Cómo identificar la Piedad Falsa y la Piedad Auténtica: la Limosna, la Oración, el Ayuno
“Cuidado con
hacer vuestras obras de piedad delante de la gente para llamar la atención; si
no, os quedáis sin paga de vuestro Padre del cielo. 2 por tanto, cuando des
limosna no lo anuncies a toque de trompeta, como hacen los hipócritas en las
sinagogas y en la calle para que la gente los alabe. Ya han cobrado su paga, os
lo aseguro. 3 Tú, en cambio, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda
lo que hace tu derecha, 4 para que tu limosna quede escondida, y tu Padre, que
ve lo escondido, te recompensará. 5 Cuando recéis, no hagáis como los
hipócritas, que son amigos de rezar en pie en las sinagogas y en las esquinas
para exhibirse ante la gente. Ya han cobrado su paga, os lo aseguro. 6 Tú, en
cambio, cuando quieras rezar, entra en tu cuarto, echa la llave y rézale a tu
Padre, que está allí en lo escondido; tu Padre, que ve lo escondido, te
recompensará”.
Piedad falsa y
piedad auténtica
También en esta sección
está presentado el concepto de la “justicia” perfecta, como Jesús la exige, en
forma de oposición, pero una oposición de otro tipo que en 5,21-48. Aquí no se
trata de la superación de la ley del AT, de la proclamación de principio de la voluntad de Dios en
forma perfecta, sino de la oposición entre una práctica religiosa falsa y una
auténtica.
La idea central de todo
el trozo no es el tema de la remuneración, sino la necesidad de practicar las
obras buenas con la vista puesta en Dios para que tengan una categoría
religiosa. Tal idea queda expuesta en referencia a tres capítulos fundamentales
de la religiosidad judía, la limosna, la oración y el ayuno. Las tres secciones
tienen la misma estructura en cuanto a su forma. En los tres casos se contrapone la
advertencia de no proceder como los “hipócritas”, a la instrucción sobre la
recta manera de ejercitar la
piedad.
La advertencia termina
siempre con una amenaza —ya han recibido su paga —, la instrucción positiva,
con la promesa de que la buena obra realizada en el silencio y por ello con una
intención recta, será recompensada por Dios.
Esta exacta
correspondencia de los tres trozos en cuanto a su forma prueba no sólo su
unidad originaria, sino también que la condenación de la palabrería de los v.
7s y el padrenuestro (v. 9-15) han sido tomadas de otro sitio e introducidos en
este contexto
por Mateo.
La Limosna (6,1-4)
“1
Tened cuidado
de no hacer vuestras buenas obras delante de los hombres con miras a ser vistos
por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa ante vuestro Padre que está
en los cielos. 2 Por tanto, cuando
vayas a dar una limosna, no mandes tocar la trompeta delante de ti, como hacen
los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres;
en verdad os digo que con ello ya reciben su paga. 3 Cuando tú vayas a dar una limosna,
no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que tu limosna quede en
secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te dará la recompensa.
El v. 1 va como
introducción a las tres partes de la sección que abarca 6,1-18, sobre el
ejercicio auténtico de la piedad, y no sólo a los v. 2-4. Las tres maneras de
ejercitar la “justicia” o la piedad, a que se hace referencia, estaban
consideradas en el judaísmo como especialmente aceptas a Dios y por ello
también meritorias y así lo reconoce Jesús aquí, de manera expresa. Jesús
rechaza sólo su práctica llevada a cabo con el fin exclusivo de atraer sobre sí
la consideración y la alabanza de los hombres. Tal manera de proceder se
anticipa a recoger el premio que en otro caso se recibiría de Dios, en el mundo
futuro. El aprecio y la remuneración de las buenas obras es cosa sólo de Dios,
por lo que el hacer espectáculo de la piedad significa su secularización y al
mismo tiempo su desvalorización. En todo este trozo se pone también el acento en
el valor de la intención buena. La práctica de la piedad sólo puede tener a
Dios como testigo y como meta. Sólo entonces es auténtica en su raíz misma. “Atender
a los pobres, hacer limosna era, en el judaísmo, un pilar fundamental de la
vida moral y religiosa.”
Dar limosna es según el
Talmud amontonar tesoros para el mundo venidero. Por eso tiene que dar limosna
también el pobre. El eudemonismo, característico sobre todo de la piedad
farisaica, tiene aquí una parte importante: según el rabí Abin (alrededor
del 325 d.C), cuando un
pobre está a la puerta, está también a su derecha Dios mismo, que premia la
buena obra; por eso el que da limosna se beneficia sobre todo a sí mismo. Quien
da limosna aumenta continuamente su capital en el cielo, y no sólo esto: la
limosna produce sus intereses ya en la tierra misma. No hay “apenas un bien que
el israelita no crea poder conseguir por medio de la limosna” (Billerbeck). Las
limosnas ayudan a agenciarse bienestar y riqueza, alejan los sucesos fatales,
preservan de impuestos gravosos y aseguran descendencia masculina. Son abogadas
del hombre ante Dios, expían el pecado igual que los sacrificios, alargan la
vida y salvan de la muerte, preservan del infierno y hacen tener parte en el
mundo futuro.
