EL ARTE DE LA ORACIÓN I: SAN TEOFANES EL RECLUSO. LA PRUEBA DECISIVA
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EL ARTE
DE LA ORACIÓN: SAN TEOFANO EL RECLUSO,
OBISPO DE
VLADIMIR YTAMBOV
(1815-
1894)
1. QUE ES LA ORACIÓN
a)
LA PRUEBA DECISIVA
Cuestiones
fundamentales (1)
¿Qué es
la oración? ¿Cuál es su esencia? ¿Cómo se puede aprender a
orar?
¿Qué experimenta el espíritu del cristiano que ora con un corazón apacible?
Todas
estas cuestiones deberían ocupar constantemente el intelecto y el corazón del
creyente, pues en la oración el hombre conversa con Dios, entra en comunión con
él mediante la gracia y vive en Dios. Los Santos Padres y los maestros
espirituales de la Iglesia dan respuesta a todas estas cuestiones, respuestas
fundamentadas sobre la iluminación, fruto de la gracia que se adquiere por la
experiencia práctica de la oración; y esta experiencia es idénticamente accesible
a los simples y a los sabios. Los Santos Padres y los
maestros espirituales de la Iglesia dan respuesta a todas estas cuestiones,
respuestas fundamentadas sobre la iluminación, fruto de la gracia que se
adquiere por la experiencia práctica de la oración; y esta experiencia es
idénticamente accesible a los simples y a los sabios.
La prueba
decisiva
La
oración es la prueba decisiva y la fuente de todo bien; la oración es la fuerza
que conduce todas las cosas, la oración dirige todas las cosas. Cuando la
oración está bien hecha todo va bien, pues la oración no permite que nada vaya
mal.
Grados de
la oración
Existen
diferentes grados en la oración. El primero consiste en la oración corporal,
hecha principalmente de lecturas, de estaciones de pie y de postraciones. En
todo esto, es necesario paciencia, trabajo y esfuerzos, pues la atención se nos
escapa, el corazón no siente nada y no tenemos ningún deseo de orar, A pesar de
esto, es necesario imponerse una regla sabiamente medida y permanecer fiel. En
esto consiste la oración activa.
El
segundo grado es la oración hecha con atención: el intelecto toma el hábito de
recogerse a determinadas horas, y ora concienzudamente sin dejarse distraer. El
intelecto es cautivado por la palabra escrita al punto de pronunciarla como si
fuera suya.
El tercer
grado es la oración sentida: el corazón está cálido por la concentración, de
modo que lo que había sido hasta ese momento sólo un pensamiento, llega a ser
un sentimiento. Allí donde sólo había en principio una fórmula de contrición,
se desarrolla ahora la contrición en sí misma; y lo que no era más que una
demanda hecha con palabras, se transforma en la sensación de una necesidad
radical. Todo lo que haya pasado por la acción y por el sentimiento verdadero,
ora sin palabras, pues Dios es el Dios del corazón. Así, el aprendizaje puede
considerarse terminado cuando, en nuestra oración, no hacemos más que pasar de
un sentimiento a otro. En ese estadio, la lectura puede cesar, lo mismo que el
pensamiento deliberado; sólo queda el hecho de permanecer en un sentimiento con
los signos específicos de oración.
Cuando el sentimiento de la oración ha llegado a ser continuo se puede decir que la oración espiritual comienza. Es el don del Espíritu Santo que ora en nosotros, el último grado de oración que el intelecto pueda alcanzar. Sin embargo, los santos Padres hablan todavía de otro tipo de oración, que sobrepasa la capacidad de nuestro intelecto y los límites de la conciencia. Para saber de qué se trata, es necesario leer a Isaac el Sirio (2).
La
esencia de la oración
"Sin
oración espiritual interior, no hay oración en absoluto, pues sólo ella es la
oración real, verdaderamente agradable para Dios. Lo que importa es que el alma
esté presente en el interior de las palabras de la oración. Sea la oración
hecha en casa o en la iglesia, si la oración interior está ausente, las
palabras no tienen más que la apariencia, y no la realidad de la oración.
