EL ARTE DE LA ORACIÓN III. SAN TEOFANES EL RECLUSO: LA ORACIÓN DE JESÚS.

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Gracia y Paz de parte de Dios nuestro Padre y de Cristo Jesús nuestro Señor. (2 Cor 1, 3).

Compartimos en esta entrada las reflexiones sobre el Arte de La Oración de San Teofanes el Recluso. En este apartado San Teofanes nos ayuda a meditar en la Oración de Jesús a través de 4 puntos importantes:

 

La Meditación Secreta

La Oración 

La Oración De Jesús

El Recuerdo De Dios

 

La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo permanezcan con todos ustedes. (2 Cor 13,13).

Jhoani Rave Rivera (C.O.P.S.)



                                             LA ORACIÓN DE JESÚS

 

A.      LA MEDITACIÓN SECRETA (1)

 

La meditación interior debe comenzar lo antes posible

Recogeos en vuestro corazón y allí practicad la meditación secreta. Por ese medio, con la ayuda y la gracia de Dios, el espíritu de celo conservará en vosotros su verdadero carácter, ardiendo a veces menos, a veces más. La meditación secreta nos coloca sobre el camino de la oración interior, que es el camino más directo hacia la salvación. Podemos abandonar todo lo demás y consagrarnos únicamente a esta obra, y todo irá bien. Por el contrario, si cumplimos todos nuestros deberes, pero desdeñamos esta ocupación jamás lograremos fruto.

Aquél que no entra en sí mismo y menosprecia esta tarea espiritual no hará ningún progreso. Es necesario reconocer, sin embargo, que esta tarea es extremadamente difícil, en particular al comienzo. Sin embargo, ella da resultados abundantes y rápidos. Un Padre espiritual debería, entonces, iniciar a sus discípulos en la práctica de la oración interior lo antes posible, y afirmarlos en seguida sobre dicha práctica. Se puede, incluso, hacerlos comenzar con ella antes que con las observancias exteriores, o al mismo tiempo: de todos modos, es esencial no desdeñar esta iniciación, por temor a que luego sea demasiado tarde. En efecto, la semilla misma del crecimiento espiritual está escondida en esta oración interior. Lo único necesario es subrayar su importancia y explicar la manera de iniciarla. Si esta oración está bien implantada en nosotros, todas las obras exteriores serán, ellas también, cumplidas en buena gracia y con fruto; sin ella, toda la actividad exterior semeja a una cuerda podrida que se parte a cada instante. Notad bien que esta práctica debe desarrollarse progresivamente, lentamente, con una gran sobriedad, pues, si no se adopta progresivamente, se corre el riesgo de que pierda su carácter fundamental, y no sea más, al cabo de algún tiempo, que una simple observancia exterior. Por consiguiente, aunque existen efectivamente personas que, a partir de una regla exterior arriban a la vida interior, el principio inalterable debe ser: volverse, en lo posible, hacia el interior y encender allí el espíritu de celo.

Esto parece muy simple, pero si no sois bien informados sobre la oración interior, podéis encadenaros largo tiempo sin recoger nada. Esto sucede porque la actitud exterior es, por naturaleza, más fácil y por lo tanto más atrayente; la actividad interior, por el contrario, es difícil y, por consiguiente, desalienta. Aquél que se liga a la primera, considerándola esencial, llegará a ser, él mismo, poco a poco, material; su celo se enfriará, su corazón se emocionará raramente, se alejará cada vez más dé la obra interior y creerá que debe dejarla de lado hasta el momento en que esté maduro para emprenderla. Cuando más tarde mire hacia atrás, comprenderá que ha dejado escapar el momento favorable. En lugar de esforzarse por adquirir gradualmente una vida interior más sólida, se habrá hecho incapaz de dedicarse a ella. No es que debamos abandonar la obra exterior; por el contrario, ella es el sostén de la obra interior y ambas deben ser llevadas a la par. Es necesario, sin embargo, dar prioridad a la adoración interior, pues debemos servir a Dios en espíritu, adorarlo en espíritu y en verdad. Las dos actividades dependen una de la otra; pero es preciso recordar su valor respectivo e impedir que la una excluya a la otra para que no se introduzca una separación en nuestra consagración a Dios.

 

Permaneced en el interior y adorad en el secreto

 

Lo que los santos Padres consideran más importante, lo que recomiendan en mayor medida a sus discípulos, es comprender bien el estado espiritual y el arte de mantenerse en sí. No hay más que una regla para aquél que quiere alcanzar ese estado:

Permaneced en su interior y allí adorad en el secreto del corazón, meditad sobre el pensamiento de Dios, recordad la muerte y considerad con contrición los pecados cometidos. Tened conciencia de estas cosas y repasadlas en vosotros mismos. Preguntaos, por ejemplo: "¿Dónde voy?". O bien, decíos: "Soy un gusano y no un hombre". La meditación secreta consiste en rumiar tales palabras en el corazón, con atención, esforzándonos por comprender el sentido.

Se puede resumir en una corta fórmula los medios de despertar y preservar en sí, el espíritu de celo: No bien despertéis, entrad en vosotros mismos, permaneced encerrados en vuestro corazón, considerad todas las actividades de la vida espiritual, consagraos a algunas que de entre ellas hayáis elegido y manteneos en esto. O, más brevemente aún: Recogeos y orad secretamente en vuestro corazón.

Evitar el embotamiento

Cada día rumiad en vuestro espíritu un pensamiento que os haya impresionado profundamente y que haya caído en vuestro conocimiento. Si no ejercitáis vuestra aptitud para pensar, vuestra alma se embotará.

 

B.  LA ORACIÓN   INCESANTE

Cómo adquirir la oración incesante

Algunos pensamientos espirituales se imprimen más

profundamente que otros en el corazón. Cuando se ha terminado con las oraciones es necesario continuar rumiando esos pensamientos y alimentarse de ellos. Es el camino para llegar a la oración incesante.

La oración incesante sin palabras

Elevar el corazón hacia Dios y decir con contrición: "Señor, ten piedad; Señor, ¡otórgame tu bendición! Señor, ¡ven en mi ayuda!", esto se llama orar a Dios. Sin embargo, si un sentimiento hacia Dios ha nacido y vive en vuestro corazón, entonces poseéis la oración incesante, aunque vuestros labios no pronuncien palabras y vuestro cuerpo no esté en actitud de oración.

