LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE (PARTE I) por Alexey Ósipov
Quinta
edición, corregida y ampliada.
LA
VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE.
Con
la bendición del Santísimo Patriarca de Moscú y de todas las Rusias Alekséi I
LA
VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE.
El fascículo está dedicado a los problemas de
la existencia humana tras los confines de la muerte. ¿Cómo hay que entender La
Eternidad? ¿Qué son los mytarstva? ¿Puede Dios-amor dar la vida a quien, como
Él sabe, padecerá tormentos eternos? ¿Seguirán actuando nuestras pasiones en la
vida después de la muerte? ¿Existe realmente algún medio de ayuda para el
difunto? ¿Cómo influyen las oraciones en el estado del alma después de la
muerte? Estas profundas preguntas no pueden dejar indiferente a nadie.
Constituyen un misterio de la vida humana que se mide en dos dimensiones:
tiempo y eternidad. El fascículo de Alekséi Ilich Ósipov, profesor de la Academia
Espiritual de Moscú, basado en sus conferencias públicas y respuestas a las
preguntas de los asistentes, ayudará al lector a replantearse lo que ya conocía
y mirar al otro mundo a través del prisma de la enseñanza patrística.
Índice
Prólogo A La Cuarta
Edición
Prólogo A La Quinta Edición
Sobre
Los Que Viven En Otra Vida
¿Descansa,
¿Come, Bebe, Banquetea, ¿Alma Mía?
Entender
La Muerte Y A Nuestros Ancestros
¿Qué
Tenemos En Común?
“¡Estoy
En El Infierno!”
PRÓLOGO
A LA CUARTA EDICIÓN
Danílovski
blagoslovéstnik (El mensajero de Danílov) Moscú. 2007
La
vida del alma después de la muerte siempre ha guardado cierto misterio. “ ¿Cómo
será aquello? y ¿Qué habrá allí?” son preguntas que pasan de generación en
generación y a las que se dan diversas respuestas, muchas de las cuales
provienen de fuentes dudosas o no eclesiásticas: estudios de religiones no
cristianas, obras ocultistas, relatos de personas que han “estado” en el más
allá, “revelaciones” en sueños, fantasías de enfermos mentales, etc. Por eso
surge la necesidad de descubrir este tema tan cercano a las enseñanzas de los
Santos Padres y de los reverenciados ascetas de la Iglesia Ortodoxa, aunque
solo sea de forma parcial.
Sin
embargo, el cristianismo no pretende en absoluto que este misterio se convierta
en una realidad que responda a todas las preguntas de nuestra alma
infinitamente curiosa. Para la persona que vive aquí, esto no solo es
imposible, sino en gran medida poco útil.
Es
imposible, porque aquel mundo es totalmente distinto y no puede expresarse con
nuestro lenguaje, lo que ilustra la estancia en el otro mundo del apóstol
Pablo. A su vuelta, lo único que compartió con sus hermanos fue el relato de
que él solo oyó palabras inefables que el hombre no puede pronunciar (2 Co
12,4).
No
es útil, ya que el conocimiento del futuro puede paralizar totalmente la
libertad de la persona en la parte más importante de su vida: la moral y
espiritual. Es fácil imaginar cómo cambiaría nuestra forma de ser si de repente
conociésemos la fecha y hora exactas de nuestra muerte. Conocer el futuro ata
con cadenas de acero el comportamiento del hombre que no se ha liberado de sus
pasiones y debilidades. Por eso ni siquiera a todos los santos de Dios se les
reveló aquel mundo, ni la hora de su muerte. Por el contrario, al no tener
conocimiento directo sobre aquella vida, el hombre es totalmente libre en su
vida espiritual y moral de aquí, libre de elegir uno de los dos principales puntos
de vista sobre el problema de los problemas: la fe en Dios y en la vida eterna
de la persona o la fe en la muerte eterna. No fue casual que Cristo dijese al
Apóstol Tomás: “Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y
han creído.” (Jn 20,29). Ya que la fe es el indicador más fiel de la naturaleza
de las necesidades espirituales de una persona, su orientación y su pureza. I.
V. Kireiévski expresó esta idea con claridad y precisión: “La persona es
aquello en lo que cree”.
El
estado de la persona después de la muerte es fruto directo de sus deseos y
actos en esta vida. Pero ese fruto no es consecuencia de la ley de la
retribución, sino de la ley de la consciencia. Sobre ello escribe
magníficamente San Antonio en sus homilías: “…cuando somos bondadosos, estamos
en comunión con Dios por nuestra semejanza con Él, y cuando nos domina el mal,
nos separamos de Dios por nuestra disparidad con Él... nuestros pecados no
permiten que Dios nos ilumine, sino que nos unen con los demonios torturadores”[1]. Y
es que, siendo cristianos, podemos solo deliberar y disfrutar de debates
teológicos sobre Cristo sin creerle y excluyéndolo de toda nuestra vida. ¡Qué
razón tiene el dicho: “¡Filosofan sobre la vida, pero no la viven”!
El
desarrollo espiritual y la superación personal tienen lugar ante tentaciones,
la acción de las pasiones y, con frecuencia, la existencia de graves dudas.
Estas espinas son necesarias para el hombre durante su vida terrenal, ya que le
descubren a sí mismo, le amansan y le capacitan para conocer la necesidad del
Cristo Salvador, a través de lo cual adquieren la majestuosa dignidad de un
hijo de Dios. No es casual que los Padres acostumbrasen a decir que, si no
hubiese habido demonios, tampoco habría habido santos. “Desde los días de Juan
el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los
violentos lo arrebatan”. (Mt 11,12).
*
Me gustaría expresar mi especial gratitud a Alla Alekséievna Dobrosótskaia, sin
cuya enérgica iniciativa y minucioso desciframiento de las grabaciones de mis
conferencias, este libro difícilmente habría sido escrito.
