Gracia y Paz de parte de Dios nuestro Padre y de Cristo Jesús nuestro Señor. (2 Cor 1, 3).Compartimos en esta entrada la SEGUNDA PARTE: CREDO Y ADORACION. CAPÍTULO 10. LA SAGRADA TRADICION LA FUENTE DE LA FE ORTODOXA de la obra del Arzobispo Kallistos Ware: Iglesia Ortodoxa. En este capítulo se consideran los siguientes temas:
EL SENTIDO INTERNO DE LA TRADICIÓN
LAS FORMAS EXTERIORES
1. La Biblia
La Biblia y la Iglesia
(b) El Texto de la Biblia: Crítica Bíblica.
(c) La Biblia en el culto.
2. Los Siete Concilios Ecuménicos: El Credo
3. Concilios Posteriores
4. Los Padres.
5. La Liturgia.
6. El Derecho Canónico.
7 Los Iconos.
La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo permanezcan con todos ustedes. (2 Cor 13,13).
Jacobo Rave
Fuente: La Iglesia Ortodoxa. Kallistos Ware.
P. 175-187
SEGUNDA PARTE
CREDO Y ADORACIÓN
CAPÍTULO 10
LA SAGRADA TRADICIÓN: LA FUENTE DE LA FE ORTODOXA
Guarda el depósito.
I Timoteo VI:20
La tradición es la vida del Espíritu Santo en la Iglesia.
Vladimir Lossky
EL SENTIDO INTERNO DE LA TRADICIÓN
La historia de la Ortodoxia está marcada
externamente por una serie de súbitas rupturas: la captura de Alejandría, Antioquía
y Jerusalén a manos de los árabes musulmanes; la ciudad de Kiev incendiada por
los mongoles; el saqueo de Constantinopla, en dos ocasiones; la Revolución de octubre
en Rusia. Mas son sucesos que, si bien transformaron la apariencia exterior del
mundo ortodoxo, nunca lograron quebrantar la continuidad interna de la Iglesia Ortodoxa.
Lo que más suele impresionar al ajeno cuando enfrenta la Ortodoxia es el aire que
tiene de antigüedad, de aparente inmutabilidad. Los ortodoxos siguen
practicando el bautismo de triple inmersión, tal y como se observaba en la Iglesia naciente; siguen entregando
a los infantes y a los niños pequeños a que tomen la Santa Comunión;
durante la Liturgia
el diácono todavía exclama ‘¡Las puertas! ¡Las puertas!’- lo cual recuerda los
tiempos primitivos cuando el umbral de la iglesia era cuidadosamente vigilado,
para que nadie más que los miembros de la familia cristiana asistieran a los
cultos familiares; el Credo se sigue recitando sin adiciones.
Son unos cuantos ejemplos exteriores que caracterizan
la cultura de la que están imbuidos todos los aspectos de la vida ortodoxa.
Cuando se les pide a los ortodoxos en las reuniones ecuménicas de las Iglesias
modernas resumir cuáles creen ser las características distintivas de su Iglesia, muchas veces indican precisamente la inmutabilidad,
la determinación de permanecer fieles al pasado, el sentido de continuidad viviente con la Iglesia de los tiempos antiguos.
A comienzos del siglo XVIII, los Patriarcas de oriente expusieron justamente lo
mismo a los No-Jurantes, en palabras que nos recuerdan la fraseología de los
Concilios Ecuménicos:
‘Nosotros conservamos íntegra la Doctrina del Señor, y nos
atenemos con firmeza a la Fe
que Él nos entregó; la mantenemos libre de tacha y de disminución, como Tesoro
Real, y monumento de gran valor, sin añadir nada a ello e igualmente sin restar
nada.’
Esta concepción de la continuidad viviente viene
resumida para los ortodoxos en un solo vocablo: Tradición. ‘No buscamos alterar las fronteras eternas prescritas
por nuestros padres,’ escribe Juan Damasceno, ‘sino que conservar la
Tradición, tal y como la heredamos.’
Los ortodoxos hablan a menudo de la Tradición. ¿Qué
significa para ellos ese vocablo? Una tradición suele entenderse como una
opinión, creencia o costumbre transmitida por los antepasados a la posteridad.
