LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE (PARTE II) por Alexey Ósipov

 


Gracia y Paz de parte de Dios nuestro Padre y de Cristo Jesús nuestro Señor. (2 Cor 1, 3).

 

Compartimos en esta entrada la segunda parte de las reflexiones sobre La Vida Después De La Muerte de Alekséi Ilich Ósipov, profesor de la Academia Espiritual de Moscú.

Los temas a considerar en esta entrada son:

La carne humana creada por Dios

Consecuencias del pecado de nuestros progenitores

¿Dónde reside el alma tras la muerte del cuerpo?

Mensajes del más allá

“Acepta las cosas terrenales como un debilísimo reflejo de las celestiales”

 

Espero disfruten de esta lectura que enriquece nuestro intelecto y nuestra fe.

 

La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo permanezcan con todos ustedes. (2 Cor 13,13).

Yaakov יעקב


LA CARNE HUMANA CREADA POR DIOS

Actualmente, habida cuenta de la gran cantidad de hechos recogidos en la ciencia médica (no son fantasías del folclore popular, sino hechos absolutamente fidedignos) puede afirmarse, repito, con absoluta certeza, que la existencia del alma es una verdad científica indiscutible. Pese a la burda noción materialista inculcada a la fuerza en la consciencia de generaciones enteras que afirma que la persona no es más que un cuerpo, solo un animal con un ordenador en la cabeza, la realidad es que es una persona consciente de sí misma e indestructible, cuya portadora es sobre todo cierta sustancia inmortal, el alma, que tiene dos formas de existencia. La primera, la más habitual para nosotros, en el cuerpo: es decir que el alma y el cuerpo (a diferencia del espíritu) constituyen la carne de la persona. La otra forma misteriosa de existencia del alma es la que se da tras la muerte del cuerpo. El cristianismo entreabre la cortina del misterio de esa otra existencia.

Para comprender este misterio de manera más completa debemos primero hablar del cuerpo como habitáculo del alma. En la enseñanza patrística se asevera que el hombre, antes de la Caída, antes de su estado actual, poseía un cuerpo espiritual, pero a la vez material o, si lo prefieren, material, pero espiritual. ¿Cómo debemos entenderlo? ¿Acaso lo espiritual y lo material no se excluyen entre sí? Según la religión cristiana, no. Al contrario, el cuerpo material solo adquiere la imagen normal de su existencia cuando se vuelve espiritual. Este fenómeno paradójico puede constatarse en el Cristo Resucitado.

Recuerden cómo Cristo atravesó las puertas cerradas, apareció inesperadamente ante sus discípulos, partió el pan con ellos y.… de repente, desapareció. Al mismo tiempo decía a sus discípulos: “Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo.” (Lc 24, 39). Y esto lo decía Él tras aparecer de repente en la habitación, “estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar” (Jn 20,19). En efecto, nadie le abría las puertas. Y ¿qué sintió el apóstol Tomás, que no creía en la Resurrección, cuando Cristo apareció inesperadamente en la habitación, estando las puertas cerradas, y le dijo: “Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; ¿trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente”? Tomás le contestó: “Señor mío y Dios mío.” (Jn 20, 27-28), es decir: ¡Eres tú!. En Roma, el dedo con el que el apóstol Tomás tocó el costado imperecedero de Cristo se expone incluso hoy. La verdad es que yo no creo mucho en ello, ya me disculparán. No obstante, lo importante no es si Tomás tocó el costado de Cristo con ese u otro dedo, sino que tocó la realidad que se salía de los límites de la experiencia humana habitual y se cercioró de ella, a pesar de que lo que llamaríamos su sentido común lo negase. Pero claro ¡¿cómo no iba a negarlo?! ¿Acaso es posible que la carne, la sangre y los huesos reales puedan atravesar libremente objetos materiales sin obstáculos?

Para explicar este fenómeno se pueden formular todo tipo de hipótesis. No obstante, todas ellas serán como adivinar el futuro en los posos de café, puesto que “ahora vemos en un espejo, en enigma” (1 Co 13,12). Pero si lo desean, he aquí una de esas “profecías”. Actualmente, gracias al conocimiento científico más profundo del espacio y el tiempo, podemos suponer que el cuerpo, siendo material, pero habiéndose convertido en espiritual, permanece fuera de nuestro espacio tridimensional, en otros “espacios” que se encuentran dentro del “nuestro”. En estos espacios el cuerpo no necesita de ningún medio material para vivir. Y a través de estos “espacios”, el cuerpo espiritual puede entrar sin trabas en cualquier punto de nuestro espacio-tiempo terrestre, y adquirir todas sus cualidades habituales. Pero, repito, no son más que suposiciones vistas “en un espejo, en enigma”. Pero lo que sí sé con seguridad es que todos nosotros apareceremos allí antes de lo que pensamos, y “entonces veremos cara a cara” (1 Co 13, 12). Por eso no tengamos prisa y aguardemos un poco.

En cuanto a que el cuerpo pueda ser espiritual, el apóstol Pablo decía sin rodeos: “Así también en la resurrección de los muertos: se siembra corrupción, resucita incorrupción; se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual. Pues si hay un cuerpo natural, hay también un cuerpo espiritual. […] En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad.” (1 Co 15; 42, 44, 53). El apóstol escribe sobre el estado futuro del cuerpo. Sin embargo, así era también antes de la Caída. Asimismo, según las enseñanzas de los Santos Padres, el día de la resurrección universal todos tendremos ese cuerpo espiritual que tuvo el primer hombre (incluso más perfecto), que poseía unas cualidades inusuales y extraordinarias para nuestro estado actual: no conocía la enfermedad, el dolor, el sufrimiento ni la muerte; no necesitaba ropa ni protección alguna contra las influencias externas; tampoco padecía hambre, sed, ni experimentaba deseos carnales, y, como vemos en nuestro Salvador resucitado, el cuerpo no dependía de nuestro tiempo y espacio. Y al igual que no podemos dañar al aire cuando lo golpeamos con un palo, tanto el cuerpo como el alma eran y serán invulnerables, impasibles e imperturbables por ningún tipo de sufrimiento. Por ejemplo, San Efrén de Siria (s. IV) decía: “Las brisas del Paraíso se apresuran a presentarse ante los justos: una exhala alimento abundante y otra rezuma bebida… estas brisas nutren espiritualmente a los que viven en el espíritu... Para las criaturas espirituales, el alimento es el soplo del Espíritu[1]. Allí lo que nutre es la fragancia del Paraíso y no el pan; y aquel soplo vivo el que sirve allí de bebida… Los cuerpos que tienen aquí sangre, y lo que fluye de ellos, allí alcanzarán una pureza igual a la del alma… Los cuerpos serán elevados al rango de las almas; y el alma será ensalzada al rango del espíritu[2] y permanecerá en un estado de …” felicidad constante.

