LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE (PARTE III) por Alexey Ósipov

 




Gracia y Paz de parte de Dios nuestro Padre y de Cristo Jesús nuestro Señor. (2 Cor 1, 3).

 Compartimos en esta entrada la tercera parte de las reflexiones sobre La Vida Después De La Muerte de Alekséi Ilich Ósipov, profesor de la Academia Espiritual de Moscú.

Los temas a considerar en esta entrada son:

Examen del bien después de la muerte

Y el examen del mal

Con el espíritu de Dios o con los demonios torturadores

Lo semejante se une a lo semejante.

La fuerza del arrepentimiento

“Las pasiones son mil veces más fuertes que en la tierra…”

Somos libres de obrar el bien o el mal

Espero continúen disfrutando de esta lectura que enriquece nuestro intelecto y nuestra fe.

La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo permanezcan con todos ustedes. (2 Cor 13,13).

Jacobo Rave (C.O.P.S.)

EXAMEN DEL BIEN DESPUÉS DE LA MUERTE

De acuerdo con la tradición de la Iglesia, tras su estancia de tres días ante el ataúd, el alma del difunto contempla durante seis días las moradas del paraíso y al cuadragésimo día se le muestran las torturas del infierno. ¿Cómo podemos entender estas imágenes terrenales, estas “cosas terrenales”? El alma, que por naturaleza es habitante del otro mundo, se libera del pesado cuerpo y adquiere la capacidad de ver el otro mundo tal y como es. Allí todo se abre ante ella. Y si en condiciones terrenales, como escribe el Apóstol Pablo: “Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara.” (1 Co 13, 12). Es decir, tal y como es en realidad. Esta visión o cognición, a diferencia de la cognición terrenal que en esencia tiene un carácter externo y objetivo, adquiere tras la muerte del cuerpo el carácter de comunión con lo cognoscible. En este caso, comunión significa la unión del que conoce con lo cognoscible. Allí el alma entra en contacto y unión directa con el mundo de los espíritus, ya que ella misma es un espíritu. Pero ¿con qué tipo de espíritus se une el alma? Con aquellos cuyo estado espiritual es semejante al suyo. Podemos suponer que cada virtud tiene su espíritu, su ángel, al igual que cada pasión tiene su espíritu, su demonio. Pero ya hablaremos de esto más adelante.

 ¿Cómo podemos entender lo que sucede con el alma entre el tercer y el noveno día? Por algún motivo, se suele creer que el alma solo pasa la prueba de los mytarstva. Sin embargo, no cabe ninguna duda de que el alma no solo “se conoce” ante las tentaciones del mal y las pasiones, sino también ante el bien. La única diferencia es que mientras lo primero está asociado con la visión de los demonios y sus amenazas y, en consecuencia, con los sufrimientos, lo segundo, por el contrario, deleita al alma con la contemplación de la belleza de las virtudes de los ángeles y los santos, de su amor. Pero incluso en este caso el alma “pasa un examen”. ¿Y en qué consisten estos exámenes? En revelar las buenas cualidades que ha adquirido durante su vida terrenal, las cosas sublimes y puras que pretendía alcanzar y los ideales a los que sirvió.

Así pues, transcurridos tres días, empieza este tipo de pruebas del bien para la persona. El alma pasa por delante de todas las virtudes (según el Apóstol: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre dominio de sí, etc. [Gal 5,22]). Por ejemplo, aparece ante la misericordia. ¿La percibirá como un tesoro espiritual al que aspiraba, pese a que no pudo ponerla en práctica plenamente en las condiciones de la vida terrenal o, por el contrario, la crueldad adquirida apartará al alma de esta virtud, como si se tratase de algo extraño e inaceptable? ¿Se unirá al espíritu de la misericordia o lo rechazará? Así, durante los seis días terrenales tiene lugar la prueba del alma en lo que concierne a su apego al bien, al amor, a la castidad... Como resultado de este “examen” y ya sin las “gafas de cristales rosas”, el alma verá todo el alcance de su bien verdadero en lugar del ficticio, verá el auténtico rostro de sus virtudes y buenas obras.

Esto tendrá una gran trascendencia para su posterior autodeterminación. Indudablemente, el alma que ha aspirado a la verdad, la justicia y el amor en su vida terrenal, al ver aquí toda la belleza divina que guardan se dirigirá naturalmente a ellos con todas sus fuerzas y pasará a ser una con ellos en la medida de su pureza espiritual. Y por eso ya no estará sujeta a los mytarstva, como atestigua el mismo Señor (En verdad, en verdad os digo: el que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida (Jn 5,24), o el ejemplo de los santos, que ascendían directamente a las moradas celestiales. De aquí se desprende claramente el motivo por el que las almas de los difuntos conocen primero el paraíso, en lugar del infierno. ¿Por qué debe el alma, tras mostrar su voluntad de consagrarse a Dios y su capacidad de recibir el Reino de Dios, experimentar el contacto con el mal, las detestables atrocidades y los demonios?

El mejor ejemplo es el del buen ladrón. Fue el primero que entró en el paraíso sin sufrir las tentaciones de las pruebas, aunque, según todas las nociones terrenales de justicia, debería haber sido sometido a ellas con toda su fuerza. Este hecho demuestra la gran trascendencia del sacrificio de Cristo, que libera del poder y la tortura de los demonios a todo el que se ha humillado y arrepentido sinceramente, tanto en la vida terrenal, como después de la muerte. Por eso podemos creer firmemente que los cristianos que viven según la consciencia evangélica heredan la vida eterna ya al noveno día, habiendo evitado todas las pruebas o mytarstva.

 

Y EL EXAMEN DEL MAL

 

Los mytarstva no son un castigo de Dios por los pecados cometidos, sino la última medicina para los gravemente enfermos, los que no solo sucumbieron a las pasiones, sino que también las justificaron, los que no se arrepintieron y “alcanzaron” una alta opinión de sí mismos, sus virtudes y sus méritos ante Dios y la gente. Para este tipo de alma los “mytarstva” representan el medio perfecto de conocimiento de su propio fondo, ya que sin este conocimiento es imposible convertirse a Cristo y recibirlo, es imposible salvarse.

