Hacia una Lectura Sociopolítica y Religiosa de Mateo 28, 16-20: Encomienda de Jesús a sus Discípulos



16 por su parte, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. 17 Y al verlo le adoraron; algunos sin embargo dudaron. 18 Jesús se acercó a ellos y les habló así: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. 19 Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 20 y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo."

  

La escena final del evangelio es un relato de encomienda, en que Jesús resucitado encarga a los discípulos que formen una comunidad universal.

 

Introducción

28,16

Encuentro

28,17

Reacción

28,17

Encomienda

28,18-19

Protesta

(no aquí)

Tranquilización

28,20

Conclusión

28,20

La escena tiene importantes elementos cristológicos. Es Jesús resucitado quien hace la encomienda a los discípulos. Jesús asume el papel desempeñado por Dios en los encargos proféticos, comparte la autoridad universal divina y puede, como Dios, estar siempre con los discípulos, aunque no se halle físicamente presente.  Hay también elementos eclesiológicos. A la comunidad de discípulos, con sus dudas e imperfecciones, se le asigna (nuevamente, cf. cap. 10) la tarea de continuar la misión de Jesús y se le asegura que contará con su presencia de él. La escena tiene además dimensiones éticas, por cuanto insta a la transmisión de toda la enseñanza de Jesús, que configura e informa la comunidad de discípulos en su existencia alternativa.

 A esa comunidad pequeña, minoritaria, marginal se le encomienda nada menos que la misión mundial de dar a conocer cuanto Jesús ha enseñado, pidiendo acatamiento de sus prescripciones. Pero esa misión es desarrollada en un mundo reacio y peligroso, algo que han dejado claro el relato de la pasión y la escena inmediatamente anterior a ésta en 28,11-15. La adhesión humana es disputada por grupos religiosos que, como muestra este evangelio, son intolerantes con sus competidores. Hay concepciones

dispares de lo que Dios y/o los dioses quieren de los hombres. En el judaísmo del período subsiguiente al año 70 luchan entre sí diversas visiones de su futuro sin el templo de Jerusalén, y muchos no encuentran convincente la visión mateana.

 Esa misión mundial está abocada a chocar con el imperio. La misión mundial de Roma es clara, a menudo expresa (a través de monedas, monumentos, fiestas, poetas, historiadores, etc.) y muy eficaz. Se trata de ejercer un dominio universal. Tal misión le fue confiada a Roma por los dioses y es llevada a cabo por el emperador y sus militares y políticos). Tito Livio (AUC 1.16) recuerda la declaración de Próculo Julio de que Rómulo, «el padre de la ciudad romana» descendió del cielo para ordenarle: «Ve a anunciar a los romanos la voluntad de los dioses de que mi Roma sea la capital del mundo, para que practiquen el arte de la guerra y enseñen a sus hijos que ningún poder humano puede resistir a las armas romanas». En el hades, Anquises encomienda a Eneas: «Romano, gobierna a las naciones con tu poder» (Virgilio, Eneida 6.851-53). Séneca (De clem. 1.1.2) refiere la siguiente pregunta que se formula Nerón: «¿He sido yo, entre todos los mortales, quien ha encontrado el favor del cielo para servir en la tierra como representante de los dioses? Yo soy el señor de la vida y la muerte para las naciones», con el poder de decidir el mantenimiento, el auge o la caída de reyes, ciudades y naciones. Estacio elogia a Domiciano en el ejercicio de su misión: «Como un dios que es, por mandato de Júpiter gobierna en su nombre el mundo feliz/bendito ... Salve, príncipe de los hombres y pariente de los dioses ... el dios que sostiene las riendas de la tierra, el que con mayor proximidad que Júpiter dirige las actividades de la humanidad» (Silv. 4.3.128-29, 139- 40; 5.1.37-39). Marcial reconoce a Domiciano como soberano del mundo (Epig. 5.3.3), y Josefo aprueba como voluntad de Dios el dominio mundial ejercido por Roma (GJ4.370; 5.60-61, 362-68, 376-78).

 La comunidad de discípulos de Jesús se asemeja al imperio en que tiene una misión mundial. Pero no es una misión militar; anuncia el reinado de Dios. Este anuncio supone conflicto con Roma por lo que tiene de peligro para ella. No reconoce que Júpiter/Zeus sea el ser supremo, ni que controle el mundo y el destino humano. Considera que los planes divinos y el modo de alcanzar la felicidad eterna le han sido revelados no al emperador sino a Jesús, crucificado y ya resucitado. Llama a los seres humanos a reconocer la soberanía de Dios como «Señor del cielo y de la tierra» (11,25). Y afirma la supremacía de los designios divinos. El futuro no es el de la Roma eterna, sino el del imperio de Dios, justo y vivificante, establecido sobre todas las cosas (caps. 24-25). Para la misión de proclamar tal anuncio es enviada de nuevo la comunidad de discípulos por el que tiene «toda autoridad en el cielo y en la tierra».