Es necesario orar siempre y en todo lugar

"Haced en todo tiempo, en el espíritu, toda clase de oraciones y súplicas". (E f. 6, 18)

Hablando de la necesidad de la oración, el apóstol nos muestra cómo debemos orar si queremos ser escuchados: "Haced toda clase de oraciones y súplicas"-, dice, en otros términos: "Orad con ardor, con dolor en el corazón, con un ardiente deseo de amar a Dios". Luego agrega: "Orad sin cesar", en todo tiempo. Por medio de esas palabras nos invita a orar con perseverancia e infatigablemente. La oración no debe ser una ocupación limitada a cierto tiempo sino un estado permanente del espíritu. "Tened cuidado, dice San Juan Crisóstomo, de no limitar vuestra oración a un momento particular de la jornada". Es necesario orar en todo tiempo. El apóstol recomienda: "Orad sin cesar" (1 Tes. 5, 17) y, finalmente, nos invita a orar "en el espíritu"; en otros términos, la oración no debe ser solamente exterior, sino también interior, una actividad del intelecto en el corazón. Es en esto donde reside la esencia de la oración, en elevar el intelecto y el corazón hacia Dios.

Los santos Padres hacen, sin embargo, una distinción entre la oración del intelecto en el corazón y la oración suscitada por el Espíritu. La primera es una actividad consciente del hombre en oración, mientras que la segunda es dada al hombre; y aunque él no sea consciente de ello, ella actúa por sí misma, independientemente de sus esfuerzos. Este segundo tipo de oración, suscitada por el Espíritu, no es algo de lo que se pueda recomendar la práctica, pues no está en nuestras posibilidades realizarla. Podemos desearla, buscarla y recibirla con gratitud, pero no podemos alcanzarla cuando queremos. Sin embargo, en aquéllos cuyo corazón está purificado, la oración es, generalmente, movida por el Espíritu. Tenemos, por consiguiente, razón para suponer que el apóstol se refiere a la oración del intelecto en el corazón cuando dice: "Orad en el espíritu". Se puede agregar: Orad con el intelecto en el corazón, con el deseo de alcanzar la oración movida por el Espíritu. Una oración semejante conserva al alma consciente ante el rostro de Dios omnipresente. Atrayendo hacia el rayo divino y reflejando a partir de ese mismo rayo, ella dispersa los enemigos. Se puede decir con certitud que ningún demonio puede aproximarse al alma que ha llegado a un estado semejante. Es sólo de esta manera que podemos orar siempre y en todas partes.

¿El secreto de la oración incesante? El amor

"Orad sin cesar" dice San Pablo a los Tesalónicos (5, 17). Y en otro lugar recomienda: "Orad sin cesar, con toda aplicación, en el Espíritu" (Ef. 6, 18), "Perseverad en la oración y velad" (Col. 4, 2), "Continuad vuestras instancias en la oración" (Rom. 12, 12). El Salvador también enseña la necesidad de la constancia y de la perseverancia en la oración en la parábola de la viuda importuna que consiguió ganar su causa ante el juez inicuo mediante la perseverancia en sus súplicas (Lúe. 18, 1-18). Aparece pues, claramente, que la oración incesante no es una prescripción accesoria, sino la característica esencial del espíritu cristiano. Según el apóstol, la vida de un cristiano está "oculta con Cristo en Dios" (Col. 3, 3). El cristiano debe, por consiguiente, vivir continuamente en Dios, con atención y sentimiento; hacer esto, es orar sin cesar. San Pablo nos enseña, también, que todo cristiano es "el templo de Dios", en el cual "permanece el Espíritu de Dios" (1 Co. 3, 16; 6, 19; Rom. 8, 9). Es ese Espíritu, siempre presente, el que ora en él "con gemidos inefables" (Rom. 8, 26), y el que le enseña cómo orar sin cesar.

La primera manifestación de la gracia, cuando ella se emplea en la conversión de un pecador, es volver su intelecto y su corazón hacia Dios. Más tarde, después que el pecador se ha arrepentido y consagrado su vida a Dios, la gracia, que no actúa en él más que exteriormente, desciende sobre él y permanece allí por medio de los sacramentos; entonces, el hecho de tener el intelecto y el corazón vueltos hacia Dios, que constituye la esencia de La oración, llega a ser en él un estado permanente. Esto sólo se hace por grados y, corno sucede con cualquier otro don, ese don debe ser conservado. Ello se logra mediante el esfuerzo en la oración y, en particular, por una práctica paciente y atenta de las oraciones de la Iglesia. Orad sin cesar, ejercitaos en orar, y llegaréis a la oración continua, que actuará por sí misma en vuestro corazón sin que haga falta un esfuerzo especial.

Es evidente que no basta, para observar el consejo del apóstol, practicar simplemente ciertas oraciones prescriptas a horas fijas; es necesario que se marche continuamente ante Dios, que se le consagren todas las actividades a aquél que ve todo y que está presente en todas partes, que se eleve un llamado cada vez más ferviente hacia el cielo, con el intelecto en el corazón. La vida entera, en todas sus manifestaciones, debe estar impregnada por la oración. Pero el secreto de esta vida es el amor del Señor. Corno la novia que ama a su prometido está siempre con él por el recuerdo y por el pensamiento, así, el alma unida a Dios por el amor, permanece constantemente con él y le dirige ardientes súplicas desde el fondo de su corazón. "Aquél que está unido al Señor forma un solo espíritu con El" (1, Co. 6, 17).

La práctica de los apóstoles

Recuerdo que San Basilio el Grande (2) había resuelto de la manera siguiente la cuestión de saber cómo los apóstoles podían orar sin cesar: en todo lo que ellos hacían, decía él, pensaban en Dios, y su vida le estaba totalmente dedicada. Ese estado espiritual era su oración incesante.

Una oración implícita

Lamentáis que la Oración de Jesús no sea incesante en vosotros, que no la recitáis constantemente, pero la repetición constante no es requerida. Lo que se requiere, es vivir constantemente con Dios, tenerlo presente en vuestro corazón cuando habléis, leáis, veléis, y reflexionéis sobre cualquier cosa. Como por otra parte, vosotros practicáis la Oración de Jesús de manera correcta, continuad como lo habéis hecho hasta el presente y, cuando llegue el momento, la Oración extenderá su dominio.

Mantenerse ante Dios en adoración

Podemos a veces consagrar todo el tiempo previsto por nuestra regla de oración a recitar un salmo, a componer nuestra propia oración a partir de cada versículo. O podemos pasar este tiempo recitando la Oración de Jesús con postraciones. Incluso, podemos hacer un poco de cada una de estas cosas. Pero lo que Dios nos pide, es nuestro corazón (Porv. 23, 26); y es suficiente que éste permanezca en su presencia en la adoración. Mantenerse siempre ante Dios en adoración, esto es la oración continua; ésa es su exacta descripción. Y, a este respecto, la regla de la oración no es más que el aceite para la llama, o la madera en el hogar.

