
Compartimos en esta entrada La Iglesia Ortodoxa
y las Reunificación Cristiana. Kallistos Ware Capitulo 16. En este apartado
se consideran los siguientes puntos:
‘Una Iglesia, Santa Y Católica’: ¿Qué Significa?
Relaciones Ortodoxas Con Otras Comuniones:
Oportunidades Y Problemas
La Iglesia del Este.
La
Iglesia Católica Romana.
Los
Antiguos Católicos.
La
Comunión Anglicana.
Concilio Mundial de las Iglesias.
Aprendiendo
Unos De Otros
La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios
y la comunión del Espíritu Santo permanezcan con todos ustedes. (2 Cor 13,13).
Jacobo Rave
Fuente: La Iglesia Ortodoxa.
Kallistos Ware.
Pág. 277-295
CAPITULO 16:
LA
IGLESIA ORTODOXA Y LA REUNIFICACIÓN CRISTIANA
Estando en pleno auge de su vida
espiritual, ¿no es que los santos traspasaron las murallas que nos separan,
murallas que, según la gran frase del Metropolita Platon de Kiev, no llegan hasta el cielo?
Metropolita Evlogy
La unidad es cosa que ya se nos ha
dado y objetivo que queda por cumplir.
Padre Sergio Bulgakov
La ‘virtud ecuménica’ más excelsa y
más esperanzadora es la paciencia.
Padre Georges Florovsky
‘UNA IGLESIA, SANTA Y CATÓLICA’: ¿QUÉ SIGNIFICA?
La Iglesia Ortodoxa se cree, con
humildad, la Iglesia ‘Una, Santa, Católica y Apostólica’ de la que habla el Credo:
esa es la convicción fundamental en la que radican las relaciones de los
ortodoxos con los demás cristianos. Existen divisiones entre los cristianos,
pero la propia Iglesia no es divisible, y nunca lo será.
Puede parecer que una pretensión
tan exclusiva de parte de los ortodoxos imposibilite todo ‘diálogo ecuménico’
en serio con los demás cristianos, y todo trabajo positivo de parte de los ortodoxos
para la reunificación. Conclusión errónea: ya que, por paradójico que parezca,
durante los últimos setenta años se han establecido un gran número de contactos
fructíferos y esperanzadores. A pesar de los enormes obstáculos que nos quedan en
el medio, se ha producido un auténtico progreso hacia la reconciliación.
Ahora bien, si los ortodoxos creen
que constituyen ellos la Iglesia única y verdadera, ¿cuál según ellos sería el
estatus de los cristianos que no pertenezcan a su comunión? Diversos comentaristas
ortodoxos propondrían diversas respuestas, ya que a pesar de que casi todos
estén de acuerdo en cuanto a la enseñanza básica acerca de la Iglesia, no
concuerdan plenamente sobre cuáles son las consecuencias que derivan de esa enseñanza.
En primer lugar, existe el grupo más moderado, que abarca la mayoría de los
ortodoxos que hayan tenido contacto personal o estrecho con los cristianos de otras
confesiones. Los partidarios de este grupo mantienen que, aún siendo verdad que
la Ortodoxia equivale a la Iglesia, sería falso concluir que para los que no
sean ortodoxos sea imposible pertenecer a la Iglesia. Puede ser que muchas
personas sean miembros de la Iglesia sin serlo de manera notoria; puede ser que
existan lazos invisibles a pesar de la separación externa y visible. El Espíritu
de Dios sopla donde quiere, y como ya nos dijo Irineo, doquiera que esté el Espíritu,
ahí estará la Iglesia. Sabemos dónde la Iglesia está presente, pero no estamos
seguros de dónde no está. Lo cual significa, según insiste Khomiakov, que
debemos evitar juzgar a los cristianos no-ortodoxos:
A medida que la Iglesia terrestre y
visible no es la plenitud y el cumplimiento de la Iglesia entera que el Señor
mandó manifestarse en el juicio final de toda la creación, sus actos y conocimientos
son limitados... No puede juzgar al resto de la humanidad, y solamente cree excluidos,
es decir no miembros de ella, a los que se excluyen a sí mismos. Las demás
personas, ya sean ajenas a la Iglesia, ya vinculadas a ella con lazos que Dios
no ha querido revelar, les deja para el juicio del gran día.
No hay más que una Iglesia, pero
hay muchos modos distintos de relacionarse con ella, y muchos modos distintos
de estar separado de ella. Algunos de los que no son ortodoxos se acercan
muchísimo a la Ortodoxia, otros menos; algunos simpatizan con la Iglesia
Ortodoxa, otros se sienten indiferentes u hostiles. Por gracia de Dios, la Iglesia
Ortodoxa posee la plenitud de la verdad (creencia imprescindible para sus
miembros), pero existen otras comuniones cristianas que, en mayor o menor grado
y medida, están en posesión de la Ortodoxia. Todo lo cual se debe tomar en cuenta:
no se puede aseverar sencillamente que todos los no-ortodoxos quedan fuera de
la Iglesia, y punto; no se puede tratar a los demás cristianos como si fuesen
descreídos.
Así abordan el tema los del grupo
moderado. Existe también, sin embargo, en la Iglesia Ortodoxa otro grupo más
riguroso de gente que mantiene que como la Ortodoxia constituye la Iglesia
verdadera, quien no sea ortodoxo no puede ser miembro de la Iglesia. Así el Metropolita
Antonio Khrapovitsky, primer gerente de la Iglesia Rusa Exiliada, uno de los
teólogos rusos más ilustres de la modernidad; escribe en su Catecismo:
Pregunta: ¿Es posible admitir que la Iglesia o las Iglesias
jamás pudieran sufrir escisión?
Respuesta: Jamás. Los herejes y cismáticos de vez en cuando
se han separado de la Iglesia única e indivisa, mas al hacerlo, dejaron de set
miembros de la Iglesia; pero la Iglesia misma jamás perderá su unidad según la promesa
de Cristo.
Añadirían los de este grupo más estricto
que la gracia divina, por supuesto, puede ser activa entre muchas personas
no-ortodoxas, y que en la medida que amen sinceramente a Dios, podemos confiar
en que Dios tendrá piedad de ellos; sin embargo, es imposible, en su estado
presente, calificarlos de miembros de la Iglesia. Los que obren por la unidad
cristiana y rara vez topen con los que sigan esta forma de pensar tan rigurosa
deben tener presente que opiniones como estas se mantienen hoy en día entre
personajes ortodoxos de gran santidad y profundo amor compasivo.
