EL ARTE DE LA ORACIÓN III. SAN TEOFANES EL RECLUSO: LA ORACIÓN DE JESÚS.
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Gracia y Paz de parte de Dios nuestro Padre
y de Cristo Jesús nuestro Señor. (2 Cor 1, 3).
Compartimos en esta entrada las reflexiones sobre el Arte de La Oración de San Teofanes el Recluso. En este apartado San Teofanes nos ayuda a meditar en la Oración de Jesús a través de 4 puntos importantes:
La Meditación Secreta
La Oración
La Oración De Jesús
El Recuerdo De Dios
La gracia del Señor Jesucristo, el amor de
Dios y la comunión del Espíritu Santo permanezcan con todos ustedes. (2 Cor
13,13).
Jhoani
Rave Rivera (C.O.P.S.)
A. LA MEDITACIÓN SECRETA (1)
La meditación interior debe comenzar lo antes posible
Recogeos
en vuestro corazón y allí practicad la meditación secreta. Por ese medio, con
la ayuda y la gracia de Dios, el espíritu de celo conservará en vosotros su
verdadero carácter, ardiendo a veces menos, a veces más. La meditación secreta
nos coloca sobre el camino de la oración interior, que es el camino más directo
hacia la salvación. Podemos abandonar todo lo demás y consagrarnos únicamente a
esta obra, y todo irá bien. Por el contrario, si cumplimos todos nuestros deberes,
pero desdeñamos esta ocupación
jamás lograremos fruto.
Aquél
que no entra en sí mismo y menosprecia esta tarea espiritual no hará ningún
progreso. Es necesario reconocer, sin embargo, que esta tarea es extremadamente
difícil, en particular al comienzo. Sin embargo,
ella da resultados abundantes y rápidos.
Un Padre espiritual debería, entonces, iniciar a sus discípulos en la
práctica de la oración interior lo antes posible, y afirmarlos en seguida sobre
dicha práctica. Se puede, incluso, hacerlos comenzar con ella antes que con las
observancias exteriores, o al mismo tiempo: de todos modos, es esencial no
desdeñar esta iniciación, por temor
a que luego sea demasiado tarde. En efecto, la semilla misma del crecimiento
espiritual está escondida en esta oración
interior. Lo único necesario es subrayar su importancia y explicar la manera de
iniciarla. Si esta oración está bien implantada en nosotros, todas las obras exteriores
serán, ellas también, cumplidas en buena gracia y con fruto; sin ella, toda la
actividad exterior semeja a una cuerda podrida que se parte a cada instante.
Notad bien que esta práctica debe desarrollarse progresivamente, lentamente,
con una gran sobriedad, pues, si no se adopta progresivamente, se corre el
riesgo de que pierda su carácter fundamental, y no sea más, al cabo de algún
tiempo, que una simple observancia exterior.
Por consiguiente, aunque existen
efectivamente personas que, a partir
de una regla exterior arriban a la vida interior, el principio
inalterable debe ser: volverse, en lo posible, hacia el interior y encender
allí el espíritu de celo.
Esto
parece muy simple, pero si no sois bien informados sobre la oración interior,
podéis encadenaros largo tiempo sin recoger nada. Esto sucede porque la actitud
exterior es, por naturaleza, más fácil y
por lo tanto más atrayente; la actividad interior, por el contrario, es difícil
y, por consiguiente, desalienta. Aquél que se liga a la primera, considerándola
esencial, llegará a ser, él mismo, poco a poco, material; su celo se enfriará,
su corazón se emocionará raramente,
se alejará cada vez más dé la obra interior y creerá que debe dejarla de lado hasta el momento en que esté maduro para
emprenderla. Cuando más tarde mire hacia atrás, comprenderá que ha dejado
escapar el momento favorable. En lugar de esforzarse por adquirir gradualmente
una vida interior más sólida, se habrá hecho incapaz de dedicarse a ella. No es
que debamos abandonar la obra exterior; por el contrario, ella es el sostén de la obra interior y ambas
deben ser llevadas a la par. Es necesario, sin embargo, dar prioridad a la
adoración interior, pues debemos servir a Dios en espíritu, adorarlo en
espíritu y en verdad. Las dos actividades dependen una de la otra; pero es preciso recordar
su valor respectivo e impedir que la una excluya a la otra para que no
se introduzca una separación en nuestra consagración a Dios.
Permaneced
en el interior y adorad en el secreto
Lo
que los santos Padres consideran más importante, lo que recomiendan en mayor
medida a sus discípulos, es comprender bien
el estado espiritual y el arte de mantenerse en sí. No hay más que una regla para aquél que quiere
alcanzar ese estado:
Permaneced
en su interior y allí adorad en el secreto del corazón, meditad sobre el
pensamiento de Dios, recordad la muerte y considerad con contrición los pecados
cometidos. Tened conciencia de estas cosas y repasadlas en vosotros mismos.
Preguntaos, por ejemplo: "¿Dónde voy?". O bien, decíos: "Soy un
gusano y no un hombre". La meditación secreta consiste en rumiar tales
palabras en el corazón, con atención, esforzándonos por comprender el sentido.
Se
puede resumir en una corta fórmula los medios de despertar y preservar en sí,
el espíritu de celo: No bien despertéis, entrad en vosotros mismos, permaneced
encerrados en vuestro corazón, considerad todas las actividades de la vida
espiritual, consagraos a algunas que de entre ellas hayáis elegido y manteneos
en esto. O, más brevemente aún: Recogeos y orad secretamente en vuestro
corazón.
Evitar el embotamiento
Cada
día rumiad en vuestro espíritu un pensamiento que os haya impresionado
profundamente y que haya caído en vuestro conocimiento. Si no ejercitáis
vuestra aptitud para pensar, vuestra alma se embotará.
B. LA ORACIÓN INCESANTE
Cómo
adquirir la oración incesante
Algunos pensamientos espirituales se imprimen más
profundamente que otros en el corazón. Cuando
se ha terminado con las
oraciones es necesario continuar rumiando esos pensamientos y alimentarse de ellos. Es el camino
para llegar a la oración
incesante.
La oración incesante sin palabras
Elevar el corazón hacia Dios y decir
con contrición: "Señor, ten piedad;
Señor, ¡otórgame tu bendición! Señor, ¡ven en mi ayuda!", esto
se llama orar a Dios. Sin embargo, si un sentimiento hacia
Dios ha nacido y vive en vuestro corazón, entonces poseéis la oración
incesante, aunque vuestros labios no pronuncien palabras y vuestro cuerpo no
esté en actitud de oración.
Es necesario orar siempre y en todo lugar
"Haced
en todo tiempo, en el espíritu, toda clase de oraciones y súplicas". (E f.
6, 18)
Hablando
de la necesidad de la oración, el apóstol nos muestra cómo debemos orar si
queremos ser escuchados: "Haced toda
clase de oraciones y súplicas"-, dice, en otros términos: "Orad con
ardor, con dolor en el corazón, con un ardiente deseo de amar a Dios".
Luego agrega: "Orad sin cesar",
en todo tiempo. Por medio de esas palabras nos invita a orar con perseverancia
e infatigablemente. La oración no debe ser una ocupación limitada a cierto
tiempo sino un estado permanente del espíritu. "Tened cuidado, dice San
Juan Crisóstomo, de no limitar vuestra oración a un momento particular de la
jornada". Es necesario orar en todo tiempo. El apóstol recomienda: "Orad sin cesar" (1 Tes. 5, 17) y,
finalmente, nos invita a orar "en el espíritu"; en otros términos, la
oración no debe ser solamente exterior, sino también interior, una actividad
del intelecto en el corazón. Es en esto donde reside la esencia de la oración,
en elevar el intelecto y el corazón hacia Dios.
Los
santos Padres hacen, sin embargo, una distinción entre la oración del intelecto
en el corazón y la oración suscitada por el Espíritu. La primera es una
actividad consciente del hombre en oración, mientras que la segunda es dada al
hombre; y aunque él no sea consciente de ello, ella actúa por sí misma,
independientemente de sus esfuerzos. Este segundo tipo de oración, suscitada
por el Espíritu, no es algo de lo que se pueda recomendar la práctica, pues no
está en nuestras posibilidades realizarla. Podemos desearla, buscarla y
recibirla con gratitud, pero no podemos alcanzarla cuando queremos. Sin
embargo, en aquéllos cuyo corazón está purificado, la oración es, generalmente,
movida por el Espíritu. Tenemos, por consiguiente, razón para suponer que el
apóstol se refiere a la oración del intelecto en el corazón
cuando dice: "Orad en el espíritu". Se puede agregar: Orad con el intelecto en
el corazón, con el deseo de alcanzar la oración movida por el Espíritu. Una
oración semejante conserva
al alma consciente ante el rostro de Dios
omnipresente. Atrayendo hacia
sí el rayo divino y reflejando a partir
de sí ese mismo rayo, ella dispersa
los enemigos. Se puede decir con
certitud que ningún demonio puede aproximarse al alma que ha llegado a un
estado semejante. Es sólo de esta manera que podemos orar siempre y en todas partes.
¿El secreto de la oración incesante? El amor
"Orad sin cesar" dice San Pablo a
los Tesalónicos (5, 17). Y en otro lugar recomienda: "Orad sin cesar, con toda aplicación, en el Espíritu" (Ef. 6,
18), "Perseverad en la oración y
velad" (Col. 4, 2), "Continuad
vuestras instancias en la oración" (Rom. 12, 12). El Salvador también
enseña la necesidad de la constancia y de la perseverancia en la oración
en la parábola de la viuda importuna que consiguió ganar su causa ante el juez inicuo mediante la
perseverancia en sus súplicas (Lúe. 18, 1-18). Aparece pues, claramente, que la
oración incesante no es una prescripción accesoria, sino la característica esencial del espíritu
cristiano. Según el apóstol,
la vida de un cristiano está "oculta con Cristo en Dios" (Col. 3, 3).
El cristiano debe, por consiguiente, vivir continuamente en Dios, con atención
y sentimiento; hacer esto, es orar sin cesar. San Pablo nos enseña, también,
que todo cristiano es "el templo de Dios", en el cual "permanece el Espíritu de Dios" (1 Co. 3, 16; 6, 19; Rom. 8, 9). Es ese Espíritu,
siempre presente, el que ora en él "con gemidos inefables" (Rom. 8,
26), y el que le enseña cómo orar sin cesar.