De esta forma, el alma que no ha resistido el “examen” del bien se enfrenta por desgracia a otras pruebas durante 30 días. Empiezan los mytarstva. La literatura biográfica habla con mucha mayor frecuencia de estas pruebas que de la contemplación de la belleza del Reino de los santos. Aparentemente, el motivo es que la mayoría de la gente está infinitamente más subyugada por las pasiones que dispuesta a participar de las virtudes. Por esto hace falta más tiempo para este examen. Pero como resultado se le muestra al alma toda la fuerza del mal de cada una de sus pasiones.

Todos sabemos lo que significa el fuego de la pasión: de repente la persona cede a una espantosa ira, a la codicia, la lujuria... Y entonces desaparecen la razón, la consciencia, el bien y el propio bienestar. Y esto sucede también allá, pero en un grado inmensamente superior. La acción de aquella pasión (o pasiones) en cuya complacencia el ser humano veía todo el sentido de su vida se pone de manifiesto en el alma en toda su plenitud. Y quien no luchó contra ella, quien la sirvió e hizo de ella el sentido de su vida, ese no resistirá las tentaciones demoníacas, sino que se abalanzará sobre ellas como si se tratara de carnada. Así se produce el fracaso en las pruebas que atraviesa el alma después de la muerte y la caída del alma en las entrañas del fuego inextinguible y sin sentido en el que arde esta pasión. Si en las condiciones terrenales el alma podía a veces recibir alimento y consuelo, allá se abrirán realmente para ella los tormentos de Tántalo[1].

Normalmente se habla de veinte mytarstva, empezándose por el pecado que parece más inocente: la vanilocuencia, a la que no solemos atribuir ninguna importancia. El Apóstol Santiago dice todo lo contrario: “[...] la lengua es un mal turbulento; está llena de veneno mortífero.”(St 3,8). Y no solo los santos Padres, sino incluso los sabios paganos llaman a la ociosidad y a su manifestación natural y habitual —la vanilocuencia— la madre de todos los vicios. Por eso San Ioann Carpafski, por ejemplo, escribía: “Nada estropea más el buen estado de ánimo que la risa, las bromas y la vanilocuencia”. Las veinte pruebas abarcan todas las categorías de pasión, cada una de las cuales comprende una gran variedad de pecados, es decir, cualquier prueba incluye un “nido”completo de pecados ancestrales. Por ejemplo, el robo puede adoptar diversas formas: directo, cuando se mete la mano en el bolsillo de alguien, por falsificación de datos contables, retención indebida de recursos presupuestarios en interés propio, sobornos con ánimo de lucro etc. Lo mismo sucede en relación con todas las demás pruebas. Así, el alma pasa por veinte pasiones, veinte exámenes de pecados.

En la biografía de San Basilio el Nuevo, la bienaventurada Teodora habla de ellos en el siguiente orden:

1) la vanilocuencia y las obscenidades,

2) la mentira,

3) la crítica y la calumnia,

4) la glotonería y la beodez,

5) la pereza,

6) el robo,

7) la codicia y la avaricia,

8) la extorsión (soborno, adulación),

9) la mentira y la vanidad,

10) la envidia,

 11) el orgullo,

12) la ira,

13) el rencor,

14) el pillaje (apaleamiento, golpes, peleas…),

15) la brujería (magia, ocultismo, espiritismo, videncia…),

16) la fornicación,

17) el adulterio,

18) la sodomía,

19) la idolatría y la herejía,

20) la inclemencia, la crueldad[2].

 

Todas estas pruebas están descritas con expresiones muy vivas y similares a las terrenales. Al leer el relato de Teodora le vienen a uno involuntariamente a la memoria las sabias palabras del Ángel: “Acepta las cosas terrenales como el debilísimo reflejo de las celestiales”. Allá, Teodora vio monstruos, lagos de fuego y rostros horribles; oyó terribles gritos y observó los sufrimientos que padecen las almas pecadoras. Pero todo esto son “cosas terrenales” y, tal como advirtió el ángel, solo son un débil reflejo, solo guardan una leve semejanza con los estados totalmente espirituales (y en este sentido “celestiales”) por los que pasa el alma que no puede rechazar las pasiones.

Se han creado ciclos iconográficos enteros basados en el relato de la venerable Teodora. Posiblemente, muchos han visto los librillos con imágenes que reflejan todo tipo de torturas padecidas durante las pruebas. ¡Qué no se podrá ver en ellos! ¡A qué torturas y tormentos someten los demonios a los pecadores! Estas imágenes impresionan por la gran e intensa fantasía de los pintores. Pero allí nada es como parece.

¿Por qué entonces se muestra así? La razón sigue siendo la misma: es imposible transmitir a una persona que vive en la carne el carácter de los sufrimientos que esperan a todo el que ha quebrantado la consciencia y la verdad, y violado los mandamientos. Por ejemplo, ¿cómo explicar a una persona el mal que sobrevendrá a causa de la vanilocuencia? Y aquí tienen la imagen: un hombre colgado por la lengua. Cabe imaginar su sufrimiento.

Naturalmente, es bastante primitivo, pero como decía San Juan Crisóstomo (+407): “Se dice así para acercar el objeto al entendimiento de la gente más rústica”[3]. Para estos se concibieron las imágenes de los mytarstva.

—¿Lo has entendido, hombre?

 —Sí, lo he entendido todo. —

¿Qué has entendido?

—No cómo son estos sufrimientos, sino lo más importante: que allí hay realmente torturas, aunque tengan un carácter totalmente distinto.

CON EL ESPÍRITU DE DIOS O CON LOS DEMONIOS TORTURADORES

La enseñanza de la Iglesia habla de los malos espíritus que torturan al alma por sus pecados. ¿Cómo debemos entenderlo?

