iglesia, al ser recibido de nuevo
se lo somete a la Crismación. Igualmente, los católicos romanos que se
convierten a la Ortodoxia suelen ser recibidos por el rito de Crismación, al
menos según el uso del Patriarcado Ecuménico y la Iglesia de Grecia; la Iglesia
rusa, en cambio, los suele recibir por mero acto de profesión de la fe, sin
crismarlos. Los anglicanos y demás protestantes siempre son recibidos por el
acto de Crismación. A veces los conversos se reciben por Bautismo.
Lo antes posible, después de la
Crismación, se le trae al niño ortodoxo a comulgar. Las primeras memorias que
tendrá el niño acerca de su vida eclesial girarán en torno al acto de consumo
de los Santos Dones que son el Cuerpo y la Sangre de Cristo. La comunión no
ocurre por primera vez a los seis o siete años de edad (como en la Iglesia
Católica Romana), o siendo ya adolescentes (como en el Anglicanismo), sino que
es un rito del que nunca fueron excluidos.
EUCARISTÍA
Hoy en día, en la Iglesia oriental,
se celebra la Eucaristía de acuerdo con uno de los siguientes cuatro ritos:
(1) La Liturgia de San Juan Crisóstomo (Liturgia normal tanto los domingos como los días
laborables).
(2)
La Liturgia de San Basilio el Grande (celebrada diez veces al año: estructuralmente es
muy parecida a la Liturgia de San Juan Crisóstomo; únicamente, tiene una
Plegaria Eucarística mucho más larga).
(3) La Liturgia de Santiago, Hermano del Señor (celebrada una vez al año en Jerusalén y unos
cuantos otros lugares el 23 de octubre, Fiesta de Santiago).
(4) La Liturgia de los Dones Presantificados (celebrada los miércoles y viernes de Cuaresma, y
lunes, martes y miércoles de Semana Santa. No hay rito consagratorio en esta
Liturgia, sino que para la comunión se reparten pan y vino consagrados el
domingo anterior).
La estructura general de las
Liturgias de San Juan Crisóstomo y San Basilio es la siguiente:
I. OFICIO DE PREPARACIÓN
- la Prothesis
o Proskomidia: preparación del pan y vino que servirán para la Eucaristía.
II. LITURGIA DE LA PALABRA
- la Synaxis
A. Inauguración
de la Liturgia - la
Enarxis
Letanía de la Paz
Salmo 102 (103)
Letanía Menor Salmo 145 (146), seguido por el himno
Hijo único y verbo de Dios
Letanía Menor
Bienaventuranzas (con los himnos propios del día,
los Troparios)
B. Entrada
Menor, seguido
por los Troparios propios del día Trisagion - ‘Santo Dios, Santo Fuerte,
Santo Inmortal, ten piedad de nosotros'- se repite varias veces
C. Lecturas de
las Escrituras
Prokimenon
- versículos tomados del Salterio
Lectura de la Epístola
Aleluya
- se canta nueve, o en algunas
ocasiones tres, veces, con intercalación de
versículos bíblicos
Lectura del Evangelio
Homilía (a veces se traslada hasta el final de la
Liturgia)
D. Intercesión
por la Iglesia
Letanía de Suplicación Fervorosa Letanía de los
Difuntos
Letanía de los Catecúmenos
III. LITURGIA EUCARÍSTICA
A. Dos cortas Letanías de los Fieles, de prefacio a la Entrada Mayor; a continuación, la Letanía de Suplicación
B. Beso de la
Paz y Credo
C. Plegaria
Eucarística Diálogo Inaugural
Acción de Gracias - culmina en la narración del
Cenáculo, con citación de las palabras de Cristo: ‘Esto es Mi Cuerpo...
Esta es mi Sangre...’
Anamnesis
- acto de ‘recuerdo’ y oblación.
sacerdote ‘recuerda’
la muerte, sepultura, Resurrección, Ascensión, y Segunda Venida de Cristo, y ‘hace
ofrenda’de los Santos Dones a Dios
Epiclesis
– Invocación o llamamiento al Espíritu a que descienda
sobre los Santos Dones
Gran Conmemoración de todos los miembros de la
Iglesia: la Madre de Dios, los santos, los difuntos y los vivos.
Letanía de Suplicación, y a continuación la Oración
del Señor
D. Elevación de
los Dones Consagrados y Fracción del
Pan (cuando se parte)
E. Comunión
del clero y de los laicos
F. Conclusión de
la Liturgia:
Acción de Gracias y Bendición de Despedida;
istribución del Antidoron
La primera parte de la Liturgia, el
Oficio de Preparación, es celebrado privadamente por el sacerdote y el diácono
en la capilla de la Prothesis. Por lo
tanto la parte pública del oficio se divide en dos porciones, la Synaxis
(oficio compuesto de himnos, plegarias, y lecturas de la Biblia) y la
Eucaristía: originalmente, la Synaxis y la Eucaristía se solían celebrar por
separado, pero a partir del siglo IV las dos se fundieron efectivamente en una.
