EL ARTE DE LA ORACIÓN VI. OTROS TEXTOS
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Gracia y Paz de parte de Dios nuestro Padre y de Cristo Jesús nuestro Señor. (2 Cor 1, 3).
Además de
Teófano y de Ignacio, el Padre Chariton cita a San Dimitri, Metropolitano de
Rostov (1651-1709), uno de los más célebres predicadores de la Iglesia Rusa,
cuya principal obra literaria consiste en una importante colección de vidas de
santos. En ocasiones, cita igualmente a otros autores de fines del siglo XIX,
tales como el obispo Justino, Nikon y San Juan de Kronstadt. Incluye también en
su antología numerosos textos griegos, especialmente extractos de Marco el
Ermitaño y de las homilías de San Macario (siglo V), de los Santos Barsanufio y
Juan (siglo VI), de Simeón el Nuevo Teólogo (siglo XI), de San Gregorio el
Sinaíta y de San Gregorio Palamas (siglo XIV). Se encuentran además en ella,
los nombres de algunos Padres sirios, tales como San Efrén (siglo IV) y San
Isaac (siglo VI).
La
mayoría de las citas de estos autores no rusos fueron tomadas de la gran
colección denominada Filocalia (amor a la Belleza), que fue por primera
vez editada en griego por San Nicodemo de la Santa Montaña, en 1782. Una
versión en eslavo fue hecha diez años más tarde por el starets ruso Paisij
Velichkovsky, mientras que una edición mucho más vasta era publicada por
Teófano el Recluso, en cinco volúmenes, en 1876-1890, bajo el título de Dobrotoljoubié
(amor de la Bondad), Es esta última edición la que consultó Chariton. En el
conjunto, sin embargo, su obra no contiene más que algunas referencias y
extractos de la Filocalia; tal vez a causa de su deseo de mantener su
antología lo más simple y accesible que fuera posible temiendo que la Filocalia
fuera demasiado ardua para la mayoría de sus lectores. Prefirió, por consiguiente,
las obras de Teófano y de Ignacio, que contienen precisamente las mismas
enseñanzas de base que los textos griegos de la Filocalia, pero las
presentan bajo una forma más fácilmente asimilable para los cristianos del
siglo XX. Según las palabras del mismo obispo Ignacio (no habla evidentemente
de sus propias obras, pero lo que dice se aplica tanto a él como a Teófano):
"los escritos de los Padres rusos nos resultan más accesibles que los
de autores griegos, a causa de la claridad y simplicidad de sus exposiciones, y
también porque se encuentran más cercanos a nosotros en el tiempo".
Jhoani Rave Rivera
(C.O.P.S.)
por el Higúmeno Chariton De Valamo
Páginas 150-180
III
OTROS TEXTOS
Las hojas y el fruto
Un hermano preguntaba al apa Agathón:
"Decidme, Padre, ¿qué es más grande, la ascesis corporal o la vigilancia
interior?" El replicó: "El hombre es como un árbol, la ascesis
corporal son las hojas y la vigilancia interior es el fruto. Dice el Evangelio:
'Todo árbol que no lleva fruto será cortado y arrojado al fuego (Mat. 3, 10).
Resulta entonces claro que todo nuestro esfuerzo se dirige al fruto, es decir,
al cuidado del intelecto, sin embargo, también necesitamos de la protección y
el abrigo de las hojas, es decir, de la ascesis corporal".
Apotegmas de los Padres
del Desierto - Ed. Lumen, Bs. As., 1979.
Colección
de sentencias y
hechos de los primeros solitarios y monjes de Egipto (En especial Escete, Nuria
y Las Celdas) de los siglos IV y V.
Es
necesario combatir a Satán en el corazón
La tarea más importante de un luchador
espiritual es entrar en su corazón y combatir allí a Satán, odiar y rechazar
los pensamientos que inspira, y hacer la guerra contra él.
Esfuerzos
del hombre y frutos del Espíritu
Si no estamos colmados interiormente de
bondad y simplicidad, nuestras actitudes exteriores de oración no nos darán
ningún beneficio. Esto es verdad no sólo para la oración, sino para cualquier
trabajo y cualquier esfuerzo, tales como la continencia, el ayuno, o toda obra
emprendida por amor de la virtud. Si no percibimos en nosotros frutos
abundantes de amor, de paz, de alegría y de dulzura, de humildad y simplicidad, de sinceridad, de fe
y de generosidad, es que hemos trabajado en vano y sin provecho, pues todo el
fin de nuestros esfuerzos y de nuestro trabajo era adquirir esos frutos. Si los
frutos de amor y paz no están en nosotros, entonces nuestro trabajo íntegro es
inútil y vano. Aquéllos que trabajan de esta manera
serán en el día del juicio como las cinco vírgenes imprudentes, que son así
llamadas porque no tenían, en las lámparas de su corazón, el aceite espiritual, es decir las virtudes que terminamos
de mencionar; a causa de ello fueron dejadas afuera de la sala de bodas,
y su virginidad no les fue de ningún beneficio.
Los propietarios que trabajan en sus viñedos
emprenden su trabajo con la esperanza de verlo producir fruto, y si no recogen
fruto, todo su trabajo carece de valor. De la misma manera, si no vemos en
nosotros mismos, por la acción del Espíritu, los frutos de amor, de paz, de
alegría, de humildad y de todas las otras virtudes enumeradas por el Apóstol
(Ga. 5, 22), si no sentimos con plena seguridad y una especie de percepción
espiritual que ellos están presentes en nosotros, entonces todo el trabajo de
la castidad, de la oración, de la salmodia, del ayuno, de la vigilia, habrá
sido vano y sin beneficios. Pues esos trabajos del alma y del cuerpo deben ser
practicados en la esperanza de adquirir frutos espirituales; y el fruto del
Espíritu que traen las virtudes, es la alegría espiritual, una alegría sin
corrupción, conferida por el Espíritu en el corazón de los fieles. Los
esfuerzos y las tentativas no deben pues, ser consideradas, más que por lo que
son en verdad, es decir, esfuerzos y tentativas y nada más, y el fruto por lo
que él es, es decir, el fruto. Sin embargo, sucede que, por ignorancia, alguien
llega a considerar su esfuerzo como el fruto del Espíritu; de ese modo se
equivocan gravemente, y este error lo priva de los verdaderos frutos del
Espíritu, que son de grandeza incomparable.
Los esfuerzos del hombre y la oración otorgada por
la gracia
Sucede que, en respuesta a su pedido, el hombre
recibe el don de la oración al mismo tiempo que un sentimiento, al menos
parcial, de paz y de alegría en el
Espíritu. Esto puede serle acordado a pesar de su falta de vida interior,
porque él se ha obligado a orar, no teniendo
en vista más que la obtención de esta gracia, sin haber adquirido la dulzura,
la humildad y el amor, y sin haber cumplido los otros mandamientos del Señor. Pero su carácter
permanecerá tal como era
anteriormente, pues no ha hecho nada para adquirir la dulzura y no se ha
preparado para recibirla. No tiene humildad, pues él no ha pedido, ni se ha
esforzado por ser humilde. No tiene ningún amor por los hombres, pues no se ha
preocupado de ello y no ha orado ardientemente para que ese amor le fuera dado.