San Anastasio de Alejandría (s. IV) caracterizaba las cualidades espirituales y corporales del primer hombre con estas palabras: “[…] ya que antes del crimen de Adán no hubo ni pena, ni miedo, ni fatiga, ni hambre, ni muerte”[3]. San Antonio el Grande, hablando de esos cambios que en el cuerpo del hombre santo se producen ya aquí en la tierra, escribía: “Así el cuerpo se ciñe a todo lo bueno y se doblega ante el poder del Espíritu Santo, y cambia de forma tan drástica que al final se vuelve en cierta medida partícipe de las cualidades del cuerpo espiritual que debe recibir tras la resurrección de los justos.”[4] Lo mismo dice San Cirilo de Jerusalén: “Se alzará ese cuerpo… pero no será el mismo, será eterno. No necesitará viandas para mantenerse vivo, ni escaleras para ascender, ya que se volverá espiritual. algo extraordinario que no seremos capaces de expresar…”[5].

 ¿Necesitaba alimento y cualquier otra cosa (Gn 1,29) el cuerpo creado por Dios, si incluso Cristo resucitado “comió delante de ellos”(Lc 24, 43)? San Juan Crisóstomo responde a esta pregunta de la siguiente manera: “Así, cuando resucitó, Cristo comía y bebía no por necesidad —su cuerpo no lo necesitaba— sino para dar testimonio de la resurrección”. [6]

Lo mismo decía San Macario el Egipcio sobre el estado espiritual de la carne:

Pregunta: ¿Cómo aparecen ante Dios los cuerpos resucitados de Adán, desnudos o vestidos? y ¿Es diferente la comida? ¿Cómo entonces puede el cuerpo cubrirse con ropas y de qué se nutre (¿pues todos los que viven en este siglo, hombres y mujeres, necesitan tapar sus vergüenzas y alimentarse con alimentos perecederos (comp? Jn 6, 27)? ¿Acaso los resucitados necesitarán todo esto tras liberarse de la vida terrenal? y ¿Volverán a su composición anterior o no?

Respuesta: Esta pregunta me parece irrelevante e irreflexiva, ya que sabemos que todo el esplendor creado (сomp. Stg 1, 11) y la composición se abolirán cuando se produzca la absolución (el fin del mundo, Alekséi Ósipov), la tierra ya no dará frutos para alimentar el cuerpo y hasta el cielo pasará (comp. Mt 24, 35) con toda su belleza. ¿De dónde obtendrán los humanos su alimento y cómo se harán sus ropas, si según la palabra de Dios todo lo visible desaparecerá? ¿No es obvio que se nos concederá algo más, además de todo lo visible?… Dios, que ya reviste su alma con la gloria y la llena de Su Fuego, transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo (Flp 3, 21), concediendo 24 entonces, por fin, alimento y ropajes celestiales y obras angélicas e imperecederas”[7].

Estas son las extraordinarias cualidades que tenía y tendrá la carne humana —el cuerpo y el alma de la persona— en la vida del siglo venidero.

CONSECUENCIAS DEL PECADO DE NUESTROS PROGENITORES

La Caída de los primeros hombres, que se creyeron dioses, desembocó en cambios de carácter ontológico en la naturaleza humana. Los Santos Padres lo llaman daño original (San Basilio el Grande), corrupción heredada (San Macario el Egipcio), e incluso pecado, en la teología occidental. Más adelante, también en la nuestra se conoce como pecado original. Según los Padres, la carne de la persona —cuerpo y alma— se ha vuelto pesada y se ha cubierto de “túnicas de piel” (Gn 3, 21). San Máximo el Confesor (siglo VII) describe claramente el tipo de cambios: “Dios, habiendo asumido la condena a causa de mi pecado voluntario, es decir habiendo asumido la pasión, la corruptibilidad y la mortalidad de la naturaleza [humana]...[8]. Estas tres cualidades se han vuelto inherentes a la naturaleza humana, todos nacemos con ellas. Cabe destacar que estos cambios en la naturaleza humana tienen un carácter puramente constitutivo, no son cambios espirituales ni morales, aunque sí constituyen un terreno movedizo en el que una persona resbala fácilmente hacia el pecado.

¿Qué se entiende por pasión? Si el cuerpo espiritual no podía sufrir, entonces la carne, al volverse “pesada”, está sujeta a todo tipo de sufrimientos tanto del cuerpo, como del alma. (La palabra eslava “pasión” significa en particular “sufrimiento”, de aquí “La Pasión de Cristo”). San Juan Damasceno (s. VIII) lo explica bien: “Las pasiones naturales e inmaculadas que no estaban en nuestro poder y que entraron en nuestras vidas como consecuencia de la condena que tuvo lugar por el crimen [de los primeros hombres], como, por ejemplo: el hambre, la sed, la fatiga, el trabajo, el llanto, la descomposición, la evasión de la muerte, el miedo, la agonía ante la muerte que provoca sudor, las gotas de sangre, etc., todo lo inherente al ser humano por naturaleza”[9]. Pero estas pasiones originales (sin pecado, “irreprochables”, como dice San Máximo el Confesor) deben distinguirse de la pasión pecadora, que surge en el hombre como resultado de los pecados cometidos y como consecuencia de su herencia pecaminosa. San Gregorio de Nisa explica la aparición de las pasiones pecaminosas en el ser humano de la siguiente manera: “En cambio, el esclavo satisface su necesidad mediante las pasiones: en lugar de alimento busca el placer de las entrañas; prefiere los adornos a la ropa, las estancias lujosas, a la comodidad de las habitaciones; en lugar de dar a luz a hijos dirige su vista hacia los placeres prohibidos e ilegales. Por eso entraron en la vida humana por la puerta grande la codicia, la molicie, el orgullo, la vanidad y el libertinaje de todo tipo[10]         .

