El Rostro del Dios de la Misericordia Parábola del hijo pródigo (Lucas 15,11-32)

Lucas es el evangelista de la ternura de Dios. El autor que con más delicadeza nos presenta las entrañas el Padre: Dios es misericordia. En estas páginas, comentaremos la Parábola del hijo pródigo e intentaremos deslindar el rostro del Dios de la ternura.

1. Situación del episodio en el conjunto del evangelio

Las palabras de Jesús son, todas ellas, muy importantes; pero también es muy significativo el lugar que ocupan en el evangelio. El texto de Lucas, tal como lo presentábamos en la introducción, se divide en tres secciones. Nuestra parábola se halla en la segunda: el viaje de Jesús con sus discípulos desde Galilea hasta Jerusalén (9,51-19,27). Es la sección central del evangelio; y, además la más extensa.

Si consideramos con detenimiento el conjunto de la sección, observaremos que Jesús se dedica principalmente a comunicar enseñanzas a sus discípulos. Es cierto que también lleva a cabo diversas tareas, pero su cometido prioritario es enseñar a sus amigos las características del verdadero discípulo: la oración, el amor, la justicia, la misericordia, el perdón, etc. De alguna manera, en esa segunda sección, Jesús se hace Palabra. Una Palabra que siembra en el corazón de los apóstoles la fructífera semilla del reino.

Hagamos, ahora, una segunda observación. La parábola (15,11- 32) está, más o menos, en la parte central de la segunda sección (9,51-19,27). No está exactamente en el centro, pero ocupa una posición bastante central. Advirtamos ese detalle: la segunda sección describe las peculiaridades del auténtico discípulo, pero en la zona céntrica, se encuentra la parábola del hijo pródigo que nos explica la naturaleza más íntima del Dios de Jesús: la ternura y la misericordia. Jesús, durante el viaje, enseña a sus seguidores a ser buenos discípulos, pero en el centro de su enseñanza coloca la descripción del rostro de Dios.

Si nos fijamos, veremos que el auténtico protagonista no es el hijo pródigo, sino el padre. Viendo cómo actúa el padre percibimos la manera de ser de Dios. El objetivo de esta narración es hacernos descubrir la más íntima naturaleza del Dios de quien somos hijos: Padre de ternura y de misericordia.

El episodio pertenece al género literario de las parábolas. Una parábola es un fragmento del texto en que se confrontan elementos muy desiguales: en la parábola del grano de mostaza (Lc 13,18-19) se compara la pequeñez de la semilla con la magnitud del arbusto; en la de la levadura (Le 13,20-21) se parangona la nimiedad de la levadura con la gran cantidad de harina que hace fermentar. Nuestra parábola confronta la actitud tierna y misericordiosa del padre, con la actitud mezquina del hijo mayor y la traición del hijo menor.

Pero una parábola no se limita a confrontar elementos diversos. Obliga a quien la escucha, a darse cuenta de la enorme diferencia que hay entre las situaciones confrontadas, e inclinarse en favor de la mejor. Nuestra narración parangona la actitud del padre (ternura y misericordia) con las de los hijos (mezquindad y traición). Nos obliga a percibir la desemejanza entre ellas y a adherirnos a la del padre. Esta parábola, mostrando la trivialidad de la perspectiva humana (mezquindad y traición) nos hace discernir mejor la profundidad de la mirada de Dios (ternura y misericordia). La misericordia de Dios es infinitamente más poderosa que la fuerza del pecado y la estrechez de los hombres.

En el largo camino hacia Jerusalén, Jesús explica a sus amigos las cualidades que debe tener todo discípulo, y en esta parábola les muestra la intimidad de Dios. Pero también sabe muy bien que los proyectos humanos suelen ser geniales e ilusionados, pero que las respuestas son, muchas veces, tan sólo mediocres. Jesús no se conforma con presentar a Dios como un Padre de misericordia, sino que matiza, certeramente, la forma en que el Padre ejerce la ternura. Los discípulos se alejarán del camino propuesto por Jesús y abandonarán la senda del amor. Pero a pesar del pecado humano, Dios -igual que el padre de nuestra parábola- siempre permanecerá a la espera del retorno de sus hijos y, sin que ellos lo sepan, velará la senda de su regreso.