En efecto, aquéllos que se esfuerzan en orar, incluso contra el deseo de su
corazón, deben igualmente obligarse a amar, a ser dulces, inocentes y
generosos. Deben también esforzarse por ser humildes, considerándose como los
más miserables y los más indignos entre los hombres. Deben refrenar la charla
inútil, meditando sin cesar las palabras del Señor, guardándolas en su corazón
y sobre sus labios. Deben también esforzarse por evitar la irritación y los
propósitos violentos, según la palabra de la Escritura: "Que toda amargura, indignación o cólera, que
todo clamor, toda palabra mala, sean rechazados, así como toda malicia"
(Ef. 4, 31).
En respuesta a esos esfuerzos, el Señor, que
ve el deseo ardiente del hombre, le otorgará el poder de cumplir sin pena y
espontáneamente todas las cosas que anteriormente realizaba con gran trabajo, a
pesar de todos sus esfuerzos, por causa del pecado que reinaba en él. Todas
esas prácticas de virtud llegarán a ser en él como una segunda naturaleza, pues
finalmente el Señor viene hacia el hombre y permanece en él, y él en el Señor;
y el Señor mismo cumple en él, sin esfuerzo, sus propios mandamientos
colmándolo con los frutos del Espíritu Santo.
San Macario de Egipto (300—390), uno de los más
grandes maestros del monaquismo primitivo, fundador de Escete en el desierto de Egipto. Los diferentes escritos que le
fueron atribuidos tradicionalmente no son actualmente considerados como obra suya. Su origen exacto permanece oscuro, pero parece que podrían haber
sido compuestos en Egipto o en Siria hacia fines del siglo IV o comienzos del V.
Afuera, está la muerte; adentro, el reino
El reino de Dios está dentro vuestro. Si el
Hijo de Dios permanece en vosotros, el reino de Dios también está allí. En el
interior se encuentran las riquezas del cielo, si las deseáis. El Reino está en
vosotros, pecadores, si lo queréis. Entrad en vosotros mismos, buscad con más
ardor y lo encontraréis sin mucho esfuerzo. Afuera está la muerte, y la puerta
de la muerte es el pecado. Entrad en vosotros mismos y permaneced en vuestro
corazón, pues Dios se encuentra allí.
San Efrén el Sirio (306-373), autor ascético y dogmático. Escribió varios himnos
y comentarios sobre la Biblia. Sus obras, escritas en sirio,
fueron muy tempranamente traducidas al griego
Los tres gigantes espirituales Si
quieres triunfar sobre las pasiones, entra en ti mismo por la oración y con la
ayuda de Dios; luego, desciende en las profundidades de tu corazón y allí
destruye a esos tres temibles gigantes: el olvido, la pereza y la ignorancia.
Ellos son los tres principales auxiliares de nuestros enemigos espirituales.
Todas las demás pasiones, sostenidas por ellos, llegan al corazón, actúan,
viven y se fortifican en las almas que se dejan ir o a las que falta formación.
Pero si, por medio de una atención sostenida y perseverante, y con la ayuda de
lo alto, encuentras esos gigantes, - a quienes muchos no saben reconocer -, los
arrojarás fácilmente con las armas de la justicia, que son el pensamiento de lo
que es bueno, la prisa por llegar a la salvación, y el conocimiento que viene
del cielo.
Los ladrones espirituales
Los ladrones no atacan una plaza donde
ven que las armas del rey han sido preparadas para combatirlos;
igualmente, aquél que implantó la oración en el corazón, no es fácilmente
atacado por los ladrones espirituales.
Marco el Ermitaño, o el Asceta, o el Eremita:
autor ascético griego que vivió en Egipto o en Palestina a comienzos del siglo V.
Los
frutos de la meditación secreta
El sabio que posee abundantes riquezas las oculta en el interior de su casa, pues los terceros que aparecen
ante los ojos de los hombres excitan su codicia,
y los poderosos de la tierra los desean. Es así que el monje humilde y virtuoso oculta
sus virtudes y no sigue sus propias voluntades. Por el contrario, él se censura
a toda hora, y emplea todas sus energías en la meditación secreta, según las
palabras de la Santa Escritura: "Mi
corazón no se ha engreído dentro mío, y un fuego se ha encendido en la
meditación" (Salmo 38, 4).
¿De qué fuego se trata? El fuego del que la Escritura nos habla aquí, es Dios:
"Nuestro Dios es un fuego que
consume" (Heb. 12, 29). El fuego hace fundir la cera y seca la madera;
del mismo modo, la meditación secreta hace fundir los malos pensamientos y
colma de alegría nuestro corazón. La meditación secreta hiere a los demonios y arroja los malos
pensamientos. Aquél que se arma con esta meditación secreta haciendo
resplandecer así al hombre interior, es fortificado por Dios y por los ángeles
y glorificado por los hombres.
La meditación secreta y la lectura hacen al
hombre semejante a una fortaleza inexpugnable, a una plaza fuerte invencible, a
un abra de paz que permanece sin turbación y sin desfallecimientos. Los
demonios son confundidos cuando el monje se arma de esta meditación secreta y
de esta lectura. La meditación secreta es un espejo para el alma y una luz para
la conciencia; destruye la concupiscencia, calma el arrebato, disipa la cólera,
expulsa la amargura, hace huir la irritabilidad y destierra la injusticia. La
meditación secreta ilumina el espíritu y expulsa la pereza. Es de ella que nace la ternura que entibia y
endulza el alma. Es por su intermedio que el temor de Dios penetra en nosotros
y permanece allí, tocándonos hasta las lágrimas. Es por la meditación secreta
que el monje recibe la verdadera humildad de espíritu, una oración sin
turbación, una vigilia plena de ternura y calor. La meditación secreta dispersa los malos, pensamientos,
arroja los demonios, santifica el cuerpo, nos enséñala paciencia y la
resistencia y nos recuerda sin cesar
el tormento. La meditación secreta preserva al intelecto de las distracciones y
lo ayuda a reflexionar sobre la muerte, está llena de todo tipo de buenas
obras, adornada dé todas las virtudes y alejada de toda mala acción.
Abba Isaías, o San Isaías el
Eremita (- 488), fue monje primero en Escete (Egipto), luego en Gaza
(Palestina).
Un
remedio que cura todas las pasiones
Debemos saber que la invocación constante del
nombre de Dios es un remedio que cura, no sólo todas las pasiones, sino incluso
sus efectos. Cuando un médico aplica un remedio o un ungüento sobre la llaga de
su paciente, dicho ungüento actúa sin que el paciente sepa cómo; igualmente, el
nombre de Dios, cuando lo invocamos, destruye todas las pasiones, aunque no
sepamos cómo.