Puesto que creen que su Iglesia es la Iglesia única
y verdadera, los ortodoxos no pueden anhelar más que una cosa, al final de
cuentas: la reconciliación a la Ortodoxia de todos los cristianos. No se debe
pensar, sin embargo, que los ortodoxos exigen la sujeción de los demás cristianos
a tal o cual centro de poder y jurisdicción. Según lo dice Sergio Bulgakov, ‘la
Ortodoxia no desea la sumisión de cualquier persona o grupo; desea nada más que
cada uno entienda.’ La Iglesia Ortodoxa es una familia de Iglesias hermanas,
de estructura descentralizada, lo cual supone que comunidades separadas pueden
incorporarse en la Ortodoxia sin perjudicar su autonomía interna. La Ortodoxia
busca fomentar la unidad en diversidad, no la uniformidad; la armonía en libertad,
y no la absorción. Hay espacio dentro de la Iglesia Ortodoxa para muchos y
diversos modelos culturales, y para muchas y diversas modalidades del culto, e
incluso para muchos y diversos sistemas de organización externa.
Existe, no obstante, un campo en que la diversidad
no es permisible. La Ortodoxia exige unidad en cuestiones de la fe. Antes de
ser posible la reunificación de los cristianos, habrá de establecerse pleno
acuerdo en los temas de la fe: principio fundamental para los ortodoxos en
todas sus relaciones ecuménicas. Lo importante es la unidad en la fe, no la
unidad organizativa o estructural; y lo de comprometer los dogmas con motivo de
asegurar la unidad estructural equivale a desechar la almendra y quedarse con
la cáscara. Los ortodoxos no están dispuestos a participar en iniciativas de
reunificación ‘minimalista', donde se llega a
un acuerdo sobre unos cuantos puntos y lo demás es
consignado al juicio privado. Solamente vale una base para la unión - la plenitud
de la fe. A la misma vez, sin embargo, como ya se subrayó antes, hay distinción
importantísima entre la Tradición y las tradiciones, entre la fe esencial y las
opiniones teológicas. Buscamos unidad de la fe, no de opiniones y costumbres.
Este principio básico - no hay reunificación sin unidad
de fe - conlleva un corolario importante: hasta que no se llegue a la unidad de
la fe, no habrá comunión en los sacramentos. La Comunión en la Mesa del Señor (según
creen la mayoría de los ortodoxos) no es un medio para conseguir la unidad de
la fe, sino que ha de ser fin, consecuencia y coronación de la unidad establecida
por otros medios. Los ortodoxos rechazan el concepto de la ‘intercomunión'
entre las distintas confesiones cristianas; no se admiten más tipos de solidaridad
sacramental que la plena comunión. O bien las Iglesias están en comunión una
con otra, o no lo están: se puede matizar el tema más que eso. A veces se
piensa que la Iglesia Anglicana y la Católica Antigua están en comunión con la
Ortodoxa, pero no es así. Pese al hondo dolor que nos provoca el no poder
compartir la comunión con los demás cristianos - anglicanos, católicos
antiguos, católicos romanos, protestantes - creemos, los ortodoxos, que sigue
habiendo graves discrepancias doctrinales, que habrán de resolverse antes de
ser posible la comunión sacramental.
Ésta es, pues, la postura básica de los ortodoxos
con respecto a la intercomunión, pero en la práctica esa postura se modifica de
varios modos. Los ortodoxos no son del todo monolíticos al respecto. Existe una
pequeña pero significante minoría de ortodoxos quienes opinan que la postura oficial
de su Iglesia es demasiado rígida en cuanto a la comunión sacramental. Están
convencidos de que se debe adoptar una política mucho más abierta, con arreglo
al progreso y la evolución que se advierten en el ámbito de la unidad cristiana;
política como la que se viene desarrollando en las Iglesias Anglicana y Católica
Romana a lo largo de los últimos treinta años. La mayoría de los ortodoxos se
oponen a este proyecto más liberal, pero quizás sí admitieran excepciones ocasionales
a la prohibición general por razones no ‘ecuménicas’ sino de índole pastoral
personal. Casi todas las Iglesias Ortodoxas permiten lo que se llama la
intercomunión ‘económica’, en los casos donde se deja a los cristianos
no-ortodoxos - con sanción especial particular - comulgar en una iglesia ortodoxa
porque el ministerio de su propia Iglesia les queda inaccesible. Pero en el
caso inverso ¿qué pasaría? ¿Le sería posible a un ortodoxo aislado, alejado de
sus parroquias propias ortodoxas - caso que se da a menudo en occidente -
acudir a una iglesia no-ortodoxa para comulgar? Las autoridades ortodoxas en su
mayor parte contestan que no; no es posible. Sin embargo, sí que ocurre, a
veces con una bendición tácita o incluso explícita de parte de algún obispo
ortodoxo. Surgen igualmente casos de matrimonios mixtos, situación humana en la
que la separación ante el altar resulta particularmente dañina: en esto, como
en lo otro, de vez en cuando se admite cierta medida de intercomunión a través
de las fronteras eclesiales, pero no con regularidad. La gran mayoría de los
ortodoxos sigue insistiendo en que, a pesar de la flexibilidad en casos
especiales, el principio básico sigue vigente: la unidad en la fe debe anteceder
a la comunión sacramental.
RELACIONES ORTODOXAS CON OTRAS COMUNIONES:
OPORTUNIDADES Y PROBLEMAS
Las Iglesias No-Calcedonianas. Cuando de la reunificación
se trata, los Ortodoxos del Este vuelven la mirada principalmente no hacia occidente
sino hacia sus vecinos de oriente, los ortodoxos Orientales. Los Coptos y los
demás cristianos no-calcedonianos tienen más puntos en común con nosotros que cualquiera
de las confesionalidades cristianas de occidente, en los campos de experiencia
histórica, doctrina y espiritualidad. De todos los diálogos de actualidad en
los que participa la Iglesia Ortodoxa, el que se mantiene con los no-calcedonianos
resulta ser el más fructífero, donde más posibilidades hay de emprender iniciativas
concretas a corto plazo.