Nuestra parábola está precedida de otras dos que nos permiten contemplar a Dios como el Padre que siempre espera y perdona. La parábola de la oveja perdida (15,1-7) nos presenta al Dios de la ternura yendo en busca de aquel discípulo que se ha salido del camino. La dracma perdida (15,8-10) nos recuerda la preferencia del Dios de la misericordia por los pequeños y por todos aquellos  que se "pierden". El hijo pródigo nos muestra al Dios Padre que acoge siempre, espera siempre y perdona siempre sin imponer condiciones.

2. Lectura del texto (Lc 15,11-32)

Dijo (Jesús):
-Un hombre tenía dos hijos y el menor le dijo a su padre: -Padre, dame la parte de la fortuna que me corresponde.
El padre les repartió los bienes. No mucho después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo como un perdido. Cuando se lo había gastado todo vino un hambre terrible en aquella tierra y empezó él a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los habitantes de aquel país, que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los cerdos pero nadie se las daba.

Recapacitando entonces, se dijo: -¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a casa de mi padre y le diré: "Padre he pecado contra el cielo y ante ti. Ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros". Y, levantándose, partió hacia su padre. Estando él todavía lejos, lo vio su padre y se le conmovieron las entrañas; salió corriendo, se le echó al cuello y lo besó afectuosamente.

El hijo le dijo: -Padre, he pecado contra el cielo y ante ti. Ya no merezco llamarme hijo tuyo.
Pero el padre dijo a sus criados: -Traed aprisa el mejor vestido y vestidlo, ponedle un anillo en su mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado. Y comenzaron la fiesta.

Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas, y llamando a uno de los criados le preguntó qué era aquello. Él le dijo: -Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado sano.

Él se encolerizó y no quería entrar en casa; pero el padre salió e intentó persuadirlo. Pero él, respondiendo, dijo a su padre: -Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, y nunca me has dado un cabrito para comérmelo con mis amigos, y ¡ahora que ha vuelto ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el ternero cebado!

El padre le respondió. -Hijo, ¡tú siempre estás conmigo y lo mío es tuyo!, pero era necesario celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado.

3.1. La actitud de los d o s hijos

3.1.1. El hijo menor

a) La decisión de dejar la casa del Padre

La regla fundamental, en el derecho israelita, es que solo los hijos varones tienen derecho a la herencia. Entre ellos, el mayor tiene una posición privilegiada y recibe el doble que los demás en la distribución de los bienes paternos (Dt 21,17; metafóricamente 2 Re 2,9). Sin embargo, en nuestro texto, es el hijo menor quien pide al padre la parte correspondiente de la heredad.

El menor, el que tenía menos derecho, pide a su padre un lote de la fortuna familiar. No se limita a "pedir", sino que "exige". La palabra "dame" figura en imperativo. No se dirige a su padre mediante una súplica, o u n a solicitud; lo hace exigiendo una prerrogativa. El padre respeta la libertad de su hijo; y, sin replicar nada, reparte los bienes entre los dos hermanos. Después, el hijo menor, reuniendo todo lo suyo, abandona la casa paterna y se encamina a u n país lejano.

b) La experiencia de una vida que se destruye

Lejos de la casa del padre y en una tierra extraña, las condiciones se vuelven adversas. Para explicarnos plásticamente el estado de abandono que padece, la narración se vale de frases muy duras:

- Se ajustó con uno de los habitantes de aquel país.

 Aquel hijo que, tal vez, había abusado de su derecho al obligar a su padre a repartir la herencia, ahora tiene que "ajustarse" a las condiciones que le impone u n desconocido en u n país extranjero y en tiempo de hambre. Todos hemos experimentado, en nuestra vida que la existencia se hace más dura cuando debemos adaptarnos a las leyes del mundo por haber abandonado los preceptos de Dios.

- ... lo mandó a sus campos a guardar cerdos

Guardar cerdos era, desde la perspectiva de la religión judía, una actividad degradante e inaceptable. La misma legislación israelita prohíbe comer carne de cerdo, y el Antiguo Testamento considera el cerdo como un animal impuro (Dt 14,8). El Nuevo Testamento, destacando la repugnancia judía hacia los cerdos, nos cuenta la curación del endemoniado de Gerasa (Lc 15,26-39): los demonios que salen de aquel enfermo penetran en el cuerpo de los puercos, en lo más inmundo. La situación del hijo menor es peor que la de los mismos cerdos. Éstos pueden comer algarrobas, pero él ni siquiera puede saciarse con esta comida. Desearía comer el alimento de los puercos, pero nadie se lo da.

c) La decisión por rehacer la vida

Cuando la situación de este hombre no puede ser más desesperada, decide volver a la casa del padre. Pero fijémonos, con atención, en las razones que le impulsan a regresar al hogar paterno.

