Gracia y Paz de parte de Dios nuestro Padre y de Cristo Jesús nuestro Señor. (2 Cor 1, 3).
Compartimos en esta entrada la Introducción y los Orígenes contenidos en la obra del Arzobispo Kallistos Ware: Iglesia Ortodoxa. Bienvenidos y Bienvenidas a este recorrido histórico de la fe ortodoxa, recorrido que haremos a lo largo de los siguientes 16 post.
La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo permanezcan con todos ustedes. (2 Cor 13,13).
Jacobo Rave
Introducción
Conocidos,
pero tenidos por desconocidos (II Cor. 6:9)
“Todo Protestante es cripto-papista,” escribe el teólogo ruso Alexis
Khomiakov en una carta enviada a un amigo inglés en 1846. “... O si empleamos
la terminología precisa algebraica, todo el occidente dispone de un solo dato, ;
sea precedido por el símbolo positivo ‘+’, como en el caso de los romanos, o
sea precedido por el símbolo negativo ‘-’ como en el caso de los Protestantes,
el a sigue siendo el mismo. Por lo tanto, pasar a la Ortodoxia parece
constituir de veras una apostasía del pasado, y de su ciencia, creencia y vida.
Es precipitarse a un mundo nuevo y desconocido.”
Cuando hablaba del dato a, Khomiakov tenía en cuenta el hecho de que
los cristianos occidentales, fuesen Protestantes, anglicanos o católicos
romanos, provienen del mismo ambiente histórico. Todos iguales (aunque no
siempre quieran admitirlo) se han visto influenciados por los mismos
acontecimientos: por la centralización bajo el Papado y por el Escolasticismo
del medioevo, por el Renacimiento, y por la Reforma y la Contra-Reforma. En
cambio los miembros de la
Iglesia Ortodoxa - tanto griegos y rusos como los demás -
comparten un origen muy distinto. No han vivido ningún medioevo (en el sentido
occidental), y no han padecido Reformas ni Contra-Reformas; solo han sido
afectados de una manera muy oblicua por los trastornos culturales y religiosos
que llevaron a la transformación de Europa occidental en los siglos XVI y XVII.
Los cristianos del oeste, tanto los católicos romanos como los reformados,
suelen abrir el diálogo con preguntas parecidas, por muy diferentes que puedan
ser las respuestas. Pero en la
Ortodoxia son diferentes no solamente las respuestas - ni
siquiera son parecidas las preguntas.
Los ortodoxos enfocan a la historia con otras perspectivas. Véanse,
por ejemplo, las actitudes que suelen adoptar los ortodoxos frente a las
controversias religiosas occidentales. En occidente es usual considerar al
Catolicismo Romano y al Protestantismo como los extremos diametralmente
opuestos de un eje; pero al ortodoxo le parecen las dos caras de una sola moneda.
Khomiakov le llama al Papa “el primer Protestante”, “el padre del racionalismo
alemán”; y por lo tanto seguramente hubiera considerado al Científico Cristiano
como un católico romano algo excéntrico. “Como podremos acabar con la perniciosa influencia del
Protestantismo?” le preguntó cierta vez un sacerdote tradicionalista anglicano
a Khomiakov cuando estaba de visita en Oxford en 1847; a lo cual contestó éste:
“Desháganse de su Catolicismo Romano.” Desde el punto de vista del teólogo
ruso, las dos cosas iban juntas; las dos están fundadas en el mismo planteamiento,
ya que el Protestantismo sale del huevo que puso Roma.