Las ofrendas
voluntarias que se añadían al impuesto para la caridad pública, eran dadas a
conocer además públicamente, lo que traía naturalmente consigo el peligro de la
desvalorización religiosa de la beneficencia. Los “hipócritas” que pregonan de
tal manera su actividad caritativa, no piensan ya para nada en ayudar a su prójimo
o en llevar a cabo una obra agradable a Dios, sino sólo en gozar del aplauso de
los hombres. Por ello han recibido ya la recompensa que la limosna produce a
quien la da, han saldado ya, en cierto modo, su cuenta —éste es el sentido de
la expresión griega (í-KÍyouavi) — y, ante Dios, no
tienen en absoluto derecho alguno a ser premiados.
La limosna tiene que
ser dada de tal modo, que la mano izquierda no sepa nada, a pesar de su
vecindad con la derecha que la entrega, de lo que ésta hace. El sentido de esta
imagen tiene que ser, que al hacer la limosna no sólo hay que dejar a un lado
todo
vanidoso miramiento
humano, sino hasta esconderse en cierta manera delante de sí mismo. Porque no
sólo procurar el elogio de los hombres es egoísmo, sino también el contar con
la recompensa de parte de Dios. Sólo cuando ese astuto cálculo queda también excluido
y el bien se hace por el prójimo mismo y porque así es la voluntad de Dios,
está libre la obra buena del motivo innoble que destruye su valor moral. Y
entonces será recompensada también por Dios, Padre bueno que todo lo ve, con
arreglo a su valor moral. La idea de la recompensa queda aquí expresada en toda
su forma, pero ello no trae en sí una contradicción lógica con el v. 3, porque
el saber que existe una recompensa divina después del juicio, no significa
todavía el contar de manera egoísta con una paga y aún menos una exigencia de
ella, como entre los fariseos. La recompensa celestial sigue siendo un don
gracioso libre de Dios, cuyo «esclavo» es el hombre.
La idea central de este
pasaje, la reprobación del anuncio de las buenas obras propias a son de
trompeta, se encuentra también repetidamente entre los rabinos; cf., por
ejemplo, las palabras del rabí Eleazar (alrededor del año 270): «Quien da
limosnas en lo oculto, es más grande que nuestro maestro Moisés.» Hasta la
exclusión de una espera de paga tiene paralelos aislados en sentencias rabínicas1,s.
Pero la manera de pensar y la práctica dominante entre los judíos eran
totalmente diversas y a ellos van dirigidos aquí los ataques de Jesús.
La Oración
“3 y cuando os
pongáis a orar, no seáis como los hipócritas, que de propósito se levantan a
orar en las sinagogas y en los cantones de las plazas, para exhibirse ante los
hombres; en verdad os digo que, con ello, ya reciben su paga. ° Pero tú, cuando
te pongas a orar, entra en tu aposento y, cerrada la puerta, ora a tu Padre que
está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te dará la recompensa”.
Como lugares propios
para la oración estaban considerados, en el judaísmo, el templo y la sinagoga,
donde, según creencia judía, estaba presente la sekina (= Dios), en el sancta
sanctorum del templo y en el lugar donde se guardaba la torah en la sinagoga.
Por ello, la oración
realizada en estos lugares se creía de una eficacia especial. Además, estaba
permitida también en un lugar cualquiera — fuera de un lugar impuro—, y los
rezos prescritos a horas determinadas (tres veces al día; cf. ya Dan 6,11) se
realizaban en el sitio en que en ese momento se estuviera. Estos rezos eran un paralelo
del sacrificio de la mañana y de la tarde, a los que se fue añadiendo, poco a
poco, como tercera oración la hecha al comienzo de la noche.
La oración hecha en
público no es, de suyo, ni reprobable ni vana, siempre que sea expresión de una
piedad auténtica. Pero los «hipócritas» procuran, intencionadamente, que la
hora del rezo los sorprenda en la calle o buscan cómo atraer la atención hacia
sí mientras rezan en la sinagoga. Tal manera de proceder es aún más reprobable
que la limosna a son de trompeta, ya que la oración es el más íntimo de
nuestros asuntos y se lleva a cabo entre el hombre y Dios solamente.
