16 por
su parte, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había
indicado. 17 Y al verlo le adoraron; algunos sin embargo dudaron. 18 Jesús
se acercó a ellos y les habló así: "Me ha sido dado todo poder en el cielo
y en la tierra. 19 Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 20 y enseñándoles
a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros
todos los días hasta el fin del mundo."
La escena final del evangelio es un relato de
encomienda, en que Jesús resucitado encarga a los discípulos que formen una
comunidad universal.
La escena tiene importantes elementos cristológicos.
Es Jesús resucitado quien hace la encomienda a los discípulos. Jesús asume el
papel desempeñado por Dios en los encargos proféticos, comparte la autoridad universal
divina y puede, como Dios, estar siempre con los discípulos, aunque no se halle
físicamente presente. Hay también
elementos eclesiológicos. A la comunidad de discípulos, con sus dudas e
imperfecciones, se le asigna (nuevamente, cf. cap. 10) la tarea de continuar la
misión de Jesús y se le asegura que contará con su presencia de él. La escena
tiene además dimensiones éticas, por cuanto insta a la transmisión de toda la
enseñanza de Jesús, que configura e informa la comunidad de discípulos en su existencia
alternativa.
A esa comunidad pequeña, minoritaria, marginal se le
encomienda nada menos que la misión mundial de dar a conocer cuanto Jesús ha
enseñado, pidiendo acatamiento de sus prescripciones. Pero esa misión es desarrollada
en un mundo reacio y peligroso, algo que han dejado claro el relato de la
pasión y la escena inmediatamente anterior a ésta en 28,11-15. La adhesión
humana es disputada por grupos religiosos que, como muestra este evangelio, son
intolerantes con sus competidores. Hay concepciones
dispares de lo que Dios y/o los dioses quieren de los
hombres. En el judaísmo del período subsiguiente al año 70 luchan entre sí
diversas visiones de su futuro sin el templo de Jerusalén, y muchos no
encuentran convincente la visión mateana.
Esa misión mundial está abocada a chocar con el
imperio. La misión mundial de Roma es clara, a
menudo expresa (a través de monedas, monumentos, fiestas, poetas,
historiadores, etc.) y muy eficaz. Se trata de ejercer un dominio universal.
Tal misión le fue confiada a Roma por los dioses y es llevada a cabo por el
emperador y sus militares y políticos). Tito Livio (AUC 1.16) recuerda la declaración de
Próculo Julio de que Rómulo, «el padre de la ciudad romana» descendió del cielo
para ordenarle: «Ve a anunciar a los romanos la voluntad de los dioses de que
mi Roma sea la capital del mundo, para que practiquen el arte de la guerra y
enseñen a sus hijos que ningún poder humano puede resistir a las armas
romanas». En el hades, Anquises encomienda a Eneas:
«Romano, gobierna a las naciones con tu poder» (Virgilio, Eneida 6.851-53).
Séneca (De clem. 1.1.2) refiere la
siguiente pregunta que se formula Nerón: «¿He sido yo, entre todos los
mortales, quien ha encontrado el favor del cielo para servir en la tierra como
representante de los dioses? Yo soy el señor de la vida y la muerte para las
naciones», con el poder de decidir el mantenimiento, el auge o la caída de
reyes, ciudades y naciones. Estacio elogia a Domiciano en el ejercicio de su misión: «Como un dios que es,
por mandato de Júpiter gobierna en su nombre el mundo feliz/bendito ... Salve,
príncipe de los hombres y pariente de los dioses ... el dios que sostiene las
riendas de la tierra, el que con mayor proximidad que Júpiter dirige las
actividades de la humanidad» (Silv. 4.3.128-29, 139- 40; 5.1.37-39). Marcial reconoce a Domiciano como soberano del mundo (Epig.
5.3.3), y Josefo aprueba como voluntad de
Dios el dominio mundial ejercido por Roma (GJ4.370; 5.60-61, 362-68,
376-78).
