Gracia y Paz de parte de Dios nuestro Padre y de
Cristo Jesús nuestro Señor. (2 Cor 1, 3).
Compartimos en esta entrada el Capítulo 7: El Siglo VEINTE, I: Griegos y Árabes
de la obra del Arzobispo Kallistos Ware: Iglesia Ortodoxa. En este capítulo se consideran
los siguientes puntos:
El Patriarcado de Constantinopla
El Patriarcado de Alejandría
El Patriarcado de Antioquía
El Patriarcado de Jerusalén
La Iglesia de Chipre
La Iglesia de Grecia
La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la
comunión del Espíritu Santo permanezcan con todos ustedes. (2 Cor 13,13).
Jacobo Rave
Fuente: La Iglesia Ortodoxa. Kallistos Ware.
P. 115-131
CAPÍTULO 7
El Siglo Veinte, I: Griegos y Árabes
“La Iglesia es la imagen viviente de la eternidad en
el tiempo.”
Padre
Georges Florovsky
La Iglesia
Ortodoxa en nuestros tiempos vive
cinco realidades distintas. En primer lugar, tenemos a los ortodoxos que
habitan los litorales levantinos del Mediterráneo, como minoría dentro de una
sociedad en la que predominan musulmanes. Así es la situación de los cuatro
Patriarcados antiguos, de Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén
(este último, claro está, vive bajo el dominio musulmán en Jordania, pero no en
Israel, lógicamente). En segundo lugar, existen dos Iglesias Ortodoxas, la de
Grecia y la de Chipre, donde la alianza entre Iglesia y Estado al sistema
bizantino todavía existe, aunque de manera algo atenuada. En tercer lugar,
tenemos a las Iglesias Ortodoxas de Europa oriental, que hasta hace poco vivían
bajo regímenes comunistas y tuvieron que afrontar persecuciones de tipo más o
menos severo. Ésta es por lejos la más numerosa de las cinco categorías, ya que
comprende las Iglesias de Rusia, Serbia, Bulgaria, Georgia, Polonia, Albania y
Checoslovaquia, que equivalen al 85% del total de los adherentes de la Iglesia Ortodoxa
en la actualidad. En cuarto lugar, están las comunidades de la diáspora, que
viven en el mundo de occidente, y en su mayor parte se componen de los emigrantes,
los exiliados y sus descendientes, pero que incluyen a la misma vez unos
cuantos conversos occidentales. En quinto y último término, existen varias comunidades
misioneras ortodoxas en distintos lugares, como por ejemplo en África oriental,
Japón, China, Corea y otros sitios. En total, estos cinco grupos pueden sumar
unos 110140 millones de personas, aunque de ellos a lo mejor solamente unos
50-80 millones sean en alguna medida practicantes de su fe.
Este capítulo estará dedicado a los primeros dos grupos de estos cinco
-a saber, los griegos y árabes que viven en un entorno islámico, y los griegos
que pertenecen a lo que básicamente siguen siendo ‘Iglesias estatales’. El
próximo capítulo investigará la realidad de los ortodoxos de lo que solía
llamarse antes el ‘segundo mundo’, más allá del recién derribado ‘Telón de
Acero’. Un tercer capítulo se consagrará a la ‘diáspora’ ortodoxa y el trabajo
misionero contemporáneo dentro de la Ortodoxia.
(1) El
Patriarcado de Constantinopla, que en el siglo X estaba compuesto
por 624 diócesis, hoy en día cuenta con un número enormemente reducido de
diócesis a su cargo. En el presente, caen bajo la jurisdicción del Patriarca
los siguientes territorios:
(1) Turquía;
(2) Creta y el Dodecaneso;
(3) Todos los griegos de la diáspora, además de determinadas colectividades
de emigrados rusos, ucranios, polacos y albanés (véase al respecto el Capítulo
9);
(4) El Monte Athos;
(5)Finlandia.
Esto abarca en total unos seis millones de personas, de los cuales más de la mitad son griegos que viven en norteamérica.
A principios de este siglo, Turquía contaba con una población de casi
dos millones de griegos ortodoxos, inclusive una comunidad muy próspera de 250.000
habitantes de Constantinopla (Estambul). Tras sufrir el ejército griego una desastrosa
derrota en Asia Menor en 1922, un gran número de estos griegos murieron
masacrados, sobre todo en Esmirna. Eso todavía no fue lo peor. Según las
estipulaciones del Tratado de Lausanne (de julio de 1923), se implementó un ‘intercambio
de poblaciones’ en la que todos los ortodoxos fueron expulsados y enviados a
Grecia: los exiliados murieron a millares durante su viaje de deportación. Sólo
se les permitió quedarse a los habitantes griegos de Estambul y sus
alrededores, mas incluso en el caso de ellos hubo restricciones; a los clérigos
ortodoxos, todos menos al Patriarca, se les prohibía salir a la calle en
vestidura canónica (cabe reconocer que la misma prohibición valía para los
clérigos musulmanes).
