LA IGLESIA ORTODOXA. KALLISTOS WARE. PRIMERA PARTE: HISTORIA. CAPÍTULO 8. EL SIGLO VEINTE, II: LA ORTODOXIA Y LOS ATEOS MILITANTES

 


Gracia y Paz de parte de Dios nuestro Padre y de Cristo Jesús nuestro Señor. (2 Cor 1, 3).
Compartimos en esta entrada el  Capítulo 8: El Siglo VEINTE, II: La Ortodoxia y los Ateos Militantes de la obra del Arzobispo Kallistos Ware: Iglesia Ortodoxa. En este capítulo se consideran los siguientes temas:

‘El Asalto al Cielo’
‘Dad al César lo que es del César’: ¿Dónde marcar la raya?
Renacimiento Dificultoso
Europa Oriental: Imagen Variada

La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo permanezcan con todos ustedes. (2 Cor 13,13).

Jacobo Rave
Fuente: La Iglesia Ortodoxa. Kallistos Ware. 
P. 132-156

CAPÍTULO 8

 El Siglo Veinte, II: La Ortodoxia y los Ateos Militantes

 Los que deseen verme pasarán por la tribulación y el desespero.’

Carta de Barnabas, 7: 11

 ‘EL ASALTO Al CIELO’

 

Desde la toma del poder de los Bolcheviques en octubre de 1917 hasta aproximadamente el 1988, año en que los cristianos rusos celebraron el milenio, la Iglesia ortodoxa de la Unión Soviética vivió en estado de asedio. La intensidad de la persecución vaciló a lo largo de aquellos setenta años, pero la actitud fundamental de las autoridades comunistas permaneció igual: las creencias religiosas, en todas sus manifestaciones, son erróneas y deben ser reprimidas y extirpadas. Según lo dijo Stalin, ‘El Partido no puede ser neutral para con la religión. Habrá de trabar lucha anti-religiosa contra todos los prejuicios religiosos, sean los que sean’[1] A fin de comprender la plena fuerza de sus palabras, conviene recordar que lo de ‘el Partido’, bajo el régimen comunista soviético, significaba el Estado.

 De ahí que a partir del 1917, los ortodoxos y los demás cristianos fueron partícipes de circunstancias sin precedentes en la historia del cristianismo. El Imperio Romano, si bien perseguía de vez en cuando a los cristianos, no fue de ninguna manera un estado ateo comprometido a suprimir la religión en sí. Los turcos otomanos, aunque no fuesen cristianos, eran creyentes monoteístas, y como ya vimos, tuvieron con la Iglesia un alto nivel de tolerancia. El comunismo soviético, sin embargo, conllevaba el compromiso, enraizado en sus principios básicos, de un ateismo agresivo y militante. No se contentaría solamente con una segregación neutra entre la Iglesia y el Estado, sino que buscaba con todos los medios disponibles, con medidas directas e indirectas, derrotar toda vida eclesial organizada y eliminar toda creencia religiosa.

 Los Bolcheviques, recién llegados al poder, no tardaron en implementar su programa. Bajo la legislación promulgada en 1918, se prohibió que la Iglesia participase en el sistema de educación, y fueron confiscadas todas las posesiones de la Iglesia. La Iglesia quedó despojada de todos sus derechos; ya no tenía estatus legal, era así de sencillo. Los términos de la constitución soviética se volvieron cada vez más severos. Según la constitución de 1918, se permitía ‘la libertad de propaganda tanto religiosa como anti-religiosa’ (Artículo 13), pero según la ‘Ley de Asociaciones Religiosas’ promulgada en 1929 el estatuto quedó modificado: habrá ‘libertad de creencias religiosas y de propaganda anti-religiosa’. Hubo una significativa distinción: a los cristianos se les concedió - al menos en teoría - libertad de creencias, pero se les negaba la libertad de transmisión. A la Iglesia, por lo tanto, se la consideraba como una asociación de culto. Se le permitió, en un principio, celebrar los oficios religiosos, y en la práctica - sobre todo a partir de 1943 - sólo permanecieron abiertas algunas iglesias para el culto. Además, a partir de 1943, se permitió que la Iglesia mantuviese unas cuantas instituciones formativas para el clero, y que implementase un programa, también modesto, de publicación. Sin embargo, hacer más que aquello le era prácticamente imposible.

 Es decir, que los obispos y los sacerdotes no podían emprender su trabajo social o caritativo. Visitar a los enfermos era una actividad severamente restringida; el trabajo pastoral en las prisiones, los hospitales y las clínicas psiquiátricas resultaba imposible. Los párrocos no podían organizar grupos juveniles o círculos de estudio. Les estaba prohibido dar clases de catequesis o ‘escuela de los domingos’ a los niños jóvenes. La única enseñanza que podían ofrecer a su rebaño era durante los sermones en los oficios de la Iglesia. (A menudo se aprovecharon, y con creces, de esta posibilidad: yo mismo recuerdo haber asistido a celebraciones de la Liturgia durante los años 1970 en las que se predicaron cuatro o cinco sermones distintos; la gente escuchaba, absorta y atentísima, y al final le daban las gracias al predicador con un gran clamor de agradecimiento - cuando predico en occidente no me ocurre lo mismo!) Los sacerdotes tampoco podían crear bibliotecas parroquiales, puesto que los únicos libros que podían guardar en la Iglesia eran los misales que se empleaban en el culto. No disponían de folletos para distribuírselos a la gente, ni de literatura informativa, ni siquiera de la más básica; escaseaban, incluso, copias de la Biblia, que circulaban a precios exorbitantes en el mercado negro. Y lo peor era que cada miembro del clero, desde los obispos hasta el más humilde párroco, necesitaba el permiso del Estado para poder ejercer su oficio, y era sometido a la vigilancia incesante de la policía secreta. Cada palabra que emitiese el sacerdote en sus sermones era cuidadosamente apuntada y permanentemente era hostilmente vigilado para observar quienes acudían a la Iglesia a solicitar un bautizo o una boda, una confesión o una charla privada.

El régimen totalitario del Estado Comunista se sirvió de todas las modalidades de la propaganda anti-religiosa, a la vez que le privó a la Iglesia del derecho a réplica. En primer lugar, se instauró la enseñanza atea que se promulgaba sistemáticamente en todos los colegios. Los profesores recibieron instrucciones de la siguiente índole:

 El profesor soviético debe dejarse guiar por los principios científicos del espíritu del Partido; es obligatorio no solamente que no sea creyente él mismo, sino que también sea propagandista activo del ateismo para los demás, que sea el vehículo de las ideas del ateísmo militante y proletario. Hábil y tranquilo, discreto y persistente, el profesor soviético debe desenmascarar y superar los prejuicios religiosos en el curso de su actividad tanto dentro del colegio como fuera de él, un día tras otro.’[2]

 Fuera de los colegios, la Liga de Ateos Militantes montó una campaña vasta y extensa en contra de la religión; la Liga fue sustituida en 1942 por otra entidad un poco menos agresiva, la Sociedad de Toda la Unión por la Diseminación del Conocimiento Científico y Político. El ateísmo se propaló activamente entre las nuevas generaciones mediante la Liga de Jóvenes Comunistas. Se abrieron Museos de la Religión y el Ateísmo, instalados muchas veces en antiguas iglesias como la Catedral Kazan de San Petersburgo. En los años 1920, se celebraban por las calles procesiones crudas y ofensivas, de tipo anti-religioso, sobre todo en Navidades y en Semana Santa. Según lo refiere un testigo presencial:

 

‘No se oían protestas por las calles silenciosas - los años del terror obraron con éxito - pero casi todo el mundo procuraba desviarse de la calle para esquivar semejante procesión espantosa. Yo mismo, como testigo del carnaval de Moscú, puedo atestiguar que la gente no lo festejó. La pompa desfilaba por calles desiertas, y cuando intentaba provocar y excitar risa, daba con el desamor y el silencio deslucido de los espectadores con los que de vez en cuando se topaba.’[3]

 