“Un mundo nuevo y desconocido”: Khomiakov acertó al calificar la Ortodoxia de esta
manera. La Ortodoxia
no consiste en una mera variedad del Catolicismo Romano pero sin Papa, sino en
algo completamente distinto a todos los sistemas religiosos del Occidente. Sin
embargo los que examinen más de cerca a este ‘mundo desconocido’ descubrirán en
él mucho que puede resultar, aunque distinto, asombrosamente familiar. “Pero si
eso es lo que siempre había creído!” Así han respondido muchos de los que han
ido aprendiendo más sobre lo que es la Iglesia Ortodoxa
y su doctrina; y en parte tienen razón. Durante más de novecientos años el
oriente griego y el occidente latino se han ido alejando cada vez más, siguiendo
sus caminos particulares, pero remontándose a los primeros siglos de la
historia del cristianismo encontrarán los dos un terreno extenso de
experiencias que tuvieron en común. San Atanasio y San Basilio vivieron en
oriente, pero sin embargo pertenecen también a la tradición de occidente; y los
ortodoxos contemporáneos que se encuentran en Francia, Bretaña o Irlanda pueden
considerar los Santos Patronos de estas tierras - Patrick, Cuthbert y Bede,
Geneviève de París o Agustín de Cantórbery - no como ajenos sino como miembros
de la misma iglesia. Érase una vez, toda Europa formaba parte del mundo
ortodoxo tanto como lo hacen Rusia y Grecia hoy en día.
Cuando Khomiakov escribió su carta de 1846, rara vez los de una
tradición conocían personalmente a los representantes de la otra. Robert
Curzon, al viajar por el Levante durante los años 1830 en busca de manuscritos
a buen precio, se sintió algo desconcertado al comprobar que el Patriarca de
Constantinopla jamás oyó hablar del Arzobispo de Cantórbery. Desde entonces,
claro está, la situación ha cambiado bastante. Resulta hoy día
incomparablemente más fácil viajar, y desaparecieron las barreras físicas.
Además que ahora apenas es necesario desplazarse: un ciudadano del mundo
occidental ya no tiene que abandonar su país para que pueda observar en directo
la Iglesia Ortodoxa.
Griegos que se han ido trasladando a occidente
con motivos económicos, o eslavos impulsados hacia el occidente por la
persecución, trajeron consigo su Iglesia, con lo que se ha ido desenvolviendo
por Europa, América y Australia toda una red de parroquias y diócesis, de
institutos teológicos y monasterios. Lo más importante de todo durante este
siglo ha sido el crecimiento dentro de muchas comuniones de un deseo
inaplazable y sin precedentes por la unidad visible de toda la cristiandad, lo
cual ha motivado un nuevo interés en la Iglesia Ortodoxa.
Justo en el momento que los cristianos del oeste se estaban sensibilizando de
nuevo a la importancia de la
Ortodoxia en la reunificación cristiana y trataban de ampliar
sus conocimientos, se esparció por todo el mundo la diáspora greco-rusa. En las
conferencias sobre la reunificación, ha resultado a veces inesperadamente
iluminadora la contribución de la Iglesia Ortodoxa: y eso, precisamente por que los
ortodoxos tienen esa historia distinta, que les ha permitido revelar nuevos
modos de pensar y proponer para los eternos problemas, soluciones olvidadas
antaño.
El mundo occidental siempre ha contenido gente cuya concepción de la
cristiandad llegaba más allá de Cantórbery Ginebra y Roma; pero antiguamente
esta gente se veía como la ‘voz del que grita en el desierto’. Esto ya no sigue
siendo así. Los efectos de una enajenación que ha perdurado ya más de nueve
siglos no se van a eliminar de inmediato, pero al menos se ha dado comienzo al
proceso.
‘La Iglesia
Ortodoxa’ ¿a qué se refiere? Las divisiones cismáticas, que
produjeron la condición fragmentada de la cristiandad contemporánea, se
desarrollaron en tres etapas principales que se fueron sucediendo cada
quinientos años, aproximadamente. La primera etapa en la historia de las
escisiones ocurrió en los siglos VI y VII, cuando las iglesias hoy denominadas
Ortodoxas Orientales se separaron del cuerpo principal de creyentes cristianos.