PRÓLOGO
A LA QUINTA EDICIÓN
Consejo
editorial RPC. Moscú, 2008
En
esta edición se incluyen algunos nuevos materiales que hacen referencia al tema
principal de la vida del hombre: su tránsito de lo temporal a lo eterno. La
eternidad es inimaginable para la conciencia humana. Y el tiempo es incomprensible.
Entonces el Ángel “juró por el que vive por los siglos de los siglos, el que
creó el cielo y cuanto hay en él, la tierra y cuanto hay en ella, el mar y
cuanto hay en él: “¡Ya no habrá dilación!” (Ap. 10, 6). ¿Cómo cabe entender
este no habrá dilación? No lo sabemos. El filólogo griego Platón, al intentar
comprender el tiempo — uno de los fenómenos más misteriosos de nuestra
existencia—, afirmó en una percepción profundamente intuitiva, que el tiempo es
solo la imagen en movimiento de la eternidad. Efectivamente, el tiempo en sí
mismo es algo extraño y carente de lógica para el ser humano. La sabiduría
popular dice en un agudo aforismo: “Las horas pasan, los días corren y los
años vuelan”. Parece que todo debería ser al revés. Pero no, el tiempo es precisamente
así, es de alguna forma “anómalo” a nuestra existencia.
El ser humano vive y sabe con certeza que
llegará su fin. Pero también sabe con certeza (bien es verdad que, con el
corazón, no con la mente), que su vida no tendrá fin. La eternidad está
presente en el alma, ya que el alma nace eterna y así pasa a la eternidad. Pero
¿por qué? Todo por el mismo motivo: nuestra vida ya es el inicio de la Vida, su
preludio, y la muerte solo es una especie de umbral necesario para entrar en
aquel mundo, en el que ya no habrá semejantes ilusiones. Los Santos llamaron a
nuestro mundo “adulador y mentiroso, que engaña con su aparente eternidad,
sin tenerla”. Engaña a todo el que se encierra en el mundo y encuentra el
sentido de su vida en lo que ineludiblemente le arrebatarán. Cuanto más apegada
a la tierra esté la persona, más duro y espantoso será ese arrebatamiento.
Entonces la ruptura con el mundo pasará en vida y provocará al hombre un
horrible sufrimiento. Los Padres no llamaban al mundo creación de Dios. “La
palabra mundo, decía San Isaac de Nínive, es un nombre colectivo que
incluye todo lo que llamamos pasión”. “Y cuando queremos nombrar un
conjunto de pasiones, lo llamamos mundo”.
Por
eso las personas inteligentes de todos los tiempos siempre juzgaban sensatamente
la vida terrenal y no se hacían ilusiones en cuanto a su éxito, que podía
truncarse en cualquier momento, e infaliblemente por la muerte. Incluso los
filósofos de la antigüedad alertaban: “Recuerda la muerte”, “Aprende a morir
durante toda la vida”. Los ascetas cristianos dicen lo mismo, aunque por
otra razón: “Recuerda la muerte y jamás pecarás”. De forma clara y
elocuente se habla sobre los llamados valores de esta vida transitoria en el
aria del príncipe Yuri de la ópera “La leyenda de la ciudad invisible de Kítezh
y la doncella Fevróniya”de Nikolái Andréievich Rimski-Kórsakov: “¡Oh,
gloria, riqueza, vanidad, oh breve vida nuestra! Pasarán, pasarán corriendo las
cortas horas y todos yaceremos en ataúdes de pino. El alma volará hacia el
trono de Dios, los huesos irán a la tierra y serán pisoteados, y el cuerpo será
pasto de los gusanos. ¿Y dónde irán la gloria y la riqueza”?! Cuanta
similitud hay entre estas palabras y las de las sabias homilías de Isaac de
Nínive: “La gloria mundana es un peñasco en el mar cubierto por el agua, que
el nadador desconoce hasta que el barco no lo toca con su quilla y se llena de agua;
¡lo mismo hace la vanidad con el hombre, hasta que lo ahoga y lo destruye”.
Era
por lo tanto natural incluir en el tema de la vida después de la muerte los
pensamientos de aquellos “últimos mohicanos”, “la tribu”de los verdaderos
ascetas de la Ortodoxia, quienes, siendo hombres de nuestros tiempos (siglo
ХХ), transmitieron la concepción patrística de esta importantísima cuestión.
Hablamos de los extractos de las cartas del higúmeno Juan de Valaam (Alekséiev,
+1958) y del higúmeno Nikon (Vorobiev, +1963).
No sientas inclinación por la tierra.
Todo perece,
Solo la felicidad después de la muerte es
eterna,
Inalterable,
verdadera.
¡Y
esta felicidad depende
de
cómo vivamos nuestra vida!
San
Teófanes el Recluso.
SOBRE
LOS QUE VIVEN EN OTRA VIDA
¿Quién
no ha visto filas de personas dirigirse al cementerio a visitar las tumbas de
sus familiares durante la Pascua? Y aunque esta tradición —ir al cementerio el
día de la Resurrección luminosa de Cristo— se consolidó en tiempos soviéticos
(los ortodoxos tienen un día especial para rememorar a los difuntos llamado
Radonitsa), es significativo que incluso las personas que no van a la Iglesia
procuren conmemorar a sus muertos precisamente en los días luminosos de la
celebración de la victoria cristiana sobre la muerte. Quieren creer que sus
familiares no se han ido para siempre, que siguen vivos, aunque de otra forma,
y que pueden estar junto a ellos en espíritu.
