CAPITULO 13
EL
CULTO ORTODOXO, I: EL CIELO TERRENAL
La Iglesia es cielo terrenal donde el Dios celeste
mora y actúa.
Germano, Patriarca de Constantinopla (fallecido en
733)
DOCTRINA Y CULTO
Se da el relato, en la Crónica Primaria Rusa, de Vladimir,
Príncipe de Kiev, quien, todavía pagano, quiso enterarse de cuál era la
religión verdadera; por eso envió delegados suyos a que visitaran, por turnos,
varios países del mundo. Rindieron visita, primero, a los búlgaros musulmanes
de orillas del Volga, pero cuando vieron que éstos al rezar miraban todo a su
alrededor como unos poseídos, los rusos, insatisfechos, se encaminaron de
nuevo. ‘No hay alegría entre ellos,’
le informaron a Vladimir, ‘sino tristeza,
y gran dolor; su sistema no tiene nada de bueno.’ A continuación viajaron a
Alemania y a Roma, y hallaron un culto más satisfactorio, pero se quejaron de
que aquí también se carecía de belleza. Finalmente, se dirigieron a
Constantinopla; y por fin, presenciando la Divina Liturgia en la enorme Iglesia
de la Santa Sabiduría (Santa Sofía), encontraron lo que buscaban. ‘No sabíamos si estábamos en el cielo o en la
tierra, porque seguro que no existen esplendor y belleza semejantes en toda la
tierra. No podemos describírselo ni por asomo; confiamos, únicamente, en que
Dios reside allí entre los hombres, y en que su culto sobrepasa al de todos los demás lugares. Porque de esa belleza
no nos olvidaremos jamás.’
Es un una historia en la que
figuran varios rasgos característicos del cristianismo ortodoxo. En primer
lugar, se destaca el énfasis en la belleza divina: porque de esa belleza no nos olvidaremos jamás. A muchos
observadores les ha parecido don particular de las gentes ortodoxas - las de
Bizancio y de Rusia sobre todo - ese poder de discernir la belleza del mundo
espiritual, y de expresar esa belleza celestial en el culto.
En segundo lugar, es característico
que dijeran los rusos que no sabíamos si
estábamos en el cielo o en la tierra. Para la Iglesia Ortodoxa, el culto no
es ni más ni menos que ‘el cielo en la tierra’. La Santa Liturgia es cosa que
ampara a los dos mundos simultáneamente, ya que en el cielo así como en la
tierra no hay más que una Liturgia, sola y única - un solo altar, un solo
sacrificio, una sola presencia. En todos los lugares del culto, por humildes
que sean en las apariencias, los fieles congregados para la celebración de la
Eucaristía son asumidos a ‘los lugares
celestes’; en todos los lugares del culto, cuando es ofrendado el Santo
Sacrificio, lo presencia no solamente la congregación local, sino la Iglesia
universal - los santos, los ángeles, la Madre de Dios, y el mismo Cristo. ‘Ahora están presentes con nosotros las
potestades celestiales, invisibles, ofreciendo alabanzas.’ Confiamos,
únicamente, en que Dios reside allí entre los hombres.
Insirándose en esta visión del ‘cielo
en la tierra', los ortodoxos se han esforzado siempre por crear formas del
culto de esplendor y belleza tales que sirvan de íconos de la gran Liturgia en
el cielo. En el año 612, el personal de la Iglesia de la Santa Sabiduría (Santa
Sofía) sumaba 80 sacerdotes, 150 diáconos, 40 diaconisas, 70 subdiáconos, 160
lectores, 25 cantores, y 100 ujieres; ésto nos da cierta impresión de la
magnificencia del oficio al que asistieron los delegados de Vladimir. Sin
embargo, son muchos los que han presenciado el culto ortodoxo en circunstancias
externas muy distintas a éstas, quienes sintieron, con la misma intensidad que
aquellos rusos kievanos, la presencia divina entre los hombres. Tornemos la
mirada, por ejemplo, de la Crónica
Primaria Rusa a la carta escrita por una inglesa en 1953:
Esta mañana sí que fue extraña.