La
primera manifestación de la gracia, cuando ella se emplea en la conversión de
un pecador, es volver su intelecto y su corazón hacia Dios. Más tarde, después
que el pecador se ha arrepentido y consagrado su vida a Dios, la gracia, que no
actúa en él más que exteriormente, desciende sobre él y permanece allí por
medio de los sacramentos; entonces, el hecho de tener el intelecto y el corazón
vueltos hacia Dios, que constituye la esencia de La oración, llega a ser en él
un estado permanente. Esto sólo se hace por grados y, corno sucede con
cualquier otro don, ese don debe ser conservado. Ello se logra mediante el
esfuerzo en la oración y, en particular, por una práctica paciente y atenta de las oraciones de la Iglesia.
Orad sin cesar, ejercitaos en orar, y llegaréis a la oración continua,
que actuará por sí misma en vuestro corazón sin que haga falta un esfuerzo especial.
Es
evidente que no basta, para observar el consejo del apóstol, practicar
simplemente ciertas oraciones prescriptas a horas fijas; es necesario que se
marche continuamente ante Dios, que se le consagren todas las actividades a
aquél que ve todo y que está presente en todas partes, que se eleve un llamado
cada vez más ferviente hacia el cielo, con el intelecto en el corazón. La vida
entera, en todas sus manifestaciones, debe estar impregnada por la oración.
Pero el secreto de esta vida es el amor del Señor. Corno la novia que ama a su
prometido está siempre con él por el recuerdo y por el pensamiento, así, el
alma unida a Dios por el amor, permanece constantemente con él y le dirige
ardientes súplicas desde el fondo de su corazón. "Aquél que está unido al
Señor forma un solo espíritu con El" (1, Co. 6, 17).
La práctica de los apóstoles
Recuerdo
que San Basilio el Grande (2) había resuelto de la manera siguiente la cuestión
de saber cómo los apóstoles podían orar sin cesar: en todo lo que ellos hacían,
decía él, pensaban en Dios, y su vida le estaba totalmente dedicada. Ese estado
espiritual era su oración incesante.
Una oración implícita
Lamentáis
que la Oración de Jesús no sea incesante en vosotros, que no la recitáis
constantemente, pero la repetición constante no es requerida. Lo que se
requiere, es vivir constantemente con Dios, tenerlo presente en vuestro corazón
cuando habléis, leáis, veléis, y reflexionéis sobre cualquier cosa. Como por
otra parte, vosotros practicáis la Oración de Jesús de manera correcta,
continuad como lo habéis hecho hasta el presente y, cuando llegue el momento,
la Oración extenderá su dominio.
Mantenerse
ante Dios en adoración
Podemos
a veces consagrar todo el tiempo previsto por nuestra regla de oración a
recitar un salmo, a componer nuestra propia oración a partir de cada versículo.
O podemos pasar este tiempo recitando la Oración de Jesús con postraciones.
Incluso, podemos hacer un poco de cada una de estas cosas.
Pero lo que Dios nos pide,
es nuestro corazón (Porv. 23, 26); y es suficiente que éste permanezca en su
presencia en la adoración. Mantenerse siempre ante Dios en adoración, esto es
la oración continua; ésa es su exacta descripción. Y, a este respecto, la regla
de la oración no es más que el aceite para la llama, o la madera en el hogar.
He colocado al Señor ante mí
Mediante
la gracia de Dios se desarrolla, finalmente, una oración solo del corazón, una oración espiritual, suscitada allí por el Espíritu Santo. Aquél que ora está consciente de ello, aunque
no sea él el que hace la oración, pues ella se
desarrolla por sí misma en él. Una oración semejante es el atributo de aquéllos
que son perfectos. Pero la oración accesible a todos, y que es requerida de
todos, es la oración en la cual el pensamiento y los sentimientos están siempre
unidos a las palabras.
Existe
también otra clase de oración que se denomina "permanecer ante Dios";
consiste en que, aquél que ora enteramente concentrado en su corazón,
contempla mentalmente a Dios, presente ante él y en él. Al mismo tiempo,
experimenta sentimientos que corresponden a ese estado:
temor de Dios y admiración adorante ante su grandeza infinita, fe y esperanza, amor y
abandono de la voluntad, contrición y disposición a aceptar todos los
sacrificios. Ese estado es acordado a aquél que se absorbe profundamente en la
oración ordinaria, de los labios, del intelecto y del corazón; aquél que ora
así durante un tiempo bastante largo y de la manera conveniente, conocerá ese
estado cada vez con mayor frecuencia, hasta que llegue a ser permanente;
entonces se podrá decir que él marcha en presencia de Dios y, esto, constituye la oración incesante. David estaba en ese estado
cuando decía de sí mismo: "He colocado
al Señor ante mí para siempre. Puesto que Él está a mi derecha, no seré
confundido" (Salmo, 15, 18).
La oración que se repite por sí misma
Sucede
a menudo que una persona, mientras se dedica a sus obligaciones exteriores, no
se ocupa de ninguna actividad interior, de modo que su vida permanece sin
llama. ¿Cómo podemos evitar esto? En cualquier tarea que se deba cumplir, es
necesario colocar un corazón lleno de temor de Dios, un corazón constantemente
impregnado del pensamiento de Dios; y es por esta puerta que el alma entrará en
la vida activa. Todos nuestros esfuerzos deben tender a conservar el
pensamiento incesante de Dios, a permanecer continuamente conscientes de su
presencia: "Buscad al Señor... Buscad continuamente su rostro" (Sal.
54, 4). La sobriedad y la oración interior reposan sobre esta base.
Dios
está en todas partes: velad para que vuestros pensamientos estén igualmente siempre con Dios.
¿Cómo puede hacerse
esto? Los pensamientos se
empujan unos a otros como moscardones en un enjambre, y las emociones siguen a
los pensamientos. A fin de ligar su pensamiento a un objeto único, los Padres
tomaban el hábito de repetir constantemente una corta oración: gracias a esa
repetición constante, ella terminaba por adherirse a la lengua y a repetirse
merced a su propio movimiento. De esta manera, su pensamiento se adhería a la
oración y, mediante la oración, al recuerdo continuo de Dios. Una vez que este
hábito se adquiere, la oración nos mantiene en el recuerdo de Dios y el
recuerdo de Dios nos mantiene en la oración; ambos se sostienen mutuamente. He
aquí pues, un camino para llegar a marchar ante Dios.
La
oración interior comienza cuando establecemos nuestra atención en el corazón y
cuando es una oración brotada del corazón la que ofrecemos a Dios. La actividad
espiritual comienza cuando permanecemos ante Dios en el recogimiento, guardando
nuestra atención y rechazando todo pensamiento que intente entrar en nosotros.
¡Oh, Dios mío, ¡qué rigor!
La
regla monástica fundamental es permanecer constantemente con Dios en el
intelecto y el corazón, es decir orar sin cesar. Para conservar calor y vida en
nuestro esfuerzo por lograrlo, se han establecido oraciones definidas, o sea el
ciclo de oficios cotidianos en la Iglesia y ciertas oraciones que se dicen en
la celda. Sin embargo, lo principal
es tener, constantemente, un sentimiento de amor hacia Dios. Ese sentimiento
nos da la fuerza necesaria para llevar una vida espiritual y conservar en nuestro corazón
su calor. Es ese sentimiento el que constituye
nuestra regla. Durante el tiempo que permanece, él reemplaza todas las otras
reglas. Si está ausente, no existen lecturas, por asiduas y numerosas que sean,
que puedan suplirlo. Las oraciones son hechas para alimentar ese sentimiento, y
si no lo hacen no tienen razón de ser. No son más que un trabajo estéril,
semejan a un vestido que no cubre ningún cuerpo, o a un cuerpo sin alma. ¡Oh,
Dios mío, qué rigor! Pero no se pueden decir tales cosas distintas de lo que son.
C. LA ORACIÓN DE JESÚS
La simplicidad de la Oración de Jesús
La
práctica de la Oración de Jesús es simple. Permaneced ante el Señor con la
atención en el corazón y decidle: "¡Señor
Jesucristo! ¡Hijo de Dios, ten piedad de mí!" El aspecto esencial de
esta oración no se encuentra en las palabras, sino en la fe, la contrición, el
abandono al Señor. Con tales sentimientos, se puede incluso permanecer ante el
Señor sin ninguna palabra, y estar, sin embargo, en oración.
Bajo la mirada de Dios
Trabajad
recitando la Oración de Jesús. Que Dios os bendiga. Sin embargo, al
hábito de recitar esta oración oralmente, agregad el recuerdo del Señor,
acompañado de temor y piedad. Lo principal es marchar ante Dios, o bajo la
mirada de Dios, conscientes de que Dios nos mira, que busca nuestra alma y
nuestro corazón, que ve todo lo que
pasa. Esta conciencia es la palanca más poderosa que existe en el mecanismo de
la vida espiritual.
Un refugio
para los indolentes
La
experiencia de la vida espiritual muestra que aquél que tiene celo por la
oración no necesita que se le enseñe cómo llegar a la perfección en ese dominio.
Proseguido con paciencia, el esfuerzo en la oración conducirá por sí mismo a la
más alta cumbre de la oración.
Pero
¿qué deben hacer las personas débiles o indolentes, en particular aquéllos que,
antes de haber comprendido la verdadera naturaleza de la oración, se han
endurecido en la rutina y enfriado por una lectura formalista de las oraciones
obligatorias? La técnica de la oración de Jesús puede ser para ellos un refugio
y una fuente de fuerza. ¿No es acaso, ante todo para ellos, que ha sido
inventada esa técnica, con el solo fin de incorporar la oración interior en su
corazón?
Un remedio
contra la somnolencia
Está
escrito en los libros que, cuando la Oración de Jesús adquiere fuerza
y se establece en el corazón, nos colma de energía y expulsa la somnolencia. ¡Pero, una cosa
es decir que ella viene habitualmente a la lengua y, otra, que se ha
establecido en el corazón!
Penetrar profundamente en la Oración de
Jesús
Penetrad profundamente en la Oración
de Jesús con toda la fuerza
de que seáis capaces. Ella realizará la unidad en vosotros, os comunicará un
sentimiento de fuerza en el Señor y tendrá por
resultado que permanezcáis sin cesar con él, ya sea que estéis solos o con
otros, que os dediquéis a los cuidados de la casa, que leáis u oréis.