- La primera motivación, la más profunda y también la más real, es el hambre. La primera razón por la cual piensa volver no es por amor a su padre, ni para reconstruir la unidad familiar. La actitud de fondo por la que decide retornar es porque "no tiene donde caerse muerto" (como diríamos en un lenguaje coloquial): "Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras yo aquí estoy muriéndome de hambre".

- Una vez que ha padecido el dolor del hambre y el abandono, aparece una segunda reflexión: "He pecado contra el cielo y ante ti". La expresión "pecar contra el cielo" equivale a "pecar contra Dios". Durante el siglo I, los judíos no citaban el nombre de Dios. Únicamente lo pronunciaba con voz temblorosa el Sumo Sacerdote cuando, una vez al año, entraba en el recinto más sagrado y recóndito del Templo. En el habla cotidiana los judíos sustituían la palabra "Dios" por el término "cielo"; así, la realidad divina permanecía envuelta en el misterio. Esa segunda reflexión es crucial. El hijo menor se da cuenta de que él ha pecado. Su situación no es fruto de la casualidad ni de la mala suerte. Él mismo ha desordenado y arruinado su vida. Precisamente eso es el pecado: romper nuestra propia vida; hacer añicos el proyecto de Dios para con nosotros y destrozar la relación con los hermanos. La "cornada" del hambre le hace descubrir que él ha malbaratado su propia existencia y, a la vez, arruinado el proyecto de su padre en favor suyo.

- Consciente de su pecado, no se deja hundir en la desesperación, sino que toma la única decisión lúcida: "Levantándose, volvió a su padre". El pecado ha dejado secuelas en su vida, ya no se sentirá ante su padre como "hijo", se presentará como "jornalero". En su interior percibe la angustia de la ruptura que ha alterado para siempre la relación con el padre y, de igual modo, su manera de ser. El hijo menor vuelve, pero ya nada será como antes, tan solo aspira a sobrevivir, a ser un asalariado más. Pero ignora lo más importante: la misericordia del padre está muy por encima del pecado y la traición que él ha cometido.

3.1.2. El hijo mayor

Necesitaremos apreciar las características de este hijo al contraluz de la forma de vida del hermano menor.
  
a) Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa...

El hijo mayor es el que tenía, según la legislación de Israel, la preferencia en los derechos de herencia. En cambio constató cómo era el hermano menor quien exigía sus privilegios y se marchaba de casa con la mitad de los bienes. Él siguió trabajando en las duras tareas del campo, mientras su hermano -en un país lejano dilapidaba la fortuna viviendo licenciosamente. Durante largos años sirvió a su padre sin desobedecer una sola orden, pero nunca disfrutó de un cabrito con el que celebrar una fiesta con los amigos. Ahora ve cómo el hermano menor, que ha devorado la hacienda con prostitutas, es festejado con un ternero cebado.

La historia del hijo menor es la experiencia de una vida truncada por el orgullo y la traición; pero la vida del hijo mayor describe la rutina de una existencia triste y cerrada a la bondad del padre.

b) Él se irritó y no quería entrar

El hijo mayor se ha mantenido fiel a los mandatos de su padre. Desde la perspectiva puramente externa ha obrado con justicia y rectitud. Seguramente debía exigir en los demás la misma rigidez por la que él mismo tanto se esforzaba. Cuando se presenta el menor y el padre lo acoge con un amor intenso, el hermano mayor no puede entenderlo.

El odio hacia el hermano menor es inmenso. Dice a su padre: "...ese hijo tuyo"; una frase que denota una gran dosis de rabia, pero que refleja, sobre todo, la ruptura del hermano mayor con el menor. Observemos que el mayor no dice "...ese hermano mío"; esa frase denotaría aún una relación entre hermanos. La otra locución "...ese hijo tuyo" nos indica que el mayor quiebra la relación con el menor; éste ya no es su hermano, es solamente hijo de su padre. El hermano mayor siente la ira que le corroe por dentro y la manifiesta negándose a entrar en casa.

