Compartimos en esta entrada el Capítulo
9: El Siglo Veinte, III: Diáspora y Misión de la obra del Arzobispo Kallistos Ware: Iglesia Ortodoxa. En este
capítulo se consideran los siguientes temas:
La Diversidad en la Unidad
Ortodoxia Occidental
Las Misiones
La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del
Espíritu Santo permanezcan con todos ustedes. (2 Cor 13,13).
Jacobo Rave
C.O.P.S
Fuente: La Iglesia Ortodoxa. Kallistos Ware.
P. 156-174
CAPÍTULO 9
El Siglo Veinte, III: Diáspora y Misión
Todo país
extranjero es nuestra patria,
y toda patria nos es extranjera.
Carta a Diogneto, 5: 5.
LA
DIVERSIDAD EN LA UNIDAD
En tiempos pasados, la Ortodoxia siempre tuvo
la imagen de ser una Iglesia exclusivamente ‘oriental’, desde el punto de vista
cultural y geográfico. Hoy ya no es así. Allende las fronteras de los países
ortodoxos tradicionales se halla una gran ‘diáspora’ ortodoxa, centralizada en
América del Norte, pero que se extiende a todo el del mundo. Predominan, en cuanto
al número y la influencia que ellos ejercen, los griegos y los rusos, pero la
diáspora abarca a muchas más nacionalidades: serbios, rumanos, árabes,
búlgaros, albanés y otros.
Los orígenes de la diáspora ortodoxa se remontan a
una fecha histórica bastante remota. La primera iglesia griega de Londres, por
ejemplo, se inauguró en 1677, en Soho, barrio muy elegante por aquel entonces.
Tuvo una existencia breve y dificultosa, y fué cerrada en 1682. Henry Compton,
Obispo anglicano de Londres, les prohibió a los griegos colocar íconos en las
iglesias, y exigió que el clero omitiese toda súplica a los santos, rechazase
el Concilio de Jerusalén (1672), y repudiase la doctrina de la Transubstanciación. Al
protestar el Patriarca de Constantinopla ante Sir John Finch, el Embajador
inglés, con respecto a estas condiciones, contestó éste que era ‘ilegal’ para
cualquiera de las iglesias públicas de Inglaterra expresar creencias romanas,
fuese en latín o en griego...’ El siguiente centro del culto ortodoxo que se fundó
en Londres fue la capilla de la embajada rusa - inaugurada sobre 1721 - que gozaba
de inmunidad diplomática, por lo tanto las actividades que se realizaban dentro
de ella no tenían relación con el obispo anglicano de Londres. Durante el siglo
XVIII la capilla fue utilizada tanto por griegos e ingleses conversos como por
rusos. En 1838, se les permitió a los griegos fundar en Londres una iglesia
propia sin molestias de parte de las autoridades anglicanas.
La presencia ortodoxa se hizo notar en el continente
norteamericano a partir de mediados del siglo XVIII. Los exploradores rusos Bering
y Chirikov divisaron la costa de Alaska el 15 de julio de 1741, y cinco días
más tarde, durante la fiesta del Profeta Elías, se celebró la primera Divina
Liturgia ortodoxa de América, en la bahía de Sitka a bordo del barco San Pedro.
Unos años más tarde, en 1768, desembarcó en Florida un numeroso grupo de
griegos prontos a fundar la colonia de Nea Smyrna, pero las circunstancias le
fueron adversas. Ahora, si bien una diáspora ortodoxa no es algo
novedoso, lo que sí es una novedad en el siglo XX es que la diáspora sea de
tamañas dimensiones, tanto que la presencia ortodoxa sea un factor de trascendencia
en la vida religiosa de los países no-ortodoxos. Hoy en día, no obstante, como
consecuencia de las divisiones nacionales y jurídicas, la influencia de la
diáspora no es tan importante como debiera ser.
El suceso más trascendental en la historia de la
diáspora fue la
Revolución Bolchevique, que propulsó al exilio a más de un
millón de rusos, incluidos la elite cultural e intelectual de la nación. Antes
de 1914, la mayoría de los emigrantes ortodoxos, hayan sido griegos o rusos, eran
pobres y de poca educación - campesinos y obreros artesanales que andaban en
busca de terreno para labrar o de algún trabajo. Pero la enorme onda de
exiliados que se produjo tras la
Revolución rusa admitió a mucha gente capaz de vincularse con
los occidentales a nivel intelectual y de presentar la Ortodoxia al mundo
no-ortodoxo con una facilidad de la que carecían, lógicamente, los emigrantes
anteriores en su mayor parte. La productividad de los emigrantes rusos desde
1917, sobre todo en los primeros años de la emigración, fue prodigiosa: durante
las dos décadas que transcurrieron entre las dos guerras, se calcula que publicaron
unos 10.000 libros y 200 revistas, sin contar los artículos literarios o
científicos que se editaron. Hoy en día, la segunda y tercera generación de los
griegos trasladados a occidente, sobre todo en Estados Unidos, también
desempeña un papel importante en la vida política, académica y profesional de
sus patrias adoptivas.
En lo que atañe a la religión, la diáspora ortodoxa
se ha ido organizando según las divisiones nacionales. En el siglo XIX y a
principios del XX. la iniciativa se solía
tomar de parte del laicado, y no de la jerarquía.
Se agrupaban los emigrantes e invitaban a que viniera
un sacerdote de su país de origen, y así se formaba una parroquia. Muchas veces
no se involucraba el obispo hasta mucho más tarde. Para la primera generación
de emigrantes, la parroquia era el lazo principal que les vinculaba a la madre
patria; era el lugar donde se escuchaba su idioma materno, receptáculo y
custodio de las costumbres nacionales. Por ello y por razones muy
comprensibles, la Ortodoxia
en occidente fue desde sus inicios de carácter innegablemente étnico.