Ambas incluyen una procesión, conocida ésta como Entrada Menor (en la Synaxis)
y Entrada Mayor (en la Eucaristía). En la Entrada Menor, se saca en procesión
por toda la iglesia el Libro de los Evangelios; en la Entrada Mayor, el pan y
el vino (que se prepararon antes de comenzar la Synaxis) se llevan en procesión
desde la capilla del Prothesis hasta
el altar. La Entrada Menor corresponde al Introito del rito occidental
(originalmente, la Entrada Menor señalaba el comienzo de la parte pública del
oficio, pero en la actualidad viene precedida por una serie de Litanías y
Salmos); la Entrada Mayor corresponde aproximada pero no exactamente a la
Procesión Ofertoria que se da en occidente. Ambas porciones de la Liturgia,
tanto la Synaxis como la Eucaristía, culminan en punto ápice: la lectura del
Evangelio, en el caso de la Synaxis; Epiclesis del Espíritu Santo en el caso de
la Eucaristía.
La creencia de la Iglesia Ortodoxa
acerca de la Eucaristía viene expresada con claridad en el transcurso de la
Plegaria Eucarística. El sacerdote recita la primera parte de la acción de
gracias en voz baja (ahora hay también sitios donde la recitación se hace en
voz alta) hasta que llegue a las palabras pronunciadas por Cristo en el
Cenáculo: ‘Tomad y comed, Esto es Mi Cuerpo...’, ‘Tomad y bebed todos de él,
Esta es Mi Sangre...’; estas palabras se recitan siempre en voz alta para que
las oigan todos los feligreses reunidos. En voz baja, de nuevo, el sacerdote
recita la Anamnesis:
Conmemorando la Cruz, la Tumba, la Resurrección del
tercer día, la Ascensión al Cielo, la Entronización a la derecha, y la segunda
y gloriosa Venida.
Continúa en voz alta:
Lo Tuyo de Lo Tuyo Te ofrecemos, en todos y para
todos.
A continuación, la Epiclesis, que se recita normalmente en
voz baja, pero a veces en voz alta para que oigan todos:
Envía Tu Espíritu Santo sobre nosotros y sobre los
dones aquí preparados; Y haz que este pan sea el Precioso Cuerpo de Tu Cristo,
Y lo que hay en este cáliz, la Sangre Preciosa de Tu
Cristo, Transformándolos por Tu Espíritu Santo. Amén. Amén. Amén.
Acto seguido, el sacerdote y el
diácono se inclinan o se postran ante los Santos Dones, recién consagrados.
Se hace evidente que el concepto
del ‘momento de la consagración’ se interpreta de modo distinto en ambas
Iglesias, Ortodoxa y Católica Romana. Según la teología latina del medioevo, la
consagración se efectúa con las Palabras de Institución: ‘Este es Mi Cuerpo...’ Esta es Mi Sangre...’. Según la teología
ortodoxa, el acto de consagración no queda completo hasta el final de la Epiclesis, y toda veneración a los
Santos Dones antes de completarse esa invocación es condenada por la Iglesia
Ortodoxa de ‘artolatría' (culto al pan). Los ortodoxos, sin embargo, no es que
crean ni que la consagración sea efectuada únicamente
por la Epiclesis, ni que las
Palabras de Institución sean sobrantes y faltas de importancia. Al contrario,
creen que la Plegaria Eucarística entera constituye una entidad íntegra e
indivisa, y que por lo tanto las tres partes de la plegaria - Acción de
Gracias, Anamnesis, Epiclesis -
forman, cada una, una parte íntegra del acto único de la consagración. Lo cual
supone, evidentemente, que si queremos aislar algún ‘momento de la
consagración', no se puede antes del Amén
final de la Epiclesis.
La Presencia de Cristo en la Eucaristía. Las palabras que componen la Epiclesis ponen en claro, la creencia de la Iglesia Ortodoxa que
tras la consagración el pan y el vino se convierten plena y verdaderamente en
Cuerpo y Sangre de Cristo: no son meros símbolos, sino realidad. Si bien
siempre se insistió en la realidad del
cambio, los ortodoxos nunca intentaron explicar el cómo: la Plegaria Eucarística de la Liturgia emplea el verbo metabalo, término neutro con el significado de ‘convertir’, ‘cambiar’, o ‘alterar’.
Cierto es que en el siglo XVII no sólo los escritores individuales sino los
concilios ortodoxos, como el de Jerusalén en 1672, se sirvieron del término
latino ‘transubstanciación’ (en griego, metousiosis) además de la distinción escolástica
entre la sustancia y los accidentes.
LOS SACRAMENTOS
A la misma vez, empero, los Padres
de Jerusalén se molestaron por añadir que esta terminología no constituye la
explicación de cómo se produce la alteración, ya que es un misterio y siempre
permanecerá incomprensibles. A pesar de esta cláusula modificadora, fueron
muchos los ortodoxos quienes opinaban que los de Jerusalén se habían
comprometido demasiado a la terminología del Escolasticismo Latino, por lo que
parece significativo que en 1838, fecha
en que la Iglesia rusa edita una traducción de los Actos de Jerusalén, aunque
sigue figurando el término transubstanciación, se modifica el resto del párrafo
de manera tal que se eviten los términos técnicos ‘sustancia’ y ‘accidentes’.