San Teófanes el Recluso (Góvorov) expone una idea muy interesante sobre esta cuestión en su interpretación del versículo 80 del salmo 118: “Sea mi corazón perfecto en tus preceptos, para que no sea confundido”. Así explica las últimas palabras: “El segundo momento de esta resistencia a la confusión es el tiempo de la muerte y paso por los “mytarstva”. Por muy salvaje que pueda parecer la idea de estas pruebas a los hombres inteligentes, no podemos esquivarlas. ¿Qué buscan estos torturadores de los que pasan por estas pruebas? La mercancía que les pertenece. ¿Pero cuál es su mercancía? Las pasiones. Así pues, los torturadores no podrán encontrar nada a qué aferrarse en las personas cuyos corazones sean puros y ajenos a las pasiones; en cambio, lo opuesto a la bondad les alcanzará como flechas de relámpagos.

Uno de los pocos estudiosos planteó la siguiente idea sobre esta cuestión: las pruebas se representan como algo espantoso, pero es muy posible que los demonios representen algo seductor, en lugar de algo terrible. Representan algo tentador y seductor por cada una de las pasiones por las que pasa el alma una a una. Cuando durante la vida terrenal se expulsan del corazón todas las pasiones y se plantan en su lugar virtudes opuestas, el alma, al no tener ningún apego por las primeras, por muy tentadoras que sean, les da la espalda con aversión. Pero cuando el corazón no es puro, el alma se abalanza sobre la pasión que más le interesa. Los demonios la aceptan como si fueran sus amigos y luego saben dónde colocarla. Por lo tanto, es bastante dudoso que el alma no se avergüence de las pruebas, mientras siga sintiendo apego por los objetos de alguna de las pasiones. Aquí la vergüenza radica en el hecho de que el alma misma se lance al infierno”.

 

Una idea muy interesante, según la cual los mytarstva son pruebas del estado espiritual del alma ante las seductoras tentaciones diabólicas. Resulta que el alma misma se lanza al infierno, como consecuencia de las pasiones a las que se entregó voluntariamente durante la vida terrenal.

La idea de San Teófanes parte en esencia de la doctrina de San Antonio el Grande. Cito sus magníficas palabras: “Dios es bueno e inmutable y está exento de pasiones. Si se considera como razonable y verdadero que Dios no está sujeto a cambios, no se entiende cómo puede alegrarse con los buenos, despreciar a los malos, encolerizarse con los pecadores, y luego, si se le rinde culto, tornarse propicio. Hay que decir, sin embargo, que Dios ni se alegra ni se enfurece, porque la alegría y la tristeza son pasiones; Es absurdo pensar que la divinidad se siente bien o mal a causa de las acciones humanas. Dios es bueno y solo obra el bien, no perjudica a nadie y permanece siempre igual. Cuando nosotros somos bondadosos, actuamos en comunión con él por semejanza a Él y cuando nos domina el mal, nos separamos de Dios, por desemejanza con Él. Viviendo virtuosamente, somos hijos de Dios; cuando nos domina el mal, nos vemos apartados de Él; pero esto no significa que Él se encolerice con nosotros, sino que nuestros pecados no permiten que Dios resplandezca en nosotros, ya que nos unen a los demonios torturadores. Si con plegarias y obras ganamos la absolución de los pecados, esto no significa que contentamos a Dios y Lo cambiamos, sino que, mediante estas acciones y nuestra conversión a Dios, al sanar el mal que hay en nosotros volvemos a hacernos capaces de gozar de la divina bondad; por eso, si decimos que Dios se retrae de los malos es como decir que el sol se oculta a quien le falta la vista”[4]

Es decir, cuando llevamos una vida justa (es decir, recta), vivimos según los mandamientos y nos arrepentimos de infringirlos, entonces nuestra alma se une al Espíritu de Dios y nos sentimos bien. Cuando actuamos contra la consciencia e infringimos los mandamientos, el alma se vuelve semejante a los demonios torturadores y, según el grado de nuestra sumisión voluntaria al pecado en la tierra, allá el alma se siente atraída naturalmente hacia ellos y se somete a su cruel poder. En una de sus cartas, el higúmeno Nikon Vorobiév escribía: “Los demonios son soberbios y se adueñan de los soberbios, lo que significa que debemos ser humildes. Los demonios son iracundos, lo que significa que debemos hacernos dóciles para que no se adueñen de nosotros por ser parecidos a ellos en alma. Los demonios son rencorosos y despiadados, lo que significa que debemos perdonar y reconciliarnos con los ofendidos cuanto antes, y ser misericordiosos con todos. Y así en todo.

Debemos reprimir en nuestra alma las propiedades demoníacas y cultivar las propiedades angélicas indicadas en el Sagrado Evangelio. Si después de la muerte nuestra alma posee más cualidades demoníacas, los demonios se adueñarán de nosotros. Si por el contrario mientras estamos todavía aquí somos conscientes de nuestras cualidades demoníacas, y pedimos a Dios que nos perdone por ellas y nosotros mismos perdonamos a los demás, el Señor nos perdonará, destruirá en nosotros todo el mal y no dejará que caigamos en manos de los demonios”[5].

