LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE (PARTE II) por Alexey Ósipov
Compartimos en
esta entrada la segunda parte de las reflexiones sobre La Vida Después De La Muerte de Alekséi Ilich Ósipov, profesor de la Academia Espiritual de
Moscú.
Los temas a
considerar en esta entrada son:
La carne humana
creada por Dios
Consecuencias del
pecado de nuestros progenitores
¿Dónde reside el
alma tras la muerte del cuerpo?
Mensajes del más
allá
“Acepta las cosas
terrenales como un debilísimo reflejo de las celestiales”
Espero disfruten
de esta lectura que enriquece nuestro intelecto y nuestra fe.
La gracia del
Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo permanezcan
con todos ustedes. (2 Cor 13,13).
Yaakov יעקב
LA
CARNE HUMANA CREADA POR DIOS
Actualmente,
habida cuenta de la gran cantidad de hechos recogidos en la ciencia médica (no
son fantasías del folclore popular, sino hechos absolutamente fidedignos) puede
afirmarse, repito, con absoluta certeza, que la existencia del alma es una
verdad científica indiscutible. Pese a la burda noción materialista inculcada a
la fuerza en la consciencia de generaciones enteras que afirma que la persona
no es más que un cuerpo, solo un animal con un ordenador en la cabeza, la
realidad es que es una persona consciente de sí misma e indestructible, cuya
portadora es sobre todo cierta sustancia inmortal, el alma, que tiene dos
formas de existencia. La primera, la más habitual para nosotros, en el cuerpo:
es decir que el alma y el cuerpo (a diferencia del espíritu) constituyen la
carne de la persona. La otra forma misteriosa de existencia del alma es la que
se da tras la muerte del cuerpo. El cristianismo entreabre la cortina del
misterio de esa otra existencia.
Para
comprender este misterio de manera más completa debemos primero hablar del
cuerpo como habitáculo del alma. En la enseñanza patrística se asevera que el
hombre, antes de la Caída, antes de su estado actual, poseía un cuerpo espiritual,
pero a la vez material o, si lo prefieren, material, pero espiritual. ¿Cómo
debemos entenderlo? ¿Acaso lo espiritual y lo material no se excluyen entre sí?
Según la religión cristiana, no. Al contrario, el cuerpo material solo adquiere
la imagen normal de su existencia cuando se vuelve espiritual. Este fenómeno
paradójico puede constatarse en el Cristo Resucitado.
Recuerden
cómo Cristo atravesó las puertas cerradas, apareció inesperadamente ante sus
discípulos, partió el pan con ellos y.… de repente, desapareció. Al mismo
tiempo decía a sus discípulos: “Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo.
Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo.”
(Lc 24, 39). Y esto lo decía Él tras aparecer de repente en la habitación, “estando
cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar” (Jn 20,19). En efecto,
nadie le abría las puertas. Y ¿qué sintió el apóstol Tomás, que no creía en la
Resurrección, cuando Cristo apareció inesperadamente en la habitación, estando
las puertas cerradas, y le dijo: “Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; ¿trae
tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente”? Tomás le
contestó: “Señor mío y Dios mío.” (Jn 20, 27-28), es decir: ¡Eres tú!. En
Roma, el dedo con el que el apóstol Tomás tocó el costado imperecedero de
Cristo se expone incluso hoy. La verdad es que yo no creo mucho en ello, ya me
disculparán. No obstante, lo importante no es si Tomás tocó el costado de
Cristo con ese u otro dedo, sino que tocó la realidad que se salía de los
límites de la experiencia humana habitual y se cercioró de ella, a pesar de que
lo que llamaríamos su sentido común lo negase. Pero claro ¡¿cómo no iba a
negarlo?! ¿Acaso es posible que la carne, la sangre y los huesos reales puedan
atravesar libremente objetos materiales sin obstáculos?
Para
explicar este fenómeno se pueden formular todo tipo de hipótesis. No obstante,
todas ellas serán como adivinar el futuro en los posos de café, puesto que “ahora
vemos en un espejo, en enigma” (1 Co 13,12). Pero si lo desean, he aquí una
de esas “profecías”. Actualmente, gracias al conocimiento científico más
profundo del espacio y el tiempo, podemos suponer que el cuerpo, siendo
material, pero habiéndose convertido en espiritual, permanece fuera de nuestro
espacio tridimensional, en otros “espacios” que se encuentran dentro del “nuestro”.
En estos espacios el cuerpo no necesita de ningún medio material para vivir. Y
a través de estos “espacios”, el cuerpo espiritual puede entrar sin trabas en
cualquier punto de nuestro espacio-tiempo terrestre, y adquirir todas sus
cualidades habituales. Pero, repito, no son más que suposiciones vistas “en un
espejo, en enigma”. Pero lo que sí sé con seguridad es que todos nosotros
apareceremos allí antes de lo que pensamos, y “entonces veremos cara a cara”
(1 Co 13, 12). Por eso no tengamos prisa y aguardemos un poco.
En
cuanto a que el cuerpo pueda ser espiritual, el apóstol Pablo decía sin rodeos:
“Así también en la resurrección de los muertos: se siembra corrupción,
resucita incorrupción; se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo
espiritual. Pues si hay un cuerpo natural, hay también un cuerpo espiritual.
[…] En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de
incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad.” (1 Co
15; 42, 44, 53). El apóstol escribe sobre el estado futuro del cuerpo. Sin
embargo, así era también antes de la Caída. Asimismo, según las enseñanzas de
los Santos Padres, el día de la resurrección universal todos tendremos ese
cuerpo espiritual que tuvo el primer hombre (incluso más perfecto), que poseía
unas cualidades inusuales y extraordinarias para nuestro estado actual: no
conocía la enfermedad, el dolor, el sufrimiento ni la muerte; no necesitaba
ropa ni protección alguna contra las influencias externas; tampoco padecía
hambre, sed, ni experimentaba deseos carnales, y, como vemos en nuestro
Salvador resucitado, el cuerpo no dependía de nuestro tiempo y espacio. Y al
igual que no podemos dañar al aire cuando lo golpeamos con un palo, tanto el
cuerpo como el alma eran y serán invulnerables, impasibles e imperturbables por
ningún tipo de sufrimiento. Por ejemplo, San Efrén de Siria (s. IV) decía: “Las
brisas del Paraíso se apresuran a presentarse ante los justos: una exhala alimento
abundante y otra rezuma bebida… estas brisas nutren espiritualmente a los que
viven en el espíritu... Para las criaturas espirituales, el alimento es el
soplo del Espíritu[1].