La situación de los griegos de Estambul empeoró en los años 1950, por
el antagonismo de los turcos frente al movimiento de unificación de Chipre con
Grecia (Enosis). En un alboroto de manifestantes anti-griegos (y anti-cristianos,
por cierto) que estalló el 6 de septiembre de 1955, sesenta de las ochenta iglesias
ortodoxas de la ciudad quedaron despojadas o incendiadas, los daños a las
propiedades cristianas fueron incalculables, se produjeron numerosos casos de
violación y algunas muertes. Durante varias horas las autoridades turcas no
quisieron intervenir, dejándoles carta blanca a los revoltosos. En los años
siguientes, muchos griegos huyeron de Estambul, aterrorizados, y otros fueron
deportados a la fuerza, de modo que en los años 1990 quedaba ya una comunidad griega
de tan sólo tres o cuatro mil personas, la mayoría de ellos gente mayor y
pobre. La imprenta del Patriarcado fue cerrada por las autoridades turcas a
principios de los años 1960, por lo que todas las publicaciones quedaron suspendidas;
el famoso instituto teológico situado en la isla de Halki, cerca de Estambul,
tuvo que cerrarse forzosamente en 1971. Se rumoreaba, incluso, que el propio
Patriarcado quedaría expulsado de tierra turca, pero eso al final no se
concretó. En los años 1980, sin embargo, se produjo una leve mejora en las
circunstancias. Los turcos dieron permiso para que el edificio principal del
Patriarcado (que se había quemado, por accidente, en 1941) se reconstruyese
entero, y fue reinaugurado en 1987. Además de eso, se permitió que el Patriarca
y los obispos, cuyos movimientos habían sido circunscriptos de modo severo por
los turcos, viajaran de nuevo al extranjero con plena libertad.
Desde que fue cerrado el instituto de Halki, el Patriarcado se ha
visto obligado a recurrir a otras escuelas teológicas, en Creta, Patmos, Athos,
Norteamérica y Australia. Mantiene dos instituciones activas en Grecia, que son
el Instituto Patriarcal de Estudios Patrísticos del Monasterio Vlatadon, en Tesalónica,
que fué inaugurado en 1968 y que publica la revista académica Kleronomia, y la Academia Ortodoxa
de Gonia en Creta, que también fue fundada en 1968 y que se especializa en
estudios sociales y ecológicos. Bajo la jurisdicción patriarcal está también el
Centro Ortodoxo de Chambésy (cerca de Ginebra en Suiza), que se encarga
particularmente de fomentar las relaciones inter-ortodoxas.
El más célebre ocupante del trono ecuménico desde la Segunda Guerra Mundial
ha sido el Patriarca Atenagoras (ejerció el cargo de 1948-72). Hombre de visión
audaz, se dedicó en particular a dos tareas: fortalecer los vínculos entre las
distintas Iglesias ortodoxas, sobre todo por medio de los Congresos de Rodas, y promover la unidad de los cristianos a nivel mundial. Las
iniciativas que tomó en esta segunda esfera, y sobre todo sus tentativas de
acercamiento con Roma, provocaron mucha crítica de parte de los ortodoxos
conservadores en Grecia y en otros lugares. Su sucesor, el Patriarca Dimitrios
(llevó el cargo de 1972-91), hombre apacible y de oración, restauró la confianza
de mucha gente, pero prosiguió básicamente la misma política de unificación
cristiana. El Patriarca Bartolomeo (elegido en 1991), especializado en Derecho
Canónico y estudiante otrora en Roma, mantiene relaciones estrechas con la cristiandad
de occidente.
El Monte Athos, centro principal del monaquismo ortodoxo durante el
último milenio, no es exclusivamente griego, sino que internacional. De los
veinte monasterios gobernantes, en el día de hoy diecisiete son griegos, uno
ruso, uno serbio y uno búlgaro; en épocas bizantinas, uno de los veinte era
georgio, y hubo otra comunidad latina, con monjes provenientes de Amalfi en
Italia. Además de los monasterios gobernantes, existen varias comunidades
grandes, e incontables yacimientos más pequeños llamados sketes o kellia; hay
también ermitaño ya mayoría viven en el extremo sur de la península, en
chozas o cuevas que dan sobre unos barrancos
vertiginosos y son accesibles sol ámente mediante escalas de cuerda
desgastadas. Así que las tres modalidades de vida monástica que se remontan al
siglo IV en Egipto - la vida comunitaria, la vida semi-eremítica, y los
ermitaños - subsisten hoy las tres juntas en el Monte Santo. Dan testimonio
extraordinario de la continuidad de la Ortodoxia.
El período desde 1914
a mediados de la década de los 1960 fue un tiempo de
declinación en el Santo Monte. Se registró una disminución espectacular en el
número de monjes. A principios de este siglo, había aproximadamente 7.500
monjes, de los que casi la mitad eran rusos; el monasterio ruso de San
Panteleimon (‘Roussikon’) contaba de por sí con unos 2.000 miembros. El Padre
Amfilóquios, padre espiritual en Patmos, me contaba muchas veces la impresión
que se había llevado él, como visitante griego, al escuchar los cánticos rusos
en el Monasterio de San Panteleimon en 1912: era cuanto más cercanamente
conoció el ‘cielo en la tierra’. Pero tras la Primera Guerra
Mundial, los novicios aspirantes no podían irse de Rusia, mientras los
reclutados de la emigración constituían un número muy bajo, por lo que en los
años 1960 había menos de sesenta monjes en Roussikon. A partir de 1945 el
número de novicios procedentes de Rumania, Bulgaria y Serbia también se vió muy
reducido. A la misma vez, poquísimos jóvenes griegos emprendían camino hacia
Athos. Sobre fines de los años 1950, la disminución anual en el número de
monjes correspondía a los cuarenta o cincuenta por año, hasta que en 1971 la
población monástica en total disminuyó a tan sólo 1.145, de los cuales, la
mayor parte, con mucho, eran muy mayores de edad. A nivel humano, parecía dudoso
que el Santo Monte tuviera futuro. Una menguada fracción de los monjes tenía
educación, y el Athos cesó de ejercer influjo espiritual notable tanto en
Grecia como en la Ortodoxia
mundial.