¿Qué es,
por consiguiente, la oración? La
oración es la elevación del intelecto y del corazón hacia Dios, por la alabanza
y la acción de gracias, por la súplica también, para obtenerlas cosas buenas
que necesitamos, ya se trate de cosas espirituales o de cosas materiales.
La
esencia de la oración consiste, entonces, en la elevación espiritual del
corazón hacia Dios. El intelecto, encerrado en el corazón, permanece totalmente
consciente ante la faz de Dios, colmado de adoración, y expande ante él su
amor. Esa es la oración espiritual, y toda oración debiera ser de tal
naturaleza. La oración exterior se haga en casa o en la iglesia, no es más que
la expresión verbal y la forma de la oración; la esencia del alma de la oración
está en el interior del intelecto y del corazón del hombre. Todo el orden de
oraciones establecida por la Iglesia, todas las oraciones compuestas para el
uso individual están llenas de un movimiento de amor hacia Dios. Aquél que ora
con sólo un poco de atención no puede evitar dirigirse hacia Dios, a menos que
esté completamente desatento a lo que hace.
La
oración interior es una necesidad de todos
Nadie
puede dispensarse de la oración interior. No sabríamos vivir espiritualmente a
menos de elevarnos hacia Dios por la oración; pero el único medio que tenemos
de elevarnos así es la actividad espiritual, pues Dios es espíritu. Hay una
oración espiritual que acompaña la oración vocal o exterior, ya sea en la casa
o en la iglesia, hay también una oración espiritual que existe por sí misma,
sin ninguna forma exterior y sin postura corporal; sin embargo, en uno y otro
caso, la esencia es la misma. Esas dos formas de oración son obligatorias,
tanto para el laico como para el monje. El Salvador nos ha recomendado entrar
en nuestra celda secreta y, allí, orar al Padre en secreto. "Esa celda
secreta, dice San Dimitri de Rostov, significa el corazón". Por
consiguiente, para obedecer al mandato de Dios, debemos orar a Dios
secretamente con el intelecto en el corazón. Ese mandamiento se dirige a todos
los cristianos. El apóstol Pablo da, también, el mismo consejo cuando dice:
"Orad sin cesar, dirigiendo todas vuestras súplicas en el Espíritu"
(Ef, 6, 18). Entiende por ello la oración espiritual del intelecto y recomienda
a todos los cristianos sin distinción orar de esta manera. Recomienda también a
todos los cristianos orar sin cesar (1 Tes., 5, 17). Sin embargo, la oración
incesante sólo es posible cuando se ora con el intelecto en el corazón.
Cuando os
levantéis por la mañana, permaneced con la mayor firmeza posible ante Dios en
vuestro corazón, mientras ofrecéis vuestras oraciones; luego, id al trabajo,
que es la voluntad del Señor respecto a vosotros, sin que vuestros sentimientos
ni vuestra conciencia se alejen de él. De esta manera, cumpliréis vuestro
trabajo con las facultades de vuestro cuerpo y de vuestra alma, pero en vuestro
intelecto y en vuestro corazón, permaneceréis con Dios.
La
oración exterior no es suficiente (3)
La
oración exterior, por sí sola, no basta. Dios mira el intelecto y no son
verdaderos monjes los que no unen la oración interior a la oración exterior. En
su estricto sentido, la palabra "monje" significa un recluso, un
solitario. Aquél que no ha entrado en sí mismo no es todavía un recluso, no es
todavía un monje, aunque viva en el más aislado de los monasterios. El
intelecto del asceta que no está recogido y encerrado en sí mismo habita,
necesariamente, en el tumulto y la agitación. Esto sucede porque él deja entrar
libremente una multitud de pensamientos. Su intelecto erra, sin fin ni necesidad,
a través del mundo en su detrimento. El retiro del hombre al interior de sí
mismo no puede hacerse sin la ayuda de una oración atenta y, en particular, la
práctica atenta de la Oración de Jesús.