Que
este nombre sea vuestro refugio
Hermano, las pasiones son aflicciones; es por
ello que el Señor no nos excomulgará por causa de ellas. Por el contrario, ha
dicho: "Invócame en tiempo de
aflicción, yo te libraré y tú me darás gloria" (Salm. 49, 15). Por
consiguiente, cuando estás asediado por una pasión cualquiera, nada puedes
hacer más útil que invocar el nombre de Dios. Todo lo que podemos hacer,
débiles como somos, es refugiarnos en el nombre de Jesús. En efecto, las
pasiones, que son demonios, se retiran cuando se invoca ese nombre.
El
trabajo interior
Si la actividad interior, según la voluntad
de Dios, no viene en ayuda del hombre, éste se fatiga exteriormente en vano.
Barsanufio
y Juan de Gaza (hacia 540). Recluidos en el monasterio de Seriaos, cerca de
Gaza, dejaron una importante correspondencia de orientación, bajo la forma de
respuestas a problemas prácticos.
El reino interior La escala del reino
Entrad con ardor en vuestra celda interior y
veréis la morada celeste, pues ellos sólo hacen uno, y no hay más que una
entrada para ambos. La escala que lleva al reino está escondida en vosotros y
se encuentra en vuestra alma. Entrad en vosotros mismos y descubriréis allí los
escalones por los cuales podéis subir.
Isaac de Nínive, o el
Sirio: Antiguo Obispo vestoriano de Nínive (siglo VII) entra en el mundo
bizantino en el siglo IX por la traducción griega de dos monjes sabaítas,
Abramios y Patricios y se convierte
en San Isaac el Sirio.
Es posible hacerse una idea de su influencia en el siglo XIV por la "Centuria" de Calisto e Ignacio
en "La Filocalia de la Oración de Jesús", Ed. Lumen, Bs.
As. 1979.
La
meditación secreta y la oración continua
Cierto hermano, llamado Juan, llegó a la
costa para ver al Santo Padre Filemón y, habiendo abrazado sus pies, le dijo:
"¿Qué debo hacer para ser salvado, Padre? Mi espíritu está distraído y
erra por aquí y allí, dónde no debiera". Después de un corto silencio,
Filemón dijo: "Se trata de una enfermedad que sufren aquéllos que son
exteriores, y ella permanece en ti porque tu amor de Dios todavía no es
perfecto. Hasta ahora el calor del amor y del conocimiento, de Dios no está
todavía en ti”. -El hermano le preguntó: "¿Qué debo hacer entonces?"
Ve, respondió el Padre, y a partir de ahora practica la meditación secreta en
el fondo de tu corazón. Esto curará tu espíritu de su mal". El hermano, no
comprendiendo lo que él decía, preguntó a Filemón: "¿qué es la meditación
secreta?" "Ve, respondió el Padre, guarda la sobriedad en tu corazón,
y repite interiormente con temor y temblando: 'Señor Jesucristo, ten piedad de
mí'. Esto es lo que el bienaventurado Diádoco prescribía a los
debutantes".
El hermano le dejó y, con la ayuda de Dios y
las oraciones del padre, comenzó a conservar el silencio y a gustar la dulzura
de esta meditación secreta. Sin embargo, esto duró solo un tiempo. Como esta
gracia lo había abandonado súbitamente y le era imposible conservarla y orar
sobriamente, volvió hacia el Padre y le confió lo que le sucedía. El Padre le dijo: "
¡Y bien! Tú has marchado
un poco en el camino del
silencio y de la práctica interior, y has gustado su dulzura. En adelante,
consérvala constantemente en tu corazón. Ya sea que comas o bebas, que hables
con alguien, fuera de tu celda, o en alguna parte en el camino, no olvides de
recitar esta oración con un espíritu sobrio y atento, de cantar o meditar las
oraciones o los salmos. Incluso cuando debas satisfacer una necesidad, no
permitas a tu espíritu estar ocioso, sino que medite y ore en secreto. En todo
instante, cuando duermes o velas, cuando comes o bebes, cuando hablas con
alguien, conserva secretamente tu corazón aplicado a la oración, ya sea
meditando un versículo de los salmos, o repitiendo la oración: 'Señor Jesucristo, hijo de Dios, ten piedad
de mí".
Abba Filemón: Eremita egipcio que
vivió entre los siglos VI y VII
El nuevo cielo del corazón
Es necesario mucho tiempo y esfuerzos en la oración
para llegar a un estado del intelecto libre de toda
turbación, que es ese cielo nuevo del corazón en el que permanece Cristo. Como
dice el Apóstol: "¿No os dais cuenta
de que Jesucristo está en vosotros? " (2 Cor. 13, 5).
Juan, obispo
de Karpathos, isla situada entre Creta y Rodas, autor espiritual del siglo VII
Que la Oración de Jesús se ligue a vuestro
soplo
Si queréis verdaderamente desembarazaros de
vuestros pensamientos, estar verdaderamente silenciosos y vivir en la alegría
sin esfuerzo, con un corazón sobrio y pacificado, haced que la Oración de Jesús se una a vuestra respiración, y en pocos días veréis que todo eso se realiza.
Hesiquio de Batos (siglos
VII — VIII) fue
higúmeno del monasterio de Batos, en Sinaí, y autor de dos centurias: "Acerca de la Sobriedad y la virtud". Ver "La Filocalia de la Oración de Jesús",
Ed. Lumen, Bs. As. 1979.
Exilio
y restauración
Después de haber exiliado al hombre del
paraíso y de haberlo separado de la comunión con Dios empujándolo hacia el
pecado, el diablo y sus ángeles han encontrado acceso a la facultad de
razonamiento de cada hombre; pueden
así, durante el día y la noche, ejercer una influencia sobre su
intelecto. Algunos sufren poco esta influencia, otros más, y otros todavía, le
están completamente sometidos. El único medio de defenderse contra los demonios
es recordar constantemente a Dios. Ese recuerdo debe ser impreso en el corazón
por el poder de la cruz, tornando así al intelecto firme e inquebrantable. He
aquí el fin hacia el cual deben tender todos nuestros esfuerzos en la vida
espiritual. Todo cristiano está llamado a seguir este camino, y si marcha en
otra dirección, sus esfuerzos son vanos, Todo hombre que lleve a Dios en su
interior emprende también todos los ejercicios de la vida espiritual con este
solo fin. Por medio de una mortificación voluntaria, se esfuerza por llamar
sobre sí la bondad del Dios de misericordia, a fin de ser restaurado en su
estado primordial y recibir en su intelecto el sello de Cristo, según la
palabra del apóstol: "Mis pequeños
hijos, por los que sufro los dolores del parto hasta que se forme Cristo en
vosotros" (Ga. 4, 19).
Simeón el Nuevo Teólogo: (917 - 1022). Discípulo de Simeón Studita,
llamado Eulabes (986) fue higúmeno de un monasterio de Constantinopla. Su vida
fue escrita por Nicetas Stéthatos. Su obra se compone de catequesis y poesías místicas.