Se equivocaría, sin embargo, quien pensara que lo importante en Athos
o en cualquier otro centro monástico era solamente el número o la erudición de
los monjes, ya qué el criterio verdadero no es su cantidad o su competencia
académica sino la calidad de su vida espiritual. En algunos monasterios,
incluso durante este período de decadencia externa, se mantuvo un estandar muy
alto; ejemplo notable fué el Monasterio de Dionysiou bajo el Padre Gabriel
(1886-1983), Abad durante casi cincuenta años. Uno de los monjes de esta
comunidad, el Padre Theoklitos (todavía activo), escribió un estudio de la vida
monástica titulado Entre el Cielo y la Tierra (en griego: Atenas 1956), que nos manifiesta
con mucha claridad la vitalidad continua de la espiritualidad Athonita. A
escondidas»
Sin ostentación, el Monte siguió produciendo santos, ascetas y hombres
de oración formados en las tradiciones clásicas de la Ortodoxia. Entra en
la lista San Silouán (1866-1938; declarado santo en 1988), monje de la
comunidad rusa de San Panteleimon: de origen paisano, hombre sencillo y
humilde, su vida parece poco destacada, pero su legado fueron unos escritos
meditativos profundamente conmovedores, de estilo poético y de honda visión
teológica, que han sido redactados por su discípulo el Archimandrita Sofrony y
publicados en muchos idiomas. Otro monje tal fue el Padre José (fallecido en
1959), miembro griego de la comunidad semi-eremítica del Nuevo Skete, que
reunió a su alrededor un grupo de discípulos dedicados a la noera prosevjí
(oración ‘mental’ o ‘interna’, con referencia particular a la oración de Jesús).
Con tal de que Athos siga formando alumnos tales como San Silouán y el Padre
José, su misión quedará cumplida.
Inesperada y repentinamente, tras medio siglo de decadencia externa,
se inició a fines de los años 60 una nueva fase en la historia Athonita. Se
pusieron de manifiesto nuevas señales de vida - débiles e inciertas al
principio, pero con el advenimiento de los años 80 observables ya a las claras.
En primer lugar se produjo una nueva afluencia de monjes. Tras alcanzar la
presencia monástica su nivel más bajo en 1971, cuando la suma total era de tan
sólo 1.145, el número empezó gradualmente a elevarse nuevamente, hasta que en
1990 había unos 1.500 monjes residentes en el Monte, lo que a primera vista
parece poco significativo. Lo más revelador sin embargo, ha sido el cambio en
el promedio de edad: en 1971, la casi totalidad de los monjes eran mayores de
60 años; en 1960, la mayoría tenían menos de cuarenta. El cambio que se produjo
en muchos de los monasterios fue nada menos que sensacional: las comunidades
que en 1971 iban decayendo silenciosamente, compuestas a lo mejor por una
docena de monjes ancianos, de los que apenas la mitad eran todavía capaces de
asistir a los oficios, se vieron tras una corta temporada de tan sólo diez o
quince años nuevamente llenas de miembros jóvenes y activos, entre los que
apenas se veían canas en sus barbas.
Resultó más importante, por lejos, la calidad que la cantidad de los
recién llegados. Muchos de ellos, además de su alto nivel de educación, tenían
dotes espirituales. Algunos estaban dotados con talento literario, otros tenían
dotes para ejercer como padres espirituales y confesores. Se ha dado una
renovación de oración en la
Montaña: los oficios litúrgicos, que hasta hacía poco se
cumplían muchas veces de modo somero y rutinario, ahora se celebraban con
atención y alegría, y los monjes comulgaban con mayor frecuencia. Se ha
producido una gran mejora en la calidad del canto. Mediante esta nueva
generación de monjes, Athos ha recuperado su expresividad clara y distinta, voz
que se escucha respetuosamente allende los confines del Monte, que actúa de
nuevo como faro y centro de poder para la Ortodoxia entera.
¿Cuáles fueron las causas de esta transformación tan sorprendente? No
es fácil identificarlas. El factor indudable, por cierto, ha sido la presencia
en la mayoría de las comunidades de un Abad con la dote de ‘anciano’. Algo que
atrae a los nuevos reclutas a tal o cual monasterio es, la mayoría de las
veces, la disponibilidad de un padre espiritual capaz de actuar como guía
personal. Entre los abades que se aprecian especialmente en calidad de gerontes
o ancianos se cuenta con el Padre Vasileios de Iviron (antiguamente de
Stavronikita), autor del célebre tratado El Himno de Entrada; el Padre
Aemilianos de Simonos Petras; el Padre Jorge de Grigoriou; y el Padre Ephraim, Abad
hasta hace poco del Monasterio de Philotheou, discípulo del Padre José de la
Nueva Skete.
Sigue habiendo problemas. Las comunidades no-griegas permanecen en
condición disminuída, y las autoridades civiles griegas - en contravención del
espíritu, e incluso a veces de la letra, de los estatutos legales de Athos -
obstaculizan muchísimo la llegada al Monte de novicios provenientes de Rumania
y los países eslavos. Se han producido varios incendios graves, algunos de ellos
dentro de los monasterios, y otros en el bosque a su alrededor. El silencio de
Athos se está corroyendo gracias a la expansión continua de la red de caminos,
al número cada vez mayor de vehículos, y a la creciente abundancia de
visitantes (en su mayor parte griegos, no forasteros). Entre algunos monjes se
da un espíritu estrecho y fanático, que les provoca oponerse a todo tipo de acercamiento
a los cristianos no-ortodoxos, y estigmatizar con celo excesivo a sus colegas
ortodoxos de traidores a la
Santa Tradición. Sin embargo, pese a todas las dificultades,
ésta es una época esperanzadora para el Monte Athos. Según lo dijo un starets
ruso de la Montaña,
el Padre Nikon de Karoulia (18751963), ‘Aquí cada piedra exhala oración.’ Y esto
sigue siendo una verdad tanto hoy como en el pasado.