La comunidad de discípulos de Jesús se
asemeja al imperio en que tiene una misión mundial. Pero no es una misión militar; anuncia el reinado de
Dios. Este anuncio supone conflicto con Roma por lo que tiene de peligro para
ella. No reconoce que Júpiter/Zeus sea el ser supremo, ni que controle el mundo
y el destino humano. Considera que los planes divinos y el modo de alcanzar la
felicidad eterna le han sido revelados no al emperador sino a Jesús,
crucificado y ya resucitado. Llama a los seres humanos a reconocer la soberanía
de Dios como «Señor del cielo y de la tierra» (11,25). Y afirma la supremacía
de los designios divinos. El futuro no es el de la Roma eterna, sino el del
imperio de Dios, justo y vivificante, establecido sobre todas las cosas (caps.
24-25). Para la misión de proclamar tal anuncio es enviada de nuevo la
comunidad de discípulos por el que tiene «toda autoridad en el cielo y en la
tierra».
Introducción. 28,16
Los once discípulos (recuérdese la muerte de Judas en 27,3-10) fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. El relato menciona sólo once discípulos, pero la aparición de «muchas» mujeres en 27,55-56, la
referencia en términos de discipulado a lo que hacen («habían seguido a Jesús»,
«sirviéndole») y el prominente papel desempeñado por ellas en 28,1- 10 sugieren
que son discípulas y que han estado presentes todo el tiempo, pese a su
frecuente invisibilidad en el evangelio. Por eso parece razonable suponer que
aunque aquí el foco narrativo (androcéntrico) está dirigido a los Once, otros
seguidores, hombres y mujeres, también van al encuentro de Jesús resucitado.
Sobre Galilea, véase 26,32; 28,7.10. Pero Galilea no es un lugar de
tranquilo refugio, sino de enfrentamiento al poder imperial, a las tinieblas y
a la muerte (cf. 4,12-16).
El punto concreto de la cita es un monte.
Cosas
importantes han ocurrido en montes: Jesús fue tentado
(4,8), enseñó (5,1; 8,1; 24,3), oró (14,23), curó enfermos
(15,29-31), dio de comer a multitudes (15,32-39)
y se transfiguró (17,1.9). Un monte (el de los Olivos) fue también el punto donde Jesús
dispuso la entrada en Jerusalén (21,1) y hacia
el que partió desde el cenáculo (26,30). Ecos de las tradiciones
relativas a los montes Sinaí y Sión envuelven esas referencias. En un monte muere Moisés atisbando la tierra prometida (Dt
34,1-5), y Josué es encargado de sucederle en la dirección del
pueblo. Aquí, la escena no es de muerte, sino de encomienda,
en anticipación del establecimiento del imperio de Dios sobre el mundo entero.
Y en vez de tener lugar en el centro de poder que es Jerusalén, se desarrolla
en la (relativamente) marginal región de Galilea (cf. Sión, Is 2,2-3; 25,6-10). También un monte (el
Olimpo) era considerado la morada de los dioses; pero hay que señalar que no es
su autoridad la que se celebra, confiere y anticipa en esta escena.
Encuentro. 28,17
La atención se centra en el encuentro de los
discípulos con Jesús y en la reacción de ellos. Cuando lo vieron (cf.
28,1.7.10), lo adoraron, como habían hecho las mujeres en 28,9 y los
discípulos en 14,33. Véase 28,9 para el verbo adorar y el reconocimiento
de la realeza de Jesús. Pero, a
diferencia de las mujeres, algunos dudaron, verbo con el que Jesús se
dirige a Pedro en 14,31. Allí sugiere la presencia de alguna fe, aunque sea
insuficiente, confusa, indecisa y fluctuante («poca fe»; véase 6,30; 8,26;
16,8; 17,20). Aquí, ¿no creen algunos que este hombre sea Jesús? ¿O dudan de su
resurrección? ¿O están asustados? ¿O no llegan a hacerse una idea de lo que significa todo esto?