Hoy en día unos cuantos escritores
ortodoxos siguen empleando el término transubstanciación, pero puntualizan dos
cosas al respecto: primero, que hay muchos otros términos que valen para
describir la consagración, y no se puede decir que el término
transubstanciación prime sobre ellos, ni que goce de autoridad única o
decisiva; segundo, el emplear aquel término no supone que los teólogos se
comprometan a la aceptación de los conceptos filosóficos aristotélicos. La
postura al respecto de los ortodoxos en general se resume con claridad en el Catequismo Largo, compuesto por Philaret, Metropolita de Moscú (1782-1867), y aprobado por la Iglesia rusa en 1839:.
PREGUNTA: ¿Cómo debemos interpretar la palabra
transubstanciación?
RESPUESTA: … No
se debe creer que con esa palabra ‘transubstanciación' se pretenda definir cómo
el pan y el vino se convierten en Cuerpo y Sangre de Cristo, cosa que no lo
entiende nadie más que Dios; significa, nada más, que el pan se convierte real,
verdadera y sustancialmente en el mismísimo Cuerpo del Señor, y el vino en la
mismísima Sangre del Señor.
El Catecismo sigue con la citación
de Juan Damasceno:
Si preguntas que cómo ocurre, basta con saber que
mediante el Espíritu Santo... más que esto no sabemos, que la palabra de Dios
es cierta, activa y omnipotente, pero su manera de actuar es insondable.
En toda iglesia parroquial
ortodoxa, el Bendito Sacramento es reservado, casi siempre en un sagrario sobre
el altar, aunque no hay reglas precisando dónde ha de guardarse. Los ortodoxos,
sin embargo, no celebran oficios de veneración pública al sacramento reservado,
ni tampoco hay ritos equivalentes a los ritos católicos romanos de Exposición y
Bendición. Se reserva el sacramento para que puedan comulgar los enfermos nada
más, y no con otros motivos. El sacerdote bendice a los feligreses con el
sacramento durante la Liturgia, pero nunca lo hace fuera de ese contexto. La
eucaristía, por esencia, es una comida, por tanto que el significado de los
elementos consagrados sufre deformidad si se les saca del contexto donde se
comen y se beben.
La Eucaristía como sacrificio. La Iglesia Ortodoxa cree que la
Eucaristía es un sacrificio; en esto, así como en lo anterior, la enseñanza
básica ortodoxa se pone en plena luz en el mismo texto de la Liturgia. ‘Lo Tuyo
de lo Tuyo Te ofrecemos, en todos y para todos.'’
(1)
Ofrecemos lo Tuyo de lo Tuyo. En la Eucaristía el sacrificio que se ofrece es
Cristo Mismo. Nuestras ofrendas de pan y vino son asumidas en el autosacrificio
de Cristo, y transformadas así en Su Cuerpo y Sangre.
(2) La ofrenda es lo Tuyo también en otro
sentido: Cristo es no solamente el
sacrificio ofrendado, sino también es El quien celebra el acto ofrecido, en el
sentido más profundo y verídico. Es víctima y sacerdote a la vez, ofrenda y
ofreciente. Según la oración dirigida por el celebrante a Cristo justo antes de
la Entrada Mayor, ‘Tu eres el que ofreces y el que es ofrecido.’
(3) Te lo ofrecemos a Tí. Según el Concilio de Constantinopla celebrado en
1156-7, la Eucaristía es ofrecida a la Trinidad. Es decir que es ofrecido no
sólo por Cristo a Dios Padre, sino por Cristo a todas las tres personas de la
Divinidad - por Cristo a Sí Mismo, junto con el Padre y el Espíritu. Total que
si nos preguntamos ¿Cuál es el
sacrificio que se realiza en la Eucaristía? ¿Quién es el que lo ofrece? ¿4 quién
es ofrecido? - en cada caso la respuesta es Cristo (aunque en el tercer caso es preciso añadir que cuando
Cristo recibe el sacrificio, lo hace junto con los otros dos miembros de la
Trinidad, ya que la Divinidad es indivisa).
(4) Lo ofrecemos para todos: según
la teología ortodoxa, la Eucaristía es sacrificio propiciatorio (en griego, thysia hilastirios) ofrecido de parte
tanto de los vivos como de los muertos.
En la Eucaristía, pues, el
sacrificio que ofrecemos es el sacrificio de Cristo. Pero ¿eso qué significa?
Los teólogos elaboraron y siguen manteniendo muchas teorías distintas al
respecto. Algunas de las teorías han sido rechazadas por la Iglesia, por
deficientes, pero la Iglesia nunca se comprometió formalmente a ninguna
explicación individual del sacrificio eucarístico. Nicolás Cabásilas resume así
la postura ortodoxa:
En primer término, el sacrificio no es ni mera
expresión figurativa ni símbolo, sino verdadero sacrificio; en segundo término,
no es el pan lo que se sacrifica, sino el mismo Cuerpo de Cristo; en tercer
término, el Cordero de Dios fue sacrificado una vez nada más y para siempre...