Lo cual supondría que la
Tradición Cristiana consiste en la fe y la práctica
impartidas por Jesucristo a sus Apóstoles, y que desde aquel entonces se han
ido transmitiendo de generación en generación dentro de la Iglesia. Pero para los cristianos ortodoxos, la Tradición tiene un
significado más concreto y más específico que éste. Significa los libros de la Biblia; significa el Credo;
significa los decretos de los Concilios Ecuménicos y los escritos de los Padres;
significa los Cánones, los Misales, los Santos Iconos - significa, en fin, todo
el sistema de doctrina, administración eclesiástica, culto, espiritualidad y
arte articulados por los ortodoxos en el curso de los tiempos. Los cristianos
ortodoxos actuales se consideran herederos y custodios del rico patrimonio
recibido del pasado, y se ven responsables de transmitir esta herencia intacta
a la posteridad.
Tómese nota que la Biblia forma parte de la Tradición. A veces se
define la Tradición
como la enseñanza oral de Cristo, es decir la que no fue conservada por escrito
por Sus discípulos más apegados. No es cuestión sólo de los no-ortodoxos, sino también
de muchos escritores ortodoxos, adoptar aquella manera de expresarse, según la
cual las Escrituras y la
Tradición figuran como dos entidades diferentes, dos fuentes
distintas de la fe cristiana. Mas en realidad existe sólo una fuente única,
puesto que las Escrituras subsisten dentro
de la Tradición. Al
ser separadas y contrastadas, ambas entidades resultan empobrecidas.
Si bien los ortodoxos reverencian el patrimonio del
pasado, reconocen a la vez que no todo lo recibido de tiempos anteriores tiene
el mismo valor. De entre los varios elementos que comprende la Tradición, se les brinda
una preeminencia única a la Biblia,
al Credo, y a las definiciones doctrinales de los Concilios Ecuménicos: son
cosas que los ortodoxos aceptan como absolutas e inmutables, que no se han de
anular ni de modificar jamás. Los otros constituyentes de la Tradición no gozan de la
misma autoridad. Los decretos de Jassy o de Jerusalén no se elevan al mismo nivel
que el Credo Niceno, ni tampoco los escritos de Atanasio o de Simeón el Nuevo
Teólogo ocupan un lugar equivalente al del Evangelio de San Juan.
No todo lo recibido de tiempos anteriores tiene el
mismo valor, ni tampoco todo lo recibido del pasado es necesariamente verdad.
Según el comentario de uno de los obispos que presenció el Concilio de Cartagena
en 257: ‘El Señor dijo, yo soy la verdad. No dijo, yo soy la costumbre.’ Hay diferencia entre ‘la Tradición’ y ‘las
tradiciones’: muchas de las tradiciones transmitidas desde el pasado son
artificiales y accidentales - opiniones piadosas (o algo peor), pero no forman
parte auténtica de la
Tradición única y sola, del mensaje cristiano fundamental.
Resulta indispensable cuestionar el pasado. En la
época bizantina y post-bizantina, los ortodoxos muchas veces han tenido
actitudes poco críticas con el pasado, lo cual lleva a la anquilosis. Hoy en
día no se deben mantener actitudes sin sentido crítico. La elevación del nivel en
los conocimientos académicos, el creciente contacto con los cristianos de
occidente, el influjo del secularismo y del ateismo... todo les obliga a los
ortodoxos de la actualidad examinar más de cerca su herencia y distinguir con mayor
minuciosidad entre la Tradición
y las tradiciones. La tarea discriminatoria no resulta fácil, jamás. Es menester
evitar igualmente dos errores, el de los ‘Antiguos Creyentes’ y el de la ‘Iglesia
Viviente’: los unos cayeron en un conservadurismo extremo que no toleraba ningún
tipo de cambio a las tradiciones, los otros en compromisos espirituales que
socavaron la Tradición.
Sin embargo, a pesar de innegables desventajas, los ortodoxos
actuales, mucho más que sus antecesores desde hace ya muchos siglos, están
mejor posicionados para discernir; muchas veces, precisamente el estar en
contacto con los de occidente les permite averiguar con claridad cada vez mayor
cuáles son los ingredientes imprescindibles de su herencia.