Se realizaron consultas informales en Aarhus (Dinamarca)
en 1964 y en Bristol (Inglaterra) en 1967, a los que asistieron teólogos representantes
de ambos partidos; a continuación se celebraron otras reuniones en Ginebra (1970)
y en Adís Abeba (1971). Tuvieron resultados más positivos de lo que se esperaba.
Se aclaró que en cuanto a la polémica básica acerca de la persona de Cristo - raíz
histórica de la división - en realidad no había desacuerdo. La divergencia, se
proclamó en Aarhus, existe a nivel fraseológico nada más. Según concluyeron los
delegados: ‘Sendos reconocemos en entrambos la fe única y ortodoxa de la Iglesia...
Con respecto a la esencia del dogma cristológico
vimos que estamos en pleno acuerdo.’ Según se dijo en la reunión consultiva de
Bristol, ‘Algunos afirmamos dos naturalezas, voluntades y energías unidas
hipostáticamente en el Señor Jesucristo, que es uno. Otros afirmamos una sola
naturaleza, voluntad y energía, íntegras, humano-divinas, presentes en el mismo
Cristo. Pero ambos partidos estipulamos la unión sin confusión, incambiablemente,
indivisiblemente, inseparablemente. Esos cuatro adverbios forman parte de la tradición
que compartimos. Ambos afirmamos la permanencia dinámica de la Divinidad y la Humanidad,
con todas sus cualidades y facultades naturales, en un solo Cristo.’
Esos cuatro diálogos informales de 1964-71 fueron seguidos
por un Convenio Comisivo de representantes de las dos familias eclesiales: se
reunieron en Ginebra en 1985, y en el Monasterio de Amba Bishoy en Egipto en 1989,
y luego en Ginebra otra vez, en 1990. Los acuerdos doctrinales concordados en las
consultas extraoficiales se confirmaron de nuevo, y se recomendó que ambos
cultos revocaran los anatemas y condenaciones antiguamente proclamados contra los
otros. Sigue habiendo obstáculos porque no todos los miembros de ambas Iglesias
interpretan el diálogo tan positivamente: los hay en Grecia, por ejemplo,
quienes persisten en tachar a los Ortodoxos Orientales de ‘herejes monofisitas’,
así como también hay no-calcedonianos que siguen acusando de ‘nestorianos’ al
Concilio de Calcedonia y el Tomo de Leo. Pero la actitud oficial tanto de los
ortodoxos como de los no-calcedonianos se expresó con claridad en la reunión de
1989: ‘Como dos familias de Iglesias Ortodoxas recíprocamente excomulgadas
durante mucho tiempo, ahora oramos y confiamos que Dios restablecerá esa comunión
a base de la fe apostólica de la Iglesia indivisa de los primeros siglos, fe
que confesamos ambos en el Credo común.’¡ Que pronto se convierta en realidad
concreta esa restauración de la comunión sacramental!
La Iglesia del
Este. En
vista de la mejora tan esperanzadora en las relaciones con los no-calcedonianos,
¿no se podría efectuar la pareja curación de la antigua división entre los Ortodoxos
y la Iglesia del Este (los Asirios)? La separación se produjo más bien por
razones históricas que doctrinales - más bien por falta de contacto mutuo que
por controversias directas de índole teológica (aunque sí se da el problema del
Concilio de Éfeso [431 ] y del título Theotokos). ¿No habrá llegado el momento de la reconciliación?
El problema resulta ser que los Asirios hoy en día cuentan con un número de
creyentes muy reducido, al haber sufrido trágicamente a manos de los turcos en
unas masacres cometidas de 1915 a 1918. Esparcidos por el extranjero, o si no -
si es que siguen todavía en tierra materna iraquí o iraní - viven bajo muchas restricciones,
carentes de portavoces teológicos. Es de notar que una reunificación parcial
entre los Ortodoxos y la Iglesia del Este se efectuó en 1898, al juntarse Mar
Yonan de Urmia (con gran parte de su rebaño) a la Iglesia rusa. Con motivo de ese acto de reunificación, parece ser
que a los Asirios no les molestó nada la acepción del título Theotokos. Sin
lugar a dudas, los factores políticos influyeron en los eventos de 1898; pero un
siglo más tarde ¿no seria posible realizar un nuevo acto de unión, exento de
apremios seglares?
La Iglesia Católica
Romana. De
entre los cristianos occidentales, son los anglicanos con quienes los ortodoxos
han mantenido relaciones más amistosas durante los últimos cien años, mas son
los católicos romanos con quienes más puntos de acuerdo tienen. Desde luego, hay
asuntos doctrinales y canónicos que habrán de resolverse entre Roma y la
Ortodoxia; destacamos los del Filioque y los derechos papales; hay quien
añadiría a éstos el Purgatorio y la Inmaculada Concepción; los católicos romanos,
a su vez, critican las prácticas ortodoxas en cuanto al divorcio, y la distinción
palamita entre la esencia y las energías de Dios. Otro punto menos explícito,
pero seguramente igual de importante, es el de las diferencias de mentalidad y
de métodos teológicos: los ortodoxos sienten muchas veces que la teología escolástica
latina estriba demasiado en conceptos legales, y hace demasiado hincapié en las
categorías racionales y la argumentación silogística; los latinos, de suyo,
opinan muchas veces que el enfoque más místico de los ortodoxos es demasiado
vago y borroso. Además de las diferencias de doctrina y de metodología
teológica, existen también barreras psicológicas que han de tenerse en cuenta.
En el siglo presente, experiencia directa para muchos que todavía la viven, han
habido enfrentamientos entre los católicos y los ortodoxos en varias localidades,
como los ocurridos en Polonia, Checoslovaquia, Croacia, y Ucrania, donde se han
dado casos de violencia y hasta de muerte; los conflictos permanecen igual de
amargos en nuestra década de los 1990.
Aun así, con todo lo que se ha enumerado, sigue
siendo cierto que los dos cultos comparten una amplísima área de terreno común.