No fueron únicamente las iglesias las que quedaron cerradas, a escala masiva, durante los años 1920 y 1930, sino también numerosa cantidad de obispos y de clérigos, de monjes, monjas y laicos a quienes se les metió en la cárcel y en los campos de concentración. Nos es francamente imposible calcular el número de personas que murieron ejecutadas o que perecieron por el maltrato. Nikita Struve refiere una lista de unos 130 nombres de obispos mártires, la cual, según él mismo nos dice, resulta ‘incompleta y provisoria’.[4] La cifra total de clérigos martirizados debe ascender a decenas de miles. Desde luego que los creyentes religiosos no fueron los únicos que sufrieron bajo el reino de terror de Stalin, pero sufrieron más que la mayoría de los demás. Nada de lo que ocurrió durante las persecuciones del Imperio Romano es equiparable, a lo ocurrido en Rusia. Lo que había dicho el Arcipreste Avvakum en el siglo XVII fué muy apropiado a la situación bajo el Comunismo tres siglos más tarde: ‘Satanás se ha apoderado de nuestra radiante Rusia, de manos de Dios, para dejarla roja y encarnada de la sangre de los mártires.’[5]

 ¿Cómo influyó la propaganda y persecución de los comunistas en la vida de la Iglesia? En muchos lugares, influyó positivamente, ya que la vida espiritual resurgió de una manera asombrosa. Limpios de todo elemento terrenal, librados de la carga de los miembros faltos de sinceridad que se adherían a la Iglesia por motivos de apariencia social, los verdaderos creyentes ortodoxos se solidarizaron y resistieron de una manera heróica y humilde. Escribió un ruso emigrado: ‘En todos los sitios donde la fe haya sido puesta a prueba, se han producido abundantes efusiones de gracia, milagros asombrosos - los iconos que se renuevan ante los ojos de espectadores atónitos; las cúpulas de las iglesias que brillan con una luz sobrenatural... No obstante todo esto, pasó casi desapercibido. La dimensión gloriosa de todo lo ocurrido en Rusia carecía de interés para la humanidad en general... Cristo crucificado y sepultado será siempre juzgado así por los que permanecen ciegos ante la luz de Su resurrección’[6] No debe sorprendernos el hecho de que una importante cantidad de personas abandonase la Iglesia en la hora de su persecución, ya que siempre ocurre lo mismo, y seguramente volverá a ocurrir. Resulta mucho más sorprendente el hecho de que hayan permanecido tantos fieles a la Iglesia.

  

 ‘DAD Al CÉSAR LO QUE ES DEL CÉSAR’: ¿DÓNDE MARCAR LA RAYA?

 

En épocas de persecución religiosa, los principios subyacentes a la acción suelen ser bastante claros, pero la manera práctica de actuar que debe tener cada creyente muchas veces no resulta así. ¿Hasta qué punto los obispos, los sacerdotes y los laicos debían cooperar con un régimen que tiene declarado explícitamente el objetivo de derrocar a la religión? Los cristianos ortodoxos rusos en los años de 1917 a 1988 respondieron a esta pregunta de muchas maneras distintas y conflictivas. Los comentaristas de occidente, quienes nunca padecieron ninguna persecución, deben abordar con gran recato el tema de juzgar la moralidad con la que actuaron, o no actuaron, los de Rusia. Cabe al menos destacar ciertas variedades de actitud.

 La historia de las relaciones eclesiástico-estatales en la Unión Soviética se puede dividir en cinco etapas:

 (1) 1917-25: el Patriarca Tikhon lucha por conservar la libertad de la Iglesia.

(2) 1925-43: el Metropolita Sergio procura establecer un modus vivendi.

(3) 1943-59: Stalin permite reanimar la vida de la Iglesia en los años de posguerra.

(4) 1959-64: Khruschev reanuda la persecución.

(5) 1964-88: surge un movimiento de disidentes, que es aplastado.

 

(1) 1917-25. Al principio, el Patriarca de Moscú, San Tikhon, adoptó una postura intransigente y firme para con los Bolcheviques. El 1 de febrero de 1918, anatematizó y excomulgó a los que designó de ‘enemigos de Cristo, declarados u ocultados’ y de ‘regidores ateos de las tinieblas de nuestra era’. El anatema fue convalidado por el Concilio de Toda Rusia que a la sazón estaba reunido en sesión en Moscú; y jamás se revocó. Más tarde, también en 1918, el Patriarca denunció públicamente, como un crimen infame, el asesinato del Emperador Nicolás II, y añadió que ‘quien no lo condene será culpable de su sangre derramada.’ Cuando los comunistas se disponían a celebrar el primer aniversario de la Revolución de octubre, les solicitó desistir de ‘la persecución y aniquilación de los inocentes’. Fue la única persona por aquel entonces en osar hablar, en voz alta y abierta, en favor de la justicia y de los derechos humanos. Al mismo tiempo, sin embargo, Tikhon procuró evitar hacerse partidario de las cuestiones estrictamente políticas, y se rehusó a otorgarle su bendición al General Denikin, jefe de las fuerzas del Ejército Blanco en la Crimea.

 Los comunistas, lógicamente, quedaron insatisfechos con la postura de Tikhon y se dedicaron con gran esfuerzo a quebrar su poder de resistencia. Desde mayo de 1922 a junio de 1923 le tuvieron encarcelado, y mientras estuvo en la prisión le convencieron de transferir el poder eclesiástico a un grupo de sacerdotes casados, quienes, sin que él lo supiera, eran colaboradores de las autoridades comunistas. Este grupo, que más tarde fué denominado la ‘Iglesia Renovada’ o ‘Iglesia Viviente’, inauguró un programa comprensivo de reformas eclesiásticas, que llegó incluso a aprobar la introducción de obispos casados.[7] Aunque muchas de las medidas reformadoras, en si, eran bien justificables, el movimiento se vió comprometido ya desde el principio por haber colaborado con las autoridades ateas. En cuanto se dió cuenta Tikhon de su verdadero carácter, rompió las relaciones con ellos. A pesar de sus éxitos iniciales, de pronto perdieron el apoyo de los feligreses, de hecho que a los comunistas ya no les interesaba más colaborar con ellos. A partir de 1926, la Iglesia Viviente y sus filiales carecían ya de importancia, hasta que durante la Segunda Guerra Mundial desaparecieron del todo. La primera tentativa de los Bolcheviques de adueñarse de la Iglesia entonces, fracasó.

 No sabemos con seguridad qué tormentos debió sufrir Tikhon, en la cárcel pero si sabemos que al salir de la prisión hablaba ya en un tono más conciliador del que solía usar en 1917-18. Esto se pone de manifiesto en su ‘Confesión’, publicada un poco antes de que fuera liberado en 1923; y en su ‘Testamento’, firmado el día que falleció (aunque caben opiniones discrepantes al respecto). Sin embargo, intentó siempre adoptar una postura neutra y no-política, a fin de salvaguardar la libertad interna de la Iglesia, según él mismo lo dijo, en 1923:

 

La Iglesia Ortodoxa rusa es no-política, y a partir de ahora no quiere ser ni Iglesia Roja ni Iglesia Blanca; ha de ser, y lo será, la Iglesia única, Católica y Apostólica. Todas las tentativas, de la parte que sea, de embrollar a la Iglesia en la lucha política deben ser rechazadas y condenadas.

 

San Tikhon murió repentinamente, bajo circunstancias misteriosas. Confesor de la fe sí que lo fue, sin lugar a dudas; posiblemente fue también un mártir.

 

(2) 1925-43. Tikhon se dió cuenta de que cuando él muriera, no iba a ser posible que se reuniese libremente un concilio, como el de 1917, para elegir al nuevo Patriarca. Por eso nombró él mismo a sus propios sucesores, tres locum tenentes, custodios del trono patriarcal: fueron los Metropolitas Kirilio, Agazángel y Pedro. Los primeros dos estaban ya en prisión cuando falleció Tikhon, por lo que en abril de 1925 Pedro, Metropolita de Krutitsy, se hizo locum tenens patriarcal. En diciembre de 1925, Pedro fue detenido y exiliado a Siberia, lugar en el que permaneció hasta su muerte en 1936. Tras el arresto de Pedro, Sergio (Stragorodsky) (1867-1944), Metropolita de Nizhni-Novgorod, le sustituyó en el cargo de jefe, con el título curioso de ‘lugarteniente del locum tenens’. Sergio se había hecho miembro de la Iglesia Viviente en 1922, pero en 1924 profesó su sumisión a Tikhon, quien le reinstaló en su puesto anterior.