La verdadera fidelidad de los ortodoxos para con el
pasado ha de ser siempre una fidelidad creativa; porque la Ortodoxia verdadera
nunca se contentará con una estéril ‘teología de la repetición’, que reproduce,
al estilo de los loros, las fórmulas aceptadas sin esforzarse por entender la
base en la cual reposan. La lealtad a la Tradición, correctamente interpretada, no es algo
mecánico, no es un proceso pasivo y automático de transmisión de la sabiduría
recibida desde eras remotas de la historia. El pensador ortodoxo debe contemplar
la Tradición
de dentro, debe adentrarse en su
espíritu interior, debe experimentar de nuevo el sentido de la Tradición de manera
exploratoria, valiente, llena de imaginación y creatividad. Para vivir dentro
de la Tradición,
no basta con dar el asentimiento intelectual a un sistema doctrinal; porque la Tradición es mucho más
que un mero juego de proposiciones abstractas - es toda una vida, un encuentro
personal con Cristo en el Espíritu Santo. La Tradición no es solamente
algo que se guarda en la Iglesia
- es una cosa que se vive en la
Iglesia, es la vida del Espíritu Santo en la Iglesia. Los
ortodoxos conciben la
Tradición no como algo inerte, sino dinámico; no es cuestión
de aceptar pasivamente el pasado, sino de descubrir vivamente el Espíritu Santo
en el presente. La Tradición,
por dentro intacta (porque Dios no cambia), asume siempre nuevas formas, que complementan
las antiguas sin sustituirlas. Los ortodoxos hablan muchas veces como si el
periodo de la formulación doctrinal ya se hubiera acabado, pero no es así. Quizás
se reúnan en nuestros tiempos nuevos Concilios Ecuménicos, y la Tradición sea enriquecida
por nuevas afirmaciones de la fe.
Este concepto de la Tradición como entidad
viva viene certeramente expresado en los escritos de Georges Florovsky:
‘La Tradición es testimonio
del Espíritu; la revelación inagotable del Espíritu y su predicación de las
buenas noticias... Para poder aceptar y entender la Tradición nos hace falta
vivir dentro de la Iglesia,
ser conscientes de la presencia en ella de Dios, que concede la gracia; sentir
en ella el aliento del Espíritu Santo... La Tradición no consiste
solamente un principio protector y conservador; consiste, más que nada, en el
principio del crecimiento y de la renovación... La tradición es la inmanencia constante
del Espíritu, y no solamente el recuerdo de ciertas palabras.’
La Tradición es
testimonio del Espíritu: según
lo dice Cristo, ‘Cuando venga el Espíritu de la verdad, El os guiará a la
verdad completa’ (Juan 16:13).
Esa es la promesa en la que hace hincapié la devoción ortodoxa a la Tradición.
LAS FORMAS EXTERIORES
Examinemos, pues, por turnos, las diversas formas externas en las que la Tradición se plasma:
(1)
La Biblia
(a) La Biblia
y la Iglesia. La Iglesia cristiana es Iglesia escrituraria:
los ortodoxos creen en eso con la misma, si no con más, firmeza que los
Protestantes. La Biblia es la expresión suprema de la revelación de Dios a
la raza humana, por lo que los cristianos serán siempre ‘Gente del Libro’. Pero
si bien los cristianos son Gente del Libro, la Biblia es el Libro de la Gente; no se debe pensar que
la Biblia es
cosa que se impone desde arriba en la Iglesia, sino que vive y
se entiende dentro de la Iglesia (por eso no se
deben separar la Escritura
y la Tradición).
La autoridad de la Biblia
deriva de la Iglesia,
puesto que fue la Iglesia
la que decidió qué libros habían de formar parte de la Sagrada Escritura;
y la Iglesia,
nada más, es capaz de interpretar la Sagrada Escritura
con autoridad. Son muchos los dichos dentro de la Biblia que, estudiados aisladamente,
distan de la claridad, y los lectores individuales, por muy sinceros que sean,
corren peligro de equivocarse si confían en sus
propias interpretaciones. ‘¿Entiendes por ventura lo que lees?’ le preguntó
Felipe al etíope eunuco; y él le respondió: ‘Y ¿cómo he de poder, si alguien no me guía?' (Hechos 8: 30-1). Cuando leen la Escritura, los ortodoxos
aceptan la dirección de la
Iglesia. Cuando se le recibe a un converso a la Iglesia Ortodoxa,
debe prometer: ‘Aceptaré y entenderé la Sagrada Escritura
según la interpretación que se tuvo y se sigue teniendo en la Santa Iglesia
Ortodoxa Católica de Oriente, nuestra Madre.’