El
tesoro oculto en la gracia bautismal
El don que hemos recibido de Jesucristo en el
santo bautismo no está destruido, sólo ha sido enterrado como un tesoro en el
suelo. El buen sentido tanto como el reconocimiento velan para que no
deterioremos ese tesoro y le hagamos aparecer a la luz. Esto puede hacerse de
dos maneras. El don del bautismo es revelado en primer lugar por un
cumplimiento a conciencia de los mandamientos; cuanto mejor los cumplimos, más
brilla el don en nosotras con todo su esplendor y todo su brillo. Luego es
puesto a la luz y revelado gracias a la invocación constante del Señor Jesús o
al recuerdo continuo de Dios, lo que constituye una sola y misma cosa. La
primera manera es eficaz, pero la segunda lo es en mayor medida pues incluso la
fidelidad a los mandamientos recibe toda su fuerza de la oración.
Es por ello que si queremos verdaderamente
ver florecer la semilla de gracia que está oculta en nosotros, debemos
apresurarnos a adquirir el hábito de esta actividad del corazón, y practicar
constantemente esta oración en nuestro interior, sin ninguna imagen ni
representación, hasta que nuestro corazón se haya calentado y nuestra alma
inflamado de un amor inexpresable hacia Dios y hacia los hombres.
Ilusión
Cómo reconocer los engaños del
demonio
El verdadero comienzo de la oración es el
calor del corazón, que deseca las pasiones y llena al alma de alegría y de
bienestar, fortificando el corazón por un amor inquebrantable y una firme
seguridad que no deja lugar a la duda. Los Padres dicen que todo lo que entra
en el alma, visible o invisible, no viene de Dios en tanto que el corazón duda
y no lo acepta: en ese caso, es algo que viene del enemigo. Igualmente, si veis
a vuestro intelecto, empujado por una fuerza invisible, salir de sí mismo y
elevarse en las alturas, no os fiéis y no os dejéis seducir;
obligadle a continuar el trabajo que le
ocupa. Todo lo que es de Dios viene por sí mismo, dice San Isaac,
aunque ignoremos el momento de su venida. Así, el enemigo busca producir la
ilusión de alguna experiencia espiritual, ofreciéndonos un espejismo en lugar
de la realidad, un calor irrazonable en lugar del verdadero calor espiritual;
en vez de la alegría, una excitación sin razón y el placer
físico que, a su vez, dan nacimiento al orgullo y a la suficiencia-, y él logra incluso
disimularse detrás de tales seducciones, de modo que los inexperimentados
piensan que esta ilusión diabólica es realmente la obra de la gracia. Sin
embargo, el tiempo, la experiencia y el olfato la revelarán a aquéllos que no
son enteramente ignorantes acerca
de tales engaños.
El paladar distingue los diferentes alimentos, dice
la Escritura. Igualmente, el gusto espiritual
revela todas las cosas tal como son, sin ninguna
ilusión.
Gregorio el Sinaíta (1255 -
1346): Originario de Asia Menor. Su vida
fue, durante un tiempo, sólo una serie de peregrinaciones
que lo llevaron de Claxómenes
a Laodicea, a Chipre, al
Sinaí, donde tomará su sobrenombre,
y a Creta donde el hesicasta
Arsenio le descubrirá la oración del espíritu.
Un mandamiento que se dirige a todos
Que nadie piense, amigos cristianos, que sólo
los sacerdotes y los monjes deben
orar sin cesar, y no los laicos. Todo cristiano sin excepción debe permanecer constantemente
en oración. Gregorio el Teólogo (San Gregorio Nacianceno) enseña a todos los
cristianos que deben recordar el nombre de Dios tan frecuentemente como
respiran. Cuando el apóstol nos ordenó: "Orad sin cesar", quería decir que debemos orar interiormente
con nuestro intelecto y que es algo que se puede hacer constantemente. En
efecto, cuando nos dedicamos a un trabajo manual, cuando caminamos o estamos
sentados, cuando comemos, bebemos, nos es siempre posible orar interiormente, practicar
la oración del intelecto, la verdadera oración que es agradable a Dios.
Trabajemos con nuestro cuerpo y oremos con nuestra alma. Que nuestro hombre
exterior cumpla el trabajo físico, y que el hombre interior se consagre
enteramente al servicio de Dios y no se desvíe jamás de ese trabajo espiritual
que es la oración interior. Jesús, el Dios-Hombre, nos lo prescribe también
cuando dice en los Santos Evangelios: "Pero
tú, cuando ores, entra en tu
habitación, y cuando hayas cerrado la puerta, ora al Padre que está allí en el
secreto" (Mateo, 6, 6). La celda del alma, es el cuerpo, las puertas
son los cinco sentidos corporales. El alma entra en su celda cuando el intelecto deja de vagabundear aquí y allá entre
las cosas mundanas, y permanece en el interior del corazón. Nuestros sentidos
están encerrados y permanecen así cuando no les permitimos ligarse a cosas
exteriores y visibles; de esta manera, nuestro espíritu permanece libre de toda
ligazón mundana y, por su oración interior y secreta, está unido a Dios, nuestro
Padre.
Presencia y ausencia de Jesús
Cuando la Oración de Jesús está ausente, todo
tipo de cosas malas asolan al alma, no dejando lugar para nada bueno. Pero
cuando el Señor está presente en la oración, todo lo que le es extraño
desaparece.
La unión
del intelecto y del corazón.
El lugar
de nuestros pensamientos
Cuando nos esforzamos, con una sobriedad
diligente, por velar sobre nuestras facultades racionales, por corregirlas y
controlarlas, debemos recordar que sólo podríamos tener éxito en esta tarea
recogiendo el intelecto dispersado en el exterior por los sentidos, y volviendo
a traerlo a nuestro mundo interior, en nuestro mismo corazón, que es el lugar
donde se reúnen todos nuestros pensamientos.
Gregorio
Palamas (1296 - 1359), arzobispo
de Tesalónica, el nás grande
teólogo del movimiento hesicasta. Su doctrina
sobre la oración y su enseñanza sobre la luz divina fueron vigorosamente atacadas durante su vida,
pero luego confirmadas por tres concilios (Constantinopla, 1341, 1347 y
1351) y a partir de entonces
aceptadas por toda la Ortodoxia.
Llamad
sin cesar: ¡Señor Jesucristo!
Un monje, ya sea que coma o beba, que esté
sentado o cumpla algún servicio, que viaje, o haga cualquier otra cosa, debe
orar sin cesar repitiendo: "Señor
Jesucristo, Hijo de Dios, ¡ten piedad de mí!".
De esta manera, el nombre del Señor,
descendiendo en las profundidades del corazón, doma al dragón que cuida las
pasturas, salva al alma y la fortifica. Mantiene siempre el nombre del Señor
sobre tus labios y en tu corazón, de tal manera que tu corazón absorba al Señor
y que el Señor absorba tu corazón, y que ambos lleguen a ser uno. No dejes a tu corazón alejarse
de Dios, permanece con él, Conserva siempre
tu corazón en el recuerdo
de nuestro Señor Jesucristo, hasta que ese nombre esté rotundamente arraigado en ti y tú ceses de pensar en otra cosa. Y de
esta manera, Cristo será glorificado en ti.