Fíjate: una sala misionera de los Presbiterios, sucia y mugrienta, encima de un
taller de automóviles, donde se les permite a los rusos celebrar la Liturgia
cada dos semanas. Un iconostasio que parece un accesorio teatral, con unos
cuantos iconos modernos. El suelo todo sórdido, donde la gente se arrodilla, y
un banco contra la pared... Entran en escena dos sacerdotes viejos,
espléndidos, y un diácono; ráfagas de incienso, y en el momento de la Oblación,
una sensación sobrenatural, abrumadora.
Cabe destacar otra característica
más de la Ortodoxia que viene ilustrada en el relato de los delegados de
Vladimir. Saliendo en busca de la fe verdadera, los rusos no pidieron
información sobre la ética, ni afirmaciones y raciocinios de la doctrina, sino
que observaron en directo las naciones distintas celebrando el acto de oración.
El planteamiento religioso de los ortodoxos es fundamentalmente litúrgico, es
decir que entiende la doctrina a la luz del culto divino; no es mera casualidad
que el vocablo ‘Ortodoxia’ signifique a la vez ‘creencia justa’ y ‘veneración
justa’, ya que las dos cosas son inseparables. Se ha dicho de los bizantinos, y
con acierto, que ‘El dogma, para ellos,
no es solamente un sistema intelectual determinado por el clero y expuesto al
laicado, sino todo un campo de visión donde todas las cosas de la tierra se
perciben con relación a las cosas del cielo, principalmente por medio de la celebración
de los actos litúrgicos.’ Según lo dice Georges Florovsky, ‘El cristianismo
es religión litúrgica. La Iglesia es, ante todo, comunidad del culto. El culto,
primero, y después la doctrina y la disciplina.’ Quien quiera aprender lo que es la Ortodoxia, más
que leer libros sobre el tema, debe tomar el ejemplo del séquito de Vladimir y
asistir a la Liturgia. Como Cristo le dijo a Andrés: ‘Venid y veréis’ (San Juan 1: 39).
Los ortodoxos conciben a los seres
humanos, ante todo, como criaturas litúrgicas que llegan a ser verdaderamente
ellas mismas en la glorificación de Dios, y que hallan la perfección y la
plenitud en el culto. Las personas ortodoxas vertieron la plenitud de su
experiencia religiosa en la Santa Liturgia, expresión de su fe. En la Liturgia
se inspiró todo lo mejor de su poesía, arte y música. Entre los ortodoxos, la
Liturgia nunca se ha convertido en patrimonio exclusivo de los eruditos y los
clérigos, como solía suceder en el occidente medieval, sino que permaneció
siempre popular - posesión común del
pueblo cristiano entero:
El laico ortodoxo normal y
corriente se familiariza desde su infancia con la vida eclesial, y en la
Iglesia se siente como en su casa; conoce bien, y de sobras, las partes oíbles
de la Santa Liturgia, y participa en los actos rituales con una facilidad y
comodidad y desenfado escasa vez compartidos por los de occidente, a no ser los
más súper-devotos y eclesiásticos.
En las épocas más tenebrosas y
amenazantes de su historia - bajo los mongoles, turcos o comunistas - las
gentes ortodoxas siempre tornaron a la Liturgia en busca de la inspiración y la
nueva esperanza; y no les fue en vano.
EL CIELO TERRESTRE
ESCENARIO EXTERNO DE LOS
OFICIOS: EL SACERDOTE Y LA GENTE
El esquema básico de los oficios
ortodoxos es igual al de los católicos romanos: en primer lugar, hay la Santa Liturgia (la Eucaristía o la
Misa); en segundo lugar, los Divinos
Oficios (los dos principales son los Matutinos y las Vísperas, además del
Oficio de la Medianoche, las Horas Primera, Sexta y Nona, y las Completas); y en tercer lugar, los Oficios Ocasionales - es decir, los oficios diseñados para las
ocasiones especiales, como los de Bautismo, Matrimonio, Profesión Monástica,
Coronación Real, Consagración de una Iglesia, y los Entierros. Además de los
ritos ya mencionados, la Iglesia Ortodoxa también emplea toda una gama variada
de bendiciones menores.