Solamente, no atribuyáis el poder de esta oración a la repetición de ciertas
palabras, sino al hecho de que conserváis el intelecto y el corazón vueltos
hacia el Señor, repitiendo esas palabras. Dicho de otro modo, a la actividad
que acompaña esa repetición.
Una luz para nuestros pasos
Aprended
a practicar la oración del intelecto en el corazón, pues la Oración de Jesús es
una lámpara sobre nuestros pasos y una estrella que nos guía en nuestra ruta
hacia el cielo, así como lo enseñan los Santos Padres en La Filocalia. La Oración de Jesús, brillando sin cesar en el
intelecto y en el corazón, es una espada contra las debilidades de la carne, contra los malos deseos
de la gula y la lujuria. Después de las primeras palabras: "Señor Jesucristo, Hijo de Dios",
podéis continuar así: "¡Mediante la
intercesión de tu Madre, ten piedad de mí, pecador!”.
La
oración exterior, por sí sola, es insuficiente. Dios mira el intelecto, y esos
monjes que no unen la oración interior a la oración exterior no son monjes,
sino que semejan madera seca, buena para el fuego. El monje que no conoce, el
monje que ha olvidado la práctica de la Oración de Jesús no lleva sobre sí el
sello de Cristo. Los libros no pueden enseñarnos la oración interior, sólo
pueden hacernos conocer métodos exteriores para ayudarnos a practicarla. Es
necesario permanecer fiel con perseverancia.
Por las mañanas,
al trabajo con el intelecto y el corazón en Dios
Habéis
ya leído algo respecto de la Oración de Jesús, ¿no es así? Y sabéis por la
experiencia de la práctica lo que ella es. Es únicamente por esta oración que
el buen orden del alma puede ser mantenido con firmeza. Es únicamente gracias a
esta oración que podemos conservar sin turbación nuestra paz interior, incluso
cuando somos distraídos por las preocupaciones exteriores. Es únicamente
mediante esta oración que es posible cumplir el mandato de los Padres:
"Las manos al trabajo, el intelecto y el corazón con Dios". Cuando
esta oración es incorporada en nuestro corazón, no se interrumpe más y corre
apaciblemente, con un movimiento siempre igual.
El
sendero que lleva a la realización de un orden interior riguroso es muy rudo, pero es posible preservar esta
disposición de espíritu (o una semejante) durante las tareas
diversas e inevitables que tenéis que cumplir
y, lo que lo hace posible, es la Oración
de Jesús, cuando ella está injertada en el corazón.
¿Cómo se injerta en el corazón? Todo lo que se puede responder, es que eso se
hace. Todo el que realiza esfuerzos en ese sentido llega a ser cada vez más
consciente de ello, pero sin saber cómo tal cosa ha podido producirse. Para
adquirir ese orden interior, nos es necesario marchar siempre en la presencia
de Dios, repitiendo la Oración de Jesús tan frecuentemente como sea posible.
Siempre que tengamos un momento libre, volvamos a comenzar y, poco a poco, la
oración se injertará en nosotros.
La
lectura es uno de los mejores medios para dar vida a la oración, pero es mejor
leer principalmente lo que se relaciona con la
oración.
Sobre la Oración de Jesús y el calor que
la acompaña
Orar
consiste en mantenerse espiritualmente ante Dios en nuestro corazón, en la
adoración, la acción de gracias, la súplica y la contrición. Todo esto debe ser
espiritual. La raíz de toda oración es el temor de Dios; es de ella que nace la
fe en Dios, la sumisión a su voluntad, la esperanza y la ligazón con él en un
sentimiento de amor, en el olvido de todas las cosas creadas.
Cuando la oración
es poderosa, todos esos sentimientos coexisten en el
corazón con la misma intensidad. ¿Cómo puede ayudarnos en esto la Oración de Jesús? Por el calor que se desarrolla en el corazón y a su alrededor.
El
hábito de orar no se adquiere de inmediato; requiere una larga práctica y
muchos esfuerzos.
La
Oración de Jesús, y el calor que la acompaña, son la mejor ayuda que se pueda
tener para formar en sí mismo el hábito de la
oración. Notad, sin embargo,
que solo se trata de medios, no de cosa en sí misma.
Es
posible que, careciendo de la oración real, se tenga a la vez la Oración de
Jesús y la sensación de calor. Esto sucede, por extraño que parezca.
Cuando
oramos, debemos permanecer en nuestro intelecto ante el Señor y pensar sólo en él. Sin embargo, los pensamientos
diversos van y vienen en el intelecto y le llevan
lejos de Dios.
Para enseñar al intelecto a fijarse sobre un solo
objeto, los santos Padres hacían uso de cortas oraciones, habituándose a
recitarlas sin cesar. Esta repetición incesante de una oración
breve mantiene al intelecto en el
pensamiento de Dios y dispersa todos los otros pensamientos. Ellos utilizaban
diferentes fórmulas, pero es la Oración de Jesús la que se ha impuesto, particularmente entre nosotros, y la que se emplea
más generalmente: "Señor
Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí pecador".
He
aquí, pues, lo que es la Oración de Jesús. Es una de esas numerosas oraciones
breves; es vocal, como todas las otras oraciones de ese tipo. Su fin es
mantener el intelecto en el simple pensamiento de Dios.
Todos
aquéllos que adquirieron el hábito de esta oración y lo utilizan correctamente,
mantienen efectivamente el recuerdo incesante de Dios.
Puesto
que el recuerdo de Dios en un corazón sinceramente creyente está naturalmente
acompañado por un sentimiento de piedad, de esperanza, de acción de gracias, de
abandono a la voluntad de Dios, y por otros sentimientos espirituales, la
Oración de Jesús, que produce y salvaguarda ese recuerdo de Dios, es llamada
oración espiritual. Ella sólo puede llevar legítimamente ese nombre cuando está
acompañada por tales sentimientos. Si no, sólo es una oración vocal, como
cualquier otra invocación del mismo tipo.
He
aquí, pues, lo que se debe pensar de la Oración de Jesús. Veamos ahora lo que
significa el calor que acompaña la práctica de esta oración.
Si
se desea que el uso de una oración breve favorezca la concentración del
intelecto, es necesario velar sobre la atención y hacerla descender en el
corazón; pues, durante todo el tiempo que el
intelecto permanezca en la cabeza, donde los pensamientos van y vienen, le será
imposible consagrarse sobre un objeto único. Pero, cuando la atención desciende
en el corazón, atrae allí a todas las potencias del alma y del cuerpo, en un
solo hogar. Esta concentración de toda la vida del hombre en un solo lugar
tiene como consecuencia inmediata el despertar, en el corazón, de una sensación
especial, que es el comienzo del calor que llegará. Esta sensación, ligera al
principio, se hace poco a poco más fuerte, más firme, más profunda. En primer
lugar, no es más que una tibieza, pero desarrolla poco a poco una sensación de
calor que concentra sobre sí toda la atención.
Así
pues, mientras que en el curso de las etapas iniciales la atención será
mantenida en el corazón por un esfuerzo de voluntad, a la larga esta atención,
por su propio vigor, da nacimiento al calor del corazón. Este calor retiene la atención sin que haya necesidad de esforzarse. Ambos se acompañan
y se fortifican mutuamente; deben permanecer inseparables, porque la
dispersión de la atención pronto hace enfriar ese calor, y ese enfriamiento del
corazón debilita la atención.
Una regla de vida espiritual se
establece, pues, a partir de allí: "si
mantenéis vuestro corazón viviente ante Dios, os acordaréis constantemente de
él". Estas palabras pertenecen a San Juan Clímaco.
Una cuestión
se plantea ahora: ¿es este calor espiritual? No, no es espiritual. Es un calor físico común.
Pero, puesto que mantiene la atención del intelecto en el corazón y, por ese
hecho, ayuda al desarrollo de los movimientos espirituales que hemos descrito
más arriba, se le llama espiritual, - a condición, sin embargo, de que no se
transforme en un placer sensual, incluso ligero, sino que mantenga al alma y al
cuerpo en paz -.
Concluyamos,
por consiguiente, que cuando el calor que acompaña a la Oración de Jesús no
incluye sentimientos espirituales, no debe llamarse espiritual, ya que se trata
solamente del calor de la sangre. Nada malo hay, sin embargo, en esta sensación
desde el momento que no se acompaña de placer sensual, ni siquiera ligero, pues
en ese caso, sería peligroso y se haría necesario suprimirlo.
Las
cosas comienzan a andar mal cuando la sensación de calor desciende a las partes
del cuerpo colocadas por debajo del corazón, y van peor aun cuando, gozando de
ese calor, imaginamos que es todo lo que importa, sin preocuparnos de sentimientos espirituales ni tampoco del recuerdo de Dios; y no tenemos otra preocupación
que sentir ese calor.
Este
error se encuentra a veces, aunque no en todos ni siempre. Debe ser discernido
y corregido, de lo contrario, el calor físico permanecerá solo, y se correrá el
riesgo de confundirlo con una impresión espiritual comunicada por la gracia de
Dios. El calor no es espiritual más que cuando está acompañado del impulso
espiritual de la oración. Todos aquéllos que lo llaman espiritual cuando no
contiene ese movimiento íntimo están en un error, y aquéllos que creen deberlo
a la gracia, se equivocan en mayor medida.
El
calor que viene de la gracia, y está impregnado de ella, es de una naturaleza
especial, y es ese sentimiento el que es verdaderamente espiritual. Es diferente del calor de la carne, no pro- duce ningún cambio notable
en el cuerpo, sino que se manifiesta por un sentimiento sutil de dulzura. Se puede fácilmente
identificarlo y reconocerlo por ese sentimiento particular. Cada uno debe
hacerlo por sí mismo; no se necesita a nadie para ello.
El camino más fácil para llegar a la oración continua
Adquirir
el hábito de la Oración de Jesús, de tal modo que ella arraigue en nosotros, es el camino
más fácil para alcanzar la oración
incesante. Hombres de gran experiencia han descubierto, por una iluminación
divina, que esta forma de oración es un medio simple, pero muy eficaz, para establecer y sostener toda la vida espiritual y ascética; y en las reglas que
escribieron sobre la oración, han dejado instrucciones detalladas sobre ese
tema.