Ambos creemos en Dios como Trinidad, en Jesucristo como Dios encarnado;
aceptamos la Eucaristía como verdadero Cuerpo y Sangre del Salvador; cumplimos
devoción común a la Madre de Dios y a los santos, y oramos ambos por los fieles
difuntos. Los ortodoxos deben reconocer, agradecidos, las iniciativas irínicas
de los pioneros del lado católico romano, tales como Andrei Sheptytsky
(1865-1944), Metropolita Católico Griego de L’vov (Ucrania), y Dom Lambert
Beauduin (18731960), que fundó en 1925 el ‘Monasterio de la Unión’ en Amay-sur-Meuse
(trasladado a Chevetogne en 1939). Consiste en una comunidad de ‘rito doble', donde
los miembros celebran el culto según sendos ritos, latino y bizantino. Goza de
muchos visitantes y amigos ortodoxos, y edita una revista valiosa titulada Irénikon.
La teología ortodoxa se ha visto, además, sumamente beneficiada por la renovación
de los estudios patrísticos dentro de la Iglesia Católica Romana, mediante la obra
de los ilustrados tales como Henri de Lubac, Jean Daniélou y Hans Urs von Balthasar.
Los cambios iniciados en el Concilio Vaticano II
(1962-5) con relación a la Iglesia Católica Romana han facilitado un
acercamiento gradual entre los ortodoxos y los romanos, a nivel oficial. En
enero de 1964, el Papa Pablo VI y el Patriarca Atenagoras celebraron una reunión
histórica en Jerusalén -primera ocasión en que se habían enfrentado cara a cara
un Papa con un Patriarca Ecuménico desde tiempos del Concilio de Florencia (1438-9).
El 7 de diciembre de 1965, se revocaron con gran solemnidad los anatemas de 1054,
en dos ceremonias simultáneas, una en Roma en la sesión del Concilio Vaticano,
la otra en Constantinopla en la sesión del Santo Sínodo. Fue un gesto simbólico
nada más, ya que no fue suficiente de por sí para restablecer la comunión entre
ambas Iglesias. Pero no se ha de subestimar el papel de los gestos simbólicos
en la restauración de la confianza mutua.
En 1980, en las islas griegas de Patmos y de Rodas, se
celebró el encuentro inaugural de la Comisión Bilateral Internacional para el
diálogo teológico entre ortodoxos y católicos romanos; y de 1982-8 la Comisión publicó
tres textos de común acuerdo y gran importancia, sobre la Iglesia, los sacramentos,
y la sucesión apostólica. Sin tratar directamente los temas del Filioque y los
derechos papales, estos tres documentos proveen una base sólida para la
discusión, en un futuro, de esos dos asuntos tan batallados. Es de lamentar que
durante las postrimerías de la década de los ‘80, el trabajo de la Comisión se
vió bastante dificultado gracias a crecientes tensiones entre los ortodoxos y los
católicos orientales en Ucrania y otras zonas, hasta que se hubo de cancelar la
reunión proyectada para 1992. Ambos partidos lo vieron sólo como un aplazo
temporal. El diálogo, por lo visto, está todavía en sus primeras etapas.
Elemento clave de las relaciones
entre Roma y la Ortodoxia sigue siendo, por cierto, el entendimiento del
ministerio papal dentro de la Iglesia. Para nosotros, los ortodoxos, nos
resultan inaceptables las definiciones del Primer Concilio Vaticano (promulgadas
en 1870), acerca de la infalibilidad y la jurisdicción suprema y universal del
Papa. Esas definiciones fueron reafirmadas con vehemencia en el Segundo Concilio
Vaticano, pero a la misma vez este concilio les dio un nuevo contexto a los
derechos papales al insistir también en el carácter colegial del episcopado.
Los ortodoxos reconocen que, en los siglos primerizos de la Iglesia, le Sede Romana
se destacó por su firme testimonio de la fe verdadera; no creemos, sin embargo,
que el Papa en su ministerio de enseñanza disponga de carisma o don de gracia
especial, a diferencia de sus hermanos episcopales. Le reconocemos como primero
- mas primero entre iguales. Es considerado como un hermano mayor, no un
monarca supremo. Así como no consideramos que el Papa haya tenido poder directo
e inmediato de jurisdicción sobre la cristiandad de oriente durante el primer milenio
de la existencia de la Iglesia, nos resulta imposible concederle poderes
semejantes en el día de hoy.
Todo esto puede que a oídos de los
católicos romanos suene poco positivo o cooperativo. Así que en vez de insistir
tanto en lo que los ortodoxos no están dispuestos a aceptar, preguntémonos más
positivamente ¿cuál es la naturaleza de la primacía papal, desde el punto de
vista ortodoxo? Nosotros los ortodoxos, en caso de reunificación de la
cristiandad, deberíamos asignarle al Papa no solamente la primacía de honor, sino
una responsabilidad pastoral y apostólica de amparo universal. Deberíamos
concederle el derecho no sólo a recibir apelaciones de todo el mundo cristiano,
sino también a tomar iniciativas en la búsqueda de soluciones dondequiera que
surjan conflictos y crisis entre cristianos. Nos imaginamos, en tales casos,
que el Papa no actuaría él solo, sino que siempre en colaboración con sus
obispos hermanos. Quisiéramos que expresara su ministerio en términos más
pastorales que jurídicos. Ejercería poderes de propuesta en lugar de
compulsión, y de consulta en lugar de coerción.
En 1024, Eustacio, Patriarca de Constantinopla, le
propuso al Papa Juan XIX la siguiente fórmula de diferenciación entre la
primacía de Roma y la del Patriarcado Ecuménico: ‘Que la Iglesia de
Constantinopla tenga derecho universal en su propia esfera, así como la tiene Roma
en el mundo entero.’ Así, pues ¿no podría servir esta propuesta como lema
de diálogo para otra reunión de la Comisión Bilateral Ortodoxa/Católica Romana?