 Al principio Sergio buscó continuar la política implementada por Tikhon en sus últimos años de patriarca. Según la declaración promulgada el 10 de junio de 1926, dijo que aunque la Iglesia respetaba las leyes de la Unión Soviética, los obispos no estarían dispuestos a entrar en acuerdos especiales que garantizarían su lealtad. Siguió: ‘No podemos aceptar la responsabilidad de vigilar las tendencias políticas de nuestros correligionistas.’ Era pedir, de hecho, que la Iglesia y el Estado se separasen de verdad: Sergio quería separar la Iglesia de la política, y por lo tanto se negó a convertirse en agente soviético. En la misma declaración habló francamente de la incompatibilidad y de las ‘contradicciones’ que había entre el cristianismo y el comunismo. ‘Lejos de prometer una reconciliación con lo irreconciliable, y lejos de fingir adaptar nuestra fe al comunismo, permaneceremos como lo que somos ya, desde el punto de vista religioso, es decir miembros de la Iglesia tradicional.’

 Pero en 1927 - año clave en la historia de las relaciones de la Iglesia y el Estado en Rusia - Sergio cambió de postura. Desde diciembre de 1926 hasta marzo de 1927 estuvo en la cárcel; lo mismo que en el caso de Tikhon, no se sabe qué tormentos hubo de padecer en prisión. Al ser liberado, promulgó una nueva declaración, el 27 de julio de 1927, que difería de modo significativo de la del año anterior. Esta vez no dijo nada acerca de las ‘contradicciones’ entre el cristianismo y el comunismo; ya no abogaba por una separación entre la Iglesia y el Estado, sino que los asociaba muy estrechamente:

 

Queremos ser ortodoxos y a la vez reconocer a la Unión Soviética como nuestra patria civil, cuyas hazañas y alegrías son hazañas y alegrías nuestras, y cuyas desdichas son desdichas nuestras. Cada golpe que vaya dirigido contra la Unión ... lo consideraremos un golpe contra nosotros.

  

En 1926 Sergio se había rehusado a vigilar las tendencias políticas de sus sacerdotes; en cambio, ahora exigió que todos los sacerdotes en el extranjero le enviaran un ‘juramento por escrito de lealtad al gobierno soviético’.[8]

 La declaración posterior de 1927 provocó mucho disgusto entre gran número de ortodoxos tanto dentro como fuera de la Rusia. Parecía ser que Sergio quería comprometer a la Iglesia, cosa que Tikhon no llegó a hacer jamás. Al entrelazar a la Iglesia tan estrechamente con un sistema de gobierno consagrado, enteramente, a la derrota de toda religión, parecía que intentaba hacer lo que en 1926 se negó a intentar - reconciliar lo irreconciliable. El triunfo del ateísmo sería sin lugar a dudas un éxito agradable para el Estado soviético; ¿ pero, sería a la vez un suceso gustoso y exitoso para la Iglesia? La disolución de la Liga de Ateos Militantes sería un golpe duro para el gobierno comunista, pero sería leve para la Iglesia. ¿Cómo les iba a ser posible a los sacerdotes rusos en el extranjero firmar una promesa de lealtad completa al gobierno soviético, en vista de que muchos de ellos eran ya ciudadanos de otros países? Resulta un poco extraño que el Metropolita Antonio, jefe del Sínodo de Karlovtsy (que representaba a los obispos rusos en el exilio),[9] respondiese a Sergio haciendo citación de la Segunda Carta a los Corintios 6:14-15: ‘¿... qué de común tienen la luz y las tinieblas? ¿Qué armonía entre Cristo y Belial, o qué parte tiene el fiel con el infiel?’ Continuó: ‘La Iglesia no puede bendecir la política anti-cristiana, mucho menos la atea.’ La declaración de Sergio de 1927 fue la que al final produjo la escisión entre el Sínodo de Karlovtsy y las autoridades eclesiásticas de Moscú. Desde entonces, el Sínodo exiliado viene condenando a lo que se denomina el ‘sergianismo’, es decir la rendición de la Iglesia al gobierno ateo. El Metropolita Evlogy de París, Exarca de Europa Occidental, buscaba al principio conformarse con las demandas de Sergio, pero a partir de 1930 él también vió como imposible mantener un contacto directo con la Iglesia en Moscú.

 La política de Sergio también provocó una importante oposición dentro de Rusia. Muchos recordaban el hecho de que fué un antiguo adherente de la Iglesia Viviente, y sintieron que ahora proseguía la misma política de colaboración revestida de otra forma. Las primeras tentativas de los comunistas, de dominar a la Iglesia a través del movimiento reformador, no tuvieron éxito; ahora, al parecer, con la ayuda de Sergio iban a lograrlo. Si Sergio hubiera convocado en 1927 un concilio compuesto de todos sus hermanos obispos - claro está que las circunstancias políticas por aquel entonces lo impedían totalmente - se duda mucho que la mayoría de ellos le hubiesen prestado su apoyo. Se rumoreaba, incluso, que el mismo locum tenens patriarcal, el Metropolita Pedro, se oponía a la declaración, pero no se puede estar seguro al respecto. Cierto es, sin embargo, que el Metropolita José de Petrograd, junto con bastantes otros jerarcas superiores, desaprobaron la política de Sergio con tal censura que rompieron toda comunión con él.

 Aunque luego de poco tiempo se silenciaron José y sus principales partidarios, y murieron internados en campamentos de prisioneros, el movimiento instigado por ellos siguió existiendo, en la clandestinidad. Se creó una ‘Iglesia Catacumba’, con obispos y sacerdotes clandestinos, y sin ningún tipo de alianza con la Iglesia oficial bajo el mando de Sergio. El obispo Máximo (Shishilenko) de Serpukhov tomó un papel importante en la fundación de esta Iglesia secreta; había sido médico privado del Patriarca Tikhon, y afirmaba que el deseo de Tikhon era que la Iglesia se volviese subterránea en cuanto la presión de parte de los comunistas se hiciese insoportable. La Iglesia Catacumba - mejor dicho, los ‘cristianos catacumba’, ya que no se sabe con claridad hasta qué punto formaban una organización sólida y unida - existió en los años 1980, aunque contaran probablemente con un número de adherentes muy reducido. A veces se la llamaba la ‘Iglesia Ortodoxa Verdadera’.

 Sin embargo, hubo otros ortodoxos rusos que apoyaron la política del Metropolita Sergio. Sintieron que él, sinceramente, buscaba proteger a la Iglesia. Defendieron sus acciones a base de que estaban en ‘pecado necesario’; a fin de rescatar a su rebaño de la destrucción, él hubo de asumir con toda humildad el ‘martirio’ de mentir. Tuvo, efectivamente, que decir muchas mentiras. Al entrevistarse en 1930 con periodistas extranjeros, por ejemplo, se extravió a tal punto que llegó a decir que nunca hubo persecución religiosa en la Unión Soviética. Tanto a los de fuera como a los de adentro de la Rusia, ésto les pareció una cruel negación de los sufrimientos de los tantos rusos recién martirizados en nombre de Cristo. Los miembros de la Iglesia Ortodoxa rusa permanecen hoy en día profundamente divididos en cuanto a la conducta de Sergio.

 Las concesiones que hizo Sergio en 1927 produjeron, al principio, pocas ventajas visibles. Continuaron, sin interrupción, los cierres de iglesias y las ejecuciones de los clérigos a lo largo de la década de los 1930. Al estallaren 19391a Segunda Guerra Mundial, la estructura visible de la Iglesia quedaba casi aniquilada. Solamente seguían ejerciendo su oficio unos cuatro obispos, y probablemente quedaban abiertos solamente unos cuantos cientos de iglesias en toda la Rusia; todos los seminarios teológicos y todos los monasterios fueron cerrados mucho antes. Fue una época tenebrosa para la Iglesia rusa, pero luego de poco tiempo se habría de producir una alteración asombrosa. La situación entera sería transformada por un nuevo suceso - la guerra.