Lo
que buscamos, mediante todos nuestros esfuerzos y nuestras luchas ascéticas, es
la purificación del corazón y la restauración del espíritu. Hay dos caminos
para lograrlo: el camino de la actividad, es decir la práctica de obras
ascéticas, y el camino contemplativo, que consiste en mantener el intelecto
orientado hacia Dios. Por el primer camino, el alma se purifica y recibe así a
Dios; por el segundo, Dios, de quien el alma llega a ser cada vez más consciente, quema por sí misma toda
impureza y viene a permanecer en el alma así
purificada.
Este
segundo camino está enteramente resumido en la Oración de Jesús. San Gregorio
el Sinaíta ha dicho: "Se
conquista a Dios por las obras, o bien por la invocación
constante del nombre de Jesús". Agrega que el primer camino es más largo
que el segundo, siendo éste último más rápido y eficaz. Es por esta razón que
los Santos Padres han colocado en primera fila, entre las diversas formas de
ejercicios espirituales, a la Oración
de Jesús. Ella ilumina, fortifica
y vivifica, ella destruye
a los enemigos visibles o invisibles y conduce
directamente a Dios. ¡Ved qué poderosa y eficaz es! El nombre del Señor Jesús
es el tesoro de todas las cosas buenas, el tesoro de fuerza y de vida en el espíritu.
De
allí se deduce que debemos, desde el principio, dar todas las indicaciones
sobre la Oración de Jesús a quien se arrepiente o comienza a buscar al Señor.
Solamente después iniciaremos al debutante en otras prácticas, pues es
necesario, ante todo, que se afirme, que llegue a ser espiritualmente
consciente y alcance la paz interior. Muchas personas, que ignoran todo esto
pierden su tiempo, no superando las actividades formalistas y exteriores del alma
y del cuerpo.
La
práctica de la Oración es llamada un "arte", y es un arte en verdad
muy simple. Manteniéndonos conscientes y con atención en el corazón, repitamos
sin cesar: "¡Señor Jesucristo, Hijo
de Dios, ten piedad de mí, ¡pecador!", sin tener en el intelecto ninguna noción
sensible, ninguna imagen, creyendo simplemente que el Señor nos ve y nos escucha.
Es
importante mantener la atención en el corazón y, mientras lo hacemos, debemos
dominar nuestra respiración para que tome el ritmo de las palabras; pero, lo
más importante, es creer que Dios está cerca y nos escucha. No debemos
pronunciar la oración más que para él solo.
Al
principio, y a veces durante largo tiempo, esta oración no es más que una
oración como las otras; pero, con el tiempo, pasa al intelecto y, finalmente,
se arraiga en el corazón.
Es
posible desviarse de este camino; es necesario entonces colocarse bajo la
dirección de alguien que conozca todos los aspectos. Los errores surgen,
principalmente, porque la atención permanece en la cabeza y no en el corazón.
Aquél que mantiene su atención en el corazón está a salvo.
Más seguro todavía
es el camino de aquél que sin cesar se dirige hacia Dios con
contrición y le pide que lo libre de la ilusión.
Un pensamiento único o el solo pensamiento
del Único
La
corta invocación dirigida a Jesús tiene un fin muy elevado, como es el de
profundizar y hacer permanecer el recuerdo de Dios y nuestros sentimientos hacia él. Los llamados que dirigimos a
Dios son demasiado fácilmente interrumpidos por la primera impresión que
sobreviene; y a pesar de esos llamados, los pensamientos continúan bullendo en
la cabeza a la manera de un enjambre de mosquitos. Para hacer cesar ese
vagabundaje, hemos de ligar nuestro intelecto a un pensamiento único, o al solo
pensamiento del Único. Una oración
breve ayuda a realizar eso y a tornar el intelecto
simple y unificado; ella desarrolla un sentimiento de amor hacia Dios y lo
injerta en el corazón.
Cuando
el sentimiento se despierta en nosotros la conciencia del alma se establece en
Dios, y el alma comienza a hacer todas las cosas según la voluntad de Dios.
Al
mismo tiempo que recitamos la oración, debemos mantener nuestro pensamiento y
nuestra atención vuelta hacia Dios; si reducimos nuestra oración sólo a las palabras,
seremos como un bronce que suena.
Técnicas y métodos
carecen de importancia sólo una cosa es lo esencial
La
Oración de Jesús es una oración vocal como todas las otras. No tiene en sí
misma nada de particular, todo su poder reside en el espíritu con el cual es
dicha.
Las
diferencias técnicas descritas por los Padres: sentarse, hacer postraciones (3)
y las otras técnicas que se usan recitando esta oración, no convienen a todos;
son incluso peligrosas si no se tiene una dirección espiritual. Es mejor no
intentar utilizarlas. El único método indispensable para todos es permanecer
con la atención en el corazón. Todo lo demás es accesorio y no conduce a lo
esencial.
Sobre
el fruto de esta oración, se dice que no hay nada más elevado en el mundo. Es
falso. ¡La oración de Jesús no es un talismán! Nada en las palabras de la
Oración, ni en su recitado, puede, por sí mismo, dar fruto. Todos los frutos
pueden obtenerse sin esta oración, e incluso sin ninguna oración vocal,
mientras se mantenga simplemente el intelecto y el corazón dirigidos hacia
Dios.
La
esencia de la oración consiste en permanecer establecido en el recuerdo de Dios
y marchar en su presencia. Podéis decir cualquier cosa. "Seguid el método
que queráis, recitad la Oración de Jesús, haced inclinaciones y postraciones,
id a la iglesia, haced lo que queráis; solamente, recordad constantemente a
Dios". Recuerdo haber encontrado en Kiev a un hombre que decía: "No
he empleado ningún método, no conocía la Oración de Jesús, sin embargo, por la misericordia
de Dios marcho continuamente en su presencia; cómo ha sucedido esto, no lo sé.
Dios me ha otorgado ese don".
Es
particularmente importante comprender que la oración es siempre un don de Dios:
de otro modo se correría el riesgo de confundir el don de la gracia con
cualquier otra realización proveniente de nosotros.
Muchos
dicen: "Ejercitaos en la Oración de Jesús; ésa es la oración
interior". Eso no es exacto. La Oración de Jesús es un buen medio para
llegar a la oración interior, pero, en sí misma, no es una oración interior
sino una oración
exterior. Aquéllos que adquieren el hábito de recitarla hacen bien, pero si
se detienen allí y no van más lejos, se detienen a mitad de camino.
Incluso
cuando recitamos la Oración de Jesús debemos continuar conservando el pensamiento de Dios; de lo contrario, la oración será sólo un alimento desechado. Es bueno
que el nombre de Jesús se ligue a nuestra
lengua, pero esto no nos impedirá forzosamente dejar de recordar a Dios, ni tampoco nos preservará de los
pensamientos que se le oponen. Todo depende, pues, de la constancia de la mirada dirigida hacia Dios, consciente y
libremente, y del esfuerzo realizado para permanecer en ese estado.
Porqué la Oración de Jesús es más eficaz
que cualquier otra Oración
La
Oración de Jesús es como cualquier otra oración. Si es más poderosa que ninguna
otra es, únicamente, en virtud del nombre de Jesús, nuestro Señor y Salvador.
Pero es necesario invocar ese nombre con una fe total y sin hesitación, con una
certidumbre profunda de la proximidad de Dios, sabiendo que él ve, que él
entiende, que él escucha con extrema atención nuestra demanda y que se mantiene
listo para responder a ella y acordarnos lo que
buscamos. Semejante esperanza no es jamás defraudada. Si lo que pedimos no nos es otorgado inmediatamente, esto puede provenir
de que no estamos listos para recibirlo.
Esto no es un
talismán
La
Oración de Jesús no es un talismán. Su poder proviene de nuestra fe en el Señor, y de una unión profunda
de nuestro espíritu
y de nuestro corazón con él. Si estamos en esas disposiciones, la
invocación del nombre de Jesús será verdaderamente eficaz; pero la simple repetición de las palabras
no significa absolutamente nada.
Una repetición mecánica no conduce a nada
No
olvidéis, sobre todo, que no debéis limitaros a una repetición mecánica de las
palabras de la Oración de Jesús. Esto no os conduciría a nada, salvo al hábito
de repetir mecánicamente la oración con la lengua, sin pensar en lo que decís.
No hay evidentemente nada de malo en esto, pero no constituye más que el
extremo límite exterior de la obra. Lo esencial es permanecer conscientemente
en presencia del Señor, con temor, fe y amor.
Oración
vocal y oración interior
Se
puede recitar la Oración de Jesús con el intelecto en el corazón, sin hacer
ningún movimiento con los labios. Esto es mejor que la oración vocal.
Emplear la oración
vocal como un soporte para la
oración interior es a veces
necesario para sostener
la oración.
Evitad las representaciones imaginativas
No coloquéis
ninguna imagen entre el intelecto y el Señor cuando
practiquéis la Oración de Jesús. Las palabras pronunciadas no son más que una
ayuda, no son lo esencial. Lo principal es permanecer en presencia de Dios con
el intelecto en el corazón. Es esto y no las palabras lo que constituye la
oración espiritual. Las palabras no son allí
nada más ni nada menos de lo que son en las otras oraciones. Lo que importa es marchar ante Dios, es decir vivir, siempre,
plenamente consciente de que Dios está en vosotros, como en todas las cosas,
teniendo la constante certidumbre de que Dios ve todo lo que está en vosotros y
que os conoce mejor de lo que os conocéis vosotros mismos. Esta certidumbre de
que Dios mira vuestro interior no debe estar acompañada de ninguna imagen
visual, no ser más que una simple convicción o un sentimiento. El que se
encuentra en una habitación calentada siente el calor que lo envuelve y lo penetra.
La presencia envolvente y penetrante de Dios
debe producir el mismo efecto
sobre nuestra naturaleza espiritual.
Las
palabras "Señor Jesucristo, Hijo de
Dios, ten piedad de mí", sólo son el instrumento y no la esencia de la
oración; pero son un instrumento muy poderoso y eficaz, pues el nombre de
nuestro Señor Jesucristo es temible para los enemigos
de nuestra salvación y una bendición para todos aquéllos que lo buscan. No olvidemos
que esta práctica es simple y que no admite ninguna construcción imaginativa.
En todas las circunstancias, implorad a Dios, nuestro muy puro Soberano, y a vuestro
ángel guardián, y ellos os enseñarán
todas las cosas, sea por sí mismos, sea por
otros.