¿Qué significa corruptibilidad? Observen a un niño y a un anciano. Este es el proceso de la corruptibilidad. ¡He aquí lo que hace con la persona! La corruptibilidad es la cualidad que el hombre tiene en común con el mundo animal. Al igual que los animales nacen, viven, sienten, sufren, gozan, envejecen y mueren no solo en cuerpo, sino en su alma animal, exactamente lo mismo sucede con el hombre, en virtud de su triple composición y de la unidad con el mundo animal. En esta afinidad con la creación más primaria consiste su mortalidad, la de la carne, pero no del espíritu, que es inmortal.

Así son las tres principales enfermedades que surgieron en nuestra naturaleza a causa de la Caída de nuestros ancestros, que se transmiten a todas las personas sin excepción. Todas juntas reciben el desacertado nombre de “pecado original”. Ya que, en este caso, como vemos, la palabra “pecado” no alude a la culpabilidad personal de cada uno de los descendientes de Adán por su pecado, sino a un único daño presente en todos, el estado enfermizo de la naturaleza humana.

Pero, además del pecado original y personal, existe también el pecado ancestral. Los padres y los antepasados transmiten a sus descendientes no solo enfermedades físicas y psicológicas, sino también espirituales (por ejemplo, la envidia expresada con fuerza, la ira, la codicia, etc.). Si bien todos nacemos con estas enfermedades, se manifiestan de forma distinta en cada uno de nosotros. Y aunque el ser humano no responde ante Dios de estas enfermedades heredadas, sí debe responder moralmente de su actitud hacia ellas, es decir, de si lucha contra ellas o por el contrario las desarrolla. Esta naturaleza pecaminosa heredada es la que se denomina pecado ancestral. Solo Jesucristo tuvo una naturaleza totalmente inmaculada, es decir no solo no pecó, sino que fue sustraído de la corriente del pecado ancestral por ser fruto del Espíritu Santo y de la Virgen María. Sobre esto hablan los Santos Padres. Por ejemplo, San Gregorio Palamás decía: Cristo “fue el único que ni fue concebido ilegítimamente, ni llevado en el vientre del pecado[11].

Así pues, se utiliza la misma palabra, “pecado”, para dar nombre a tres fenómenos totalmente distintos. Pero en su sentido directo, el término pecado alude solo al pecado personal. El pecado original y el pecado ancestral se denominan pecado en sentido figurado, por ser enfermedades heredadas y no actos personales de los cuales solo es responsable la persona. La incomprensión de esta diferencia terminológica lleva a graves extravíos doctrinales, uno de las cuales tiene que ver con la naturaleza humana asumida por Dios Verbo, de lo que se deriva el principal dogma cristiano: el sentido del sacrificio de Cristo.

Al interpretar el pecado original como la culpa de todos los pueblos (enseñanza de la Iglesia Católica) se saca la conclusión errónea de que Dios Verbo no asumió nuestra naturaleza “pecadora”, sino la naturaleza original impasible, inmortal e imperecedera del primer Adán. Así lo enseñaban el monofisismo, el monotelismo y el aftartodocetismo, condenados por los Concilios Ecuménicos. Por ejemplo, de acuerdo con la enseñanza de Juliano de Halicarnaso, heresiarca de los aftartodocetas, “cuando se encarnó, Cristo asumió el alma y el cuerpo que tenía Adán antes de la Caída. Si Cristo se cansaba, tenía hambre, lloraba, etc., lo hacía solo porque quería, no por necesidad”[12]. Este error, a primera vista puramente especulativo, tendrá unas consecuencias nefastas para el cristianismo: la negación real del sentido de la Pasión de Cristo en la Cruz.

¿Cómo podía Cristo sufrir y morir si poseía una naturaleza impasible e inmortal? La aseveración de los aftartodocetas, así como del Papa Honorio, que fue condenada por el Concilio Ecuménico y según la cual Cristo, durante su vida terrenal, hacía mediante algún acto específico que Su cuerpo estuviese hambriento, sediento, sufriente, lloroso y, al final, mortal, parece un juego fantástico. San Juan Damasceno se oponía a ello con todas sus fuerzas: “Así, —escribía— es un sacrilegio decir, como afirmaban los insensatos Juliano y Gayano, que el cuerpo del Señor... era imperecedero antes de la resurrección. Pues si hubiese sido imperecedero, no hubiera tenido la misma esencia que nosotros, y también hubiese sido ficticio lo que el Evangelio dice que ocurrió: el hambre, la sed, los clavos, la perforación del costado y la muerte. Y si esto sucedió solo de forma ficticia, el misterio de la economía divina hubiese sido una mentira y un engaño. Él se habría hecho hombre solo en apariencia, no en realidad, y nuestra salvación sería ficticia y no verdadera. ¡Pero no es así! Y los que lo afirman se privan de participar en la salvación”[13].

De hecho, si el Hijo de Dios curó la naturaleza humana ya en la Encarnación, habiéndola asumido impasible, imperecedera e inmortal, entonces la Cruz se vuelve innecesaria. De esta forma se abole la idea principal del cristianismo: el sacrificio de Cristo en la Cruz, y se entabla una batalla directa contra la cruz.