La nacionalidad es, por cierto, un don divino. Dijo
ciertamente Alejandro Solzhenitsyn en la plática que dio al recibir en 1970 el
Premio Nobel, ‘las naciones son la riqueza de la humanidad, sus personalidades
colectivas; la más mínima de ellas viste sus colores propios y distintos, y
lleva en sí una faceta especial de la intención divina.’ Sin embargo, y desafortunadamente, los sentimientos
de lealtad nacional, legítimos en sí, han prevalecido en la vida religiosa de
la diáspora ante la
Catolicidad Ortodoxa, lo cual produce una penosa fragmentación
de las estructuras eclesiales. En vez de haber una diócesis en cada sitio, bajo
el mando de un solo obispo, se ve surgir toda una multiplicidad de
jurisdicciones paralelas por todo occidente, en la que varios obispos ortodoxos
funcionan simultáneamente en cada ciudad. Cualesquiera que sean las causas de
este fenómeno, lo seguro es que va en contra del concepto ortodoxo de la Iglesia; el Patriarca
Ecuménico Dimitrios dijo con acierto cuando visitó Estados Unidos en 1990 que
las divisiones étnicas en la
Ortodoxia americana eran ‘de veras un escándalo’. Hoy en día,
quisiéramos muchos ver en cada país de occidente una sola Iglesia local que
abarque a todos los feligreses ortodoxos en una organización unida; las parroquias
individuales podrían conservar su identidad étnica, si así lo quisieran, pero
todos reconocerían al mismo jerarca local, y todos los jerarcas de cada país se
reunirían juntos en un solo sínodo. Lamentablemente, esto sigue siendo un anhelo
a muy largo plazo. Las divisiones étnicas resultan difíciles de superar.
Además de estas divisiones étnicas, también ha habido
escisiones internas dentro de muchas de las colectividades nacionales; las
cuales han tenido efectos mucho más nocivos para la vida espiritual de los
ortodoxos en occidente que las divisiones étnicas. Desde 1922, salvo algunas
tensiones a nivel local, los emigrados griegos han mostrado una solidaridad más
o menos entera bajo el Patriarcado Ecuménico.
Pero los ortodoxos que huyeron del comunismo se
dividieron, en la mayoría de las ocasiones, en varias facciones antagónicas, de
las que una solía mantener los vínculos con la Iglesia Madre, y
otra establecer una ‘Iglesia Exiliada' independiente. A pesar de la caída de
los regímenes comunistas a fines de la década de los 1980, la mayoría de estos
cismas quedan por sanarse.
La crónica de la diáspora rusa es de una tragedia y
de una complejidad particular. Se ve dividida en cuatro jurisdicciones:
(1) El
Patriarcado de Moscú, que
abarca todas las parroquias de occidente que eligieron mantener contacto
directo con las autoridades eclesiásticas dentro de Rusia (?unos 30.000-40.000
miembros en todas regiones de occidente).
(2) La Iglesia Ortodoxa Rusa Fuera de Rusia, (con el acrónimo inglés de ROCOR), que también se denomina ‘La Iglesia Ortodoxa
Rusa en el Exilio’, ‘La
Iglesia Ortodoxa Rusa en el Extranjero’, ‘La Iglesia Sinódica’,
‘El Sínodo de Karlovtsy’ (cuenta unos 150.000 miembros). Dirigente actual: el
Metropolita Vitaly (nombrado en 1986).
(3) La Arquidiócesis Ortodoxa Rusa de Europa Occidental, bajo el Patriarcado Ecuménico; se conoce también
como ‘La Jurisdicción
de París’ (unos 50.000 miembros, aproximadamente). Dirigida actualmente por el
Arzobispo George (nombrado en 1981).
(4) La Iglesia Ortodoxa Rusa Católica Griega de América, a la que también se la llama ‘La Metropolía’. En 1970
ésta se convirtió en ‘La
Iglesia Ortodoxa de América’ (u OCA, que corresponde a ‘Orthodox
Church in America’). Tiene alrededor de un millón de miembros. Gerente actual:
el Metropolita Teodosio (nombrado en 1977).
¿Cómo pudieron surgir tantas divisiones? El 20 de
noviembre de 1920 el Patriarca de Moscú, San Tikhon, promulgó un decreto en el
que se autorizaba a los obispos de la Iglesia rusa establecer organizaciones
independientes de índole temporal, en caso de que se hiciera imposible mantener
relaciones normales y corrientes con el Patriarcado. Tras la derrota de las
fuerzas de los Ejércitos Blancos, los obispos rusos en el extranjero decidieron
llevar a la práctica las provisiones del decreto, aunque es cuestionable si Tikhon
se imaginaba que sería vigente allende las fronteras de Rusia. La primera
reunión se celebró en Constantinopla en 1920; luego, en 1921, con el apoyo del
Patriarca Dimitriye de Serbia se convocó otro concilio en Sremski-Karlovci
(Karlovtsy) en Yugoslavia. Se estableció una junta administrativa temporal para
los ortodoxos rusos en el exilio, bajo un sínodo de obispos que había de
reunirse todos los años en Karlovtsy. El primer dirigente del Sínodo de
Karlovtsy (ROCOR) fue Antonio (Khrapovitsky) (1863-1936), antiguo Metropolita
de Kiev, uno de los teólogos más audaces y originales de la jerarquía rusa en
aquel tiempo. Entre otras resoluciones que aprobó, el Sínodo de Karlovtsy de 1921
hizo adoptar la moción - a la que se opusieron muchos de los protagonistas - que
exigía la restauración de la dinastía Romanov en Rusia.
Las actitudes rotundamente anti-comunistas de los
obispos de Karlovtsy le dejaron al Patriarca Tikhon en una situación delicada.
En 1922, mandó disolverse el Sínodo, mas los obispos lo reconstituyeron en
forma casi idéntica a la de antes. Los obispos de Karlovtsy rechazaron de modo
contundente la declaración promulgada en 1927 por el Metropolita Sergio, locum tenens patriarcal; y Sergio, de
suyo, afirmó en 1928 que todos los actos del Sínodo de Karlovtsy eran nulos.
Tras la Segunda Guerra
Mundial la jefatura del Sínodo fue trasladada a Munich, y desde 1949 se ha centrado
en Nueva York. En 1990, ROCOR extendió el ámbito de su trabajo a la ex-Unión
Soviética, al consagrar allá dos obispos y al establecer parroquias en Moscú, San
Petersburgo y otros sitios; la rama de ROCOR dentro de Rusia es designada ‘La Iglesia Ortodoxa
Rusa Libre’. Lo cual, lógicamente, suscita tensiones todavía mayores entre
ROCOR y el Patriarcado de Moscú.