Estas iglesias se pueden dividir en dos categorías, que son la Iglesia del Este
(localizada en los territorios compuestos en la actualidad por Iraq e Irán; a
veces conocida como la
Iglesia Asiria, Nestoriana, Caldea, o Siriaco-oriental), y
las cinco Iglesias NoCalcedonianas (conocidas con mucha frecuencia como
Monofisitas): la Iglesia
Siria de Antioquía (a la que también se la llama ‘Jacobita’),
la Iglesia Siria
de la India, la Iglesia Copta de
Egipto, la Iglesia
Armenia y la Iglesia Etíope. En la actualidad la Iglesia del Este cuenta
solamente con unos 550.000 adherentes, aunque antaño fueron mucho más
numerosos; los No-Calcedonianos pueden sumar en total unos 27 millones. A estos
dos grupos a veces se les denomina juntos con el apodo de Iglesias Orientales ‘menores’
o ‘separadas’, pero es preferible evitar esa terminología ya que presupone
cierta valorización de inferioridad.
Este libro, en el que no pretendemos tratar exhaustivamente el tema
complejo del cristianismo oriental, no se implicará directamente en la historia
de los ‘Ortodoxos Orientales’, aunque sí aludiremos a ellos de vez en cuando.
Nuestro tema central va a ser el de los cristianos conocidos no como ‘Ortodoxos
Orientales’, sino como ‘Ortodoxos del Este’, es decir todos aquellos que están
en comunión con el Patriarcado Ecuménico de Constantinopla; así, pues, cuando
se menciona la
Iglesia Ortodoxa, nos referimos a los Ortodoxos del Este y no
a los Orientales. Afortunadamente, en la actualidad existe la gran posibilidad
de que estas dos familias cristianas - que son la Ortodoxa Oriental
y la del Este - realizarán entre sí una reconciliación.
Como consecuencia de esta primera separación, la Iglesia Ortodoxa
del Este se vió restringida del lado oriental y limitada a la población de
habla griega. A continuación se produjo la segunda ruptura, a la que
normalmente se le asigna la fecha de 1054. El cuerpo principal cristiano se vio
dividido en dos partes: en el occidente, la Iglesia Católica
Romana bajo el Papa y en el Imperio Bizantino, la Iglesia Ortodoxa
del Este. El mundo ortodoxo a partir de entonces se encontraba delimitado
también en el lateral occidental. No nos concierne aquí la tercera ruptura,
ocurrida en el siglo XVI entre los Católicos Romanos y los Reformadores.
Es curioso observar cómo suelen coincidir las divisiones eclesiásticas
con las culturales. Aunque el cristianismo se plantea una misión universal, en
la práctica se ha visto aliado con tres culturas: la semítica, la griega y la
latina. Después de la primera ruptura quedaron excluidos del resto de la
cristiandad los cristianos semíticos de la Siria, con toda su escuela floreciente de
teólogos y escritores. Más tarde sucedió el segundo cisma, por el que quedaron
separadas y apartadas las tradiciones griega y latina. De ahí que en la Iglesia Ortodoxa
del Este la influencia principal ha sido la griega. Pero esto no quiere decir
que la Iglesia Ortodoxa
consiste en una iglesia exclusivamente griega, puesto que los Padres Sirios y
los Latinos también han contribuido a la plenitud de la tradición ortodoxa.
A pesar de que la
Iglesia Ortodoxa se encontró encerrada primero en la frontera
oriental y más tarde en la occidental, sí pudo expandirse hacia el norte. En el
año 863 San Cirilo y San Metodio, los Apóstoles de los Eslavos, viajaron al
norte para emprender su obra misionera más allá de las fronteras del Imperio
Bizantino, y tras sus esfuerzos lograron convertira los búlgaros, a los serbios
y a los rusos. Según menguaba el poder de los bizantinos, se acrecentaba la
importancia de estas iglesias menos antiguas, norteñas. Y cuando por fin los turcos
capturaron Constantinopla en 1453, el Principado de Moscú estaba ya listo para
asumir el rol de defensor del mundo ortodoxo. Durante los últimos dos siglos,
en cierta medida, se ha invertido de nuevo la situación. Aunque Constantinopla
permanece en manos de los turcos, palidísima sombra de la gloria de antaño, los
cristianos ortodoxos de Grecia comenzaron a recuperar su libertad con la
revolución de 1821; en cambio la iglesia rusa ha sufrido este siglo más de
setenta años bajo la autoridad de un gobierno agresivamente anti-cristiano.
Esas han sido las etapas principales del desarrollo externo de la Iglesia Ortodoxa.