Alcanzar
la apatheia y la santidad - es
decir, la perfección cristiana -, es algo imposible para quien no ha adquirido
la oración interior. Todos los Padres están de acuerdo sobre ese punto.
El
sendero de la oración auténtica se hace mucho más estrecho cuando el asceta
comienza a penetrar en él, gracias a la actividad del hombre interior. Sin
embargo, cuando él entra en ese camino estrecho y siente hasta qué punto ese
camino es necesario para la salvación, y llega a amar su actividad en la celda
interior, entonces llega también a amar la estrechez de su vida exterior,
porque ella le sirve de claustro y es el lugar de la actividad interior.
Oración
vocal
"Mediante
salmos e himnos, cantad con acción de gracias al Señor" (Col 3,16) Las
palabras: "mediante salmos, himnos, cánticos espirituales",
describen la oración vocal, la oración que consiste en palabras, mientras que
las palabras: "cantad con acción de gracias en vuestros corazones al
Señor", describen la oración interior, la del intelecto en el corazón.
Salmos,
cánticos, himnos y odas, son nombres diferentes para designar los cantos
religiosos. Es difícil señalar las diferencias que hay entre ellos, porque su
forma y contenidos son bastante similares. Todos son manifestaciones del
espíritu de oración. Cuando el espíritu es llevado hacia la oración, glorifica a
Dios, le agradece y hace ascender hasta él las súplicas. Todas esas
manifestaciones del espíritu de oración son esencialmente indivisibles, no
teniendo existencia separada. Cuando la oración comienza en su obra, pasa de
una a otra de tales manifestaciones, y esto más de una vez. Expresada por medio
de palabras, es la oración vocal, ya se llame salmo, himno u oda. No
intentaremos definir la diferencia entre esos vocablos. El apóstol quería, por
medio de esta frase, abrazar todos los tipos de oración expresada por palabras.
Todas las oraciones que utilizamos hoy pueden estar colocadas bajo esta
rúbrica. Además del salterio tenemos los cánticos de Iglesia, los sticheres,
los tropaires, los cánones, los acathistes (5) y las diferentes oraciones
contenidas en nuestros libros de oración. Por consiguiente, no os equivocaréis
si, leyendo las palabras del apóstol referentes a la oración vocal, las
comprendéis en el sentido de la oración vocal tal como la practicamos
actualmente. El poder de la oración no reside en tal o cual oración, sino en la
manera en la que oramos.
Empleando
la palabra "espiritual", el apóstol nos indica cómo debemos orar
vocalmente. Las oraciones son espirituales porque tienen su origen en el
espíritu y allí han madurado, y porque es mediante el espíritu que ellas son
pronunciadas. Su naturaleza espiritual es todavía más acentuada por el hecho de
que ellas nacieron y maduraron bajo la influencia de la gracia del Espíritu
Santo. Los salmos y las otras oraciones vocales no lo eran en su origen. Eran
puramente espirituales, y es sólo posteriormente que fueron revestidas de
palabras y llegaron, así, a asumir una forma vocal. Sin embargo, esto no les ha
quitado su carácter espiritual, incluso, actualmente, no son vocales más que
según su apariencia exterior, pero son espirituales en cuanto a su poder.
La
consecuencia de todo esto es que, si deseáis aprender de esas palabras del
apóstol algo respecto a la oración vocal, deberéis actuar así: entrad en el
espíritu de las oraciones que escucháis y leéis, y reproducidlas en vuestro
corazón. Y de esta manera ofrecedlas a Dios como si hubieran nacido en vuestro
propio corazón por la acción de la gracia del Espíritu Santo. Entonces, y sólo
entonces, vuestra oración será agradable a Dios. ¿Cómo podréis realizar una
oración semejante? Estad atentos a las oraciones que habéis leído en vuestro
libro, tratad de daros cuenta profundamente de su contenido, aprendedlas de
memoria. Así, cuando oréis, expresaréis lo que ya sentís profundamente dentro
vuestro.
¿Por qué
los himnos de la Iglesia?