 Introducción. 28,16

 Los once discípulos (recuérdese la muerte de Judas en 27,3-10) fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. El relato menciona sólo once discípulos, pero la aparición de «muchas» mujeres en 27,55-56, la referencia en términos de discipulado a lo que hacen («habían seguido a Jesús», «sirviéndole») y el prominente papel desempeñado por ellas en 28,1- 10 sugieren que son discípulas y que han estado presentes todo el tiempo, pese a su frecuente invisibilidad en el evangelio. Por eso parece razonable suponer que aunque aquí el foco narrativo (androcéntrico) está dirigido a los Once, otros seguidores, hombres y mujeres, también van al encuentro de Jesús resucitado. Sobre Galilea, véase 26,32; 28,7.10. Pero Galilea no es un lugar de tranquilo refugio, sino de enfrentamiento al poder imperial, a las tinieblas y a la muerte (cf. 4,12-16).

 El punto concreto de la cita es un monte. Cosas importantes han ocurrido en montes: Jesús fue tentado (4,8), enseñó (5,1; 8,1; 24,3), oró (14,23), curó enfermos (15,29-31), dio de comer a multitudes (15,32-39) y se transfiguró (17,1.9). Un monte (el de los Olivos) fue también el punto donde Jesús dispuso la entrada en Jerusalén (21,1) y hacia el que partió desde el cenáculo (26,30). Ecos de las tradiciones relativas a los montes Sinaí y Sión envuelven esas referencias. En un monte muere Moisés atisbando la tierra prometida (Dt 34,1-5), y Josué es encargado de sucederle en la dirección del pueblo. Aquí, la escena no es de muerte, sino de encomienda, en anticipación del establecimiento del imperio de Dios sobre el mundo entero. Y en vez de tener lugar en el centro de poder que es Jerusalén, se desarrolla en la (relativamente) marginal región de Galilea (cf. Sión, Is 2,2-3; 25,6-10). También un monte (el Olimpo) era considerado la morada de los dioses; pero hay que señalar que no es su autoridad la que se celebra, confiere y anticipa en esta escena.

  Encuentro. 28,17

La atención se centra en el encuentro de los discípulos con Jesús y en la reacción de ellos. Cuando lo vieron (cf. 28,1.7.10), lo adoraron, como habían hecho las mujeres en 28,9 y los discípulos en 14,33. Véase 28,9 para el verbo adorar y el reconocimiento de la realeza de Jesús. Pero, a diferencia de las mujeres, algunos dudaron, verbo con el que Jesús se dirige a Pedro en 14,31. Allí sugiere la presencia de alguna fe, aunque sea insuficiente, confusa, indecisa y fluctuante («poca fe»; véase 6,30; 8,26; 16,8; 17,20). Aquí, ¿no creen algunos que este hombre sea Jesús? ¿O dudan de su resurrección? ¿O están asustados? ¿O no llegan a hacerse una idea de lo que significa todo esto?

 Reacción. 28,18

 Y Jesús se acercó a ellos y les dijo: «Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra». Compárese con 11,27. El versículo evoca Dn 7,13- 14, donde Dios confiere «dominio y gloria y reino/imperio» a uno «como un hijo de hombre». El dominio (misma palabra griega que para «autoridad») es eterno, como el reinado prometido a los reyes del linaje de David (2 Sm 7,13-14). Jesús, hijo de David (1,1; 9,27; 15,22; 20,30-31; 21,9.15; 22,42-45), el rey (2,2; 25,34), escarnecido por representantes político-militares del imperio y por la élite religiosa (27,11.27-31.37.42), participa en el reinado de Dios sobre todas las cosas y regresará para juzgar al mundo (19,28; 24,27-31; 25,31-46).

 Jesús rechazó anteriormente la oferta de Satanás de «todos los reinos/imperios del mundo» en 4,8. De haberla aceptado, se habría sometido a la voluntad de Satanás y no habría sido el agente o Hijo de Dios que manifiesta su reinado o imperio (4,17). Aquí recibe «toda autoridad» de Dios como su Hijo amado o su agente fiel a los planes divinos (3,17; 17,5). Jesús ha descrito a Dios (¡y no al emperador ni a Júpiter!) como «Señor del cielo y de la tierra», es decir, de toda la creación (11,25; cf. Gn 1,1; Lv 25,23; Sal 24.1). Jesús participa en el reinado de Dios sobre todas las cosas. Esto implica autoridad no sólo sobre Satanás sino también sobre la élite religiosa y Roma, que lo «entregaron» para que fuera crucificado. Sobre visiones de su autoridad ejercida plenamente en su regreso y en el juicio, véase 13,41-43; 19,28; 24,27-31; 25,31-46. Sobre la expresión anticipatoria de esa autoridad en su ministerio, véase 7,29 (manifestada en su enseñanza) y 9,6-8 (en su poder para perdonar pecados y curar). La élite religiosa se niega a reconocerla (21,23-27), mientras que Jesús la delega en sus discípulos para que participen en su misión (10,1).