El sacrificio eucarístico consiste no en la verdadera y cruenta inmolación del
Cordero, sino en la transformación del pan en el Cordero sacrificado.
La Eucaristía no es ni mera
conmemoración ni representación imaginaria del sacrificio de Cristo, sino el
propio sacrificio, auténtico; sin embargo, por otro lado no es un nuevo
sacrificio, ni la repetición del sacrificio en el Calvario, puesto que el
Cordero fue sacrificado ‘una vez nada
más, para siempre’. Los episodios ocurridos en el sacrificio de Cristo - la
Encarnación, el Cenáculo, la Crucifixión, la Resurrección, la Ascensión’ - no se repiten en la Eucaristía, sino que se hacen presentes. ‘Durante la Liturgia, mediante su poder
divino, somos arrebatados al punto donde la eternidad se interseca con el
tiempo, punto en el que nos convertimos en participantes contemporáneos de los
acontecimientos que conmemoramos.’ ‘Todos los
santos cenáculos de la Iglesia no sonen realidad más que un solo Cenáculo,
único y eterno, el de Cristo en la Sala del piso alto. El mismo acto divino
ocurre en un momento histórico especifico, y a la misma vez siempre es el mismo
acto que se ofrece en el sacramento.’
La Santa Comunión. En
la Iglesia Ortodoxa, tanto los laicos como los clérigos siempre reciben la
comunión ‘en las dos especies’. La comunión se reparte al laicado con cuchara,
y consiste en un trocito del Pan Sagrado junto con una porción del Vino y se
toma de pie. Los ortodoxos exigen ayuno estricto antes de comulgar, por lo que
no se debe comer ni beber nada después de despertarse por la mañana. Muchos ortodoxos en la actualidad comulgan con poca
frecuencia- a lo mejor tres o cuatro veces al año - no por falta de respeto al
sacramento, sino porque aprendieron desde su infancia a comulgar solamente tras
un largo y cuidadoso período de preparación. En los años recientes, sin
embargo, la comunión frecuente - hay parroquias donde se comulga todos los
domingos - se va generalizando más, tanto en Grecia como en Rusia, Rumania y
los países occidentales; son de abrazar, con entusiasmo, la vuelta al uso de
los cristianos primitivos.
Después de la bendición de
despedida con la que se clausura la Liturgia, la gente acude a recibir otro
trocito de pan, llamado Antidoron, que
es un pan bendito pero no consagrado, aunque fue parte de la misma hogaza de
pan que se utilizó para la consagración. En la mayoría de las parroquias
ortodoxas, se les permite - incluso se les insta - a los noortodoxos
asistentes a la Liturgia a tomar el Antidoron,
como expresión del amor y la simpatía cristianos.
ARREPENTIMIENTO
Los niños ortodoxos comulgan desde
la infancia. Una vez que son mayores y que saben discernir el bien y el mal, y
entienden lo que es el pecado - a la edad quizás de seis o siete años - pueden
presentarse para otro sacramento: el de Arrepentimiento, Penitencia, o
Confesión (en griego, metanoia o exomologisis). Por medio de este
sacramento los pecados cometidos después del Bautismo son perdonados, y el
pecador es conciliado con la Iglesia: por eso, muchas veces se designa con el
nombre de ‘Segundo Bautismo’. El sacramento sirve simultáneamente como curación
sanativa para el alma, ya que el sacerdote administra no solamente la
absolución sino también los consejos espirituales. Puesto que el pecado es
pecado no solamente contra Dios sino también contra el prójimo, contra la comunidad,
la Confesión y la disciplina penitencial en la Iglesia primitiva eran un asunto
público; mas luego, durante muchos siglos, tanto entre los cristianos de
oriente como los de occidente, la Confesión fue tomando una forma siempre de ‘conferencia'
privada entre el sacerdote y el penitente nada más. El sacerdote tiene
prohibido de revelar a cualquier otra persona lo que aprende en la Confesión.
En la Iglesia Ortodoxa, la gente se
confiesa no en un confesionario cerrado, a través de una rejilla que separa al
penitente del confesor, sino en cualquier parte de la Iglesia que convenga,
típicamente en un lugar abierto delante del iconostasio; a veces el sacerdote y
el penitente se ponen detrás de una pantalla, o puede que haya en la iglesia
una sala aparte reservada para las confesiones. En occidente el sacerdote suele
sentarse y el penitente arrodillarse; en cambio, en la Iglesia Ortodoxa los dos
están de pie (o a veces se sientan, los dos). El penitente muchas veces se pone
de frente a un pupitre sobre el cual se colocan una Cruz y un icono del
Redentor o el Libro de los Evangelios; el sacerdote se pone un poco aparte,
escenario que hace resaltar el hecho de que en la Confesión no es el sacerdote
sino Dios quien juzga. El sacerdote actúa como testigo y ministro de Dios, nada
más, cosa que también se puntualiza, según el rito ruso, en lo que el sacerdote
le dice al penitente como salida:
He aquí, hijo mío, que Cristo está
presente, invisible, y recibe tu confesión. Por ello, no sientas vergüenza ni
miedo; no me ocultes nada, sino cuéntame sin reparos todo lo que has hecho, y
así conseguirás el perdón de Nuestro Señor Jesucristo. Ves, Su santo icono está
delante nuestro: y yo no soy más que testigo, atestiguando ante Él todo lo que
me tengas que decir. Pero si me ocultas algo, aumentará tu pecado. Ten cuidado,
por eso, en no venir a casa del médico para luego irte sin sanar.