Esta
inconmovible sensación interior de inmortalidad de la persona es más fuerte que
cualquier escepticismo. Y efectivamente es así, todos nuestros seres queridos y
familiares están vivos. No obstante, viven una vida distinta de la que vivimos
nosotros ahora, una vida a la que nosotros también llegaremos a su debido momento,
a la que todos llegaremos tarde o temprano. Por eso la cuestión relativa a
aquella vida, que es la vida eterna que celebramos en Pascua —la Resurrección
de Cristo— nos resulta tan cercana. No solo trata de nuestra mente, sino que
quizás en mayor medida atañe a nuestro corazón.
Cercana
a nuestro corazón también es esa profunda palabra que tanto resuena en el
templo: difuntos. Cuando la oyes, sientes algo parecido a esa absoluta calma
que ellos han alcanzado al haberse desprendido del cuerpo, con sus innumerables
preocupaciones, agitación y fuego de pasiones insaciables. ¡Os habéis liberado,
queridos difuntos! ¡Qué distinta es esta palabra de las que oímos fuera de las
paredes de la Iglesia! Y evidentemente queremos saber: ¡¿cómo están?, ¿qué hay
allí?! Hay pocas personas a las que no interesen estas cuestiones.
¿Qué sucede con la persona cuando muere? ¿Qué
pasa con el alma cuando se desprende del cuerpo? Nosotros guardamos
determinadas tradiciones ortodoxas. Por ejemplo, acostumbramos a conmemorar a los
difuntos al tercer, noveno y cuadragésimo día de su muerte. Pero nuestras ideas
sobre lo que sucede con el alma en este período son bastante vagas. Hemos oído
que cada persona pasa por una serie de pruebas (mytarstva). Pero ¿de qué se
trata? ¿Es realmente lo que dicen algunas obras populares sobre el tema o es
otra cosa?
Y
aun surge otra pregunta mucho más importante: ¿Quién se salva? y ¿qué significa
salvarse? ¿Se salvan los cristianos o solo los ortodoxos? Y de los ortodoxos,
¿solo los que han llevado una vida recta? Qué atormentadora es la pregunta que
nos plantea la vida misma: ¿Se salvarán o se condenarán para siempre todos los
que por determinadas causas objetivas (como por ejemplo que no se les predicó
sobre Cristo, que se les predicó falsamente o que no fueron educados según
estas creencias, entre otras) no pudieron convertirse al cristianismo? Pues, si
se condenan todos los no creyentes, los heterodoxos o los no ortodoxos,
entonces se salvará solo una ínfima parte de la humanidad. ¿Y los demás? ¿Se
condenarán? ¿Es posible que Dios no lo supiese? He aquí otra pregunta que surge
cuando tocamos el tema del estado del alma después de la muerte. ¿Qué son la
gehenna y los tormentos eternos? ¿Realmente son eternos, es decir infinitos?
¿Cómo podemos aunar por un lado la presciencia y el amor de Dios y por el otro
la existencia del tormento eterno?
Estas
son las importantes preguntas que se derivan de un hecho tan simple, a primera
vista, como es la conmemoración de los difuntos. El tema de la vida del alma
después de la muerte es profundamente misterioso y secreto. Muy poco se ha
averiguado sobre la existencia de la persona después de la muerte. Aquí
trataremos solo de algunos aspectos de este tema que no dejan de ser
interesantes para muchos y que de una forma u otra han sido esclarecidos por la
Santa Tradición de la Iglesia.
¿DESCANSA,
COME, BEBE, BANQUETEA, ALMA MÍA?
Muchos
recuerdan la parábola del Evangelio sobre un hombre cuyos campos dieron mucho
fruto. Según parece, el hombre no había vivido mal hasta entonces, pero en esta
ocasión, al conseguir una cosecha tan abundante, empezó a cavilar sobre lo que
haría con ella. Y decidió, ni más ni menos, demoler sus viejos graneros y
edificar otros más grandes para vivir en consonancia con su riqueza. ¡Descansa,
come, bebe, banquetea, alma mía, tienes muchos bienes en reserva![2]
¡Con
qué elocuencia está expresado! ¿Qué es lo único con que ha soñado el ser humano
a lo largo de la historia? Con el modo de alcanzar un progreso científico y
técnico tal, que le permita no hacer otra cosa que descansar, comer, beber y
banquetear. Parece que entonces alcanzará la felicidad total. ¿Pero cómo acaban
estos eternos sueños del hombre rico?
Le
sucede lo que él (¿y nosotros?) no imaginaba ni quería imaginar. Dios le juzga:
“¡Necio!”, “Esta misma noche te reclamarán el alma”. (Lc 12 ,19). No en
vano se dice: “Tú morirás” (y eso sería horrible), pero te reclamarán
(en la Iglesia eslava la expresión es más fuerte: te extirparán) el alma. El
hecho ni siquiera está en ese breve lapso de tiempo (esta noche) que apartó los
pensamientos y los sueños del hombre rico del momento en que se le extirpó el
alma del cuerpo. Este momento puede medirse para cada uno de nosotros en
diferentes intervalos de tiempo: en horas, días, meses, años. Pero, en
cualquier caso, todos estos intervalos son un instante. Cada uno de nosotros es
totalmente consciente de que su vida anterior ha pasado volando como un sueño,
tenga la edad que tenga ahora: 20, 50, 70... Diría que el tiempo es una cosa
sorprendente, extraña: parece que existe, pero a su vez no existe. No en balde
los antiguos sabios griegos decían: el pasado no existe, puesto que pasado
está; no hay presente, ya que es un momento imposible de atrapar; ni tampoco
futuro, ya que aún no ha llegado. ¿Pero qué hay?, ¿qué nos aguarda tras el
instante de la vida terrenal? Por desgracia, la sentencia pronunciada al hombre
rico del Evangelio —“Te reclamarán el alma”— será la misma para todo el
que crea que el sentido de la vida es descansar, comer, beber y banquetear.