Reacción. 28,18
Y Jesús se acercó a ellos y les dijo: «Se me ha dado
toda autoridad en el cielo y en la tierra». Compárese con 11,27. El versículo evoca Dn 7,13- 14,
donde Dios confiere «dominio y gloria y reino/imperio» a uno «como un hijo de
hombre». El dominio (misma palabra griega que para «autoridad») es eterno, como
el reinado prometido a los reyes del linaje de David (2 Sm 7,13-14). Jesús,
hijo de David (1,1; 9,27; 15,22; 20,30-31; 21,9.15; 22,42-45), el rey (2,2;
25,34), escarnecido por representantes político-militares del imperio y por la
élite religiosa (27,11.27-31.37.42), participa en el reinado de Dios sobre
todas las cosas y regresará para juzgar al mundo (19,28; 24,27-31; 25,31-46).
Jesús rechazó anteriormente la oferta de Satanás de
«todos los reinos/imperios del mundo» en 4,8. De haberla aceptado, se habría
sometido a la voluntad de Satanás y no habría sido el agente o Hijo de Dios que
manifiesta su reinado o imperio (4,17). Aquí recibe «toda autoridad» de Dios
como su Hijo amado o su agente fiel a los planes divinos (3,17; 17,5). Jesús ha
descrito a Dios (¡y no al emperador ni a Júpiter!) como «Señor del cielo y de
la tierra», es decir, de toda la creación (11,25; cf. Gn 1,1; Lv 25,23; Sal
24.1). Jesús participa en el reinado de Dios sobre todas las cosas. Esto
implica autoridad no sólo sobre Satanás sino también sobre la élite religiosa y
Roma, que lo «entregaron» para que fuera crucificado. Sobre visiones de su
autoridad ejercida plenamente en su regreso y en el juicio, véase 13,41-43;
19,28; 24,27-31; 25,31-46. Sobre la expresión anticipatoria de esa autoridad en
su ministerio, véase 7,29 (manifestada en su enseñanza) y 9,6-8 (en su poder
para perdonar pecados y curar). La élite religiosa se niega a reconocerla (21,23-27), mientras
que Jesús la delega en sus discípulos para que participen en su misión (10,1).
Encomienda 28,19
Confiriéndoles esa autoridad, Jesús convierte a los
discípulos en sus agentes. Id, pues, y haced discípulos de todas las
naciones. El verbo hacer discípulos (μαθητείου, mathéteuo) deriva del nombre discípulo
(μαθητής, mathétes), que tan importante ha sido en el evangelio.
Discípulo es quien, llamado a seguir a Jesús, y habiendo encontrado el
reinado/imperio de Dios en su predicación y acciones, responde positivamente
con un reconocimiento continuo, consciente y sentido de su autoridad como Señor
(4,18-22; 5,1-2; 8,1-4). Corresponde a la
comunidad de discípulos asegurar que la adhesión a Jesús se traduce en una vida
caracterizada por el reconocimiento de la soberanía de Dios (4,17.18-22) y en
anticipación del establecimiento pleno del imperio divino sobre todas las cosas
(caps. 24-25). Este encargo tiene como base y desarrolla una serie de
prescripciones anteriores sobre misión expresadas en 4,19; 5,3-16; cap. 10;
13,18-23; 22,9-10; 24,9-14.
Lugares y destinatarios de la misión son todas las
naciones. Algunos comentaristas opinan que la misión está limitada a los
gentiles (cf. 25,32), pero varios factores apuntan a una misión dirigida a
todos, judíos y gentiles.
1) Nada indica que haya acabado la misión a Israel.
Jesús la limitó a Israel en vida (10,6), pero no la ha dado por finalizada.