Fuera de Athos, pero quedándonos dentro de la región jurídica de
Constantinopla, hallamos el conocido Monasterio de San Juan Teólogo (el
Evangelista) en la isla de Patmos, fundada por San Cristódulo en 1088. Uno de
los monjes sobresalientes de allí del siglo presente fue el Padre Ámfilóquios
(1888-1970), al que ya se le tiene reverenciado como santo en muchos sitios.
Destacamos entre sus cualidades (que yo mismo recuerdo vívidamente) de
mansedumbre y fervorosa compasión; según lo refiere uno de sus hijos espirituales
‘Hablaba el idioma del amor’. Prestaba gran valor a la oración de Jesús, además
de ser ecologista, mucho antes de que aquello se pusiera de moda. ‘El que no
ame a los árboles, no ama a Cristo,’ solía decir; y si era preciso imponerle
penitencia a algún granjero que venía a confesarse, le mandaba plantar dos o
tres árboles. La comunidad de mujeres que se fundó en Patmos, el Convento de la Anunciación, cuenta
hoy en día con más de cincuenta monjas, y tiene comunidades filiales en las islas
de Rodas y de Kalymnos.
La Iglesia ortodoxa de Finlandia se
inició por los monjes del monasterio ruso de Valamo en el Lago Ladoga, que
predicaron a las tribus paganas finlandesas de Karelia durante la Edad Media. Los ortodoxos
finlandeses dependieron de la
Iglesia rusa hasta la Revolución, pero están desde 1923 bajo el cargo
espiritual del Patriarcado de Constantinopla, aunque la Iglesia rusa no aceptó
este arreglo hasta el año 1957. La mayoría aplastante de los finlandeses es
luterana, y los 52.000 ortodoxos corresponden a menos del 1,5% de la población.
Las tradiciones de Valamo se mantienen hoy día en el Monasterio de Nuevo Valamo
en Heinävesi, en Finlandia central; cerca de allí se sitúa el Convento de
Lintula. En Joensu existe un seminario. Aunque las parroquias contienen muchos
miembros de adherencia mayormente nominal, existe un movimiento juvenil activo,
y muy involucrado en el tema de los contactos inter-ortodoxos y ecuménicos. El
jefe actual de la Iglesia
finlandesa, el Arzobispo Juan (elegido en 1987), es de origen luterano: es el
primer converso occidental en llegar a ser jefe de una Iglesia ortodoxa local.
Al estar profundamente arraigada en la historia rusa pero con miras hacia
occidente, la Ortodoxia
finlandesa se ve capacitada para desempeñar un rol de puente y mediador entre
las tierras ortodoxas ‘tradicionales’ y la diáspora ortodoxa de origen más reciente.
(2) El Patriarcado
de Alejandría es una pequeña Iglesia de tamaño
reducido desde 451, año en el que la gran mayoría de los cristianos de Egipto
rechazaron el Concilio de Calcedonia. Su territorio jurídico abarca el
continente africano entero. A principios del siglo XX se hallaban en El Cairo y
en Alejandría prósperas y florecientes comunidades griegas, pero éstas se
encuentran actualmente en estado muy disminuido debido a las emigraciones. El
rebaño alejandrino, hoy en día, reside casi todo en Uganda o en Kenya (donde se
ha visto brotar un movimiento aborigen de ortodoxos africanos), o en Sudáfrica.
El principal jerarca actual en el Patriarcado alejandrino, el Papa Partenios III
(elegido en 1987), es desde el punto de vista intelectual uno de los líderes más
aventureros de la Iglesia
ortodoxa, a tal punto que se ha pronunciado a favor de la ordenación de las
mujeres.
(3) El Patriarcado
de Antioquía tiene a su cargo los ortodoxos de Siria
y el Líbano. El número de adherentes ha disminuido debido a la emigración
provocada por la agonía prolongada de la guerra en el Líbano, mas existe una
cuantiosa y vivaz diáspora, sobre todo en Norteamérica. El Patriarca reside ya
no en la antigua Antioquía (que ahora se localiza dentro de las fronteras de
Turquía), sino en Damasco. De 1724
a 1898 el Patriarca y muchos de los jerarcas superiores
eran griegos, pero hoy en día son todos árabes. A principios de este siglo el
Patriarcado daba indicaciones de ser ‘La Iglesia durmiente’, pero desde entonces se ha
producido un despertar, debido sobre todo al Movimiento de la Juventud Ortodoxa
(Mouvement de la
Jeunesse Orthodoxe), fundado en 1942. La MJO cuenta hoy en día con unos
7.000 miembros, y con un liderazgo derivado mayormente del laicado, y da
prioridad a la educación cristiana. Publica un periódico, An-Nour, y tiene editados más de 120 libros. Además de eso, se
entrega comprometidamente al trabajo social y médico, y a la lucha contra la
pobreza; las iniciativas que tomó durante los años de guerra tuvieron un valor
particular para el Líbano. Bajo la tutela del MJO se ha visto reanimar la vida
monástica tanto de hombres como de mujeres. Muchos de sus miembros ocupan en la
actualidad puestos jerárquicos importantes, así como el Patriarca actual
Ignacio IV (elegido en 1979) y el Metropolita Jorge (Khodre) del Monte Líbano.
En 1970 el Patriarcado estableció el Instituto Teológico San Juan Damasceno de
Balamand (cerca de Tripoli, en el Líbano).
(4) El Patriarcado
de Jerusalén siempre ocupó un lugar especial en
la Iglesia: sin ser numeroso, se ha encargado de proteger los Sitios Santos. Su
territorio a cargo abarca Israel y Jordania. Al igual que en Antioquía, la mayoría
de los creyentes son árabes: hoy en día suman unos 60.000, pero van
disminuyendo como en todo el Próximo Oriente, a medida que la gente emigra.