"Recitando
entre vosotros, salmos, himnos y cantos espirituales, cantad y celebrad al
Señor en vuestros corazones" (Ef. 5, 19) ¿Cómo interpretar estas
palabras? ¿Significan que cuando estáis colmados del Espíritu Santo, debéis cantar
con vuestra boca y con vuestro corazón? O bien que, ¿si deseáis estar colmados
del Espíritu Santo debéis comenzar por cantar? ¿Es que el hecho de cantar con
la boca y el corazón, que menciona el apóstol, es la consecuencia del hecho de
que se está colmado del Espíritu Santo, o bien se trata de un medio de llegar a
estarlo? No está en nuestro poder provocar en nosotros la infusión del
Espíritu. Eso sólo depende de la voluntad del Espíritu Santo mismo. Y cuando
ella llega, esta infusión anima las potencias de nuestro espíritu con tal
fuerza que el canto brota por sí mismo hacia Dios. No tenemos otra elección que
decidir si vamos a cantar en silencio en nuestro corazón o nos expresaremos en
alta voz a fin de que todos puedan escucharlo.
Las
palabras del apóstol deben ser tomadas en el segundo sentido más que en el
primero. Desead ser colmados por el Espíritu Santo y orad teniendo siempre en
vista ese fin. El hecho de cantar encenderá en vosotros el Espíritu, o bien
atraerá hacia vosotros al Espíritu, e incluso revelará su acción. Según el
bienaventurado Teodoro, el apóstol habla de un éxtasis espiritual cuando dice:
"Sed colmados del Espíritu Santo" (Efe. 5, 18) y nos muestra cómo
alcanzar ese estado: en particular, "cantando sin cesar las alabanzas
del Señor", entrando profundamente en sí mismo y estimulando siempre
el pensamiento, es decir, cantando con la lengua y con el corazón.
Es fácil
comprender que lo más importante aquí no es la armonía musical, sino el
contenido del canto. Este tiene el mismo efecto que un texto escrito con un
sentimiento caluroso, y capaz, por ese hecho, de animar con el mismo ardor a
cualquiera que lo lea... El sentimiento, expresado por las palabras, es llevado
por las palabras hacia el alma de aquellos que los escuchan o las leen. Se
puede decir lo mismo de los cánticos de la Iglesia. Los salmos, los himnos y
los cánticos, son como explosiones de sentimientos hacia Dios, inspirados por
el Espíritu de Dios han colmado a aquellos a quienes ha elegido, y ellos
expresan por medió de cantos la plenitud de sus sentimientos. Aquél que los
recita como se debe, entra a su vez en los sentimientos que el autor
experimentaba al escribirlos y los hace suyos. Colmado por tales sentimientos,
se acerca al estado que lo vuelve capaz de recibir la gracia del Espíritu Santo
y de ajustarse a ella. El fin de los cantos de la Iglesia es precisamente hacer
arder en nosotros, con más calor y luz, la chispa de gracia oculta en nuestras
almas. Esa chispa nos es otorgada en los sacramentos. Los salmos los himnos y
las odas espirituales, han sido instituidos para soplar sobre ella a fin de
transformarla en llama. Actúan sobre la chispa de la gracia como el viento
sobre una brasa oculta en un trozo de madera.
Pero
recordemos que sólo producirán ese efecto si el uso que de ellos hacemos está
acompañado de la purificación del corazón. San Juan Crisóstomo nos lo
recomienda, guiado por la enseñanza de San Pablo, y agrega que nuestros
cánticos deben ser, ante todo, espirituales, cantados no solamente con la
lengua, sino también con el corazón.
Así pues,
para que los cánticos de la Iglesia nos lleven a ser colmados por el Espíritu,
el apóstol insiste en que dichos cantos sean espirituales. Por esas palabras,
se debe entender que no sólo tienen que ser espirituales por su contenido, sino
que también deben ser suscitados por el Espíritu. Deben ser el fruto del
Espíritu Santo y brotar de corazones plenos de él. Sin esto, no nos convertirán
jamás en poseídos por el Espíritu. Este se ajusta a la ley que quiere que al
que canta le sea dado lo que ha sido puesto en ese canto.
