¿Cuál es el significado del gesto de Jesús de lavar los pies a sus discípulos?

INTRODUCCIÓN (13, 1-3)

1 Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin. 2 Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, 3 sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios,




Tras los acordes solemnes del v. 1 nos encontramos con una nueva introducción, destinada a situar el marco de la cena comunitaria y los actores dominantes: Jesús y el Adversario. El relato de la última cena de Jesús con sus discípulos corresponde en líneas generales al de la tradición sinóptica (Mt 26, 26-29 par), que relaciona también este suceso con el anuncio de la traición. Sin embargo, la perspectiva de los dos relatos es distinta. La última cena se sitúa en el mismo mes de nisán, pero con un día de diferencia, el 14 (sinópticos) o el 13 (Jn); también es distinta la acción que se desarrolla: en vez de instituir la eucaristía, Jesús procede al lavatorio de los pies.

Algunos autores han intentado poner de acuerdo los datos del cuarto evangelio con los datos de los sinópticos. Pero, suponiendo que la última cena que éstos nos narran fuera una cena pascual (aunque sea discutible), no es éste el caso de Jn: según el texto, tuvo lugar «antes de la pascua» (13, 1), y los discípulos pensaron que Judas salía para preparar lo necesario para la «fiesta», es decir, la pascua (13, 29). El ambiente es ciertamente pascual, pero el parecido con la tradición sinóptica no va más allá.

El sentido de la cena debe buscarse ante todo en la significación ordinaria de todo banquete en la mentalidad semítica. Compartir una cena no es solamente comer juntos un mismo alimento, sino tener la ocasión de compartir unas ideas y de entrar profundamente en una comunión de sentimientos: de este modo la comensalidad adquiere un valor social y espiritual. La función primera de un banquete comunitario es asociar a unas personas. Las alianzas entre los clanes se establecían de ordinario en el curso de un banquete: es lo que pasó entre Isaac y Abimélec, entre Jacob y Labán. Dios mismo celebra un «banquete de alianza» con Moisés y los ancianos de Israel. En nuestro relato no se trata solamente de un banquete, sino también de un bocado ofrecido por el que lo preside: esta señal de hospitalidad (cf. Rut 2, 14) subraya una relación íntima. En esta perspectiva de comunión, la presencia de un falso invitado aquí Judas— resulta realmente intolerable.

Juan ahonda en esta situación. Para él no se trata simplemente de una traición por motivos mezquinos. Es el diablo quien la inspira. En el cuarto evangelio se ha nombrado ya al «divisor» por excelencia en relación con Judas cuando, al final del discurso sobre el pan de vida, el narrador indica que es a este discípulo a quien aluden las palabras de Jesús: «Uno de vosotros es un demonio» (6, 70). Convertido en instrumento del diablo, Judas lo representa; actuando en contra del amor revelado, obra como un retoño del diablo, cuya ralea se orienta hacia el rechazo y el homicidio (8, 44).

Frente al diablo, Jesús: salido de Dios, tal como lo ha proclamado continuamente en su ministerio, sabe que Dios ha puesto en sus manos toda la fuerza de la salvación (3, 35). Al final del discurso de despedida proclamará: «Viene el Príncipe de este mundo, pero sobre mí no tiene ningún poder» (14, 30). Sí, «el Príncipe de este mundo ha sido echado fuera». Jesús vuelve a Dios, como ha dicho en el versículo anterior: pasa de este mundo al Padre.

Queda situada la acción; a continuación se desarrollará, primero mostrando a Jesús que toma el lugar del siervo, luego describiendo la manera en que Judas sale del grupo y finalmente relatando el grito de triunfo de Jesús que se siente glorificado.

JESÚS LAVA LOS PIES A SUS DISCÍPULOS (13, 4-17)

El relato encierra una descripción de la acción (13, 4-5.12), un diálogo de Jesús con Pedro (13, 6-11) y un discurso explicativo, dirigido por Jesús al grupo de discípulos (13, 12-17). En virtud de este último, el lector interpreta sin más este suceso como un acto de humilde servicio, modelo del comportamiento cristiano. Pues bien, en su diálogo con Pedro, Jesús dice que, aunque su gesto no puede entenderse por ahora, es necesario para que el discípulo tenga «parte con él». Se trata de dos interpretaciones diversas. Por eso, según muchos críticos, reflejarían dos documentos diferentes, reunidos en el texto actual por un redactor preocupado de recoger toda la tradición. Proponemos establecer una relación intrínseca entre estas dos interpretaciones: el servicio fraternal que deben prestarse los discípulos se basa en lo que Jesús dio a entender de sí mismo en su respuesta a Pedro.

4 se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura.
5 Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura.