Rechazad toda imagen
Me
preguntáis respecto de la oración. He visto en los escritos de los Santos
Padres que, cuando se ora, se debe rechazar toda imagen. Es lo que yo también me esfuerzo por hacer, obligándome
a recordar que Dios está en todas partes
y, por consiguiente, está aquí, donde están mis pensamientos y mis
sentimientos. Yo no puedo liberarme enteramente de toda imagen, pero ellas se
evaporan gradualmente. Un tiempo llegará en que habrán desaparecido
completamente.
El
rosario, o bien el ritmo respiratorio
Existe
una técnica sugerida por los antiguos Padres, que consiste en utilizar
la respiración, en lugar del rosario, para ritmar la oración.
Técnicas respiratorias: ilusión y lujuria
Practicar
la Oración de Jesús como intentamos hacerlo todos es una cosa excelente. En los
monasterios, ella es una de las tareas del monje. ¿Se habría constituido en un
deber para los monjes si ella presentara algún peligro? Lo único peligroso en
la Oración de Jesús son las técnicas mecánicas que le fueron agregadas
tardíamente (4). Ellas son peligrosas, porque pueden hundirnos en un mundo de
sueño y de ilusión, e incluso a veces, por extraño que parezca, en un estado constante de lujuria. Es por
esta razón que nos oponemos a tales técnicas y las prohibimos. Por el contrario, apelar al muy dulce
nombre del Señor en toda simplicidad de corazón, puede ser aconsejado y
recomendado a todo el mundo.
El lugar de las técnicas respiratorias
En
el tratado de Simeón el Nuevo Teólogo sobre las tres formas de la oración, en
las obras de Nicéforo el monje (5), o en las Centurias de Caliste e Ignacio
Xanthopoulos, todas contenidas en la Filocalia, el lector encontrará
instrucciones res pecto de la técnica por la cual el intelecto puede ser
introducido en el corazón con ayuda de la respiración. En otros términos,
se trata allí de un método
mecánico, que se cree nos permite realizar la oración interior. Esa enseñanza
de los Padres ha planteado y continúa planteando algunos problemas a sus
lectores, aunque no haya allí nada difícil.
Nosotros
aconsejamos a nuestros bien amados hermanos no intentar practicar ese método, a
menos que él se establezca por sí mismo en ellos. Muchos de aquéllos que han
querido hacerlo han dañado sus
pulmones y no han conseguido nada. Lo esencial es que el intelecto esté unido al corazón
en la oración, y esto se logra por la gracia divina, en el tiempo determinado
por Dios. Los métodos mecánicos descritos en esas obras son perfectamente
reemplazados por una lenta repetición de la oración, con una breve pausa
después de cada invocación, una respiración calma y lenta, y el hecho de
mantener el intelecto encerrado en las palabras de la oración. Con ayuda de
estos medios es fácil progresar en la atención. Con el tiempo, el corazón
comienza a vivir "en simpatía" con el intelecto que ora. Poco a poco
esta simpatía se cambia en unión del intelecto con el corazón; y entonces las
técnicas mecánicas sugeridas por los Padres aparecen por sí mismas. Todos los
métodos de carácter técnico sólo son propuestos por los Padres como una ayuda
para llegar más rápido y más fácilmente a la atención durante la oración y no
como algo esencial. El elemento esencial, indispensable, en la oración, es la
atención. Sin atención, no hay oración. La verdadera atención, fruto de la
gracia, no llega más que cuando nuestro corazón está realmente muerto para el
mundo. Los medios para lograrlo no son más que medios. La unión del intelecto
con el corazón es una unión entre los pensamientos espirituales de la
inteligencia y los sentimientos espirituales del corazón.
Todavía más sobre
el rol de las técnicas respiratorias
San Simeón (6), y otros autores de la Filocalia describen métodos físicos destinados a ser utilizados conjuntamente con la Oración de Jesús. Ciertas personas están tan absortas por esos métodos exteriores que olvidan la oración en sí misma; en otras, la oración es desnaturalizada por esas prácticas. Así, esas técnicas aplicadas sin control de un maestro espiritual pueden presentar peligros. No las describiremos, pues no son más que una ayuda exterior para la realización de la obra interior, sin ser, en absoluto, esenciales. Lo que es esencial es adquirir el hábito de mantenerse con el intelecto en el corazón y permanecer en interior de nuestro corazón físico, aunque no físicamente.
Es necesario
hacer descender el intelecto, de la cabeza al corazón, y establecerlo allí; o, según la
expresión de un Padre, unir el intelecto al corazón. Pero ¿cómo lograrlo?
Buscad
y encontraréis. El medio más seguro es marchar en presencia de Dios, dedicarse
a la oración y, sobre todo, frecuentar la
Iglesia.
Recordemos,
sin embargo, que el esfuerzo es la única cosa que nos pertenece; el objeto
mismo, es decir, la unión del intelecto y del corazón, es un don de la gracia que el Señor acuerda cuando
y como quiere. El mejor ejemplo
de esto es Máximo de Kapsokalyvia (7).
Hijos que hablan a
su padre
No
os dejéis arrastrar por métodos exteriores mientras practicáis la Oración de
Jesús. Ellos pueden ser necesarios para algunos, no lo son para vosotros. Para
vosotros el tiempo de esos métodos ha pasado. Debéis ya conocer, por
experiencia, el lugar del corazón del
que ellos hablan, no os preocupéis por lo demás. La obra de Dios es simple: es
la oración, es decir, hijos que hablan a su Padre, sin ninguna sutileza. Que
Dios os otorgue la sabiduría para vuestra salvación.
Para
aquél que todavía no ha encontrado cómo entrar en sí mismo, los peregrinajes
hacia los lugares santos constituyen una ayuda. Pero para aquél que conoce el
camino de la oración interior, ellos sólo son ocasiones de disipación, pues
obligan a la energía a salir de ese lugar íntimo donde ella se dedica a buscar
a Dios. Es tiempo para vosotros, ahora, de aprender a permanecer más
perfectamente en vosotros mismos. Abandonad todos vuestros proyectos
exteriores.
El
progreso en la oración no tiene fin
¿Habéis
leído la Filocalia? Bien. No os
dejéis inducir en error por los escritos de Ignacio y Calisto Xantopoulos, de
Gregorio el Sínaíta o de Nicéforo. Tratad de encontrar alguien que os preste la
"Vida del starets Paisij Velichkovsky". Contiene prefacios escritos
por el starets Basilio para ciertos textos de la Filocalia, y dichos prefacios
dan explicaciones sobre el papel de las técnicas mecánicas que acompañan la recitación de la Oración de Jesús.
Os ayudarán, también a vosotros, a comprenderlo todo correctamente. Ya os he
dicho que, en vuestro caso, esas técnicas no son necesarias. Ya poseéis, desde
el momento en que habéis escuchado el llamado a practicar la Oración, lo que
ellas deberían producir en vosotros. No saquéis en conclusión que ya habéis
llegado a destino en el camino de la oración. El progreso en la oración no
tiene fin. Cuando ese progreso se detiene es porque la vida se ha cortado. Que
el Señor os salve y tenga piedad de vosotros, pues se puede perder la oración y
contentarse con su recuerdo, tomándolo por la oración
misma. ¡Dios no quiera que
eso suceda jamás!
Sufrís
el vagabundaje de vuestros pensamientos. Tened cuidado, pues eso es muy
peligroso. El enemigo busca conduciros hacia una trampa, a fin de mataros. Los
pensamientos aparecen cuando el temor de Dios disminuye y el corazón se enfría.
Ese enfriamiento es debido a
diversas causas, en particular, a la suficiencia y al orgullo. Esto pertenece a
vuestra naturaleza. Velad pues, y apresuraos a reencontrar el temor de Dios y
el sentimiento de calor en vuestra alma.
Lectura espiritual.
Cómo hacernos un plan de lecturas
En lo que concierne a la lectura,
debemos conservar en el espíritu el fin principal de nuestra vida
y elegir conforme a él. De allí resultará algo ordenado, coherente y, por
consiguiente, eficaz. Esa solidez en el conocimiento y la convicción
fortificará también nuestro carácter en su totalidad.
Lo que cuenta no son las palabras, sino nuestro amor por Dios
Si
vuestro corazón toma calor con la lectura de las oraciones ordinarias y ellas
os abrasan de amor por Dios, entonces manteneos en ellas.
La
Oración de Jesús carece de valor si se dice mecánicamente. No es más útil,
entonces, que cualquier otra oración recitada por la lengua y los labios.
Recitando la Oración de Jesús, intentad daros cuenta, al mismo tiempo, de que
nuestro Señor está próximo, que él permanece en vuestra alma y sabe todo lo que
pasa en vosotros. Despertad en vosotros la sed de vuestra salvación y la
certidumbre de que sólo nuestro Señor puede otorgárosla. Entonces, recurrid a
aquél a quien veis ante vosotros en pensamiento y decidle: "Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad
de mí", o bien: "Oh
misericordioso Señor, sálvame por el medio que conoces". No son las palabras
lo que cuenta, sino vuestros
sentimientos hacia el Señor.
La
llama espiritual que hace arder nuestro corazón por Dios nace del amor que sentimos hacia él. Como él es enteramente
Amor, cuando toca el corazón, lo enciende e inmediatamente el corazón se abrasa
de amor por él. Es esto lo que debéis buscar.
Que
la Oración de Jesús esté sobre vuestra lengua, que Dios esté presente en vuestro intelecto, y que en vuestro corazón
esté la sed de
Dios, de la comunión con el Señor. Cuando todo esto haya llegado a ser permanente, el Señor, viendo
vuestros esfuerzos, os acordará lo que le pedís.
La chispa
de Dios
¿Qué
deseamos y buscamos mediante la Oración de Jesús? Deseamos que el fuego de la
gracia se encienda en nuestro corazón, y buscamos el comienzo de la oración
incesante que pone de manifiesto el estado de gracia. Cuando la chispa divina
cae en el corazón, la Oración de Jesús sopla sobre ella y hace brotar la llama.
La oración no produce por sí misma la chispa, sino que nos ayuda a recibirla;
¿cómo lo hace? Recogiendo nuestros pensamientos y volviendo nuestra alma capaz
de permanecer ante el Señor y de marchar en su presencia. Eso es lo más
Importante:
permanecer y marchar ante Dios, llamarlo desde el fondo del corazón. Es lo que
hacía Máximo de Kapsokalyvia, y todos los que buscan el fuego de la gracia
deben hacer lo mismo. No deben preocuparse de palabras ni de
actitudes corporales, pues Dios ve el corazón.