A continuación, el sacerdote oye la
Confesión, y si es preciso hace preguntas; luego, da consejos. Después de
confesarse plenamente, el penitente se arrodilla o inclina la cabeza, y el
sacerdote coloca su estola (epitrachilion) en la cabeza del penitente, pone la
mano encima de la estola y recita el rito de absolución. En los misales griegos
la fórmula de absolución es deprecativa (expresada en tercera persona, ‘Que
Dios perdone...’), en cambio en los eslavónicos es indicativa (en primera
persona, ‘Perdono…’).La fórmula griega es la siguiente:
Todo lo que me has dicho a mí,
humilde que soy, y todo lo que no llegaste a decir, ya por ignorancia o por
olvido, sea lo que sea, que Dios te lo perdone en este mundo y en el que
viene... No sientas inquietud; que vayas en paz.
En eslavónico se da la fórmula
siguiente:
Que Nuestro Señor y Nuestro Dios,
Jesucristo, por la gracia y la bondad de Su amor para con la humanidad, te
perdone, [nombre] hijo/a mío/a, todos tus delitos. Y yo, por sacerdote indigno
que sea, en virtud del poder que Él me ha concedido, te perdono y te absuelvo
de todos tus pecados.
Esta fórmula, en primera persona,
se introdujo en los misales ortodoxos por primera vez bajo el influjo latino,
por Pedro de Moghila, empezando por Ucrania, hasta ser adoptada por la Iglesia
rusa entera en el siglo XVIII. Muchos ortodoxos deploran este abandono de la
práctica sacramental tradicional del cristianismo oriental, ya que en ningún
otro caso habla el sacerdote en primera persona.
Si le parece oportuno, el sacerdote
puede imponer una penitencia (epitimion),
pero no es constituyente indispensable del sacramento y muchas veces se
prescinde de ello. Muchos ortodoxos tienen ‘padre espiritual’ particular (que
no tiene porque ser su párroco) al que visitan con regularidad para confesarse
y pedir consejos espirituales. No hay reglamentación en la Ortodoxia en cuanto a
la frecuencia con la que uno debe confesarse: los rusos, por lo general, se
confiesan con mayor frecuencia que los griegos. Donde prevalezca la comunión
infrecuente - cuatro o cinco veces al año, por ejemplo - se cree que los
feligreses deben confesarse antes de comulgar cada vez; pero donde se ha
logrado restablecer la comunión frecuente, no es de esperar que el feligrés se
confiese todas las veces antes de comulgar.
LAS ÓRDENES Las ‘Órdenes Mayores’ de la Iglesia
Ortodoxa son tres, Obispo, Sacerdote y Diácono; las ‘Órdenes Menores’ son dos,
Subdiácono y Lector (antiguamente había otras Ordenes Menores, pero en la
actualidad cayeron en el desuso casi total, todas menos esas dos). Las
ordenaciones a las órdenes Mayores se celebran siempre en el contexto de la
Liturgia, y siempre individualmente (en el rito bizantino, a diferencia del
romano, se precisa que no ha de ordenarse más de un diácono, sacerdote u obispo
en cada Liturgia). Solamente el obispo tiene el poder de ordenación, y la consagración de un obispo debe ser a manos de
tres o por lo menos dos obispos, jamás a manos de uno solamente: puesto que el
episcopado es de naturaleza ‘colegial’, la consagración episcopal debe ser acto
del ‘colegio’ episcopal. Si bien una ordenación es celebrada por el obispo,
debe ser convalidada también por el asentimiento popular de todo el pueblo de
Dios; de ahí que en determinada coyuntura del oficio la gente congregada
aprueba la ordenación con gritos de ‘¡Axios! ‘ (‘¡Es digno!').
Los sacerdotes ortodoxos se dividen
en dos categorías distintas, que son el sacerdocio ‘blanco’ (es decir, casado),
y el ‘negro’ (monástico, y por lo tanto célibe). Los ordenados deben decidir,
antes de ser ordenados, a cuál de las dos categorías quieren reunirse, ya que
es regla estricta que nadie se puede casar después de haber sido ordenado a una
de las órdenes Mayores. Los que quieran casarse, por ende, deben hacerlo antes
de hacerse diácono. Los que no quieran casarse generalmente se hacen monjes
antes de ordenarse; pero hoy en día son varios los que se sumaron al clero
célibe sin hacer profesión monástica formal. Sin embargo, no se les permite a
éstos cambiar de opinión más tarde y casarse. Si muere la mujer de un
sacerdote, no se le permite casarse otra vez.