He colocado al Señor ante mí

Mediante la gracia de Dios se desarrolla, finalmente, una oración solo del corazón, una oración espiritual, suscitada allí por el Espíritu Santo. Aquél que ora está consciente de ello, aunque no sea él el que hace la oración, pues ella se desarrolla por sí misma en él. Una oración semejante es el atributo de aquéllos que son perfectos. Pero la oración accesible a todos, y que es requerida de todos, es la oración en la cual el pensamiento y los sentimientos están siempre unidos a las palabras.

Existe también otra clase de oración que se denomina "permanecer ante Dios"; consiste en que, aquél que ora enteramente concentrado en su corazón, contempla mentalmente a Dios, presente ante él y en él. Al mismo tiempo, experimenta sentimientos que corresponden a ese estado: temor de Dios y admiración adorante ante su grandeza infinita, fe y esperanza, amor y abandono de la voluntad, contrición y disposición a aceptar todos los sacrificios. Ese estado es acordado a aquél que se absorbe profundamente en la oración ordinaria, de los labios, del intelecto y del corazón; aquél que ora así durante un tiempo bastante largo y de la manera conveniente, conocerá ese estado cada vez con mayor frecuencia, hasta que llegue a ser permanente; entonces se podrá decir que él marcha en presencia de Dios y, esto, constituye la oración incesante. David estaba en ese estado cuando decía de sí mismo: "He colocado al Señor ante mí para siempre. Puesto que Él está a mi derecha, no seré confundido" (Salmo, 15, 18).

La oración que se repite por sí misma

Sucede a menudo que una persona, mientras se dedica a sus obligaciones exteriores, no se ocupa de ninguna actividad interior, de modo que su vida permanece sin llama. ¿Cómo podemos evitar esto? En cualquier tarea que se deba cumplir, es necesario colocar un corazón lleno de temor de Dios, un corazón constantemente impregnado del pensamiento de Dios; y es por esta puerta que el alma entrará en la vida activa. Todos nuestros esfuerzos deben tender a conservar el pensamiento incesante de Dios, a permanecer continuamente conscientes de su presencia: "Buscad al Señor... Buscad continuamente su rostro" (Sal. 54, 4). La sobriedad y la oración interior reposan sobre esta base.

Dios está en todas partes: velad para que vuestros pensamientos estén igualmente siempre con Dios. ¿Cómo puede hacerse esto? Los pensamientos se empujan unos a otros como moscardones en un enjambre, y las emociones siguen a los pensamientos. A fin de ligar su pensamiento a un objeto único, los Padres tomaban el hábito de repetir constantemente una corta oración: gracias a esa repetición constante, ella terminaba por adherirse a la lengua y a repetirse merced a su propio movimiento. De esta manera, su pensamiento se adhería a la oración y, mediante la oración, al recuerdo continuo de Dios. Una vez que este hábito se adquiere, la oración nos mantiene en el recuerdo de Dios y el recuerdo de Dios nos mantiene en la oración; ambos se sostienen mutuamente. He aquí pues, un camino para llegar a marchar ante Dios.

La oración interior comienza cuando establecemos nuestra atención en el corazón y cuando es una oración brotada del corazón la que ofrecemos a Dios. La actividad espiritual comienza cuando permanecemos ante Dios en el recogimiento, guardando nuestra atención y rechazando todo pensamiento que intente entrar en nosotros.

¡Oh, Dios mío, ¡qué rigor!

La regla monástica fundamental es permanecer constantemente con Dios en el intelecto y el corazón, es decir orar sin cesar. Para conservar calor y vida en nuestro esfuerzo por lograrlo, se han establecido oraciones definidas, o sea el ciclo de oficios cotidianos en la Iglesia y ciertas oraciones que se dicen en la celda. Sin embargo, lo principal es tener, constantemente, un sentimiento de amor hacia Dios. Ese sentimiento nos da la fuerza necesaria para llevar una vida espiritual y conservar en nuestro corazón su calor. Es ese sentimiento el que constituye nuestra regla. Durante el tiempo que permanece, él reemplaza todas las otras reglas. Si está ausente, no existen lecturas, por asiduas y numerosas que sean, que puedan suplirlo. Las oraciones son hechas para alimentar ese sentimiento, y si no lo hacen no tienen razón de ser. No son más que un trabajo estéril, semejan a un vestido que no cubre ningún cuerpo, o a un cuerpo sin alma. ¡Oh, Dios mío, qué rigor! Pero no se pueden decir tales cosas distintas de lo que son.

 

C.  LA ORACIÓN DE JESÚS

La simplicidad de la Oración de Jesús

La práctica de la Oración de Jesús es simple. Permaneced ante el Señor con la atención en el corazón y decidle: "¡Señor Jesucristo! ¡Hijo de Dios, ten piedad de mí!" El aspecto esencial de esta oración no se encuentra en las palabras, sino en la fe, la contrición, el abandono al Señor. Con tales sentimientos, se puede incluso permanecer ante el Señor sin ninguna palabra, y estar, sin embargo, en oración.

Bajo la mirada de Dios

Trabajad recitando la Oración de Jesús. Que Dios os bendiga. Sin embargo, al hábito de recitar esta oración oralmente, agregad el recuerdo del Señor, acompañado de temor y piedad. Lo principal es marchar ante Dios, o bajo la mirada de Dios, conscientes de que Dios nos mira, que busca nuestra alma y nuestro corazón, que ve todo lo que pasa. Esta conciencia es la palanca más poderosa que existe en el mecanismo de la vida espiritual.

Un refugio para los indolentes

La experiencia de la vida espiritual muestra que aquél que tiene celo por la oración no necesita que se le enseñe cómo llegar a la perfección en ese dominio. Proseguido con paciencia, el esfuerzo en la oración conducirá por sí mismo a la más alta cumbre de la oración.

Pero ¿qué deben hacer las personas débiles o indolentes, en particular aquéllos que, antes de haber comprendido la verdadera naturaleza de la oración, se han endurecido en la rutina y enfriado por una lectura formalista de las oraciones obligatorias? La técnica de la oración de Jesús puede ser para ellos un refugio y una fuente de fuerza. ¿No es acaso, ante todo para ellos, que ha sido inventada esa técnica, con el solo fin de incorporar la oración interior en su corazón?