Os
digo esto porque demasiadas personas olvidan que la oración debe brotar del
corazón. Todas sus preocupaciones se dirigen a las palabras y a las posturas
del cuerpo, y cuando han recitado la Oración de Jesús un cierto número de veces
en su postura preferida, o con postraciones, se muestran satisfechos y
contentos de sí mismos, y están inclinados a criticar a aquéllos que van a la
iglesia para participar, allí, en la oración común. Algunos pasan así toda su
vida, y están vacíos de la gracia.
Si
alguien pregunta cómo llevar a buen término la obra de la oración, le
respondería: "Tomad el hábito de marchar en presencia de Dios, recordadlo
y permaneced en adoración. Para mantener ese recuerdo, elegid algunas oraciones
breves de San Juan Crisóstomo
(8) y repetidlas a menudo con los sentimientos y los
pensamientos que corresponden. Mientras os acostumbráis a esto, el recuerdo de
Dios iluminará vuestro espíritu y dará calor a vuestro corazón; y cuando hayáis
alcanzado ese estado la chispa de Dios, el rayo de la gracia terminará por
llegar a vuestro corazón. No existe medio por el que vosotros mismos impulséis
la oración, eso sólo puede venir directamente de Dios. Cuando la chispa haya
llegado, dedicaos solo a la Oración de Jesús y, por su intermedio, convertid
esa chispa en una llama. Es el camino más directo.
Una pequeña chispa
Cuando
vosotros notéis que alguien comienza a entrar más profundamente en la oración,
podréis sugerirle hacer sin cesar uso de la Oración de Jesús y conservar
siempre el recuerdo de Dios con temor y respeto. Lo que debemos buscar,
principalmente, en la oración, es la recepción de una pequeña chispa, como la
que fue otorgada a Máximo de Kapsokalyvia. Esa chispa no puede adquirirse por
ningún artificio, sino que es otorgada libremente por la gracia de Dios. Para
ello, es necesario un esfuerzo incansable en la oración; como dice San Macario:
"Si queréis obtener la verdadera
oración, continuad orando con constancia, y Dios, viendo con qué ardor la
buscáis, os la dará".
Un hilo de agua que murmura
Me
preguntáis qué es necesario cuando se reza la Oración de Jesús. Lo que habéis
hecho está bien. Recordad cómo fue y continuad en el mismo camino. Solo os
recuerdo una cosa: se debe descender con el intelecto en el corazón, y allí
permanecer ante la faz del Señor omnipresente, que todo lo ve, que permanece en
vosotros. La obra de la oración llega a ser firme e inquebrantable cuando un
pequeño fuego comienza a arder en el corazón.
No
dejéis extinguir ese fuego, y él se establecerá en vosotros de tal modo que la
oración se repetirá por sí misma; habrá entonces, en vosotros, como el murmullo
de un pequeño arroyo, para emplear la expresión del starets Parteno de la Laura
de Kiev (9). Uno de los primeros Padres decía: "Cuando los ladrones se
acercan a una casa para deslizarse en ella y apoderarse de lo que se encuentra
allí, y oyen a alguien hablar en el interior, no se atreven a entrar. Igualmente, cuando nuestros enemigos
intentan penetrar en el alma y
tomar posesión de ella, ellos rondan alrededor, pero no se atreven a entrar
cuando escuchan sonar esta pequeña oración".
Los esfuerzos del hombre y la gracia de Dios
La
Oración de Jesús contiene pocas palabras, pero esas palabras lo contienen todo.
Desde los tiempos antiguos se ha reconocido que esta Oración, cuando se ha
convertido en un hábito, podía reemplazar toda otra oración vocal. Aquéllos que
buscan la salvación no deben ignorar este Método. Si es utilizado de la manera descrita por los santos
Padres, esta oración
tiene un gran poder; pero entre aquéllos que adquirieron el
hábito de recitarla, no todos alcanzan a descubrir ese poder, no todos alcanzan
su fruto. ¿Por qué? Porque quieren adquirir por sí mismos lo que es un don
gratuito de Dios y solo puede venir de la gracia.
No
tenemos necesidad de ninguna ayuda particular de Dios para comenzar la obra que consiste en recitar esta oración por la mañana, por la tarde, sentados, caminando,
acostados, trabajando, descansando. Actuando siempre de esa manera, podemos
habituar nuestra lengua a repetir la oración, incluso sin esfuerzo consciente.
Una cierta tranquilidad de espíritu
puede nacer de este hábito
y también una especie de calor en el corazón. "Pero todo esto no es
más que la acción y el fruto de nuestros propios esfuerzos" dice el monje
Nicéforo, en la Filocalia.
Detenerse
allí, satisfecho de la facilidad con que se repite, como un loro, las palabras
"Señor, ten piedad", es
imaginar que se ha llegado a algo,
cuando en realidad
no se ha llegado a nada. Es lo que sucede cuando se adquiere el hábito de
repetir esta oración maquinalmente, sin comprender lo que ella es realmente. El
resultado es que uno se contenta con esos efectos naturales que la oración
produce en los debutantes, sin ir más lejos. Pero aquél que ha comprendido
verdaderamente la naturaleza de la oración continúa buscando; se da cuenta de
que, cualquiera sea la diligencia en seguir las indicaciones de los antiguos,
la verdadera recompensa de la oración
se le escapará siempre; cesará entonces de esperarla de su esfuerzo personal y pondrá toda su
esperanza en Dios. Desde entonces, la gracia puede actuar en él y, en un cierto
momento, conocido sólo por ella, implantará la oración en su corazón. Todo, tal
como lo enseñan los antiguos, permanecerá exteriormente igual, la diferencia se
hallará en la fuerza interior.
Lo
que es verdad de esta oración, lo es igualmente de toda otra forma de progreso
espiritual. Un hombre de temperamento violento puede ser sorprendido por el
deseo de superar su irritabilidad y adquirir la dulzura. Se encuentra en los
libros que tratan de la ascesis instrucciones precisas sobre los medios de
llevar a cabo esta transformación mediante una seria autodisciplina. Este
hombre puede leer esas instrucciones y seguirlas, ¿pero, hasta dónde llegará
por sus propias fuerzas? No más allá de un silencio exterior durante sus
accesos de cólera. Jamás llegará, por sí mismo, a extinguir completamente la
cólera ni a establecer la dulzura en su corazón. Eso solo se puede hacer cuando
la gracia invade el corazón y lo colma de dulzura.
Esto
es verdad para toda cualidad espiritual. Lo que buscáis buscadlo con todas
vuestras fuerzas, pero no esperéis que vuestra búsqueda y vuestros esfuerzos
alcancen el fruto por ellos mismos. Poned vuestra confianza en el Señor, no
atribuyéndoos nada a vosotros mismos, y él cumplirá el deseo de vuestro corazón
(Salmo 36, 3-4).
Orad
así: "Lo que deseo y busco,
es que tú me vivifiques mediante tu justicia". El Señor ha dicho: "Sin mí, nada podéis hacer" (Juan
15, 5) y esta ley se cumple exactamente en la vida espiritual. Si alguien os
pregunta: - "¿Qué debo hacer para
adquirir tal o cual virtud? ", sólo podéis dar esta respuesta:
"Volveos hacia el Señor y él os lo acordará. No hay otro medio de encontrar lo que buscáis".
Una fuente que murmura en el corazón
Mientras
os acostumbráis a orar como es debido, con oraciones escritas por otros,
vuestras propias oraciones y llamados a Dios comenzarán a sonar en vosotros. No
desdeñéis jamás esas aspiraciones hacia Dios que, por sí mismas, nacen en
vuestra alma. Cada vez que se levanten en vosotros, haced silencio y orad con
vuestras propias palabras;
no creáis que haciendo así perjudicáis a la
oración en sí misma. No, es precisamente entonces cuando oráis como es debido, y esta oración
se eleva hacia Dios más rápidamente
que cualquier otra. Por eso hay una regla que vale por todas: "Ya estéis
en la iglesia o en casa si sentís que vuestra alma desea orar a su manera
y no con las palabras
de los otros, dejadle toda libertad..."
Estas
dos formas de oración son agradables a Dios: la oración sacada de un libro,
recitada con atención y acompañada por los sentimientos correspondientes, y la
oración sin libro, que brota por nuestra inspiración personal. La única oración
que desagrada a Dios es la que
consiste en leer fórmulas, en casa o en los servicios en la Iglesia, sin poner
atención al sentido de las palabras. La lengua pronuncia, o el oído escucha,
mientras los pensamientos vagabundean Dios sabe dónde. No hay allí oración
interior. Pero, si bien esas dos formas de oración son agradables a Dios, la
oración que viene de vosotros, que no está sacada de un libro,
está más cerca de lo esencial y es más fructuosa.
No
basta, sin embargo, esperar que nazca el deseo de la oración. Para llegar a la
oración espontánea, debemos obligarnos a orar de una cierta manera, con la
Oración de Jesús, no solamente durante los servicios litúrgicos o en el tiempo
reservado a la oración en la casa, sino en todo tiempo. Hombres experimentados
han elegido esta sola oración, dirigida a nuestro Señor y Salvador, y han
establecido reglas para su recitado, de manera que, gracias a ello,
adquiramos el hábito de una oración personal y espontánea. Esas reglas
son simples. Manteneos, con la inteligencia encerrada en el corazón, ante el
Señor y oradle: "Señor Jesucristo,
Hijo de Dios, ten piedad de
mí" Haced así en vuestra casa antes de comenzar a orar, en los intervalos entre las oraciones
y al final de la oración; haced lo
mismo en la iglesia, y a lo largo de todo el día, de manera de llenar así cada
instante con la oración.
Al
comienzo, esta oración salvadora es habitualmente objeto de un esfuerzo
penoso y de un rudo trabajo. Pero si uno se dedica
a ella con celo, brotará por
sí misma, como una fuente que murmura en el fondo del corazón. Hay allí un bien
muy grande, que vale la pena que uno se esfuerce por obtener.