En muchas de las iglesias
parroquiales anglicanas, y en la mayoría de las católicas romanas, se celebra
la Eucaristía todos los días; en cambio, en la Iglesia Ortodoxa de la
actualidad la Liturgia cotidiana no es cosa normal, salvo en las catedrales y
los grandes monasterios; en una iglesia parroquial normal y corriente se
celebra solamente los domingos y festivos. Pero en la Rusia contemporánea,
donde escasean los lugares del culto y muchos cristianos se ven obligados a
trabajar los domingos, en muchas parroquias urbanas se da la práctica de
celebrar la Liturgia cada día.
La Iglesia Ortodoxa emplea para los
oficios el idioma vernáculo (local): el árabe en Antioquía, el finlandés en
Helsinki, el japonés en Tokio, el inglés (cuando es preciso) en Londres o Nueva
York. Una de las tareas principales de los misioneros ortodoxos - desde Cirilo
y Metodio en el siglo IX, hasta Inocente Veniaminov y Nicolás Kassatkin en el
siglo XIX - siempre ha sido traducir los misales al idioma nativo. En la
práctica, sin embargo, se dan algunas excepciones, parciales, con relación a
este principio general a favor de los idiomas vernáculos; las Iglesias de habla
griega utilizan no el griego moderno, sino el griego de las épocas del Nuevo
Testamento y bizantinas, y la Iglesia rusa emplea todavía las traducciones
medievales al eslavónico eclesiástico. En 1906 muchos obispos rusos
propusieron, efectivamente, que el eslavónico eclesiástico fuese sustituido más
o menos generalmente por el ruso moderno, pero estalló la Revolución
Bolchevique antes de que se pudiese llevar a la práctica el proyecto.
En la Iglesia Ortodoxa moderna, así
como en la Iglesia primitiva, todos los oficios se cantan o se entonan. No
existe rito ortodoxo equivalente a la ‘Misa Baja’ romana, o a la ‘Celebración
Hablada’ de los anglicanos. En todas las liturgias, lo mismo que en todas los
oficios Matutinos y Vísperas, se utiliza el incienso y se entona el oficio, aun
cuando no haya nadie presente, ni del laicado ni del coro; el sacerdote y el
lector lo celebran solos. En cuanto a la música, los ortodoxos de habla griega
siguen empleando el canto llano antiguo de Bizancio, con sus ocho ‘tonos’. Los
misioneros bizantinos llevaron consigo ese canto llano al penetrar en tierras
eslavas, pero con el curso de los siglos se fue modificando, y las varias
Iglesias eslavónicas desarrollaron cada una su propio estilo y su propia
tradición de música eclesial. De entre estas tradiciones la más conocida es la
rusa, y es también la que más atractivos inmediatos tiene para los oyentes
occidentales; no son pocos los que creen la música de la Iglesia rusa la más
bella de toda la cristiandad, y tanto en Rusia como entre las comunidades
emigradas existen coros rusos de benemérito renombre. Hasta hace muy poco, el
coro se encargaba de todo el canto en las iglesias ortodoxas; hoy en día, un
número reducido, pero creciente, de parroquias en Grecia, Rusia, Rumania y la
diáspora empieza a reanimar el canto de participación general - en momentos
determinados, como la recitación del Credo y del Padre Nuestro, si no a lo
largo del oficio.