Los Antiguos
Católicos. Aunque los orígenes de la Iglesia de los Antiguos
Católicos se remontan a comienzos del siglo XVIII, asumió su forma actual
solamente en las décadas de 1870 y 1880, cuando se juntaron a ella cuantiosos
grupos de católicos romanos que se sintieron incapaces de aceptar las
decisiones del Primer Concilio Vaticano acerca del Papado. Puesto que en sus
protestas los Antiguos Católicos interpelaron a la fe de la Iglesia antigua e indivisa,
sin las adiciones papales que se fueron acumulando más tarde, simpatizaban con
los cristianos orientales y se dirigieron a ellos. Se celebraron congresos
importantes de Antiguos Católicos y ortodoxos (con presencia también de representantes
anglicanos) en Bonn, en 1874 y 1875. En estos encuentros, y en otra reunión de
Antiguos Católicos y ortodoxos celebrada en Bonn en 1931, ambos partidos vieron
que compartían opiniones de estrecha semejanza. En repetidas ocasiones, de 1975-87,
se reunió una comisión bilateral de teólogos representando a las dos Iglesias a
nivel internacional, que llegó a unos acuerdos detallados y comprensivos sobre la
Trinidad, la Cristología, la doctrina eclesiológica y los sacramentos. A pesar
de ello, todavía no se han tomado medidas concretas para el establecimiento de
una unidad visible. Desde el punto de vista ortodoxo, el obstáculo que impide esa
unión procede de las relaciones de plena comunión entre los Antiguos Católicos
y los anglicanos, relaciones que entraron en vigor en 1931. Así que la
resolución del asunto de la unión ortodoxa/Antigua Católica depende de otros
factores: solamente en el caso de que la Iglesia Ortodoxa llegara a un acuerdo
con los anglicanos le sería posible implementar los acuerdos ya concordados con
los Antiguos Católicos.
La Comunión
Anglicana. El diálogo
ortodoxo-luterano se inició en 1981, y el diálogo ortodoxo-reformado
internacional lleva funcionando desde 1988; luego, en 1992, se realizaron los
preparativos para un diálogo ortodoxo-metodista. Sin embargo, a los ortodoxos
les parece mucho más importante el diálogo entablado hace mucho tiempo con los
anglicanos. Desde comienzos del siglo XVII han habido siempre anglicanos que se
quedaron insatisfechos con las medidas de la Reforma implementadas bajo el
reino de Isabel I; esas medidas les parecieron constituir un arreglo a corto
plazo, y adujeron, así como los Antiguos Católicos, los Concilios Generales,
los Padres, y la Tradición de la Iglesia indivisa. Hace pensar en el ruego del
Obispo John Pearson (1613-86): ‘Investiguen como era al principio; busquen el
manantial; miren a la antigüedad.’ Recuerda también el Obispo Thomas Ken,
No-Jurante (1637-1711), quien dijo: ‘Yo muero como adherente de la Fe Santa, Católica
y Apostólica, profesada por la Iglesia entera, desde antes de la desunión de Oriente
y Occidente.’ La interpelación de la antigüedad lleva a que muchos anglicanos
sientan simpatía e interés por la Iglesia Ortodoxa, y que muchos ortodoxos, a
la inversa, sientan simpatía e interés por el Anglicanismo. Como consecuencia
de la obra pionera de anglicanos tales como William Palmer (1811-79), J.M. Neale (1818-66), y W.J. Birkbeck (1859-1916),
para finales del siglo XIX ya se habían establecido fuertes vínculos de
solidaridad anglo-ortodoxa.
A instancias de Neale sobre todo, se creó la Asociación
de la Iglesia Oriental en 1863, en Gran Bretaña. Se conoce hoy día con el nombre
de la Asociación de las Iglesias Anglicanas y Orientales, y edita una revista
periódica titulada Eastern Churches
Newsletter: que se dedica a
fomentar el contacto entre los anglicanos y los cristianos orientales a base de
encuentros y peregrinaciones. Otra asociación menos antigua es la Cofradía de San
Alban y San Sergio, fundada en 1928 como vástago del Movimiento Cristiano
Estudiantil, que prosigue objetivos parejos. Tiene su base permanente en
Inglaterra, en Oxford, y publica una revista bastante interesante con el título
de Sobornost. Su congreso anual atrajo
antiguamente a teólogos ortodoxos como Bulgakov, Lossky y Florovsky, y del lado
anglicano el Arzobispo Michael Ramsey (1904-88), que fué siempre admirador
(convencido pero crítico) de los ortodoxos: ese congreso sigue siendo lugar
donde se promueve la unidad cristiana, donde se forjan las amistades estrechas
y personales.
Se celebraron importantes conferencias oficiales
entre anglicanos y ortodoxos en Londres en 1930 y 1931, y en Bucarest en 1935, punto
álgido, esta última, del acercamiento anglicano-ortodoxo. Al clausurarse el encuentro,
afirmaron los delegados ‘Se ha preparado una base sólida para una afirmación del
pleno acuerdo dogmático entre las comuniones anglicana y ortodoxa.’ Vista desde esta altura, parece una afirmación
excesivamente optimista pero la conferencia celebrada en Moscú en 1956 entre la
Iglesia Anglicana y la Iglesia rusa - que no estuvo representada en las
conferencias de los años 1930 - fue bastante más cautelosa.
Durante el período de entreguerras los ortodoxos
prestaron mucha atención al tema de las órdenes Anglicanas. Tras la condenación
dirigida por el Papa Leo XIII en 1896 contra las ordenaciones anglicanas, en su
Carta Encíclica Apostolicae Curae, muchos anglicanos esperaban contrarrestar la
corriente negativa convenciendo a la Iglesia Ortodoxa a que reconociese la
validez del sacerdocio y episcopado ortodoxos. En 1922, el Patriarca Ecuménico
Meletios IV (Metaxakis) promulgó una declaración en la que se afirmaba que las
órdenes Anglicanas ‘poseen la misma validez que las de los Romanos, Antiguos
Católicos, y Armenios, puesto que cuentan con todos los constituyentes que se
consideran indispensables desde el punto de vista ortodoxo.’ Otras declaraciones, igual de positivas, fueron divulgadas
por las Iglesias de Jerusalén (1923), Chipre (1923), Alejandría (1930), y
Rumania (1936). Sin embargo, parece ser que ninguno de los actos de reconocimiento
de estas Iglesias llegó a tener fuerza práctica. Los clérigos anglicanos que se
adhieren a la Iglesia Ortodoxa, al ser llamados al sacerdocio ortodoxo, siempre
se ordenan de nuevo; en cambio, en el caso de los sacerdotes católicos romanos
que se convierten a la Ortodoxia, no suele haber semejante reordenación.
