Jesús, Misericordia del Padre. La Mujer Adúltera: "Tampoco yo te condeno... no vuelvas a pecar" (Jn 8,1-11)


En el evangelio de  hoy, Jesús nos presenta cuál es el rostro del Padre al perdonar a la mujer adúltera, al regalarle una nueva vida. Como seguidores de Jesús, ése es el rostro que estamos llamados a mostrar, la vida que queremos difundir.




El episodio de la mujer adúltera ha sido llamado por algunos estudiosos "un meteorito sinóptico en Juan". Es como si un trozo de los evangelios sinópticos (Marcos, Mateo, Lucas) se hubiese desprendido de su lugar original y, después de dar muchas vueltas, hubiese caído en este evangelio.

¿Por qué este pasaje ha tenido que buscar un hueco donde acomodarse? La respuesta la encontramos en la situación de la Iglesia de los primeros siglos. Los primeros cristianos consideraban que el adulterio, la apostasía (significa renunciar a la fe) y el homicidio eran pecados incompatibles con la vida de los bautizados, pecados que provocaban la inmediata expulsión de la comunidad y cuyo perdón estaba reservado a Dios al final de los tiempos. Pero en este episodio Jesús no juzga a la mujer adúltera, y, además, la perdona. En aquella situación, este pasaje era incómodo para una Iglesia que, a veces, juzgaba con severidad.

Este pasaje también podía haber sido eliminado de los evangelios. Si no lo hicieron fue porque los primeros cristianos tendrían conciencia de que algo así tenía que ser cosa de Jesús, y nadie quiso suprimirlo.

De este modo, el pasaje fue pasando de un escrito a otro hasta que Juan, que es el evangelio más tardío, le hizo u n hueco en un lugar donde venía bien para ilustrar el dicho de Jesús en J n 8,15: "Yo no quiero juzgar a nadie".
Por tanto, nos encontramos ante un fragmento evangélico que no perteneció originalmente al evangelio de Juan, pero que forma parte del NT inspirado, como el resto de la Escritura. Nosotros lo hemos elegido por su fuerza para revelar la misericordia del Padre.

La introducción de este episodio muestra a Jesús enseñando en el Templo de Jerusalén. Los maestros de la ley y los fariseos, que en este pasaje son los personajes que se oponen a Jesús, entran en escena. Se presentan con una mujer sorprendida en adulterio y la colocan "en medio de todos", que es el lugar de los que van a ser juzgados. Maestros de la ley y fariseos hacen, entonces, la siguiente pregunta a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida cometiendo adulterio. En la ley de Moisés se manda que tales mujeres deban morir apedreadas. ¿Tú qué dices?".

Formulada la pregunta, los lectores sentimos una cierta extrañeza. Es cierto que uno de los mandamientos del Decálogo va en contra del adulterio (Ex 20,14), pero también es verdad que el adulterio es cosa de dos personas. Y si la ley pedía la muerte de ambos (Lv 20,10; Dt22, 22), ¿por qué sólo se juzga a la mujer? Aún hay algo más: ¿por qué a ella, que es la sentenciada, no se le da posibilidad de defenderse o justificar su acción? No se le pregunta, no se la toma en cuenta para nada. Ni siquiera le dan la palabra. El versículo 6 nos ofrece la respuesta a estas preguntas: "... querían encontrar un motivo para acusarle". El juzgado era Jesús, la mujer era sólo un pretexto; la escena, una trampa. ¡Y qué bien tramada! Porque Jesús no tenía escapatoria posible: si proponía el perdón entraría en conflicto con la ley de Moisés que ordenaba apedrear a los adúlteros; si aprobaba la ejecución, su fama de hombre compasivo y misericordioso se vendría abajo. La intención que ocultaba la pregunta era acusar a Jesús.