Allí lo que nutre es la fragancia del Paraíso y no el pan; y aquel soplo vivo
el que sirve allí de bebida… Los cuerpos que tienen aquí sangre, y lo que fluye
de ellos, allí alcanzarán una pureza igual a la del alma… Los cuerpos serán
elevados al rango de las almas; y el alma será ensalzada al rango del espíritu[2]
y permanecerá en un estado de …” felicidad constante.
San
Anastasio de Alejandría (s. IV) caracterizaba las cualidades espirituales y
corporales del primer hombre con estas palabras: “[…] ya que antes del
crimen de Adán no hubo ni pena, ni miedo, ni fatiga, ni hambre, ni muerte”[3].
San Antonio el Grande, hablando de esos cambios que en el cuerpo del hombre
santo se producen ya aquí en la tierra, escribía: “Así el cuerpo se ciñe a
todo lo bueno y se doblega ante el poder del Espíritu Santo, y cambia de forma
tan drástica que al final se vuelve en cierta medida partícipe de las
cualidades del cuerpo espiritual que debe recibir tras la resurrección de los
justos.”[4]
Lo mismo dice San Cirilo de Jerusalén: “Se alzará ese cuerpo… pero no será
el mismo, será eterno. No necesitará viandas para mantenerse vivo, ni escaleras
para ascender, ya que se volverá espiritual. algo extraordinario que no
seremos capaces de expresar…”[5].
¿Necesitaba alimento y cualquier otra cosa (Gn
1,29) el cuerpo creado por Dios, si incluso Cristo resucitado “comió delante de
ellos”(Lc 24, 43)? San Juan Crisóstomo responde a esta pregunta de la siguiente
manera: “Así, cuando resucitó, Cristo comía y bebía no por necesidad —su
cuerpo no lo necesitaba— sino para dar testimonio de la resurrección”. [6]
Lo
mismo decía San Macario el Egipcio sobre el estado espiritual de la carne:
“Pregunta:
¿Cómo aparecen ante Dios los cuerpos resucitados de Adán, desnudos o vestidos?
y ¿Es diferente la comida? ¿Cómo entonces puede el cuerpo cubrirse con ropas y
de qué se nutre (¿pues todos los que viven en este siglo, hombres y mujeres,
necesitan tapar sus vergüenzas y alimentarse con alimentos perecederos (comp?
Jn 6, 27)? ¿Acaso los resucitados necesitarán todo esto tras liberarse de la
vida terrenal? y ¿Volverán a su composición anterior o no?
Respuesta:
Esta pregunta me parece irrelevante e irreflexiva,
ya que sabemos que todo el esplendor creado (сomp. Stg 1, 11) y la composición
se abolirán cuando se produzca la absolución (el fin del mundo, Alekséi
Ósipov), la tierra ya no dará frutos para alimentar el cuerpo y hasta el cielo
pasará (comp. Mt 24, 35) con toda su belleza. ¿De dónde obtendrán los humanos
su alimento y cómo se harán sus ropas, si según la palabra de Dios todo lo
visible desaparecerá? ¿No es obvio que se nos concederá algo más, además de
todo lo visible?… Dios, que ya reviste su alma con la gloria y la llena de Su
Fuego, transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como
el suyo (Flp 3, 21), concediendo 24 entonces, por fin, alimento y ropajes
celestiales y obras angélicas e imperecederas”[7].
Estas
son las extraordinarias cualidades que tenía y tendrá la carne humana —el
cuerpo y el alma de la persona— en la vida del siglo venidero.
CONSECUENCIAS
DEL PECADO DE NUESTROS PROGENITORES
La
Caída de los primeros hombres, que se creyeron dioses, desembocó en cambios de
carácter ontológico en la naturaleza humana. Los Santos Padres lo llaman daño
original (San Basilio el Grande), corrupción heredada (San Macario el Egipcio),
e incluso pecado, en la teología occidental. Más adelante, también en la
nuestra se conoce como pecado original. Según los Padres, la carne de la
persona —cuerpo y alma— se ha vuelto pesada y se ha cubierto de “túnicas de
piel” (Gn 3, 21). San Máximo el Confesor (siglo VII) describe claramente el
tipo de cambios: “Dios, habiendo asumido la condena a causa de mi pecado
voluntario, es decir habiendo asumido la pasión, la corruptibilidad y la
mortalidad de la naturaleza [humana]...[8].
Estas tres cualidades se han vuelto inherentes a la naturaleza humana,
todos nacemos con ellas. Cabe destacar que estos cambios en la naturaleza
humana tienen un carácter puramente constitutivo, no son cambios espirituales
ni morales, aunque sí constituyen un terreno movedizo en el que una persona
resbala fácilmente hacia el pecado.
¿Qué
se entiende por pasión? Si el cuerpo espiritual no podía
sufrir, entonces la carne, al volverse “pesada”, está sujeta a todo tipo de
sufrimientos tanto del cuerpo, como del alma. (La palabra eslava “pasión” significa
en particular “sufrimiento”, de aquí “La Pasión de Cristo”). San Juan Damasceno
(s. VIII) lo explica bien: “Las pasiones naturales e inmaculadas que no
estaban en nuestro poder y que entraron en nuestras vidas como consecuencia de
la condena que tuvo lugar por el crimen [de los primeros hombres], como, por
ejemplo: el hambre, la sed, la fatiga, el trabajo, el llanto, la
descomposición, la evasión de la muerte, el miedo, la agonía ante la muerte que
provoca sudor, las gotas de sangre, etc., todo lo inherente al ser humano por
naturaleza”[9].
Pero estas pasiones originales (sin pecado, “irreprochables”, como dice San
Máximo el Confesor) deben distinguirse de la pasión pecadora, que surge en el
hombre como resultado de los pecados cometidos y como consecuencia de su
herencia pecaminosa. San Gregorio de Nisa explica la aparición de las pasiones
pecaminosas en el ser humano de la siguiente manera: “En cambio, el esclavo
satisface su necesidad mediante las pasiones: en lugar de alimento busca el
placer de las entrañas; prefiere los adornos a la ropa, las estancias lujosas,
a la comodidad de las habitaciones; en lugar de dar a luz a hijos dirige su
vista hacia los placeres prohibidos e ilegales. Por eso entraron en la vida
humana por la puerta grande la codicia, la molicie, el orgullo, la vanidad y el
libertinaje de todo tipo”[10] .