La
segunda condición requerida por el apóstol es que los cantos sean entonados, no
solamente por la lengua, sino también por el corazón. Es necesario no sólo
comprender el canto, sino estar como en simpatía con él, recibir en el corazón
el contenido del canto y cantarlo como si surgiera de nuestro propio corazón.
Comparando ese texto con otros, se constata que, en el tiempo de los apóstoles,
sólo aquéllos que estaban en ese estado podían cantar; los otros entraban poco
a poco en el mismo sentimiento, y toda la asamblea cantaba y glorificaba a Dios
solamente con el corazón. No es sorprendente pues, que la asamblea toda entera
haya sido colmada por el Espíritu Santo. ¡Cuántos tesoros están escondidos en los
cánticos de la Iglesia, si nosotros los cantamos tal como se debe!
San Juan
Crisóstomo escribía: "¿Qué significan estas palabras: ¿Aquellos que
cantan al Señor en su corazón?” Esto significa: emprended esta obra con
atención, pues aquéllos que están desatentos cantan en vano, pronunciando sólo
las palabras, mientras su corazón vagabundea en otra parte". El
bienaventurado Teodoro agrega: "Canta en su corazón aquél que no se
contenta con mover la lengua, sino que aplica su intelecto a comprender lo que
dice". Otros santos Padres escribiendo respecto a la oración, dicen que
ella es mejor cuando es ofrecida por el intelecto establecido en el corazón.
Lo que el
apóstol dice aquí respecto a las asambleas de Iglesia, puede aplicarse
igualmente a la salmodia privada. Esta puede ser cumplida por cada uno en
particular, y el fruto será el mismo si ella es hecha como se debe, es decir
con atención, comprensión y sentimiento, desde el fondo del corazón.
Notamos
incluso que, aunque las palabras del apóstol se refieren directamente al canto,
su pensamiento vale para toda oración hecha a Dios. Es esto lo que despierta en
nosotros el Espíritu Santo.
La
oración del intelecto en el corazón
Podemos
orar usando oraciones ya compuestas; pero a veces la oración nace directamente
en nuestro corazón y, desde allí se eleva hacia Dios. Tal era la oración de
Moisés ante el Mar Rojo. El apóstol se refiere a ese tipo de oración cuando
dice: "Median-te la gracia, cantad en vuestro corazón al Señor".
Explicando este texto, San Juan Crisóstomo escribe: "Cantad por la
gracia del Espíritu, no es simplemente con los labios, sino con atención,
permaneciendo en pensamiento ante Dios en vuestro corazón. He aquí lo que
significa la expresión: cantando al Señor; de otro modo, el canto no sirve para
nada y las palabras se desvanecen en el aire. No se canta para la asistencia.
Incluso sobre la plaza pública, es posible dirigirnos a Dios en el interior de
nosotros mismos, y cantar, sin ser escuchados por nadie. Es bueno orar en el
corazón, incluso cuando se está en viaje, y ser elevado a las alturas por la
oración". Solamente una oración semejante es una oración verdadera. La
oración vocal no es una oración si tanto el intelecto como el corazón no oran
igualmente.
Esta
oración está formada en el corazón por la gracia del Espíritu Santo. Aquél que
se vuelve hacia Dios y es santificado por los sacramentos, recibe al mismo
tiempo un sentimiento de amor por Dios en el interior de sí mismo; desde ese
momento, comienzan a construirse en su corazón los fundamentos del edificio que
le permitirá elevarse hacia las alturas. Si no lo destruye por medio de una
conducta indigna, ese sentimiento llegará a ser, con el tiempo, la
perseverancia y el trabajo, una llama; pero si él lo destruye por su indignidad,
aunque el camino del retorno y de la reconciliación con Dios no esté cerrado
para él, ese sentimiento no le será ya otorgado en forma inmediata y
gratuitamente. Tendrá ante él un largo y penoso esfuerzo para cumplir, para
reencontrarlo a fuerza de oración. Pero Dios no rechaza a nadie.