(b) El Texto de
la Biblia:
Crítica Bíblica. La Iglesia Ortodoxa
usa el mismo Nuevo Testamento
que todo el resto de la cristiandad. Como texto autorizado del Antiguo
Testamento, emplea la traducción griega antigua, conocida como Septuagésima (la
versión de los setenta). Los ortodoxos creen que cuando el texto griego difiere
del hebreo original (cosa que ocurre con bastante frecuencia), los cambios que
se produjeron fueron inspirados por el Espíritu Santo, y deben ser aceptados
como parte del proceso continuo de la revelación divina. El ejemplo más célebre
aparece en el libro de Isaías
7: 14 - donde leemos en el hebreo
‘La doncella encinta da a luz un
hijo’; en la versión de los setenta se traduce ‘La virgen
encinta’, etc... El Nuevo Testamento es la continuación de la versión de
los setenta (San Mateo 1: 23).
La versión hebrea del Antiguo Testamento está compuesta
de treinta y nueve libros; la versión de los setenta contiene diez libros
adicionales, que no aparecen en la versión hebrea, que se conocen en la Iglesia Ortodoxa
como los ‘Libros Deutero-Canónicos’. En los Concilios de Jassy (1642) y de Jerusalén (1672)
estos libros fueron declarados ‘constituyentes auténticos de la Escritura'; hoy por
hoy, sin embargo, la mayoría de los ortodoxos consideran, así como Atanasio y
Jerónimo, que los libros Deutero-Canónicos, si bien pertenecen a la Biblia, tienen un rango inferior
al resto del Antiguo Testamento.
El cristianismo, al ser la verdad, no tiene porqué
temer la investigación franca y sincera. Aunque la Iglesia Ortodoxa
considera que la Iglesia
es el intérprete autorizado de la
Escritura, no pretende prohibir los estudios críticos e históricos
que se hacen de ella; cabe reconocer que hasta ahora los estudiosos ortodoxos
no tuvieron prominencia en este campo.
(c) La Biblia en el culto. A veces se dice
que los ortodoxos le prestan menos importancia a la Biblia que los cristianos de
occidente. Mas a decir verdad, la Sagrada Escritura figura constantemente en los
oficios ortodoxos: en el transcurso de las matutinas y las vespertinas, el
contenido entero del Salterio se recita cada semana, y durante el período de la
cuaresma dos veces por semana; hay lecturas del Antiguo Testamento en vísperas de muchas de las fiestas, y en las sextas y las vespertinas
de los días laborables de Cuaresma (es una lástima que no haya lectura del
Antiguo Testamento en la
Liturgia); la lectura del Evangelio constituye el punto
álgido de las matutinas los domingos y festivos; en la Liturgia, se asignan lecturas
especiales de las Cartas y de los Evangelios cada día del año, por lo tanto el
Nuevo Testamento entero (todo salvo el Apocalipsis de San Juan) es leído en la Eucaristía. El Nunc Dimittis se canta en las vespertinas;
los cánticos del Antiguo Testamento, además del Magnificat y el Benedictus, se
cantan durante las matutinas; la oración del Señor se recita en todos los oficios.
Además de estos pasajes específicos sacados de la Escritura, el texto entero
de todos los oficios está impregnado de locuciones bíblicas; se calcula que la Liturgia contiene unas 98
citaciones del Antiguo Testamento y 114 del Nuevo.
En la
Ortodoxia se cree que la Biblia es un ícono verbal de Cristo, y se
proclamó en el séptimo Concilio Ecuménico que los Santos Iconos y los
Evangelios habían de ser reverenciados de la misma manera. En todas las
Iglesias el Libro de los Evangelios ocupa un puesto de honor, sobre el altar;
se saca en procesión en la
Liturgia y en las matutinas de los domingos y festivos; los
feligreses lo besan y se postran ante él. Así de amplio y profundo es el
respeto de la Iglesia
Ortodoxa hacia el Verbo de Dios.
(2)
Los Siete Concilios Ecuménicos: El Credo
Las definiciones doctrinales del Concilio Ecuménico son infalibles.