Aquéllos
que, después de un largo esfuerzo han tenido éxito en este camino, aconsejan un
ejercicio fácil que nos permitirá llegar rápidamente al fin. Antes o después de
vuestra oración cotidiana, a la tarde, la mañana o durante la jornada,
consagrad un tiempo fijado a la recitación de esta sola oración. Haced esto:
Sentaos, o mejor, permaneced de pie en actitud de oración, concentrad vuestra
atención en el corazón con la certidumbre absoluta de que el Señor está allí y
os escucha, y gritad hacia él: "¡Señor
Jesucristo, Hijo de Dios, ¡ten piedad de mí!" Si queréis, haced de vez
en cuando inclinaciones del busto o postraciones. Hacedlo durante un cuarto o
una media hora, según lo que os convenga. Cuanto más ardientes sean vuestros
esfuerzos, más rápidamente la oración se instalará en vuestro corazón. Es mejor
comenzar con ardor y no deteneros antes de haber alcanzado lo que se deseaba,
es decir, que la oración haya comenzado a moverse por sí misma en el corazón.
Después, sólo hay que conservarla.
El
calor del corazón y la luz del espíritu, de lo que acabamos de hablar, se
adquieren exactamente de la misma manera. Cuanto más la Oración de Jesús
penetra en el corazón, en mayor medida éste entra en calor y más espontánea
llega a ser la oración; de ese modo, el fuego de la vida espiritual es
encendido en el corazón y no cesa de arder. Al mismo tiempo, la Oración de
Jesús llena todo el corazón y no cesa de moverse en él. Es por esto por lo que,
aquéllos en quienes ha nacido la perfecta vida espiritual, oran casi exclusivamente
con esta sola oración, que viene a reemplazar en ellos toda regla de oración.
Conservar siempre una
gran humildad
Sobre la necesidad de tener
un guía espiritual
Esta
oración es llamada Oración de Jesús porque ella se dirige al Señor Jesús y como
cualquier otra invocación de ese tipo, es verbal en cuanto a su forma exterior.
Llega a ser una oración interior, y merece ese nombre, cuando se ofrece, no
solamente por la boca, sino con el intelecto y el corazón, con sentimiento y
atención a su contenido, y cuando, por una larga práctica se ha llegado a unir
los movimientos del espíritu hasta tal punto que sólo permanecen estos últimos,
mientras las palabras comienzan a desvanecerse. Toda oración breve puede
alcanzar ese nivel. Se acuerda preferencia a la Oración de Jesús porque ella
une el alma al Señor Jesús; y él es la única puerta hacia la comunión con Dios,
que es el fin de toda oración. Jesús mismo ha dicho: "Nadie llega al Padre, si no es a través mío" (Juan 14, 6).
Quien ha llegado a esta oración adquiere todas las riquezas de la divina
Economía de la Encarnación, en la cual se encuentra nuestra salvación.
Sabiendo
esto, no debéis sorprenderos de que aquéllos que desean vivamente la salvación
no ahorren ningún esfuerzo por adquirir el hábito
de esta oración
haciendo suya su fuerza. Seguid
su ejemplo.
El
hábito de la Oración de Jesús se ha adquirido exteriormente cuando las palabras
comienzan a venir, por sí mismas, constantemente a los labios.
Se ha adquirido interiormente cuando la
atención del intelecto en el corazón ha llegado, también, a ser permanente,
cuando el ser todo entero permanece en presencia de Dios, cuando se experimenta
una sensación de calor (cuyo grado puede variar) en el corazón, cuando se
rechaza todo otro pensamiento y,
sobre todo, cuando se está ligado, con un corazón humilde y contrito, a nuestro Señor y Salvador.
Ese estado espiritual se adquiere por una repetición
tan frecuente como sea posible de la Oración, encontrándose la atención
firmemente establecida en el corazón.
Perseverando
en esta atención continua se llega a unificar el intelecto, de tal modo que
permanece todo entero ante el Señor. Cuando ese orden se establece en nosotros,
aparece acompañado de una impresión de calor en el corazón que arroja todos los
pensamientos, los comunes e inofensivos tanto como los apasionados. Cuando la
llama del deseo de Dios comienza a arder sin interrupción en el corazón se
experimenta un sentimiento de paz interior en el alma, mientras que el intelecto
se acerca a Dios con humildad y contrición.
Nuestros
esfuerzos personales, sostenidos por la gracia de Dios, no pueden ir más lejos.
Toda oración más alta que ésta es un don de la gracia. Los santos Padres han
establecido, para aquéllos que alcanzaron el estado que acabo de describir, que
desechen la idea de que ya no deben
esperar nada más, y que no se imaginen que han llegado a la cumbre
de la oración o de la perfección espiritual.
No
precipitéis las invocaciones, recitadlas más bien, de una manera calma y
regular, como si os dirigierais a un gran personaje del que queréis obtener un
favor. No os contentéis con poner atención en las palabras, sino cuidad que el
intelecto esté en el corazón, y permaneced ante el Señor en plena conciencia de
su presencia, de su grandeza, de su misericordia y de su justicia.
Para
evitar los errores, tomad consejo de alguien experimentado, un Padre espiritual
o un confesor, un hermano que tenga las mismas
disposiciones y tenedlo
al corriente de todo lo que suceda
en vuestra vida de oración. En
cuanto a vosotros, actuad siempre con una gran humildad, y una perfecta
simplicidad, sin atribuiros ningún triunfo. Sabed que el verdadero triunfo es
totalmente interior, inconsciente, y se produce tan imperceptiblemente como el
crecimiento del cuerpo humano. Si escucháis, pues, una voz interior deciros: "¡Allí está!", comprended que es
la voz del enemigo, que os muestra un espejismo y no la realidad. Es el
comienzo de una ilusión. Haced callar esa voz inmediatamente, de lo contrario
resonará en vosotros como una trompeta, inflándoos de vanagloria.
No hay progreso sin sufrimiento
Es
necesario comprender que el signo auténtico del esfuerzo espiritual y el precio
del éxito es el sufrimiento. El que adelante sin
sufrir no llevará fruto. La pena del corazón y el esfuerzo del cuerpo
sacan a la luz el don del Espíritu Santo, acordado a cada creyente en el
momento del santo
bautismo, enterrado bajo las pasiones
en razón de nuestra
negligencia para cumplir
los mandamientos, devuelto
a la vida por el
arrepentimiento, gracias a la misericordia infinita de Dios. No ceséis de hacer
esfuerzos asiduos, - aunque estén acompañados de sufrimiento -, por temor a ser
condenado por vuestra esterilidad y
escuchar estas palabras: "Quitadle su talento" (Mateo, 25, 28).
Toda
lucha, ya sea física o espiritual, que no esté acompañada de sufrimiento, que
no requiera el mayor esfuerzo, permanecerá infructífera. "El Reino de los
Cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan" (Mateo, 11, 12).
Muchas
personas han trabajado y trabajan todavía sin esfuerzo, pero, a falta de
esfuerzo, no conocen la pureza y no están en comunión con el Espíritu Santo,
pues se han separado de la austeridad del sufrimiento. Aquéllos que trabajan
mediocremente y con negligencia, pueden aparentar grandes esfuerzos, pero no
recogerán fruto pues no han asumido el sufrimiento. Según la palabra del profeta, a menos que nuestros riñones
se hayan quebrado extenuados por el trabajo de los
ayunos, que pasemos por una agonía de contrición, que suframos como una mujer
en el parto, no llegaremos a hacer germinar el espíritu de salvación, a dar la
salvación a la tierra de nuestro corazón (cf. Is. 26, 18).
D. EL RECUERDO DE DIOS
En el corazón y en la cabeza
Cuando el recuerdo de Dios vive en el corazón y mantiene allí el temor de Dios, entonces todo va bien; pero cuando ese recuerdo se debilita, o no subsiste más que en la cabeza, entonces todo va a la deriva.
Manteneos en paz y silencio
A
menudo os hablé, mi querida hermana, del recuerdo de Dios, y os lo repito
todavía una vez: si no trabajáis con todas vuestras fuerzas para imprimir en
vuestro corazón y en vuestro pensamiento ese nombre temible, vuestro callar es
vano, vana vuestra salmodia, inútiles vuestro ayuno y vuestras vigilias. En una
palabra, toda la vida de una monja es inútil sin el recogimiento en Dios, que
es el comienzo del silencio mantenido por amor a Dios y es también el fin. Ese
nombre muy deseable es el alma de la quietud y del silencio. Su recuerdo nos da
alegría y felicidad, por él obtenemos el perdón de nuestros pecados y la
abundancia de virtudes. Sólo se puede encontrar ese nombre muy glorioso en el
silencio y la calma No se puede
llegar a él de ninguna
otra manera, ni siquiera mediante un gran sufrimiento. Es por ello
que, conociendo el poder de este consejo, yo os pido insistentemente, por el
amor de Dios, que estéis siempre en paz y silencio, pues esas virtudes alimentan
en nosotros el recuerdo de Dios.
Una conversación secreta con el Señor
En
todas partes, y siempre, Dios está con nosotros, cerca de nosotros y en
nosotros. Pero nosotros no estamos siempre con él, puesto que lo olvidamos; y porque lo olvidamos nos permitimos
muchas cosas que no haríamos bajo su mirada. Tomad esto a pecho, haced un hábito de vivir en ese recogimiento.
Que
vuestra regla sea estar siempre con el Señor, manteniendo el intelecto en el
corazón, sin dejar vagabundear vuestros pensamientos; volved a traerlos cuantas
veces se extravíen, mantenedlos encerrados en el secreto de vuestro corazón, y
haced vuestras delicias de esta conversación con el Señor.
Llegad a ser verdaderamente hombre
Cuanto
más firmemente estéis establecidos en el recogimiento en Dios, manteniéndoos
siempre ante él en vuestro corazón, más vuestros pensamientos se calmarán y
menos intentarán vagabundear. El orden interior
y el progreso en la oración van a
la par.
De
esta manera, el espíritu es restaurado en sus justos privilegios. Cuando es así restablecido, comienza una
transformación activa y vital del alma, del cuerpo y de las relaciones
exteriores hasta que todo esté, finalmente, completamente purificado. Entonces
se llega a ser verdaderamente un hombre.
Una entrada rápida al Paraíso
Cuando
os establecéis en el hombre interior por el recuerdo de Dios, Cristo Señor
llega a vosotros y hace allí su morada. Las dos cosas van a la par.