Puesto
que todos tienen la gracia, una sola cosa es necesaria: dejar a esta gracia en
libertad de actuar cuando el yo se encuentra desleído y las pasiones
desarraigadas. Cuanto más purificado está nuestro corazón, más vivo llega a ser
nuestro sentimiento hacia Dios. Y cuando nuestro corazón está enteramente
purificado, entonces ese sentimiento de calor hacia Dios llega a ser un fuego.
Incluso en aquéllos que han cesado por un tiempo de experimentar la obra de la
gracia, este calor hacia Dios se reanima largo tiempo antes de que ellos hayan
alcanzado una completa purificación de sus pasiones. No es todavía más que una
semilla o una chispa, pero si se vela sobre ella con cuidado, brilla y comienza
a llamear. Pero ella no es sin embargo todavía permanente; a veces se eleva y a
veces vuelve a caer y, cuando brilla, no es siempre con la misma intensidad.
Poco importa, por otra parte, con qué fuerza arde; esa llama de amor se eleva
siempre hacia Dios y le canta su cántico. Es sobre ella que la gracia construye
todo su edificio, pues está siempre presente en los creyentes. Aquéllos que se
dan sin retorno a la gracia son guiados por ella; ella los forma y los educa de
una manera que sólo ella conoce.
Sentimientos
y palabras
El
sentimiento que se experimenta hacia Dios, incluso si no está acompañado de
palabras, es una oración. Las palabras sostienen y a veces profundizan el
sentimiento.
El don
del sentimiento
Conservad
con cuidado ese don del sentimiento, que os es acordado por la misericordia de
Dios. ¿Cómo? En primer lugar, por la humildad, atribuyendo todo a la gracia y
nada a vosotros mismos. Desde que vosotros confiéis en vosotros mismos, la
gracia disminuirá en vosotros y, si no os recuperáis, ella cesará por completo su
obra Entonces sólo os restará lamentaros y gemir. Por lo tanto, considerándoos
como polvo y ceniza, permaneced en la gracia y no volquéis vuestro corazón ni
vuestro pensamiento hacia ninguna otra cosa, salvo por necesidad. Permaneced
sin cesar con el Señor. Si la llama interior comienza a debilitarse un poco,
inmediatamente esforzaos para que retome vigor. El Señor está cerca. Si os
dirigís hacia Él con temor y contrición, inmediatamente recibiréis sus dones.
El
cuerpo, el alma y el espíritu
El cuerpo
está hecho de tierra; sin embargo, no es algo muerto sino viviente, y dotado de
un alma viviente. En esa alma se ha insuflado un espíritu, el Espíritu de Dios,
hecho para conocer a Dios, venerarlo, buscarlo, gustarlo y encontrar la alegría
en él y no en otro.
El
intelecto en el corazón
Volveos
hacia el Señor, haciendo descender la atención del intelecto en el corazón y
allí, invocadlo. Estando el intelecto firmemente establecido en el corazón,
manteneos ante el Señor con temor, reverencia y devoción. Si cumplís sin
desfallecimiento esta breve regla, los deseos y los sentimientos apasionados no
se elevarán jamás en vosotros, y tampoco, por otra parte, ningún otro
pensamiento.
La obra
esencial de nuestra vida
La
oración es obra esencial de nuestra vida moral y religiosa. La raíz de esta
vida consiste en una relación libre y consciente con Dios que, entonces, dirige
todas las cosas en nosotros. Es la práctica de la oración la que expresa esta
actitud hacia Dios, lo mismo que los contactos sociales de nuestra vida
cotidiana expresan nuestra actitud moral hacia nuestro prójimo, y nuestro
combate ascético y nuestras luchas espirituales son la expresión de nuestra
actitud moral hacia nosotros mismos. Nuestra oración refleja nuestra actitud
hacia Dios, y nuestra actitud hacia Dios se refleja en nuestra oración. Y
puesto que esta actitud no es idéntica en todos, la manera de orar no lo es
tampoco. Aquél que no se preocupa de su salvación no tiene, hacia Dios, la
misma actitud que aquél que ha renunciado al pecado y tiene celo por la virtud,
pero que todavía no ha entrado en el interior de sí mismo y no trabaja por el
Señor más que exteriormente.