¿Pero
qué es la muerte? Todos nos hacemos esa misma pregunta, sobre todo cuando la
edad apremia. Pero lo que caracteriza en mayor medida no es tanto la edad como
la sabiduría al hombre, independientemente de los años que haya vivido.
Recordemos lo que dijo Lérmontov cuando solo tenía unos 20 años: “Yo ya no
espero nada de esta vida y no lamento nada del pasado”.
Por
la imposibilidad de encontrar respuesta al sentido de la vida ante la muerte
inminente, ocurren terribles desgracias. Actualmente hay muchos casos de
personas que se suicidan porque les parece que su vida no tiene sentido.
Además, el suicidio se da en todas las edades, empezando por la edad más
temprana. Entre los suicidas incluso hay niños de 10, 11, 12 años, o a veces
incluso menores. Este asombroso fenómeno se observa actualmente tanto en Rusia
como en otros países. Por ejemplo, en Estados Unidos, cerca de un 1,5% de las
muertes son casos de suicidio.
ENTENDER
LA MUERTE Y A NUESTROS ANCESTROS
¿Entonces,
qué es la muerte? Todos los pueblos y civilizaciones han pensado en ello más de
una vez. Todas las religiones hablan de ello, aunque cada una lo haga a su
manera.
Si
nos fijamos en la historia precristiana, veremos todo tipo de descripciones de
la vida después de la muerte. No obstante, cabe observar que, en esencia, todas
hablan sobre cierta forma de prolongación de la vida.
¿Qué
pensaban nuestros lejanos ancestros sobre la muerte? La respuesta a esta
pregunta es tan extensa, que apenas la podremos abordar.
Las
concepciones de la religión egipcia presentan un especial interés. En el Libro
de los Muertos egipcio (su nombre se traduce literalmente como Libro de la
salida a la luz del día), que se escribió hacia el año 2.000 a. C.,
encontraremos muchas reflexiones sobre cómo en el más allá el alma implorará a
los dioses y los espíritus para no estar sujeta a duros golpes, sufrimientos,
flagelaciones y acabar en un estado peor que el de la misma muerte. Pues esta
era la terrible sentencia que pronunciaba Horus a los que infringían la voluntad
de los dioses: “Terribles espadas castigarán vuestros cuerpos, vuestras
almas serán exterminadas, vuestras sombras, pisoteadas, y vuestras cabezas,
cortadas. ¡No os alzaréis! ¡Andaréis con la cabeza! ¡No os levantaréis, ya que
habéis caído en vuestros propios hoyos! ¡No escaparéis, no os iréis! ¡Contra
vosotros se dirigirá el fuego de la serpiente que quema a millones!” [...]
¡Ellas, (diosas con afilados cuchillos) os apuñalarán y acabarán con vosotros!
¡Nunca os verán los que viven en la Tierra!”. Sin embargo, según el mismo
Libro de los Muertos, el alma puede salvarse y convertirse en una especie de
divinidad[3].
Asimismo, la asombrosa preocupación por preservar el cuerpo (momificación) y
algunos textos poéticos encontrados en las pirámides dan motivo a algunos
investigadores para suponer que los antiguos egipcios creían incluso en la
futura resurrección.[4]
Algo
parecido se observa en el Libro de los Muertos tibetano, que, bien es
verdad, se escribió bastante más tarde, hacia el siglo VIII d. C. En él vemos
otros motivos específicos de la consciencia hindú. En este caso, la muerte se
considera como un escalón más hacia la evolución o, al contrario, hacia la
degradación del alma, que se manifiesta en otras formas de reencarnación. Y
aunque según las concepciones tibetanas algunos pueden alcanzar el estado de la
moksha (liberación), cuando el proceso de reencarnación se detiene, muy pocos
alcanzan esta meta final. La doctrina de la reencarnación está presente
prácticamente en todos los sistemas de pensamiento religiosos y filosóficos del
hinduismo.
En
las leyendas budistas también encontramos numerosos sucesos exóticos. En una de
ellas se dice que Buda se reencarnó 215 veces en todo tipo de seres, excepto en
mujer, antes de convertirse finalmente en un iluminado. No obstante, la idea
original del budismo es otra: guiar a la persona en la consecución de lo que
ellos llaman “el nirvana”. Pero ¿qué es el nirvana? Cada escuela lo describe de
forma diferente, aunque lo más importante no es eso, sino que allí sucede algo.
Por
cierto, hablemos un poco sobre la idea de la reencarnación. Podríamos decir que
la reencarnación también ofrece una peculiar salvación de la muerte, pero es
profundamente engañosa para la psicología humana que, por lo general, deja para
mañana todo lo que le parece difícil y no quiere hacer hoy. Y es que la
perfección espiritual y moral es el trabajo ascético (podvig) de la lucha
consigo mismo. Y como bien sabemos:
La lucha consigo mismo
Es el combate más duro.
La victoria entre las victorias
Es la victoria sobre uno mismo.
(F. Logau)[5].
La idea de la reencarnación orienta de manera subconsciente a la persona hacia “la lucha consigo misma” en un futuro incierto, especialmente si no vive mal en este mundo. Además, la cadena de reencarnación no tiene prácticamente fin, ya que es un número infinito de muertes y nacimientos. Por lo menos, los más afortunados, como Buda, que se reencarnó “solo”215 veces, son casos aislados. Pero el destino de la mayoría, repito, es una cadena infinita de reencarnaciones incesantes.
La
idea de la reencarnación también fue adoptada, casi sin ningún cambio, por la
teosofía. No obstante, no tiene un fundamento sólido.
En
primer lugar, si la reencarnación fuese la ley de nuestra existencia, cada
persona tendría algún recuerdo de sus estados anteriores. De lo contrario,
perdería todo el sentido el argumento principal de dicha teoría, que establece
la necesidad de múltiples encarnaciones de la personalidad para que esta pueda
esforzarse con el fin de purificar por completo sus pecados. John Locke,
filósofo inglés del siglo XVIII, observó con justeza que, si no hay memoria
sobre la encarnación anterior, entonces tampoco existe la identidad personal y,
por consiguiente, la reencarnación, sino que lo que se produce es el simple
nacimiento de un nuevo Yo.