 (3) 1943-59. El 21 de junio de 1941, Alemania invadió Rusia; ese mismo día, sin esperar a que los hechos avanzaran más, el Metropolita Sergio editó una carta pastoral en la que llamó a los cristianos ortodoxos a salir pronto a la defensa de su país frente al peligro que le amenazaba. A partir de aquel momento, el Patriarcado de Moscú apoyó con una constancia inquebrantable la campaña bélica; según el punto de vista de los dirigentes de la Iglesia, luchaban no por el comunismo sino por la patria. Mientras tanto los alemanes dejaron que se restaurara la vida religiosa en las partes de Rusia por ellos ocupadas. La revivificación fue inmediata, espontánea e intensa. Las iglesias se volvieron a abrir en todas partes de Ucrania y Belorusia; se produjo una renovación particular del dinamismo en la diócesis de Pskov, liderada por su joven Metropolita Sergio (Voskresensky) (1899-1944).[10] Se comprobó verdaderamente que los veinte años de persecución no habían logrado destrozar la fe de la gente.

 Viéndose extremadamente oprimido en la lucha contra los alemanes, a Stalin hacer algunas concesiones a la Iglesia bajo su poder. Era evidente que una cuantiosa porción de la población era creyente, y le hacía falta la ayuda de todos los rusos posibles para ganar la guerra. Agradecido, pues, del apoyo de Sergio y de su clero - y seguramente conciente a la vez de que de poco le serviría actuar de modo menos generoso que los alemanes - aflojó la presión a la Iglesia. Al principio fueron pequeñas las concesiones, pero el 4 de septiembre de 1943 Stalin llamó a Sergio a que se presentara con otros dos metropolitas, y dió su permiso para que se realizara la elección del nuevo Patriarca. Tres días después, un modesto concilio de diecinueve obispos escasos nombró a Sergio. Ya era muy mayor, y al año siguiente falleció, luego en febrero de 1945 le sustituyó como Patriarca el Metropolita Alexis de Leningrad (1877­- 1970), seguidor apegado de Sergio desde 1927.

 La autorización de restaurar el Patriarcado fue el primer paso, solamente. En los primeros años de posguerra, Stalin permitió además que se realizase toda una reconstrucción de la Iglesia. Según las estadísticas publicadas por el Patriarcado de Moscú, en 1947 el número total de iglesias abiertas había superado las 20.000; funcionaban unos 67 monasterios, dos academias teológicas y ocho seminarios. Era una situación muy distinta a la de los últimos años de la década de 1930. Podría uno pensar que la resurrección en la pos-guerra de la vida eclesiástica fué una reivindicación póstuma de la política sergiana desde 1927; pero sería conclusión falsa. La Iglesia se salvó gracias no a la dirección de Sergio, sino a una contingencia histórica - la guerra - y, lo que es más fundamental, a la fiel perseverancia de los creyentes del pueblo ruso.

 La tolerancia de Stalin, sin embargo, se extendía solamente hasta cierto límite. La Iglesia podía, única y exclusivamente, dirigir los oficios litúrgicos y entrenar a los futuros sacerdotes. Todavía no se la dejaba emprender trabajos sociales, trabajo juvenil, educación religiosa para los niños pequeños. El gobierno soviético seguía considerando a la religión como un enemigo, al que había que atacar mediante todos los recursos de la propaganda, sin que la Iglesia pudiera defenderse como respuesta. La policía secreta interfería en todos los aspectos de la vida interior de la Iglesia. Y, lo que es más, a cambio de la modesta tolerancia que se les mostraba, los jerarcas eclesiásticos habían de ser ‘fieles' al gobierno, lo cual suponía abstenerse de toda crítica a las autoridades soviéticas, y apoyar, además, activamente la política de los comunistas tanto doméstica como de asuntos exteriores, sobre todo lo último. No fue invalidado ni uno de los artículos de la legislación anti-religiosa, de hecho que las autoridades tenían libertad para reanudar, en cualquier momento, su actividad persecutoria, según les pareciera conveniente.

 (4) 1959-64. Hasta su muerte en 1953, Stalin mantuvo el status quo establecido en la posguerra. Los últimos ocho años de su gobierno (1945­-53) constituyeron el período más favorable que experimentó la Iglesia rusa durante toda la era comunista. Mas en 1959, Khrushchev lanzó contra la Iglesia una nueva ofensiva, a gran escala de una hostilidad que se hizo tanto más sorprendente cuanto más liberal se mostraba en otros campos. Los obispos, sacerdotes, monjes y monjas fueron procesados y encarcelados por ‘actos criminales’ ficticios; el clero, en todas partes, fue acosado incluso con violencia física. Las iglesias fueron cerradas, a escala masiva, hasta que la cifra total de las que quedaron abiertas se redujo a unas 7.000; una pérdida de las dos terceras partes. El número de seminarios disminuyó de ocho a tres, y el de los monasterios operantes de 67 a 21. Se impusieron restricciones particularmente severas en cuanto al trabajo de la Iglesia en el ámbito de la juventud: a menudo se les prohibió a los sacerdotes comulgar a los niños, y a los padres que llegaban a la Liturgia con sus jóvenes familias los policías sin uniforme les hacían volver a sus casas. La magnitud de esta persecución pasó mayormente desapercibida en occidente, más que nada porque las mismas autoridades eclesiásticas rusas no quisieron protestar abiertamente. Cuando conferenciaban en occidente en reuniones como por ejemplo las del Concilio Mundial de las Iglesias o el Convenio de la Paz en Praga, disimulaban como si las relaciones eclesiástico-estatales fueran absolutamente ‘normales’. La persecución anti-religiosa cesó súbitamente al caer Khrushchev del poder, pero no se le proporcionaron reparaciones a la Iglesia como recompensa por todas las pérdidas sufridas.

 (5) 1964-88. En lo que atañe a las relaciones oficiales entre la Iglesia y el Estado, fue un período de calma exterior. Las fuerzas estatales siguieron escudriñando a la Iglesia con intimidad, mediante la KGB y otros medios; el liderazgo del Patriarcado de Moscú seguía obrando lo mejor posible dadas las estrechas trabas que le fueron impuestas por las autoridades comunistas. Si el liderazgo hubiese actuado de modo más dinámico y ruidoso, así como lo hicieron muchos de los Bautistas eminentes rusos de por aquel entonces - ¿no se hubiera dado el caso de que la Iglesia obtuviera concesiones mucho mayores de parte del Estado? ¿Tuvieron los jerarcas que portarse siempre de una manera tan sumisa?

Éstas fueron las preguntas que se plantearon, cada vez más, a fines de los años 1960 y en los 70, tanto por los observadores de occidente como por los cristianos ortodoxos de la Unión Soviética. Aquello, precisamente, es lo que más sobresale de entre los sucesos de la quinta etapa de las relaciones eclesiástico-estatales bajo el comunismo. Si bien el liderazgo guardaba silencio, otras personas ya no. Brotó un movimiento disidente dentro de la Iglesia Ortodoxa rusa, de gente que protestaba contra las injerencias del Estado en la vida interna de la Iglesia. Los protestantes no recibieron ninguna suerte de apoyo de parte del Patriarca y el Santo Sínodo - todo lo contrario - no obstante, el grupo de ellos se fue acrecentando.

 El primer disidente ortodoxo en destacarse fue Anatoly Krasnov­Levitin, personaje que editó a partir de 1958 toda una serie de artículos samizdat,[11] descripciones de lo que sufrieron los creyentes durante la persecución. Otros relatos parecidos fueron recopilados por el laico Borís Talantov, que murió en un campamento de trabajos forzados. Pero seguro que el documento que más influencia tuvo en el campo de la disidencia religiosa fue la Carta Abierta dirigida en noviembre de 1965 al Patriarca Alexis por dos sacerdotes moscovitas, el Padre Nicolás Eshliman y el Padre Gleb Yakunin. Ellos dos precisaron detalladamente las medidas represivas impuestas a la Iglesia por las autoridades comunistas, y comentaron la falta de resistencia, e incluso la aparente cooperación, de parte de las autoridades eclesiásticas. Apelaron a que actuase el Patriarca: ‘La Iglesia que sufre se torna hacia Usted, esperanzada. A Usted se le ha conferido el báculo y la dignidad del primado. Usted, como Patriarca, tiene el poder de acabar con esta anarquía, ¡con una sola palabra! ¡Hágalo!’[12]

Da pena, aunque quizás haya sido previsible, reconocer que la única respuesta de parte del Patriarca fue la de suspender a los dos sacerdotes de su oficio. Sin embargo, la carta sirvió de catalizador; inspiró a muchos otros creyentes a expresar sus sentimientos, reprimidos durante tanto tiempo. Por fin la Iglesia daba señales de desprenderse de las mallas opresivas de mentiras y evasiones que la enmarañaba y sofocaba. Uno de los que quedaron contagiados por el P. Gleb y el P. Nicolás era el novelista Alejandro Solzhenitsyn, quien escribió en 1972 una ‘Carta de Cuaresma’ dirigida al Patriarca Pimen (1910-90), sucesor de Alexis, en la que hizo resaltar la ironía trágica implícita en el predicamento actual de la Iglesia:

 

‘¿Qué tipo de razonamiento sirve para dejarse convencer a uno mismo que la derrota deliberada del espíritu y cuerpo de la Iglesia, bajo la dirección de los ateos, es la mejor manera de conservarla? ¿Rescatarla para quién? Para Cristo no, desde luego. ¿Conservarla por cuáles medios? ¿Por medio de la falsedad? Pero después de cometerse la falsedad, ¿en manos de quién quedará la celebración de los sagrados sacramentos?’