¿Qué
significa corruptibilidad? Observen a un niño y a un
anciano. Este es el proceso de la corruptibilidad. ¡He aquí lo que hace con la
persona! La corruptibilidad es la cualidad que el hombre tiene en común con el
mundo animal. Al igual que los animales nacen, viven, sienten, sufren, gozan, envejecen
y mueren no solo en cuerpo, sino en su alma animal, exactamente lo mismo sucede
con el hombre, en virtud de su triple composición y de la unidad con el mundo
animal. En esta afinidad con la creación más primaria consiste su mortalidad,
la de la carne, pero no del espíritu, que es inmortal.
Así
son las tres principales enfermedades que surgieron en nuestra naturaleza a
causa de la Caída de nuestros ancestros, que se transmiten a todas las personas
sin excepción. Todas juntas reciben el desacertado nombre de “pecado original”.
Ya que, en este caso, como vemos, la palabra “pecado” no alude a la
culpabilidad personal de cada uno de los descendientes de Adán por su pecado,
sino a un único daño presente en todos, el estado enfermizo de la naturaleza
humana.
Pero,
además del pecado original y personal, existe también el pecado ancestral. Los
padres y los antepasados transmiten a sus descendientes no solo enfermedades
físicas y psicológicas, sino también espirituales (por ejemplo, la envidia
expresada con fuerza, la ira, la codicia, etc.). Si bien todos nacemos con
estas enfermedades, se manifiestan de forma distinta en cada uno de nosotros. Y
aunque el ser humano no responde ante Dios de estas enfermedades heredadas, sí
debe responder moralmente de su actitud hacia ellas, es decir, de si lucha
contra ellas o por el contrario las desarrolla. Esta naturaleza pecaminosa
heredada es la que se denomina pecado ancestral. Solo Jesucristo tuvo una
naturaleza totalmente inmaculada, es decir no solo no pecó, sino que fue
sustraído de la corriente del pecado ancestral por ser fruto del Espíritu Santo
y de la Virgen María. Sobre esto hablan los Santos Padres. Por ejemplo, San
Gregorio Palamás decía: Cristo “fue el único que ni fue concebido
ilegítimamente, ni llevado en el vientre del pecado”[11].
Así
pues, se utiliza la misma palabra, “pecado”, para dar nombre a tres fenómenos
totalmente distintos. Pero en su sentido directo, el término pecado alude solo
al pecado personal. El pecado original y el pecado ancestral se denominan
pecado en sentido figurado, por ser enfermedades heredadas y no actos
personales de los cuales solo es responsable la persona. La incomprensión de
esta diferencia terminológica lleva a graves extravíos doctrinales, uno de las
cuales tiene que ver con la naturaleza humana asumida por Dios Verbo, de lo que
se deriva el principal dogma cristiano: el sentido del sacrificio de Cristo.
Al
interpretar el pecado original como la culpa de todos los pueblos (enseñanza de
la Iglesia Católica) se saca la conclusión errónea de que Dios Verbo no asumió
nuestra naturaleza “pecadora”, sino la naturaleza original impasible, inmortal
e imperecedera del primer Adán. Así lo enseñaban el monofisismo, el monotelismo
y el aftartodocetismo, condenados por los Concilios Ecuménicos. Por ejemplo, de
acuerdo con la enseñanza de Juliano de Halicarnaso, heresiarca de los
aftartodocetas, “cuando se encarnó, Cristo asumió el alma y el cuerpo que tenía
Adán antes de la Caída. Si Cristo se cansaba, tenía hambre, lloraba, etc., lo
hacía solo porque quería, no por necesidad”[12].
Este error, a primera vista puramente especulativo, tendrá unas consecuencias
nefastas para el cristianismo: la negación real del sentido de la Pasión de
Cristo en la Cruz.
¿Cómo
podía Cristo sufrir y morir si poseía una naturaleza impasible e inmortal? La
aseveración de los aftartodocetas, así como del Papa Honorio, que fue condenada
por el Concilio Ecuménico y según la cual Cristo, durante su vida terrenal,
hacía mediante algún acto específico que Su cuerpo estuviese hambriento,
sediento, sufriente, lloroso y, al final, mortal, parece un juego fantástico.
San Juan Damasceno se oponía a ello con todas sus fuerzas: “Así, —escribía—
es un sacrilegio decir, como afirmaban los insensatos Juliano y Gayano, que
el cuerpo del Señor... era imperecedero antes de la resurrección. Pues si
hubiese sido imperecedero, no hubiera tenido la misma esencia que nosotros, y
también hubiese sido ficticio lo que el Evangelio dice que ocurrió: el hambre,
la sed, los clavos, la perforación del costado y la muerte. Y si esto sucedió
solo de forma ficticia, el misterio de la economía divina hubiese sido una
mentira y un engaño. Él se habría hecho hombre solo en apariencia, no en
realidad, y nuestra salvación sería ficticia y no verdadera. ¡Pero no es así! Y
los que lo afirman se privan de participar en la salvación”[13].
De
hecho, si el Hijo de Dios curó la naturaleza humana ya en la Encarnación,
habiéndola asumido impasible, imperecedera e inmortal, entonces la Cruz se
vuelve innecesaria. De esta forma se abole la idea principal del cristianismo:
el sacrificio de Cristo en la Cruz, y se entabla una batalla directa contra la cruz.
Por
esto San Atanasio el Grande, indignado por el hecho de que algunos atribuyesen
las cualidades del primer hombre a la naturaleza humana asumida por el Hijo de
Dios, escribía: “¡Que callen aquellos que aseguran que la carne de Cristo es
inaccesible a la muerte, pero inmortal en esencia!”[14].
Lo mismo afirmaban muchos Padres de la Iglesia. Por ejemplo, Gregorio
Nacianceno (s. IV) decía: “Él (Cristo) se cansaba, tenía hambre y sed,
estaba en un estado de lucha y lloraba conforme a la ley de la naturaleza
corporal”[15].