Antes de la guerra de 1948, había solamente 5.000 griegos bajo el Patriarcado,
y hoy en día son menos aún (? quizás no más de 500). Pero el Patriarca de Jerusalén
sigue siendo griego, y la
Hermandad del Santo Sepulcro, que se encarga de cuidar de los
Santos Sitios, está completamente bajo el control de los griegos. Esta
situación provocó bastante tensión durante los últimos setenta años. Desafortunadamente,
los esfuerzos del Patriarca actual Diodoro (elegido 1981) han tenido poco éxito
para resolver los problemas internos del Patriarcado.
Antes de la
Revolución Bolchevique, un rasgo notable de la vida ortodoxa en
Palestina era la afluencia anual de peregrinos rusos, de los que muchas veces
se encontraban más de diez mil alojados al mismo tiempo en la Ciudad Sagrada. En
su mayor parte eran campesinos mayores, para quienes el peregrinaje era el
suceso más notable de su vida: tras caminar a pie unos cuantos miles de millas
a lo largo de Rusia, se embarcaban en algún puerto de la Crimea y soportaban un
viaje en condiciones de extrema incomodidad, para llegar a Jerusalén a tiempo y
celebrar Semana Santa. La Misión
Espiritual Rusa en Palestina, además de cuidar de los peregrinos
rusos, elaboró un trabajo pastoral de gran valía entre los ortodoxos árabes y
mantuvo un gran número de colegios. Como era natural, lamentablemente, el
tamaño de la Misión Rusa
hubo de reducirse después del año 1917, pero no desapareció del todo, siguen
existiendo tres conventos rusos en Jerusalén; dos de ellos admiten mujeres
árabes al noviciado. Tras los recientes sucesos en Rusia, los peregrinos rusos
empiezan a reaparecer en la
Ciudad Sagrada, a la vez que el número de peregrinos griegos
registrados durante la década de los ‘80 aumentó de manera notable.
La Iglesia de Sinaí, dirigida en la
actualidad por el Arzobispo Damianos (electo en 1973), se considera a veces
como autocéfala, pero es más correcto calificarla como autónoma, ya que su jefe
es consagrado por el Patriarca de Jerusalén. Consiste básicamente en un solo
monasterio, el de Santa Catalina, situado al pie de la Montaña de Moisés en la península
de Sinaí (en Egipto). Los monjes, una veintena de griegos, llevan el cargo
pastoral de las familias beduinas cristianas que habitan aquella región, y
también del pequeño convento que les queda cerca. El Monasterio de Santa
Catalina dispone de una biblioteca estupenda y de una colección de iconos inimitable,
de los cuales algunos datan de tiempos pre-iconoclastas que lograron salvarse
de la destrucción gracias a la situación remota de Sinaí más allá de las
fronteras bizantinas. Es una pena que el porvenir del monasterio se vea amenazado
por los proyectos de desarrollo del gobierno egipcio, que tiene planificado un
parque turístico para ese área.
(5) La
Iglesia de Chipre, autocéfala desde el Concilio de Éfeso (en 431), sufrió pérdidas
cuantiosas a manos de los turcos durante las invasiones de 1974, pero goza
todavía de riqueza y de buena organización. Existen unas 450 parroquias, con
550 sacerdotes, y unos 16 monasterios que alojan a más de 50 monjes y 120
monjas. (Conviene mencionar también los 150 monjes chipriotas residentes en el
Monte Athos; tres de los veinte monasterios tienen un Abad chipriota). Existe
un instituto teológico en Nicosia. En el sistema otomano, se tenía al jefe de la Iglesia a la vez como ‘etnarca’
o gobernante civil de la población cristiana, fue conservado por los británicos
cuando tomaron el poder de la isla en 1878. De ahí el doble rol, tanto
eclesiástico como civil, que asumió el Arzobispo Makarios III (ejerció de
1950-77) y que tantos malentendidos causó entre los británicos durante la lucha
por la independencia de los griegos chipriotas, durante los años 1950. Los que
consideraban a Makarios como canónigo eclesiástico que se entrometía gratuitamente
en los asuntos políticos ignoraban el hecho de que era heredero de un puesto de
larguísima tradición histórica. El Arzobispo Crisóstomo, sin embargo, sucesor
de Makarios electo en 1977, ejerce un cargo exclusivamente religioso.
(6) La
Iglesia de Grecia, pese a las injerencias del secularismo y de la indiferencia en el país
desde la Segunda Guerra
Mundial, sigue ocupando una plaza central en la vida del país en general. En
una encuesta de 1951, tan sólo 121 personas de entre una población nacional de
7.500.000 se declararon ateos. Hoy en día el número total de ateos
auto-declarados sería mayor, seguramente, pero no por mucho; ya que los griegos
en su mayoría, aunque no practiquen activamente su fe, siguen considerando el
cristianismo ortodoxo como parte integrante de la identidad griega. Las cifras
actuales indican que el 97% de la población ha sido bautizada como cristiana, y
que el 96,5% de éstos pertenecen a la Iglesia ortodoxa. El grupo más numeroso de la
minoría de cristianos no-ortodoxos es él de los católicos romanos, que cuentan
con 45.000 adherentes, de los cuales 2.500 son católicos del rito oriental.
Además en Grecia residen unos 120.000 musulmanes.
El lazo que existe en Grecia entre la Iglesia y el Estado,
otrora muy estrecho, se está debilitando gradualmente. La enseñanza religiosa
ortodoxa tiene una proporción cada vez menor en el programa escolar estatal.