Así, según lo ve la
Iglesia Ortodoxa, las afirmaciones de la fe promulgadas por
los siete concilios están dotadas, al igual que la Biblia, de autoridad inequívoca e irrevocable.
La más importante de todas las afirmaciones de la fe
es el Credo Niceno-Constantinopolitano, recitado
o cantado en toda celebración de la Eucaristía, y también todos los días en el oficio
de la medianoche y en las Completas. Las otras dos versiones del Credo empleadas
en occidente, el Credo de los Apóstoles y
el ‘Credo Atanasiano’, no gozan de la
misma autoridad que el Niceno, puesto que no fueron pregonados por un Concilio
Ecuménico. Los ortodoxos reconocen y brindan honor al Credo de los Apóstoles
como afirmación antiquísima de la fe, y aceptan sus enseñanzas; pero al
originarse nada más como Credo Bautismal de uso local (de occidente), no se usa
nunca en los oficios de los Patriarcados orientales. El ‘Credo Atanasiano’, igualmente,
no se usa en el culto ortodoxo, pero a veces aparece (sin el Filioque) en el Horologion (Libro de las Horas).
(3)
Concilios Posteriores
La formulación de la doctrina ortodoxa, como ya vimos, no fue
suspendida acabado el séptimo Concilio Ecuménico. Desde 787, han sido dos los
modos en que la Iglesia
hizo conocer su pensamiento:
(1) las definiciones promulgadas por concilios locales (es decir,
concilios presenciados por miembros de uno, o más de uno, de los Patriarcados o
Iglesias Autocéfalas, que no pretenden representar la totalidad de la Iglesia Ortodoxa
Católica), y
(2) las cartas o afirmaciones de la fe promulgadas por obispos
individuales.
Si bien las decisiones tomadas por los concilios
generales son infalibles, las de un concilio local u obispo individual son
siempre susceptibles a error; pero si tales decisiones llegan a ser aceptadas
por el resto de la Iglesia,
adquieren autoridad Ecuménica (i.e. autoridad universal igual a la que poseen
las afirmaciones doctrinales de los Concilios Ecuménicos). Las decisiones
doctrinales de un Concilio Ecuménico no se pueden repasar o corregir, sino que
deben aceptarse por entero; en cambio, muchas veces la Iglesia trata de modo
selectivo los actos de los concilios locales: se da, por ejemplo, el caso de
los concilios reunidos en el siglo XVII, cuyas afirmaciones han sido en parte
aceptadas por la
Iglesia Ortodoxa entera, y en parte descartadas o corregidas.
Las principales afirmaciones doctrinales de la Iglesia Ortodoxa
desde el año 787 son las siguientes:
(I) Primera Carta Encíclica de San Fotio (867).
(II) Primera Carta de Miguel Cerulario a Pedro de
Antioquía (1054).
(III) Decisiones de los Concilios de Constantinopla
(1341 y 1351) acerca de la
Controversia de los Hesicastas.
(IV) Carta Encíclica de San Marco de Éfeso (1440-1).
(V) Confesión de la Fe de Genadios, Patriarca de Constantinopla
(1455-6).
(VI) Respuestas de Jeremías II a los Luteranos (1573-81).
(VII) Confesión de la Fe de Mitrofanis Kritopoulos (1625).
(VIII) Confesión Ortodoxa de Pedro de Moghila, en su
versión enmendada (ratificada por el Concilio de Jassy, 1642).
(IX) Confesión de Dositeo (ratificada por el
Concilio de Jerusalén, 1672).
(X) Respuestas de los Patriarcas Ortodoxos a los
No-Jurantes (1718, 1723).
(XI) Respuesta de los Patriarcas Ortodoxos al Papa
Pio IX (1848).
(XII) Respuesta del Sínodo de Constantinopla al Papa
Leo XIII (1895).
(XIII) Cartas Encíclicas del Patriarcado de
Constantinopla acerca de la unidad cristiana y el ‘Movimiento Ecuménico’ 1920,
1952).
A estos documentos, particularmente los artículos V-IX
a veces se les designa con el nombre de los ‘Libros Simbólicos’ de la Iglesia Ortodoxa,
título que a muchos sabios ortodoxos de la actualidad les parece propenso al
error, por lo que procuran evitarlo.
(4) Los
Padres.
