Un estudio acerca de la perfección cristiana según las enseñanzas de Juan Wesley PARTE I
1.Mi propósito es hacer un relato claro y pormenorizado de los pasos que me llevaron, durante el transcurso de muchos años, a abrazar la doctrina de la
perfección cristiana. Creo que es una deuda que tengo con todos aquellos que con toda seriedad desean conocer la verdad que está en Jesús.2 Sólo a
ellos interesa esta clase de problemas. y a ellos les explicaré
las
cosas tal cual son, sin tapujos, esforzándome todo el tiempo por mostrarles, en cada etapa, no sólo mi modo de pensar sino por qué pensaba así.
2. En 1725, a la edad de veintitrés años, cayó en mis manos el libro Reglas y ejercicios para vivir y morir en santidad, escrito por el obispo Taylor. Durante la lectura, varios pasajes de este libro me afectaron sobremanera, especialmente el texto sobre la pureza de intención. De manera casi inmediata tomé la decisión de dedicar a Dios toda mi vida, todos mis pensamientos, palabras y acciones. Estaba absolutamente convencido de que no había término medio: si no ofrecía a Dios, en sacrificio, todas y cada una (no tan sólo algunas) de las áreas de mi vida, las dedicaría a mí mismo, lo que en la práctica equivale a dedicarlas al diablo. ¿Puede alguna persona seria tener dudas al respecto, o encontrar un término medio para poder servir a Dios y al diablo?
3. En 1726, leí La imitación de Cristo, de Kempis. Comprendí entonces con mucha más claridad que antes la naturaleza y el alcance de la religión interior, la religión del corazón. Me di cuenta de que aun cuando entregase toda mi vida a Dios (suponiendo que fuese posible hacer esto y no seguir adelante), no me serviría de nada a menos que también le entregase a él mi corazón; sí, mi corazón entero. Me di cuenta de que tener «pureza de intención y de sentimientos», una sola motivación en todo lo que decimos o hacemos, y un solo deseo que gobierne toda nuestra conducta, son, sin duda, «las alas del alma» sin las cuales ésta nunca puede alcanzar el monte de Dios.
4. Uno o dos años más tarde, llegaron a mis manos «Christian Perfection» (La perfección cristiana) y «Serious Call» (La seriedad de nuestro llamado) escritos por el Sr. Law. Ambos libros reforzaron aún más mi convencimiento acerca de la absoluta imposibilidad de ser cristiano a medias, y resolví, merced a la gracia de Dios (de cuya absoluta necesidad ya tenía plena conciencia) entregarme totalmente a él, dándole mi alma, mi cuerpo y todo mi ser. ¿Acaso alguna persona sensata podría decir que esto significa ir demasiado lejos? ¿Alguien podría decir que a aquél que se dio a sí mismo por nosotros debemos darle algo menos que nuestra propia vida, todo lo que tenemos y lo que somos?
5. En 1729, la Biblia dejó de ser simplemente un libro de lectura para mí y comencé a estudiarla como el único parámetro de verdad y el único modelo para una religión auténtica. A partir de allí pude ver cada vez con mayor claridad que era indispensable tener el mismo sentir hubo en Cristo3 y andar como él anduvo .4 Pero no era suficiente compartir el sentir de Cristo sólo en parte, sino que debía compartirlo totalmente. No era suficiente andar como él en muchas o en la mayoría de las situaciones, sino que debía hacerlo siempre. Esta era la luz a partir de la cual veía la religión en aquel momento, entendiéndola como un constante seguimiento de Cristo, un conformamos interior y exteriormente a nuestro Señor. Nada temía más que la posibilidad de acomodar esta norma a mi propia experiencia o a la de otras personas, o de apartarme en lo más mínimo de nuestro gran Ejemplo.