Este estar a solas con
Dios es lo que Jesús encarece en el v. 6. Pero no es que pretenda dar
instrucciones sobre el lugar adecuado para la oración, ni tampoco excluir la
oración en común (cf. 18,20), como lo muestra su propia manera de proceder:
Jesús buscó con gusto la soledad para la oración, pero iba también al templo y oró
en la sinagoga junto con los demás-fieles. La oración en un cuarto retirado no
es sino un ejemplo concreto y gráfico de lo que Jesús exige para una oración auténtica.
Dios recompensará esta oración auténtica, lo que significa que el orar es
también un deber
para los hombres y que
la oración bien hecha tiene un valor ante Dios. El paralelismo existente entre
este pasaje y el de la limosna y el ayuno prueba que el premio prometido a la
oración no consiste en que ésta sea escuchada, ni en la cercanía de Dios
experimentada en la oración misma, sino que es, como en el caso de la limosna y
el ayuno, de carácter escatológico.
16 Cuando
ayunéis no os pongáis cariacontecidos, como los hipócritas, que se afean la
cara para ostentar ante la gente que ayunan. Ya han cobrado su paga, os lo
aseguro. n Tú, en cambio, cuando ayunes perfúmate la cabeza y lávate la cara,
1S para no ostentar tu ayuno ante la gente, sino ante tu Padre, que está en lo
escondido; y tu Padre, que ve
lo escondido, te
recompensará.
El ayuno (6,16-18)
“Cuando ayunéis, no os
pongáis contristes, como los hipócritas, que fingen el semblante mustio, para
que noten los hombres que están ayunando; en verdad os digo que, con ello, ya
reciben su paga. " Tú, en cambio, cuando estés ayunando, unge tu cabeza y
lava tu cara, 18 para que los hombres no noten que estás ayunando; sino tu
Padre que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te dará la
recompensa.
Junto a la limosna y la
oración era el ayuno entre los judíos desde antiguo un ejercicio de piedad al
que se otorgaba una alta consideración. El ayuno era en primer lugar una señal
de duelo, además un rito de penitencia para alejar la ira divina. El gran día
de la reconciliación era al mismo tiempo el día principal de ayuno para los
judíos (cf. Lev 16). Una costumbre que se remonta a la época de la cautividad
babilónica era celebrar los aniversarios de fechas desgraciadas para la nación,
como días de ayuno y de duelo2i0. Después de la catástrofe del año 70 d.C. se celebraba
cada año con ayunos el 9 del mes ab, como fecha conmemorativa del suceso. El
ayuno se practicaba también juntamente con la oración.
Junto al ayuno público,
ordenado ya por la ley mosaica o prescrito en ocasiones especiales (por
ejemplo, en épocas de sequía) y al que estaban obligados todos, se practicaba
con extraordinaria frecuencia, sobre todo en el judaísmo tardío, el ayuno
privado, considerado también como meritorio ejercicio de piedad y como
penitencia en favor del pueblo en su conjunto. Al ayuno público extraordinario
se destinaban los días segundo y quinto de la semana y, por ello, acostumbraban
las gentes especialmente piadosas a ayunar estos dos días durante todo el año
(cf. Lc 18,12).
El ayuno estricto
comprendía abstención absoluta de alimentos Sobre los tesoros de la solicitud
terrena desde la salida hasta la puesta del sol (como en la actualidad se practica
todavía en el Islam), y la omisión de lavarse y ungirse. El ayuno estaba
considerado como una forma de duelo y éste exigía desfigurar el aspecto
exterior. Los “hipócritas” buscaban entonces llamar la atención de los demás
por este procedimiento en su ayuno privado, para ser alabados por su piedad.
Pero con ello queda su obra piadosa privada de su valor religioso según el
juicio de Jesús, porque no se trata ya realmente de una “humillación del alma”,
meritoria a los ojos de Dios, sino de un espectáculo vano.
Ell discípulo de Jesús
por el contrario debe lavarse y ungirse cuando ayuna, esto es, cuidar su
exterior como de costumbre o incluso arreglarse como para una fiesta o
banquete. Porque sólo si evita el espectáculo ante los hombres en su piadoso
ejercicio, será recompensado de Dios, que todo lo ve. Jesús promete una paga de
parte de Dios a la práctica recta del ayuno, lo mismo que a la oración. Ello
indica que lo reconoce en principio como una obra piadosa acepta a Dios; aunque
él mismo no se adhirió al ejercicio frecuente del ayuno practicado por los
fariseos y los discípulos de Juan (cf., 9,14-17), siendo censurado por sus
adversarios a causa de su actitud poco ascética (cf. 11,18s). Sólo después de su
bautismo por Juan en el Jordán ayunó en el desierto durante 40 días (cf. 4,2).
Fuente: JOSEF SCHMID.
EL EVANGELIO
SEGÚN SAN MATEO.
Páginas 173-178, 198-200
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