San Efrén de Siria clamaba: “Era hijo de aquel Adán sobre el que reinaba la
muerte, como decía el Apóstol”[16].
Gregorio Palamás afirmaba: “La palabra de Dios asumió la misma carne que
nosotros, y aunque fuese totalmente pura, era mortal y enfermiza”[17] . La comprensión litúrgica de dicha cuestión se
expresa por ejemplo en La Oración desde el Ambón de la Liturgia de los Dones
Presantificados celebrada el Lunes Santo en Jerusalén. Contiene las siguientes
palabras: “Oh, Rey de los siglos... Cristo, nuestro Dios... Tú que has
tomado nuestra pobre naturaleza... no conoces las pasiones por tu naturaleza
Divina, sino que te has revestido de la naturaleza pasional y mortal por propia
voluntad”[18].
En los oficios de nuestra Iglesia existen numerosos textos de este tipo[19].
Los
Santos Padres afirman que el Hijo de Dios se unió a la naturaleza humana en
todo, excepto en el pecado, es decir, en el daño original, pero sin el pecado
ancestral, y por eso es totalmente puro en espíritu. No fue a través de su
Encarnación, sino de los sufrimientos de Cristo en la Cruz, como Dios curó el
daño original de la naturaleza humana, y la resucitó. Sobre esto se escribe
claramente en la Epístola a los hebreos: “Convenía, en verdad, que Aquel por
quien es todo y para quien es todo [Dios] llevara muchos hijos a la gloria
[Jesucristo] perfeccionando [teleiîsai: hizo perfecta] mediante el sufrimiento
al que iba a guiarlos a la salvación.” (Heb 2, 10). Por esto San Máximo el
Confesor escribía: “La inmutabilidad del libre albedrío devolvió a esta
naturaleza la impasibilidad, la esencia imperecedera y la inmortalidad por
medio de la Resurrección”[20].
La
mortalidad, la corruptibilidad y el sufrimiento —cualidades de la naturaleza
humana caída— son las excrecencias (túnicas de piel [Gn 3,21]) sobre un cuerpo
sano, que Cristo curó por medio de su muerte de mártir al asumir la humanidad.
Y, al resucitarla, se convirtió en el nuevo Adán, que abrió las puertas del
Reino de Dios a todas las personas capaces de renacer espiritualmente. El
cristianismo cree en la futura resurrección universal, cuando la naturaleza
humana se alzará curada, gloriosa y plenamente espiritual, gracias a los
sufrimientos y la Resurrección de Cristo. Sin embargo, para recibir la nueva
carne, cada persona debe despojarse de las túnicas de piel, es decir, la muerte
del cuerpo. Incluso la Madre de Dios traspasó las puertas de la muerte para
adquirir un cuerpo nuevo, espiritual.
Cabe
señalar que tanto el Catolicismo como el Protestantismo contienen numerosos
equívocos de carácter doctrinal sobre estas y otras cuestiones, tanto
relacionados con el credo como con la vida espiritual (la noción de la
corrupción del primer hombre, el sacrificio de Cristo, las condiciones de la
salvación, el pecado y las virtudes, los sacramentos, el estado del alma
después de la muerte, las plegarias por los difuntos, la vida espiritual...).
¿DÓNDE
RESIDE EL ALMA TRAS LA MUERTE DEL CUERPO?
¿Qué
dice al respecto la Sagrada Tradición de la Iglesia Ortodoxa? El contacto de la
persona con el otro mundo suele empezar ya antes de la muerte, y a menudo el
alma se queda totalmente perpleja ante la realidad tan diferente que se abre
ante ella. Numerosos hechos lo atestiguan. He aquí dos casos verídicos que
conozco.
Mi
tío estudiaba en Tula. Tras recibir un telegrama en el que le comunicaban la
muerte de su madre, que vivía en el pueblo, se puso en camino de inmediato
hacia su casa. Muy entrada la noche, llegó a la ciudad de Plavsk, que se
encontraba a 15 kilómetros de su pueblo. A esas horas no pasaba ningún medio de
transporte, e ir a pie le daba miedo, pero lo hizo. Al salir de la ciudad,
quedó asombrado al ver claramente a su madre, que caminaba delante de él. Se
lanzó tras ella para alcanzarla, pero fue en vano. En cuanto empezaba a
aligerar el paso, su madre también lo aceleraba. Y esto continuó hasta que
llegó al pueblo, donde la visión desapareció repentinamente. Así, el alma de la
madre se le apareció al hijo y le animó en aquel momento difícil de su vida.
Otro
de mis tíos, mientras moría en plena consciencia ante los ojos de todos
nuestros familiares, de repente anunció: “Han llegado dos, vosotros ya no podréis
ayudarme”.
Os
cito otro hecho no menos asombroso. En 2001, mi hermana leía la oración
vespertina, cuando de repente ante ella, ligeramente a la izquierda de los
iconos, apareció por un instante su sobrino, con la cara especialmente
iluminada. Ante la sorpresa, mi hermana grito: “¡Huy, Volodia!”, y vino
corriendo a contárnoslo. Al día siguiente nos comunicaron que Volodia había
fallecido la tarde anterior. Hay una cantidad innumerable de sucesos asombrosos
de este tipo, que no pueden explicarse por causas naturales. Estoy seguro de
que prácticamente cada uno de nosotros ha oído o se ha encontrado con algo
similar.
La
tradición eclesiástica consolidada afirma que durante los dos o tres primeros
días después de morir (aunque nuestro tiempo no puede equipararse a la
categoría que llamamos Eternidad), la persona, o más bien su alma, se encuentra
en condiciones de “gravedad terrestre”. Una vez allí en la eternidad, no
se desprende inmediatamente de los intentos de relacionarse de la forma
habitual con sus familiares y allegados. En las Constituciones apostólicas (s.
IV) encontramos indicaciones directas de rememorar a nuestros difuntos el
tercer, noveno y cuadragésimo días y el aniversario anual, como días especiales
para ello. (En lo sucesivo, en la Iglesia se empezaron a celebrar panijidas universales,
en las que se reza por todos los difuntos, incluso por los que no han recibido
sepultura eclesiástica por la razón que sea).