Desde comienzos de la década de los ‘60, ROCOR se ha
ido aislando cada vez más, aunque mantiene lazos todavía con la Iglesia serbia. El estado
de alejamiento ha sido provocado más que nada por la misma ROCOR: los
dirigentes sienten profundamente que las demás Iglesias Ortodoxas han ido
comprometiendo la fe verdadera al participar en el movimiento ecuménico.
Cualquiera que sea la razón por la que se produjo, el aislamiento de ROCOR es
una lástima, puesto que como Iglesia ha conservado con gran fidelidad y afecto
las tradiciones ascéticas, monásticas y litúrgicas de la Rusia ortodoxa; una
espiritualidad tradicional de la que mucho se podría nutrir la Ortodoxia de occidente.
Al principio, los obispos rusos exiliados intentaron
colaborar todos con el Sínodo de Karlovtsy, pero a partir de 1926 se produjeron
divisiones de las que derivan el tercero y el cuarto de los cuatro grupos
arriba referidos. La Jurisdicción
de París se originó gracias al obispo ruso de París, el Metropolita Evlogy
(1864-1946), quien fue nombrado por el Patriarca Tikhon como Exarca de Europa
occidental. Evlogy se separó del Sínodo de Karlovtsy en 1926-7, y luego fue
rechazado por el locum tenens patriarcal,
Sergio, porque participó en un oficio de oraciones de intercesión por los
cristianos perseguidos de la
Unión Soviética, que se celebró en la Abadía de Westminster en
Londres. En 1931 Evlogy apeló al Patriarca Ecuménico, Fotio II, quien le
recibió a él y a sus parroquias bajo su jurisdicción. Evlogy volvió a la
jurisdicción de Moscú en 1945, un poco antes de morir, mas la gran mayoría de
su rebaño escogió quedarse bajo jurisdicción constantinopolitana. A pesar de
las dificultades que tuvo de 1965-71, la Arquidiócesis rusa
de París continúa en nuestros tiempos bajo la jurisdicción del trono ecuménico.
El cuarto grupo formaba la Arquidiócesis
norteamericana. Después de la
Revolución, los rusos de América enfrentaron circunstancias
algo distintas a las de los emigrados rusos en otras zonas, ya que solamente
allí, de entre todos los países fuera de la Rusia, había diócesis rusas legalmente
constituidas, con obispos residentes, antes de 1917. El Metropolita Platon de
Nueva York (1866-1934), lo mismo que Evlogy, se separó del Sínodo de Karlovtsy
después de 1926; ya había roto el contacto con el Patriarcado de Moscú en 1924,
así que a partir de 1926 los rusos de EEUU formaban, de hecho, un grupo autónomo.
De 1935 a
1946 la Arquidiócesis
mantuvo relaciones con el Sínodo de Karlovtsy, pero al reunirse el Sínodo de
Cleveland en 19461a mayoría de los delegados votó a favor de retornar a la
jurisdicción moscovita a condición de que se les permitiera conservar su ‘plena
autonomía tal y como existe actualmente’. En aquella época el Patriarcado no
pudo consentirles lo que pedían. En 1970, sin embargo, la Iglesia rusa otorgó a la Arquidiócesis no
sólo la autonomía sino la autocefalía. A la ‘Iglesia Ortodoxa Autocéfala de
América' (OCA) la han reconocido las Iglesias de Bulgaria, Georgia, Polonia y
Checoslovaquia, pero no el Patriarcado de Constantinopla ni tampoco las demás
Iglesias Ortodoxas. En Constantinopla se opina que solamente el Patriarcado
Ecuménico, en consulta con las demás Iglesias Ortodoxas, tiene derecho a
establecer una Iglesia autocéfala en América. Mas pese a esta disputa que queda
sin resolverse, OCA sigue en plena comunión con las demás Iglesias Ortodoxas.
ORTODOXIA OCCIDENTAL
Sin tratar de ser exhaustivo, echemos un breve
vistazo sobre el estado de la
Ortodoxia en Europa occidental, Norteamérica y (con mayor
brevedad todavía) Australia. En Europa occidental, el mayor centro intelectual
y espiritual es París. Allí se halla el célebre Instituto teológico de San
Sergio (bajo la jurisdicción de París, rusa), fundado en 1925, importante punto
de encuentro de los ortodoxos con los no-ortodoxos. Sobre todo durante el
período de entreguerras, el profesorado del Instituto contaba con una agrupación
de letrados de una brillantez extraordinaria. Entre los ex-profesores de San
Sergio hallamos al Arcipreste Sergio Bulgakov (1871-1944), el primer rector del
Instituto; el Obispo Cassian (1892-1965), sucesor de Sergio Bulgakov; Anton Kartashev
(1875-1960); George P. Fedotov (1886-1951); y Paul Evdokimov (1901-70). El
profesorado actual cuenta con, el Padre Borís Bobrinskoy, y el escritor
ortodoxo francés Olivier Clément. Tres miembros de San Sergio, los Padres
Georges Florovsky, Alexander Schmemann (1921-83), y John Meyendorff (1926-92),
se trasladaron a América, donde desempeñaron un papel decisivo en el desarrollo
de la Ortodoxia
americana. La lista de los libros y artículos publicados por los profesores del
Instituto de 1925 a
1947 comprende unas 92 páginas, e incluye unos setenta libros en total
-productividad extraordinaria, con la que podrán competir pocos profesorados de
otras academias teológicas (independientemente de su importancia), de
cualquiera de las Iglesias. San Sergio también se destaca por su coro, que
ejerció gran influencia en la revivificación de los cantos eclesiales de la Rusia antigua. Sus
integrantes eran casi todos rusos en el período de entreguerras, mas hoy en día
el Instituto atrae estudiantes de muchas otras nacionalidades, y las clases se
dan mayormente en francés. De momento cuenta con más de cincuenta estudiantes
permanentes, y unos 400 más que estudian cursos por correspondencia.