Un remedio contra la somnolencia

Está escrito en los libros que, cuando la Oración de Jesús adquiere fuerza y se establece en el corazón, nos colma de energía y expulsa la somnolencia. ¡Pero, una cosa es decir que ella viene habitualmente a la lengua y, otra, que se ha establecido en el corazón!

Penetrar profundamente en la Oración de Jesús

Penetrad profundamente en la Oración de Jesús con toda la fuerza de que seáis capaces. Ella realizará la unidad en vosotros, os comunicará un sentimiento de fuerza en el Señor y tendrá por resultado que permanezcáis sin cesar con él, ya sea que estéis solos o con otros, que os dediquéis a los cuidados de la casa, que leáis u oréis. Solamente, no atribuyáis el poder de esta oración a la repetición de ciertas palabras, sino al hecho de que conserváis el intelecto y el corazón vueltos hacia el Señor, repitiendo esas palabras. Dicho de otro modo, a la actividad que acompaña esa repetición.

Una luz para nuestros pasos

Aprended a practicar la oración del intelecto en el corazón, pues la Oración de Jesús es una lámpara sobre nuestros pasos y una estrella que nos guía en nuestra ruta hacia el cielo, así como lo enseñan los Santos Padres en La Filocalia. La Oración de Jesús, brillando sin cesar en el intelecto y en el corazón, es una espada contra las debilidades de la carne, contra los malos deseos de la gula y la lujuria. Después de las primeras palabras: "Señor Jesucristo, Hijo de Dios", podéis continuar así: "¡Mediante la intercesión de tu Madre, ten piedad de mí, pecador!”.

La oración exterior, por sí sola, es insuficiente. Dios mira el intelecto, y esos monjes que no unen la oración interior a la oración exterior no son monjes, sino que semejan madera seca, buena para el fuego. El monje que no conoce, el monje que ha olvidado la práctica de la Oración de Jesús no lleva sobre sí el sello de Cristo. Los libros no pueden enseñarnos la oración interior, sólo pueden hacernos conocer métodos exteriores para ayudarnos a practicarla. Es necesario permanecer fiel con perseverancia.

Por las mañanas, al trabajo con el intelecto y el corazón en Dios

Habéis ya leído algo respecto de la Oración de Jesús, ¿no es así? Y sabéis por la experiencia de la práctica lo que ella es. Es únicamente por esta oración que el buen orden del alma puede ser mantenido con firmeza. Es únicamente gracias a esta oración que podemos conservar sin turbación nuestra paz interior, incluso cuando somos distraídos por las preocupaciones exteriores. Es únicamente mediante esta oración que es posible cumplir el mandato de los Padres: "Las manos al trabajo, el intelecto y el corazón con Dios". Cuando esta oración es incorporada en nuestro corazón, no se interrumpe más y corre apaciblemente, con un movimiento siempre igual.

El sendero que lleva a la realización de un orden interior riguroso es muy rudo, pero es posible preservar esta disposición de espíritu (o una semejante) durante las tareas diversas e inevitables que tenéis que cumplir y, lo que lo hace posible, es la Oración de Jesús, cuando ella está injertada en el corazón. ¿Cómo se injerta en el corazón? Todo lo que se puede responder, es que eso se hace. Todo el que realiza esfuerzos en ese sentido llega a ser cada vez más consciente de ello, pero sin saber cómo tal cosa ha podido producirse. Para adquirir ese orden interior, nos es necesario marchar siempre en la presencia de Dios, repitiendo la Oración de Jesús tan frecuentemente como sea posible. Siempre que tengamos un momento libre, volvamos a comenzar y, poco a poco, la oración se injertará en nosotros.

La lectura es uno de los mejores medios para dar vida a la oración, pero es mejor leer principalmente lo que se relaciona con la oración.

Sobre la Oración de Jesús y el calor que la acompaña

Orar consiste en mantenerse espiritualmente ante Dios en nuestro corazón, en la adoración, la acción de gracias, la súplica y la contrición. Todo esto debe ser espiritual. La raíz de toda oración es el temor de Dios; es de ella que nace la fe en Dios, la sumisión a su voluntad, la esperanza y la ligazón con él en un sentimiento de amor, en el olvido de todas las cosas creadas.

Cuando la oración es poderosa, todos esos sentimientos coexisten en el corazón con la misma intensidad. ¿Cómo puede ayudarnos en esto la Oración de Jesús? Por el calor que se desarrolla en el corazón y a su alrededor.

El hábito de orar no se adquiere de inmediato; requiere una larga práctica y muchos esfuerzos.

La Oración de Jesús, y el calor que la acompaña, son la mejor ayuda que se pueda tener para formar en sí mismo el hábito de la

oración. Notad, sin embargo, que solo se trata de medios, no de cosa en sí misma.

Es posible que, careciendo de la oración real, se tenga a la vez la Oración de Jesús y la sensación de calor. Esto sucede, por extraño que parezca.

Cuando oramos, debemos permanecer en nuestro intelecto ante el Señor y pensar sólo en él. Sin embargo, los pensamientos diversos van y vienen en el intelecto y le llevan lejos de Dios. Para enseñar al intelecto a fijarse sobre un solo objeto, los santos Padres hacían uso de cortas oraciones, habituándose a recitarlas sin cesar. Esta repetición incesante de una oración breve mantiene al intelecto en el pensamiento de Dios y dispersa todos los otros pensamientos. Ellos utilizaban diferentes fórmulas, pero es la Oración de Jesús la que se ha impuesto, particularmente entre nosotros, y la que se emplea más generalmente: "Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí pecador".

He aquí, pues, lo que es la Oración de Jesús. Es una de esas numerosas oraciones breves; es vocal, como todas las otras oraciones de ese tipo. Su fin es mantener el intelecto en el simple pensamiento de Dios.

Todos aquéllos que adquirieron el hábito de esta oración y lo utilizan correctamente, mantienen efectivamente el recuerdo incesante de Dios.

Puesto que el recuerdo de Dios en un corazón sinceramente creyente está naturalmente acompañado por un sentimiento de piedad, de esperanza, de acción de gracias, de abandono a la voluntad de Dios, y por otros sentimientos espirituales, la Oración de Jesús, que produce y salvaguarda ese recuerdo de Dios, es llamada oración espiritual. Ella sólo puede llevar legítimamente ese nombre cuando está acompañada por tales sentimientos. Si no, sólo es una oración vocal, como cualquier otra invocación del mismo tipo.