En
segundo lugar, no hay ningún hecho que confirme esta teoría. Los inusuales
casos de los llamados “recuerdos” sobre las propias reencarnaciones anteriores
tienen una naturaleza bien distinta, ya que son consecuencias naturales de:
- la sugestión ajena, incluida la de carácter
telepático[6], o
la autosugestión involuntaria a la cual suelen sucumbir las personas denominadas
médiums (personas dotadas de facultades paranormales), sobre todo mujeres y
niños;
-
determinadas enfermedades mentales en las que el enfermo puede “recordarse” a
sí mismo siendo cualquier otra persona;
- influencias demoníacas directas que a menudo
se manifiestan en un estado poseído evidente para todo el mundo;
-
la manifestación de la denominada llamada memoria genética, que en determinadas
condiciones puede reproducir en la consciencia las impresiones y experiencias
de los antepasados, que la persona percibe como propias.
También
encontramos pensamientos curiosos en la antigua mitología y religión griega.
Los antiguos griegos, al igual que muchos otros pueblos que no tuvieron ninguna
Revelación Divina directa, imaginaban el estado de una persona después de la
muerte como algo ilusorio o algo infinitamente peor que cualquier vida
terrenal. En La Odisea, por ejemplo, Homero expresa de manera elocuente
el estado de la persona en el reino del Hades. Así se quejaba el semidiós
Aquiles a Odiseo:
“No intentes consolarme de la muerte,
esclarecido Odiseo: preferiría ser labrador y servir a otro, o un hombre indigente
que tuviera poco caudal para mantenerse, a reinar sobre todos los muertos”[7].
Aún
más interesante es el estado de Hércules después de la muerte, ese gran héroe
de la antigua mitología griega. Mientras las carnes mortales se consumían, los
grandes dioses miraban desde el Olimpo. Así, Hércules acaba en el Olimpo, en el
banquete de los dioses, mientras que su temblorosa sombra armada con arco y
flechas acaba en el Inframundo. ¡En dos polos a la vez! Esta insólita idea de
Homero pasó a ser para el padre Pável Aleksándrovich Florenski una de las
fuentes de su concepción escatológica original.
¿De
qué hablan estas extraordinarias fantasías? Por un lado, de que los antiguos
griegos sentían profundamente la realidad del otro mundo y la
indestructibilidad del alma, y creían en la existencia del estado de después de
la muerte. Por otro lado, sin saber en absoluto cómo era este ineludible y
desconocido estado, lo temían, hacían todo tipo de conjeturas y creaban
expresivos mitos, como hemos visto, en un intento de dar sentido a ese
misterio. Y deberíamos agradecérselo, ya que algunos de estos mitos no solo son
interesantes, sino que además expresan en profundidad la idea de la retribución
después de la muerte. Basta con recordar las antiguas intuiciones sobre las Islas
de Bienaventurados y los Campos Elíseos para los justos, así como otros mitos
más tardíos en los que se hablaba de la desesperanza del destino que esperaba a
los condenados: las torturas de Tántalo, la piedra de Sísifo o los toneles de
las Danaides.
En
otras religiones precristianas también pueden verse escenas semejantes. La
sensación intuitiva de la inmortalidad y los hechos directos que la confirman
(apariciones de los muertos, sus predicciones exactas, advertencias, etc.) se
disolvieron en la espesa niebla de la ignorancia sobre aquel mundo. Y así
ocurrió durante toda la historia precristiana de la humanidad.
Incluso
en la Escritura del Antiguo Testamento nos encontraremos con algo similar. Con
anterioridad a los libros de los profetas, en ella se afirma que, tras la
muerte, el alma de la persona se duerme o incluso muere. ¡O sea, todo el
hombre, no solo el cuerpo, se convierte en polvo tras su muerte! Y solo los
profetas, sobre todo los más grandes, empiezan a asegurar que tras la muerte
del cuerpo el alma no desaparece, no muere y ni siquiera se duerme, sino que
experimenta sufrimientos o alegría según la naturaleza de la vida moral del
hombre. Los profetas hablan incluso de la resurrección universal[8]. Y
esto es mucho más de lo que se reveló a la humanidad precristiana[9].
¿QUÉ
TENEMOS EN COMÚN?
Todos
los pueblos y religiones hablan de algún tipo de vida tras la muerte, aunque
sea ilusoria. La idea de la destrucción completa de la persona tras la muerte
es muy poco frecuente.
La
insuperable dificultad psicológica que plantea creer que la persona desaparece
en la nada tras su muerte es muy común en las civilizaciones de todos los
tiempos. ¡El hombre no es un animal! ¡Hay vida tras la muerte! Y no es una
simple suposición, ni una creencia ingenua o vaga intuición, sino que ante todo
es la vivencia por parte de toda la humanidad de una enorme cantidad de hechos
que atestiguan de forma convincente que la vida de la persona se prolonga
incluso una vez franqueado el umbral de la existencia terrenal. Encontramos
información por todas partes, a menudo sorprendente, donde se conservan fuentes
literarias. Y en todas se hila la misma idea: la persona sigue viviendo incluso
tras la muerte. ¡El alma es indestructible!