En la Iglesia Ortodoxa moderna, así
como en la Iglesia primitiva, se canta sin acompañamiento instrumental, menos
en determinadas comunidades ortodoxas de América del Norte - griegas, sobre
todo - quienes muestran propensión al órgano o al armonio. La mayoría de los
ortodoxos no hacen uso de campanillas en el santuario de la iglesia; pero sí
disponen de campanarios y espadañas al exterior, y repiquetean con mucho gusto
las campanas antes de la liturgia tanto como durante ella para señalar
determinados momentos. La campanología rusa tuvo fama particular. ‘Nada,’
escribe Pablo de Aleppo durante su visita a Moscú en 1655, ‘nada me afectó
tanto que los tañidos sincronizados de todas las campanas en vísperas de los
domingos y las grandes fiestas, y en la medianoche anterior a las fiestas. Las
vibraciones hacían temblar la tierra, y el retumbo de sus voces subía como el
trueno hasta el cielo.’ ‘Tañeron las campanas, según la costumbre suya. ¡Que a
Dios no le asusten esa estrepitosa alegría y el clamor!’
Una iglesia ortodoxa suele ser un
edificio más o menos cuadrado, con espacio amplio en el centro cubierto de cúpula.
(En Rusia la cúpula asume aquella forma de cebolla que tanto llama la atención,
y que es rasgo tan característico de todo paisaje ruso). La nave mayor y el
presbiterio extendidos que son típicos de las catedrales y principales iglesias
parroquiales de estilo gótico no figuran en la arquitectura eclesiástica
oriental. En tiempos pasados no se solía tener sillas o asientos en la parte
central de las iglesias, aunque quizás hubiesen bancos o escaños contra las
paredes; lamentablemente, hoy en día, tanto en Grecia como en la diáspora, se
da la tendencia cada vez mayor de abarrotar la iglesia entera de asientos en
filas. Aun así, sigue siendo de uso muy normal para los ortodoxos mantenerse de
pie durante la mayor parte de los oficios eclesiales (los visitantes
no-ortodoxos se quedan extrañados al ver señoras muy mayores quedarse en pie
durante varias horas sin evidenciar señas de cansancio); pero hay momentos en
los que los asistentes al oficio se pueden sentar o arrodillar. El Canon XX del
primer Concilio Ecuménico prohíbe a la gente arrodillarse los domingos y
cualquiera de los cincuenta días entre las Pascuas y el día de Pentecostés,
regla que hoy por hoy, desafortunadamente, a veces no se observa.
La presencia o la ausencia de
asientos en el contexto del culto cristiano producen una variación de ambiente
que hace extrañar. En el culto ortodoxo se da una flexibilidad, una
informalidad desenfadada, jamás halladas en las iglesias de occidente, por lo
menos al norte de los Alpes. Los creyentes occidentales, todos alineados en
filas y en plazas propias, no se pueden mover durante el oficio sin causar
estorbos; deben llegar para el comienzo del oficio y quedarse hasta que
termine. En cambio, en el culto ortodoxo hay más libertad y movilidad, la gente
va y viene durante los oficios sin que se sorprendan los demás. Así también los
movimientos del clero; las acciones ceremoniales no están tan minuciosamente
prescritas como en occidente, y los gestos sacerdotales son menos estilizados y
más naturales. Esa informalidad, que a veces acaba en la irreverencia, al fin y
al cabo es cualidad valiosa de la cual los ortodoxos no quisieran deshacerse
para nada. Se sienten a gusto en la iglesia - no son compañía militar
entrenando en la plaza de armas, sino hijos en la casa de su Padre. El culto
ortodoxo a veces es calificado de ‘otromundista', pero más bien se diría ‘doméstico’:
es asunto familiar. Y allende la
domesticidad y la informalidad yace la honda sensibilidad al misterio.
En todas las iglesias ortodoxas el
santuario es dividido del resto de la iglesia por el iconostasio, pantalla sólida hecha normalmente de madera, con los
paneles cubiertos de íconos. En tiempos primitivos, el presbiterio solía ser
tabicado con una pantalla baja nada más, de un metro de altura aproximadamente.