En tiempos pasados, el párroco
solía ser casi siempre un hombre casado, pero hoy en día es bastante común
ponerles a los monjes-sacerdotes a cargo de una parroquia. Desde el siglo VI o
VII, el obispo hubo de ser célibe, y desde el siglo XIV quizás antes hubo,
además, de profesar voto monástico; aun así, es admisible que un viudo se haga
obispo, con tal de que se profese monje. El monacato de la Iglesia Ortodoxa se
encuentra en condiciones tan reducidas que en muchos sitios no resulta fácil
hallar candidatos indicados para el episcopado, por lo tanto un número
creciente de ortodoxos creen que, en vista de las realidades modernas, el uso
de limitar el episcopado a los clérigos monásticos ya no es deseable. Quizás la
solución al problema consista no en alterar la reglamentación sobre los obispos
monjes, sino en vigorizar la vida monástica.
En la Iglesia primitiva, el obispo
a menudo era elegido por la gente de su diócesis, clero y laicado. Hoy en día
suelen ser los miembros del Sínodo Directivo de cada Iglesia autocéfala quienes
nombran el obispo a la sede vacante; en algunas Iglesias, no obstante - como
las de Antioquía y de Chipre - existe todavía en forma modificada el sistema
antiguo de elección popular. El Concilio de Moscú de 1917-18 estipuló que a
partir de entonces los obispos de la Iglesia rusa habían de ser elegidos por el
clero y el laicado de cada diócesis, regulación que todavía hoy se observa en
la comunidad rusa de París y por la OCA de América, pero que en la Unión
Soviética bajo los comunistas fue imposible de implementar, por razones que
saltan a la vista. Ahora que se restableció la libertad religiosa en Rusia, la
resolución moscovita de 1917-18 se podría implementar, indudablemente, pero
esto hasta ahora no se ha hecho.
En la Iglesia Ortodoxa, el
diaconado es, desde un principio, un puesto permanente, y no sólo un escalón en
el camino del sacerdocio; hay muchos diáconos ortodoxos que no ambicionan
ningún tipo de rango superior. Para una celebración plena y completa de la
Divina Liturgia, el diácono es imprescindible, de hecho que cada parroquia debe
si puede disponer de diácono propio (que por supuesto puede ejercitar una
profesión seglar); pero en la práctica, escasean los diáconos en muchas partes.
Urge, y con gran apremio, revalorizar y vigorizar el ministerio diaconal en la
Ortodoxia contemporánea.
¿Cuál, pues, es la actitud de los
ortodoxos del mundo moderno para con el tema candente de la ordenación de las
mujeres? Los ortodoxos aceptan sin reparos que las mujeres pueden ser ordenadas
al diaconado, primera de las tres órdenes Mayores. En la Iglesia primitiva las
mujeres ejercían de diaconisas; y a pesar de que en occidente estas diaconisas
solían ser consideradas ‘legas’ en vez de ‘ordenadas’, entre los cristianos de
oriente se les bendecía con las mismas oraciones y según el mismo rito que se
empleaba para los diáconos, así que parece justificable asignarle el mismo
valor sacramental al diaconado femenino que al masculino. Ayudaban sobre todo
en el Bautismo de las mujeres mayores y en el trabajo pastoral entre feligreses
femeninas, pero parece ser que no predicaban ni participaban en la
administración de la Santa Comunión. La orden de las diaconisas nunca fue
abolida en la Iglesia Ortodoxa, pero a partir del siglo VI o VII fue cayendo
cada vez más en el desuso, hasta que alrededor del siglo XI, desapareció del
todo. Muchos ortodoxos hoy en día buscan resucitar el diaconado de las mujeres,
como asunto de prioritaria urgencia.
Si las mujeres pueden ser ordenadas
al diaconado, ¿porqué no también al sacerdocio? La mayoría aplastante de los
ortodoxos lo cree imposible. Aducen, primariamente, a las costumbres
inalterables de la Iglesia a lo largo de los últimos dos milenios. Si Cristo
hubiese querido que las mujeres fueran sacerdotes, arguyen, les habría
proporcionado enseñanzas al respecto a Sus Apóstoles, de conformidad con ese
plan, y éstos lo habrían observado. La ordenación de las mujeres al sacerdocio
carece de base alguna en las Escrituras y la Tradición, y no tenemos derecho,
al cabo de dos mil años, a proponer innovaciones de semejante magnitud. Algunos
teólogos ortodoxos aducen además los argumentos ‘simbólicos’ o ‘icónicos’
propuestos por determinados comentaristas católicos romanos: el sacerdote en la
Eucaristía representa a Cristo, y como Cristo fue hombre, asimismo el sacerdote
ha de ser hombre. Sin embargo, a otros ortodoxos, pese a su oposición al
sacerdocio de las mujeres, este argumento ‘icónico’ les parece no muy
convincente, y prefieren interpelar a la Tradición nada más.