Si
Jesús está en nosotros, todo es posible
Nuestros guías y maestros ilustres, que
llevaban en ellos al Espíritu Santo, han comunicado a todos, en su sabiduría,
la instrucción, y en particular a aquéllos que desean entrar en el dominio del
silencio celeste y consagrar a Dios todo su ser, arrancándose del mundo y practicando el silencio. Ellos nos enseñan a preferir la oración a todas las
demás actividades, a implorar la misericordia divina con una confianza
absoluta, a tener por tarea y ocupación constante la invocación de su nombre
muy santo. Debemos llevar a éste sin cesar en nuestro corazón, en nuestro
intelecto y sobre nuestros labios;
debemos obligarnos a no respirar
y no vivir, a no dormir
y a no velar, a no marchar,
comer o beber, y de una manera general a no hacer nada de
lo que hacemos, más que con él y en él. Si está ausente, todo lo que se puede
temer acude inmediatamente, no dejando ningún lugar a aquello que podría
traernos provecho; si él está presente en nosotros, todo lo que se le opone es
inmediatamente rechazado, No podemos ya carecer de ningún bien y todo se hace
posible, como dijo Nuestro Señor: "Aquél
que permanece en mí y yo en él, ése alcanzará mucho fruto, pues sin mí nada
podéis hacer".
Calisto
e Ignacio Xantópoulos,
autores espirituales bizantinos de
fines del siglo XIV, y de comienzos
del XV. Calisto fue patriarca de Constantino pía en 1397.
El
poder del Nombre
¿Qué diremos de esta oración divina, la
invocación al Salvador: "Señor
Jesucristo, Hijo de Dios, ¿ten piedad de mí? ".
Es una oración, un voto, una profesión de fe
que nos confiere el Espíritu Santo y los dones divinos, que purifica el corazón
y arroja los demonios. Es la presencia de Jesús en nosotros, una fuente de
reflexiones espirituales y de pensamientos divinos. Es la remisión de los pecados, la cura del alma y del
cuerpo; el resplandor de la iluminación divina; es una fuente de divina
misericordia que expande entre los humildes la revelación y la iniciación en
los misterios de Dios. Es nuestra única salvación, pues contiene en sí el nombre
salvador de nuestro Dios, el único nombre al que podemos recurrir, el nombre de
Jesucristo, el Hijo de Dios; pues "no
existe otro nombre bajo el cielo que haya sido dado a los hombres, por el cual
podamos ser salvados" (Hechos, 4, 12).
Es por ello que todo creyente debe
constantemente confesar ese Nombre, a la vez para proclamar nuestra fe y para
testimoniar nuestro amor por el Señor Jesucristo, del que nada puede
separarnos; y también a causa de la gracia que nos es otorgada por su nombre, a
causa de la remisión de los pecados, de la curación, de la santificación, de la
iluminación, y por encima de todo de la salvación que nos confiere. El santo
Evangelio dice: "Todo esto ha sido
escrito para que vosotros creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios".
Mirad, tal es la fe; y el Evangelio agrega: "A fin de que, creyendo, tengáis vida en su nombre" (Juan 20,
31). Allí se encuentran, entonces, la salvación y la vida.
Simeón, Arzobispo de Tesalónica (1429).
Teólogo y Liturgista bizantino.
Imágenes
e ilusiones
Para no caer en la ilusión cuando practicáis
la oración interior, no os permitáis ninguna representación, ni imagen, ni visión. En efecto,
la imaginación no deja de vagabundear aquí y allá, y sus fantasías no se
detienen jamás, incluso cuando el intelecto permanece en el corazón y recita la oración; y nadie puede gobernarla, salvo aquéllos
que han alcanzado la perfección por la gracia del Espíritu Santo, y que han
obtenido de Jesucristo la estabilidad del intelecto.
San Nil Sorsky (Nil de la Sora)
(1433 - 1508), autor ascético ruso; monje en una eremita alejada, en un bosque del, TransVolga, fue el jefe de un movimiento de protesta contra la posesión de propiedades
territoriales por parte de los monasterios.
El
lugar interior del corazón
Entra en tu celda interior y cierra la puerta
Existen muchos que no tienen conocimiento del
esfuerzo que requiere el recuerdo continuo de Dios, Muchos ignoran incluso lo
que quiere decir "acordarse de Dios". Sin saber nada de la oración
espiritual, se imaginan que el único camino normal para orar consiste en hacer
uso de las oraciones que se encuentran en los
manuales de Iglesia.
En cuanto a la comunión
secreta con Dios en el corazón, no saben nada como tampoco del
beneficio que podrían obtener de ella y jamás gustan su dulzura espiritual.
Aquéllos que oyen hablar de la meditación espiritual y de la oración, pero que
no tienen ningún conocimiento directo de ello, son como ciegos de nacimiento
que escuchan mencionar el sol sin saber lo que es realmente. Esta ignorancia
les hace perder muchos bienes espirituales y sólo llegan con lentitud a la adquisición de las virtudes que permiten realizar el buen
placer de Dios. Es por ello que quiero dar aquí alguna idea de lo que requiere
la obra espiritual, para instrucción de los principiantes, a fin de que
aquéllos que lo desean, puedan, con la ayuda de Dios, aprender sus rudimentos.
El esfuerzo principal comienza con estas
palabras de Cristo: "Si deseas orar
entra en tu habitación, y cuando hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que ve
en el secreto" (Mat. 6, 6).
Sobre la dualidad del hombre y los dos tipos de
oración
El hombre comporta una dualidad: él es
exterior e interior, carne y espíritu. El hombre exterior es visible, hecho de
carne, pero el hombre interior es invisible, espiritual, o, como lo expresa el apóstol
Pedro, "el hombre oculto en el corazón, incorruptible... un espíritu dulce
y apacible" (I p. 3, 4). San Pablo se refiere también a esta dualidad,
cuando dice: "Mientras que el hombre exterior perece, el hombre interior
es renovado" (2, Co. 4, 16); el apóstol habla aquí claramente del hombre
interior y del hombre exterior. El hombre exterior está compuesto de muchos
miembros, pero el hombre interior llega a la perfección por su intelecto, por
la atención a sí mismo, por el temor del Señor y por la gracia de Dios. Las obras del hombre exterior son visibles, pero las
del hombre interior son invisibles. Según el Salmista: "El hombre interior y el corazón son abismos"
(Salmos, 63, 7). El apóstol Pablo dice también: "Pues aquél que, entre los
hombres, conoce los secretos del hombre,
¿quién habita en él a no ser el espíritu del hombre?" (1, Co. 2, 11). Es
únicamente aquél que escruta lo íntimo del corazón, quien conoce todos los
secretos del hombre interior.
Es necesario, por consiguiente, que la
formación también sea doble. Debe ser exterior e interior; exterior por la
lectura de libros, interior por el pensamiento de Dios; exterior por el amor de
la sabiduría, interior por el amor de Dios; exterior por las palabras, interior
por la oración; exterior por el aguzamiento del intelecto, interior por el
calor del espíritu; exterior por la técnica, interior por la visión.