Desde la guerra de 1939-45, ninguna otra Iglesia
Ortodoxa se ha pronunciado a favor de las órdenes Anglicanas. En 1948, el Patriarcado
de Moscú publicó conclusiones negativas: ‘La Iglesia Ortodoxa no se puede
persuadir a reconocer la corrección de la enseñanza anglicana acerca de los sacramentos
en general, y del sacramento de la Santa Ordenación en particular; por lo tanto,
no puede reconocer la validez de las ordenaciones anglicanas.’ Pese a todo, se
dió esperanza para el futuro: con tal de que la Iglesia Anglicana diese
ratificación formal a una confesión de la fe que armonizara con la Ortodoxia,
confesión que la Iglesia Ortodoxa pudiese también convalidar, se pueda abordar
la cuestión de nuevo y quizás conceder el reconocimiento requerido.
Es significativo el hecho de que el Patriarcado de
Moscú, según la declaración que hizo promulgar, se niegue a tratar la cuestión
de las órdenes válidas en aislamiento, sino que insiste en localizarla en el
contexto de la totalidad de la fe de la Iglesia Anglicana. Para los ortodoxos,
la validez de las ordenaciones no depende nada más que del cumplimiento de
varias condiciones técnicas (posesión externa de la sucesión apostólica; forma,
materia e intenciones correctas). Por encima de todo eso, los Ortodoxos quieren
saber: ¿cuál es la enseñanza general de tal o cual grupo cristiano acerca de
los sacramentos? ¿Cuáles son sus creencias acerca del significado interno de la
sucesión apostólica y el sacerdocio? ¿Cómo interpretan la presencia y el
sacrificio eucarísticos? Solamente cuando se haya contestado a estas preguntas se
podrán tomar decisiones sobre la validez o invalidez de las ordenaciones.
Aislar el problema de las ordenaciones válidas representa meterse en un
callejón sin salida. Dándose cuenta de ello, a partir de los años 1950 las
discusiones anglicano-ortodoxas dejaron aparte la cuestión de órdenes válidas
para centrarse en temas más sustantivos de creencia doctrinal.
En 1973 se inauguró un diálogo teológico oficial, involucrando
a todas las Iglesias Ortodoxas y a la comunión anglicana entera. A pesar de la crisis
surgida en 1977-8 como consecuencia de la ordenación de las mujeres en varias
Iglesias Anglicanas, el diálogo continúa hasta hoy. Se han publicado dos declaraciones
de acuerdo común, la de Moscú en 1976 y la de Dublín en 1984. Contienen
párrafos de admirable certeza sobre, por ejemplo, la Escritura y la Tradición,
los concilios, la comunión de los santos, y los iconos. Forzoso es confesar, no
obstante, que esas dos declaraciones hasta ahora no han servido más que como acuerdos
a nivel de documento, con repercusión lamentablemente escasa en la vida general
de ambas Iglesias. Muchas veces da la impresión de que el diálogo anglicano-ortodoxo
se está realizando en el vacío.
Desde el punto de vista ortodoxo, el obstáculo principal
para las relaciones más íntimas con la comunión anglicana es el carácter tan
comprensivo del anglicanismo, la amplísima ambigüedad de los formulaciones anglicanas
y la gran variedad de interpretaciones que admiten dichas formulaciones. Existen
anglicanos individuales cuya fe apenas se distingue de la de un ortodoxo, pero
luego hay otros miembros de la comunión anglicana, de tendencia extremadamente
liberal, quienes rechazan abiertamente elementos fundamentales de la doctrina y
moral cristianas. Esa variedad, característica tan desconcertante del
anglicanismo, es lo que hace que las relaciones anglicano-ortodoxas sean a la
vez tan esperanzadoras y tan esquivas.
El acercamiento a la fe ortodoxa de determinados
anglicanos, a nivel individual, se pone en claro en dos folletos muy notables,
escritos uno por Derwas Chitty y el otro por H.A. Hodges. Ambos autores fueron miembros
influyentes y activos de la Cofradía de San Alban y San Sergio. ‘El problema
ecuménico,’ concluye el Profesor Hodges, corresponde ‘al problema de restaurar
en occidente ... la sanidad mental y la salud vital, es decir la Ortodoxia...
La fe ortodoxa, fe testimoniada por los padres ortodoxos, cuyo custodio para
siempre es la Iglesia Ortodoxa, constituye la fe cristiana en su forma verdadera
y esencial.’ Pero ¿estos dos autores son realmente representativos
del anglicanismo? Por hondo que sea el anhelo de la Iglesia Ortodoxa por la reunificación,
no podrá mantener relaciones más estrechas con la comunión anglicana hasta que
no aclaren ellos mismos, los anglicanos, sus creencias. Lo que dijo Alejandro Kireev
(1832-1910) sigue teniendo tanta vigencia hoy en día como lo tuvo a principios
de este siglo: ‘Nosotros, los orientales, deseamos sinceramente llegar a un acuerdo
con la gran Iglesia Anglicana; gozoso resultado, pero como la Iglesia Anglicana
no se haga homogénea ella misma, y como no sean idénticas las doctrinas de sus
diversos grupos constitutivos, ésto no se conseguirá.’
Concilio Mundial
de las Iglesias.
Al
comienzo de cada celebración de la Divina Liturgia, los cristianos ortodoxos oran ‘por
la paz del mundo entero ... y la unidad de todos.’ Otra súplica ortodoxa dice: ‘O
Cristo, Tu que uniste a Tus Apóstoles en unión de amor, y que nos uniste contigo
a nosotros Tus siervos, con el mismo vínculo: concédenos capacidad de cumplir
con toda sinceridad Tus mandamientos, y de amarnos unos a otros...’. Ese
compromiso a la unidad y al amor mutuo indujo a muchos ortodoxos a participar
activamente en el Consejo Mundial de las Iglesias (CMI) y en otros organismos
representativos del Movimiento Ecuménico. Sin embargo, la actitud de los ortodoxos
para con el ecumenismo sigue siendo ambivalente. Aunque de momento casi todas
las Iglesias Ortodoxas son miembros plenamente partícipes del CMI, dentro de
cada Iglesia local hay siempre personas que sienten con convicción que semejante
participación compromete a quienes reivindican que la Iglesia Ortodoxa es la
única y verdadera Iglesia de Cristo. Según opina esta minoría - que es tan numerosa
como para ser significativa - lo mejor sería que los ortodoxos se retirasen del
Consejo Mundial, o al menos que participasen solamente en calidad de
observadores.