Jesús, lleno de recursos, recuerda los gestos mediante los que tantas veces hablaron los profetas del AT, y recurre a ellos: se pone a escribir en el suelo. A los escribas y fariseos les hace recordar un pasaje del profeta Jeremías: "Los que se apartan de mí (de Dios) serán inscritos en el suelo" (Jr 17,13). Sienten que así es como escribe Dios el nombre de los pecadores y cada uno se da cuenta de que entre esos nombres está también el suyo. Jesús con unas pocas palabras: "Aquel de vosotros que no tenga pecado puede tirarle la primera piedra", les remite a su propia conciencia de pecadores. Entonces aquellos hombres se marcharon "y dejaron solo a Jesús con la mujer".

La escena ha cambiado bruscamente. Comenzó con una doble acusación, contra la mujer y contra Jesús, por parte de los escribas y fariseos. Pero la encerrona se ha vuelto contra quienes la tramaron. Ahora no hay acusadores: Jesús no juzga a sus oponentes, sólo les pone en condiciones de que sean jueces de sí mismos, de que se traten con el mismo rigor que han demostrado frente a la mujer. Ni siquiera juzga a la mujer: "Tampoco yo te condeno". Pero no justifica ni acepta el pecado de ninguno de ellos: a los acusadores les obliga a retirarse ante la toma de conciencia de sus faltas, y a la mujer le pide: "...no vuelvas a pecar". Con esta actitud de rechazar el pecado y acoger al pecador, afirma una vez más que su misión no tiene nada que ver con la condena, porque así es la actitud misericordiosa del Padre.

Revisemos nuestra vida

Hay comportamientos que socialmente no son admitidos. Por ejemplo, no se ve bien a las personas que están enganchadas a la droga, o a las que han caído en la prostitución, y rápidamente pasamos a enjuiciarlas: "son unas viciosas, gente de mal vivir"... Solemos juzgar a los demás según nuestro modo de ver las cosas, de acuerdo a nuestra forma personal de situarnos ante la vida: "ése no sabe organizarse", "aquélla derrocha el dinero", "¡vaya ideas que tiene éste!"...

¿A qué tipo de personas suele juzgar con más dureza nuestra sociedad? ¿Qué se dice de ellas?

Y tú, ¿a quién juzgas más duramente?

Como cristianos, nuestro punto de referencia no es la sociedad, sino Jesús. Los evangelios recogen sus actitudes en diversas circunstancias de la vida. Veamos qué tiene que decir de las condenas a las que, a veces, sometemos a los demás.

 Observemos los personajes que aparecen en el pasaje. Fijémonos:

o   ¿Cómo actúan los acusadores frente a la mujer: ¿Qué dicen?
o   ¿Cómo actúan los acusadores frente a Jesús: ¿Qué dicen?
o   ¿Cómo actúa Jesús frente a los que acusan: ¿Qué les dice?
o   ¿Cómo actúa Jesús frente a la mujer: ¿Qué le dice?
o   ¿Qué rostro del Padre presenta Jesús en este pasaje?

Volvemos sobre nuestra vida

Al comienzo descubrimos con qué facilidad y superficialidad juzgamos a la gente, con qué rapidez les arrojamos piedras. Leyendo el evangelio de Juan hemos comprobado que Jesús no fue así. Era el único que podría haber apedreado a la mujer y no lo hizo. Su mirada iba más allá de las apariencias. Después de contemplar la actitud de Jesús, vamos a sacar consecuencias concretas para nuestra vida;

¿Qué aprendes de la actitud de Jesús con respecto a los juicios que hacemos sobre los demás?
¿Cómo podemos mostrar el rostro misericordioso del Padre?

Intenta dar respuestas que te lleven a adoptar actitudes concretas para la vida.
Recordemos las piedras con las que la sociedad golpea la vida de muchas personas, las pedradas que yo he recibido, las piedras que he lanzado.


Dejemos la piedra en el suelo. Reconozcamos nuestro pecado y confiemos en  la misericordia de Dios que acepta un corazón arrepentido. Demos gracias al Señor por el perdón que nos concede por nuestros pecados y pidiendo que su amor se desborde en mí, en nosotros a favor de los demás.





                                                                 Fuente: El Amor Entrañable del Padre. Guía para una lectura comunitaria del evangelio de Juan


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