He aquí, pues, lo que se debe pensar de la Oración de Jesús. Veamos ahora lo que significa el calor que acompaña la práctica de esta oración.

Si se desea que el uso de una oración breve favorezca la concentración del intelecto, es necesario velar sobre la atención y hacerla descender en el corazón; pues, durante todo el tiempo que el intelecto permanezca en la cabeza, donde los pensamientos van y vienen, le será imposible consagrarse sobre un objeto único. Pero, cuando la atención desciende en el corazón, atrae allí a todas las potencias del alma y del cuerpo, en un solo hogar. Esta concentración de toda la vida del hombre en un solo lugar tiene como consecuencia inmediata el despertar, en el corazón, de una sensación especial, que es el comienzo del calor que llegará. Esta sensación, ligera al principio, se hace poco a poco más fuerte, más firme, más profunda. En primer lugar, no es más que una tibieza, pero desarrolla poco a poco una sensación de calor que concentra sobre sí toda la atención.

Así pues, mientras que en el curso de las etapas iniciales la atención será mantenida en el corazón por un esfuerzo de voluntad, a la larga esta atención, por su propio vigor, da nacimiento al calor del corazón. Este calor retiene la atención sin que haya necesidad de esforzarse. Ambos se acompañan y se fortifican mutuamente; deben permanecer inseparables, porque la dispersión de la atención pronto hace enfriar ese calor, y ese enfriamiento del corazón debilita la atención.

Una regla de vida espiritual se establece, pues, a partir de allí: "si mantenéis vuestro corazón viviente ante Dios, os acordaréis constantemente de él". Estas palabras pertenecen a San Juan Clímaco.

Una cuestión se plantea ahora: ¿es este calor espiritual? No, no es espiritual. Es un calor físico común. Pero, puesto que mantiene la atención del intelecto en el corazón y, por ese hecho, ayuda al desarrollo de los movimientos espirituales que hemos descrito más arriba, se le llama espiritual, - a condición, sin embargo, de que no se transforme en un placer sensual, incluso ligero, sino que mantenga al alma y al cuerpo en paz -.

Concluyamos, por consiguiente, que cuando el calor que acompaña a la Oración de Jesús no incluye sentimientos espirituales, no debe llamarse espiritual, ya que se trata solamente del calor de la sangre. Nada malo hay, sin embargo, en esta sensación desde el momento que no se acompaña de placer sensual, ni siquiera ligero, pues en ese caso, sería peligroso y se haría necesario suprimirlo.

Las cosas comienzan a andar mal cuando la sensación de calor desciende a las partes del cuerpo colocadas por debajo del corazón, y van peor aun cuando, gozando de ese calor, imaginamos que es todo lo que importa, sin preocuparnos de sentimientos espirituales ni tampoco del recuerdo de Dios; y no tenemos otra preocupación que sentir ese calor.

Este error se encuentra a veces, aunque no en todos ni siempre. Debe ser discernido y corregido, de lo contrario, el calor físico permanecerá solo, y se correrá el riesgo de confundirlo con una impresión espiritual comunicada por la gracia de Dios. El calor no es espiritual más que cuando está acompañado del impulso espiritual de la oración. Todos aquéllos que lo llaman espiritual cuando no contiene ese movimiento íntimo están en un error, y aquéllos que creen deberlo a la gracia, se equivocan en mayor medida.

El calor que viene de la gracia, y está impregnado de ella, es de una naturaleza especial, y es ese sentimiento el que es verdaderamente espiritual. Es diferente del calor de la carne, no pro- duce ningún cambio notable en el cuerpo, sino que se manifiesta por un sentimiento sutil de dulzura. Se puede fácilmente identificarlo y reconocerlo por ese sentimiento particular. Cada uno debe hacerlo por sí mismo; no se necesita a nadie para ello.

El camino más fácil para llegar a la oración continua

Adquirir el hábito de la Oración de Jesús, de tal modo que ella arraigue en nosotros, es el camino más fácil para alcanzar la oración incesante. Hombres de gran experiencia han descubierto, por una iluminación divina, que esta forma de oración es un medio simple, pero muy eficaz, para establecer y sostener toda la vida espiritual y ascética; y en las reglas que escribieron sobre la oración, han dejado instrucciones detalladas sobre ese tema.

Lo que buscamos, mediante todos nuestros esfuerzos y nuestras luchas ascéticas, es la purificación del corazón y la restauración del espíritu. Hay dos caminos para lograrlo: el camino de la actividad, es decir la práctica de obras ascéticas, y el camino contemplativo, que consiste en mantener el intelecto orientado hacia Dios. Por el primer camino, el alma se purifica y recibe así a Dios; por el segundo, Dios, de quien el alma llega a ser cada vez más consciente, quema por sí misma toda impureza y viene a permanecer en el alma así purificada.

Este segundo camino está enteramente resumido en la Oración de Jesús. San Gregorio el Sinaíta ha dicho: "Se conquista a Dios por las obras, o bien por la invocación constante del nombre de Jesús". Agrega que el primer camino es más largo que el segundo, siendo éste último más rápido y eficaz. Es por esta razón que los Santos Padres han colocado en primera fila, entre las diversas formas de ejercicios espirituales, a la Oración de Jesús. Ella ilumina, fortifica y vivifica, ella destruye a los enemigos visibles o invisibles y conduce directamente a Dios. ¡Ved qué poderosa y eficaz es! El nombre del Señor Jesús es el tesoro de todas las cosas buenas, el tesoro de fuerza y de vida en el espíritu.

De allí se deduce que debemos, desde el principio, dar todas las indicaciones sobre la Oración de Jesús a quien se arrepiente o comienza a buscar al Señor. Solamente después iniciaremos al debutante en otras prácticas, pues es necesario, ante todo, que se afirme, que llegue a ser espiritualmente consciente y alcance la paz interior. Muchas personas, que ignoran todo esto pierden su tiempo, no superando las actividades formalistas y exteriores del alma y del cuerpo.

La práctica de la Oración es llamada un "arte", y es un arte en verdad muy simple. Manteniéndonos conscientes y con atención en el corazón, repitamos sin cesar: "¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, ¡pecador!", sin tener en el intelecto ninguna noción sensible, ninguna imagen, creyendo simplemente que el Señor nos ve y nos escucha.

Es importante mantener la atención en el corazón y, mientras lo hacemos, debemos dominar nuestra respiración para que tome el ritmo de las palabras; pero, lo más importante, es creer que Dios está cerca y nos escucha. No debemos pronunciar la oración más que para él solo.