El Patriarcado Ecuménico lleva desde comienzos del
siglo XX mostrando una inquietud particular por la reconciliación cristiana.
Cuando accedió el Patriarca Joaquín III al trono patriarcal en 1902, envió carta
encíclica a todas las Iglesias Ortodoxas autocéfalas, para preguntarles en
particular cuál eran sus opiniones acerca de las relaciones con los demás cuerpos
cristianos. En enero de 1920 el Patriarcado Ecuménico prosiguió la iniciativa
haciendo circular una carta audaz y profética, que iba dirigida ‘A todas las
Iglesias de Cristo, doquiera que se encuentren’, en la que se abogaba por una más
estrecha colaboración entre los cristianos separados, y se propuso la fundación
de una ‘Sociedad de las Iglesias’, paralela a la recién creada Sociedad de las
Naciones. Muchas de las ideas propuestas en esta carta anticipaban el desarrollo
subsiguiente del CMI. Constantinopla tuvo representación, como también la
tuvieron unas cuantas otras Iglesias Ortodoxas, en las Conferencias de la Fe y
el Orden celebradas en Lausanne en 1927 y en Edinburgo en 1937. El Patriarcado
Ecuménico participó asimismo en la primera Asamblea del CMI en Amsterdam en
1948, y desde entonces fue siempre solidario con la obra del CMI.
Muy diferente fué la actitud hacia el CMI que se
expresó en la Conferencia de Moscú ese mismo año (1948). ‘Los objetivos del Movimiento
Ecuménico,’ aseveraron los delegados sin andarse con rodeos, ‘según su expresión
en la fundación del “Consejo Mundial de las Iglesias”... no corresponden a los
objetivos de la Iglesia de Cristo, según se entienden en la Iglesia Ortodoxa.’ De ahí que toda participación en el CMI quedaba
condenada. Esa postura tuvo motivos teológicos, por cierto, pero también se deben
tener en cuenta las tensiones políticas a nivel internacional, vigentes por
aquel entonces - estaba en su cumbre la ‘Guerra Fría’. Más tarde, en 1961, el
Patriarcado de Moscú solicitó hacerse miembro del CMI, y fue aceptado; cosa que
abrió acceso para que las demás Iglesias Ortodoxas del mundo comunista también
se hiciesen miembros. Desde aquel entonces, ha habido siempre una presencia ortodoxa
en las reuniones del CMI más plena y representativa.
Pero aún siendo partícipes del CMI, los miembros
ortodoxos a menudo han tenido problemas. En varias de las reuniones iniciales
se vieron molestos al suscribir las principales resoluciones, y presentaron
declaración propia, por separado; tiene importancia particular la declaración
que hicieron los delegados ortodoxos en Evanston en 1954. En 1961, los ortodoxos
dejaron de hacer declaraciones separados de los demás, pero son bastantes los que
quisieron volver a aquella manera de actuar. En las votaciones, los ortodoxos
se han visto a menudo superados por la mayoría protestante, por lo que han tenido
que insistir en que las cuestiones doctrinales no se pueden resolver por mera
mayoría de votos. Lamentan, igualmente, que en las Asambleas del CMI no se les
preste más atención a la oración y la espiritualidad. Y en años recientes, los
portavoces ortodoxos han protestado contra lo que llaman el ‘horizontalismo’
desmesurado del CMI, donde se pone un énfasis excesivo en asuntos sociales y
económicos, a costa de las discusiones teológicas más serias. Procuran siempre
tener presente la meta principal del CMI, que es servir como lugar de encuentro
para los organismos eclesiásticos que buscan la restauración de la unidad cristiana a base de acuerdos doctrinales.
Texto de primera magnitud para los ortodoxos es la
definición formal de los principios básicos del CMI, donde se afirma que ‘El Consejo
Mundial de las Iglesias es una federación de Iglesias quienes confiesan al Señor
Jesucristo como Dios y Salvador, y quienes por ello buscan cumplir juntos su
vocación común a la gloria del Dios único, Padre, Hijo y Espíritu Santo.’ De ser
alterada o disminuida esa tan clara expresión de la divinidad de Cristo y de la
naturaleza Trinitaria de Dios, les resultaría difícil a los ortodoxos seguir
participando plenamente en el CMI.
Otro documento fundamental que tiene pertinencia
particular para los ortodoxos es la declaración de Toronto, adoptada por la
comisión central del CMI en 1950, donde se precisa cuidadosamente que ‘La
participación en el CMI no supone aceptación de ninguna doctrina específica
sobre la naturaleza de la unidad eclesial... La participación no supone que
cada Iglesia miembro califique a las demás Iglesias miembros de Iglesias en el
sentido pleno y verdadero de aquella palabra.’ Lo cual hace posible
que los ortodoxos pertenezcan al CMI sin por ello rechazar su creencia que la Ortodoxia
constituye la Iglesia única y verdadera, única poseedora de la plenitud de la
fe. Los ortodoxos quienes se oponen a la participación en el CMI suelen argüir
que participar en el Movimiento Ecuménico supone una caída en ‘el error
pan-herético del ecumenismo', error que estipula que todas las confesiones cristianas
tienen validez por igual. Pero a la luz de la declaración de Toronto, se hace
sobradamente evidente que la participación en el CMI no tiene porque presuponer
nada de eso. Efectivamente, los representantes ortodoxos en los encuentros del
CMI vienen reiterando con insistencia la pretensión de los ortodoxos a ser la
verdadera Iglesia, una y única; cosa que exaspera a menudo los demás asistentes.
La participación de los ortodoxos en el CMI es elemento
de importancia cardinal para el Movimiento Ecuménico: la presencia ortodoxa -
como también la de los anglicanos y Antiguos Católicos, aunque en menor grado -
permite evitar que el Consejo Mundial de las Iglesias se convierta en mera
alianza pan-protestante, nada más. Y el Movimiento Ecuménico, por su parte,
tiene importancia para la Ortodoxia: les obliga a las diversas Iglesias
Ortodoxas salirse de su relativo aislamiento, y conocerse unas a otras, además
de entrar en contacto vivo con los cristianos no-ortodoxos. Estamos ahí, nosotros
los ortodoxos, no sólo para dar testimonio de lo que creemos nosotros mismos,
sino también para escuchar a los demás.