La idea es clara: no es Dios quien nos castiga por nuestros pecados, ni los demonios los que nos torturan a causa de ellos por propia voluntad, sino nosotros mismos por nuestras pasiones quienes nos entregamos a los torturadores. Y entonces empieza su insensata “labor”. Al tentar al alma con distintos pecados y creer que así la destruirán, lo que hacen en realidad por medio de estas tentaciones es descubrirle sus enfermedades espirituales y pasiones, que no vio en la vida terrenal a causa de su indolencia. Así, al desear infligir daño al alma, los demonios resultan serle de gran provecho, ya que la salvación solo es posible cuando el alma ve sus pecados y pasiones, y entiende toda la necesidad de Dios Salvador. Cuando el alma atraviesa los mytarstva se convence precisamente de que estos se convierten en la garantía de su curación por las oraciones de los familiares y de la Iglesia. Repitámoslo: para un alma esclavizada, los mytarstva resultan ser una especie de remedios necesarios que le revelan sus enfermedades espirituales. Tal es la omnisciente y amante Divina Providencia. San Isaac de Nínive, gran asceta del s. VII, escribía al respecto: Dios “no hace nada por represalia, sino que tiene en cuenta el provecho que se derivará de Sus acciones. Uno de esos remedios es la gehenna.  En mi opinión, Él pretende mostrar la maravillosa salida y la acción de la gran e inexplicable misericordia... que constituye esta dura tortura establecida por Él, gracias a la cual la riqueza de Su amor, Su fuerza y Su sabiduría, al igual que la demoledora fuerza de Su bondad, son aún más evidentes. El Señor misericordioso no creó criaturas racionales para someterlas sin piedad al dolor sin fin. Las creó aun sabiendo en qué se convertirían después de la creación[6]. De esta forma, las pruebas o mytarstva constituyen el último remedio de la Providencia concedido por misericordia de Dios (y no por la ira o el castigo), gracias al cual el hombre, habiéndose conocido a sí mismo —quién es en realidad y no en su fantasía soñadora—, puede adquirir la percepción “no caída” del Reino de los Cielos.

 

LO SEMEJANTE SE UNE A LO SEMEJANTE. LA FUERZA DEL ARREPENTIMIENTO

En cada fase de prueba, la persona conoce el grado de poder de la correspondiente pasión sobre el alma. Y el que no haya luchado con su pasión (o pasiones), el que se haya sometido a ella, haya vivido con ella y se haya entregado a ella con todas sus fuerzas, cae y se precipita en los mytarstva. Pero he aquí lo más interesante. Esta caída (o, al contrario, el paso sin dolor por los mytarstva) no viene determinado por la voluntad de la persona, sino por la condición espiritual que esta ha adquirido en su vida terrenal. Aquí la persona ya no está en condiciones de elegir, sino que esta elección viene determinada por la acción natural del espíritu que prevalece sobre ella. La higúmena Arsenia, una de las ascetas más prominentes de finales del siglo XX (+1905), escribía: “Cuando el hombre vive la vida terrenal no puede saber del todo en qué medida su espíritu es esclavo de otro espíritu, porque tiene voluntad, según la cual actúa cómo y cuándo quiere. Pero cuando tras la muerte se le prive de voluntad, el alma verá a qué poderes está sometida. El Espíritu de Dios lleva a los justos a las moradas eternas, y los ilumina y deifica. Del mismo modo, las almas que estén en contacto con el diablo, serán poseídas por él”[7]. Un poco antes, San Ignacio escribía lo mismo: “Las mazmorras infernales representan una extraña y terrible destrucción de la vida, mientras la conservas. Ahí cesa totalmente cualquier actividad y solo hay sufrimiento”[8].

 ¿Qué significa “privar de la voluntad”? Si tomamos como ejemplo a una gran cantidad de personas (y una persona razonable se contará entre ellas en primer lugar), podemos ver cómo la pasión pecadora es capaz de esclavizar a una persona y quitarle la voluntad, entendiendo esta no como una cualidad del alma, sino como la capacidad de decidir cambiar algo. Sobre ello hablaba San Serafín de Sarov, cuando explicaba por qué ahora no había santos, por qué los cristianos contemporáneos no decidían vivir según los preceptos del Evangelio. Por desgracia, esta esclavitud no es difícil que se produzca. Cuando no luchamos contra las pequeñas tentaciones y no les hacemos frente, debilitamos poco a poco nuestra voluntad y, al final, la paralizamos. Podemos observarlo con frecuencia en la vida que nos rodea.

Miren a los alcohólicos y los drogadictos. Al ver a lo que han llegado, seguramente a muchos de ellos les gustaría volver a llevar una vida normal, pero ya no pueden. Ya que la ley es que cuanto más y con mayor frecuencia complace el hombre cualquier pasión, más flaquean sus fuerzas espirituales. Al final, el hombre se convierte en su esclavo sin voluntad. Sin embargo, la falta de voluntad se manifiesta en toda su plenitud en los mytarstva, cuando los espíritus de las pasiones, que han esclavizado el alma, la ponen a prueba y la tientan; ya que, tras la muerte, la voluntad del hombre, al igual que la capacidad de decisión, queda totalmente paralizada y arrebatada. Y puesto que allí ya no hay ninguna circunstancia externa, incluido el mismo cuerpo, que pueda de algún modo contener las acciones de las pasiones, ahora estas afectan al alma con todas sus fuerzas, mil veces más intensas que en condiciones terrenales, como escribía el higúmeno Nikon.

Si atendemos a la descripción de las pruebas o mytarstva, encontraremos por todas partes los espíritus del mal que están presentes allá bajo todo tipo de formas. La bienaventurada Teodora describe incluso el aspecto de algunos de ellos, aunque evidentemente son solo débiles similitudes que guardan con su verdadera esencia. Lo más grave es que, como escribe Antonio el Grande, el alma se unirá a los demonios torturadores en el mismo grado en que se someta a las pasiones pecadoras. Y esto se da de forma natural tanto en la tierra como allí, puesto que lo semejante siempre se une a lo semejante. Solo que en la vida terrenal sucede por decirlo así de manera imperceptible (aunque a veces la persona lo nota con claridad), mientras que allí es completamente palpable. Observemos cómo se unen las personas con un mismo espíritu en la vida terrenal. A veces se sorprenden: ¿De dónde ha surgido tal amistad? Después, tras conocerse más a fondo, resulta que tienen el mismo espíritu. Son afines.