A veces la pantalla venía coronada de una serie de columnas, abierta y rematada
con viga horizontal o arquitrabe: todavía existe una pantalla de este estilo en
la Iglesia de San Marcos en Venecia. En tiempos relativamente recientes - en
muchas zonas no fue hasta el siglo XV o XVI - el espacio entre las columnas se
fue rellenando, y el iconostasio asumió su forma y solidez actuales. Son muchos
los ortodoxos versados en la litúrgica que quisieran pisar las huellas de San
Juan de Kronstadt y volver al estilo de iconostasio menos cerrado; incluso ya
se llegó a hacerlo en algunos sitios.
El iconostasio es atravesado por
tres puertas. La puerta grande del centro - que se llama la Puerta Real o la Puerta Santa - al abrirse da sobre el altar. La apertura se cierra
con doble puerta, o con dos verjas, y detrás de las puertas se tiende una
cortina. Fuera de las horas de celebración litúrgica, siempre menos en Semana
Clara, las puertas permanecen cerradas y se corre la
cortina. En momentos indicados durante los oficios, las puertas a veces se
abren y a veces se cierran, y además de estar cerradas las puertas, de vez en
cuando también se corre la cortina. Sin embargo, en muchas de las parroquias
griegas ya no se suelen cerrar las puertas y la cortina en ningún momento de la
Liturgia; en algunas iglesias, incluso, las puertas se han quitado del todo,
mientras que en otras se han tomado medidas más correctas desde el punto de
vista litúrgico - quedarse con las puertas, y deshacerse de la cortina. De las
otras dos puertas, por la de la izquierda se entra en la ‘capilla’ de la Prothesis o Preparación (lugar donde se guardan los vasos sagrados, y donde el
sacerdote prepara el pan y el vino cuando comienza la Liturgia); la puerta a la
derecha pasa al Diakonikon (que hoy
en día sirve normalmente de vestuario, pero que originalmente fue donde se
guardaban los libros sagrados, sobre todo los Evangelios, junto con las
reliquias). No se deja a los laicos traspasar el iconostasio, excepto en casos
especiales como el de servir en la Liturgia. El altar - llamado la Mesa Santa o
el Trono - en la iglesia ortodoxa se localiza en el centro del santuario,
apartado de la pared oriental; detrás del altar, y contra la pared ya, se sitúa
el trono episcopal.
Las iglesias ortodoxas están llenas
de íconos - los hay en la pantalla, en las paredes, en santuarios especiales, o
encima de una especie de pupitre donde pueden ser venerados por los fieles.
Cuando los ortodoxos entran en una iglesia, lo primero que hacen es comprarse
una vela, acercarse a un ícono, santiguarse, besar el ícono y encender la vela
ante él. ‘Son grandes ofrecientes de velas,’ comenta el comerciante inglés
Richard Chancellor, de visita a Rusia durante el reino de Isabel I. En cuanto a
la decoración de la iglesia, no es cuestión de distribuir las varias escenas y
figuras iconográficas fortuitamente, sino según esquemas teológicos, para que
el edificio entero se convierta en gran ícono o imagen del Reino de Dios. En el
arte religioso ortodoxo, así como en el arte religioso medieval de occidente,
se elaboró todo un sistema simbólico que abarca todos los elementos
arquitectónicos y decorativos de la iglesia. Los íconos, los frescos, y los
mosaicos no son mera ornamentación para embellecer a la iglesia, sino que
cumplen funciones teológicas y litúrgicas.
Los íconos que llenan la iglesia
sirven de punto de contacto entre el cielo y la tierra. A los fieles reunidos
para la oración, domingo tras domingo, en su iglesia local, las imágenes
visibles de Cristo, de los ángeles y los santos les recuerdan siempre la
presencia invisible de toda la compañía celestial en la Liturgia. Los creyentes
sienten que las paredes de la iglesia abren acceso a la eternidad, cosa que les
estimula a tener presente que la Liturgia terrestre es idéntica a la gran Liturgia
celestial. El sinnúmero de íconos expresa de forma visible aquella sensación de
‘el cielo en la tierra’.