He
aquí un signo en el que reconoceréis que esta obra radiante ha comenzado en vosotros: sentiréis un
cierto sentimiento de amor cálido hacia el Señor. Si hacéis todo lo que os ha
sido indicado, ese sentimiento aparecerá cada vez más a menudo y, a su tiempo,
llegará a ser continuo. Ese sentimiento es dulce y beatífico y, desde su
primera manifestación, nos incita a desearlo y buscarlo, por temor a que abandone
el corazón, pues en él se encuentra el Paraíso.
¿Queréis
entrar lo más rápido posible en ese Paraíso? Entonces, he aquí lo que debéis
hacer. Cuando oréis, no terminéis vuestra oración sin haber despertado en
vosotros un sentimiento hacia Dios:
adoración, devoción, acción de gracias, alabanzas, humildad y contrición, esperanza
y confianza. Cuando,
después de la oración, os pongáis a leer, no terminéis vuestra
lectura sin haber sentido en vuestro corazón la verdad de lo que habéis leído.
Esos dos sentimientos, uno inspirado
por la oración, el otro por la lectura, se darán calor mutuamente; y si veláis
sobre vosotros mismos, os mantendrán bajo su influencia durante toda la
jornada.
Aplicaos en practicar con exactitud este doble método,
y veréis lo que resultará.
El recuerdo incesante de Dios es un don de la gracia
El
recuerdo de Dios es algo que Dios mismo injerta en el alma. Pero el alma debe también obligarse
a perseverar. Penad,
haced todo lo que podáis para
llegar al recuerdo incesante de Dios. Y Dios, viendo el fervor de vuestro deseo, os dará esa memoria
constante.
Postraciones frecuentes
Desde
el levantarse al acostarse, marchad en el recuerdo de la omnipresencia de Dios,
teniendo siempre en el espíritu que el Señor os ve y pesa cada movimiento de
vuestros pensamientos y de vuestro corazón. Con ese fin, orad continuamente con
la Oración de Jesús y, aproximándoos frecuentemente a los iconos, inclinaos o prosternaos,
según la tendencia o la demanda de vuestro corazón. Así, toda vuestra jornada
estará jalonada por esas postraciones y transcurrirá en el recuerdo incesante
de Dios y la recitación de la Oración de Jesús, cualquiera sea vuestra
ocupación.
El pensamiento de Dios y la Oración de Jesús
Es
posible reemplazar el pensamiento de Dios por la Oración de Jesús, pero ¿dónde
está la necesidad, puesto que se trata de una sola y misma cosa? El pensamiento
de Dios es mantener en el espíritu, sin ningún concepto deliberadamente
impuesto, alguna verdad, como la Encarnación, la muerte en la cruz, la
Resurrección, la omnipresencia de Dios, etc.
La proximidad de Dios y su presencia en el corazón
"Buscad
y encontraréis". Pero ¿qué es necesario buscar? Una comunión consciente y
viva con el Señor. Esto es dado por la gracia
de Dios, pero es esencial también que trabajemos en ello, que vayamos a su encuentro. ¿Cómo?
Manteniendo el recuerdo de Dios, que es cercano al corazón, que está incluso
presente en él. Para
llegar a ese recuerdo es oportuno habituarse a repetir constantemente la Oración de Jesús: "Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad
de mí, pecador", sosteniendo en el espíritu el pensamiento de la
proximidad de Dios, de su presencia en el corazón. Pero es necesario comprender
también que, en sí misma, la Oración
de Jesús no es más que una oración vocal exterior, la oración interior es
permanecer ante Dios, gritando hacia él sin palabras.
Por ese medio, el recuerdo de Dios se establecerá en el intelecto y la presencia de Dios brillará en vuestra alma como el sol. Si
exponéis al sol algún objeto frío, se calienta; del mismo modo, vuestra alma
será calentada por el recuerdo de Dios, que es el sol espiritual. Veréis lo que sucederá luego.
La
primera cosa para hacer es adquirir el hábito de repetir sin cesar la Oración
de Jesús. Comenzad y luego repetidla sin cesar, pero mantened siempre ante los
ojos el pensamiento de nuestro Señor. Todo está allí.
Abandonaos al Señor
Vuestra
única preocupación debe ser adquirir el hábito de fijar vuestra atención sobre
el Señor, que está presente en todas partes y todo lo ve, que desea nuestra
salvación y está listo para ayudarnos.
Este
hábito os impedirá entristeceros, ya sea vuestra pena interior o exterior; pues
ella colma al alma de un sentimiento de felicidad perfecta, que no deja lugar a
ningún sentimiento de falta o necesidad. Ella hace que nos pongamos nosotros
mismos, y todo lo que poseemos, con confianza, en las manos del Señor, y hace
nacer en nosotros la certidumbre de su protección y su asistencia continuas.
Los peligros del olvido
Orar
no significa solamente pronunciarla oración. Conservar el espíritu y el corazón
dirigidos hacia Dios, y centrados en él, es ya una oración, cualquiera sea la
posición que uno adopte. Practicar una regla de oración es una cosa, el estado
de oración es otra diferente. El medio de llegar a él es adquirir el hábito del
recuerdo constante de Dios, de la muerte y del juicio que le seguirá. Habituaos
a esto y todo irá bien. Cada paso que deis estará interiormente consagrado a
Dios. Debéis conduciros según sus mandamientos, entonces sabréis qué son los
mandamientos. Es posible aplicar esos mandamientos a cada acontecimiento,
consagrando interiormente todas vuestras actividades a Dios; así vuestra vida
le estará dedicada. ¿Se necesita algo más? Nada. Ya veis qué simple es.
¿Tenéis
preocupación por vuestra salvación? Cuando tenéis ese celo, el Señor se
manifiesta por una preocupación ferviente por
ella. Es necesario, absolutamente, evitar la tibieza. La tibieza
comienza por el olvido. Se olvidan primero los dones de Dios, luego Dios mismo
y el recuerdo de la muerte; en una palabra, todo el dominio espiritual se
cierra para nosotros. Esto proviene del enemigo, y es la dispersión de los
pensamientos causada por las preocupaciones profesionales o los contactos
sociales demasiado numerosos. Cuando todo se ha olvidado, el corazón se enfría
y pierde su sensibilidad hacia las cosas espirituales, caemos en un estado de
indiferencia, de negligencia y despreocupación. Como consecuencia
de ello las ocupaciones espirituales son dejadas para más tarde, luego enteramente abandonadas.
Luego, comenzamos a vivir nuestra manera, en la despreocupación y la negligencia, en el olvido de
Dios, no buscando
más que nuestra
satisfacción personal. Incluso si no vivimos nada verdaderamente
desordenado, no buscamos tampoco nada divino.
Si
no queréis caer en ese precipicio, poned atención en el primer paso, es decir
en el olvido. Permaneced, pues, constantemente en el recogimiento en Dios, en el recuerdo
de Dios y de las cosas divinas. Así conservaréis vuestra
sensibilidad para esas cosas y, juntos, recuerdo y sensibilidad os inflamarán
de celo. Y allí estará verdaderamente la vida.
NOTAS
1— "Meditación secreta" (en ruso, tainos
poychénié). El término poychenié significa literalmente "práctica",
"ejercicio" o "estudio". En un contexto ascético o
espiritual, este término comprende a la vez la idea de meditación y de oración.
Según el obispo Ignacio, bajo el nombre de meditación, los Santos Padres
entienden cualquier oración
breve o incluso cualquier
frase corta que se tiene
el hábito de recitar o de recordar
constantemente y que el intelecto
y la memoria han asimilado en
tal forma que ella expulsa todos los otros pensamientos. La expresión
"meditación secreta" puede referirse, entre otras cosas, a la Oración
de Jesús, o a la meditación de algún versículo de un salmo o de algún otro texto perteneciente a las Escrituras.
2— San Basilio
el Grande (330 — 379), arzobispo de Cesárea en Capodocia, amigo de Gregorio el
Teólogo y hermano mayor de Gregorio de Nicea. Los tres son conocidos, colectivamente bajo el nombre de
"Padres capodocios". Sus obras ejercieron una influencia considerable
sobre la teología ortodoxa.
3— Es común en la Ortodoxia inclinarse o posternarse
después de haber hecho el signo de la cruz. Esta inclinación o postración puede
revestir dos formas: una inclinación profunda del busto tocando el suelo con la
punta de los dedos de la mano derecha, o una postración completa, llegando la
frente a tocar el suelo.
4—
En lo que concierne a las "técnicas respiratorias" y los peligros que
presentan, ver Introducción.
5— Nicéforo el
Solitario, monje del Monte Athos a comienzos del siglo XIV, padre espiritual-de
Gregorio Palamas. Es el primer
autor ascético que describe en detalle los ejercicios respiratorios que pueden acompañar a la
Oración de Jesús. El tratado sobre los tres métodos de la oración al que se
refiere el Obispo Ignacio, casi con certeza pertenece a Nicéforo y no a Simeón
el Nuevo Teólogo.
6—
Es decir, en realidad, Nicéforo del Monte Athos.
7— San Máximo de Kapsokalyvia, monje en el Athos hacia
mediados del siglo XIV, contemporáneo y amigo de Gregorio
el Sinaíta. Oró durante largo tiempo a la Madre de Dios para
obtener el don de la oración incesante. Un día que oraba ante el icono de la
Virgen, sintió repentinamente en su corazón un calor particular, que Teófano
llama la chispa de la gracia, y a partir de ese instante su oración se hizo incesante.
8— Estas veinticuatro oraciones de San Juan Crisóstomo
forman parte de las oraciones cotidianas que utilizan cada tarde todos los
Ortodoxos, sacerdotes, monjes o laicos tienen un carácter esencialmente
penitencial.
9— El starets Parteno (1790—1855), monje de gran
hábito, miembro de la laura de
Petchersky, en Kiev, padre espiritual de un enorme
círculo de monjes
y laicos. Practicaba la Oración de Jesús y recomendaba su uso. Teófano lo había
visitado frecuentemente mientras era estudiante de la Academia de Kiev y su
camino espiritual fue profundamente marcado por él. Durante los diez últimos
años de su vida, el Padre Parteno celebraba cotidianamente la Liturgia. Durante
el último año, no teniendo ya fuerzas para celebrar la Liturgia, recibía -sin
embargo cada día la comunión.
Fuente:
EL ARTE DE LA ORACIÓN: LA ORACIÓN DE JESÚS.
SAN
TEOFANES El Recluso,
Obispo
De Vladimir Ytambov
(1815-
1894)
Compilación efectuada
por el Higúmeno Chariton De
Valamo
Páginas 36-74
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