2) Otros episodios (2,1-12; 8,5-13; 15,21-29) hacen
pensar en una misión extendida a los gentiles, sin que éstos pasen a reemplazar
a Israel como objetivo.
3) No hay indicio en 21,33-45 y 22,1-14 de sustitución
de Israel en los salvíficos planes de Dios: abarcan tanto a judíos como a
gentiles.
4) El término naciones puede significar
gentiles en contraste con judíos (10,5.18) o judíos y gentiles, es decir, la
totalidad del mundo habitado, como en 24,9.14 (dichos sobre misión) y 25,32.
Pero aquí no hay contraste.
5) El v. 18 reconoce a Jesús «toda autoridad en el
cielo y en la tierra». Tampoco es frase exceptiva. Se contempla una misión a
todos los habitantes del mundo, judíos y gentiles.
6) La expresión «en el cielo y en la tierra» evoca la
creación de Gn 1,1. Dada la universalidad de sus planes, Dios promete bendecir,
a través de Abrahán, a «todas las familias de la tierra» (Gn 12,3). Vector de
esa bendición es la comunidad de discípulos de Jesús, hijo de Abrahán (1,1).
La orden haced discípulos es ampliada con dos
gerundios, bautizando y enseñando, y una promesa. Junto con su reconocimiento
de que Jesús participa de la realeza de Dios, los nuevos discípulos deben ser
incorporados a la nueva comunidad mediante el bautismo: bautizándolos en el nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Puesto que Jesús manifestó abrazar
los planes de Dios sometiéndose al bautismo de Juan (3,13- 17), los nuevos
discípulos deben imitarlo (10,24-25) y mostrar adhesión a él dejándose bautizar
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
La locución en el nombre de representa compromiso,
pertenencia y protección (Sal 124,8). Entre Dios, el Padre (cf. 5,16.45;
6,9; 7,21; 10,32; 11,25-27; 12,50; 13,43; 16,17; 18,10.14; 20,23; 23,9; 25,34;
26,29.38.42), y Jesús, el Hijo (cf. 2,15; 3,17), el evangelio ha
señalado el vínculo adicional de que el Hijo revela al Padre (11,25-27) y
cumple su salvífica voluntad (3,15). Los discípulos de Jesús hacen la voluntad
del Padre (12,46-50). Su bautismo marca la entrada a una vida de obediencia a
Dios siguiendo a Jesús. Presumiblemente, el Espíritu Santo ayuda a vivir
esa vida, así como el «espíritu de vuestro Padre» (10,20) los ayuda a hablar (y
al igual que el Espíritu de Dios asiste a Jesús en su misión: 3,15; 12,18-21).
Para posibles orígenes del bautismo, véase 3,5-6.
Tranquilización. 28,20
La iniciación de nuevos discípulos no representa el
fin de la tarea. Es preciso formar e informar a la comunidad de discípulos enseñándoles
a obedecer/guardar todo lo que yo os he mandado. A lo largo de la narración
evangélica, enseñar ha correspondido a Jesús (4,23; 5,2: 7,29; 9,35;
11,1; 13,54; 21,23; 26,55). Él ha sido el único maestro (23,8.10)10. Ahora esa
actividad es encomendada a los discípulos. En 28,15 se ha utilizado el mismo
verbo; los soldados hicieron «lo que les habían dicho/enseñado». Pero mientras
que los soldados enseñan mentiras sobre Jesús (han robado su cuerpo, no ha
resucitado), los discípulos enseñan lo que Jesús les enseñó a su vez,
concerniente al reinado/imperio de Dios y a la vida configurada por él hasta el
regreso de Jesús en poder y gloria. Los que viven esa vida se caracterizan por obedecer
(19,17; cf. 7,24-27; 12,46-50) o guardar (cf. 27,36.54; 28,4) todo
lo que yo os he mandado. La frase abarca cuanto él ha prescrito en el
evangelio, haya gustado o no. Jesús ha revelado la voluntad de Dios en su
enseñanza (abundante, como muestran los cinco bloques de ella en los caps. 5-7,
10, 13, 18, 24-25), en sus conflictos con los dirigentes religiosos, en sus
acciones. La comunidad de discípulos encarna esas enseñanzas y acciones en
vidas marcadas por la obediencia.