También tuvo importancia la contribución del Patriarcado
de Moscú a la vida ortodoxa en Europa occidental. Entre sus teólogos se cuenta
con Vladimir Lossky (1903-58), el Arzobispo Basilio (Krivocheine) de Bruselas
(1900-85), y el Arzobispo Alexis (van der Mensbrugghe) (1899-1980) (que fue,
originalmente, católico romano). Nicolás Lossky, hijo de Vladimir, es especialista
en el tema del teólogo Lancelot Andrewes del siglo XVII, en cuyo pensamiento supo
discernir rasgos de sorprendente semejanza a la Ortodoxia. Leonid Ouspensky (1902-87) es otro que ejerció
gran influencia tanto como iconógrafo y como escritor sobre la teología de los
iconos; el monje iconógrafo Gregory Kroug (1909-69) demostró a través de su
obra cómo se puede conjugar la lealtad a la tradición iconográfica con una gran
dosis de creatividad artística. En Gran Bretaña el dirigente de la diócesis patriarcal
de Moscú, el Metropolita Antonio (Bloom) de Sourozh, es muy respetado como instructor
de la oración. Su diócesis encabezó en Bretaña el movimiento en pro del uso del
idioma inglés en los oficios, y en la conferencia anual que se celebra en
Effingham se hace notar una colaboración estrecha y poco común entre el clero y
el laicado.
Hasta ahora los ortodoxos de occidente lograron
producir pocos compositores de música religiosa, pero existe una excepción
notable que es el converso británico John Tavener. Se conoció al principio a través
de su música seglar, pero ahora se limita exclusivamente a los temas religiosos:
hace experimentos creativos con los ocho tonos de la himnografía bizantina y el
canto ruso antiguo, que transpone en un estilo expresivo a la vez trascendente
y contemporáneo. En resumen de su obra ha dicho él mismo ‘Yo diría que el lema
para todo el arte sagrado cristiano debe ser la frase empleada por San Pablo en
otro contexto: “No soy yo quien vive, sino Cristo en mí”.’
La
Ortodoxia en
Gran Bretaña es particularmente bienaventurada al hallarse en sus tierras una
creciente comunidad monástica, de monjes y de monjas, en Tolleshunt Knights,
Essex (bajo el Patriarcado Ecuménico), fundado por el Padre Sofrony, discípulo
de San Siluán de Athos. Se centra en la oración de Jesús. Numerosos peregrinos
visitan el monasterio, sobre todo los griegos chipriotas, cuya comunidad
constituye la mayor parte de los ortodoxos británicos. En Francia
hay dos conventos bien arraigados, uno (de ROCOR) en Provement, provincia de
Normandía y el otro (del Patriarcado Ecuménico) en Bussy-en-Othe, provincia de
Yonne. El Archimandrita Placide (Deseille) (converso católico romano) ha fundado
dos comunidades, una de mujeres y una de hombres, en St. Laurent-en-Royans;
ambas son filiales del Monasterio Athonita de Simonos Petras.
Personaje muy destacado de entre los ortodoxos de
Europa occidental fue el Archimandrita Lev (Gillet) (1893-1980), francés,
conocido bajo el pseudónimo ‘Monje de la Iglesia Oriental’,
nombre que empleaba en los libros que escribía. Originalmente fue sacerdote
católico del rito oriental, pero se convirtió a la Ortodoxia en 1928, y más
tarde ofició en Londres como capellán de la Cofradía de San Albán y San Sergio. Supo expresar mejor que nadie la paradoja que vive la Iglesia Ortodoxa
en el siglo XX:
O extraña Iglesia
Ortodoxa, tan débil y tan pobre, a la vez tan tradicional y tan libre, tan
arcaica mas tan viva, tan ritualista mas tan personalmente mística, Iglesia en
que la perla de gran valor que es el Evangelio se conserva tan esmeradamente, a
veces bajo una capa de polvo - Iglesia que tantas veces se mostró incapaz de
actuar, mas que sabe, como nadie más lo sabe, cómo cantar la alegría de Semana
Santa.
En Norteamérica (EEUU y Canadá) se cuentan entre dos
y tres millones de ortodoxos, con más de cuarenta obispos y unas 2.250 parroquias
que se subdividen en al menos quince jurisdicciones distintas. Los rusos, como
ya vimos, fueron los primeros ortodoxos en asentarse en el continente americano.
En 1794 se estableció una misión eclesiástica en Alaska - que hasta 1867
formaba parte del Imperio Ruso - por un grupo de monjes provenientes del
Monasterio de Valamo en el lago Ladoga. Uno de sus miembros, San Hermán
(fallecido en 1836), ermita de la isla Spruce, atrajo el amor y el cariño de los
nativos. El trabajo misionero en Alaska se estableció en base más firme tras la
labor de San Inocente (Veniaminov), que trabajó en Alaska de 1824 a 1853, al principio
como sacerdote y luego como obispo. Se interesó, con intimidad y con simpatía,
en las costumbres y creencias indígenas; en este campo, sus escritos siguen
siendo fuente primaria para los etnógrafos de nuestros tiempos. Fiel a la
tradición de San Cirilio y San Metodio, en seguida tradujo los Evangelios y la Liturgia en el idioma
aleutiano. Procuró establecer un clero nativo, y creó un seminario en Sitka en
1845. Hombre de gran fuerza física. viajero infatigable, emprendió, con ánimo
misionero, recorridas por todas las islas más remotas, viajes que duraban hasta
un año; a menudo navegaba por las grandes oleadas en su frágil barquita indígena,
‘sin una tabla de madera, si quiera, para salvarte de la muerte - unos cueros,
nada más’, según él lo cuenta.
