Jesús Promete volver (Juan 14. 1-14)
14,1-4
1 No se turben; crean en
Dios y crean también en mí. 2 En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones. De
no ser así, no les habría dicho que voy a prepararles un lugar. 3 Y después de
ir y prepararles un lugar, volveré para tomarlos conmigo, para que donde yo
esté, estén también ustedes. 4 Para ir a donde yo voy, ustedes ya conocen el
camino.
El
pensamiento de la inminente separación del maestro sume a los discípulos en
estado de profunda angustia (16,6). Saben ahora que en adelante se encontrarán
solos en el mundo, y que éste los odia porque no pertenecen a él (15,18-19).
Jesús comienza por combatir su angustia y su desaliento, mostrándoles en qué
forma podrán dominarlos. Basta con que crean firmemente en él, como creen en Dios.
Alude con esto a aquella fe que ve en su partida del mundo el retorno
victorioso al Padre celestial. Una fe semejante los ayudará a superar la
amargura de la separación y la soledad en que se encontrarán, perdidos en un
mundo hostil (16,33).
lleva más
directamente a Dios. Parece, sin embargo, que no es precisamente esto lo que
Jesús quiere decir, ya que al responder luego a la pregunta de Tomás (v. 5) no
habla de este precepto, sino que se da a sí mismo como el único camino que
conduce al Padre. Jesús quiere, pues, afirmar que los discípulos saben ahora
que la fidelidad a su misión de discípulos los llevará a la casa del Padre.
14,5-11
5 Entonces Tomás le dijo: "Señor, nosotros no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino?" 6 Jesús contestó: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. 7 Si me conocen a mí, también conocerán al Padre. Pero ya lo conocen y lo han visto. 8 Felipe le dijo: "Señor, muéstranos al Padre, y eso nos basta. 9 Jesús le respondió: "Hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces, Felipe? El que me ve a mí ve al Padre. ¿Cómo es que dices: ¿Muéstranos al Padre?" 10 ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Cuando les enseño, esto no viene de mí, sino que el Padre, que permanece en mí, hace sus propias obras.
Sorprendido
ante la afirmación de Jesús, de que los discípulos saben el camino que él va a
seguir, Tomás objeta: No sabemos siquiera el punto a donde te diriges, ¿cómo
podremos conocer el camino que vas a tomar? Es en realidad una objeción poco
afortunada, porque Tomás debería saber suficientemente cuál es el camino que
conduce al Padre. Pero está todavía sumido en el error de los judíos y de Pedro
(13,37). Hay, con todo, un aspecto que es exacto en su pregunta, y es reconocer
que existe relación de dependencia entre el conocimiento del camino y el
conocimiento del término. Jesús explica ahora claramente a Tomás cuál es el camino
y cuál es el término: el camino es él, y el término el Padre, o, para mayor
exactitud, él mismo es, en cierto sentido, el camino y el término; en efecto,
quien ha llegado a conocerlo a él ha conocido
también
al Padre, puesto que él está en el Padre, y el Padre en él. «Yo soy el camino.»
En cuanto revelador enviado de lo alto, Jesús es el camino hacia el Padre, más
aún, es el único camino: «Nadie llega al Padre sino por mí.» Sólo mediante la
fe en él se puede tener acceso a la casa del Padre. Algunos comentaristas
recientes opinan que la imagen de la puerta, como la del camino, con la cual
guarda estrecha relación, tiene su origen en la gnosis. En apoyo de su opinión
hacen notar la gran importancia que en estas imágenes tiene el conocimiento del
camino que el alma una vez separada del cuerpo debe recorrer para entrar en el
mundo de la luz, como también el papel importante que se asigna al conocimiento del guía que muestra tal camino. Véanse,
a manera de ejemplo, los términos en que, según un himno gnóstico, Jesús se
dirige al Padre: «Quiero enseñar los misterios del camino santo, la gnosis»; el
«camino santo» es aquí el camino
que lleva a la liberación, y saca del mundo. En él se
ha hecho presente la perfecta revelación de Dios; el Dios oculto se ha revelado
a los hombres en su persona y en su obrase, por eso la verdad se identifica con
él mismo. En cuanto comunica a los hombres
la revelación divina, que es 'la verdad, es para ellos
la vida, les da la vida. La vida estaba en él ya antes del tiempo (1,4), él es
la resurrección y la vida (11,25), el pan que da la vida al mundo (6,33.51). Si
tienen un conocimiento preciso del camino, los discípulos conocen también al
Padre, término natural de ese camino. Conforme a lo dicho en expresiones
generales en 12,45, los discípulos, al conocer el camino, conocen también su
término: Si es verdad, como parece ser el caso, que vosotros me habéis
conocido, conoceréis también al Padre, o, mejor, en principio lo habéis
conocido y lo conocéis ya desde ahora» y al haberme visto a mí lo habéis visto también
a él. En efecto, el Padre está presente en Jesús, en cuanto éste es el
revelador enviado por Dios. Mas los discípulos no están aún preparados para
entender estas cosas. Por eso Felipe interviene
para pedir a Jesús les muestre el Padre, y con eso
quedarán satisfechos. No desea ser transportado al mundo del más allá para ver a
Dios cara a cara y estar siempre con él; sólo pide para el tiempo actual,
mientras está todavía en la tierra, una visión directa de Dios; es posible que
al pedir tal favor piense en una teofanía al estilo de las que fueron
concedidas a los profetas. Pero la petición del apóstol es injustificada,
porque Dios ya se ha hecho visible en las palabras y en las acciones que
profiere y hace a través de Jesús.