3.2. La actitud del padre

a) La relación con el hijo menor

El hijo menor vuelve a casa con el amargo sabor de la derrota y la mala conciencia del pecado. Él ha destruido su vida y ya sólo aspira, con suerte, a ser un jornalero más. Pero la actitud del padre con ese hijo es completamente distinta. El evangelio destaca en el padre una actitud interna: "se le conmovieron las entrañas", y dos actitudes externas: "celebremos una fiesta", y "le besó afectuosamente". Comentaremos escuetamente cada una de estas disposiciones del ánimo.

- ...se le conmovieron las entrañas...

El hecho de "conmoverse las entrañas" refleja el aspecto maternal del amor y la ternura. A una madre, en el momento de dar a luz a su hijo se le conmueven las entrañas. Es el mismo sentimiento de Jesús en situaciones importantes del evangelio. Cuando contempla la aflicción de la viuda de Naín ante el féretro de su hijo, se le conmueven las entrañas y dirigiéndose al cadáver exclama: "¡levántate!", y entrega el hijo vivo a su madre (Le 7,11-17). Jesús se hace plenamente solidario de aquella mujer; al Señor "se le conmueven las entrañas" ante el padecimiento de la madre desconsolada.

El padre de nuestra parábola siente en su seno la experiencia del amor maternal. También a él "se le conmueven las entrañas"; y recoge de nuevo en su regazo al hijo perdido. Fijémonos en el texto evangélico: "Lo vio de lejos, salió corriendo, se le echó al cuello, lo cubrió de besos". De alguna manera, todas estas acciones "vuelven a introducir en las entrañas del padre" al hijo que se fue y ahora regresa desangelado.

- ...celebremos una fiesta...

La actitud interior de "conmoverse las entrañas" tiene un intenso correlato externo. En todos los gestos externos se manifiesta el amor paternal con el hijo. El padre le vuelve a otorgar la categoría correspondiente en el seno de la familia. El traje, los criados que lo visten, el anillo en el dedo, las sandalias en los pies, describen cómo el padre restituye a su hijo la dignidad perdida.

- ...le besó afectuosamente...
Cuando hablábamos del amor "maternal" del padre por su hijo recogíamos esta expresión, pero también es posible completarla desde un matiz peculiar. La amistad adulta entre dos hombres se expresaba, a menudo, mediante un beso. Cuando Pablo parte de viaje, los discípulos de Éfeso lo despiden con un beso (Hch 20,37); Jesús recrimina al fariseo que lo ha invitado, el no haberlo recibido con un beso (Lc 7,45), mientras que la mujer pecadora sí lo ha hecho (Lc 7,38).

El beso afectuoso con que el padre recibe a su hijo adquiere la connotación del "amor de amigo". El padre ha mostrado un amor "maternal" y "paternal", pero manifiesta, también, con esa postura la perspectiva "amistosa del amor". Un teólogo medieval (Tomás de Aquino) decía que la amistad es la forma privilegiada del amor, porque es una relación que brota de la libertad. El padre es "padre" por naturaleza pero se convierte en "amigo" por opción.

En ningún momento ha aplicado el padre, como suponía el hijo menor, un tipo de justicia basado en modelos humanos. Según esos esquemas el hijo no debería tener derecho a porción alguna de los bienes familiares. Tendría que ser un jornalero más; él mismo, al volver a casa había decidido eso. En cambio, cuando regresa, el padre no le pide razones de su comportamiento ni le reprocha su traición, sino que lo acoge como hijo mediante la triple manifestación del amor que hemos descrito.

b) La relación con el hijo mayor

El hijo mayor había permanecido siempre con su padre, obedeciendo sus mandatos, y aplicándose en las tareas. Pero, seguramente, habría permanecido cerrado a la actitud amorosa del padre. Es como las piedras sumergidas desde siempre en el fondo del mar, rodeadas de agua por todas partes pero que en su interior están resecas. Habiendo estado rodeado del amor de su Padre no ha percibido nunca la ternura de su cariño. Recordemos la cruel respuesta que profiere contra su padre: "...jamás me has dado un cabrito para comérmelo con mis amigos...".

El hermano menor se marchó de casa destruyendo la hacienda. El mayor no quiere entrar en casa para disfrutar la fiesta familiar; de ese modo, también se niega a dejarse amar por su padre. El padre le dice: "¡tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo!". Este hermano había estado siempre en contacto con el padre pero carecía de lo más esencial: la experiencia del contacto personal con él. No dejarse querer por Dios es una manera muy sutil de huir de la casa del Padre, y muestra otra manera con la que se echa a perder el amor de Dios.