 

La solución para los problemas de la Iglesia que él propuso se hallaba en una sola palabra: ‘sacrificio’: ‘Aún privada de toda su fuerza material la Iglesia siempre vence a través del sacrificio’.[13]

 En 1976 se fundó la Comisión Cristiana por la Defensa de los Derechos de los Creyentes con el objetivo de ayudar a los feligreses no-ortodoxos tanto como ortodoxos. La Comisión fue establecida con la estrecha colaboración del Grupo Monitor de Helsinki, organización consagrada a informar sobre los abusos en el campo de los derechos humanos en general. Reconociendo que la libertad es indivisa, los disidentes cristianos procuraron obrar de modo constructivo junto con el movimiento disidente general. Se hicieron protestas importantes en contra de la opresión religiosa de parte también del Seminario Cristiano, grupo informal de estudios para los ortodoxos rusos jóvenes e intelectuales, creado en 1974 por Alejandro Ogorodnikov, y liderado, tras ser detenido éste en 1978, por Lev Regelson. El movimiento feminista ruso, iniciado en Leningrado en 1979, contaba con varios creyentes rusos, tales como Tatiana Goricheva.

 A partir de 1976 las autoridades comunistas reaccionaron de modo cada vez más severo frente al movimiento disidente, hasta que en 19801a mayoría de los miembros ortodoxos quedaron silenciados. Unos fueron enviados a los campamentos de trabajos forzados y al exilio, otros fueron deshonrados por la KGB de varios modos. El prospecto general era poco optimista. En más de diez años de protesta pública, se habían producido, aparentemente, escasos cambios entre las relaciones fundamentales de la Iglesia y el Estado ateo. La Iglesia no logró deshacerse de las intervenciones comunistas, y parecía poco probable que lo lograse en el futuro previsible. En cuanto al gobierno y al liderazgo del Patriarcado de Moscú, se oía el eslogan de ‘Negociamos como de costumbre’.

 Pero entonces, en contra de todas las expectativas, ocurrió un cambio repentino y fundamental. El régimen comunista, tan omnipotente en apariencia durante siete décadas, se derribó como un castillo de naipes.

 RENACIMIENTO DIFICULTOSO

 El 11 de marzo de 1985 Mikhael Gorbachev fue nombrado Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética. Siete años más tarde, a principios de 1992, Gorbachev ya no está en posesión del poder y la Unión Soviética ya no existe. Pero como consecuencia de la política de glasnost (‘franqueza’) y de perestroika (‘reestructuración’) iniciada por él, la Iglesia rusa se vió de repente liberada de todas las medidas represivas que la tuvieron incapacitada desde 1917. Sin que recuperase la posición privilegiada que ocupó bajo el zarismo, la Iglesia estaba básicamente libre, por fin. Conviene calificarlo de ‘básicamente’, sin embargo, puesto que continuaron obstaculizándola los funcionarios gubernamentales a nivel local, e incluso siguieron habiendo casos todavía de intimidación de parte de la KGB. Al fin y al cabo, el personal del comunismo continuaba en sus puestos, sobre todo en los estratos intermedios e inferiores del sistema administrativo. El leopardo, como dicen los ingleses, es incapaz de borrar de la noche a la mañana las manchas que lleva en la piel.

 El cambio más notable se produjo a nivel de la legislación. De 1990 a 1991, en casi todo el territorio que correspondía a la antigua Unión Soviética, entraron en vigor nuevas regulaciones que anularon la antigua ‘Ley de Asociaciones Religiosas’, promulgada originalmente en 1929. Ahora, por primera vez, existe una verdadera y auténtica separación entre la Iglesia y el Estado. El Estado deja de promover el ateísmo. La Iglesia Ortodoxa - ella y otras instituciones religiosas - constituye una entidad legal, con derecho de posesión. Alguna que otra restricción sigue vigente, sin embargo, en cuanto a la apertura de las iglesias: todavía hace falta el permiso de las autoridades civiles. Pero la Iglesia tiene libertad de emprender un trabajo social y filantrópico, y se pueden celebrar oficios en los hospitales y en las prisiones. Se permiten actividades misioneras. Se permiten grupos de juventud o de estudios bíblicos. Se deja que la Iglesia edite literatura religiosa y dicte clases de educación religiosa a los niños; se deja, incluso, impartir enseñanza religiosa en los organismos estatales.

 La legislación, sin embargo, es inútil si permanece como ‘letra muerta’, sin llevarse a la práctica. Para tal efecto, a partir de 1988 a la Iglesia ya se la dejaba hacer la mayoría de las actividades que fueron más tarde convalidadas por la ley. De 1989 a 1992 la Iglesia Ortodoxa rusa pudo instigar importantes iniciativas de reconstrucción de estructuras externas. El esquema adjunto (véase la siguiente página) brinda una indicación de las vicisitudes experimentadas por la Iglesia en el curso de las últimas siete décadas: la aniquila ción casi total a vísperas de la Segunda Guerra Mundial; la recuperación en la posguerra; las pérdidas cuantiosas (debidas en gran parte a la persecución de 1959-1964); y luego una restauración precipitada a partir de 1988 (aunque la cantidad de iglesias y de sacerdotes sigue siendo mucho menor a la del 1947).

 Instituciones de la Iglesia Ortodoxa Rusa

 

 

1914

1939

1947

1988

1992

Iglesias

54.174

Unas 100s

?20.000

c.7.000

>12.000

Sacerdotes y diáconos

51.105

Unos100s

?30.000

c.7.000

c.10.000

Monasterios (de hombres o mujeres)

1.025

ninguno

67

21

21

Monjes y monjas

94.629

?

?10.000

1.190

?

Academias teológicas

4

ninguna

2

2

2

Seminarios

57

ninguno

8

3

 

Escuelas preliminarias

185

prohibidas

prohibidas

prohibidas

25

Estudiantes

¿

Ninguno

?

2.000

4.000

Escuelas parroquiales

37.528

 

 

 

Falta de estadística;

Residencias para gente mayor

1.113

prohibidas

prohibidas

prohibidas

Multiplicación

prolífica

Hospitales

291

prohibidas

prohibidas

prohibidas

 

Bibliotecas parroquiales

34.497

prohibidas

prohibidas

prohibidas

 

Las iglesias se han abierto, durante el período de 1989-92, a un promedio de treinta por semana; el Estado ha devuelto muchos monasterios históricos; las instituciones de formación para el clero se han ampliado.