Durante los años ‘80 el gobierno autorizó el casamiento civil, y legalizó el
aborto; medida ésta que fue enfrentada ferozmente de parte de la Iglesia, pero sin
resultado. A su vez, la
Iglesia fue adquiriendo mayor autonomía interna, por lo que
los políticos intervienen menos que antes en el nombramiento de los obispos.
Pero integran una minoría, los que se plantean en Grecia una separación
completa entre el Estado y la
Iglesia. Los seminarios teológicos donde se forman los
futuros sacerdotes todavía cuentan con el apoyo financiero del gobierno, y siguen
formando parte del sistema educativo estatal; y el Estado todavía sigue pagando
el sueldo del clero.
Las diócesis griegas en la actualidad son como las de la Iglesia primitiva, puesto
que son pequeñas: suman 81 en total, al servicio de una población aproximada de
9 millones de habitantes (comparado con Rusia antes de 1917, que contaba con 67
diócesis para 100 millones de feligreses). La diócesis griega más extensa
abarca solamente 247 parroquias, y más de la mitad de las diócesis contienen
menos de 100 parroquias. Lo ideal, es que el obispo griego no actúe
exclusivamente como un administrador inaccesible, sino como una figura cercana
que mantiene un contacto personal con su rebaño, y con quien las personas
humildes puedan tener fácil acceso y familiaridad para pedirle consejos tanto prácticos
como espirituales. En lo que atañe a la organización externa de la Iglesia griega, durante las
tres últimas décadas se observa un proceso de expansión continua.
|
1971
|
1981
|
1992
|
Parroquias
|
7.426
|
7.477
|
7.742
|
Clero
|
7.176
|
8.335
|
8.670
|
Monjes
|
776
|
822
|
927
|
Monjas
|
1.499
|
1.971
|
2.305
|
Amén de esta red de parroquias y monasterios, la Iglesia de Grecia
patrocina un vasto número de organizaciones filantrópicas - orfanatos,
residencias de gente mayor, clínicas psiquiátricas, grupos organizados de
visita a los hospitales y a las prisiones. Quien se imagine que la Ortodoxia se orienta
estrictamente hacia el otro mundo, y que no se interesa para nada por el
trabajo social, debiera comprobar antes la labor de la Iglesia de Grecia.
No obstante, a medida que la estructura visible de la Iglesia se ha ido
expandiendo, no cabe duda de que la asistencia de los griegos a los oficios de la Iglesia ha ido mermando
durante los últimos treinta años. En una encuesta que se realizó en Atenas e1 21
de septiembre de 1963 a
instancias del periódico Ta Nea, se
registraron los siguientes porcentajes en las respuestas a la pregunta ‘¿Con
qué frecuencia suele asistir Usted a la Iglesia?’:
Porcentaje
Todos los domingos 31
Dos o tres veces al mes 32
Una vez al mes 15
Para las grandes fiestas 14
Cuando me dé tiempo 3
En una encuesta parecida que se realizó, también en los distritos
atenienses, en la primavera de 1980, salieron los siguientes porcentajes:
Porcentaje
Todos los domingos 9
Con bastante frecuencia
20
Sólo con motivo de las
grandes
fiestas/ocasiones
especiales (bodas) 60
Nunca 11
Aun si la gente no dijera siempre la verdad al responder a las
encuestas de este tipo, se pone de manifiesto que la asistencia a los oficios
eclesiásticos va en disminución. Cabe admitir, por cierto, que tanto en Grecia
como en otros países la asistencia a las Iglesias suele ser menos frecuente en
el centro de las grandes urbes que en las ciudades más pequeñas y en las zonas
rurales.
Una congregación dominical normal y corriente suele contener más
mujeres que varones, y más gente mayor que jóvenes; pero esta situación no constituye
un fenómeno único y exclusivo de Grecia.
Muchos estudiantes universitarios, y los jóvenes en general, se
sintieron contrariados con la
Iglesia por la aparente colaboración de los jerarcas con la
junta militar de los años 1967-74, época en que el Arzobispo Jerónimo era jefe
de la Iglesia
griega. A decir verdad, la escala de la colaboración suele haberse exagerado,
puesto que al contrario, fueron los Coroneles los que explotaron a la Iglesia, y no al revés. De
todos modos, es necesario confesar que la reputación de la Iglesia quedó gravemente
comprometida, en la opinión de la generación joven. En los últimos años de esta
década, sin embargo, se ha podido observar, a modesta escala pero significativa,
el retorno de la juventud a la Iglesia.
En el pasado, los párrocos griegos solían recibir poca formación
oficial poca, incluso ninguna, y a partir del 1833 una de las preocupaciones principales
de la Iglesia
ha sido elevar el nivel de educación del clero. Durante el período turco, e
incluso hasta la
Segunda Guerra Mundial, el párroco estaba estrechamente
integrado con la comunidad local que servía. La mayoría de las veces era
oriundo del lugar donde ejercía su sacerdocio, y no esperaba más que permanecer
encargado de la misma parroquia toda su vida. Escasa vez ingresaba en un
seminario; lo más habitual era que el párroco compartiera el mismo nivel de
educación de los laicos, y que al igual que ellos, fuese un hombre casado. Tras
ser ordenado, solía continuar con su trabajo anterior, cualquiera que fuese
éste - de carpintero, por ejemplo, o de zapatero, o de agricultor, que era lo
más típico. Normalmente no era lo suyo dar prédicas; sólo si se daba la
oportunidad, era tarea de los obispos o de los monjes visitantes, o a veces de
un predicador laico nombrado por el obispo. En la mayoría de los casos, el
párroco no confesaba a la gente; para ello, los feligreses de su rebaño se
dirigían probablemente a un monasterio cercano, o recurrían a los hiero-monjes
itinerantes (de todos modos, cabe notar que el sacramento de la Confesión se observó
poco durante la
Turcocratía).