Las definiciones expuestas por los concilios deben estudiarse
en el contexto más amplio de la obra de los Padres. Igual que en el caso de los
concilios locales, el juicio de la
Iglesia para con los Padres ha de ser selectivo: los escritores
individuales caen a veces en el error e incluso llegan a contradecirse los unos
a los otros. Hay que hacer una criba para que el trigo patrístico se desprenda
de la barcia patrística. Para los ortodoxos no es mera cuestión conocer y citar
a los Padres; es necesario adentrarse en lo hondo del espíritu interior de los
Padres para adquirir la ‘mente patrística’, y tratar a los Padres no como
reliquias del pasado, sino como testigos y compañeros nuestros, vivos.
La
Iglesia Ortodoxa
nunca intentó definir exactamente quiénes son los Padres, ni mucho menos
clasificarles en orden de importancia. Pero sí les reverencia con honor
particular a los escritores del siglo IV, y ante todo a los tres que llevan
título de ‘los Tres Grandes Jerarcas’: Basilio el Grande, Gregorio Nacianceno
(denominado por los ortodoxos Gregorio el Teólogo), y Juan Crisóstomo. Para la
opinión de los ortodoxos, Es peligroso,
desde luego, representar a ‘los Padres’ como un círculo cerrado de escritos que
pertenecen por completo al pasado; ¿no sería posible que en
nuestros propios tiempos se produjera otro Basilio u otro Atanasio? Insistir en
que no puede haber más Padres equivale a sugerir que el Espíritu Santo haya
abandonado la Iglesia.
(5) La Liturgia.
La Iglesia
Ortodoxa no es tan propensa como
la Católica Romana
a elaborar y formalizar definiciones dogmáticas. Sin embargo, se equivocaría
quien pensara que de nunca haberse proclamado específicamente algún dogma en la Iglesia Ortodoxa,
aquello signifique que no sea parte de la Tradición Ortodoxa
y que es sólo una opinión privada. Determinadas doctrinas, sin haberse definido
nunca, se sostienen no obstante por la Iglesia con inconfundible convicción interna, con
unanimidad imperturbable, lo cual conlleva una obligación nada menos vinculante
para los creyentes que si se hubiera formulado de modo explícito. ‘Algunas
cosas se nos transmiten por enseñanzas escritas,’ dice San Basilio, ‘y otras
las recibimos por medio de la Tradición Apostólica que heredamos en el
misterio; ambas tienen la misma fuerza para la devoción.’
Esta Tradición interna ‘que heredamos en el misterio'
se conserva más que nada en el culto de la Iglesia. Lex orandi lex credendi: nuestra fe se expresa en la oración. La Iglesia Ortodoxa
preconizó escasa vez definiciones explícitas sobre lo que son la Eucaristía y los demás
Sacramentos, sobre el mundo venidero, la Madre de Dios, los santos, y los fieles difuntos:
lo que se cree en cuanto a estos temas viene contenido mayormente en las
oraciones y los himnos de los oficios, y no son solamente las palabras de estos oficios las que forman
parte de la Tradición,
sino también los diversos gestos y
acciones - la inmersión en las aguas bautismales, los varios ritos de unción
con óleo, santiguarse con la señal de la Cruz, etcétera - todos tienen su sentido especial,
y todos expresan de manera simbólica o dramática las verdades de la fe.
(6) El Derecho
Canónico.
Además de las definiciones doctrinales, los
Concilios Ecuménicos redactaron Cánones que
tratan sobre la organización y la disciplina eclesiásticas; otros Cánones también
fueron elaborados por concilios locales y por obispos individuales. Teodoro
Balsamón, Zonarás, y otros escritores bizantinos recolectaron y recopilaron los
Cánones con explicaciones y comentarios adjuntos. El comentario griego de mayor
uso en la actualidad, el Pedalion (‘Timón’),
fue editado en 1800, como parte de la obra de aquel infatigable santo, Nicodemo
de la Monte Santo.