Al principio, y a veces durante largo tiempo, esta oración no es más que una oración como las otras; pero, con el tiempo, pasa al intelecto y, finalmente, se arraiga en el corazón.

Es posible desviarse de este camino; es necesario entonces colocarse bajo la dirección de alguien que conozca todos los aspectos. Los errores surgen, principalmente, porque la atención permanece en la cabeza y no en el corazón. Aquél que mantiene su atención en el corazón está a salvo. Más seguro todavía es el camino de aquél que sin cesar se dirige hacia Dios con contrición y le pide que lo libre de la ilusión.

Un pensamiento único o el solo pensamiento del Único

La corta invocación dirigida a Jesús tiene un fin muy elevado, como es el de profundizar y hacer permanecer el recuerdo de Dios y nuestros sentimientos hacia él. Los llamados que dirigimos a Dios son demasiado fácilmente interrumpidos por la primera impresión que sobreviene; y a pesar de esos llamados, los pensamientos continúan bullendo en la cabeza a la manera de un enjambre de mosquitos. Para hacer cesar ese vagabundaje, hemos de ligar nuestro intelecto a un pensamiento único, o al solo pensamiento del Único. Una oración breve ayuda a realizar eso y a tornar el intelecto simple y unificado; ella desarrolla un sentimiento de amor hacia Dios y lo injerta en el corazón.

Cuando el sentimiento se despierta en nosotros la conciencia del alma se establece en Dios, y el alma comienza a hacer todas las cosas según la voluntad de Dios.

Al mismo tiempo que recitamos la oración, debemos mantener nuestro pensamiento y nuestra atención vuelta hacia Dios; si reducimos nuestra oración sólo a las palabras, seremos como un bronce que suena.

Técnicas y métodos carecen de importancia sólo una cosa es lo esencial

La Oración de Jesús es una oración vocal como todas las otras. No tiene en sí misma nada de particular, todo su poder reside en el espíritu con el cual es dicha.

Las diferencias técnicas descritas por los Padres: sentarse, hacer postraciones (3) y las otras técnicas que se usan recitando esta oración, no convienen a todos; son incluso peligrosas si no se tiene una dirección espiritual. Es mejor no intentar utilizarlas. El único método indispensable para todos es permanecer con la atención en el corazón. Todo lo demás es accesorio y no conduce a lo esencial.

Sobre el fruto de esta oración, se dice que no hay nada más elevado en el mundo. Es falso. ¡La oración de Jesús no es un talismán! Nada en las palabras de la Oración, ni en su recitado, puede, por sí mismo, dar fruto. Todos los frutos pueden obtenerse sin esta oración, e incluso sin ninguna oración vocal, mientras se mantenga simplemente el intelecto y el corazón dirigidos hacia Dios.

La esencia de la oración consiste en permanecer establecido en el recuerdo de Dios y marchar en su presencia. Podéis decir cualquier cosa. "Seguid el método que queráis, recitad la Oración de Jesús, haced inclinaciones y postraciones, id a la iglesia, haced lo que queráis; solamente, recordad constantemente a Dios". Recuerdo haber encontrado en Kiev a un hombre que decía: "No he empleado ningún método, no conocía la Oración de Jesús, sin embargo, por la misericordia de Dios marcho continuamente en su presencia; cómo ha sucedido esto, no lo sé. Dios me ha otorgado ese don".

Es particularmente importante comprender que la oración es siempre un don de Dios: de otro modo se correría el riesgo de confundir el don de la gracia con cualquier otra realización proveniente de nosotros.

Muchos dicen: "Ejercitaos en la Oración de Jesús; ésa es la oración interior". Eso no es exacto. La Oración de Jesús es un buen medio para llegar a la oración interior, pero, en sí misma, no es una oración interior sino una oración exterior. Aquéllos que adquieren el hábito de recitarla hacen bien, pero si se detienen allí y no van más lejos, se detienen a mitad de camino.

Incluso cuando recitamos la Oración de Jesús debemos continuar conservando el pensamiento de Dios; de lo contrario, la oración será sólo un alimento desechado. Es bueno que el nombre de Jesús se ligue a nuestra lengua, pero esto no nos impedirá forzosamente dejar de recordar a Dios, ni tampoco nos preservará de los pensamientos que se le oponen. Todo depende, pues, de la constancia de la mirada dirigida hacia Dios, consciente y libremente, y del esfuerzo realizado para permanecer en ese estado.

Porqué la Oración de Jesús es más eficaz que cualquier otra Oración

La Oración de Jesús es como cualquier otra oración. Si es más poderosa que ninguna otra es, únicamente, en virtud del nombre de Jesús, nuestro Señor y Salvador. Pero es necesario invocar ese nombre con una fe total y sin hesitación, con una certidumbre profunda de la proximidad de Dios, sabiendo que él ve, que él entiende, que él escucha con extrema atención nuestra demanda y que se mantiene listo para responder a ella y acordarnos lo que buscamos. Semejante esperanza no es jamás defraudada. Si lo que pedimos no nos es otorgado inmediatamente, esto puede provenir de que no estamos listos para recibirlo.

Esto no es un talismán

La Oración de Jesús no es un talismán. Su poder proviene de nuestra fe en el Señor, y de una unión profunda de nuestro espíritu y de nuestro corazón con él. Si estamos en esas disposiciones, la invocación del nombre de Jesús será verdaderamente eficaz; pero la simple repetición de las palabras no significa absolutamente nada.

Una repetición mecánica no conduce a nada

No olvidéis, sobre todo, que no debéis limitaros a una repetición mecánica de las palabras de la Oración de Jesús. Esto no os conduciría a nada, salvo al hábito de repetir mecánicamente la oración con la lengua, sin pensar en lo que decís. No hay evidentemente nada de malo en esto, pero no constituye más que el extremo límite exterior de la obra. Lo esencial es permanecer conscientemente en presencia del Señor, con temor, fe y amor.

Oración vocal y oración interior

Se puede recitar la Oración de Jesús con el intelecto en el corazón, sin hacer ningún movimiento con los labios. Esto es mejor que la oración vocal. Emplear la oración vocal como un soporte para la oración interior es a veces necesario para sostener la oración.