El culto de la Iglesia Ortodoxa es
comunal y popular. El no-ortodoxo que asista con bastante frecuencia a los
oficios ortodoxos se dará cuenta en seguida de lo estrechamente unida que está
la comunidad de creyentes, el laicado con el clero; entre otras cosas, la falta
de asientos fomenta la sensación de unidad. Aunque los feligreses ortodoxos
asistentes a los actos litúrgicos en su mayoría no participan en el canto, no
se debe uno imaginar que no estén tomando parte en el oficio; ni tampoco se
debe creer que el iconostasio - en su forma sólida de uso actual y corriente -
hace que la gente se sienta aislada y escindida del sacerdote que está en el santuario.
Puesto que además, muchos de los ritos se celebran delante de la pantalla, en
plena vista de los feligreses.
El culto ortodoxo, en su mayor
parte, goza de cualidades de atemporalidad y de pausa, sin prisas, efecto
producido entre otras cosas por una frecuente repetición de Letanías. La Letanía, de forma más o
menos larga, es constituyente litúrgico que se repite varias veces en todos los
oficios de rito bizantino. En estas Letanías, el diácono (o el sacerdote,
cuando no haya diácono) llama a la gente a que ore por las diversas necesidades
de la Iglesia y del mundo, y el coro o la gente responde a cada petición con un
Señor, ten piedad (en griego, Kyrie eleison; en ruso, Gospodi
pomilui), quizás las primeras palabras captadas por el visitante a los oficios
ortodoxos. (Hay también Letanías en las que se sustituye la respuesta por Dánoslo, Señor). Los feligreses participan y consienten en las diversas
intercesiones santiguándose e inclinando la cabeza. Por lo general, los
ortodoxos hacen la señal de la cruz con bastante más frecuencia que los
cristianos de occidente, y además se la utiliza con mayor libertad: los
distintos creyentes se santiguan en distintos momentos, según el deseo, aunque
también haya por supuesto ocasiones en las que casi todos se santiguan a la
misma vez.
Hemos dicho del culto ortodoxo que
es atemporal y se celebra sin prisas. La mayoría de los occidentales tiene la
impresión de que los oficios bizantinos, si no son literalmente atemporales,
son, eso sí, de una duración extremada e intolerablemente larga. Va sin decir
que las celebraciones ortodoxas suelen ser de duración más larga que las
celebraciones equivalentes occidentales, pero no hemos de exagerar. Es posible
celebrar la Liturgia bizantina, con una corta prédica y todo, en una hora y
cuarto; incluso, en 1943 el Patriarca de Constantinopla precisó que en las
parroquias bajo su cargo la Liturgia dominical no habría de durar más de hora y
media. Los rusos, en general, celebran los oficios con más pausa que los
griegos, pero aun así, en una parroquia de emigrantes rusos, el oficio de
Vigilia el sábado por la noche no suele durar más de dos horas, y dura menos
muchas veces. Los oficios monásticos, lógicamente, son más extensivos, total
que en el Monte Athos con motivo de las grandes fiestas hay oficios que duran a
veces doce o incluso quince horas, sin interrupciones, pero son casos del todo
excepcionales.
Los no-ortodoxos cobrarán ánimo
pensando que los ortodoxos también, tanto como ellos mismos, se asombran ante
lo largo que son los oficios. ‘Ahora sí que entramos en tiempo de labor y
angustias,’ escribe en su diario Pablo de Aleppo al llegar a Rusia, ‘porque
todas sus iglesias están vacías, no hay asiento ni siquiera para el obispo. Se
ve a la gente mantenerse en pie a lo largo de los oficios, como unas rocas,
inmóviles, o inclinándose todo el rato para cumplir con sus devociones. Dios
nos ayude a aguantar las oraciones y los cantos y las misas, porque hemos
sufrido gran dolor, y nuestras propias almas fueron atormentadas por la fatiga
y la angustia.’ En medio de Semana Santa, exclama ‘¡Que Dios nos proporcione Su
ayuda especial para poder aguantar la semana entera! Los moscovitas es que
deben tener los pies hechos de hierro.’
Fuente: La Iglesia Ortodoxa. Kallistos Ware.
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