Mientras tanto, con el transcurso del siglo XIX, cuantiosas
ondas de emigrantes ortodoxos - griegos, eslavos, rumanos, árabes - se fueron
asentando en la costa oriental de Norteamérica, e infiltrando poco a poco más
hacia el oeste. En 1891 y los años posteriores, muchos católicos del rito
oriental, del nivel del Padre Alexis Toth (1854-1909), se incorporaron en la Arquidiócesis
ortodoxa rusa, más que nada porque la jerarquía católica romana no quiso
permitirles tener clérigos casados. Bajo la dirección de San Tikhon, futuro
Patriarca de Moscú, que estuvo nueve años en Norteamérica (1898-1907), la Arquidiócesis rusa
fue asumiendo un carácter cada vez más multinacional, hasta que en 1904 se
consagró como obispo asistente a un sirio, Rafael (Hawaweeny), para servir a
los ortodoxos árabes. Tikhon fomentó el uso del idioma inglés en los oficios, y
promovió la publicación de traducciones inglesas, entre otras el muy conocido Service Book preparado por I.F. Hapgood.
Hasta fines de la Primera Guerra
Mundial, la
Arquidiócesis rusa constituía la única presencia ortodoxa en
Norteamérica, y casi todas las parroquias, cualquiera que fuese su identidad
étnica, se dirigían al arzobispo ruso y a sus asistentes para la ayuda
pastoral. Pese a que ese arreglo nunca tuvo la aprobación oficial del
Patriarcado Ecuménico y la
Iglesia griega, la unidad canónica y organizativa se
estableció de hecho, aunque no de derecho. Pero tras la Revolución de 1917 se
inició una temporada de grave confusión. Los rusos se dividieron en varios
grupos conflictivos; la mayoría permanecieron siendo miembros de la Arquidiócesis. Se estableció en 1922 una arquidiócesis griega
independiente, y con el tiempo otras colectividades nacionales les siguieron el
ejemplo al establecer sus propias arquidiócesis. De ahí que surgió toda la
multiplicidad de ‘jurisdicciones' que se ven hoy en día, situación que resulta
tan desconcertante para los mismos ortodoxos americanos como lo es para los
observadores del exterior.
El grupo de ortodoxos más numeroso en Norteamérica
contemporánea es el de la
Arquidiócesis griega, que cuenta con unas 475 parroquias.
Tras verse incapacitado en los años 1920, se reorganizó y reunificó bajo la
dirección de Atenagoras, Arzobispo de 1931-48, más tarde Patriarca Ecuménico.
El Arzobispo Iakovos, que ejerció sus funciones desde 1959 a 1997, trabajó más que
ninguna otra persona para darle publicidad a la Ortodoxia y hacerla respetar
por la población americana. El segundo grupo de ortodoxos más grande, después
de la Arquidiócesis
griega, es OCA, la antigua Metropolía rusa que se convirtió en grupo multinacional
y que emplea el inglés como principal idioma litúrgico, y que cuenta además con
muchos sacerdotes conversos. El tercer grupo mayoritario es la Arquidiócesis
antioqueña (del Patriarcado de Antioquía), bajo la dirección del Metropolita
Felipe. En 1986, admitió éste a la
Ortodoxia un grupo de conversos Protestantes, la ‘Iglesia
Ortodoxa evangélica'. liderado por Peter Gillquist. En Canadá, la comunidad de
ortodoxos más numerosa es la de los ucranianos: quedaron muchos años en el
aislamiento desde el punto de vista canónico, pero en 1991 fueron admitidos al
Patriarcado Ecuménico.
Los ortodoxos de América incluyen diez institutos teológicos,
entre los que se destacan el de San Vladimir en Crestwood cerca de Nueva York
(de OCA), y el de Holy Cross en Brookline, Boston (Arquidiócesis griega). Los
dos editan sustanciosas revistas teológicas: en San Vladimir se publica St. Vladimir’s Theological Quarterly, y
en Holy Cross The Greek Orthodox
Theological Review. De los teólogos ortodoxos activos hoy en día en
Norteamérica cabe destacar al Arzobispo Pedro (l'Huillier) (OCA), el Padre Thomas
Hopko, el Padre John Breck y John Erickson (del Instituto de San Vladimir), el
Padre Joseph Allen (de la
Arquidiócesis antioqueña), el Obispo Máximo de Pittsburg (de la Arquidiócesis
griega), y el Padre Stanley Harakas (del Instituto de Holy Cross). Norteamérica
resulta ser terreno duro y pedregoso para el monaquismo, por lo que muchas de
las jurisdicciones tienen vida monástica muy disminuída. La más vital es la de
la jurisdicción de ROCOR, en la que el monasterio más importante es el de la Santa Trinidad, en
Jordanville. Han brotado unos cuantos pequeños monasterios de tamaño reducido
en la jurisdicción de OCA, pero hasta ahora se ve poca presencia monástica en la Arquidiócesis
griega. Si con toda la razón San Teodoro de Studios al decir que ‘Los monjes
son las fibras y los fundamentos de la Iglesia,la situación de los americanos ortodoxos nos puede
provocar cierta inquietud...
Los ortodoxos que se desplazaron a Australia llevan
menos tiempo fuera de sus países de origen que los de América; efectivamente,
casi todas las parroquias ortodoxas australianas han sido fundadas luego de la Segunda Guerra
Mundial. La Arquidiócesis
griega constituye el grupo más grande, al contar con 121 parroquias y con un
instituto teológico recién inaugurado en Sydney. También existen muchas
parroquias rusas (de las que la mayoría pertenecen a ROCOR) y una presencia
árabe también considerable (bajo el Patriarcado de Antioquía).
La diáspora ortodoxa afronta dos problemas básicos.
El primero es la transición que se ha de efectuar de la primera generación, de
inmigrantes ortodoxos, a la segunda generación, de ortodoxos nacidos y criados
en países de occidente. La primera generación de inmigrantes, aun sin que
practique la fe activamente, suele atenerse hasta la muerte a la identidad que
tiene, o que siente tener, como cristiano ortodoxo. Y ¿qué ocurrirá con la
segunda generación? ¿Se mantendrá fiel a su herencia ortodoxa, o sucumbirá a la
indiferencia hasta ser absorbida en la cultura seglar occidental que le rodea?
En Norteamérica, donde la gran mayoría de los inmigrantes llegaron antes de la Primera Guerra
Mundial, las colectividades ortodoxas en su mayor parte lograron traspasar esta
transición cultural tan importante, de la primera a la segunda generación; se
registraron pérdidas sustanciosas, pero aun así la Ortodoxia logró
sobrevivir. Sin embargo, en Europa y en Australia la mayoría de los inmigrantes
llegaron después de la
Segunda Guerra Mundial, y la transición todavía no se efectuó
del todo.