Hablando geográficamente, las áreas de población ortodoxa se distribuyen
mayoritariamente por Europa oriental, por Rusia y por los litorales levantinos
del Mediterráneo. Está compuesta de las siguientes Iglesias independientes,
llamadas ‘autocéfalas’:
1) Los cuatro Patriarcados antiguos:
Constantinopla
|
6 millones
|
Alejandría
|
(350.000)
|
Antioquía
|
(750.000)
|
Jerusalém
|
(60.000)
|
Aunque de tamaño muy reducido, estas cuatro Iglesias ocupan un lugar
especial y prestigioso en la Iglesia Ortodoxa, con primacía de honor. A los
que dirigen estas Iglesias se les titula como Patriarcas.
2) Las nueve otras iglesias autocéfalas:
Rusia
|
(50-85 )millones)
|
Serbia
|
(8 millones)
|
Rumania
|
(17 millones)
|
Bulgaria
|
(8 millones)
|
Georgia
|
(5 millones)
|
Chipre
|
(450.000)
|
Grecia
|
(9 millones)
|
Polonia
|
(750.000)
|
Albania
|
(210.000 en 1944)
|
Todas estas iglesias - menos las de Polonia y Albania - están
localizadas en países donde la población es totalmente o mayoritariamente
ortodoxa. Las iglesias de Grecia y de Chipre son griegas; cuatro de las otras
son eslavas - la rusa, la serbia, la búlgara, y la polaca. Los jefes de las
iglesias rusa, rumana, serbia y búlgara llevan el título de Patriarca; al que
dirige la Iglesia
de Georgia se le denomina Catolicos-Patriarca; los jefes de las demás iglesias
se titulan o Arzobispo o Metropolita.
3) Existen además unas cuantas iglesias que son independientes pero no
en forma absoluta. Éstas son designadas ‘autónomas’ pero no ‘autocéfalas’:
Checoslovakia
|
(100.000)
|
Sinaí
|
(900)
|
Finlandia
|
(52.000
|
Japón
|
(25.000)
|
China
|
(¿10.000 - 20.000)
|
4) Adicionalmente hay una cuantiosa ‘diáspora' en Europa occidental,
en América del norte y del sur, y en Australia. La mayoría de estos ortodoxos
que se han visto ‘esparcidos en el extranjero’ dependen de la jurisdicción de
uno de los Patriarcados o de una de las iglesias autocéfalas, pero en algunos
lugares existen movimientos para la independización. Concretamente, se han
tomado medidas para la creación de la Iglesia Autocéfala
Ortodoxa de América (alrededor de un millón de creyentes), pero ésta todavía no
ha sido oficialmente reconocida por la mayoría de las demás Iglesias Ortodoxas.
La Iglesia
Ortodoxa, pues, consiste en una
familia de Iglesias autogobernantes. Se mantiene unida no por una estructura
centralizada ni por un prelado con poder único sobre el cuerpo entero, sino por
el doble. vínculo de la unidad en la fé y de la comunión sacramental. Cada
Patriarcado y cada Iglesia autocéfala, aunque independiente, está completamente
de acuerdo con las demás en todos los asuntos doctrinales, y entre todas existe
al menos en principio plena comunión sacramental. (En la práctica existen
ciertas rupturas de comunión, sobre todo entre los ortodoxos rusos y
ucranianos, pero esto es una situación excepcional y esperemos que provisional).
En la Iglesia
Ortodoxa no existe ninguna figura equivalente al Papa en la Iglesia católica romana.
Al Patriarca de Constantinopla se le denomina ‘el Patriarca Ecuménico’ (es
decir ‘universal’), y desde la escisión entre oriente y occidente ha gozado de
un honor especial entre todas las comunidades ortodoxas; pero no tiene el
derecho de interferir en los asuntos interiores de las otras Iglesias. Su
autoridad se puede comparar con la del Arzobispo de Cantórbery en la comunidad
mundial anglicana.