6. El primero de enero de 1733 prediqué ante los miembros de la Universidad, en la iglesia St. Mary, el sermón «La circuncisión del corazón», la cual expliqué en estos términos:
En general, podemos observar que es la disposición habitual del alma que en las Sagradas Escrituras es llamada «santidad», y que implica ser limpio de pecado, de toda contaminación de carne y espíritu,5 y por consecuencia, estar dotado de aquellas virtudes que estuvieron también en Cristo Jesús; ser renovados en el espíritu de nuestra mente6 hasta ser perfectos, como nuestro Padre que está en los cielos es perfecto.77
El cumplimiento de la leyes el amor,8 el propósito de este mandamiento es el amor.9
Cosas excelentes sedicen del amor: es la esencia, el espíritu, la fuente de toda virtud. No solamente es el primero y más grande mandamiento,10 sino el resumen de todos los mandamientos. Todo lo que es justo, todo lo puro, todo lo amable u honorable; si hay virtud alguna, si alguna alabanza,11 todo se comprende en esta palabra: amor. En esto consiste la perfección, la gloria, la felicidad. La ley sublime del cielo y de la tierra es ésta: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas.12
El Dios único y perfecto será su exclusivo y último deseo. Un cosa habréis de desear por amor de él:
el goce de aquél que es todo en todos.13 La felicidad que deben procurar para sus almas es la unión con aquél que las creó, teniendo comunión verdaderamente... con el
Padre y con su Hijo Jesucristo,14 y estar unidos al Señor en un espíritu.15 La meta que deben perseguir hasta el fin de los tiempos es gozar de Dios en este tiempo y por la eternidad. Deseen otras cosas siempre que tiendan a este fin. Amen a la criatura que los guíe al Cordero, pero, que a cada paso que den sea ésta la meta gloriosa de su visión. Que todos sus pensamientos, afectos,
palabras y obras se subordinen a este fin. Todo lo que
quieran o teman, todo lo que procuren obtener o deseen
evitar; todo lo que piensen, hablen o hagan, que sea con el fin de encontrar su felicidad en Dios, el único fin y la única fuente de su ser.16
Aquí tenemos, entonces, el resumen de la ley perfecta: ésta es la verdadera circuncisión del corazón: que el espíritu vuelva a Dios que lo dio, con todos sus diversos afectos. Corran todos los ríos nuevamente hacia el lugar de su nacimiento.17 No quiere otros sacrificios de nuestra parte, sino el sacrificio vivo del corazón que ha escogido.
Que se ofrezca constantemente a Dios por medio de Jesucristo, en las llamas de un amor puro. Que ninguna criatura participe de ese amor, porque él es un Dios celoso.18 No divide su trono con nadie; reina sin rival alguno. Que ningún propósito, ningún deseo que no lo tenga a él por su último fin, aliente allí. Así vivieron aquellos hijos de Dios, quienes, aun muertos,19 nos dicen: No deseen la vida sino para alabarle. Que todos sus pensamientos, palabras y acciones tiendan a glorificarle. Entréguenle por completo su corazón y no deseen sino lo que existe en él y de él procede. Llenen su corazón de su amor en tal manera que no amen nada sino por amor de él. Tengan siempre una intención pura en su corazón y procuren su gloria en todas y cada una de sus obras. Fijen su vista en la bendita esperanza de su llamamiento y procuren que todas las cosas del mundo la alimenten, porque entonces, y sólo entonces, anidará en sus corazones ese sentir que hubo también en Cristo Jesús;20 cuando en cada palpitar de nuestros corazones, en cada palabra de nuestros labios, en todas las obras de nuestras manos, no haremos nada sin pensar en él ni sometemos a sus deseos. Cuando tampoco pensaremos, hablaremos u obraremos haciendo nuestra propia voluntad, sino la de aquél que nos envió.21 Cuando ya sea que comamos, bebamos o hagamos cualquier cosa, lo haremos todo para la gloria de Dios.22
7. En esta convicción permanecimos mi hermano y yo (junto con todos aquellos jóvenes burlonamente llamados Metodistas) hasta que nos embarcamos rumbo a América hacia fines de 1735. El año siguiente, cuando me encontraba en Savannah, escribí estas líneas:
¿Hay algo en esta tierra que quiera disputar contigo mi corazón?
Quítalo de allí para que sólo tú reines y gobiernes todos sus propósitos.