A
este respecto es muy esclarecedor el relato de Iskul К., publicado con el
nombre Neveroiatnoe dlia mnogij, no istinnoe proicshectvie (Un suceso increíble
para muchos, pero verídico), que impresiona por su sinceridad y no deja ninguna
duda sobre la autenticidad de lo ocurrido. Lo más interesante de este relato es
el hecho de la continuidad de la conciencia en el tránsito de la vida de aquí a
la de allá. Al describir el momento de su muerte clínica, Iskul explica que al
principio experimentó pesadez, como una especie de presión, y luego, de
repente, sintió una completa liviandad y libertad. Después, tras ver su cuerpo,
empezó a comprender que este estaba muerto. Pero no perdió ni por un instante
la consciencia. “Nuestra noción de la palabra “muerte” está inseparablemente
ligada a la idea de cierta destrucción, del fin de la vida. ¿Cómo podía yo
pensar que había muerto, cuando en ningún momento perdí la conciencia, cuando
yo me sentía igual de vivo, podía verlo todo, oírlo todo, percibirlo todo, era
capaz de moverme, de pensar y de hablar?”[10].
Más
adelante, Iskul describe su sorpresa cuando, encontrándose en una habitación
rodeado de médicos, miró por encima de sus hombros hacia donde miraban todos
ellos: “Allí, sobre una cama, estaba tendido yo...” “… Llamé al médico, pero el
entorno en el que me encontraba resultó ser inadecuado para mí; no percibía ni
reproducía ningún sonido de mi voz, y no entendía mi absoluta desvinculación
con los que me rodeaban, mi extraña soledad. Fui presa del pánico… con todas
mis fuerzas intenté hacerme notar, pero todos mis intentos solo me llevaron a
la más profunda desesperación. “¿Acaso no me ven?”, pensaba yo en mi
desesperación, y una y otra vez volvía a acercarme a las caras inclinadas sobre
mi cama, pero ninguno de ellos se volvió ni me prestó atención, mientras yo, perplejo,
me examinaba a mí mismo. No entendía cómo era posible que no me viesen siendo
yo el mismo de siempre. Intenté palparme, pero mi mano solo hendía el aire”[11].
Existen
muchos testimonios de este tipo. A veces, las vivencias póstumas de la persona
van asociadas a momentos difíciles, cuando, por ejemplo, el difunto veía ante
sus ojos el vergonzoso espectáculo de la repartición de la herencia. Ya nadie
hablaba del difunto, ya nadie le necesitaba (era como un objeto que solo
merecía ser tirado a la basura, puesto que ya no servía para nada), ahora solo
importaban su dinero y sus pertenencias. Y podéis imaginar cuál era el horror
de los familiares que tanto le “querían”, cuando le veían volver a la vida. ¡Cómo
iba ahora a relacionarse con ellos!
Mi
vecino Serguéi Alekséievich Zhuravlev me contó un suceso muy interesante de su
vida (1913 - 1997). Era maestro y vivía en Sérguiev Posad. Le conocía bastante
bien. Era un hombre honrado que gozaba de buena salud mental, por lo que no
tengo ninguna duda de la veracidad de su relato. Cuando tenía 20 años, cayó
gravemente enfermo de tifus y le ingresaron en el hospital con más de 40ºC de
fiebre. Y un día, en un momento dado se sintió de repente muy ligero y se vio a
sí mismo tendido en la cama de la habitación del hospital. Era 1 de mayo,
recordó a sus amigos e inmediatamente se encontró al lado de ellos. Estos
celebraban alegremente este día festivo en plena naturaleza, acompañando su
animada charla y sus risas con una botella de vodka. Serguéi intentó
comunicarse con ellos, pero sus intentos fueron completamente infructuosos.
Nadie se daba cuenta de su presencia ni le oía. Entonces se acordó de una chica
que conocía y en ese instante se encontró al lado de ella. La vio sentada con
un joven conocido y escuchó su cálida conversación, pero ellos tampoco le
prestaron ninguna atención. Y en ese momento volvió en sí: “¡Pero si estoy
enfermo!”. E inmediatamente se vio en la habitación del hospital. Cerca de
su cama había dos enfermeras con una camilla y el médico, que dijo: “Está
muerto, hay que llevarlo al depósito de cadáveres”. En ese momento sintió un
frío terrible y oyó el grito de una mujer: “¡Está vivo!” Tras volver a
la vida, la fiebre desapareció por completo. Al día siguiente le dieron el
alta. Pero lo más interesante llegó después. Tras volver al trabajo, Serguéi
dio a entender a sus compañeros que sabía cómo estos habían celebrado el 1 de
mayo y de lo que habían hablado. Sus amigos quedaron enormemente sorprendidos e
intentaron averiguar quién se lo había contado (al parecer, la conversación era
confidencial). Y la chica, cuando él le contó con todo detalle la conversación
que tuvo con el joven, quedó totalmente perpleja. Evidentemente surge la
pregunta: si el alma no existe, ¿podría el cuerpo que aún yacía en la habitación
conocer todos esos detalles de lo que sucedía fuera de los límites del
hospital?
Y
he aquí otro hecho que ocurrió con el hermano del higúmeno Nikon (Vorobiév)[12],
Vladímir Nicoláievich. Cuando solo tenía unos siete años, le dieron sin querer
un golpe en la cabeza con un palo mientras jugaba a lapta (juego ruso de pelota con pala). El
golpe fue tan fuerte que perdió el conocimiento y cayó al suelo. Cuenta como se
vio a sí mismo sobrevolando ese lugar, cómo veía a los chavales desconcertados
alrededor de su cuerpo, cómo uno de ellos fue corriendo a su casa, y las
lágrimas en los ojos y gritos con los que corría su madre hacia él desde casa,
le cogía en brazos y empezaba a sacudirle. Pero allí brillaba un sol
reluciente; se estaba tan bien y reinaba tal alegría que, cuando volvió en sí,
empezó a llorar con todas sus fuerzas, pero no de dolor, como todos creyeron,
sino porque aquí se estaba sumido en una profunda tristeza y una desagradable
penumbra, como en una cueva, aunque el día era muy soleado. Sobre este suceso
hablaron todos los hermanos de Vladímir Nikoláievich: el higúmeno Nikon,
Aleksandr, Mijaíl y Vasili.