Encontramos
una interesante explicación sobre estos días de conmemoración en los escritos
de San Macario el Grande (s. IV), quien preguntó al ángel: “Cuando los
Padres de la Iglesia deben realizar una ofrenda a Dios por los difuntos al
tercer, noveno y cuadragésimo días, ¿qué beneficio obtiene el alma del difunto?”.
El ángel contestó: “Dios no permitió que en Su Iglesia hubiese nada que no
fuese necesario y provechoso; pero dispuso en ella sacramentos celestiales y
terrenales, y ordenó administrarlos. Cuando al tercer día se realiza la ofrenda
en la Iglesia, el alma del difunto recibe del Ángel que la guarda el alivio de
la aflicción que le ha producido la separación del cuerpo, alivio que obtiene
por las alabanzas y ofrendas realizadas por ella en la Iglesia de Dios, por las
cuales en ella nace una saludable esperanza. Ya que durante dos días se permite
al alma que ande con sus Ángeles acompañantes por la tierra, allá donde desee.
Por eso el alma, que quiere a su cuerpo, en ocasiones vaga por las proximidades
de la casa donde se desprendió de él, o incluso cerca del ataúd en el que este está
depositado, y de esta manera pasa dos días como un ave en busca de nido. En
cuanto al alma virtuosa, visita los lugares donde acostumbraba a obrar
justicia. Y al tercer día El que resucitó de entre los muertos ordena a toda
alma cristiana que, en imitación de Su resurrección, suba al cielo para adorar
al Dios de todos.” Así pues, la Iglesia tiene el hábito de ofrecer una ofrenda
y una plegaria por el alma al tercer día. Tras la adoración a Dios, Él ordena
que se le muestren al alma las distintas y agradables
moradas
de los Santos y la belleza del paraíso. Todo eso contempla el alma durante seis
días, sorprendiéndose y alabando al Creador de todo, Dios. Contemplando todo
esto, el alma experimenta un cambio y olvida la aflicción que sentía cuando se
encontraba en el cuerpo. Pero si es culpable de haber pecado, al observar el
gozo de los Santos empieza a lamentarse y a reprocharse a sí misma: “¡Ay de mí!
¡Cuánto me agitaba en aquel mundo! Al dejarme arrastrar por el deseo de
satisfacer mis pasiones, pasé la mayor parte de mi vida despreocupada, sin
servir a Dios como debía para ser digno de esta gracia y esta gloria. ¡Pobre de
mí!”. Tras contemplar durante seis días toda la alegría de los justos, los
Ángeles vuelven a elevar el alma para adorar a Dios. Por lo tanto, la Iglesia
hace bien al celebrar un oficio y realizar una ofrenda por el difunto el noveno
día. Después de la segunda adoración, el Señor de todos ordena que se acompañe
al alma hasta los infiernos y que se le muestren los lugares de tortura, sus distintos
sectores, y la variedad de torturas de los impíos, donde las almas de los
pecadores lloran sin cesar y se oye el rechinar de sus dientes. Durante treinta
días, el alma recorre temblando estos diversos lugares de tormento para no ser
condenada ella misma a quedar recluida en ellos. Al cuadragésimo día, vuelve a
elevarse para adorar a Dios. Entonces el Juez determina el lugar que le
corresponde, según hayan sido sus obras”.
MENSAJES
DEL MÁS ALLÁ
A
menudo se oyen preguntas del tipo: ¿Pueden las almas de los difuntos aparecer
ante nosotros? Y estas preguntas no siempre reflejan simple curiosidad. Se
conocen numerosos casos en que los difuntos aparecían en los sueños de sus
allegados para comunicarles algo importante. Lo hacían mientras estos
dormitaban o estaban despiertos, o se les aparecían en la realidad. Así, por
ejemplo, tres meses antes de su muerte, a San Filareto (Drózdov), metropolitano
de Moscú, se le apareció en sueños su difunto padre y le dijo: “Recuerda el día
diecinueve”. Efectivamente, el metropolitano falleció el 19 de noviembre. Hay
una gran cantidad de casos similares. Asimismo, se sabe de muchos casos
absolutamente fidedignos sobre la aparición de recién fallecidos ante sus
familiares o allegados. Pueden encontrarse numerosos casos de esta índole en la
obra Duj, dusha i telo (Espíritu, alma y cuerpo) del arzobispo Luca Voino-
Yasenetski, en los libros Mnogoobrazie religuióznovo ópyta (Diversidad de la
experiencia religiosa) de V. James,
Tiomnaia sila (Fuerza oscura) de М. Lodyzhenski, Taínstvennye yavlenia chelovécheskoi
psíjiqui (El misterioso fenómeno de la psique humana) de Vasíliev A. y O zhizni
posle smerti (Sobre la vida tras la muerte) de K. G. Yunga, entre otros.
No
obstante, el anhelo de ver al difunto, de saber cómo está allí, es muy
peligroso. Y, como cristiano, estas apariciones deben tratarse de manera
extremadamente responsable. Los Santos Padres advierten rigurosamente de que no
solo no deberíamos buscar el contacto con el otro mundo, sino que además
debemos evitarlo por todos los medios y no confiar en la información que se nos
presente en sueños o en la realidad, y menos aún, en algún tipo de sesiones de
espiritismo, donde supuestamente se convoca a las almas de las personas
fallecidas. A veces los mensajes del más allá se hacen realidad. El peligro de
estas “materializaciones” radica en que la persona empiece a confiar en sus
sueños, visiones, etc., y que después los demonios le muestren tales cosas, que
acabe con la soga al cuello. Algo horrible. En caso de que fuese necesario,
Dios encontrará el medio de sugerir a la persona lo que necesita. Por cierto,
las estadísticas indican que, por regla general, los que practican el
espiritismo acaban teniendo trastornos mentales, y muchos de ellos se suicidan.