El Derecho Canónico de la Iglesia Ortodoxa
se ha estudiado poco en occidente, por lo tanto los comentaristas occidentales
a veces yerran al opinar que la Iglesia Ortodoxa es una organización que
prescinde casi completamente de reglamentación externa. Al contrario, la vida
de la Ortodoxia
es gobernada por muchas reglas, a menudo estrictas y rigurosas. Es obligado
confesar, sin embargo, que en la actualidad muchos de los Cánones son
dificiles, para no decir imposibles, de implementar, de hecho que han caído en
desuso. Cuando se reúna, si es que llega a reunirse, otro concilio general de la Iglesia, una de sus tareas
principales seguramente será repasar y clarificar el Derecho Canónico.
Las definiciones doctrinales de los concilios tienen validez absoluta
e inmutable, cuyos Cánones como tales no pretenden reclamar, porque las definiciones
doctrinales se tratan de verdades eternas, pero los Cánones giran en torno a la
vida terrenal de la Iglesia,
donde las circunstancias cambian constantemente y las situaciones individuales
toman formas infinitamente variadas. Sin embargo, existe un vínculo entre los
Cánones y los dogmas de la
Iglesia: el
Derecho Canónico, sencillamente, procura aplicar el dogma a las situaciones
prácticas en la vida cotidiana de cada cristiano. Así, de modo relativo, los
Cánones forman parte de la
Santa Tradición.
(7) Iconos.
La Tradición de la Iglesia
se expresa no sólo en palabras, ni tampoco sólo por medio de los gestos y
acciones empleados en el culto, sino también a través del arte - del perfil y
los colores de los Santos Iconos. Un
icono es más que una mera imagen religiosa que procura suscitar las emociones
indicadas en el que lo contempla; es uno de los medios por los que Dios se nos
revela. Mediante los iconos el cristiano ortodoxo obtiene una visión del mundo
espiritual. Siendo el icono parte de la Tradición, los iconógrafos no tienen libertad de
adaptación e innovación a su antojo; sus obras deben reflejar,
en lugar de los sentimientos estéticos del propio artista, el pensar de la Iglesia. Esto no
supone que la inspiración artística quede excluida, sino que ha de ejercerse y
aplicarse en el marco de determinadas reglas. Es importante que el iconógrafo sea un
buen artista, pero resulta más importante todavía que sea un cristiano sincero,
que viva el espíritu de la
Tradición, que se prepare para el trabajo yendo a la Confesión y a la
Comunión.
Ese es el contenido elemental de la Tradición de la Iglesia Ortodoxa,
vista desde afuera - Escritura, Concilios, Padres, Liturgia, Cánones, Iconos.
No son ingredientes que se deben separar y enfrentar, ya que el Espíritu Santo
que se comunica mediante ellos es el mismo, y constituyen en conjunto una
totalidad, íntegra y única, en la que cada parte obtiene su sentido a la luz de
las demás.
A veces se ha dicho que la causa subyacente de la fragmentación de la
cristiandad occidental en el siglo XVI fue la separación entre la teología y el
misticismo, entre la liturgia y la devoción personal, que se produjo en las
postrimerías del Medioevo. En la
Ortodoxia, siempre se procuró evitar semejante división. Toda la verdadera teología ortodoxa es mística; al
igual que el misticismo que se escinde de la teología se hace subjetivo y
herético, la teología, desligada de la mística, degenera en un escolasticismo
árido, haciéndose ‘académica’ en el sentido peyorativo de la palabra.
La teología, el misticismo, la espiritualidad, la
ética, el culto, el arte: no se deben guardar en compartimientos por separado.
La doctrina hay que rezarla para entenderla: el teólogo, dice Evagrio, es el que
sabe rezar, y el que rece en el espíritu y en la verdad es, en virtud del mero
acto, teólogo. Y la doctrina hay que vivirla para poder rezarla:
la teología carente de acción, según San Máximo, es la teología de los
demonios. El Credo pertenece a los que lo viven. La fe y el
amor, la teología y la vida, son indisolubles. En la Divina Liturgia
bizantina, la recitación del Credo se inicia con las siguientes palabras: ‘Amémonos
los unos a los otros, para que con mente unida confesemos Padre, Hijo y Espíritu
Santo, Trinidad consubstancial e indivisa.’ Expresa, con precisión, la actitud
de los ortodoxos en la
Tradición. Si no nos amamos unos a otros, no podremos amar a
Dios; y si no amamos a Dios, no podremos verdaderamente confesar la fe y
penetrar en el espíritu interior de la Tradición, ya que no hay otra manera de conocer a
Dios más que amándolo.
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