Los
sucesos de este tipo son innumerables. Estos hechos atestiguan con absoluta
certeza la presencia del alma en el ser humano y la prolongación de la vida de
esta tras la muerte del cuerpo. Cabe señalar que es precisamente el alma y no
el cuerpo la fuente de nuestros pensamientos, sentimientos y vivencias. La
mente, el corazón (como órgano de los sentimientos) y la voluntad están en el
alma, no en el cuerpo. Y esto es lo que siempre ha sostenido la religión.
Henri-Louis
Bergson, famoso filósofo francés de finales del siglo XIX, decía que el cerebro
humano es solo la estación de telefonía que transfiere la información, pero no
su fuente. La información llega al cerebro desde algún sitio, y este puede
percibirla y transmitirla de distinta forma. El cerebro puede funcionar bien o
mal, o desconectarse totalmente. Pero sigue siendo un simple mecanismo de
transmisión, no el generador de la consciencia de la persona. Hoy en día, una
gran cantidad de datos científicos incontestables confirman plenamente la idea
de Bergson.
Actualmente
se publica un gran número de libros escritos por científicos sobre la vida
ininterrumpida de la persona tras la muerte del cuerpo. Por ejemplo, el libro
del doctor Raymond Moody Life after life (La vida tras la vida) ha causado una
gran sensación en Estados Unidos. Durante los dos primeros años se vendieron
literalmente unos 2.000.000 ejemplares. Muy raras veces los libros se
distribuyen con tal rapidez, lo que muchos percibieron como una revelación. Y
pese a que siempre se han producido bastantes hechos de este tipo, simplemente
se desconocían y no se les daba importancia, por considerarse descripciones de
alucinaciones o revelaciones de personas con trastornos mentales. En este caso
se trata de un médico, un especialista rodeado de otros especialistas, que
habla únicamente de hechos y que, además, no tiene ningún interés por la “propaganda
religiosa”. Puedo nombrar otros libros similares, como, por ejemplo:
Vasíliev,
A. Vnushenie na rastoiani (Sugestión a distancia). Moscú, 1962
Vasíliev,
A. Taínstvennie yavlenia chelovécheskoi psíjiki (El misterioso fenómeno de la
psique humana). Moscú, 1964
W.
James. Las variedades de la experiencia religiosa. México, 1910
G.
Diachenko. Iz oblasti taínstvennovo (Del ámbito de lo misterioso). Moscú. 1896.
Reedición: Мoscú, 1992.
G.
Diachenko. Dujovni mir (El mundo espiritual). Moscú, 1900
P.
Kalínovski. Perejod (El tránsito). Moscú. 1991.
A.
Kuraiev. Kudá idiot dusha (Adónde va el alma). Troitskoe slovo. 2001.
M.
V. Lodyzhenski. Svet Nezrimyi (La luz invisible). San Petersburgo. 1915.
M.
V. Lodyzhenski. Tiómnaia sila (Fuerza oscura). San Petersburgo. 1915.
Arzobispo
Luca (Voino-Yasenetski). Duj, dusha i telo (Espíritu, alma y cuerpo). Bruselas.
1978.
Moritz
Roolings. Tras el umbral de la muerte. SPB. 1994.
Serafin
(Rose), hieromonje. Dusha posle smerti (El alma tras la muerte). Moscú, 1991
Sin
embargo, para entender correctamente todo lo relacionado con los fenómenos del
otro mundo, los ortodoxos deben ante todo leer y estudiar las obras de San
Ignacio (Brianchanínov) (+1867). En primer lugar, el libro Slovo o chustvennom
i dujovnom videnii dujov (Palabra sobre la visión sensorial y espiritual de los
espíritus), Slovo o smerti (Palabra sobre la muerte) y Pribavlenie k slovu o
smerti (Anexo a la palabra sobre la muerte) (tomo III). En estos tiempos de
confusión religiosa, proporcionan una base patrística sólida para la correcta
comprensión y valoración de todos los fenómenos del mundo espiritual.
“¡ESTOY EN EL INFIERNO!”
En
el libro de Moritz Roolings Tras el umbral de la muerte encontramos un concepto
nuevo e importante frente a la información aportada por Moody. Moritz es un
famoso cardiólogo, profesor de la universidad de Tennessee (EE.UU.), que ha
devuelto a la vida a mucha gente que se encontraba en estado de muerte clínica.
El libro abunda en hechos. Cabe señalar que el mismo M. Roolings no mostraba
ningún interés por la religión, hasta que un día en 1977 (la narración de su
obra comienza por este suceso) empezó a mirar de forma totalmente distinta al
problema del ser humano, el alma, la muerte, la vida eterna y Dios. De hecho,
lo que este médico describe en su libro nos obliga a reflexionar seriamente en
la cuestión.
Roolings
cuenta cómo empezó a reanimar a un paciente que se encontraba en estado de
muerte clínica. Mediante el masaje habitual en estos casos, intentaba que su
corazón volviese a funcionar, lo que era algo común en su práctica. Pero ¿con
qué se topó en esta ocasión por primera vez? En cuanto su paciente recobraba la
consciencia durante unos instantes, chillaba”: “¡Estoy en el infierno!” “¡No
pare, por favor!” El médico le preguntó qué era lo que le daba tanto miedo.
“¿No lo entiende? ¡¡Estoy en el infierno! ¡Cuando deje de masajearme, estaré
en el infierno! ¡No permita que vuelva allí!”[13].
Y esto se repitió varias veces.