El
bienaventurado Juan Casiano describe lo que sucedió con un monje que, siendo un
asceta estricto, empezó a confiar en los sueños y se condenó. He aquí el
mensaje: “El Diablo, en su afán de atraerle, a menudo le mostraba sueños
verdaderos [es decir, que se hacían realidad] para hacerle caer en la tentación
en la que quería implicarle después. Así, una noche le mostró por un lado a
cristianos junto con apóstoles y mártires, umbríos, cubiertos por todo tipo de
infamias, extenuados por el dolor y el llanto; y por otro lado le mostró al
pueblo hebreo con Moisés, los patriarcas y los profetas, en el esplendor de una
luz radiante y viviendo en gracia y alegría. Entretanto, el tentador le
aconsejaba que se hiciese la circuncisión [es decir aceptase el Judaísmo] si
quería participar en la beatitud y la alegría del pueblo hebreo, y el monje
tentado se la hizo. De todo lo dicho se deduce claramente que todas las
personas sobre las que hemos hablado no hubiesen sido ridiculizadas de la forma
más lamentable y calamitosa si hubiesen tenido el don de la sensatez”[21] .
San
Juan Clímaco escribía: “Mas el que a sueños como estos da crédito se asemeja
al que corre tras su sombra para darle alcance”[22].
“Los que empiezan a dejarse subyugar por los demonios en sus sueños terminan
siendo engañados fuera de ellos. Quien cree en los sueños, no es hábil en
absoluto; y quien no tiene en ellos ninguna fe ama la sabiduría”[23].
Ahora, en Occidente —aunque nosotros tampoco nos quedamos atrás— existe cierta
afición pasajera al misticismo, o, para ser más precisos, a lo que describe la
palabra latina “ocultismo”. Todos anhelan conocer lo que hay allí. Según los
resultados de algunas encuestas, se ha averiguado que, por ejemplo, el 42% de
los estadounidenses han entrado en contacto con “difuntos”, según creen, y 2/3
partes han experimentado percepciones extrasensoriales. Esto ya es un verdadero
desastre nacional. La gente ni siquiera sospecha que este tipo de información
solo puede provenir de los espíritus de la mentira y del demonio, y no
entienden el peligro que entraña entrar en contacto con tales “almas”. Pero no
son los difuntos quienes hablan con ellos, sino los demonios que han tomado la
apariencia de los fallecidos. Por eso los santos ortodoxos, que conocían a la
perfección la naturaleza de tales fenómenos, no solo no buscaban encuentros de
este tipo, sino que a fin de evitar un error fatal rechazaban por completo
recibir cualquier visión o dar un significado a los sueños. San Gregorio el
Sinaíta (s. XIV) advertía: “Nunca aceptes lo que veas, sea sensible o
espiritual, esté en el exterior o el interior, aunque sea la imagen de Cristo,
de un Ángel o de un Santo... Quien lo acepta... se deja seducir fácilmente...
Dios no se indigna con quien se escucha a sí mismo concienzudamente, si
este, por temor a la tentación, no acepta lo que viene de Él..., sino que con
mayor motivo lo elogiará como hombre sabio”[24] . Se pueden encontrar innumerables
hechos relacionados con apariciones del otro mundo y con distintos y
misteriosos fenómenos (predicciones, telepatía, poltergeist, visiones de los difuntos
en la vida real y en sueños insólitos), ocultismo, espiritismo, etc., por
ejemplo, en los interesantes libros del arcipreste Gregori Diáchenko: Iz
oblasti taínstvennovo (Del ámbito de lo misterioso), Moscú 1896, y Dujóvnyi mir
(El mundo espiritual), Moscú 1900, suplemento del primero.
A
quienes interese la concepción patrística de estas cuestiones, les recomiendo
el capítulo 46 de O snovideniaj (De los sueños) del quinto tomo de la obra de
San Ignacio (Brianchanínov), así como su tercer tomo de Asketícheskij opytov
(Experiencias ascéticas), donde se encuentra Slovo o chúvstvennom i dujovnom
videnii dujov (Palabra sobre la visión sensorial y espiritual de los
espíritus), Slovo o smerti (Palabra sobre la muerte), Pribavlenie k slovu
smerti (Anexo a la palabra sobre la muerte) y O suschestve sotvorennyj dujov i
dushi chelovécheskoi (Sobre la esencia de los espíritus creados y el alma
humana). Aquí podrá encontrar gran cantidad de interesantísimos casos de
apariciones tanto de ángeles como de demonios; encontrará también la enseñanza
patrística sobre los espíritus, cómo distinguirlos, su influencia en el hombre,
y, lo más importante, sobre la correcta actitud de la persona ante los
distintos fenómenos del más allá (místicos), sobre formas de resistirse a “visitantes
no invitados”, así como serias advertencias basadas en la experiencia de
los Santos Padres de evitar por todos los medios el contacto —ya sea visual,
auditivo, mental o sensorial— con el otro mundo.
¡Así
se comportaban todos los Santos! Y nosotros pecadores debemos tener aun mayor
cuidado.
“ACEPTA LAS COSAS TERRENALES
COMO UN DEBILÍSIMO REFLEJO DE LAS CELESTIALES”
¿Qué
sucede con el alma al cabo de tres días? Lo que encontramos fuera del
cristianismo no son más que fantasías, es decir, nada que sea razonable ni
fidedigno. En cambio, la Ortodoxia entreabre a la persona aquel mundo desde un
punto de vista extraordinariamente importante para esta vida. Nos referimos a
los “mytarstva”o pruebas por las que atraviesa el alma justo después de la
muerte del cuerpo[25].
Macari,
metropolitano de Moscú, (s. XIX), hablando del estado del alma después de la
muerte, escribía: “Cabe señalar, sin embargo, que al ser inevitable que
atribuyamos rasgos más o menos sensoriales y antropomórficos a la imagen que
tenemos de los objetos espirituales, por estar como estamos revestidos de
carne, estos rasgos se admiten en parte en la detallada enseñanza sobre lo
mytarstva. Por lo tanto, debemos recordar con firmeza la advertencia que hizo
el Ángel a Macario el Grande, en cuanto empezó a hablar de las pruebas del alma
(mytarstva): “Acepta aquí las cosas terrenales como un debilísimo reflejo de
las celestiales”. Es preciso que en la medida en que podamos no atribuyamos a
las pruebas su sentido más burdo y sensorial, sino su sentido espiritual, y que
no nos agarremos a las distintas particularidades que nos presentan los
distintos escritores y relatos de la misma Iglesia sobre la única idea básica
de lo que son”[26].
No debemos olvidar bajo ninguna circunstancia estas palabras del Ángel cuando
estamos en contacto con mensajes sobre el otro mundo y relatos sobre estas
pruebas.