Lo mismo sucede con el alma después de la muerte. Cuando pasa por las pruebas o mytarstva queda seducida por la pasión de cada una de estas pruebas, sus espíritus y demonios torturadores, y, según su estado, o los rechaza o se une a ellos, padeciendo los correspondientes sufrimientos.

El higúmeno Nikon escribía de forma muy instructiva sobre esta cuestión: “Piensa más a menudo en la muerte y en quién te recibirá allí. Pueden recibirte los Ángeles luminosos o rodearte los lúgubres y malignos demonios, ante cuya única visión uno puede volverse loco. Nuestra salvación consiste en no caer en manos de los demonios, sino deshacernos de ellos y entrar en el Reino de los Cielos, en la infinita e inconcebible alegría y bienaventuranza que reina en él. Merece la pena esforzarse aquí, hay motivo para ello. Los demonios son soberbios y se adueñan de los soberbios, lo que significa que debemos ser humildes. Los demonios son iracundos, lo que significa que debemos hacernos dóciles para que no se adueñen de nosotros por ser en alma parecidos a ellos. Los demonios son rencorosos y despiadados, lo que significa que debemos perdonar y reconciliarnos con los ofendidos cuanto antes, y ser misericordiosos con todos. Y así en todo. Debemos reprimir en nuestra alma las propiedades demoníacas y cultivar las propiedades angélicas indicadas en el Sagrado Evangelio. Si después de la muerte nuestra alma posee más cualidades demoníacas, los demonios se adueñarán de nosotros. Si por el contrario mientras estamos todavía aquí somos conscientes de nuestras cualidades demoníacas, y pedimos a Dios que nos perdone por ellas y nosotros mismos perdonamos a los demás, el Señor nos perdonará, destruirá en nosotros todo el mal y no dejará que caigamos en manos de los demonios. Si aquí no juzgamos a nadie, el Señor tampoco nos juzgará. Y así en todo. Viviremos en paz perdonándonos los unos a los otros, reconciliándonos los unos con los otros; nos arrepentiremos de todo ante Dios y pediremos Su misericordia y la salvación de los demonios y los tormentos eternos, ahora que aún estamos a tiempo. No nos jugaremos el destino eterno”.

Estos sufrimientos también tienen otra faceta. El otro mundo es el mundo de la luz verdadera, donde ante toda la gente y los ángeles se descubrirán nuestros actos, pensamientos y sentimientos. Por ejemplo, imagínense el siguiente escenario: que de repente se revelasen ante todos nuestros amigos, conocidos y familiares todos nuestros actos maliciosos, viles y deshonestos. ¡Qué horror y qué vergüenza! ¡¿Acaso eso no es el infierno?! Por eso la Iglesia invita a todos con tanta fuerza e insistencia al rápido arrepentimiento. El arrepentimiento —en griego metanoia— es el cambio de la mente, del modo de pensar, es decir el rechazo de toda impureza, el odio al pecado. Es un gran remedio para la purificación del alma, un remedio perfecto para la salvación de la futura deshonra, del miedo, de los demonios torturadores y de la inextinguible llama de las pasiones. Como escribía el profeta Isaías: “Venid, pues, y disputemos —dice Yahveh —: Así fueren vuestros pecados como la grana, cual la nieve blanquearán. Y así fueren rojos como el carmesí, cual la lana quedarán.” (Is 1,18).

Y así lo expresa admirablemente San Isaac de Nínive: “Como Dios sabía con su conocimiento misericordioso que si de la gente se requiriese la rectitud absoluta, solo se encontraría a uno de diez mil que pudiese entrar en el Reino de los Cielos, les dio la medicina más adecuada para cada uno, el arrepentimiento, para que así, cada día y en cada momento tuviesen un medio accesible de reparación gracias al poder de esta medicina y para que a través de la contrición se purificasen a sí mismos en cualquier momento de toda mancha y se renovasen cada día a través de él”[9]. ¿Cómo funciona el verdadero arrepentimiento? Por no hablar de los asombrosos hechos recogidos en el Evangelio sobre un publicano, una pecadora y un ladrón, recordemos a Raskólnikov, el protagonista de Crimen y Castigo, de Dostoievski. Estaba dispuesto a ir a presidio incluso con alegría, con tal de expiar el crimen cometido, limpiarse de la sangre vertida, purificarse. Y todos sabemos cuánto cambió al arrepentirse de sus crímenes. Dostoievski mostró de forma espléndida tanto el crimen y el castigo interno, como el gran poder purificador del arrepentimiento. Mucha gente ha pasado por este tipo de transformación. ¡Esto es el arrepentimiento! Es la verdadera salvación del alma que literalmente regenera al hombre. Dios siempre acepta el arrepentimiento sincero por el que se vierten lágrimas, que atestigua nuestra determinación de luchar contra el pecado hasta el final. Y esta lágrima, esta gota, o como decía San Barsanufio el Grande, esta “pequeña moneda de cobre” que parece tan insignificante se convierte en la garantía de que el Señor se une al alma y erradica el mal que vive en ella. Por eso, si el hombre posee, aunque sea un pequeño germen de esta lucha, si se fuerza a vivir según el Evangelio en la medida de sus posibilidades, si existe arrepentimiento, el Señor mismo completará lo que falta y nos liberará allí de caer en manos de los demonios torturadores. Verdadera palabra de Dios: “[...] en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.” (Mt 25,23). Esta es la gran transcendencia que tiene el arrepentimiento sincero en nuestra vida. Nosotros, los cristianos, debemos estar infinitamente agradecidos a Dios por habernos revelado con antelación el misterio de las pruebas después de la muerte y habernos dado un gran remedio —el arrepentimiento— para evitar caer en todas sus redes. Dios quiere que no suframos, ni aquí y ni aun menos después de la muerte. Por eso la Iglesia insta al hombre: ahora que aún no es tarde, serénate, arrepiéntete. “

“LAS PASIONES SON MIL VECES MÁS FUERTES QUE EN LA TIERRA…”

Pero ¿puede ser que el diablo no sea tan terrible como lo pintan? Por desgracia es al revés: es mucho más terrible de como lo pintan y como le imaginamos. La experiencia de los ascetas que han estado en contacto con los demonios dice que son indescriptiblemente viles, horribles y repugnantes. El higúmeno Nikon (Vorobiev) escribía por ejemplo que “puedes volverte loco con solo mirarles una vez”[10]. Los pintan de acuerdo con estas descripciones. Sin embargo, su aspecto externo solo transmite parcialmente su estado espiritual, del que nos dan cierta idea aquí, en la tierra, las pasiones humanas, ya que son la esencia de los demonios.