Roolings
escribe que, al ser él una persona físicamente fuerte, a veces ponía tanto
empeño en su trabajo que en algunas ocasiones llegaba a romperles las costillas
a sus pacientes. Por eso, cuando los pacientes volvían en sí le rogaban: “¡Deje
de torturarme el pecho, me está haciendo daño!”. En cambio, en este caso le dijeron
algo muy poco habitual: “¡No pare, por favor”! A continuación, el autor
explica: “Cuando le miré a la cara, la angustia se apoderó de mí. La expresión
de su cara era muchísimo peor que en el momento de su muerte. Su cara estaba
deformada por una horrible mueca en la que se plasmaba el terror, tenía las
pupilas dilatadas, temblaba y estaba cubierto de sudor; en otras palabras:
¡indescriptible!”[14].
Más adelante Roolings cuenta que cuando finalmente volvió en sí, el paciente le
explicó el terrible sufrimiento que había padecido en el momento de la muerte.
El enfermo estaba dispuesto a soportar cualquier cosa, salvo volver allí.
¡Aquello era el infierno! Más adelante, cuando el cardiólogo comenzó a
investigar seriamente casos similares, preguntó sobre este fenómeno a sus
colegas, y resultó que estos se habían encontrado con muchos casos semejantes.
Desde aquel momento, Roolings empezó a tomar nota de los relatos de pacientes
reanimados, aunque no todos los pacientes se los confiaban. No obstante, los
relatos que sí pudo recoger eran más que suficientes para convencerse de la
prolongación de la vida de la persona tras la muerte. Pero ¿qué vida?
En
este libro, Roolings, a diferencia de Moody, no solo informa sobre los que
experimentaron alegría, luz y una profunda satisfacción, y en consecuencia no
querían volver de ahí, sino también sobre los que allá vieron lagos de fuego,
horribles monstruos, y padecieron terribles vivencias y sufrimientos.[15]Y,
como dice Roolings: “el número de casos de encuentro con el infierno aumenta
rápidamente “. El autor sintetiza los mensajes de los
reanimados de la siguiente manera: “Afirman que la muerte —cuya idea suele
asustar al hombre corriente— no es el final de la vida ni un sopor, sino el
tránsito de una forma de vida a otra, a veces agradable y feliz, y otras veces
lúgubre y terrible”.[16]
Especialmente
curiosos son los casos que atañen a los suicidas que salvó. Todos ellos (no
conoce ninguna excepción) experimentaron atroces torturas. Además, estas
torturas estaban relacionadas con vivencias psicológicas y espirituales, así
como (principalmente) visuales. Se trataba de horribles sufrimientos. A los
desdichados se les aparecían monstruos, ante cuya visión el alma temblaba. No
había adónde huir o esconderse, no podían cerrar los ojos ni los oídos. ¡No había
salida de ese horrible estado! Cuando una chica que intentó suicidarse con
veneno volvió en sí, imploraba: “¡Mamá, ayúdame! Obliga a los demonios del
infierno a que se vayan... ¡Era horrible!”[17].
Asimismo,
Roolings añade otro hecho de igual importancia: la mayoría de los pacientes que
le contaron las torturas espirituales que padecieron cuando se encontraban en
estado de muerte clínica cambiaron drásticamente de vida moral. En otros casos,
aunque guardaron silencio, se puede deducir por su vida posterior que también
vivieron una experiencia horrible.
[1] “Nastavlenia sv. Antonia Velícovo”(Enseñanza de San Antonio el
Grande). Filocalia. Т.1. §150.
[2] “Y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para
muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea.” (Lc 12, 19).
[4]Véase, por ejemplo: ZUBOV, A. B. Pobeda nad
poslédnim vragom. (Victoria sobre el último enemigo). №1 Segunda Edición.
Sérguiev Posad: Bogoslóvski Véstnik, 1993.
[5] VON LOGAU, F. (+1655), poeta alemán.
[6] Véase ARZOBISPO LUCA. Duj, dusha i telo (Espíritu, alma y cuerpo).
[7] HOMERO. La odisea, Tr. V. Zhúkovski. Ed. «Prosveschenie». Pág. 325
«Canto XI», pág. 487-491.
[8] Véase OSIPOV, A. I. Vetjozavetnaia religia (La religión del
Antiguo Testamento) // Put rázuma v póiskaj ístiny (El camino de la razón en
busca de la verdad). Moscú: Ed. Sreténskovo moria, 2004.
[9] En el libro Uchenie Vétjovo Zaveta o bessmerti dushi i zagrobnoi
zhizni (Estudio del Antiguo Testamento sobre la inmortalidad del alma y la vida
tras la muerte), el profesor Yúngerov, P. A (1856-1921) estudia, en un amplio
contexto histórico-cultural, las ideas de la vida después de la muerte que
figuran en los libros del Pentateuco, los libros históricos, poéticos,
proféticos y apócrifos del Antiguo Testamento, y realiza un análisis comparativo
entre las ideas del Antiguo Testamento sobre la vida después de la muerte y las
creencias de los antiguos egipcios y persas.
[10] IKSKUL, K. Neveroiátnoe dlia mnógij, no ístinnoe proishéstvie (Un
suceso increíble para muchos, pero verídico). «Tróitski tsvetok». № 58, 1910.
[12] Ídem, capítulo «Nam ostávleno pokaianie» (Solo nos queda la
penitencia) Moscú: Sreténskovo moria, 2005.
[13] ROOLINGS, MORITS. Za porogom cmerti (Tras el umbral de la muerte).
Cap. 1 «V ad i obratno» (Al infierno y de vuelta). San Petersburgo: 1994. Pág.
13.
[14] Ídem.
[15] Ídem, cap. 7, «Nisjozhdenie v ad» (El descenso a los infiernos),
pág. 91.
[16] Ídem. «Vvedenie» (Introducción), pág.10.
[17] Ídem, cap. 7, «Nisjozhdenie v ad» (El descenso a los infiernos),
Samoubistvo (El suicidio), pág. 92.
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