Este sistema de Iglesias locales independientes tiene la ventaja de
ser muy flexible, con facilidad de adaptarse a las situaciones cambiantes. Las
Iglesias locales se pueden fundar, suprimir y restaurar de nuevo sin que se
interrumpa la vida de la
Iglesia en general. Muchas de estas iglesias locales son al
mismo tiempo iglesias nacionales, ya que en el pasado en los países ortodoxos
han habido relaciones estrechas entre el Estado y la Iglesia. Pero aunque
los Estados independientes muchas veces tienen su propia Iglesia autocéfala,
las divisiones eclesiásticas no tienen porqué coincidir siempre con fronteras
estatales. Los territorios de los cuatro Patriarcados antiguos abarcan varios
Estados políticos del mundo moderno. La Iglesia Ortodoxa
consiste en una federación de iglesias locales, pero no siempre nacionales. No
está basada en el principio político del Estado-Iglesia.
Entre las varias Iglesias podemos observar una enorme variedad en el
número de fieles, en la que un extremo de la gama de posibilidades es ocupado
por Rusia y el otro por Sinaí. Las distintas Iglesias también son de distintas
edades, con algunas que se remontan a la época apostólica y otras que han
existido apenas una generación. La
Iglesia de Albania por ejemplo se hizo autocéfala tan sólo en
1937.
La Ortodoxia pretende ser universal - no exótica u oriental, sino el cristianismo
puro y sencillo. Gracias a los defectos humanos y a los accidentes de la
historia, la Iglesia
Ortodoxa se ha visto restringida dentro de unos límites
geográficos fijos. Pero para los ortodoxos mismos su Iglesia consiste en algo
más que un mero grupo de entidades locales. La palabra ‘Ortodoxia’ tiene dos
significados a la vez, el de ‘creencia justa’ y el de ‘gloria justa’ (o ‘veneración
justa’). Por lo cual se entiende que los ortodoxos afirman una cosa que puede
que parezca sorprendente: consideran su Iglesia como la Iglesia que conserva y proclama
la creencia verdadera sobre Dios y que Le adora con la veneración indicada; es
decir, la consideran como nada menos que la Iglesia de Cristo en la tierra. La interpretación
de este aserto, y de la actitud de los ortodoxos hacia los demás cristianos que
no pertenecen a su Iglesia, formará parte del propósito explicativo de este
libro.
Primera
Parte
HISTORIA
CAPÍTULO 1
Orígenes
En medio del pueblo hay
una capilla subterránea, con el acceso encubierto. Cuando venga de visita un
cura clandestino, aquí celebrará la
Liturgia y los otros oficios. Si acaso alguna vez los
habitantes se sientan libres de observación policial, se reúne en la capilla
todo el pueblo, menos los guardias que quedan fuera para avisar por si llega
gente de fuera. En otras ocasiones, los oficios se celebran por turnos.
La misa de Pascuas fue celebrada
en un apartamento de una institución oficial de Estado. Solo se les admitía a
los que llevaban un permiso especial, como el que yo había obtenido para mí y
para mi pequeña hija. Asistieron unas treinta personas, incluidos unos
conocidos míos. Un cura viejo celebró la misa, que no se me olvidará jamás. ‘Cristo
resucitó,’ cantamos suavemente pero llenos de alegría... La alegría que sentí
en esa misa de la Iglesia
de las Catacumbas me sigue dando fuerza para la vida, desde entonces hasta hoy.
Hemos aquí dos relatos de la vida de la iglesia en Rusia un poco antes de la Segunda Guerra
Mundial. Pero con pocas alteraciones, podrían sin dificultad interpretarse como
cuentos de la historia del culto cristiano bajo los emperadores Nerón o
Dioeleciano. Dan testimonio del curso cíclico recorrido por el Cristianismo a
lo largo de los diecinueve siglos de su historia. Los cristianos hoy día, mucho
más que la generación de sus abuelos, tienen muchos puntos en común con la
iglesia primitiva. El Cristianismo nació como la religión de una minoría dentro
de una sociedad cuya mayoría no era cristiana, y se está volviendo a la misma
situación. La
Iglesia Cristiana original no estaba ligada al Estado; y hoy
en día, en un país detrás de otro, esa alianza tradicional se está rompiendo.