El espíritu exterior
está "inflado de orgullo" (I Co. 8, 1), el interior se humilla; el exterior está
lleno de curiosidad y quiere saberlo todo, el interior está atento a sí mismo y
no desea otra cosa que conocer a Dios, hablándole como hablaba David cuando
decía: "De ti mi corazón ha dicho
'Busca su rostro'; es tu rostro, Señor, lo que yo busco" (Salmos, 26,
8), y también: "Como la cierva
anhela las corrientes de agua, así mi alma te anhela a ti, mi Dios"
(Salmo, 41, 2).
La oración, ella también, es doble, exterior
e interior; hay una oración hecha en público y una oración secreta; una oración
común y una oración solitaria; una oración cumplida como un deber y una oración
ofrecida espontáneamente. La oración que se cumple como un deber, en común con
otras personas, observando las leyes de la Iglesia, se hace en ciertos momentos
determinados: el Oficio de noche, el Oficio de Maitines, las Horas, la
Liturgia, las Vísperas y las Completas. Esas oraciones a las que se es llamado
por la campana, son un tributo de adoración que conviene al Rey del cielo, y que debe serle ofrecido cada
día. La oración espontánea que se dice en secreto no tiene hora fija; puede ser
hecha en cualquier momento, en cualquier lugar, únicamente según la inspiración
del Espíritu. La primera, la de la Iglesia, se compone de cierto número de
salmos, de cánones y otros himnos, acompañados por ritos cumplidos por el
sacerdote. Pero la otra clase de oración, siendo
secreta y libre, y no teniendo tiempo definido, ya no está limitada a un
número; cada uno ora como quiere, a veces brevemente, a veces largamente. La
primera clase de oración se hace en voz alta, con los labios y la boca; la
segunda únicamente en espíritu; la primera se hace de pie, la segunda no
solamente de pie, o caminando, sino también acostado; en una palabra, siempre,
cada vez que se eleva el espíritu hacia Dios.
La oración que se realiza
con otros se cumple en la iglesia, en algunas condiciones
especiales, en una casa donde varios se encuentran reunidos; pero la segunda se
hace cuando se está solo en una habitación cerrada, según la palabra del Señor:
"Si deseas orar, entra en tu
habitación y cuando hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que ve en el
secreto" (Mat. 6, 6).
La habitación, ella también, es doble,
exterior e interior, material y espiritual; el lugar material está hecho de
madera y de piedra; el lugar espiritual es el corazón o el espíritu. San
Teofilacto interpreta la palabra "habitación" como significando el
pensamiento secreto o la visión interior. La celda material permanece siempre
fija en un mismo lugar, pero la celda interior, uno la lleva en sí donde quiera
que se encuentre. Allí donde el hombre está, su corazón está con él; es así
como, habiendo recogido sus pensamientos en su corazón, le es posible
encerrarse y orar a Dios en secreto, incluso mientras él habla o escucha, ya sea que esté en medio de un pequeño
número de personas, o de una multitud. La oración interior,
cuando entra en el
espíritu del hombre mientras él está con otros, no necesita la ayuda de los
labios; no es necesario ni el movimiento de la lengua, ni el sonido de la voz;
y lo mismo ocurre cuando se está solo. Todo lo que se necesita es elevar el
corazón hacia Dios y descender profundamente en sí mismo. Y esto, se puede
hacer en cualquier parte.
La celda material del hombre de silencio no
contiene más que al hombre mismo, mientras que la celda interior, espiritual,
con tiene a Dios y todo el Reino de los cielos,
conforme a las palabras de Cristo en el Evangelio: "El Reino de Dios está dentro vuestro"
(Lúe. 17, 21).
Comentando ese texto, san Macario de Egipto
nos dice: "El corazón es un
recipiente muy pequeño, pero todas las cosas se encuentran contenidas en él.
Dios está allí, y también los ángeles, y la vida, y el Reino, las ciudades
celestiales y los tesoros de la gracia".
El hombre necesita encerrarse en la celda
interior de su corazón más a menudo que entre muros; y recogiendo allí todos
sus pensamientos, que coloque su intelecto ante Dios, orándole en secreto con
todo el calor del espíritu y una fe viva; que aprenda al mismo tiempo a dirigir
sus pensamientos hacia Dios, de modo que pueda crecer hasta la estatura del
hombre perfecto.
Unión de amor con Dios
Es necesario comprender ante todo que el deber de todo cristiano,
y más particularmente de aquéllos
cuya vocación es consagrarse a la
vida espiritual, es esforzarse siempre y en todas formas por unirse a Dios, el
Creador, el Amante, el Benefactor, el Bien Supremo, por quien y para quien
hemos sido creados. Esto surge de que la razón de ser y el fin último del alma,
que Dios ha creado, debe ser el mismo Dios, Dios solo y nada más, Dios, de
quien el alma recibió su vida y su naturaleza y para quien ella debe vivir
eternamente. Todas las cosas visibles que, sobre la tierra, son amables y
deseables: la riqueza, la gloria, el amor, los hijos, en una palabra, todas las
cosas de este mundo, bellas, buenas y atrayentes, no pertenecen al alma sino al cuerpo. Y como son temporarias, están destinadas a pasar tan rápidamente como una sombra,
mientras que el alma, siendo eterna por su naturaleza, no puede encontrar
reposo eterno más que en el Dios eterno. Él es su bien más elevado, más
perfecto que cualquier otra belleza, dulzura y amabilidad; él es su habitación
eterna, de donde viene y a donde debe retornar. Mientras que la carne, viniendo
de la tierra, debe volver a la tierra, el alma, viniendo de Dios, retorna a
Dios y permanece con él para siempre. Por consiguiente, durante esta vida
temporaria, debemos con toda nuestra fuerza buscar alcanzar la unión con Dios,
a fin de ser considerados dignos de estar eternamente con él y en él en la vida
futura.
No es posible
alcanzar la unión
con Dios si no es por medio de un amor muy grande. Esto está ilustrado
especialmente por el relato evangélico de la mujer que fue una pecadora. Dios,
en su misericordia, le acuerda el perdón de sus pecados y la unión con él
"porque ella ha amado mucho" (Lucas 7, 47). El ama a aquéllos
que lo aman, él se une a aquéllos que se unen a él; él se entrega a
aquéllos que se entregan a él, y él acuerda generosa mente la plenitud de la gracia a aquéllos
que desean gozar de su amor.
Para encender en su corazón la llama de un
amor tan ardiente, para unirse a Dios en una inseparable unión de amor, es
necesario que el hombre ore a menudo, que eleve su espíritu hacia Dios. Lo
mismo que la llama aumenta cuando es alimentada constantemente, la oración
frecuente, -arraigando al espíritu cada vez más
profundamente en Dios-, hace crecer el amor divino en el corazón. El
corazón inflamado da calor a todo el hombre interior, le ilumina y le enseña,
revelándole toda su sabiduría desconocida y oculta, haciendo de él un serafín
de llama, siempre de píe ante Dios en el interior de su espíritu,
contemplándolo sin cesar
y obteniendo de esa
visión la dulzura y la alegría espirituales.