La acción de lavar los pies era corriente en el antiguo oriente para honrar a un huésped que acababa de llegar por caminos polvorientos. Realizada antes del banquete, se la encomendaban de ordinario a un criado; ejecutarla suponía una situación de inferioridad. Para expresar su sumisión a David que desea tomarla por esposa, Abigaíl dice a sus emisarios: «He aquí tu sierva, una esclava dispuesta a lavar los pies de los servidores de mi señor».

La anomalía del gesto que realiza Jesús con sus discípulos se subraya literariamente por el contraste con el versículo que ha introducido este pasaje: el que emprende la acción de lavar los pies es el Hijo a quien el Padre le ha entregado todo en sus manos y que dirá: «Vosotros me llamáis 'Maestro' y 'Señor', y decís bien; efectivamente lo soy» (v. 13). Por otra parte, la acción tiene lugar no antes del banquete, sino durante la cena. Esta situación extraña sugiere ya al lector, como debió indicar a los discípulos, una finalidad singular. Si la introducción pone de relieve la conciencia soberana del Hijo, la descripción detallada de los movimientos de Jesús tiene una especie de lentitud hierática. Jesús se levanta, se quita las vestiduras, se ciñe una toalla, echa agua en una palangana y se pone a lavar los pies... No hay nada en esta sucesión que deje vislumbrar un deseo de humillarse ante los discípulos. Jesús no se «abaja», sino que asume una función de hospitalidad: aquella cena es su cena, la última cena con los suyos. La continuación del texto iluminará esta dimensión, que se añade a la del servicio como tal.

Es inútil discutir sobre el orden que siguió Jesús: ¿Pedro fue el primero (Agustín) o el último (Orígenes)? ¿Lavó también el Señor los pies de Judas? Estas cuestiones, que difícilmente pueden contestarse, no interesan al narrador. Lo que le importa es el carácter enigmático del gesto. Al estilo de las acciones simbólicas que realizaban los profetas, Jesús quiere señalar algo a los discípulos. ¿Qué? La interpretación requiere una lectura que tenga en cuenta el arte de Jn en el terreno del simbolismo.

Para el lector familiarizado con la tradición evangélica, la escena, aunque sigue siendo sorprendente, evoca sobre todo una palabra que, según Lucas, pronunció precisamente Jesús en su última cena: «Yo estoy entre vosotros como el que sirve» (Lc 22, 27) o también su afirmación en una parábola relativa al final de los tiempos: «Dichosos los criados a quienes el amo encuentre vigilantes cuando llegue. Os aseguro que se ceñirá, los hará sentarse a la mesa y se pondrá a servirlos» (Lc 12, 37). En estos dos textos, el servicio que se menciona es el de la mesa y se trata de un anuncio, no de un servicio efectivo, Al lavar los pies de sus discípulos, Jesús significa con mayor evidencia todavía que él ocupa el lugar del siervo. Pedro no ve más que esto, y replica inmediatamente con indignación.

EL DIÁLOGO DE JESÚS CON PEDRO (13,6-11)

6 Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: “¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?”
7 Jesús le respondió: “No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás”.
8 “No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!”. Jesús le respondió: “Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte”.
9 “Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!”
10 Jesús le dijo: “El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos”.
11 Él sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: “No todos ustedes están limpios”.

El movimiento de este pasaje es muy claro, excepto en la última réplica de Jesús (v. 10), que parece estar en contradicción con el texto. Pedro se opone primero a un servicio que considera indigno de su Maestro; luego, ante la promesa de Jesús de que tendrá parte con él, se excede al aceptar. Pero Jesús niega entonces que los discípulos tengan necesidad de lavarse. Sigamos este diálogo paso a paso.

Pedro, también en esta ocasión, es a la vez un personaje autónomo y el portavoz del grupo. La oposición «tú... a mí» subraya la distancia que lo separa de su Señor. Ya Juan Bautista le había dicho a Jesús cuando vino a recibir su bautismo de agua: « ¿Tú vienes a mí?» (Mt 3, 14). Pedro, que había proclamado su fe en el Santo de Dios (Jn 6, 69), no puede tolerar que Jesús le sirva y quiera invertir aparentemente los papeles. Su pregunta retórica es un rechazo manifiesto.

La respuesta benévola de Jesús le señala que el gesto tiene sin embargo un sentido que él ignora: sólo podrá comprenderlo después (meta taüta). Ese «más tarde» no remite a la explicación que Jesús ofrece luego al grupo (13, 12-17), sino que -como hace siempre el evangelista cuando señala una comprensión futura- se refiere al tiempo pascual, cuando haya sido dado el Espíritu. Situado, en el plano narrativo, antes del «paso» de Jesús, Pedro es invitado a que deje obrar de momento a Jesús; se le sugiere que el gesto tiene una razón de ser misteriosa. Sin atender a esta palabra, Pedro reitera su negativa con mayor vigor todavía. La repetición de «lavarme los pies» tiene el efecto literario de mantener el carácter desconcertante de lo que Jesús está a punto de hacer.