3.3. La actitud de fondo de los personajes

Hasta ahora hemos descrito las dos situaciones contrapuestas del padre y los hijos. En el fondo de estas actitudes radica una opción básica distinta: el Padre representa la opción que hace nacer la vida, mientras los hijos muestran la opción que los conduciría a la muerte.

Apreciemos las palabras del padre respecto del menor: "...porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida". Y también lo que le dice al mayor: "...este hermano tuyo que estaba muerto ha vuelto a la vida". Nuestro Dios es el Señor de la vida. La opción más profunda del padre por sus hijos es la vida; él desea que vivan plenamente. Notemos la gran diferencia con las palabras de los criados: "...a tu hermano tu padre lo ha recobrado sano". A Dios no le basta la salud física de sus hijos, Él desea la profundidad y la intensidad en la vida.

El Padre de la vida también cree en la libertad. No hay vida sin libertad. Por eso respeta la decisión del menor de marcharse de casa y no se enfrenta agriamente con el mayor cuando, henchido por la ira, se niega a entrar en el hogar. Simplemente les recuerda que él es vida, vida expresada mediante el perdón, la acogida, la ternura, y la fiesta.

La descripción de los dos hermanos pone ante nuestros ojos la negativa a participar de la vida nacida de las entrañas del padre. El menor se marcha de casa, y la vida que había disfrutado en el hogar adquiere el sabor amargo del desamparo en tierras lejanas. El mayor había vivido siempre en casa pero no había sabido disfrutar de la vida de su padre. Ahora, al oír los aires de fiesta, ve la naturaleza íntima de su padre y se niega a entrar. La cerrazón ha hecho de su existencia una vida triste y mezquina.

La actitud del hijo mayor guarda todavía otra lección. El que ha vivido siempre en el nido paterno y no ha sabido gustar la ternura del padre, se queja por no haber recibido un regalo banal: "nunca me diste un cabrito...". El premio de los discípulos de Cristo consiste en estar en la casa del Padre: "¡si todo lo mío es tuyo!" le recuerda el padre a su hijo. ¡Cuántas veces en nuestra vida cristiana nos sabe a poco tener a Dios por Padre, y nos dedicamos a perseguir otros premios: el poder, el tener, o el aparentar! El amor con amor se paga, el gozo de ser cristiano radica en serlo; y nuestra suerte sólo es una: sabernos en manos del Dios de la misericordia. La búsqueda de cualquier otra recompensa nos hace salir de la casa, como le sucedió al hijo menor, o nos impide entrar en ella, como era el caso del mayor.

Contamos con una gran certeza, ni la mezquindad del mayor ni la traición del más joven, tienen poder suficiente para derrotar la fuerza del amor del padre. La muerte nunca puede con la vida; ése es el mensaje del evangelio: "Jesús de Nazaret, el Crucificado, ha resucitado" (Me 16,6). La ternura y la misericordia del padre han reengendrado a los dos hermanos y los han introducido de nuevo en el seno de la vida.

4. Síntesis final

La parábola del hijo pródigo tiene una única finalidad: presentarnos la intimidad del Dios que nos invita a seguirle. El rostro de Dios Padre tiene los rasgos de la vida. Él es quien engendra la vida en aquellos que se deciden a ser discípulos suyos. Dios padre genera la vida porque Él es amor. La ternura y la misericordia de Dios no constituyen un concepto, sino que se palpan desde la experiencia de habitar en casa del Padre.

El hijo menor representa al discípulo orgulloso que se ha apartado del camino. Fuera de la casa del Dios de la vida se sorbe la desgracia de los ídolos de muerte. El discípulo decide volver a la senda y allí experimenta la profundidad de la vida. El padre lo acoge de nuevo, de alguna manera vuelve a engendrarlo. El amor maternal, paternal y amistoso del Padre, devuelven a aquel hombre vencido la certeza de sentirse querido.

El hermano mayor es el prototipo de cristiano que ha creído estar siempre en el camino, pero le ha faltado lo más importante: el encuentro personal con el Dios de la vida. Durante toda su existencia, aquel hijo había habitado la casa y había trabajado con afán en sus campos; pero no había experimentado el hondo gozo del amor del Padre.

Fuente: Francesc Ramis Darder. Lucas, evangelista de la ternura de Dios. Diez catequesis para descubrir al Dios de la misericordia










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