La oración dicha con los labios, sin atención
del intelecto, no sirve para nada
Apliquémonos las palabras de Pablo a los
Corintios: "¿De qué sirve vuestra
oración, oh Corintios, si oráis únicamente con la voz, mientras que vuestro
intelecto no presta atención a la oración y suena con alguna otra cosa? ¿Qué
beneficio hay para vosotros, si vuestra lengua dice muchas cosas, pero vuestro
intelecto no piensa en lo que dice, incluso aunque lleguéis a pronunciar muchas
palabras? ¿Qué beneficio hay para vosotros en cantar a plena voz, con toda la
fuerza de vuestros pulmones, mientras vuestro espíritu no permanece ante Dios y
no lo ve, sino que vagabundea hacia cualquier otro lugar? Una oración semejante
no puede resultar de ningún provecho. No será escuchada por Dios y permanecerá
sin dar fruto".
San Cipriano de Cartago nos ha dicho
excelentemente: "¿Cómo podéis
esperar ser escuchado por Dios, cuando no os escucháis a vosotros mismos? ¿Cómo
podéis esperar que Dios os recuerde, cuando no os recordáis a vosotros
mismos?”.
La oración debe ser corta pero frecuente
De aquellos que conocen por experiencia lo
que es elevar hacia Dios el intelecto, yo aprendí que, en lo que concierne a la
"oración hecha por el intelecto en el corazón, una oración corta y
repetida a menudo es más cálida y de mayor utilidad que una oración larga. Una
oración larga es también muy útil, pero no para los principiantes, sino para
aquéllos que no están lejos de la perfección. Durante las oraciones largas, el
intelecto de aquél que todavía no tiene experiencia, no puede permanecer largo
tiempo ante Dios; resulta generalmente dominado por su propia debilidad y su
inestabilidad y distraído por las cosas exteriores, de modo que el calor del
espíritu se enfría rápidamente. Una oración semejante no es una oración, sino
solamente una confusión del intelecto a causa de los pensamientos que van y
vienen aquí y allí; todo esto sucede durante los salmos y las oraciones
recitadas en la iglesia, e igualmente durante las oraciones dichas en la celda,
cuando abarcan mucho tiempo. Una oración corta pero frecuente, es más estable,
porque el intelecto sumergido en Dios durante un breve período, puede
realizarla con más calor. El Señor dijo: "Cuando oréis, no hagáis vanas repeticiones" (Mateo, 6, 7),
pues no es a causa de vuestra prolijidad que seréis escuchados.
San Juan Clímaco nos recomienda: "No intentéis proferir gran número de
palabras, por temor de que vuestro intelecto sea distraído por la búsqueda de
las palabras. Fue debido a una sola frase corta que el publicarlo recibió el
perdón de Dios, y una sola afirmación breve de su fe salvó al ladrón. La
multitud excesiva de palabras en la oración dispersa al intelecto en los
sueños, mientras que una palabra o frase corta ayuda a recogerse".
Sin embargo, se podría preguntar: ¿Por qué el
apóstol dice, en la epístola a los Tesalónicos: "Orad sin cesar"? (I. Tes. 5, 17).
En las Escrituras, la palabra
"siempre" es utilizada por lo general en el sentido de "a
menudo"; por ejemplo: "Los
sacerdotes iban siempre al primer tabernáculo, a fin de cumplir allí la obra de
Dios" (Heb. 9, 6). Esto quiere decir que los sacerdotes se dirigían al
primer tabernáculo a ciertas horas fijas, no que iban sin cesar, día y noche;
ellos iban allí a menudo, pero no sin interrupción. Incluso, si los sacerdotes
estaban en la Iglesia todo el tiempo, conservando el fuego descendido del cielo
y alimentándolo con aceite para que no se extinguiera, no lo hacían todos al
mismo tiempo, sino por turno, como lo vemos por San Zacarías. "El realizaba el servicio de sacerdote ante
Dios según el orden de su clase" (Lúe. 1, 8). Se puede pensarlo mismo
en relación a la oración que el apóstol dice que se debe hacer "sin
cesar", pues es imposible para el hombre permanecer sin interrupción, día
y noche, orando. Se necesita tiempo también para otras cosas, para ocuparse de
su casa, para trabajar, para hablar,
para comer y para beber,
para descansar y para
dormir. ¿Cómo se podría orar sin cesar, si no es orando a menudo? Una oración a
menudo repetida puede ser considerada una oración incesante. Por consiguiente,
no dejéis a vuestra oración, frecuente pero breve, expandirse en demasiadas
palabras. Esto es también lo que aconsejan nuestros santos Padres. En su
comentario del Evangelio de San Mateo (6, 7), San Teofilacto escribe: "No hagáis largas oraciones, pues vale más
orar poco y a menudo".
San Juan Crisóstomo nos dice en su comentario
sobre las epístolas de San Pablo: "El
que habla demasiado en la oración, no ora, sino se deja llevar por palabras
ociosas". San Teofilacto dice también en su interpretación de San
Mateo: "Las palabras superfluas son
palabras ociosas". El apóstol dice justamente: "Prefiero decir cinco palabras que
entiendo... que diez mil en una lengua desconocida” (I Co. 14, 19) lo que
significa que es mejor para mí orar brevemente, pero con atención, que
pronunciar innumerables palabras sin atención, llenando vanamente el aire de
ruidos.
Existe también otro sentido, según el cual
pueden ser ínter preladas esas palabras del apóstol: "Orad sin cesar". ¡Esto puede ser tomado en el sentido de la
oración realizada por el intelecto! Cualquiera sea la ocupación de un hombre,
su intelecto puede siempre ser dirigido hacia Dios y, de esta manera, él puede
orar sin cesar.
Comencemos, por consiguiente, ahora, poco a
poco, el esfuerzo que es necesario realizar, comencemos en el nombre del Señor,
según la instrucción del apóstol: "Lo
que hagáis en palabras o en actos, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús"
(Col. 3, 17).
Haced todo, no solamente por vuestro propio
beneficio, incluso espiritual, sino por la gloria de Dios; así, en todas
vuestras palabras, vuestras acciones y vuestros pensamientos, el Nombre de
nuestro Señor Jesucristo, Nuestro Salvador, será glorificado.
Sin embargo, antes de comenzar, explicaos a
vosotros mismos, brevemente, qué es la oración.
La oración consiste en dirigir hacia Dios el
intelecto y los pensamientos. ¡Orar significa permanecer ante Dios mediante el
intelecto, mirarlo mentalmente y conversar con é! en el temor y la esperanza.
Así pues, reunidos todos vuestros
pensamientos, poniendo de lado toda preocupación mundana y dirigid vuestro
intelecto hacia Dios, concentrándolo enteramente sobre él.
San Dimitri, metropolitano de Rostov (1651 - 1709)
uno de los las célebres
predicadores de la Iglesia Rusa, cuya principal obra literaria consiste en una importante colección de
vidas de Santos.