Al momento de efectuarse esa transición, es de
importancia trascendental que las comunidades ortodoxas busquen sus futuros sacerdotes
entre los jóvenes ortodoxos nacidos y formados en occidente, en lugar de importar
sacerdotes de la madre patria. Resulta todavía más importante que el idioma
vernáculo - el inglés, el francés, el alemánetc... - se emplee en los cultos y
oficios litúrgicos. Si no, los jóvenes se irán alejando, desbordados por una
Iglesia que parece preocuparse más de mantener la cultura y el idioma de la ‘vieja
patria’ que de predicar la fe cristiana. Desafortunadamente las autoridades
ortodoxas de occidente, deseosas de conservar su patrimonio nacional, muchas
veces progresaron lentamente en lo de introducir el idioma vernáculo local en
los oficios eclesiales. En Norteamérica, a pesar de que el inglés es empleado
la mayoría de las veces por OCA y la Arquidiócesis antioqueña, muchas de las
parroquias griegas prescinden del inglés casi por completo, lo mismo que en
Inglaterra la mayoría de las parroquias griegas apenas utilizan el inglés.
El segundo problema que afronta la diáspora es la
fragmentación en las distintas jurisdicciones. Por muy comprensible que sea
desde el punto de vista histórico, es muy dañino tanto para la obra pastoral de
1a Iglesia Ortodoxa entre sus propios adherentes en occidente, como también
para el testimonio de la
Ortodoxia occidental ante el resto del mundo. Se preguntan
clérigos y laicos, cada vez más frustrados: ¿Cuándo seremos uno, de manera
visible?¿Cómo podremos atestiguar más eficazmente la universalidad de la
Ortodoxia? Ya se inició el proceso unificador, mediante las
comisiones episcopales que se establecieron en muchos de los países de
occidente (aunque en Inglaterra todavía no). En el continente americano, por ejemplo,
existe el ‘Standing Conference of Canonical Orthodox Bishops in the Americas’
(SCOBA), que se fundó en 1960, pero hasta ahora no ha logrado contribuir a la
unidad ortodoxa de manera tan positiva como se esperaba. Al nivel local, por todos
los EEUU existen Cofradías Cristianas Ortodoxas activas, en las que figuran los
laicos tanto como los clérigos, con ánimo de fomentar la amistad y la
cooperación a través de las fronteras jurídicas. El mismo trabajo se emprendió
en Francia por la
Fraternité Orthodoxe, y en Inglaterra por el ‘Orthodox Fellowship
of St. John the Baptist’. La contribución que pueden aportar semejantes
organizaciones es cuantiosa: ya que, cuando se cuaje por fin la unidad ortodoxa
en occidente, seguramente derivará no tanto de arriba para abajo (mediante decisiones
de los congresos panortodoxos) como por la vía contraria, a base del amor recíproco
y de la santa paciencia del pueblo de Dios.
Cabe realzar otro aspecto más de la Ortodoxia occidental,
que es la existencia (por limitada y tentativa que sea) de la Ortodoxia del Rito
Occidental (equivale al Catolicismo de Rito Oriental, pero al revés). Durante
el primer milenio de la historia cristiana, antes de producirse el cisma entre
oriente y occidente, se empleaban liturgias propias en occidente, distintas al rito
bizantino, pero plenamente ortodoxas. Muchas veces se habla de ‘la Liturgia ortodoxa' cuando
lo que se quiere precisar es la
Liturgia bizantina. No
deberíamos de tratarla como si fuera la única liturgia ortodoxa, ya que las antiquísimas
liturgias romanas, gálicas, celtas y mozárabes, que datan de la época
pre-cismática, también toman parte en la plenitud de la Ortodoxia. Parroquias
ortodoxas de rito occidental existen en EEUU en la Arquidiócesis
antioqueña (con unos 10.000 miembros) y en Francia, donde existe un grupo muy
activo llamado ‘Iglesia Católica-Ortodoxa de Francia’. Se originó éste en 1937,
en París, al ser admitido por el Patriarcado de Moscú, y con sus seguidores,
Louis-Charles Winnaert (1880-1937), antiguo sacerdote católico romano consagrado
como obispo por la
Iglesia Católica Liberal. Por decisión especial del locum tenens patriarcal,
el Metropolita Sergio, se les permitió continuar observando el rito occidental.
El sucesor de Winnaert, el Padre Evgraph Kovalevsky (1905-70) - consagrado como
obispo en 1964 con el nombre de Jean de St-Denys - diseñó una Liturgia basada
en el rito gálico antiguo, pero que incorporaba muchos elementos bizantinos. A la Iglesia Católica-Ortodoxa de Francia, que ahora
queda algo aislada de las demás jurisdicciones ortodoxas francesas, se le
atribuye el estar vinculada a la
Teosofía; cargo que rechaza, vehemente, el jerarca actual, el
Obispo Germain.
Al constituir una pequeña minoría en un entorno
ajeno, los ortodoxos de la diáspora han tenido muchas veces que luchar exclusivamente
por sobrevivir. Pero por lo menos algunos de ellos se dan cuenta de que además de sobrevivir se enfrentan a otro reto mayor. Si creen de
verdad que la Ortodoxia
es la auténtica fe católica, no tendrían de segregarse de la mayoría
no-ortodoxa que les rodea, sino que debieran compartir su Ortodoxia con los
demás, y tenerla como un honor y privilegio. No será mera coincidencia, que
Dios permitió a los ortodoxos diseminarse por todo el occidente en el siglo XX.
Esa diáspora no es algo trágico y fortuito, sino, al contrario, constituye
nuestro kairos, nuestro momento de
oportunidad. Para poder responder a este kairos
tal y como debemos, nosotros los ortodoxos tenemos que entender y prestar
atención: llegar a una comprensión más profunda de nuestro patrimonio ortodoxo,
y prestar atención con mayor humildad lo que nos dicen nuestros compañeros de occidente,
tanto religiosos como laicos.