En el principio, al Cristianismo se le trataba de religio illicita, una religión prohibida, víctima de persecuciones
gubernamentales; hoy en día, la persecución vuelve a formar parte de la
experiencia cristiana y es posible que hayan muerto martirizados más creyentes
durante el período de treinta años entre 1918 y 1948 que durante los tres
primeros siglos tras la crucifixión de Cristo.
Los miembros de la
Iglesia Ortodoxa, más que nadie, han podido vivir y
atestiguar estas realidades, puesto que la gran mayoría de ellos ha tenido que
soportar el anti-cristianismo de los regímenes comunistas. La primera fase de
la historia cristiana, que transcurrió entre el día de Pentecostés y la
conversión de Constantino, resulta especialmente relevante para la Ortodoxia contemporánea.
“Y se produjo de repente un ruido del cielo, como de viento impetuoso
que pasa, que llenó toda la casa donde estaban. Se les aparecieron como lenguas
de fuego, que se dividían y se posaban sobre cada uno de ellos, y todos
quedaron llenos del Espíritu Santo...” (Hechos 2:2-4). Así comenzó la historia
de la iglesia cristiana, con el descenso del Espíritu Santo sobre los Apóstoles
en Jerusalén durante la fiesta de Pentecostés. Ese mismo día, al predicar San
Pedro el Evangelio, tres mil hombres y mujeres fueron bautizados, y se formó la
primera comunidad cristiana de Jerusalén.
En poco tiempo los miembros de la Iglesia de Jerusalén se vieron esparcidos tras la
persecución que empezó con el apedreamiento de San Esteban. “Id, pues,” había
dicho Cristo, “y haced discípulos míos todos los pueblos” (Mt. 28:19).
Obedientes a esta orden, predicaban en cada sitio adonde llegaban, primero a
los judíos, y poco tiempo más tarde a las naciones también. Algunas historias
de estos viajes apostólicos vienen contadas en el libro de los Hechos, escrito
por San Lucas; otras quedaron conservadas en la tradición de la Iglesia. Con el paso
de una temporada asombrosamente corta, pequeñas comunidades cristianas brotaron
en todos los centros importantes del Imperio Romano, e incluso en algunas
localidades más allá de las fronteras imperiales.
El Imperio por el que estos misioneros se trasladaban era un imperio de
ciudades, sobre todo en la zona oriental. Esto influjo en el sistema
administrativo de la Iglesia
primitiva. La entidad básica consistía en la comunidad de cada ciudad bajo la
dirección de su obispo; los asistentes del obispo eran los sacerdotes (o ‘presbíteros’)
y los diáconos. El distrito
rural alrededor de la ciudad dependía de la
iglesia urbana. Este sistema con el sacerdocio
tripartito de obispos, sacerdotes y diáconos ya se había establecido en algunas
partes antes del fin del primer siglo. Se nos presenta en las siete cartas
breves escritas por San Ignacio, Obispo de Antioquía, hacia el año 107 mientras
viajaba rumbo a Roma y al martirio. Ignacio subrayó dos elementos particulares,
que son el obispo y la
Eucaristía; para él la Iglesia había de ser a la vez jerárquica y
sacramental. ‘El obispo en cada Iglesia,’ escribía, ‘preside en nombre de Dios.’
‘Que nadie tome iniciativas relacionadas con la Iglesia sin consultar al
obispo... Donde quiera que esté el obispo, ahí debe estar la gente, al igual
que donde quiera que esté Jesucristo, ahí estará la Iglesia Católica.’
La tarea principal y característica del obispo es celebrar la Eucaristía, ‘la
medicina de la inmortalidad’.
Hoy día se suele pensar en la Iglesia como en una organización mundial, en la
que las comunidades locales individuales forman parte de una entidad más grande
y comprensiva. Ignacio no veía así a la Iglesia. Para él la
comunidad local es la
Iglesia. Para él la Iglesia es una sociedad eucarística, que
únicamente logra realizar su verdadero potencial al celebrar la Cena del Señor, cuando recibe
Su Cuerpo y Su Sangre en el sacramento. La Eucaristía, sin
embargo, solamente se puede celebrar a nivel local -en cada comunidad
particular congregada alrededor de su obispo; y, lo que es más, en cada
celebración local de la
Eucaristía se encuentra presente Cristo entero, y no solamente
una parte de él. Por lo tanto cada comunidad local, al celebrar la Eucaristía domingo tras
domingo, constituye la Iglesia
plena y entera.