¿Qué es la pasión? Sobre el pecado sabemos que, por ejemplo, el hombre ha mentido, ha envidiado, “ha tropezado” como decimos, lo que le puede pasar a cualquiera. Y mientras la falsedad y la envidia todavía no se apoderan de la persona, parecen ser un simple error, un accidente. Son pecado. No obstante, es temporal. Por ejemplo, la costumbre de mentir llevará infaliblemente al hombre a no poder dejar de mentir. La pasión es exactamente eso: lo que atrae hacia sí con fuerza y después ineludiblemente, con la particularidad de que a veces es tan irresistible que el hombre ya no puede dominarse. Este entiende perfectamente que esto es malo y perjudicial no solo para el alma (aunque suele olvidarse del alma), sino también para el cuerpo, para la familia, el trabajo... Y a pesar de todo, se ve incapaz de dominarse. No puede cumplir ante su consciencia, por así decirlo, ante su propio bien. Este es el estado al que llama pasión. Una pasión puede convertirse en un vicio. Y esto es horrible. Miren lo que hace la gente sumida en la locura, en la esclavitud de las pasiones y los vicios: matan, mutilan, se traicionan entre sí…

La palabra eslava “pasión” significa ante todo sufrimiento (por ejemplo, la Pasión de Cristo); también alude a un intenso deseo de algo prohibido, pecaminoso, ya que ello siempre trae consigo sufrimiento. Por eso el cristianismo advierte con todas sus fuerzas sobre el peligro de ser esclavo de cualquier pasión, ya sea grande o pequeña. Por su naturaleza, las pasiones son similares a un tumor cancerígeno que, al extenderse, tortura cada vez más a la persona y, al final, la mata. Son drogas. ¡Cuanto más consume la persona, más la destruye! ¡Qué importante es entender este engaño de las pasiones para resistirse a ellas!

Los Santos Padres dicen que la fuente de las pasiones es el alma, no el cuerpo. Las pasiones arraigan[11] en nuestro libre albedrío. El Señor mismo dijo: “[...] lo que sale de la boca viene de dentro del corazón, y eso es lo que contamina al hombre. Porque del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Eso es lo que contamina al hombre [...]” (Mt 15, 18-20). Incluso las pasiones corporales más embrutecedoras arraigan en el alma. Por eso no desaparecen con la muerte del cuerpo. Y con ellas sale el hombre de este mundo.

 ¿Cómo se manifiestan en el otro mundo las pasiones que no se han erradicado? Citaré las palabras del higúmeno Nikon (Vorobiev) a un borracho empedernido: “Las pasiones son mil veces más fuertes que en la tierra. Te quemarán como el fuego y no te darán ninguna posibilidad de apaciguarlas”[12]. No es difícil entender por qué son mil veces más fuertes. Aquí, en la tierra, las pasiones no tienen plena libertad para manifestarse. Les estorban las personas, las circunstancias, el estado de salud... Sí, cuando una persona simplemente se duerme, todas sus pasiones se apaciguan. O, por ejemplo, un hombre se enfada tanto con alguien que es capaz de acuchillarle. Pero el tiempo ha pasado, y esta ira se ha ido apaciguando poco a poco. Y pronto incluso se hacen amigos. En la vida terrenal se puede luchar contra las pasiones, ya que cuando están revestidas de carne no actúan por lo general con toda su fuerza. Pero allí, una vez liberadas del cuerpo, revelan toda la crueldad de su naturaleza. No hay nada que les impida actuar: ningún sueño, fatiga o entretenimiento. A esto cabe añadir que a los malos espíritus les es más fácil seducir a un alma pasional, ya que encienden y avivan el efecto de la pasión. En pocas palabras, se produce un sufrimiento ininterrumpido, ya que el hombre no tiene ninguna posibilidad de apaciguarlas.

¿Y qué pasa cuando el hombre reúne una colección entera de pasiones? ¿Qué le sucederá en la Eternidad? Si arraigase profundamente en nosotros ni que fuese una única idea, sin duda trataríamos nuestra vida de manera totalmente distinta. Por eso, cuando actuamos a la ligera, y más aún cuando actuamos contra la voz de la consciencia, cuando nos abandonamos al pecado, sembramos las semillas del mal en nuestra alma. Resulta que allí recolectaremos los frutos más amargos y los sufrimientos más crueles.

El cristianismo, que es la religión del amor, pide al hombre: esfuérzate por vivir según la consciencia y la verdad, no peques; eres una persona inmortal, así que prepárate para entrar con dignidad en la vida eterna. Y la gran felicidad de los cristianos es que lo saben y pueden prepararse. Por el contrario, ¡a qué horribles cosas tendrá que enfrentarse tras la muerte el hombre soberbio que no cree en ninguna verdad, bien ni eternidad!

Con las veinte pruebas o mytarstva se cierra definitivamente el proceso de satisfacer la condición más importante para la salvación: el conocimiento por parte de la persona de su estado espiritual real. Y es que, de hecho, nuestra mayor desgracia en la vida terrenal es nuestra absoluta incapacidad para ver nuestras pasiones y nuestra impotencia para erradicarlas. Nuestro narcisismo, vanidad y continua autojustificación las ocultan de nuestra vista. No solo escondemos nuestros pecados de la gente, sino de nosotros mismos. Y en caso de ver algo, solo vemos lo más burdo y clamoroso. No es casual que la Iglesia, durante la Gran Cuaresma, llame a los fieles a que pidan al Señor con grandes postraciones (metania): “Haz que vea mis faltas”. Lamentablemente, para la gran mayoría de la gente, el abismo de suciedad que se esconde en el alma solo se abre allí. Pero incluso allí, por la misericordia de Dios, no se abre de inmediato sino gradualmente. Primero ante el Bien, y después ante las tentaciones del mal en las distintas pruebas o mytarstva.