 Sería muy engañoso, sin embargo, crear la impresión de que todo iba bien. La situación económica y política de la ex-Unión Soviética, en 1991-2, era muy inestable, y el porvenir permanecía inseguro. Los problemas que debió afrontar la Iglesia fueron formidables. Los monasterios y edificios eclesiásticos devueltos por el Estado estaban en condiciones deplorables, y el costo para restaurarlos requería unos desembolsos desmesurados de parte de la Iglesia. La administración central del Patriarcado, según se cuenta, estaba a punto de quebrar; las parroquias locales proporcionaban donativos que llegaban al sacrificio, pero de poco sirvió puesto que Rusia entera estaba en plena crisis económica. La creación incesante de nuevas parroquias significó una presión inmensa entre el clero ya existente; incluso antes de 1988 estaban sobrecargados de trabajo, así que en ese momento hubo más insuficiencia que nunca. La Iglesia necesitaba por lo menos otros 7.000 sacerdotes en forma urgente. Se oían quejas repetidas de que el programa de estudios de las escuelas teológicas era apretado y antiguo, y era insuficiente para preparar al clero para la obra pastoral que le aguardaba. Había una deficiencia penosa de literatura religiosa, pese a la ayuda occidental. Durante setenta años la Iglesia fué excluida del trabajo social y caritativo, pero a pesar de que las puertas se han abierto ampliamente - los hospitales y las residencias de ancianos abrazan con mucho agrado la ayuda voluntaria que vienen ofreciendo los creyentes - las autoridades eclesiales tienen escasísima experiencia en este campo de trabajo. Igualmente, son poco expertos en lo que se refiere al trabajo juvenil organizado y la enseñanza catequística para los niños. Se trata de empezar de nuevo, de la nada.

 Y es más, la realidad moderna de las sociedades pluralistas arrastra a la Iglesia a una problemática menos palpable pero igual de grave. Aunque parezca paradójico, la Ortodoxia rusa bajo el comunismo era todavía en cierta medida una ‘Iglesia Estatal’, a la vez protegida y perseguida por las autoridades. Ya no es así, los católicos romanos y los protestantes tienen plena libertad de iniciar obras misioneras en Rusia. Los ortodoxos lo resienten, les parece una intromisión, pero son incapaces de impedirlo. Movimientos religiosos o pseudo-religiosos de toda índole - Hare Krishna, los ocultistas, incluso grupos explícitamente satánicos - vienen ofreciendo igualmente su versión particular del camino espiritual a un pueblo ruso que ansía entender el sentido de la vida, pero que apenas sabe adónde recurrir. En la era post-comunista la Ortodoxia rusa debe soportar la competencia generalizada de organizaciones que la asolan de los cuatro costados.

 Existen otros factores inquietantes. La organización KGB subsiste más o menos intacta, con muchos elementos antagónicos a la religión. Se cree por lo general que el atroz asesinato del Padre Alejandro Men (1935-­90), sacerdote enérgico de opiniones muy independientes, fue instigado por la policía secreta. Existen facciones siniestras también dentro de la misma Iglesia. La organización ortodoxa Pamyat (‘Memoria’), de fuerte nacionalismo, cuenta con la participación activa de varios curas, y es anti-semítica, más o menos abiertamente. A pesar de que está condenado por los obispos superiores, el anti-semitismo aún goza de mucho apoyo popular. Desafortunadamente, cabe admitir lo mismo con respecto a otras Iglesias Ortodoxas además de la rusa.

 ¿Hasta qué punto es capaz la jerarquía actual de contender con tantas dificultades? Su autoridad moral queda algo manchada. Al abrirse los archivos de la KGB en 1992, muchos laicos se han quedado escandalizados al aprender hasta dónde llegó la colaboración entre determinados obispos y la policía secreta. Además de aquello, mucha gente opina que los obispos, formados en tiempos soviéticos cuando sus actividades pastorales eran estrechamente vigiladas, la mayoría de las veces actúan de manera demasiado pasiva, carentes de la inteligencia e imaginación requeridas para aprovechar las oportunidades que ahora se les brindan. Eso no se puede alegar en casos como los del Metropolita Kiril de Smolensk y el Arzobispo Crisóstomo de Irkutsk. Caben opiniones sobre la colaboración pasada, o la falta de ella, del actual Patriarca Alexis II (nombrado en 1990) con las autoridades comunistas, pero por lo general se piensa que mostró independencia y firmeza en los contactos que tuvo como obispo diocesano con el Estado soviético. Bajo su liderazgo, el episcopado decidió en 1992, por vez primera, canonizar algunos de los nuevos mártires que sufrieron bajo el comunismo. Fue un suceso de gran trascendencia espiritual para la Ortodoxia rusa. Conviene destacar a tres de los santos que fueron proclamados: la cuñada del Emperador Nicolás II, la Gran Duquesa Isabel, que se hizo monja tras ser asesinado su marido a manos de terroristas en 1905, y fue asesinada ella misma por los Bolcheviques en 1918; el Metropolita Vladimir de Kiev, asesinado en 1918; y el Metropolita Benjamín de Petrograd, fusilado en 1922 tras un proceso legal propagandista.

Un problema especialmente intratable que les complica la vida a los ortodoxos rusos es el del resurgimiento de los Católicos del Rito Oriental. En 1946, la Iglesia Católica Griega de la Ucrania, establecida en 1596 tras la Unión de Brest-Litovsk y que cuenta con unos 3.500.000 de adherentes, fue reincorporada en la Iglesia Ortodoxa rusa, por lo que ya no era independiente. Aunque seguramente hubo algunos católicos ucranios que se volvieron voluntariamente a la Ortodoxia, no cabe duda de que la gran mayoría deseaba continuar tal y como estaban, en unión con el papado romano. Ni uno de los obispos ucranios estaba en favor de la vuelta; fueron detenidos todos, y casi todos murieron encarcelados o exiliados. Debido a la coacción directa y al terrorismo policial, muchos clérigos y laicos eligieron conformarse en apariencias con la Iglesia Ortodoxa, pero en su fuero interno permanecieron fieles a sus convicciones católicas; otros prefirieron seguir funcionando pero de manera clandestina. Los jerarcas del Patriarcado de Moscú, habiendo consentido en la persecución de sus hermanos cristianos bajo el poder de Stalin y las autoridades ateas, se vieron en una situación de compromiso poco envidiable. Se supone, por supuesto, como principio moral fundamental, que ningún cristiano jamás debe apoyar los abusos violentos contra otros cristianos. Lo que les pasó a los Católicos Griegos después de la Segunda Guerra Mundial quizá constituya el capítulo más negro de la historia de la connivencia entre el Patriarcado de Moscú y el comunismo.

 Sin embargo, pese a tener que hacerse clandestino, el Catolicismo oriental no fue aniquilado. Fruto de la glasnost de la administración de Gorbachev fue la legalización de nuevo de la Iglesia Católica Griega de la Ucrania a fines de 1989. Para 1987 se puso muy de manifiesto que los Católicos Griegos tenían la intención de salirse de las catacumbas y procurar recuperar las iglesias, ahora en manos de los ortodoxos, otrora suyas. Si el Patriarcado de Moscú hubiese tomado la iniciativa y propuesto resolver el tema de modo apacible, a base de negociaciones, se hubiera ganado autoridad moral incalculable, y se hubiera evitado mucho el rencor consecuente. Desafortunadamente, no se produjo tal iniciativa. En 1987, y otra vez en 1988, el dirigente de la Iglesia Católica de Ucrania, el Cardenal Myroslav Lubachivsky, se dirigió al Patriarcado de Moscú, en persona y por escrito, y propuso que los dos partidos, el ortodoxo y el católico, hicieran gestos formales y públicos de perdón recíproco; pero no hubo respuesta de parte del Patriarcado de Moscú. No es difícil imaginarse lo ofensivo que les resultó este silencio a los Católicos Griegos. Lamentablemente, pasó el momento oportuno. Desde 1989, se han producido disputas locales muy agudas, marcadas muchas veces por la violencia, en torno a las propiedades eclesiales. Ahora que los dos partidos se han distanciado tanto, resultará muy tardía la reconciliación.

 Junto con el problema de las relaciones entre los ortodoxos y los católicos griegos de 1a Ucrania, y ligada estrechamente con ello, viene la cuestión del nacionalismo ucranio. La Ucrania ya se independizó, por lo que la mayoría de los ortodoxos ucranios quieren que también se independice su Iglesia. Una Iglesia Ucrania Autocéfala se fundó, efectivamente, después de la revolución. Se celebró una asamblea en Kiev en 1921, en la que decidieron los delegados - carentes de cualquier jerarca ortodoxo dispuesto a aliarse con el movimiento autocefalo - creando ellos mismos un episcopado ucranio, sin la consagración de ningún obispo canónico. Por consiguiente, la jerarquía ‘auto –consagrada’ ucrania, según fue designada, nunca pudo contar con el reconocimiento del resto de la Iglesia Ortodoxa; durante una temporada, sin embargo, la Iglesia Autocéfala de Ucrania floreció, teniendo unos 26 obispos, 2.500 sacerdotes y 2.000 parroquias; pero fue liquidada por Stalin en la década de los 1930. Luego se reanimó bajo la Ocupación de los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, y además esta vez contaba con obispos de sucesión apostólica, pero fue suprimida de nuevo por Stalin acabada la guerra. En 1989 volvió a resurgir la Iglesia Autocéfala de Ucrania, con el apoyo de un obispo jubilado del Patriarcado de Moscú, Juan (Bodnarchuk).