Evitad las representaciones imaginativas

No coloquéis ninguna imagen entre el intelecto y el Señor cuando practiquéis la Oración de Jesús. Las palabras pronunciadas no son más que una ayuda, no son lo esencial. Lo principal es permanecer en presencia de Dios con el intelecto en el corazón. Es esto y no las palabras lo que constituye la oración espiritual. Las palabras no son allí nada más ni nada menos de lo que son en las otras oraciones. Lo que importa es marchar ante Dios, es decir vivir, siempre, plenamente consciente de que Dios está en vosotros, como en todas las cosas, teniendo la constante certidumbre de que Dios ve todo lo que está en vosotros y que os conoce mejor de lo que os conocéis vosotros mismos. Esta certidumbre de que Dios mira vuestro interior no debe estar acompañada de ninguna imagen visual, no ser más que una simple convicción o un sentimiento. El que se encuentra en una habitación calentada siente el calor que lo envuelve y lo penetra. La presencia envolvente y penetrante de Dios debe producir el mismo efecto sobre nuestra naturaleza espiritual.

Las palabras "Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí", sólo son el instrumento y no la esencia de la oración; pero son un instrumento muy poderoso y eficaz, pues el nombre de nuestro Señor Jesucristo es temible para los enemigos de nuestra salvación y una bendición para todos aquéllos que lo buscan. No olvidemos que esta práctica es simple y que no admite ninguna construcción imaginativa. En todas las circunstancias, implorad a Dios, nuestro muy puro Soberano, y a vuestro ángel guardián, y ellos os enseñarán todas las cosas, sea por sí mismos, sea por otros.

Rechazad toda imagen

Me preguntáis respecto de la oración. He visto en los escritos de los Santos Padres que, cuando se ora, se debe rechazar toda imagen. Es lo que yo también me esfuerzo por hacer, obligándome a recordar que Dios está en todas partes y, por consiguiente, está aquí, donde están mis pensamientos y mis sentimientos. Yo no puedo liberarme enteramente de toda imagen, pero ellas se evaporan gradualmente. Un tiempo llegará en que habrán desaparecido completamente.

El rosario, o bien el ritmo respiratorio

Existe una técnica sugerida por los antiguos Padres, que consiste en utilizar la respiración, en lugar del rosario, para ritmar la oración.

Técnicas respiratorias: ilusión y lujuria

Practicar la Oración de Jesús como intentamos hacerlo todos es una cosa excelente. En los monasterios, ella es una de las tareas del monje. ¿Se habría constituido en un deber para los monjes si ella presentara algún peligro? Lo único peligroso en la Oración de Jesús son las técnicas mecánicas que le fueron agregadas tardíamente (4). Ellas son peligrosas, porque pueden hundirnos en un mundo de sueño y de ilusión, e incluso a veces, por extraño que parezca, en un estado constante de lujuria. Es por esta razón que nos oponemos a tales técnicas y las prohibimos. Por el contrario, apelar al muy dulce nombre del Señor en toda simplicidad de corazón, puede ser aconsejado y recomendado a todo el mundo.

El lugar de las técnicas respiratorias

En el tratado de Simeón el Nuevo Teólogo sobre las tres formas de la oración, en las obras de Nicéforo el monje (5), o en las Centurias de Caliste e Ignacio Xanthopoulos, todas contenidas en la Filocalia, el lector encontrará instrucciones res pecto de la técnica por la cual el intelecto puede ser introducido en el corazón con ayuda de la respiración. En otros términos, se trata allí de un método mecánico, que se cree nos permite realizar la oración interior. Esa enseñanza de los Padres ha planteado y continúa planteando algunos problemas a sus lectores, aunque no haya allí nada difícil.

Nosotros aconsejamos a nuestros bien amados hermanos no intentar practicar ese método, a menos que él se establezca por sí mismo en ellos. Muchos de aquéllos que han querido hacerlo han dañado sus pulmones y no han conseguido nada. Lo esencial es que el intelecto esté unido al corazón en la oración, y esto se logra por la gracia divina, en el tiempo determinado por Dios. Los métodos mecánicos descritos en esas obras son perfectamente reemplazados por una lenta repetición de la oración, con una breve pausa después de cada invocación, una respiración calma y lenta, y el hecho de mantener el intelecto encerrado en las palabras de la oración. Con ayuda de estos medios es fácil progresar en la atención. Con el tiempo, el corazón comienza a vivir "en simpatía" con el intelecto que ora. Poco a poco esta simpatía se cambia en unión del intelecto con el corazón; y entonces las técnicas mecánicas sugeridas por los Padres aparecen por sí mismas. Todos los métodos de carácter técnico sólo son propuestos por los Padres como una ayuda para llegar más rápido y más fácilmente a la atención durante la oración y no como algo esencial. El elemento esencial, indispensable, en la oración, es la atención. Sin atención, no hay oración. La verdadera atención, fruto de la gracia, no llega más que cuando nuestro corazón está realmente muerto para el mundo. Los medios para lograrlo no son más que medios. La unión del intelecto con el corazón es una unión entre los pensamientos espirituales de la inteligencia y los sentimientos espirituales del corazón.

Todavía más sobre el rol de las técnicas respiratorias

San Simeón (6), y otros autores de la Filocalia describen métodos físicos destinados a ser utilizados conjuntamente con la Oración de Jesús. Ciertas personas están tan absortas por esos métodos exteriores que olvidan la oración en misma; en otras, la oración es desnaturalizada por esas prácticas. Así, esas técnicas aplicadas sin control de un maestro espiritual pueden presentar peligros. No las describiremos, pues no son más que una ayuda exterior para la realización de la obra interior, sin ser, en absoluto, esenciales. Lo que es esencial es adquirir el hábito de mantenerse con el intelecto en el corazón y permanecer en interior de nuestro corazón físico, aunque no físicamente.

Es necesario hacer descender el intelecto, de la cabeza al corazón, y establecerlo allí; o, según la expresión de un Padre, unir el intelecto al corazón. Pero ¿cómo lograrlo?

Buscad y encontraréis. El medio más seguro es marchar en presencia de Dios, dedicarse a la oración y, sobre todo, frecuentar la Iglesia.

Recordemos, sin embargo, que el esfuerzo es la única cosa que nos pertenece; el objeto mismo, es decir, la unión del intelecto y del corazón, es un don de la gracia que el Señor acuerda cuando y como quiere. El mejor ejemplo de esto es Máximo de Kapsokalyvia (7).

Hijos que hablan a su padre

No os dejéis arrastrar por métodos exteriores mientras practicáis la Oración de Jesús. Ellos pueden ser necesarios para algunos, no lo son para vosotros. Para vosotros el tiempo de esos métodos ha pasado. Debéis ya conocer, por experiencia, el lugar del corazón del que ellos hablan, no os preocupéis por lo demás. La obra de Dios es simple: es la oración, es decir, hijos que hablan a su Padre, sin ninguna sutileza. Que Dios os otorgue la sabiduría para vuestra salvación.