Por eso podemos considerar el día 40 como el escalón en el que se le revelan al alma todas sus pasiones en toda su plenitud, así como su impotencia para cambiar cualquier cosa. Y como resultado de este conocimiento de sí misma, se produce la unión natural del alma con el Espíritu de Dios o con los espíritus de las pasiones torturadoras, de plena conformidad con el estado espiritual del alma. La Iglesia llama a este momento “juicio privado de Dios”, donde se determina el “lugar” donde residirá.

Como vemos, el juicio privado no se parece al juicio ordinario que solemos imaginar. No es Dios quien juzga el alma del hombre, sino, repetimos, lo hace el alma misma, al encontrarse por un lado ante el santuario y la verdad Divina y por el otro ante los efectos de las pasiones que viven en ella. O se eleva hasta Dios o, al contrario, cae al abismo condenada por su propia consciencia, arrastrada por el estado espiritual pecador que ha adquirido en la vida terrenal.

Sin embargo, la resolución del juicio al cuadragésimo día, según la doctrina de la Iglesia, no es la última y definitiva. Todavía quedarán las oraciones de los familiares, de los amigos (Lc 16, 9) y de la Iglesia y el terrible Juicio final, en el que una gran cantidad de creyentes y agnósticos de todos los tiempos y pueblos conocerán sin duda alguna su pobreza espiritual en toda su profundidad, verán el insondable amor de Cristo, se postrarán ante Él para siempre en la mayor veneración, y se salvarán.

 

SOMOS LIBRES DE OBRAR EL BIEN O EL MAL

¡Qué importante es la vida terrenal para el hombre! Es una especie de examen de fidelidad. ¿Qué significa esto?

En su acto de creación, Dios dio Su imagen al hombre, lo que supone que le concedió una libertad que Dios no puede tocar, sobre la que no tiene poder. (Si no fuese así, Él sería culpable de todos los pecados y sufrimientos de la persona). Por eso Dios, que es amor y humildad absolutos, espera un amor libre y recíproco, no la obediencia esclava que a menudo se nos exige en este mundo (no hablamos de la disciplina sin la cual no puede existir ninguna sociedad humana, incluida la Iglesia, sino de obediencia esclava). Así pues, Dios no amenaza a nadie con el castigo, y menos con el infierno, sino que con Sus mandamientos advierte a la persona de que, al cometer pecado, infringe las leyes de su propia naturaleza, se hiere a sí misma. Dios llama a la vida justa (recta) que corresponde a nuestra naturaleza, para que no nos perjudiquemos ni con nuestros actos (por ejemplo, la bebida, la fornicación, las drogas...), ni con las ideas o los sentimientos (la arrogancia, la envidia, la hipocresía, el odio...), ni con la palabra (la mentira, el insulto, la adulación...).

Cuando era niño me ocurrió un incidente que me ayudó mucho a entender el sentido de los mandamientos. Era invierno. Una vez, al salir a la calle, mi querida madre me advirtió muy severamente de que en ningún caso se me ocurriese tocar con mi lengüecita el pomo metálico de la puerta. Cómo no, la advertencia bastó para que en cuanto mi mamá se dio la vuelta, me pegase a ese fatídico pomo. Naturalmente, emití un alarido espantoso. Pero desde entonces sé lo que son los mandamientos. Resulta que no son una orden de Dios, como si de la de un temible jefe se tratase, por cuyo incumplimiento Él impone un castigo que puede llegar hasta los tormentos eternos, sino advertencias al hombre del peligro de las acciones equivocadas que hieren tanto el cuerpo como el alma, y en consecuencia acarrean todo tipo de sufrimientos. Con nuestros pecados no enfurecemos a Dios, sino que nos mutilamos a nosotros mismos. Con sus mandamientos, Dios, que es amor, nos indica por un lado el peligro que entraña el pecado de provocarnos sufrimientos y la muerte (espiritual), y por el otro, el camino correcto de la vida que nos conduce al bien en la vida terrenal y en la eterna. Por eso la salvación es la elección libre de Dios por amor a la justicia, la santidad y la verdad, y no la sumisión a Él por temor al castigo o porque se espere de Él el gozo celestial. El cristiano no es un esclavo, ni tampoco un jornalero del administrador de la casa, sino que es hijo desinteresado del Padre y heredero del Reino.

¿Por qué Dios se humilló en la cruz, en lugar de aparecer ante el mundo como un rey omnipotente, sabio e invencible? ¿Por qué Cristo no vino a nosotros como emperador, patriarca, obispo, teólogo, filósofo o fariseo, sino como un pobre, un sin techo, como el último hombre desde un punto de vista terrenal, que no tuvo un solo privilegio mundano sobre nadie? El motivo sigue siendo el mismo: el poder, la grandeza, el lustre externo y la gloria cautivarían sin duda al mundo entero, que se arrodillaría ante Él como un esclavo y le “aceptaría” con la esperanza de obtener la mayor justicia posible, “pan y circo”, es decir el bien de ese momento, el bien efímero. Pero Cristo vino para que nada que no fuese la verdad atrajese al hombre hacía Él, que nada externo o aparente la sustituyese ni la interpusiese en el camino de la vida eterna. No por casualidad pronunció estas significativas palabras: “Mi Reino no es de este mundo” (Jn 18, 36), “Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.” (Jn 18, 37). Los efectos externos o de las apariencias son ídolos que la humanidad ha utilizado como sustitutos de Dios a lo largo de toda su historia.