APRENDIENDO UNOS DE OTROS
Buscando describir la actitud de los ortodoxos hacia
los demás cristianos, Khomiakov en una de sus cartas se sirve de una parábola.
Un amo se fue, dejando a sus tres discípulos a que guardasen sus enseñanzas. El
mayor repitió fielmente todo lo que su amo le había enseñado, sin cambiar nada.
De los otros dos, uno aumentó y el otro disminuyó las enseñanzas. Cuando el amo
volvió, sin enfadarse con nadie, dijo a los dos menores: ‘Dadle gracias a
vuestro hermano mayor, porque sin él no hubierais conservado la verdad que os transmití.’
Luego dijo al hermano mayor: ‘Dales gracias a tus hermanos menores; porque sin
ellos no habrías entendido la verdad que te encomendé.’
Los ortodoxos, con toda humildad, se identifican con
el rol del hermano mayor. Creen, por gracia de Dios, haber conservado la
verdadera fe sin perjuicios, ‘sin añadir nada, y sin restar nada.’ Pretenden
vivir en continuidad con la Iglesia antigua, con la Tradición de los Apóstoles
y los Padres, y creen que dentro de la cristiandad confusa y dividida tienen la
responsabilidad de testimoniar esa Tradición continua que, aún siendo
inmodificable, se mantiene siempre joven, viva y nueva. Hoy en día son muchos los
occidentales, tanto católicos como protestantes, afanosos de deshacerse de las ‘cristalizaciones
y fosilizaciones del siglo XVI’, quienes desean ‘penetrar en el pasado más allá
de la Reforma y el Medioevo.’ Son también muchos los cristianos occidentales quienes
reaccionan contra el liberalismo extremista que pone en duda todas las
enseñanzas más básicas de la Biblia, y quienes buscan recuperar una postura doctrinal
firme y bien arraigada, pero evitando el fundamentalismo demasiado rígido. En
esto, precisamente, la Ortodoxia les puede servir de algo. La Ortodoxia queda fuera
del entorno ideológico en cuyos confines los cristianos de occidente llevan
manejándose ocho siglos; no padeció revolución escolástica, ni Reforma ni
Contra-Reforma, sino que sigue viviendo la Tradición todavía más antigua de los
Padres, tan ansiada por tantos occidentales hoy en día. Así, pues, planteamos el
rol de la Ortodoxia en el ecumenismo: cuestionar las fórmulas aceptadas por el
occidente latino, provenientes del Medioevo y de la Reforma. A la vez, a
arraigarse no en la letra exterior de la Escritura sino en la manera de
experimentar y vivir esa Escritura en la Iglesia a lo largo de los siglos, la
Ortodoxia ofrece un término medio entre el literalismo de los fundamentalistas
y el semi-agnosticismo de los liberales extremistas.
Aun así, para que nosotros los ortodoxos cumplamos
nuestro rol de manera adecuada, nos es menester ahondar en nuestra Tradición
para entenderla mejor que en el pasado; precisamente en esto nos puede ayudar el
mundo occidental, por su parte. Nosotros los ortodoxos hemos de darles gracias
a nuestros hermanos menores, ya que mediante el contacto con los cristianos de
occidente obtenemos una nueva visión de la Ortodoxia.
Los dos cultos apenas comenzaron a conocerse, y a
ambos les queda mucho por aprender. Así como en tiempos pasados la
escisión de oriente y occidente resultó ser una gran tragedia para ambos
cultos, foco de grave empobrecimiento mutuo, ahora en nuestros tiempos el
contacto renovado entre oriente y occidente ya va dando resultados, siendo fuente
de enriquecimiento mutuo. El nivel avanzado de la crítica en occidente en el ámbito
de los estudios bíblicos y la patrística sirve para estimular a los ortodoxos a
una nueva comprensión del entorno histórico en que se compusieron las Escrituras,
y a leer con mayor discreción y precisión las obras de los Padres. Los ortodoxos,
por su parte, pueden conducir a los cristianos occidentales a cobrar conciencia
renovada del sentido interior de la Tradición, ayudándoles a contemplar a los
Padres como una realidad viva. (La edición rumana de la Philokalia demuestra lo
provechosa que llega a ser aquella combinación de la crítica occidental y la
espiritualidad tradicional de oriente). En sus tentativas por restablecer la
comunión frecuente, los cristianos ortodoxos cobran ánimo del ejemplo de sus
hermanos y hermanas occidentales; muchos cristianos occidentales, por su parte,
hallaron que su culto y oración se profundizaron de modo inmensurable por medio
del contacto con los iconos ortodoxos, la Oración de Jesús y la Liturgia
bizantina. Durante los últimos setenta años, la persecución sufrida por la
Iglesia Ortodoxa en Rusia sirvió, para los occidentales, como recuerdo del
importante significado que tiene el martirio, testimonio vivo del valor del
sufrimiento creativo. Ahora que las Iglesias Ortodoxas en los países
ex-comunistas se encuentran en situaciones pluralistas - y ahora que la Iglesia
griega tiene que afrontar la secularización cada vez más invasora - la
experiencia de los occidentales debe de ayudarles a los ortodoxos a afrontar la
problemática de hacer congeniar la vida cristiana con la sociedad industrializada,
posconstantina.No servirá sino como beneficio el seguir comunicándonos
al respecto.
The Church is One, sección 2 (las letras cursivas no
figuran en el texto original).
Véase al respecto el libro fascinante de J.F. Coakley, The Church of the East and the Church of
England. A History of the Archbishop of Canterbury’s Assyrian Mission
(Oxford 1992), sobre todo las páginas 218-33. Una
vez en 1960, al estar yo de visita en el convento ruso de Spring Valley cerca
de Nueva York, tuve el placer de conocer un sobreviviente de esa reunión de
1898; se llamaba, igualmente, Mar Yonan. Había sido originalmente sacerdote
casado, y se hizo obispo tras la muerte de su mujer. Cuando les pregunté a las
monjas qué edad tenía, me dijeron: ‘El dice que tiene 102 años, ¡pero sus hijos
dicen que muchos más!’
Se recibió en la Iglesia Católica Romana en 1855.
Anglicanism
and Orthodoxy (Londres 1955), pp.46-7.
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