 Para comienzos de 1992, la situación eclesiástica estaba en un total desorden, totalmente confuso. Los Católicos Griegos tenían alrededor de 2.700 parroquias; la Iglesia Autocéfala de Ucrania, que entretanto se había dividido en dos grupos (ninguno de los dos reconocido por ninguna de las demás Iglesias ortodoxas), contaba con unas 1.500 parroquias; el cuerpo principal de los ortodoxos - que también se había dividido en dos partes, una de ellas con reconocimiento del Patriarcado de Moscú, la otra sin él -contaba con unas 5.500 parroquias. Por el lado de los ortodoxos, la única solución definitiva a largo plazo sería crear una Iglesia Autocéfala de Ucrania independizada; lo cual requeriría el reconocimiento del Patriarcado de Moscú y también del Patriarcado Ecuménico, bajo cuya jurisdicción estuvo la Ucrania antes de 1686. Pero eso afectaría bastante la situación del Patriarcado de Moscú, ya que en el período de la posguerra las dos terceras partes de todas las iglesias abiertas en la Unión Soviética entera se ubicaban en la Ucrania. Además de eso, quizá e170% de los estudiantes ingresados en los seminarios eran también ucranianos.

Para los ortodoxos de toda la ex-Unión Soviética, estamos en época de grandes esperanzas - y también de grandes inquietudes.

 EUROPA ORIENTAL: IMAGEN VARIADA

 Esperanza e inquietud: se aplican las mismas palabras a las realidades actuales de las otras siete Iglesias ortodoxas que estuvieron antes bajo regímenes comunistas. En el caso de todos salvo la Iglesia de Georgia, han experimentado más brevemente el comunismo que los ortodoxos rusos - en lugar de setenta años, fueron cuarenta. Los regímenes comunistas que se establecieron después de la Segunda Guerra Mundial obedecieron a los mismos principios generales que el de la Unión Soviética. A las Iglesias se las privó de participar en el trabajo social y caritativo. En la mayoría de los casos, también estaba prohibido emprender actividades educativas, todas menos la formación del clero. Las autoridades eclesiásticas hubieron de respaldar al gobierno; se crearon ‘confederaciones’ semi-políticas de sacerdotes bajo el patrocinio de los comunistas, y los sacerdotes eran obligados a jurar permanecer leales a las autoridades comunistas. Pero el número de arrestos, y la escala en que se cerraban las iglesias, variaron de un país a otro.

 Las peores condiciones fueron las que tuvo que enfrentar la Iglesia de Albania a la que le fue otorgada la autocefalía en 1937 de parte del Patriarcado de Constantinopla. En 1967, el gobierno de Hoxha proclamó que Albania era ya el primer Estado verdaderamente ateo del mundo: todos los centros de culto quedaban cerrados, y toda indicación visible de la fe religiosa había sido eliminada. La represión les tocó con la misma severidad a los ortodoxos, católicos romanos y musulmanes. El último primado de la Iglesia Ortodoxa albanesa, el Arzobispo Damiano, murió en la prisión en 1973. En 1991, cuando la expresividad religiosa pudo emerger de la clandestinidad, no sobrevivía ningún obispo ortodoxo, y quedaban menos de veinte sacerdotes ortodoxos, la mitad de ellos demasiado viejos o enfermos como para poder oficiar. Ahora se están abriendo de nuevo las iglesias, se están ordenando sacerdotes, y se ha inaugurado un pequeño instituto teológico. En 1992 el Obispo Anastasios (Yannoulatos), que también obró de misionero en África oriental, fue nombrado Arzobispo de Tirana, además de otros tres obispos diocesanos que fueron elegidos; los cuatro son griegos.

 Al otro extremo, la Iglesia Ortodoxa que mejor logró conservar su estructura exterior fue la Iglesia de Rumania. Cuando los comunistas se apoderaron del país en 1948, se cerraron muy pocas iglesias. El Patriarcado rumano mantuvo la posesión de sus academias teológicas, y logró continuar editando libros y revistas periódicamente a una escala importante. Esta situación tan propicia fue debida en parte a los lazos de amistad que mantuvo el Patriarca Justiniano (ejerció desde 1948-77) con los nuevos gobernantes. A veces congeniaba a tal punto con la ideología marxista que la gente se extrañaba, pero fue también pastor dedicado, respetado y amado por su rebaño ortodoxo. A lo largo del período comunista, el número de clérigos rumanos aumentó continuamente, y se abrieron muchas iglesias nuevas. A inspiración de Justiniano, se produjo también una sorprendente revivificación monástica, basada en lo mejor de la tradición hesicasta que hacía hincapié en la oración de Jesús. El espíritu de San Paisio Velichkovsky permanece muy vivo en la Rumania moderna, y se cuenta con unos ‘ancianos’ de talla sobresaliente como el Padre Cleopas de Sihastria. En 1946 se comenzó a publicar una edición de la Philokalia, preparada por el teólogo rumano más destacado de este siglo, el Arcipreste Dumitru Staniloae. Lejos de ser una mera traducción del griego original, esta edición contiene introducciones y notas que estriban en la investigación crítica de occidente, pero que también evidencian un aprecio fino de la espiritualidad ortodoxa. La Philokalia rumana alcanzó el volumen once en 1990. La Iglesia rumana, sin embargo, ha tenido también que afrontar la persecución, sobre todo en 1958, año en el que fueron encarcelados muchos sacerdotes, monjes y monjas, incluido el Padre Staniloae. En los años postreros de su régimen, Ceaucescu hizo cerrar y destrozar muchas iglesias.

 Hubieron de rendir un costo alto los rumanos a cambio de la tolerancia relativa de la que gozaron. Todos los aspectos de la vida eclesial fueron estrechamente vigilados por la policía secreta, lo cual significó que cuando fue derrocado Ceaucescu en diciembre de 1989, la autoridad moral de la Iglesia estaba muy perjudicada gracias a la colaboración con el régimen detestado. Al Patriarca Teoctisto (elegido en 1986) le pareció bien dimitir el oficio en enero de 1990, pero el Santo Sínodo le reinstaló en abril del mismo año. El futuro liderazgo de la Iglesia rumana, sin embargo, dependerá de los obispos jóvenes nombrados al cabo de la época comunista, tales como el Metropolita Daniel (Cibotea) de Moldavia:

Hasta 1948, había en Rumania una cuantiosa colectividad de Católicos Griegos, que sumaban unos 1.500.000; pero en ese mismo año, así como les sucedió a sus hermanos y hermanas de Ucrania, se les obligó a reunificarse con la Iglesia Ortodoxa. Desde 1990, han ido emergiendo de nuevo, y procuran recuperar sus propiedades eclesiásticas; lo mismo que en Ucrania, el suceso viene suscitando mucho rencor y muchas tensiones.

 La Iglesia de Serbia bajo los comunistas gozó de menos prosperidad externa que la Iglesia rumana, pero mantuvo un nivel de independencia interior mucho mayor al de aquella. Se asiste menos a los oficios que en Rumania, y en algunas regiones se carece de sacerdotes; pero el número de estudiantes ingresados en la carrera de ordenación es mayor, con mucho, al de los años 1930. Hay deficiencia de monjes, pero se está produciendo una reanimación del monaquismo para las mujeres, igual que en Grecia. Los comunistas procuraron debilitar la Iglesia serbia a base de incitar divisiones, y fomentaron la creación en 1967 de la Iglesia de Macedonia, que es cismática. Ésta se considera autocéfala a ella misma, pero no es reconocida por ninguna otra Iglesia ortodoxa.