Por esto San Atanasio el Grande, indignado por el hecho de que algunos atribuyesen las cualidades del primer hombre a la naturaleza humana asumida por el Hijo de Dios, escribía: “¡Que callen aquellos que aseguran que la carne de Cristo es inaccesible a la muerte, pero inmortal en esencia!”[14]. Lo mismo afirmaban muchos Padres de la Iglesia. Por ejemplo, Gregorio Nacianceno (s. IV) decía: “Él (Cristo) se cansaba, tenía hambre y sed, estaba en un estado de lucha y lloraba conforme a la ley de la naturaleza corporal”[15]. San Efrén de Siria clamaba: “Era hijo de aquel Adán sobre el que reinaba la muerte, como decía el Apóstol”[16]. Gregorio Palamás afirmaba: “La palabra de Dios asumió la misma carne que nosotros, y aunque fuese totalmente pura, era mortal y enfermiza”[17] . La comprensión litúrgica de dicha cuestión se expresa por ejemplo en La Oración desde el Ambón de la Liturgia de los Dones Presantificados celebrada el Lunes Santo en Jerusalén. Contiene las siguientes palabras: “Oh, Rey de los siglos... Cristo, nuestro Dios... Tú que has tomado nuestra pobre naturaleza... no conoces las pasiones por tu naturaleza Divina, sino que te has revestido de la naturaleza pasional y mortal por propia voluntad”[18]. En los oficios de nuestra Iglesia existen numerosos textos de este tipo[19].

Los Santos Padres afirman que el Hijo de Dios se unió a la naturaleza humana en todo, excepto en el pecado, es decir, en el daño original, pero sin el pecado ancestral, y por eso es totalmente puro en espíritu. No fue a través de su Encarnación, sino de los sufrimientos de Cristo en la Cruz, como Dios curó el daño original de la naturaleza humana, y la resucitó. Sobre esto se escribe claramente en la Epístola a los hebreos: “Convenía, en verdad, que Aquel por quien es todo y para quien es todo [Dios] llevara muchos hijos a la gloria [Jesucristo] perfeccionando [teleiîsai: hizo perfecta] mediante el sufrimiento al que iba a guiarlos a la salvación.” (Heb 2, 10). Por esto San Máximo el Confesor escribía: “La inmutabilidad del libre albedrío devolvió a esta naturaleza la impasibilidad, la esencia imperecedera y la inmortalidad por medio de la Resurrección”[20].

La mortalidad, la corruptibilidad y el sufrimiento —cualidades de la naturaleza humana caída— son las excrecencias (túnicas de piel [Gn 3,21]) sobre un cuerpo sano, que Cristo curó por medio de su muerte de mártir al asumir la humanidad. Y, al resucitarla, se convirtió en el nuevo Adán, que abrió las puertas del Reino de Dios a todas las personas capaces de renacer espiritualmente. El cristianismo cree en la futura resurrección universal, cuando la naturaleza humana se alzará curada, gloriosa y plenamente espiritual, gracias a los sufrimientos y la Resurrección de Cristo. Sin embargo, para recibir la nueva carne, cada persona debe despojarse de las túnicas de piel, es decir, la muerte del cuerpo. Incluso la Madre de Dios traspasó las puertas de la muerte para adquirir un cuerpo nuevo, espiritual.

Cabe señalar que tanto el Catolicismo como el Protestantismo contienen numerosos equívocos de carácter doctrinal sobre estas y otras cuestiones, tanto relacionados con el credo como con la vida espiritual (la noción de la corrupción del primer hombre, el sacrificio de Cristo, las condiciones de la salvación, el pecado y las virtudes, los sacramentos, el estado del alma después de la muerte, las plegarias por los difuntos, la vida espiritual...).

 

¿DÓNDE RESIDE EL ALMA TRAS LA MUERTE DEL CUERPO?

 

¿Qué dice al respecto la Sagrada Tradición de la Iglesia Ortodoxa? El contacto de la persona con el otro mundo suele empezar ya antes de la muerte, y a menudo el alma se queda totalmente perpleja ante la realidad tan diferente que se abre ante ella. Numerosos hechos lo atestiguan. He aquí dos casos verídicos que conozco.

Mi tío estudiaba en Tula. Tras recibir un telegrama en el que le comunicaban la muerte de su madre, que vivía en el pueblo, se puso en camino de inmediato hacia su casa. Muy entrada la noche, llegó a la ciudad de Plavsk, que se encontraba a 15 kilómetros de su pueblo. A esas horas no pasaba ningún medio de transporte, e ir a pie le daba miedo, pero lo hizo. Al salir de la ciudad, quedó asombrado al ver claramente a su madre, que caminaba delante de él. Se lanzó tras ella para alcanzarla, pero fue en vano. En cuanto empezaba a aligerar el paso, su madre también lo aceleraba. Y esto continuó hasta que llegó al pueblo, donde la visión desapareció repentinamente. Así, el alma de la madre se le apareció al hijo y le animó en aquel momento difícil de su vida.

Otro de mis tíos, mientras moría en plena consciencia ante los ojos de todos nuestros familiares, de repente anunció: “Han llegado dos, vosotros ya no podréis ayudarme”.

Os cito otro hecho no menos asombroso. En 2001, mi hermana leía la oración vespertina, cuando de repente ante ella, ligeramente a la izquierda de los iconos, apareció por un instante su sobrino, con la cara especialmente iluminada. Ante la sorpresa, mi hermana grito: “¡Huy, Volodia!”, y vino corriendo a contárnoslo. Al día siguiente nos comunicaron que Volodia había fallecido la tarde anterior. Hay una cantidad innumerable de sucesos asombrosos de este tipo, que no pueden explicarse por causas naturales. Estoy seguro de que prácticamente cada uno de nosotros ha oído o se ha encontrado con algo similar.

La tradición eclesiástica consolidada afirma que durante los dos o tres primeros días después de morir (aunque nuestro tiempo no puede equipararse a la categoría que llamamos Eternidad), la persona, o más bien su alma, se encuentra en condiciones de “gravedad terrestre”. Una vez allí en la eternidad, no se desprende inmediatamente de los intentos de relacionarse de la forma habitual con sus familiares y allegados. En las Constituciones apostólicas (s. IV) encontramos indicaciones directas de rememorar a nuestros difuntos el tercer, noveno y cuadragésimo días y el aniversario anual, como días especiales para ello. (En lo sucesivo, en la Iglesia se empezaron a celebrar panijidas universales, en las que se reza por todos los difuntos, incluso por los que no han recibido sepultura eclesiástica por la razón que sea).