Lamentablemente, la vida de la Iglesia ha elegido desde hace bastante tiempo y en todo el mundo el camino de lo que denominamos el esplendor “eclesiástico” externo, o más concretamente, el esplendor mundano. Esto me recuerda las palabras de un protestante estadounidense, quien no solo no se avergonzaba, sino que decía con orgullo: “En nuestra Iglesia todo debe divertir para atraer a la gente”. En cambio, la ley espiritual dice: cuanto más hay en el exterior, menos hay en el interior. Y no cabe ninguna duda de que en el tiempo del Anticristo veremos un esplendor en torno al culto religioso como jamás haya existido en la historia, y todos se precipitarán al... espectáculo (en eslavo, la vergüenza).

Y en la historia de nuestra Iglesia, este triste fenómeno tiene muchos defensores eclesiásticos. Ya a principios del siglo XVI, San Nil de Sora se pronunció en contra del lujo, la riqueza y las propiedades eclesiásticas, en particular en los monasterios, alegando que vejaban a la Iglesia e iban en contra de su naturaleza. Intentó defender el desprendimiento, pero nadie escuchó su voz, ya que el proceso de secularización de la consciencia cristiana ya era irreversible por aquel entonces[13]. Y, al desarrollarse, fue el que condujo indudablemente al cisma del siglo XVII, al gobierno de Pedro I y del Santo Sínodo, a las revoluciones de 1905 y 1917 y sus trágicas consecuencias, y a la Perestróika. Y conducirá a cosas peores, si no recapacitamos. Ya que la Iglesia es realmente la “levadura” (Mt 13, 33) de la sociedad, y su estado espiritual determina directamente el bienestar interno y externo del pueblo: “Un poco de levadura fermenta toda la masa” (Gl 5,9). Qué pena que no se vea ni se entienda.

Así pues, mediante Su vida y su Cruz, el Señor demostró que no puede ejercer la más mínima presión sobre la libertad humana. Por eso la salvación está abierta solo para quien la elige voluntariamente. Y por este motivo es tan valiosa la vida terrenal. Únicamente encontrándose en su cuerpo, la persona puede obrar el bien o el mal, pecar o llevar una vida recta; en la tierra es donde se materializa su libertad, su elección. Tras la muerte, esto ya no es posible. Allí el alma es incapaz de cambiar, solo cosecha los frutos de la vida terrenal y se sumerge naturalmente en el medio eterno afín a su estado espiritual, aunque no sea de manera definitiva e infinita. Este estado puede cambiar con las oraciones de la Iglesia.

 



[1] Según el antiguo mito griego, el rey Tántalo, juzgado culpable, fue condenado por los dioses a estar eternamente de pie en un lago con el agua a la altura de la barbilla, bajo ramas repletas de maravillosas frutas, y a padecer hambre y sed. Cada vez que se inclinaba para beber o levantaba los brazos para alcanzar una fruta, el agua descendía y las frutas subían quedando fuera de su alcance

[2] Véase Nastólnaia kniga sviaschenosluzhítelia (Libro de cabecera del eclesiástico). T. 2, pág. 437-443. Moscú: 1978.

[3] SAN JUAN CRISÓSTOMO. Tvorenia (Obras). «Beseda na Ps.VI.2.» (Conversaciones sobre Sal. VI. 2). T. V, Libro 1, pág. 49. San Petersburgo: 1899.

[4] «Nastavlenia sv. Antonia Velíkovo» (Enseñanza de San Antonio). Filocalia. T. 1, § 150.Monasterio de la Santa Trinidad - Laura de San Sergio: 1992.

[5] HIGÚMENO NIKON (VOROBIEV). Pisma dujóvnim détiam. (Cartas a los hijos espirituales). Pág. 29-30. Monasterio de la Santa Trinidad - Laura de San Sergio: 1998.

[6] SAN ISAAC DE NÍNIVE. O Bozhéstvennyj táinaj i o dujóvnoi zhisni (De los misterios divinos y la vida espiritual). Conversación 39, § 5,6. Moscú: 1998.

[7] Put nemechtátelnovo délania... (El camino de la obra no ilusoria…). Carta № 45, pág. 323. Мoscú: 1999.

[8] SAN IGNACIO (BRIANCHANÍNOV). Tvorenia (Obras). T. 3, pág. 125. San Petersburgo: 1905.

[9] SAN ISAAC DE NÍNIVE. O Bozhéstvennyj táinaj i o dujóvnoi zhisni (De los misterios divinos y la vida espiritual). Conversación 40. Moscú: 1998.

[10] HIGÚMENO NIKON (VOROBIEV). Pisma dujóvnim détiam. (Cartas a los hijos espirituales). Pág. 29. Monasterio de la Santa Trinidad - Laura de San Sergio: 1998.

[11] San Gregorio de Nisa, por ejemplo, escribía: “…las pasiones no son fruto del cuerpo, sino del libre albedrío, que es lo que las produce” (Obras. Parte 7, pág. 521. Moscú: 1865).

[12] HIGÚMENO NIKON (VOROBIEV). Pisma dujóvnim détiam. (Cartas a los hijos espirituales). Pág.81. Monasterio de la Santa Trinidad - Laura de San Sergio: 1998.

[13] Al cabo de tres siglos y medio, en el siglo XIX, San Filareto de Moscú decía con amargura: «Qué lamentable es ver que todos los monasterios quieren orantes; que sean los mismos monasterios los que se afanan en el entretenimiento y la tentación. Cierto que a veces les faltan medios, pero más aún les falta desprendimiento, sencillez, esperanza en Dios y gusto por el silencio». Y también: «Si fuese menester declarar la guerra a algunas vestimentas, debería declararse, en mi opinión, no a los sombreros de las mujeres de los sacerdotes, sino a las magníficas sotanas de los obispos y sacerdotes. Tus Sacerdotes, Señor, se visten con la verdad» [justicia].

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