Un
cántico cantado con inteligencia
Así como dice el apóstol: "Diré mejor cinco palabras con mi
inteligencia... que diez mil en una lengua desconocida” (I Co. 14, 19), antes de cualquier otra cosa es
necesario purificar el intelecto y el corazón con ayuda de esas cinco palabras,
repitiéndolas sin cesar en las profundidades del corazón: " ¡Señor Jesucristo, ten piedad de mí!” ([1]), de tal modo que esta
oración se eleve como un cántico cantado con inteligencia. Todos los
debutantes, incluso si están todavía dominados por sus pasiones, pueden ofrecer
esta oración gracias a la vigilancia de su corazón. Pero ella no cantará
verdaderamente en ellos más que cuando sean purificados por la oración espiritual.
Paisij
Velichkovsky (1722 - 1794). De origen ruso, entró en el monasterio del Monte Athos y, más tarde se estableció en Rumania, donde llegó a
ser higümeno del monasterio de Niametz.
El
Espíritu Santo nos muestra lo que somos
El Espíritu Santo confiere la verdadera
humildad. Por inteligente, sensato y
clarividente que un hombre pueda ser, si no posee en él al Espíritu Santo, no
puede conocerse verdaderamente, pues, sin la ayuda de Dios, no puede ver el
estado interior de su alma. Pero cuando el Espíritu Santo entra en el corazón
del hombre, le muestra toda su pobreza interior y toda su debilidad, la
corrupción de su alma y de su corazón y qué lejos se encuentra de Dios. El
Espíritu Santo revela al hombre todos los pecados
que coexisten en él con las
virtudes y la justicia; su pereza, su falta de celo por la salvación y por el
bien de los demás, el egoísmo que afecta sus virtudes aparentemente más desinteresadas, el amor propio
que se manifiesta donde menos se lo espera.
En resumen, el Espíritu Santo revela todo bajo su verdadero aspecto. Iluminado
por el Espíritu Santo, el hombre comienza a experimentar la verdadera humildad,
no se apoya ya sobre sí mismo y sobre
sus virtudes y se considera como el desecho de la humanidad.
El Espíritu Santo enseña la verdadera
oración. Nadie, antes de haber recibido el Espíritu Santo, puede orar de una
manera verdaderamente agradable a Dios, Esto es así porque aquél que comienza a
orar sin poseer en sí al Espíritu Santo, descubre que su alma se encuentra
dispersa en todas las direcciones, errando por aquí y por allá, de tal modo que
le es imposible fijar su pensamiento. Además, no conoce verdaderamente ni a sí mismo ni a
sus necesidades. No sabe qué pedir a Dios, ni cómo hacerlo. No sabe incluso quién es Dios. Por el
contrario, un hombre en el que habita
el Espíritu Santo conoce a Dios y sabe que es su Padre. Sabe cómo ir hacia él, cómo pedir y qué pedir. Los pensamientos, durante la oración, son calmos, puros y
dirigidos hacia un objeto único: Dios; y gracias
a su oración, es realmente capaz de hacerlo
todo.
Inocente
(Veniaminov). Metropolitano de
Moscú (1797 - 1879). El más grande misionero
ruso del siglo XIX.
Durante la mayor parte de su vida (1824 - 1868) sirvió en Siberia Oriental y en Alaska, donde evangelizó
a los esquimales y a los
indios pieles rojas. Fue el primer obispo ortodoxo
que trabajó sobre el continente americano.
Juzgaos
a vosotros mismos y dejaréis de juzgar a los demás
¿Por qué criticamos a los otros? Porque no
intentamos conocernos a nosotros
mismos. Aquél que se dedica
a conocerse a sí
mismo no tiene tiempo de señalar las faltas de los otros. Juzgaos vosotros mismos
y dejaréis de juzgar a los otros. Considerad a todo hombre como mejor que
vosotros pues, sin este pensamiento, el hombre está lejos de Dios, aunque
realice milagros.
La
inconstancia de la dulzura espiritual
No os dejéis atraer por la dulzura interior.
Si no está acompañada por la cruz es inconstante y peligrosa. Considerad cada
persona como mejor que vosotros. Sin esto, aunque hagáis milagros, estáis lejos
de Dios.
Monja Magdalena
(1827 - 1869), del
monasterio Nuestra Señora del Signo, en Yeletsk
(Rusia).
Cultivar
y guardar el jardín del Edén
El Señor tomó al hombre
y lo puso en el Jardín del Edén para que
lo cultivara y lo guardara (Gen. 2, 15). Esta exhortación a guardar y cultivar el jardín no debe entenderse únicamente en sentido
material, sino igualmente en un sentido espiritual más elevado. Por "paraíso", los Padres entienden
el alma del primer ser humano, el lugar donde la gracia divina se encontraba en
mayor abundancia, y donde las virtudes daban sus frutos. Por "cultivar" entienden lo que, más tarde,
fue llamado "la obra espiritual" y, por "guardar", la
preservación de esa pureza ya conquistada por el alma.
Obispo Pedro Ekaterinovsky,
autor espiritual ruso del siglo XIX.
Las
dos fuerzas opuestas
Dos fuerzas diametralmente opuestas obran en
mí: la fuerza del bien y la fuerza del mal. la fuerza de la vida y la fuerza de la muerte. Siendo espirituales, ambas son
invisibles. Despertada por una oración sincera y libre, la buena fuerza arroja
a la fuerza del mal, porque la potencia mala sólo viene del mal encerrado en
mí. Para evitar la influencia glacial del mal espíritu, debemos mantener
siempre en nuestro corazón la Oración de Jesús: '"Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí". Frente al demonio invisible
se levanta el Dios invisible, frente a aquél que es poderoso, Aquél cuyo poder
es infinito.
Juan de Kronstadt (1829 — 1908), sacerdote ruso perteneciente
al clero parroquial casado. Fue
célebre por sus obras
de caridad y su don de curación,
e igualmente como predicador y director espiritual. Su
diario "Mi vida en Cristo" ha sido publicado en varios idiomas. Fue
canonizado en 1964 por el Santo Sínodo de la Iglesia Rusa Ortodoxa en el
Exilio. (Es la única persona canonizada por la Iglesia Rusa después de la
revolución de 1917).
Para
los laicos como páralos monjes
Cada cristiano debe recordar sin cesar que
necesita estar unido al Señor, nuestro Salvador, con todo su ser, dejarle venir
a permanecer en su intelecto y en su corazón; el medio más seguro de realizar esta unión con el Señor es, después de la
comunión de su cuerpo y su sangre, la Oración Interior de Jesús.
¿La Oración de Jesús es obligatoria también
para los laicos, y no solamente para los monjes? Sí, así es pues, como hemos
dicho, todo cristiano debe estar
unido al Señor en su corazón, y el mejor medio de realizar esta unión es
precisamente la Oración de Jesús.
Justino
Poyansky, célebre orador espiritual ruso de fines del siglo XIX y comienzos del
XX. Obispo de Tobolsk, luego de Riazan.
[1] En eslavo, la frase: "Señor Jesucristo, hijo de Dios, ten piedad
de mí", se compone de cinco palabras.
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