Encontramos una interesante explicación sobre estos días de conmemoración en los escritos de San Macario el Grande (s. IV), quien preguntó al ángel: “Cuando los Padres de la Iglesia deben realizar una ofrenda a Dios por los difuntos al tercer, noveno y cuadragésimo días, ¿qué beneficio obtiene el alma del difunto?”. El ángel contestó: “Dios no permitió que en Su Iglesia hubiese nada que no fuese necesario y provechoso; pero dispuso en ella sacramentos celestiales y terrenales, y ordenó administrarlos. Cuando al tercer día se realiza la ofrenda en la Iglesia, el alma del difunto recibe del Ángel que la guarda el alivio de la aflicción que le ha producido la separación del cuerpo, alivio que obtiene por las alabanzas y ofrendas realizadas por ella en la Iglesia de Dios, por las cuales en ella nace una saludable esperanza. Ya que durante dos días se permite al alma que ande con sus Ángeles acompañantes por la tierra, allá donde desee. Por eso el alma, que quiere a su cuerpo, en ocasiones vaga por las proximidades de la casa donde se desprendió de él, o incluso cerca del ataúd en el que este está depositado, y de esta manera pasa dos días como un ave en busca de nido. En cuanto al alma virtuosa, visita los lugares donde acostumbraba a obrar justicia. Y al tercer día El que resucitó de entre los muertos ordena a toda alma cristiana que, en imitación de Su resurrección, suba al cielo para adorar al Dios de todos.” Así pues, la Iglesia tiene el hábito de ofrecer una ofrenda y una plegaria por el alma al tercer día. Tras la adoración a Dios, Él ordena que se le muestren al alma las distintas y agradables

moradas de los Santos y la belleza del paraíso. Todo eso contempla el alma durante seis días, sorprendiéndose y alabando al Creador de todo, Dios. Contemplando todo esto, el alma experimenta un cambio y olvida la aflicción que sentía cuando se encontraba en el cuerpo. Pero si es culpable de haber pecado, al observar el gozo de los Santos empieza a lamentarse y a reprocharse a sí misma: “¡Ay de mí! ¡Cuánto me agitaba en aquel mundo! Al dejarme arrastrar por el deseo de satisfacer mis pasiones, pasé la mayor parte de mi vida despreocupada, sin servir a Dios como debía para ser digno de esta gracia y esta gloria. ¡Pobre de mí!”. Tras contemplar durante seis días toda la alegría de los justos, los Ángeles vuelven a elevar el alma para adorar a Dios. Por lo tanto, la Iglesia hace bien al celebrar un oficio y realizar una ofrenda por el difunto el noveno día. Después de la segunda adoración, el Señor de todos ordena que se acompañe al alma hasta los infiernos y que se le muestren los lugares de tortura, sus distintos sectores, y la variedad de torturas de los impíos, donde las almas de los pecadores lloran sin cesar y se oye el rechinar de sus dientes. Durante treinta días, el alma recorre temblando estos diversos lugares de tormento para no ser condenada ella misma a quedar recluida en ellos. Al cuadragésimo día, vuelve a elevarse para adorar a Dios. Entonces el Juez determina el lugar que le corresponde, según hayan sido sus obras”.

MENSAJES DEL MÁS ALLÁ

A menudo se oyen preguntas del tipo: ¿Pueden las almas de los difuntos aparecer ante nosotros? Y estas preguntas no siempre reflejan simple curiosidad. Se conocen numerosos casos en que los difuntos aparecían en los sueños de sus allegados para comunicarles algo importante. Lo hacían mientras estos dormitaban o estaban despiertos, o se les aparecían en la realidad. Así, por ejemplo, tres meses antes de su muerte, a San Filareto (Drózdov), metropolitano de Moscú, se le apareció en sueños su difunto padre y le dijo: “Recuerda el día diecinueve”. Efectivamente, el metropolitano falleció el 19 de noviembre. Hay una gran cantidad de casos similares. Asimismo, se sabe de muchos casos absolutamente fidedignos sobre la aparición de recién fallecidos ante sus familiares o allegados. Pueden encontrarse numerosos casos de esta índole en la obra Duj, dusha i telo (Espíritu, alma y cuerpo) del arzobispo Luca Voino- Yasenetski, en los libros Mnogoobrazie religuióznovo ópyta (Diversidad de la experiencia religiosa) de V.            James, Tiomnaia sila (Fuerza oscura) de М. Lodyzhenski, Taínstvennye yavlenia chelovécheskoi psíjiqui (El misterioso fenómeno de la psique humana) de Vasíliev A. y O zhizni posle smerti (Sobre la vida tras la muerte) de K. G. Yunga, entre otros.

No obstante, el anhelo de ver al difunto, de saber cómo está allí, es muy peligroso. Y, como cristiano, estas apariciones deben tratarse de manera extremadamente responsable. Los Santos Padres advierten rigurosamente de que no solo no deberíamos buscar el contacto con el otro mundo, sino que además debemos evitarlo por todos los medios y no confiar en la información que se nos presente en sueños o en la realidad, y menos aún, en algún tipo de sesiones de espiritismo, donde supuestamente se convoca a las almas de las personas fallecidas. A veces los mensajes del más allá se hacen realidad. El peligro de estas “materializaciones” radica en que la persona empiece a confiar en sus sueños, visiones, etc., y que después los demonios le muestren tales cosas, que acabe con la soga al cuello. Algo horrible. En caso de que fuese necesario, Dios encontrará el medio de sugerir a la persona lo que necesita. Por cierto, las estadísticas indican que, por regla general, los que practican el espiritismo acaban teniendo trastornos mentales, y muchos de ellos se suicidan.