Aquella firme asociación entre el pastor y su rebaño tuvo innegables
ventajas en el ámbito histórico de la sociedad estable agricultora. La Ortodoxia griega tuvo la
suerte de evitar aquella brecha cultural que se ha visto abrir entre el sacerdote
y los laicos en el caso, por ejemplo, de la Iglesia anglicana desde la Reforma. Mas en el
siglo presente, en vista de la elevación general de los estándares educativos
en la sociedad griega, se produce la evidente necesidad de párrocos con capacidad
de enseñar, predicar y ofrecer dirección espiritual. Si no, en la realidad
contemporánea sobre todo de las ciudades, el párroco corre peligro de quedarse al
margen de la situación: ya no es, como lo fue antaño, el líder natural dentro
de su comunidad.
La Iglesia griega en la actualidad viene desarrollando y elaborando todo un
programa de educación teológica. Existen dos facultades de teología, en las universidades
de Atenas y de Tesalónica (es de notar que no todos los estudiantes de estas
facultades de teología van con la intención de ser ordenados), y hay además
unas veinte escuelas teológicas de varios niveles. Hoy en día casi nadie es
ordenado como no haya estudiado teología ya sea en la universidad o sea en un
seminario. Ahora, por fin, se registra un incremento en el número de clérigos
licenciados en teología. En 1919, de los 4.433 sacerdotes que oficiaban en la Iglesia griega, menos del
uno por ciento - es decir, menos de 43 sacerdotes, si se excluyen los obispos -
eran licenciados en teología. En 1975 el número de licenciados en teología
subió a los 589, cifra todavía modesta, equivalente al 8% del total del clero.
En 1981, eran ya 1.406 los sacerdotes graduados, hasta que en 1992 sumaron
2.019 en total. Esto corresponde todavía a menos de la cuarta parte del clero,
pero aún así constituye una mejora notable. Lo cual, ¡no supone que la
licenciatura y el diploma sean criterio imprescindible para ser un buen sacerdote!
¿Cuál es el estado actual de la teología griega? A lo largo de los
últimos noventa años se ha visto publicar un formidable corpus de textos teológicos compuestos por catedráticos de teología.
Cabe destacar dos obras que parecen ser representativas de esta tradición de
teología ‘científica’: son la
Dogmática de
Cristos Androutsos (1869-1935), publicada por vez primera en 1907, y su sucesor, la Dogmática en tres
volúmenes de Panagiotis Trembelas (1886-1977), publicada en 1959-61. La Sinopsis de Ioannis
Karmiris (1904-91) tiene un enfoque parecido, pero resumido. Son libros sistemáticos, de peso, pero nos dejan a la vez en cierta
medida decepcionados. Los lectores de occidente, al estar familiarizados ya con
los teólogos emigrados rusos tales como Lossky, Florovsky y Evdokimov, no
hallan la misma sensación de exploración apasionada y creativa. La teología de
Androutsos, Trembelas y Karmiris es una teología orientada a los auditorios
universitarios, de índole escolástica y académica más que litúrgica y mística.
Y es más; aunque el contenido de estas obras sea estrictamente ortodoxo, el método
y las categorías que se emplean derivan muchas veces de occidente. Trembelas, por
mucho compromiso apasionado que muestre para con la tradición ortodoxa, debe
calificarse sin embargo de ‘occidentalista’, puesto que forma parte de aquella
larga serie de teólogos ortodoxos, así como Moghila y Dositeo, cuyo pensar e
intelecto se ha forjado en moldes occidentales. Trembelas cita a menudo a los
Padres, pero las citaciones se ajustan para que encajen en un marco que no
suele ser patrístico.
Estos defectos han llevado a que la nueva generación de teólogos griegos,
más jóvenes, adopte enfoques muy distintos al abordar las cuestiones teológicas.
Son menos sistemáticos que sus antecedentes, menos magistrales, menos confiados
en sí mismos. Critican con más agudeza las categorías intelectuales de
occidente. Recurren con más frecuencia a los teólogos místicos tales como Isaac
el Sirio y Simeón el Nuevo Teólogo, ausentes totalmente de la obra de sus
predecesores; enfatizan el sistema apofático, y abren acceso pleno a la
dicotomía entre la esencia y las energías elaborada por Gregorio Palamás. El más
audaz y controvertido de estos teólogos jóvenes es Cristos Yannarás, quien parte
de una base muy ‘personalista’, influenciada en parte por el existencialismo de
Heidegger, pero que estriba también - lo que es mucho más fundamental - en los
escritos dogmáticos y ascéticos de los Padres. Además de él, se han aportado
contribuciones significativas de parte de Panagiotis Nellas (1936-86), cuya
muerte prematura ha sido pérdida lastimable, de Juan Zizioulas, Metropolita de
Pergamon, y del Padre Juan Romanidis. No creemos que estén necesariamente de
acuerdo en todo con Yannarás, ni tampoco entre ellos mismos; sin embargo,
comparten los tres el mismo deseo de desarrollar un estilo teológico que sea,
según ellos, más fiel al ‘pensamiento’ de los Padres, y a la vez más sensible a
la angustia y a la sed del mundo actual.