Estaba
en su lecho de muerte el obispo Serguéi de Smolénsk y Dorogobúrsg (Smirnov,
+1957), gentil anciano y persona muy agradable, aunque difícilmente podríamos
llamarle hombre espiritual y asceta. Su muerte fue muy ilustrativa: miraba
continuamente a su alrededor y repetía: “Nada es como debiera”. Su
sorpresa era comprensible. Aunque estamos seguros de que allí nada debe ser
igual, involuntariamente seguimos imaginándonos aquella vida a imagen y
semejanza de esta. Tanto el infierno y el paraíso, según Dante o Milton, como
las pruebas o mytarstva vuelven a concordar con aquellas imágenes que
observamos con curiosidad en diferentes folletos. Queramos o no, no podemos
apartarnos de estas primitivas nociones terrenales. Bueno, ¿y cómo podría ser
de otro modo?
Uno
de los enfoques que se aplican para comprender la realidad del otro mundo lo
podemos encontrar en la ciencia actual, que por ejemplo describe para el gran
público el mundo del átomo por medio de analogías terrenales. Así, los físicos
que estudian las “partículas” elementales afirman que en el macrocosmos —en
nuestro mundo— no hay nociones que sean capaces de explicar adecuadamente la realidad
del microcosmos. Por eso, para presentárselas de alguna forma al público, se
ven obligados a encontrar e inventar palabras, nombres e imágenes tomadas de
nuestra experiencia habitual. Es cierto que a veces se dibuja una imagen
fantástica, pero la idea que pretende transmitir resulta cuando menos clara.
De
esta forma, por ejemplo, explica el comportamiento del átomo el creador de la
primera bomba atómica, Robert Oppenheimer: “Si preguntamos si la posición
del electrón es constante, la respuesta es “no”; si preguntamos si la ubicación
del electrón cambia a lo largo del tiempo, la respuesta es “no”; si preguntamos
si el electrón está inmóvil, la respuesta es “no”; si preguntamos si el
electrón está en movimiento, la respuesta es “no”[27].
O
tomemos la noción de “onda-partícula”. Si lo pensamos detenidamente,
suena bastante absurdo, ya que una onda no puede ser una partícula, ni una
partícula puede ser una onda. Pero con la ayuda de esta paradójica noción, que
no tiene cabida en lo que denominamos sentido común, los científicos intentan
expresar el carácter dual de la naturaleza de la materia en el nivel de las
partículas elementales del átomo (que, según la situación en particular, se
manifiestan como una partícula o como una onda).
La
ciencia presenta una gran cantidad de paradojas similares. ¿En qué pueden
resultarnos útiles? En que demuestran que, si las capacidades del ser humano
son tan limitadas a la hora de conocer y explicar por medio de la “lengua de
los humanos” incluso la realidad de este mundo, es evidente que estas capacidades
serán mucho más limitadas a la hora de entender el otro mundo. Por eso todas
sus descripciones tienen un carácter simbólico y condicional. En la Biblia se
utiliza con mucha frecuencia el antropomorfismo, es decir la representación de
Dios como hombre. Y lamentablemente, a menudo somos propensos a aceptar las
imágenes y analogías de estas descripciones del otro mundo como la realidad
misma, de lo que se derivan nociones totalmente distorsionadas no solo del
paraíso, el infierno, las pruebas o mytarstva, etc., sino también de la vida
espiritual, la salvación o el mismo Dios. Estas distorsiones pueden fácilmente
inducir al cristiano a error y conducirle al paganismo. ¿Y puede haber algo
peor que un cristiano pagano?
San
Juan Casiano escribía al respecto: “Si debemos entender estos y otros
pasajes de las Escrituras de forma literal, en el sentido sensorial más burdo,
resultará que Dios duerme, se despierta, se sienta y anda, se dirige a alguien
y le da la espalda, se acerca, se aleja y tiene los miembros del cuerpo del
hombre: cabeza, ojos, manos, piernas, etc. De igual modo que todo esto no puede
darnos una idea, sin cometer excesivo sacrilegio, de Aquel, Quien, según
atestiguan las Escrituras, es invisible, indescriptible y omnipresente, tampoco
podemos sin blasfemar atribuirle una indignación iracunda y furiosa[28]”.
No obstante, parece que todas las descripciones de este tipo nos permiten
empezar a entender algo, pero... Y este “pero” es lo principal que debemos
tener en cuenta en nuestro intento de comprender los mytarstva y, en general,
la existencia del alma después de la muerte. Las realidades de allí son
totalmente distintas. Nada es igual que aquí.
Así
pues, cuando el Ángel le hablaba a San Macario de las cosas celestiales y terrenales,
se refería sobre todo a las pruebas que atraviesa el alma tras la muerte del
cuerpo. Y el porqué de la advertencia está claro: con toda la simplicidad que
guarda la noción terrenal de estas pruebas, en realidad tienen un sentido
celestial totalmente distinto y profundamente espiritual, que no tienen en
ninguna de las demás enseñanzas religiosas, incluidas otras confesiones.
Así,
el Catolicismo, por ejemplo, con su dogma sobre el purgatorio y su doctrina
sobre lo que denominan el limbo, ha distorsionado profundamente la imagen del
estado de la persona después de la muerte. El purgatorio es un lugar de
sufrimientos en el que se expía la escasez de los llamados méritos del hombre
para satisfacer la justicia de Dios. El limbo es el lugar situado entre el
Paraíso y el purgatorio donde se encuentran las almas de los niños no
bautizados, quienes ni sufren ni gozan. (Este es el absurdo teológico al que
puede llegarse si se desoye la enseñanza patrística).
La
tradición de la Iglesia dice que después de la muerte del cuerpo, el alma pasa
primero por las moradas del paraíso, y a continuación, en la mayoría de los
casos, atraviesa las denominadas pruebas o mytarstva. Tanto unas como las otras
son una especie de exámenes para el alma. Y como cualquier examen, pueden
naturalmente superarse de distintas maneras.