El bienaventurado Juan Casiano describe lo que sucedió con un monje que, siendo un asceta estricto, empezó a confiar en los sueños y se condenó. He aquí el mensaje: “El Diablo, en su afán de atraerle, a menudo le mostraba sueños verdaderos [es decir, que se hacían realidad] para hacerle caer en la tentación en la que quería implicarle después. Así, una noche le mostró por un lado a cristianos junto con apóstoles y mártires, umbríos, cubiertos por todo tipo de infamias, extenuados por el dolor y el llanto; y por otro lado le mostró al pueblo hebreo con Moisés, los patriarcas y los profetas, en el esplendor de una luz radiante y viviendo en gracia y alegría. Entretanto, el tentador le aconsejaba que se hiciese la circuncisión [es decir aceptase el Judaísmo] si quería participar en la beatitud y la alegría del pueblo hebreo, y el monje tentado se la hizo. De todo lo dicho se deduce claramente que todas las personas sobre las que hemos hablado no hubiesen sido ridiculizadas de la forma más lamentable y calamitosa si hubiesen tenido el don de la sensatez”[21] .

San Juan Clímaco escribía: “Mas el que a sueños como estos da crédito se asemeja al que corre tras su sombra para darle alcance”[22]. “Los que empiezan a dejarse subyugar por los demonios en sus sueños terminan siendo engañados fuera de ellos. Quien cree en los sueños, no es hábil en absoluto; y quien no tiene en ellos ninguna fe ama la sabiduría”[23]. Ahora, en Occidente —aunque nosotros tampoco nos quedamos atrás— existe cierta afición pasajera al misticismo, o, para ser más precisos, a lo que describe la palabra latina “ocultismo”. Todos anhelan conocer lo que hay allí. Según los resultados de algunas encuestas, se ha averiguado que, por ejemplo, el 42% de los estadounidenses han entrado en contacto con “difuntos”, según creen, y 2/3 partes han experimentado percepciones extrasensoriales. Esto ya es un verdadero desastre nacional. La gente ni siquiera sospecha que este tipo de información solo puede provenir de los espíritus de la mentira y del demonio, y no entienden el peligro que entraña entrar en contacto con tales “almas”. Pero no son los difuntos quienes hablan con ellos, sino los demonios que han tomado la apariencia de los fallecidos. Por eso los santos ortodoxos, que conocían a la perfección la naturaleza de tales fenómenos, no solo no buscaban encuentros de este tipo, sino que a fin de evitar un error fatal rechazaban por completo recibir cualquier visión o dar un significado a los sueños. San Gregorio el Sinaíta (s. XIV) advertía: “Nunca aceptes lo que veas, sea sensible o espiritual, esté en el exterior o el interior, aunque sea la imagen de Cristo, de un Ángel o de un Santo... Quien lo acepta... se deja seducir fácilmente... Dios no se indigna con quien se escucha a sí mismo concienzudamente, si este, por temor a la tentación, no acepta lo que viene de Él..., sino que con mayor motivo lo elogiará como hombre sabio”[24]            . Se pueden encontrar innumerables hechos relacionados con apariciones del otro mundo y con distintos y misteriosos fenómenos (predicciones, telepatía, poltergeist, visiones de los difuntos en la vida real y en sueños insólitos), ocultismo, espiritismo, etc., por ejemplo, en los interesantes libros del arcipreste Gregori Diáchenko: Iz oblasti taínstvennovo (Del ámbito de lo misterioso), Moscú 1896, y Dujóvnyi mir (El mundo espiritual), Moscú 1900, suplemento del primero.

A quienes interese la concepción patrística de estas cuestiones, les recomiendo el capítulo 46 de O snovideniaj (De los sueños) del quinto tomo de la obra de San Ignacio (Brianchanínov), así como su tercer tomo de Asketícheskij opytov (Experiencias ascéticas), donde se encuentra Slovo o chúvstvennom i dujovnom videnii dujov (Palabra sobre la visión sensorial y espiritual de los espíritus), Slovo o smerti (Palabra sobre la muerte), Pribavlenie k slovu smerti (Anexo a la palabra sobre la muerte) y O suschestve sotvorennyj dujov i dushi chelovécheskoi (Sobre la esencia de los espíritus creados y el alma humana). Aquí podrá encontrar gran cantidad de interesantísimos casos de apariciones tanto de ángeles como de demonios; encontrará también la enseñanza patrística sobre los espíritus, cómo distinguirlos, su influencia en el hombre, y, lo más importante, sobre la correcta actitud de la persona ante los distintos fenómenos del más allá (místicos), sobre formas de resistirse a “visitantes no invitados”, así como serias advertencias basadas en la experiencia de los Santos Padres de evitar por todos los medios el contacto —ya sea visual, auditivo, mental o sensorial— con el otro mundo.

¡Así se comportaban todos los Santos! Y nosotros pecadores debemos tener aun mayor cuidado.

 

“ACEPTA LAS COSAS TERRENALES

COMO UN DEBILÍSIMO REFLEJO DE LAS CELESTIALES”

 

¿Qué sucede con el alma al cabo de tres días? Lo que encontramos fuera del cristianismo no son más que fantasías, es decir, nada que sea razonable ni fidedigno. En cambio, la Ortodoxia entreabre a la persona aquel mundo desde un punto de vista extraordinariamente importante para esta vida. Nos referimos a los “mytarstva”o pruebas por las que atraviesa el alma justo después de la muerte del cuerpo[25].

Macari, metropolitano de Moscú, (s. XIX), hablando del estado del alma después de la muerte, escribía: “Cabe señalar, sin embargo, que al ser inevitable que atribuyamos rasgos más o menos sensoriales y antropomórficos a la imagen que tenemos de los objetos espirituales, por estar como estamos revestidos de carne, estos rasgos se admiten en parte en la detallada enseñanza sobre lo mytarstva. Por lo tanto, debemos recordar con firmeza la advertencia que hizo el Ángel a Macario el Grande, en cuanto empezó a hablar de las pruebas del alma (mytarstva): “Acepta aquí las cosas terrenales como un debilísimo reflejo de las celestiales”. Es preciso que en la medida en que podamos no atribuyamos a las pruebas su sentido más burdo y sensorial, sino su sentido espiritual, y que no nos agarremos a las distintas particularidades que nos presentan los distintos escritores y relatos de la misma Iglesia sobre la única idea básica de lo que son”[26]. No debemos olvidar bajo ninguna circunstancia estas palabras del Ángel cuando estamos en contacto con mensajes sobre el otro mundo y relatos sobre estas pruebas.