De ahí que Jesús se manifieste extrañado al ver que
Felipe, no obstante haber estado a su lado tanto tiempo, no ha comprendido aún
que verlo a él es lo mismo que ver al Padre (cf. 12,45). Si realmente se conoce
a él, vale decir, si se cree que el Padre está en él, y él en el Padre, que él
y el Padre son una sola cosa (10,30), el deseo de ver a Dios se ha hecho
realidad. Jesús quiere, pues, hacer entender a Felipe que su petición no tiene
razón de ser, dado que a Dios no se lo puede ver directamente en el curso de la
vida terrena, y lo exhorta a adquirir la visión mediata de él, que por ahora
basta plenamente.
El v. 10c explica en qué medida en el Hijo se ve al
Padre. Jesús, cuando habla, no habla por su cuenta, es el Padre quien habla en él.
Por el hecho de habitar en él, el Padre ejecuta sus obras en él y por medio de
él. Es Dios mismo quien obra en Jesús. Sobra decir que, aunque aquí se hable
solamente de las palabras de Jesús, lo dicho vale igualmente para lo que
concierne a sus milagros. En la frase «el Padre, que mora en mí, es quien
realiza sus obras» está comprendida toda la actividad de Jesús. Los discípulos
sólo tienen que creer, es decir, convencerse de la mutua presencia del Padre y el
Hijo, para que en éste se les haga visible el Padre. Garantía de tal unidad
entre uno y otro es la palabra misma de Jesús. Pero aun en el caso de que dicha
garantía fuese insuficiente, deberían creer al menos en sus obras, ya que todo
cuanto él hace es testimonio irrecusable de la veracidad de lo que dice.
Jesús promete a los discípulos que continuarán su obra
14,12-14
Después
de haber hablado de las obras que el Padre cumple por medio de él, Jesús
promete que aquellos que crean, es decir, sus discípulos en general, después de
su partida harán obras iguales, y aún más grandes; aduce como fundamento de tal
promesa su retorno al Padre. La estrecha conexión entre el v. 12 y los v. 10-11
muestra
cómo
tales obras no son simplemente los milagros, tanto más que los prodigios de
Jesús no pueden ser superados, sino el conjunto de las obras que Jesús lleva a
término en su calidad de revelador de Dios. Su obra, pues, no cesará con su
partida, sino que será continuada, y hasta superada por los discípulos. A
juicio de los comentaristas, estas obras «mayores» son los éxitos misioneros de
los discípulos. La predicación de éstos logrará efectos más sólidos y más
vastos que la del maestro, la cual no sobrepasó las fronteras de un pequeño
país ni logró conquistar sino un reducido número de fieles.
Jesús
quiere decir, en todo caso, que su propia acción no alcanzará completo
desarrollo sino en la acción de los discípulos. Con su partida de este mundo
caerán todas las barreras de espacio y de tiempo que hasta ahora la han
limitado. Continuada por los discípulos ya sin restricción alguna, llegará
efectivamente a su entera perfección. Pero el retorno de Jesús al Padre
constituye la condición previa para que los discípulos puedan desarrollar su
futura actividad, porque ese retorno representa la conclusión y coronamiento de
su obra de enviado de Dios, y, haciendo posible el envío del Espíritu Santo
(7,39), viene a ser el punto de partida de la actividad de los discípulos.
Después
de haber prometido que sus seguidores realizarán obras más grandes que las
suyas, Jesús asegura que la oración hecha en su nombre será escuchada. La
garantía de que la oración en nombre de Jesús será oída aparece repetidas veces
en los discursos de despedida. La fórmula «en el nombre» significa
fundamentalmente «recordando, o invocando el nombre». En los casos en que la
oración se dirija al Padre, orar en el nombre de Jesús sólo puede equivaler a
orar reconociendo a Jesús e invocando su nombre.
El
v. 13 no especifica a quién se dirige la oración, pero, si Jesús asegura que
la escuchará, no puede tratarse sino de la oración dirigida a él. En este caso,
«en mi nombre» significa «con confianza en Jesús, nacida de la fe». Al insistir
en la promesa de que él mismo escuchará su oración, Jesús trata de inculcar a
los discípulos que toda la acción de ellos es en realidad acción suya. Nada
dice del objeto de tal oración, pero es evidente que no pueden ser los
intereses humanos y personales, sino únicamente la acción que los apóstoles
desplegarán al servicio de su maestro. Por eso les declara que escucha su
oración a fin de que el Padre sea glorificado en el Hijo (cf. 17,1). El Padre,
en efecto, es glorificado a través de la obra del Hijo, porque éste no busca,
en todo cuanto hace, más
que
el honor del Padre. Su actividad en la tierra no tendía a otro fin.
El Evangelio Según San Juan. Páginas 391- 404
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