La falta de contactos recíprocos no es un asunto solamente de los
ortodoxos de la diáspora. Hace mucho tiempo que los distintos Patriarcados y
las Iglesias autocéfalas se encuentran demasiado aislados unos de otros, sin
poder evitarlo muchas veces. Incluso el único contacto formal ha consistido en
el cruce de correspondencia por parte de los jerarcas eclesiásticos. Hoy en día
continúa el aislamiento, pero se nota un afán, que va creciendo paulatinamente,
de una cooperación más estrecha. Entra en escena la participación de los
ortodoxos en el Concilio Mundial de las Iglesias: en las enormes reuniones de
este Concilio Mundial de las Iglesias, los delegados ortodoxos se han visto a
menudo incapaces de hablar con uniformidad de conceptos. Y se preguntan ¿porqué
nos hace falta un Concilio Mundial para reunirnos nosotros los ortodoxos?
¿Porqué no nos reunimos nosotros exclusivamente para discutir los problemas que
tenemos en común? La urgencia de la cooperación panortodoxa se siente sobre
todo entre los grupos juveniles, ámbito en que de mucho ha servido el trabajo
de Syndesmos, organización mundial de la juventud, fundada en 1953.
Las tentativas de cooperación las protagonizó, lógicamente, el jerarca
superior de la
Iglesia Ortodoxa, el Patriarca Ecuménico. Tras la Primera Guerra
Mundial el Patriarcado de Constantinopla se planteó convocar un ‘Gran Concilio’
de la Iglesia Ortodoxa
en su totalidad, y el primer paso que dio fue planificar el ‘Pre-Sínodo’ que había
de preparar los temas a tratar en el Concilio. Se reunió una Comisión
Inter-Ortodoxa en una sesión preliminar, celebrada en el Monte Athos en 1930,
pero nunca se llevó a cabo el Pre-Sínodo, debido mayormente a que el gobierno
turco lo obstaculizó. Alrededor de 1950 resucitó la idea el Patriarca Ecuménico
Atenagoras, y tras repetidos aplazamientos por fin logró reunirse el ‘Congreso
Pan-Ortodoxo’ en Rodas en septiembre de 1961. Se realizaron otros Congresos de
Rodas en 1963 y 1964, y desde entonces se van reuniendo con regularidad en
Ginebra comisiones y congresos inter-ortodoxos. Los principales temas que se
tratarán en el ‘Gran Santo Sínodo', si es que logra reunirse, serán los problemas
de la desunión de la diáspora, las relaciones de la Ortodoxia con las demás
Iglesias Cristianas (es decir, el ecumenismo), y la aplicación de la ética
ortodoxa a las realidades del mundo moderno.
LAS MISIONES
Se critica bastante a la
Ortodoxia de no ser Iglesia misionera, cargo en cierta medida
justificada. Si se piensa, sin embargo, en la conversión de los eslavos por
Cirilio y Metodio, y los discípulos de ellos, es necesario reconocer que las
hazañas misioneras de Bizancio no son de ninguna manera inferiores a las de los
cristianos celtas o romanos de la misma época. A los griegos y árabes bajo
dominio turco se les prohibía, claro, emprender trabajo misionero, pero la Iglesia rusa del siglo XIX
mantuvo toda una gama de actividades misioneras entre las muchas personas nocristianas
del Imperio Ruso. Para 19001a Liturgia se celebraba en Rusia no solamente en el
idioma local sino en por lo menos veinte variedades del idioma nativo. Todo
este programa misionero fue suprimido bajo el comunismo, pero en la actualidad
se está renovando a baja escala.
Las misiones rusas antes de 1917 llegaban también fuera de Rusia, no
sólo a Alaska (de la que ya se habló), sino a China, Japón y Corea. Pero una de
las preocupaciones de los misioneros rusos, en cada lugar adonde llegaban, era
establecer cuanto antes un sacrerdocio nativo. Los orígenes de la misión china
se remontan a fines del siglo XVII, aunque no se desarrolló un trabajo
sistemático hasta fines del XIX. Unos 400 ortodoxos chinos murieron martirizados
en la Rebelión Boxer
(1901). En 1957, al hacerse autónoma la Iglesia Ortodoxa
china, habían ya dos obispos chinos, con unos 20.000 feligreses, pero la
agresiva represión que sufrieron a manos de los ‘Guardias Rojos’ en 1966 les
forzó a volverse clandestinos. Hoy en día, en varios sitios, la Divina Liturgia es
celebrada por sacerdotes chinos ya muy mayores, pero no quedan obispos y subsisten
pocos fieles.
La Iglesia
Ortodoxa de Japón fue creada por
San Nicolás (Kassatkin) (1836-1912), uno de los misioneros modernos más
ilustres de cualquiera comunidad cristiana. Fue enviado a Hakodate en 1861 para
servir de capellán
en el consulado ruso, y resolvió dedicarse desde el principio a predicar la fe
cristiana a los japoneses, a pesar de que en aquella época se prohibía
estrictamente el trabajo misionero bajo la legislación japonesa. Bautizó a los
primeros conversos en 1868, y los primeros sacerdotes japoneses fueron ordenados
en 1875. Cuando falleció Nicolás en 1912, había unas 226 congregaciones con
unos 33.017 miembros, 35 sacerdotes japoneses y 22 diáconos. Se sufrieron
pérdidas en el período de entreguerras, pero hoy en día sigue habiendo unos
25.000 feligreses con un obispo y unos cuarenta sacerdotes. El dirigente
actual, el Metropolita Teodosio (nombrado en 1972), fue originalmente budista;
es japonés, igual que el resto de su clero. La Iglesia de Japón es autónoma,
bajo la dirección espiritual de su Iglesia materna, que es la de Rusia.
La misión coreano fue
iniciada por clérigos rusos en 1898, y casi fue aniquilada a fines de la década
de los ‘50, pero se reanimó en los últimos diez años bajo el protagonismo de un
sacerdote griego, el Archimandrita Sotirios (Trambas). Existen ya cinco
parroquias, un seminario y un monasterio. En los años 1980, auspiciado por el
Patriarcado Ecuménico, se emprendió un trabajo misionero también en Indonesia,
las Filipinas, Hong Kong y el sur de Bengal (India).