Estaba en su lecho de muerte el obispo Serguéi de Smolénsk y Dorogobúrsg (Smirnov, +1957), gentil anciano y persona muy agradable, aunque difícilmente podríamos llamarle hombre espiritual y asceta. Su muerte fue muy ilustrativa: miraba continuamente a su alrededor y repetía: “Nada es como debiera”. Su sorpresa era comprensible. Aunque estamos seguros de que allí nada debe ser igual, involuntariamente seguimos imaginándonos aquella vida a imagen y semejanza de esta. Tanto el infierno y el paraíso, según Dante o Milton, como las pruebas o mytarstva vuelven a concordar con aquellas imágenes que observamos con curiosidad en diferentes folletos. Queramos o no, no podemos apartarnos de estas primitivas nociones terrenales. Bueno, ¿y cómo podría ser de otro modo?

Uno de los enfoques que se aplican para comprender la realidad del otro mundo lo podemos encontrar en la ciencia actual, que por ejemplo describe para el gran público el mundo del átomo por medio de analogías terrenales. Así, los físicos que estudian las “partículas” elementales afirman que en el macrocosmos —en nuestro mundo— no hay nociones que sean capaces de explicar adecuadamente la realidad del microcosmos. Por eso, para presentárselas de alguna forma al público, se ven obligados a encontrar e inventar palabras, nombres e imágenes tomadas de nuestra experiencia habitual. Es cierto que a veces se dibuja una imagen fantástica, pero la idea que pretende transmitir resulta cuando menos clara.

De esta forma, por ejemplo, explica el comportamiento del átomo el creador de la primera bomba atómica, Robert Oppenheimer: “Si preguntamos si la posición del electrón es constante, la respuesta es “no”; si preguntamos si la ubicación del electrón cambia a lo largo del tiempo, la respuesta es “no”; si preguntamos si el electrón está inmóvil, la respuesta es “no”; si preguntamos si el electrón está en movimiento, la respuesta es “no”[27].

O tomemos la noción de “onda-partícula”. Si lo pensamos detenidamente, suena bastante absurdo, ya que una onda no puede ser una partícula, ni una partícula puede ser una onda. Pero con la ayuda de esta paradójica noción, que no tiene cabida en lo que denominamos sentido común, los científicos intentan expresar el carácter dual de la naturaleza de la materia en el nivel de las partículas elementales del átomo (que, según la situación en particular, se manifiestan como una partícula o como una onda).

La ciencia presenta una gran cantidad de paradojas similares. ¿En qué pueden resultarnos útiles? En que demuestran que, si las capacidades del ser humano son tan limitadas a la hora de conocer y explicar por medio de la “lengua de los humanos” incluso la realidad de este mundo, es evidente que estas capacidades serán mucho más limitadas a la hora de entender el otro mundo. Por eso todas sus descripciones tienen un carácter simbólico y condicional. En la Biblia se utiliza con mucha frecuencia el antropomorfismo, es decir la representación de Dios como hombre. Y lamentablemente, a menudo somos propensos a aceptar las imágenes y analogías de estas descripciones del otro mundo como la realidad misma, de lo que se derivan nociones totalmente distorsionadas no solo del paraíso, el infierno, las pruebas o mytarstva, etc., sino también de la vida espiritual, la salvación o el mismo Dios. Estas distorsiones pueden fácilmente inducir al cristiano a error y conducirle al paganismo. ¿Y puede haber algo peor que un cristiano pagano?

San Juan Casiano escribía al respecto: “Si debemos entender estos y otros pasajes de las Escrituras de forma literal, en el sentido sensorial más burdo, resultará que Dios duerme, se despierta, se sienta y anda, se dirige a alguien y le da la espalda, se acerca, se aleja y tiene los miembros del cuerpo del hombre: cabeza, ojos, manos, piernas, etc. De igual modo que todo esto no puede darnos una idea, sin cometer excesivo sacrilegio, de Aquel, Quien, según atestiguan las Escrituras, es invisible, indescriptible y omnipresente, tampoco podemos sin blasfemar atribuirle una indignación iracunda y furiosa[28]. No obstante, parece que todas las descripciones de este tipo nos permiten empezar a entender algo, pero... Y este “pero” es lo principal que debemos tener en cuenta en nuestro intento de comprender los mytarstva y, en general, la existencia del alma después de la muerte. Las realidades de allí son totalmente distintas. Nada es igual que aquí.

Así pues, cuando el Ángel le hablaba a San Macario de las cosas celestiales y terrenales, se refería sobre todo a las pruebas que atraviesa el alma tras la muerte del cuerpo. Y el porqué de la advertencia está claro: con toda la simplicidad que guarda la noción terrenal de estas pruebas, en realidad tienen un sentido celestial totalmente distinto y profundamente espiritual, que no tienen en ninguna de las demás enseñanzas religiosas, incluidas otras confesiones.

Así, el Catolicismo, por ejemplo, con su dogma sobre el purgatorio y su doctrina sobre lo que denominan el limbo, ha distorsionado profundamente la imagen del estado de la persona después de la muerte. El purgatorio es un lugar de sufrimientos en el que se expía la escasez de los llamados méritos del hombre para satisfacer la justicia de Dios. El limbo es el lugar situado entre el Paraíso y el purgatorio donde se encuentran las almas de los niños no bautizados, quienes ni sufren ni gozan. (Este es el absurdo teológico al que puede llegarse si se desoye la enseñanza patrística).

La tradición de la Iglesia dice que después de la muerte del cuerpo, el alma pasa primero por las moradas del paraíso, y a continuación, en la mayoría de los casos, atraviesa las denominadas pruebas o mytarstva. Tanto unas como las otras son una especie de exámenes para el alma. Y como cualquier examen, pueden naturalmente superarse de distintas maneras.