Existe, sin embargo, una creciente
minoría de ortodoxos quienes sienten con fuerza que la cuestión entera todavía
no ha sido sometida a un examen riguroso y profundo, requisito de parte de los
obispos y teólogos ortodoxos. Son escasísimos los ortodoxos quienes, hasta la
fecha, se han pronunciado definitivamente a favor de la ordenación, cuanto
antes, de las mujeres al sacerdocio. Un grupo mucho más numeroso opina que los
argumentos que hasta ahora se han aducido, tanto en pro como en contra de
semejante ordenación, han sido muy insuficientes. Existe una necesidad
apremiante entre los ortodoxos de reflexionar acerca de toda una gama de
cuestiones básicas: ¿Qué es un sacerdote? ¿Cómo podemos reavivar la rica diversidad
de ministerios que figuran en la Iglesia primitiva? ¿Hasta qué punto se diría
que nuestras opiniones sobre los ministerios apropiados, tanto masculinos como
femeninos, radican en estereotipos culturales heredados, y no en principios
auténticamente teológicos? A nivel espiritual, ¿qué significado tienen la
diferenciación y complementariedad sexual de los hombres y mujeres? Son
misterios que apenas se han empezado a explorar.
Si nosotros los ortodoxos
pretendemos investigar estos misterios con mayor audacia e imaginación, está
claro que no lo podrán hacer los hombres ortodoxos solos. Tiene que oírse la
voz femenina en la vida de la Iglesia Ortodoxa, cosa que hasta ahora no se ha
logrado. Es de notar que afortunadamente las mujeres ortodoxas empiezan ya a
participar mucho más activamente en la vida eclesial. En las academias
teológicas de Grecia y de Rusia, por ejemplo, se registran incrementos notables
en el número de estudiantes femeninas, y en EEW se han formado asociaciones
dinámicas de presbíteras (mujeres de
sacerdote). Todo lo cual resulta muy grato: porque si la Ortodoxia pretende dar
testimonio creativo en el siglo XXI, tendrá que sacar partido de los dones de
sus adherentes femeninos tanto como de sus hombres.
MATRIMONIO
El misterio trinitario de la unidad
en diversidad se aplica no sólo a la doctrina de la Iglesia sino también a la
doctrina del matrimonio. Los seres humanos están hechos a la imagen de la
Trinidad, y todos, menos algunos casos especiales, son destinados por Dios a
vivir no solos sino en familia. Así como Dios bendijo la primera familia, y les
mandó a Adán y Eva ser prolíficos y multiplicarse, la Iglesia hoy en día
bendice la unión del hombre y la mujer. El matrimonio no es un estado natural
nada más; es también un estado de gracia. La vida matrimonial, tanto como la
vida monástica, es una vocación especial, que requiere un don particular o charisma del Espíritu Santo; este don es
conferido por el sacramento del Santo Matrimonio.
El oficio del Matrimonio se divide
en dos partes, que antiguamente se celebraban separadas pero que ahora se
celebran sucesivamente, una tras otra; son el oficio preliminar que consiste en
los Ritos Desposorios, y el Rito de la Coronación, que es el
auténtico acto sacramental. En los Ritos Desposorios, la ceremonia principal
consiste en la bendición e intercambio de los anillos, símbolo externo de que
los dos novios emprenden el matrimonio por asentimiento y voluntad libres, ya
que sin el asentimiento libre de ambos partidos no puede haber un sacramento
matrimonial cristiano. La segunda parte del oficio culmina en la ceremonia de
coronación: el sacerdote impone coronas en las cabezas del novio y la novia,
hechas en Grecia con ramos y flores entretejidas, y en Rusia de oro y de plata.
Esta señal externa y visible del sacramento significa la gracia especial que
les confiere el Espíritu Santo a los novios, antes de salir ellos a crear una
nueva familia o Iglesia doméstica. Las coronas son coronas de alegría, pero son
también coronas del martirio ya que todo matrimonio supone sacrificios de parte
de ambos casados. Al final del oficio, los recién casados beben del mismo cáliz
de vino, reminiscencia de los milagros que se realizaron en las bodas de Cana
en Galilea: el cáliz común es representativo del hecho de que a partir de ahora
compartirán la vida en común.