El Señor replica categóricamente: «Si no te lavo, no tendrás parte conmigo». Aparece de nuevo la oposición «yo/tú», pero invertida: para Jesús se trata  precisamente de colmar la distancia que le sigue separando del discípulo. Esta réplica supera la materialidad del gesto. La expresión meros ékhein significa en la Biblia «compartir con alguien un bien, una herencia», que puede ser de orden social o espiritual. Al tratarse del yo de Jesús, la palabra propone una pertenencia definitiva, una comunidad de vida con él. Con esto se ilumina el gesto: significa aquello por lo que el discípulo accederá a esta comunión. Pero todavía queda mucho por aclarar.

Pedro cree comprender que se trata de un nuevo rito de purificación; en efecto, se ofrece a que le laven no sólo los pies, sino las manos y la cabeza. Pero está  equivocado: Jesús rechaza esta interpretación apelando a una especie de proverbio: cuando se ha tomado un baño, no es necesario lavarse. Algunos copistas creyeron que había que clarificar el sentido de esta frase añadiendo: «...sino los pies»: aunque uno esté limpio después del baño, en el camino pudo ensuciarse los pies. En ese caso el gesto de Jesús de lavar los pies se justificaría según la perspectiva que había adoptado Pedro. Pero este añadido es arbitrario, ya que al decir: «está completamente limpio», Jesús rechaza la interpretación ritual de Pedro; a pesar del empleo del agua, su gesto no se refiere a una purificación cualquiera. Jn habla ciertamente de «lavar» (níptein), pero no confunde este acto con un «baño» (loúesthai) que ya tuvo lugar y que fue suficiente. ¿A qué purificación anterior se refiere? Algunos autores evocan «el baño de agua acompañado por una palabra» o «el baño de regeneración en el Espíritu Santo», para deducir de todo ello que el evangelista se refiere al bautismo. Pero ¿cómo podría hacer decir a Jesús que los discípulos que le rodean en la última cena han recibido el bautismo cristiano y que, según el tenor de la frase, Judas no lo ha recibido? Sin embargo, apoyándose en esta lectura y en el añadido, algunos comentaristas piensan que el texto evocaría, por medio de los pies que todavía necesitan lavarse, el sacramento de la penitencia, que se puede repetir.

La frase de Jesús se ilumina realmente por el contexto joánico. Aquí dice: «Vosotros estáis limpios»; y en el discurso de despedida: «Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he dicho» (15, 3). Los discípulos están totalmente limpios por haber escuchado la palabra. Si la fe basta, el gesto de Jesús no puede indicar una purificación. ¿Qué sentido tiene entonces? Jesús no lo precisa. Pero el evangelista, que escribe después de pascua, lo sugiere con claridad a través de la convergencia de los detalles narrativos. Por los versículos de introducción, la escena del lavatorio de los pies se encuentra bajo el signo del paso de Jesús al Padre y bajo el signo de la traición; por consiguiente, se sitúa en la perspectiva de la pasión inminente. El gesto realizado por Jesús traduce visualmente una actitud de servicio sin reservas. Un servicio, del que Jesús dice a Pedro que sólo podrá ser comprendido «más tarde». Y declara además que este servicio es indispensable para que el discípulo, que ha acogido su palabra, se haga partícipe de su propia vida, y por tanto de la comunión con Dios. Así se hará, según Jn, por la venida del Espíritu, fruto de la hora de Jesús. Es legítima entonces la conclusión de que, por su acción, Jesús simboliza el don de sí mismo que pronto va a realizar entregándose a la muerte. Su gesto es una figura del suceso inminente, bajo su aspecto de desposesión de sí mismo. Y como el símbolo escogido es al mismo tiempo un rito de hospitalidad, indica que a través de su muerte Jesús conducirá a sus discípulos al lugar misterioso en donde él mismo se encuentra (12, 26; 14, 3).

En este nivel de profundidad, la descripción joánica de Jesús quitándose las vestiduras (v. 4) y volviéndoselas a poner (v. 12) puede ser muy bien intencional, ya que los verbos —títhémi y lambáno— son los que se utilizan en el capítulo 10 para decir que Jesús se desprende de su vida y la vuelve a tomar.