Las enseñanzas de Ignacio ocupan un lugar permanente dentro de la
tradición ortodoxa. La
Ortodoxia todavía hoy concibe la Iglesia como una sociedad
Eucarística, cuya organización externa, por muy necesaria que sea, tiene una
importancia muy secundaria a la de la vida interna sacramental; y la Ortodoxia subraya la
importancia imprescindible de la comunidad local en la estructura de la Iglesia. La idea de
Ignacio de Antioquía de que el obispo constituye el centro unificado de una
comunidad local viene encarnada con cierta viveza para los que asisten a una
Liturgia Ortodoxa Pontifical, en la que el obispo al comienzo del oficio se encuentra en el centro
de la iglesia rodeado de su rebaño.
Además de las comunidades locales también hay que tener en cuenta la
unidad de la Iglesia
a un nivel más extensivo. Este otro aspecto se trata en las obras escritas de
otro obispo martirizado, San Cipriano de Cartagena (fallecido en 258). Según
Cipriano todos los obispos comparten el mismo episcopado pero de tal manera que
cada uno de ellos posee no una parte sino la entereza de él. ‘El episcopado,’
escribía, ‘es una sola entidad, de la que cada obispo individual está en plena
posesión. Al igual que la
Iglesia también es una sola entidad, aunque se extienda a lo
largo y a lo ancho de la tierra en una multitud de iglesias, según se vaya
haciendo más fecunda.’ Existen muchas iglesias, pero nada más que una Iglesia; muchos
episcopi, pero nada más que un episcopado.
Fueron muchos otros, además de Ignacio y Cipriano, los que durante los
tres primeros siglos de la historia de la Iglesia acabaron la vida martirizados. Cónstese
que las persecuciones no solían ser extensas ni en su alcance espacial ni en
duración temporal. Pero a pesar de que durante largas temporadas las
autoridades romanas trataban al movimiento cristiano con innegable tolerancia,
la persecución estaba siempre presente como una posibilidad amenazante, y los
cristianos sabían que en cualquier momento esa amenaza podría convertirse en
realidad. El martirio ocupaba un lugar central en el pensamiento espiritual de
los cristianos primitivos. Para ellos su Iglesia estaba fundada en la sangre -
no solamente la sangre de Cristo, pero también la de los ‘otros Cristos’, los
mártires. Más tarde, cuando la
Iglesia se fue ‘estableciendo’ y ya no se la perseguía, el
concepto del martirio no creamos que desapareció; se transformó. La vida
monástica, por ejemplo, fue considerada por muchos escritores griegos como
equivalente al martirio. Y se encuentra lo mismo en occidente: véase, por
ejemplo, un texto celta - homilía irlandesa del siglo VII - que compara la vida
ascética con el camino del mártir:
Son
tres las variedades del martirio que son la Cruz del hombre: el martirio blanco, el verde y
el rojo. El martirio blanco requiere que el hombre abandone todos sus amores
por el amor de Dios... El martirio verde consiste en lo siguiente, que por
medio de ayunos y labores el hombre se libre de sus malos deseos, o que sufra
en penitencia y arrepentimiento. El martirio rojo consiste en soportar la Cruz o la muerte por amor a
Cristo.
En la historia de la
Ortodoxia han sido muchas las ocasiones en las que ha habido
una probabilidad muy reducida del martirio rojo, y han predominado el verde y
el blanco. Pero también ha habido ocasiones, sobre todo en el siglo presente,
en las que los cristianos tanto ortodoxos como no-ortodoxos han recibido el
llamamiento al martirio de la sangre.