La Iglesia Ortodoxa permite
divorciarse y casarse otra vez, partiendo de la base del texto de San Mateo 19: 9, donde dice Nuestro
Señor: ‘... el que repudia a su mujer, excepto
en el caso de concubinato, y se casa con otra, adultera.’ Puesto que
Cristo, según la regla citada por San Mateo, admite excepciones al mandamiento
general sobre la indisolubilidad del matrimonio, la Iglesia asimismo admite
excepciones. Cierto es que en la Ortodoxia los enlaces matrimoniales se
consideran indisolubles y vitalicios; el colapso del matrimonio es tragedia
debido a la debilidad y el pecado humano. Si bien condena el pecado, la Iglesia
sigue deseando ayudar a las personas que sufren, concediéndoles otras
oportunidades. Por ello, cuando el matrimonio deja de ser realidad, la Iglesia
no insiste en conservar lo que no es más que ficción legal. El divorcio se ve
como concesión excepcional pero a la vez inevitable a la naturaleza decaída de
la humanidad, consecuencia del mundo caído en el que vivimos. Y aunque busque
asistir a los hombres y las mujeres a que se restablezcan después de caer, la
Iglesia Ortodoxa sabe que la segunda alianza no será del mismo carácter que la
primera; por eso se omiten del oficio para el segundo matrimonio algunas de las
ceremonias alegres que formaron parte del primero, y se sustituyen oraciones
penitentes. Sin embargo, en la práctica casi nunca se usa este segundo oficio.
Los Cánones ortodoxos permiten el
segundo matrimonio y hasta el tercero, pero el cuarto ya queda absolutamente
prohibido. En teoría, según los Cánones, el divorcio es permitido solamente en
casos de adulterio, mas en la práctica es concedido también por otras razones.
Desde el punto de vista de la
teología ortodoxa, un divorcio concedido por las autoridades civiles no es
suficiente. Solamente es posible casarse de nuevo en una iglesia si el divorcio
fue concedido por las autoridades eclesiásticas.
Las relaciones sexuales son un don
divino, pero son también un don concedido para el hombre y la mujer únicamente
en el contexto del matrimonio sacramental. Por eso, la Iglesia Ortodoxa no da
su aprobación a la práctica sexual fuera del matrimonio, aún cuando los novios
tengan plena intención de casarse; no se ha de anticipar la bendición
matrimonial. Mucho menos da su aprobación a la unión sexual entre personas del
mismo género. Pero en todo caso específico de homosexualidad, por supuesto que
se debe mostrar suma sensibilidad pastoral y generosidad compasiva para con los
protagonistas. ‘Un hermano que había cometido pecado fue expulsado de la
iglesia por el sacerdote. Pero Abba Bessarion se levantó y salió con él,
diciendo “Si soy yo también pecador”.
En cuanto a los anticonceptívos y
otros métodos de control de la natalidad, existe una variedad de opiniones
entre los ortodoxos. En tiempos pasados, los métodos anticonceptivos en general
fueron rotundamente condenados, pero hoy en día vienen a predominar opiniones
menos estrictas, tanto en los países ortodoxos tradicionales como en occidente.
Muchos teólogos y padres espirituales ortodoxos opinan que el uso responsable
de los anticonceptivos dentro del matrimonio no es un acto pecaminoso de por
sí. Según esa opinión, la cuestión del número de hijos que se quieran tener, y
cada cuánto, es una decisión que mejor sea tomada por los mismos padres, según
las instancias de sus propias conciencias.
El aborto, sin embargo, según la
moral ortodoxa, sí se condena sin pretextos ni matices. No tenemos derecho a destrozar
la vida humana.
UNCIÓN DE LOS ENFERMOS
Este sacramento - que en griego se
llama evchelaion, ‘óleo de la
oración’ - viene descrito en la Carta de
Santiago (v, 14-15): ‘¿Enferma alguno de vosotros? Haga llamar a los
presbíteros de la Iglesia y oren por él, ungiéndole con óleo en nombre del
Señor. La oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor le restablecerá, y le
serán perdonados los pecados que hubiese cometido.’ El sacramento, como nos
señala el extracto, tiene una doble función: no sólo sanar el cuerpo, sino
también perdonar los pecados. Las dos acciones van entrelazadas, ya que el ser
humano es una unidad de cuerpo y alma y por ello no se puede plantear una
distinción aguda y rígida entre los males corporales y espirituales. Es obvio
que los ortodoxos no creen que el acto de Unción conlleve siempre una
recuperación de la salud: los sacramentos no son hechizos mágicos. A veces, no
obstante, el evchelaion sí que
produce mejoras en la recuperación fisica del paciente, pero en otros casos
sirve de rito preparativo a la muerte. ‘Este sacramento,' comenta Sergio
Bulgakov, ‘tiene dos caras: una que mira hacia la curación, y otra hacia la
liberación de la enfermedad a través de la muerte.’
El sacramento de la Unción en la
Iglesia Ortodoxa nunca fue identificado exclusivamente con la ‘Extremaunción’,
rito disponible para los moribundos nada más, sino que vale para todos los que
padezcan enfermedades fisicas o psíquicas. En muchos monasterios y parroquias
ortodoxos se da la costumbre de celebrar el evchelaion
en la iglesia en Semana Santa, el miércoles por la noche o el jueves por la
mañana. Se invita a que todos los asistentes al oficio se acerquen para ser
ungidos, por bien o mal que se encuentren fisicamente; porque aun si no
necesitamos curación fisica, a todos nos hacen falta remedios espirituales.
Demasiadas veces, en el mundo ortodoxo, la Unción de los Enfermos viene a ser
sacramento que cae en el olvido: los ortodoxos deberíamos hacer mayor uso de
él.
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