 La Iglesia serbia de nuestro siglo cuenta con innumerables mártires. Algunos sufrieron a manos de los comunistas, pero muchos más fueron matados durante la Segunda Guerra Mundial por el infame Estado Fascista de Croacia, a manos del Ustashi bajo el liderazgo de Ante Pavelich, que pretendía tener la bendición de la Iglesia Católica Romana. En Croacia y en el resto de Yugoslavia durante los años de guerra, de los veintiún obispos ortodoxos, cinco fueron asesinados, dos murieron por azotes, dos murieron internados, otros cinco fueron encarcelados o expulsados de sus diócesis; la cuarta parte de los sacerdotes ortodoxos fueron asesinados, y a alrededor de la mitad se les metió en la cárcel. En Croacia falleció más de la mitad de la población serbia, y muchos ortodoxos se convirtieron por fuerza al catolicismo romano, a punta de pistola. Aquella época fue recordada con mucha viveza por los serbios cuando se independizó de nuevo Croacia en 1991 y empezó a tomar medidas represivas respecto a las iglesias ortodoxas serbias y los sacerdotes en territorio croata. Es de notar, en honor a la jerarquía serbia, dirigida por el reverenciado Patriarca Pavle (nombrado en 1990), que condenó las atrocidades cometidas por el ejército invasor serbio y los guerrilleros serbios en Bosnia y Croacia. La Iglesia serbia, según instaba el Patriarca el día de Pentecostés de 1992, ‘nunca enseñó a su pueblo a apoderarse de las posesiones de los demás y matar a la gente con ese objetivo, sino solamente defender sus propios santuarios.’

En cuanto a las otras cuatro Iglesias ortodoxas bajo el antiguo dominio de los comunistas, las relaciones con el Estado se han asemejado siempre a las que prevalecieron en Rusia. Desde que los comunistas se apoderaron de Bulgaria en 1944, la Iglesia de Bulgaria siempre siguió muy de cerca a la política del Patriarcado moscovita. Según lo que se expuso a comienzos de los años 1980, se asistió a los oficios de la Iglesia bastante menos en Bulgaria que en Rumania o Serbia. Los monasterios mermaron mucho, aunque hubo algunas comunidades de monjas con novicias jóvenes. Al restablecerse la libertad, un grupo de seis obispos búlgaros se animó a publicar una declaración de arrepentimiento en julio de 1990, pidiendo perdón por sus defectos y compromisos con el régimen comunista; pero el dirigente de la Iglesia búlgara, el Patriarca Maksim (nombrado en 1971), no era uno de los seis. Con la caída del comunismo, esperemos que las fuerzas de renovación se hagan notar en la Ortodoxia búlgara.

 Otra Iglesia que hasta hace poco dependía estrechamente de Moscú fue 1a antiquísima Iglesia de Georgia. Fundada a principios del siglo IV gracias al testimonio misionero de una mujer, Santa Nina ‘igual a los Apóstoles', estuvo una temporada bajo la jurisdicción del Patriarcado de Antioquía; pero consiguió autonomía interna para el siglo VIII, y la autocefalía sobre 1053. Incorporada a la Iglesia rusa en 1811, recuperó su independencia en 1917. Su autocefalía dió con la aprobación formal de parte de Moscú en 1943, y de Constantinopla en 1990. De las 2.455 iglesias operantes en Georgia en 1917, menos de 100 seguían funcionando en los años 1980 y con el advenimiento de la glasnost se ha visto una renovación modesta. En 1992, además del Católicos-Patriarca Ilia II (nombrado en 1977), había otros catorce obispos diocesanos.

 La Iglesia Ortodoxa de Polonia cobró su autocefalía de parte del Patriarcado Ecuménico en 1924. En el período de entreguerras contaba con unos cuatro millones de adherentes, pero al alterarse las fronteras en 1939 la mayoría de ellos quedaron dentro de los confines de la Unión Soviética. En los años 1930 padeció el acoso del gobierno Católico Latino de Pilsudski, con lo cual muchas de las iglesias quedaron cerradas. Al tomar el mando los comunistas en 1948, el jefe de la Iglesia Ortodoxa polaca, el Metropolita Dionisio, fue depuesto y sometido a arresto domiciliario, de hecho que los ortodoxos polacos hubieron de pedir de nuevo la autocefalía de parte del Patriarcado de Moscú, y quedaron bajo el control de éste hasta la década de los 1980. En la actualidad, existen unas 250 parroquias, y unos 325 sacerdotes. Según se cuenta, la vida de la Iglesia Ortodoxa se va ampliando, y hay un movimiento de la juventud muy activo.

 La Iglesia Ortodoxa de Checoslovaquia estuvo estrechamente entrelazada con el Patriarcado de Moscú desde 1946. Le fue otorgada la autocefalía por Moscú en 1951, pero esa autocefalía no ha sido aún reconocida de parte de Constantinopla. En el período de entreguerras, el dirigente de los ortodoxos checos fue el Obispo Gorazd, antiguo sacerdote católico romano, que fue consagrado como obispo ortodoxo en 1921, y muerto por los alemanes en 1942; en 1987 se le proclamó santo. El número de ortodoxos checos aumentó mucho en 1950, al ser reintegrados a la fuerza los católicos griegos de Eslovaquia, aproximadamente unas 200.000 personas. La mayoría de estos miembros nuevos se marcharon de nuevo al restablecerse la Iglesia Católica Griega durante la ‘Primavera de Praga' de 1968. Tras la caída del comunismo, el gobierno devolvió a los católicos la gran parte de las iglesias que utilizaban los ortodoxos. La Ortodoxia checoslovaca se esfuerza ahora por construir nuevos locales para el culto.

 Para la mayoría de los cristianos ortodoxos del siglo XX, el comunismo constituyó el enemigo, exclusivo. Resulta prudente recordar, sin embargo, que el enemigo reside no solamente fuera de nosotros sino también en nuestro interior. Así como aprendió Solzhenitsyn en el campo de prisioneros, no debemos proyectar la maldad sobre los demás, sino examinar nuestros propios corazones:

 Poco a poco se me fue revelando que la raya que divide la bondad de la maldad no pasa por los estados, y tampoco entre las clases sociales, ni tampoco entre los partidos políticos - sino por medio de todo corazón humano - y por todos los corazones humanos. Es una raya móvil. Dentro de nosotros, va vacilando con el transcurso de los años. Y hasta en los corazones colmados de malicias subsiste un hincapié del bien. Y hasta en los corazones más buenos, subsiste ... sin erradicar un rinconcillo donde mora el mal.[14]



[1] Obras, vol. 10 (Moscú 1953), p.132

[2] F.N. Oleschuk (ex-Secretario de la Liga de Ateos Militantes), en Uchitelskaya Gazeta, 26 noviembre 1949.

[3] G.P. Fedotov, The Russian Church since the Revolution (London 1928), p.47.

[4] Nikita Struve, Christians in Contemporary Russia, pp. 393-8¬

[5] Citación de la Vida de Avvakum; véase Fedotov, A Treasury of Russian Spirituality, p.167.

[6] Lossky, The Mystical Theology of the Eastern Church, pp.245-6. La milagrosa ‘renovación de iconos’, referida por Lossky, se produjo en varios lugares bajo el dominio de los comunistas, fenómeno en el que los iconos y las pinturas, ennegrecidos y deformados a través de los siglos, de repente y sin intervención artificial revisten colores vivos y frescos.

[7] En la Iglesia Ortodoxa, los obispos han de ser monjes (véase la página 262-263).

[8] Para conocer el texto completo de las declaraciones sergianas de 1926 y 1927, véase Matthew Spinka, The Church in Soviet Russia (New York 1956), pp. 157-65.

[9] Véase más adelante, la página 160-161.

[10] Véase Struve, Christians in Contemporary Russia, pp.68-73. Sergio Voskresensky no ha de ser confundido con el locum tenens patriarcal Sergio Stragorodsky.

[11] Son escritos que nunca se publicaron oficialmente, pero que circularon de manera más o menos secreta, en manuscrito o mecanografiadas.

[12] Ellis, The Russian Orthodox Church: A Contemporary History, p.292. Los dos curas escribieron otra carta a Podgorny, Presidente del Presidio del Soviet Supremo.

[13] Ellis, p.304

[14] El Archipiélago Gulag, vol. 2 (Londres 1975), part iv, p.597.

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