 Encomienda 28,19

 Confiriéndoles esa autoridad, Jesús convierte a los discípulos en sus agentes. Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones. El verbo hacer discípulos (μαθητείου, mathéteuo) deriva del nombre discípulo (μαθητής, mathétes), que tan importante ha sido en el evangelio. Discípulo es quien, llamado a seguir a Jesús, y habiendo encontrado el reinado/imperio de Dios en su predicación y acciones, responde positivamente con un reconocimiento continuo, consciente y sentido de su autoridad como Señor (4,18-22; 5,1-2; 8,1-4). Corresponde a la comunidad de discípulos asegurar que la adhesión a Jesús se traduce en una vida caracterizada por el reconocimiento de la soberanía de Dios (4,17.18-22) y en anticipación del establecimiento pleno del imperio divino sobre todas las cosas (caps. 24-25). Este encargo tiene como base y desarrolla una serie de prescripciones anteriores sobre misión expresadas en 4,19; 5,3-16; cap. 10; 13,18-23; 22,9-10; 24,9-14.

Lugares y destinatarios de la misión son todas las naciones. Algunos comentaristas opinan que la misión está limitada a los gentiles (cf. 25,32), pero varios factores apuntan a una misión dirigida a todos, judíos y gentiles.

1) Nada indica que haya acabado la misión a Israel. Jesús la limitó a Israel en vida (10,6), pero no la ha dado por finalizada.

 2) Otros episodios (2,1-12; 8,5-13; 15,21-29) hacen pensar en una misión extendida a los gentiles, sin que éstos pasen a reemplazar a Israel como objetivo.

 3) No hay indicio en 21,33-45 y 22,1-14 de sustitución de Israel en los salvíficos planes de Dios: abarcan tanto a judíos como a gentiles.

 4) El término naciones puede significar gentiles en contraste con judíos (10,5.18) o judíos y gentiles, es decir, la totalidad del mundo habitado, como en 24,9.14 (dichos sobre misión) y 25,32. Pero aquí no hay contraste.

 5) El v. 18 reconoce a Jesús «toda autoridad en el cielo y en la tierra». Tampoco es frase exceptiva. Se contempla una misión a todos los habitantes del mundo, judíos y gentiles.

 6) La expresión «en el cielo y en la tierra» evoca la creación de Gn 1,1. Dada la universalidad de sus planes, Dios promete bendecir, a través de Abrahán, a «todas las familias de la tierra» (Gn 12,3). Vector de esa bendición es la comunidad de discípulos de Jesús, hijo de Abrahán (1,1).

 La orden haced discípulos es ampliada con dos gerundios, bautizando y enseñando, y una promesa. Junto con su reconocimiento de que Jesús participa de la realeza de Dios, los nuevos discípulos deben ser incorporados a la nueva comunidad mediante el bautismo: bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Puesto que Jesús manifestó abrazar los planes de Dios sometiéndose al bautismo de Juan (3,13- 17), los nuevos discípulos deben imitarlo (10,24-25) y mostrar adhesión a él dejándose bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

 La locución en el nombre de representa compromiso, pertenencia y protección (Sal 124,8). Entre Dios, el Padre (cf. 5,16.45; 6,9; 7,21; 10,32; 11,25-27; 12,50; 13,43; 16,17; 18,10.14; 20,23; 23,9; 25,34; 26,29.38.42), y Jesús, el Hijo (cf. 2,15; 3,17), el evangelio ha señalado el vínculo adicional de que el Hijo revela al Padre (11,25-27) y cumple su salvífica voluntad (3,15). Los discípulos de Jesús hacen la voluntad del Padre (12,46-50). Su bautismo marca la entrada a una vida de obediencia a Dios siguiendo a Jesús. Presumiblemente, el Espíritu Santo ayuda a vivir esa vida, así como el «espíritu de vuestro Padre» (10,20) los ayuda a hablar (y al igual que el Espíritu de Dios asiste a Jesús en su misión: 3,15; 12,18-21). Para posibles orígenes del bautismo, véase 3,5-6.