Además de estas iniciativas
misioneras en Asia, cabe destacar la Iglesia Ortodoxa
africana, que es cada vez más vivaz, en Kenya, Uganda y Tanzania. La Ortodoxia africana fue
constituída por aborígenes desde sus comienzos, ya que brotó espontáneamente
entre los mismos africanos, y no como consecuencia de las prédicas de
misioneros procedentes de los países ortodoxos tradicionales. Los fundadores
del movimiento ortodoxo africano fueron dos ugandeses nativos, Rauben Sebanja
Mukasa Spartas (nacido en 1899, consagrado como obispo en 1972, fallecido en
1982) y su amigo Obadiah Kabanda Basajjakitalo. De formarse originalmente en la Iglesia anglicana, se
convirtieron a la Ortodoxia
en la década de los 1920, no como consecuencia de contactos personales con
otros ortodoxos, sino a base de lectura y estudios propios. Al principio fue
algo dudoso el estátus canónico de la Ortodoxia ugandesa, ya que lo primero que hicieron
Rauben y Obadiah fue establecer contacto con una organización procedente de los
EEUU, la ‘Iglesia Ortodoxa Africana’, que a pesar de emplear el vocablo ‘Ortodoxo’
en el título, no tenía nada que ver con la comunión ortodoxa histórica y verdadera.
En 1932 fueron ordenados los dos por un tal Arzobispo Alejandro de esta
Iglesia, pero hacia el fin de ese mismo año se cuestionaron la validez de la ‘Iglesia
Ortodoxa Africana’, rompieron relaciones con ella y se dirigieron al Patriarcado de Alejandría. En 1946, cuando por fin Rauben visitó en
persona a Alejandría, el Patriarca reconoció formalmente a la comunidad
ortodoxa africana de Uganda, y la admitió bajo su amparo.
Rauben y Obadiah predicaron su nueva fe con gran entusiasmo a sus
compatriotas africanos, y el movimiento se expandió con rapidez. Una de las
razones fue que la misión ortodoxa, aunque condenó la poligamia, trató de modo
menos severo que las demás misiones europeas a los que ya habían contraído
matrimonio polígamo. También estaban implicados los factores políticos: antes
de independizarse Kenya en 1959, los ortodoxos kenianos se aliaron
estrechamente con los movimientos africanos de liberación, así como los Mau
Mau. Uno de los atractivos del cristianismo ortodoxo para los africanos era la
falta de vínculos con el colonialismo. Tras conseguir la independencia, el apoyo a la misión ortodoxa
disminuyó. Mas en tiempos recientes, la Ortodoxia africana se organizó mejor y comenzó a
crecer nuevamente. Algunos estudiosos calculan que el número de creyentes ortodoxos
en Kenya debe estar entre 70.000 y 250.000, más otros 30.000 en Uganda; pero
las fuentes ortodoxas griegas citan una cifra muy reducida de unos 40.000
ortodoxos aborígenes en toda África oriental. En la actualidad, hay un obispo
africano en Kampala (Uganda), Teodoro Nankyamas, licenciado en la Universidad de Atenas.
En 1992 había en Uganda diecinueve sacerdotes indígenas, en Kenya sesenta y uno,
y en Tanzania siete. El instituto teológico ortodoxo de Nairobi, fundado en
1982, cuenta con unos cincuenta estudiantes ingresados.
El desarrollo espontáneo de la Ortodoxia africana repercute en la vida de los
ortodoxos griegos tanto en Grecia como en Norteamérica, haciéndolos mucho más
sensibles a la dimensión misionera de la Iglesia. Las visitas
que hicieron Rauben Spartas a Grecia en 1959 y Teodoro Nankyamas a EEUU en 1965
ejercieron gran influencia, con lo cual muchas parroquias - y sobre todo grupos
de juventud - hicieron compromiso de oración y de ayuda financiera. Se puede
decir, incluso, que de esta manera los ortodoxos africanos han devuelto más a
los ortodoxos griegos que lo que recibieron de parte de ellos.
Todos los cuerpos cristianos hoy en día deben afrontar problemas graves,
pero quizás sean más graves las dificultades que deban atravesar los ortodoxos.
En la Ortodoxia
contemporánea no resulta nada fácil ‘reconocer la victoria bajo la máscara del
fracaso, discernir el poder de Dios que se cumple a través de la debilidad, la
verdadera Iglesia dentro de la realidad histórica'. Si bien se evidencian innegables debilidades, se observan a la vez
señales de vida. Cualesquiera que fuesen los compromisos de los jerarcas eclesiásticos
bajo el régimen comunista, la
Ortodoxia produjo también incontables mártires y confesores.
En la situación confusa que se inició tras la caída del comunismo, hay motivos
no sólo de inquietud sino de grandes esperanzas. La merma del monaquismo ortodoxo
se ha revertido, de modo dramático, en el Monte Athos, y puede ser que la Monte Santo sea la
fuente de inspiración de una reanimación monástica más amplia. El tesoro
espiritual de la Ortodoxia
- por ejemplo, la Philokalia y la oración de Jesús - lejos de quedar
en el olvido, se emplea y se aprecia cada vez más. No son muy numerosos los
teólogos ortodoxos, pero algunos de ellos, estimulados por el contacto con
occidente, van descubriendo de nuevo ingredientes olvidados más esenciales de
su herencia teológica. Un nacionalismo miope impide el trabajo de la Iglesia, pero se registran
tentativas esporádicas de cooperación. Las misiones siguen siendo escasas, pero
los ortodoxos van tomando conciencia de la importancia que tienen. Dicho sea de
paso, que si nosotros los ortodoxos somos realistas y decimos la verdad, no nos
debemos sentir nada satisfechos, mucho menos triunfantes, del estado de nuestra
Iglesia. No obstante, a pesar de los muchos problemas e innegables defectos
humanos, la Ortodoxia
puede mirar hacia el futuro con confianza y optimismo sobrio.
Al ser recibido Winnaert, se precisó que había de oficiar solamente de
sacerdote; la validez de su consagración episcopal a manos de los Católicos
Liberales se consideró dudosa.
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