“Cuando
nuestra alma se separa del cuerpo, —dice
San Cirilo, arzobispo de Alejandría (s. V)— por un lado, comparecerán ante
nosotros las huestes y fuerzas celestiales, y por otro, las fuerzas de la
oscuridad, los hacedores del mal, los jefes celestiales de las pruebas del alma
(mytarstva), torturadores y acusadores de nuestros actos... Después de verlos,
nuestra alma se indignará, se estremecerá y temblará. Confundida y horrorizada,
empezará a buscar la protección de los ángeles de Dios; sin embargo, al ser
recibida por los santos ángeles, tras atravesar bajo su protección el espacio
aéreo y elevarse a las alturas, se enfrentará a todo tipo de pruebas (como si
de un tipo de puesto fronterizo o aduanero se tratara donde se exigiese el pago
de un impuesto) que le cerrarán el paso al Reino, y bloquearán y frenarán su
anhelo de alcanzarlo”[29].
[1] SAN EFRÉN DE SIRIA. Tvorenia (Obras). T. 5, pág. 287. Ed. “Otchii dom”“, 1995.
[2] Ídem, pág. 289.
[3] ATANASIO EL GRANDE. Tvorenia (Obras). T. 4, pág. 466. Moscú: 1994.
[4] SAN ANTONIO EL GRANDE. “Nastavlenia o zhisni vo Jriste”“ (Enseñanzas
sobre la vida en Cristo). § 20. Filocalia. Т. 1
[5] SAN CIRILO DE JERUSALÉN. Oglasitelnye slová 18 (Palabras
anunciadoras 18). §18, pág. 228. San Petersburgo: Ed. Soikina.
[6] SAN JUAN CRISÓSTOMO. Obras. “Homilía sobre el libro de Mateo 26,
26-28”“. T. 7, pág. 822. San Petersburgo: 1911.
[7] SAN MACARIO EL EGIPCIO. Dujóvnie slová y poslania (Palabras
espirituales y epístolas). Palabra 18, 6 (1), pág. 588-589. Moscú: Ed. “Indrik”“,
2002.
[8] SAN MÁXIMO EL CONFESOR. Tvorenia (Obras). Libro 2. Voprosootvety k
Falasiu”“ (Preguntas y respuestas a Falasio). Pregunta 42, pág. 111. Ed. “Martis”“,
1993.
[9] SAN JUAN DAMASCENO. Tóchnoe izlozhenie pravoslavnoi very
(Exposición precisa de la fe ortodoxa). Cap. XX, pág. 185. San Petersburgo:
1994.
[10] SAN GREGORIO DE NISA. Tvorenia (Obras). Parte VII, pág. 522.
Moscú: 1865.
[11] SAN GREGORIO DE PALAMÁS. Besedy (Conversaciones). Conversación 16,
T. 1, pág. 155. Moscú: 1993.
[12] Cristianismo. Diccionario enciclopédico en 3 tomos. T. 1., pág.
150. Moscú: 1993.
[13] SAN JUAN DAMASCENO. Tóchnoe izlozhenie pravoslavnoi very
(Exposición precisa de la fe ortodoxa). Pág. 268. Мoscú: 1992.
[14] SAN ATANASIO EL GRANDE. Tvorenia (Obras). Т. 3, pág. 298. Moscú:
1994.
[15] SAN GREGORIO NACIANCENO. Tvorenia (Obras). T. 1, pág. 679. Monasterio
de la Santa Trinidad - Laura de San Sergio: 1994.
[16] SAN EFRÉN DE SIRIA. Tolkovanie na Chetvertoe Evangelie (Comentario
del Cuarto Evangelio). Pág. 293. Sérguiev Posad: 1896.
[17] SAN GREGORIO PALAMÁS. Besedy (Conversaciones). Parte 1, pág. 165.
Moscú: 1993.
[18] DMITRIEVSKI, A. Bogosluzhenie Strásnoi i Pasjálnoi sedmitsi v sv.
Ierusalime IX-X v. (“Oficio Divino de Semana Santa y Semana de Pascua en Santo
Jerusalén, siglos IX-X). Kazán: 1984. Pág. 51-53.
[19] Por ejemplo: Octoeco, Tono 1, canon del domingo, canción 1,
tropario: “ […] has extendido estas manos en la cruz: has recobrado de nuevo
de la tierra mi cuerpo destruido por la muerte, la misma que recibiste de la
Virgen”. Tono 2, canción 5, tropario: “Fuiste pasional y mortal debido a
la naturaleza humana…”. Tono 3, canon de domingo, canción 1, tropario: “…,
has tomado una carme y un alma sometidos al sufrimiento […]”; canción 4,
tropario: “Con un cuerpo mortal, Vida, comulgaste con la muerte …”y otros.
[20] SAN MÁXIMO EL CONFESOR: Tvorenia (Obras). Libro 2. «Voprosootvety
k Falasiu» (Preguntas y respuestas a Falasio). Respuesta Nº 42.Ed. «Martis»,
1993.
[21] SAN JUAN CASIANO. Pisania (Escritos). “O rassudítelnosti” (Sobre
la sensatez). Cap. 8, pág. 193-194. Moscú: 1892.
[22] Escalera. Parábola 3, §26.
[23] Escalera. Parábola 3, §28.
[24] SAN GREGORIO DE SINAÍ. «Nastavlenie bezmolvstvuiuschim» (Enseñanza
sobre la quietud). Filocalia. T. 5, pág. 224. Moscú: 1900
[25] Mytarstva: en la jerga teológica, tortura (revelación de los
pecados) que los malos espíritus infligen a las almas en el espacio aéreo,
cuando estas se separan del cuerpo antes del juicio de Dios. Las almas de los
santos no se someten a estas pruebas. Macario de Alejandría habla de los
mytarstva detalladamente» (Dicc. enciclopédico Brogauz y Efron).
[26] METROPOLITANO MACARIO DE MOSCÚ. Pravoslavno-dogmatícheskoe
bogoslovie (Teología dogmática ortodoxa). T. 2, pág. 538. San Petersburgo:
1895.
[27] KAPRA, F. Dao fíziki (El tao de la física). Pág.130. San
Petersburgo, 1994.
[28] Filocalia. T. 2, pág. 60. Monasterio de la Santa Trinidad - Laura
de San Sergio: 1993.
[29] Slovo na isjod dushi. Slédovannaia psaltir (Palabra para el éxodo
del alma. Libro de los salmos). Cita de: Nastólnaia kniga sviaschenosluzhítelia
(Libro de cabecera del eclesiástico). T. 4, pág. 457. Moscú: 1983.
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