A comienzos de 1738, cuando regresaba a mi país, mi corazón clamaba:
Concédeme, Señor, que no haya en mi alma otro sentimiento que tu amor.
Que tu amor me posea por completo
y en él encuentre mi gozo, mi tesoro y mi corona.
Aleja mi corazón de pasiones extrañas
y haz del amor toda mi acción, palabra y pensamiento.
Jamás supe que alguien se opusiera a esto. Por cierto, ¿Quién podría hacerlo? ¿Acaso este lenguaje no representa a todo creyente y a todo aquél que está verdaderamente «despierto»? Hasta el presente no creo haber escrito algo más claro y contundente.
8. En agosto del siguiente año, mantuve una larga conversación con Arvid Gradin, en Alemania. Después de que me relatara cuál había sido su experiencia, le expresé mi deseo de que pusiera por escrito cómo definía él «la completa certeza de la fe», lo cual hizo en los siguientes términos:
Descansar en la sangre de Cristo; tener una firme confianza en Dios y estar convencidos de su favor; alcanzar una absoluta tranquilidad, serenidad y paz de espíritu; la liberación de todo deseo carnal y el fin de todos nuestros pecados, incluso el pecado interior.
Fue esta la primera vez que escuché de boca de otra persona lo que yo mismo había aprendido estudiando la Palabra del Señor, aquello por lo que había orado (en compañía de un reducido número de amigos), y que había estado esperando durante varios años.
9. En 1739, mi hermano y yo publicamos un libro de Himnos y poemas sagrados. Muchos de ellos expresaban, con fuerza y explícitamente, nuestros sentimientos. Por ejemplo, en la página 24 se lee:
Cambia las inclinaciones de nuestra naturaleza
a fin de que todas nuestras acciones
tiendan hacia ti, pues
de ti surgieron.
Sea tu amor su guía y tu gloria su único fin.
Entonces, la tierra tan solo una escala al
cielo será,
la sabiduría señalará el camino. Todas las criaturas irán hacia ti,
y gustaremos plenamente de Dios.
Otro ejemplo, en la página
122:
Señor, quiero armarme con el poder de tu Espíritu
porque llevo tu maravilloso nombre.
En ti confluyen mis pensamientos,
sé tú la meta de todas mis acciones.
Tu amor me guarde todos los días de mi
vida
y que alabarte sea mi
único anhelo.
Otro más, en la página
125:
Te busco y ansío estar
contigo. La fuerza de la ley divina
me conducirá con ternura y con firmeza hasta que mi alma,
completamente
santificada, sea tuya
y sumergido en el profundo mar de la
divinidad
me pierda en tu inmensidad.
Nuevamente en la página
153:
Adán del cielo, vida divina,
cambia mi naturaleza para que sea como la tuya;
inunda Tú mi alma, ocúpala y obra en ella.
Seria bastante fácil citar muchos otros textos. Pero creo que estos son suficientes para demostrar, sin lugar a discusión, cuáles eran nuestros sentimientos en aquel momento.
1 No debe suponerse que las ideas de Wesley con respecto a la perfección cristiana cambiaron después de 1777. El presente escrito sufrió varias revisiones y agregados durante el transcurso de su vida, y en cada edición se hacía constar la fecha de la revisión más reciente. Aparentemente, la última revisión se hizo en 1777, y a partir de entonces esta fecha ha figurado en el título de las sucesivas ediciones. N. del E. en inglés. 2 Ef. 4.21.
2 Ef.4.21
3 Fil. 2.5.
4 1 Jn. 2.6.
5 2 Co. 7.1.
6 Ef. 4:23
7 Mt. 5:48. La sección citada se encuentra en Obras, 5:345.
8 Ro. 13.10.
9 1 Ti. 1.5.
10 Mt. 22-38.
11 Fil. 4.8.
12 Mar. 12.30
13 1 Co. 15.20-28.
14 1 Jn.1.3.
15 1 Co. 6.17.
16 Obras 1:351-53.
17 Ec. 1.7.
18 Ex. 20.5.
19 He. 11.4.
20 Fil. 2.5.
21 Jn. 5.30; 6.38.
22 1 Co. 10.31. Obras 1:359-6
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