“Cuando nuestra alma se separa del cuerpo, —dice San Cirilo, arzobispo de Alejandría (s. V)— por un lado, comparecerán ante nosotros las huestes y fuerzas celestiales, y por otro, las fuerzas de la oscuridad, los hacedores del mal, los jefes celestiales de las pruebas del alma (mytarstva), torturadores y acusadores de nuestros actos... Después de verlos, nuestra alma se indignará, se estremecerá y temblará. Confundida y horrorizada, empezará a buscar la protección de los ángeles de Dios; sin embargo, al ser recibida por los santos ángeles, tras atravesar bajo su protección el espacio aéreo y elevarse a las alturas, se enfrentará a todo tipo de pruebas (como si de un tipo de puesto fronterizo o aduanero se tratara donde se exigiese el pago de un impuesto) que le cerrarán el paso al Reino, y bloquearán y frenarán su anhelo de alcanzarlo”[29].



[1] SAN EFRÉN DE SIRIA. Tvorenia (Obras). T. 5, pág. 287. Ed. “Otchii dom”“, 1995.

[2] Ídem, pág. 289.

[3] ATANASIO EL GRANDE. Tvorenia (Obras). T. 4, pág. 466. Moscú: 1994.

[4] SAN ANTONIO EL GRANDE. “Nastavlenia o zhisni vo Jriste”“ (Enseñanzas sobre la vida en Cristo). § 20. Filocalia. Т. 1

[5] SAN CIRILO DE JERUSALÉN. Oglasitelnye slová 18 (Palabras anunciadoras 18). §18, pág. 228. San Petersburgo: Ed. Soikina.

[6] SAN JUAN CRISÓSTOMO. Obras. “Homilía sobre el libro de Mateo 26, 26-28”“. T. 7, pág. 822. San Petersburgo: 1911.

[7] SAN MACARIO EL EGIPCIO. Dujóvnie slová y poslania (Palabras espirituales y epístolas). Palabra 18, 6 (1), pág. 588-589. Moscú: Ed. “Indrik”“, 2002.

[8] SAN MÁXIMO EL CONFESOR. Tvorenia (Obras). Libro 2. Voprosootvety k Falasiu”“ (Preguntas y respuestas a Falasio). Pregunta 42, pág. 111. Ed. “Martis”“, 1993.

[9] SAN JUAN DAMASCENO. Tóchnoe izlozhenie pravoslavnoi very (Exposición precisa de la fe ortodoxa). Cap. XX, pág. 185. San Petersburgo: 1994.

[10] SAN GREGORIO DE NISA. Tvorenia (Obras). Parte VII, pág. 522. Moscú: 1865.

[11] SAN GREGORIO DE PALAMÁS. Besedy (Conversaciones). Conversación 16, T. 1, pág. 155. Moscú: 1993.

[12] Cristianismo. Diccionario enciclopédico en 3 tomos. T. 1., pág. 150. Moscú: 1993.

[13] SAN JUAN DAMASCENO. Tóchnoe izlozhenie pravoslavnoi very (Exposición precisa de la fe ortodoxa). Pág. 268. Мoscú: 1992.

[14] SAN ATANASIO EL GRANDE. Tvorenia (Obras). Т. 3, pág. 298. Moscú: 1994.

[15] SAN GREGORIO NACIANCENO. Tvorenia (Obras). T. 1, pág. 679. Monasterio de la Santa Trinidad - Laura de San Sergio: 1994.

[16] SAN EFRÉN DE SIRIA. Tolkovanie na Chetvertoe Evangelie (Comentario del Cuarto Evangelio). Pág. 293. Sérguiev Posad: 1896.

[17] SAN GREGORIO PALAMÁS. Besedy (Conversaciones). Parte 1, pág. 165. Moscú: 1993.

[18] DMITRIEVSKI, A. Bogosluzhenie Strásnoi i Pasjálnoi sedmitsi v sv. Ierusalime IX-X v. (“Oficio Divino de Semana Santa y Semana de Pascua en Santo Jerusalén, siglos IX-X). Kazán: 1984. Pág. 51-53.

[19] Por ejemplo: Octoeco, Tono 1, canon del domingo, canción 1, tropario: “ […] has extendido estas manos en la cruz: has recobrado de nuevo de la tierra mi cuerpo destruido por la muerte, la misma que recibiste de la Virgen”. Tono 2, canción 5, tropario: “Fuiste pasional y mortal debido a la naturaleza humana…”. Tono 3, canon de domingo, canción 1, tropario: “…, has tomado una carme y un alma sometidos al sufrimiento […]”; canción 4, tropario: “Con un cuerpo mortal, Vida, comulgaste con la muerte …”y otros.

[20] SAN MÁXIMO EL CONFESOR: Tvorenia (Obras). Libro 2. «Voprosootvety k Falasiu» (Preguntas y respuestas a Falasio). Respuesta Nº 42.Ed. «Martis», 1993.

[21] SAN JUAN CASIANO. Pisania (Escritos). “O rassudítelnosti” (Sobre la sensatez). Cap. 8, pág. 193-194. Moscú: 1892.

[22] Escalera. Parábola 3, §26.

[23] Escalera. Parábola 3, §28.

[24] SAN GREGORIO DE SINAÍ. «Nastavlenie bezmolvstvuiuschim» (Enseñanza sobre la quietud). Filocalia. T. 5, pág. 224. Moscú: 1900

[25] Mytarstva: en la jerga teológica, tortura (revelación de los pecados) que los malos espíritus infligen a las almas en el espacio aéreo, cuando estas se separan del cuerpo antes del juicio de Dios. Las almas de los santos no se someten a estas pruebas. Macario de Alejandría habla de los mytarstva detalladamente» (Dicc. enciclopédico Brogauz y Efron).

[26] METROPOLITANO MACARIO DE MOSCÚ. Pravoslavno-dogmatícheskoe bogoslovie (Teología dogmática ortodoxa). T. 2, pág. 538. San Petersburgo: 1895.

[27] KAPRA, F. Dao fíziki (El tao de la física). Pág.130. San Petersburgo, 1994.

[28] Filocalia. T. 2, pág. 60. Monasterio de la Santa Trinidad - Laura de San Sergio: 1993.

[29] Slovo na isjod dushi. Slédovannaia psaltir (Palabra para el éxodo del alma. Libro de los salmos). Cita de: Nastólnaia kniga sviaschenosluzhítelia (Libro de cabecera del eclesiástico). T. 4, pág. 457. Moscú: 1983.

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