  Tranquilización. 28,20

 La iniciación de nuevos discípulos no representa el fin de la tarea. Es preciso formar e informar a la comunidad de discípulos enseñándoles a obedecer/guardar todo lo que yo os he mandado. A lo largo de la narración evangélica, enseñar ha correspondido a Jesús (4,23; 5,2: 7,29; 9,35; 11,1; 13,54; 21,23; 26,55). Él ha sido el único maestro (23,8.10)10. Ahora esa actividad es encomendada a los discípulos. En 28,15 se ha utilizado el mismo verbo; los soldados hicieron «lo que les habían dicho/enseñado». Pero mientras que los soldados enseñan mentiras sobre Jesús (han robado su cuerpo, no ha resucitado), los discípulos enseñan lo que Jesús les enseñó a su vez, concerniente al reinado/imperio de Dios y a la vida configurada por él hasta el regreso de Jesús en poder y gloria. Los que viven esa vida se caracterizan por obedecer (19,17; cf. 7,24-27; 12,46-50) o guardar (cf. 27,36.54; 28,4) todo lo que yo os he mandado. La frase abarca cuanto él ha prescrito en el evangelio, haya gustado o no. Jesús ha revelado la voluntad de Dios en su enseñanza (abundante, como muestran los cinco bloques de ella en los caps. 5-7, 10, 13, 18, 24-25), en sus conflictos con los dirigentes religiosos, en sus acciones. La comunidad de discípulos encarna esas enseñanzas y acciones en vidas marcadas por la obediencia.

 

Y recordad que yo estoy siempre con vosotros, hasta el final de la era.

La comunidad no se encuentra sola al luchar en su tarea misionera con las inevitables dificultades creadas por un ambiente de engaño y hostilidad (28,11-15) y por los fallos de los mismos discípulos (caps. 26-27). Aunque Jesús no está físicamente presente, su presencia continúa en sus palabras y acciones narradas por el evangelio y, como él aseguró en 10,20, a través de la ayuda del Espíritu. El mandato de misión va acompañado del don de una misericordiosa presencia y asistencia. Véase 1,23; 18,20". Dios promete presencia divina al pueblo liberado en el éxodo de Egipto (Dt 31,23) y del exilio en Babilonia (Is 41,10; 43,5).

La vida alternativa, contracultural, de discipulado es vivida entre el tiempo de la vida, muerte y resurrección de Jesús y el final de la era, momento de la culminación de los planes divinos, cuando al regresar Jesús quede instaurado el reinado de Dios sobre todas las cosas, incluida Roma, y la salvación de Dios sea experimentada plenamente (véase 13,19.40.49; 19,28; 24,3; 25,31-46). Hasta entonces, el presente es un tiempo difícil, de tribulación (caps. 24-25) y de misión. Pero esta promesa final y el establecimiento de un límite temporal para la opresión presente brindan a los discípulos una esperanza y los invitan a mirar hacia la era nueva, el futuro transformado, del reinado o imperio de Dios.

 

¿Qué sucede a Jesús? Es claro que él no intenta permanecer físicamente con los discípulos. Sin embargo, a diferencia de Lucas, Mateo no hace referencia a su ascensión (Lc 24,51; Hch 1,9-10). Pero Jesús se va. Por Mt 28,18, junto con 19,28, 25,31 y 26,64, cabe conjeturar que se reúne con Dios en el cielo. De nuevo es posible que el evangelio refleje una práctica imperial, la de la apoteosis o reconocimiento a alguien de la dignidad de dios. Se creía que Rómulo, el fundador de Roma, había sido deificado. Envuelto por una nube en medio de una tormenta, entre relámpagos, fue arrebatado a una estrella (Tito Livio, AUC 1.16.1-3; también Cicerón, De re publica 2.17-18; Dionisio de Halicarnaso, Ant. rom. 2.56; Plutarco, Rómulo 27: Ovidio, Fasti 2.491-96; Metamorfosis 14.816-20). Cuando moría un emperador, el Senado podía conferirle la dignidad de dios, como hizo con Vespasiano y Tito, pero no con Domiciano (Suetonio, Vespasiano deificado; Tito deificado; Domiciano 2.3). La deificación se llevaba a cabo con una ceremonia a través de la cual se suponía que el emperador pasaba a incorporarse al mundo de los dioses, desde donde seguía favoreciendo el mundo que había dejado. Séneca se burla de la deificación de Claudio en su obra Apocolocyntosis, o la «transformación en calabaza» de Claudio. Quizá se pensaba que, de algún modo a la manera de los emperadores deificados, Jesús había pasado a reunirse con Dios en el cielo (5,34) y a compartir su autoridad de gobierno (28,18) hasta que regresara para salvar definitivamente de Roma y de todos los enemigos de Dios estableciendo el vivificante imperio divino.

 

Fuente: Warren Cárter.

Mateo y los márgenes:

Una Lectura Sociopolítica y Religiosa

Páginas 772-780





Comentarios

  1. Siempre es de inmenso crecimiento espiritual estos grandes artículos.

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