Y recordad que yo estoy siempre con vosotros, hasta el
final de la era.
La comunidad no se encuentra sola al luchar en su
tarea misionera con las inevitables dificultades creadas por un ambiente de
engaño y hostilidad (28,11-15) y por los fallos de los mismos discípulos (caps.
26-27). Aunque Jesús no está físicamente presente, su presencia
continúa en sus palabras y acciones narradas por el evangelio y, como él
aseguró en 10,20, a través de la ayuda del Espíritu. El mandato de misión va
acompañado del don de una misericordiosa presencia y asistencia. Véase 1,23;
18,20". Dios promete presencia divina al pueblo liberado en el éxodo de
Egipto (Dt 31,23) y del exilio en Babilonia (Is 41,10; 43,5).
La vida alternativa, contracultural, de discipulado es
vivida entre el tiempo de la vida, muerte y resurrección de Jesús y el final
de la era, momento de la culminación de los planes divinos, cuando al
regresar Jesús quede instaurado el reinado de Dios sobre todas las cosas,
incluida Roma, y la salvación de Dios sea experimentada plenamente (véase
13,19.40.49; 19,28; 24,3; 25,31-46). Hasta entonces, el presente es un tiempo
difícil, de tribulación (caps. 24-25) y de misión. Pero esta
promesa final y el establecimiento de un límite temporal para la opresión
presente brindan a los discípulos una esperanza y los invitan a mirar hacia la
era nueva, el futuro transformado, del reinado o imperio de Dios.
¿Qué sucede a Jesús? Es claro que él no intenta
permanecer físicamente con los discípulos. Sin embargo, a diferencia de Lucas,
Mateo no hace referencia a su ascensión (Lc 24,51; Hch 1,9-10). Pero Jesús se
va. Por Mt 28,18, junto con 19,28, 25,31 y 26,64, cabe conjeturar que se reúne
con Dios en el cielo. De nuevo es posible que el evangelio refleje una práctica
imperial, la de la apoteosis o reconocimiento a alguien de la dignidad de dios.
Se creía que Rómulo, el fundador de Roma, había sido deificado. Envuelto por
una nube en medio de una tormenta, entre relámpagos, fue arrebatado a una
estrella (Tito Livio, AUC 1.16.1-3; también Cicerón, De re publica 2.17-18;
Dionisio de Halicarnaso, Ant. rom. 2.56; Plutarco, Rómulo 27:
Ovidio, Fasti 2.491-96; Metamorfosis 14.816-20). Cuando moría un
emperador, el Senado podía conferirle la dignidad de dios, como hizo con Vespasiano
y Tito, pero no con Domiciano (Suetonio, Vespasiano deificado; Tito
deificado; Domiciano 2.3). La deificación se llevaba a cabo con una
ceremonia a través de la cual se suponía que el emperador pasaba a incorporarse
al mundo de los dioses, desde donde seguía favoreciendo el mundo que había
dejado. Séneca se burla de la deificación de Claudio en su obra Apocolocyntosis,
o la «transformación en calabaza» de Claudio. Quizá se pensaba que, de
algún modo a la manera de los emperadores deificados, Jesús había pasado a
reunirse con Dios en el cielo (5,34) y a compartir su autoridad de gobierno
(28,18) hasta que regresara para salvar definitivamente de Roma y de todos los
enemigos de Dios estableciendo el vivificante imperio divino.
Fuente: Warren Cárter.
Mateo y los márgenes:
Una Lectura Sociopolítica y
Religiosa
Páginas 772-780
Siempre es de inmenso crecimiento espiritual estos grandes artículos.
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