Aquél que
ha entrado en sí mismo, que lleva en él al Señor y permanece en su presencia,
tiene una actitud también diferente. El primero es negligente en la oración
como lo es en la vida, sólo ora en la Iglesia y en la casa según la costumbre
establecida, sin atención ni sentimiento. El segundo lee muchas oraciones y va
a menudo a la iglesia; al mismo tiempo, intenta impedir a su espíritu
vagabundear, y hace lo que puede por colocar sus sentimientos conforme a lo que
lee; pero, a pesar de sus esfuerzos sólo lo consigue muy raramente. El tercero,
que está totalmente recogido en sí mismo, permanece con su intelecto ante Dios,
y le ora en su corazón sin distracción, sin largas oraciones verbales, incluso
cuando permanece largo tiempo en oración en su casa o en la Iglesia. Si
vosotros quitáis al segundo la oración vocal, le quitáis toda oración; si
vosotros imponéis al tercero la oración vocal, extinguiréis en él la oración
por medio del viento de excesivas palabras. Pues cada categoría de personas,
cada grado de ascensión hacia Dios, tiene su propia forma de oración y sus
propias reglas. ¡Qué importante es aquí ser instruido por aquéllos que tienen
experiencia, y qué peligroso querer guiarse y dirigirse uno mismo!
Oración
en alta voz y oración silenciosa
¿Qué es
mejor? ¿Orar con los labios u orar con el espíritu? Es necesario usar las dos
fórmulas; a veces orar con los labios, a veces con el espíritu. Es, sin
embargo, necesario explicar aquí que la oración mental también supone el empleo
de palabras que, en ese caso no se escuchan desde afuera, sino que son
solamente pronunciadas en el interior del corazón. Mejor valdría decir esto:
Orad a veces con palabras sonoras, a veces silenciosamente con palabras que no
se escuchan. Pero es necesario velar para que la oración, en alta voz o
silenciosa, llegue del corazón.
El poder
de la oración no está en la palabra
Orar es
lo más simple de todo lo que existe. Manteneos con el intelecto en el corazón
ante la faz del Señor y decid: "Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de
mí", o solamente: "Señor, ten piedad". "Muy
misericordioso Señor, ten piedad de mí pecador", o cualquier otra palabra.
El poder de la oración no está en las palabras, sino en los pensamientos y los
sentimientos.
Una
actitud corporal firme
No es
contradecir la enseñanza de los Santos Padres decir: "Comportaos como lo
entendáis, desde el momento en que aprendéis a manteneros ante el Señor con el
intelecto en el corazón, pues ésa es la esencia misma de la oración".
Entre las actitudes corporales, hay algunas, sin embargo, que parecen
particularmente propias para armonizarse con la oración interior y le son inseparables.
Nuestro objetivo debe ser permanecer con la atención en el corazón, y conservar
todo el cuerpo en una vigilante tensión de los músculos, sin permitir que
nuestra atención sea influenciada y distraída por las impresiones exteriores de
los sentidos
La oración
del corazón
Toda
oración debe venir del corazón. Cualquier otra oración no es tal. Las oraciones
de los manuales, vuestras propias oraciones, las oraciones muy breves, todas
deben brotar de nuestro corazón para ir hacia Dios ante quien nos presentamos.
Y esto es tanto más cierto para la Oración de Jesús.
Lo
fundamental
Lo
fundamental, es permanecer ante Dios con el intelecto en el corazón, y
continuar manteniéndose así ante él, sin cesar, día y noche, hasta el fin de la
vida.
Fuente: EL ARTE DE LA ORACIÓN:
QUE ES LA ORACIÓN
TEOFANO El Recluso,
Obispo
De Vladimir Ytambov
(1815-
1894)
Compilación efectuada
por el Higúmeno Chariton De Valamo
Paginas 10-22
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