Resultaba natural que los obispos, quienes compartían un solo
episcopado (tal y como lo afirmaba Cipriano), se reunieran para discutir los
problemas comunes. La
Ortodoxia siempre ha prestado importancia al papel que deben
tomar los concilios en la vida de la Iglesia. Mantiene
que el concilio es el instrumento principal escogido por Dios para dirigir a su
pueblo, y cree que la
Iglesia Católica es por naturaleza una Iglesia conciliar. (Por cierto que en el idioma
ruso el mismo adjetivo, soborny, tiene
un doble sentido, significando a la vez ‘católico’ y ‘conciliar’; el
substantivo correspondiente que es sobor,
quiere decir a la vez ‘iglesia’ y ‘concilio’). En la Iglesia no existen ni la
dictadura ni el individualismo, sino la armonía y la unanimidad; los creyentes
permanecen libres sin ser aislados, vinculados en el amor, en la fe y en la
comunión sacramental.
En
la práctica a través de los concilios se implementa este concepto de armonía y
de libre unanimidad. En un concilio de verdad ninguno de los miembros le impone
su propia voluntad a los demás, sino que cada cual le consulta a los otros, de
manera que se llegue a un entendimiento común. El concilio es la encarnación
viva de la esencia de la Iglesia.
El primer concilio de la historia cristiana viene descrito en el
capítulo XV de los Hechos. Se realizó en Jerusalén cuando los Apóstoles se
reunieron para resolver hasta qué punto los gentiles convertidos debieran
observar la Ley
mosaica. Al concluir su decisión, los Apóstoles hicieron una declaración que en
otras circunstancias podría parecer presuntuosa: ‘...el Espíritu Santo y
nosotros hemos decidido...’ (Hechos 15:28). Los concilios posteriores se han
atrevido a expresarse con la misma confianza. Un individuo aislado no osaría
pronunciar las palabras ‘Nos ha parecido a mí y al Espíritu Santo...’; y haría
bien. Pero al estar reunidos en concilio, los miembros de la Iglesia tienen derecho a
afirmar una autoridad entre todos que ninguno de ellos posee a nivel
individual.
Al haber reunido a todos los líderes de la Iglesia, el Concilio de
Jerusalén fue un fenómeno excepcional, que no se repetiría hasta el año 325 cuando
se convocó el Concilio de Nicea. En la época ya de Cipriano era normal celebrar
concilios locales, presenciados por todos los obispos de determinada provincia
civil del Imperio Romano. Un concilio local de este tipo solía reunirse en la
capital de la provincia, y lo presidía el obispo de la capital al que se le
concedía el título de Metropolita. A
lo largo del tercer siglo, los concilios se fueron ampliando hasta incluir los
obispos no de una sola provincia sino de varias. Estas asambleas más comprensivas
se realizaban normalmente en las ciudades principales del Imperio, así como
Alejandría o Antioquía, lo cual supuso un incremento de importancia para los
obispos de ciertas grandes ciudades quienes fueron adquiriendo un prestigio
mayor al de los metropolitas provinciales. Pero en aquel momento no se tomaron
todavía decisiones sobre el estatus exacto de estas principales sedes
episcopales. Ni tampoco durante el siglo III esta expansión continua de los
concilios llegó a culminar en su punto lógico. Aparte del Concilio Apostólico,
hasta entonces no hubo más que asambleas locales, más o menos comprensivas;
pero a ninguna se la podía calificar de ‘general', al no haber reunido a todos
los obispos del mundo cristiano entero para poder hablar en nombre de la Iglesia entera.
Sucede en 312 el acontecimiento que produce una transformación
completa de la situación externa que vivía la Iglesia en aquel entonces.
Mientras cabalgaba el Emperador Constantino por Francia a la cabeza del
ejército, mirando arriba al cielo vio una cruz iluminada delante del sol. En la
cruz se leía una inscripción: En este signo vencerás. Como consecuencia
Constantino llegó a ser el primer emperador romano en adoptar la fe cristiana.
Aquel día en tierra francesa se iniciaron una serie de sucesos que se llevaron
a cabo en la primera fase principal de la historia cristiana, y que produjeron
la creación del Imperio Cristiano de Bizancio.
Fuente: La iglesia ortodoxa. Kallistor Ware. P. 5-15
Editorial Angela
Buenos Aires, Argentina
Comentarios
Publicar un comentario