Los discípulos reunidos en torno al Maestro creen en él (excepto uno), pero siguen estando todavía más acá del acontecimiento pascual. Por tanto, no puede decirse que Jesús, por su gesto simbólico, les invite a admitir y a captar la necesidad de su muerte. Sin embargo, el rechazo violento de Pedro podría comprenderse, en un segundo nivel, como la transposición joánica del episodio sinóptico en que este discípulo se opone al anuncio de los sufrimientos del Hijo del hombre (Mt 16, 22 par).

La tradición cristiana primitiva ha subrayado fuertemente el carácter de «kénosis» inherente a la cruz. Este carácter está ausente del relato joánico de la pasión, en el que domina el tema de la realeza de Jesús. Pero, como si Jn hubiese querido mantenerlo, queda recogido en el episodio del lavatorio de los pies, trasunto simbólico de la muerte voluntaria de Jesús: sin perder el señorío que le confiere su condición filial, Jesús se presenta como el que sirve.

LA ACTUALIZACIÓN DEL GESTO DE JESÚS (13,12-15)

12 Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: “¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes?
13 Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy.
14 Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros.
15 Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes.

Termina la escena del lavatorio de los pies. Jesús «vuelve a tomar» sus vestiduras y ocupa de nuevo su lugar en la mesa entre los discípulos. Su última contestación a Pedro (v. 10) ha dejado a los comensales en suspenso: ¿por qué Jesús se ha portado así delante de ellos? Ahora el «Señor» se dirige al grupo, pero lo que les dice no es una «explicación» del misterio que ha simbolizado. Jesús se preocupa más bien de iluminar, a partir de su gesto, lo que les corresponde luego hacer a sus discípulos. En el capítulo 13 de Mateo, Jesús, después de contar a la gente la parábola del sembrador, vuelve a repetirla en el círculo de los discípulos, no para explicarla, sino para interpretarla en función de su propia situación. Aquí se trata de un procedimiento análogo.

En vez de traducir la primera frase de Jesús (v. 12) por una pregunta, creo que es mejor entenderla como un imperativo: Jesús exhorta a los discípulos a sacar las consecuencias para ellos mismos de lo que le han visto hacer, un acto cuya anomalía había subrayado justamente Pedro, al protestar vigorosamente contra él. De hecho, Jesús recoge el título de «Señor», que Pedro le ha dirigido, y le añade el de Maestro, para confirmar la validez de los dos; y luego vuelve a insistir. Se ha buscado adrede el contraste entre la persona de Jesús y su acto para estimular a los discípulos. Pero sigue siendo evidente una diferencia de nivel: de la relación Maestro/discípulos, Jesús pasa a la de los discípulos entre sí; de una relación fundadora en la que él solo tiene la autoridad y el poder, pasa a la relación entre hermanos.

La frase decisiva es la del v. 15, en el centro de todo el desarrollo:

Les he dado el ejemplo (hypódeigma), para que hagan lo mismo (kathós) que yo hice con ustedes.

El término hypódeigma tiene una connotación claramente visual, la de figura, imagen, «tipo», modelo, y, no sólo la acepción de «ejemplo» (que seguir o no seguir) en el orden moral. Se deriva del verbo defknymi, que significa «hacer ver, mostrar», y que tiene ordinariamente en Jn un valor teológico. Así, «el Padre muestra (al Hijo) todo lo que él mismo hace» (5, 20). A su vez, Jesús muestra a los discípulos lo que él hace. Y, lo mismo que el Hijo hace lo que ve hacer al Padre (5, 19), también Jesús pretende que los discípulos hagan lo que le han visto hacer a él. La mirada tiene en Jn una función importante: ver es quedarse sorprendido por una presencia, es contemplar en profundidad.

Este «ejemplo» —podríamos decir esta demostración—, no la presenta Jesús simplemente como un modelo exterior que imitar, sino como un don que engendra el comportamiento futuro de los discípulos. Es lo que da a entender, en la frase del v. 15, la conjunción kathós, que no significa simplemente «como» en sentido comparativo, sino que establece un vínculo intrínseco, una relación de generación. Podríamos parafrasearla así: «Al obrar de esta manera, os concedo que vosotros podáis obrar lo mismo que yo».


¿En qué consiste la acción que se espera de los discípulos? Evidentemente, no se trata de que reproduzcan la acción material de lavar los pies, sino de la disponibilidad fundamental y efectiva de estar al servicio unos de otros, un servicio sin reservas, exento de voluntad de poder. Es interesante preguntar si se puede establecer una relación entre el «ejemplo» que ha de seguirse y la «memoria de mí» que pide Jesús en la institución de la eucaristía. De hecho, el contexto es en los dos casos el mismo, el de la última cena; la insistencia en el «hacer» caracteriza a las dos frases; finalmente, en los dos casos, el sentido último es la comunidad de vida con Jesús.

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