A ésta tendencia se asemeja la reacción antioccidental en el campo del
arte religioso griego. El estilo italiano degradado, de uso universal a
principios de este siglo, se ha ido mayormente abandonando y reemplazando con
el estilo más antiguo de la tradición bizantina. Unas cuantas iglesias de
Atenas y de otros lugares han sido adornadas en nuestros tiempos con iconos y
con frescos pintados de conformidad estricta con las reglas tradicionales. El
promotor principal de este movimiento artístico, Photios Kontoglou (189b-1965),
se destacó por abogar sin transigencia por el arte bizantino. Es característico
de su actitud para el arte del Renacimiento italiano el comentario que hizo al respecto: ‘Los que miran las cosas con
perspectiva seglar dirán que el arte progresó, pero los de perspectiva religiosa
dirán que se deterioró.’ Los movimientos ‘misioneros
interiores’ dedicados al trabajo evangelizador y social desempeñaron un papel
decisivo para la vida eclesiástica de Grecia durante la primera mitad de este
siglo. El más dinámico de estos movimientos fue Zoe (‘Vida’), conocido también con el nombre de ‘La Hermandad de Teólogos’,
fundado por el Padre Eusebio Matthopoulos en 1907, a pesar de arraigarse
en los movimientos de índole semejante a fines del siglo XIX. Tiene estructura
semi-monástica: todos los miembros, sean laicos o sacerdotes (los obispos son
prohibidos), deben ser célibes, aunque no profesen votos permanentes. Ya desde
su inicio los de Zoe abogaron siempre
por la comunión frecuente, un uso más amplio del sacramento de la Confesión, la prédica
regular, las clases de catequesis para los niños, los grupos de juventud
organizados, y los círculos de estudios bíblicos. Todo lo cual parece
admirable, desde luego; cabe reconocer, por cierto, que los puntos principales
del proglorama Zoe se han incorporado y aplicado por la Iglesia griega en general.
Pero además de tener muchos puntos positivos, la manera secreta de actuar y el
espíritu autoritario de Zoe - puntos
en los que se asemeja a la organización católica romana del Opus Dei - han provocado mucha
antipatía. El influjo de Zoe llegó a
su cumbre entre 1920-60, pero se ha visto menguar desde entonces. A principios
de los años 1960 se produjo una escisión interna entre sus miembros, por lo que
se creó una nueva organización, Sotir. En los años 1970 se le acusó a Zoe de aliarse con los Coroneles -
acusaciones sin justicia, por lo general, pero que sirvieron para perjudicar
todavía más su estatus. El tono moralista y puritano que caracteriza sus
publicaciones resulta poco atractivo a la generación de griegos jóvenes de
nuestra era.
La Grecia moderna tuvo sus santos kenóticos,
equiparables en cuanto a su amor compasivo a San Serafín de Sarov y a San
Silouán el Athonita. El que goza de más reverencia es San Nektarios
(1846-1920), Metropolita de Pentapolis en Egipto durante una temporada, hasta
que fué expulsado a base de alegatos falsos - era tan humilde, que no dió
respuesta a los que le calumniaron. Sus años de edad avanzada los pasó
ejerciendo como capellán en el convento de la Santa Trinidad que
fundó en la isla de Aegina. Otro personaje kenótico de semejante envergadura
fue San Nicolás Planás (1851-1932), quien fue párroco al igual que San Juan de
Kronstadt, muy querido por la sencillez de su corazón y su acercamiento a los
pobres. Le entusiasmaban de modo particular los oficios de vigilia de toda la noche; los cantores muchas veces solían ser los dos
escritores Alejandro Papadiamantis (1851-1911) y Alejandro Moraitidis (18501929).
Y ¿qué de la vida monástica? Pues bien, la renovación experimentada en
el Monte Athos todavía queda por extenderse a los demás monasterios de monjes
en el resto de Grecia. La mayoría de ellos han progresado muy poco, aunque cabe
destacar los casos excepcionales así como él del monasterio del Paraclito en
Oropos (provincia de Ática). Salta a la vista, sin embargo, el contraste con la
realidad de las comunidades de mujeres. Se ha registrado un incremento de ellas
impresionante, desde 1920; las fundaciones nuevas brotan de todas partes.
Aunque a principios de siglo sumaban unos escasos centenares, hoy en día el
número de monjas corresponde a unos millares. De las comunidades más numerosas
cabe mencionar los conventos de San Patapios en Loutraki (cerca de Corintio),
de la Asunción
en Panorama (cerca de Tesalónica), de Nuestra Señora del Socorro en Chios, y de
Kechrovouni en Tinos (isla famosa por su santuario a la Madre de Dios, lugar de
peregrinación). Destacamos sobre todo el Convento de la Anunciación en Ormylia
(Chalkidiki, en el norte de Grecia), comunidad de más de cien monjas y
novicias, filial del monasterio athonita de Simonos Petras, y que acaba de
iniciar un proyecto especial de agricultura orgánica. Los Calendaristas Viejos
de Grecia tienen, igualmente, varios conventos grandes.
Se están produciendo cambios en la sociedad griega contemporánea a una
velocidad asombrosa. Para los que visitaron Grecia por primera vez hace
cuarenta años, se les presenta hoy en día un país todo nuevo y desconocido. ¿Y la Iglesia, qué tal
reacciona? ¿Afronta los nuevos desafíos con flexibilidad suficiente? No le ha sido
nada fácil al Arzobispo Serafín (elegido en 1974) suplir las iniciativas
imaginativas requeridas en tiempos de crisis y de oportunidades semejantes. Sin
embargo, no cabe duda de la buena aptitud de muchos de los sacerdotes jóvenes y
casados, oficiantes de Atenas, Tesalónica y otras grandes ciudades. Dondequiera
que haya un párroco inteligente y enérgico, suele responder el laicado, y sobre
todo la juventud, de modo tan esperanzador, que renueva el ánimo. La Ortodoxia griega viene
sufriendo épocas difíciles, pero el tronco viejo, añejo, sigue teniendo vigor y
nueva vida.
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