Para aquél que todavía no ha encontrado cómo entrar en sí mismo, los peregrinajes hacia los lugares santos constituyen una ayuda. Pero para aquél que conoce el camino de la oración interior, ellos sólo son ocasiones de disipación, pues obligan a la energía a salir de ese lugar íntimo donde ella se dedica a buscar a Dios. Es tiempo para vosotros, ahora, de aprender a permanecer más perfectamente en vosotros mismos. Abandonad todos vuestros proyectos exteriores.

El progreso en la oración no tiene fin

¿Habéis leído la Filocalia? Bien. No os dejéis inducir en error por los escritos de Ignacio y Calisto Xantopoulos, de Gregorio el Sínaíta o de Nicéforo. Tratad de encontrar alguien que os preste la "Vida del starets Paisij Velichkovsky". Contiene prefacios escritos por el starets Basilio para ciertos textos de la Filocalia, y dichos prefacios dan explicaciones sobre el papel de las técnicas mecánicas que acompañan la recitación de la Oración de Jesús. Os ayudarán, también a vosotros, a comprenderlo todo correctamente. Ya os he dicho que, en vuestro caso, esas técnicas no son necesarias. Ya poseéis, desde el momento en que habéis escuchado el llamado a practicar la Oración, lo que ellas deberían producir en vosotros. No saquéis en conclusión que ya habéis llegado a destino en el camino de la oración. El progreso en la oración no tiene fin. Cuando ese progreso se detiene es porque la vida se ha cortado. Que el Señor os salve y tenga piedad de vosotros, pues se puede perder la oración y contentarse con su recuerdo, tomándolo por la oración misma. ¡Dios no quiera que eso suceda jamás!

Sufrís el vagabundaje de vuestros pensamientos. Tened cuidado, pues eso es muy peligroso. El enemigo busca conduciros hacia una trampa, a fin de mataros. Los pensamientos aparecen cuando el temor de Dios disminuye y el corazón se enfría. Ese enfriamiento es debido a diversas causas, en particular, a la suficiencia y al orgullo. Esto pertenece a vuestra naturaleza. Velad pues, y apresuraos a reencontrar el temor de Dios y el sentimiento de calor en vuestra alma.

Lectura espiritual.

Cómo hacernos un plan de lecturas

En lo que concierne a la lectura, debemos conservar en el espíritu el fin principal de nuestra vida y elegir conforme a él. De allí resultará algo ordenado, coherente y, por consiguiente, eficaz. Esa solidez en el conocimiento y la convicción fortificará también nuestro carácter en su totalidad.

Lo que cuenta no son las palabras, sino nuestro amor por Dios

Si vuestro corazón toma calor con la lectura de las oraciones ordinarias y ellas os abrasan de amor por Dios, entonces manteneos en ellas.

La Oración de Jesús carece de valor si se dice mecánicamente. No es más útil, entonces, que cualquier otra oración recitada por la lengua y los labios. Recitando la Oración de Jesús, intentad daros cuenta, al mismo tiempo, de que nuestro Señor está próximo, que él permanece en vuestra alma y sabe todo lo que pasa en vosotros. Despertad en vosotros la sed de vuestra salvación y la certidumbre de que sólo nuestro Señor puede otorgárosla. Entonces, recurrid a aquél a quien veis ante vosotros en pensamiento y decidle: "Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí", o bien: "Oh misericordioso Señor, sálvame por el medio que conoces". No son las palabras lo que cuenta, sino vuestros sentimientos hacia el Señor.

La llama espiritual que hace arder nuestro corazón por Dios nace del amor que sentimos hacia él. Como él es enteramente Amor, cuando toca el corazón, lo enciende e inmediatamente el corazón se abrasa de amor por él. Es esto lo que debéis buscar.

Que la Oración de Jesús esté sobre vuestra lengua, que Dios esté presente en vuestro intelecto, y que en vuestro corazón esté la sed de Dios, de la comunión con el Señor. Cuando todo esto haya llegado a ser permanente, el Señor, viendo vuestros esfuerzos, os acordará lo que le pedís.

La chispa de Dios

¿Qué deseamos y buscamos mediante la Oración de Jesús? Deseamos que el fuego de la gracia se encienda en nuestro corazón, y buscamos el comienzo de la oración incesante que pone de manifiesto el estado de gracia. Cuando la chispa divina cae en el corazón, la Oración de Jesús sopla sobre ella y hace brotar la llama. La oración no produce por sí misma la chispa, sino que nos ayuda a recibirla; ¿cómo lo hace? Recogiendo nuestros pensamientos y volviendo nuestra alma capaz de permanecer ante el Señor y de marchar en su presencia. Eso es lo más

Importante: permanecer y marchar ante Dios, llamarlo desde el fondo del corazón. Es lo que hacía Máximo de Kapsokalyvia, y todos los que buscan el fuego de la gracia deben hacer lo mismo. No deben preocuparse de palabras ni de actitudes corporales, pues Dios ve el corazón.

Os digo esto porque demasiadas personas olvidan que la oración debe brotar del corazón. Todas sus preocupaciones se dirigen a las palabras y a las posturas del cuerpo, y cuando han recitado la Oración de Jesús un cierto número de veces en su postura preferida, o con postraciones, se muestran satisfechos y contentos de sí mismos, y están inclinados a criticar a aquéllos que van a la iglesia para participar, allí, en la oración común. Algunos pasan así toda su vida, y están vacíos de la gracia.

Si alguien pregunta cómo llevar a buen término la obra de la oración, le respondería: "Tomad el hábito de marchar en presencia de Dios, recordadlo y permaneced en adoración. Para mantener ese recuerdo, elegid algunas oraciones breves de San Juan Crisóstomo

(8) y repetidlas a menudo con los sentimientos y los pensamientos que corresponden. Mientras os acostumbráis a esto, el recuerdo de Dios iluminará vuestro espíritu y dará calor a vuestro corazón; y cuando hayáis alcanzado ese estado la chispa de Dios, el rayo de la gracia terminará por llegar a vuestro corazón. No existe medio por el que vosotros mismos impulséis la oración, eso sólo puede venir directamente de Dios. Cuando la chispa haya llegado, dedicaos solo a la Oración de Jesús y, por su intermedio, convertid esa chispa en una llama. Es el camino más directo.

Una pequeña chispa

Cuando vosotros notéis que alguien comienza a entrar más profundamente en la oración, podréis sugerirle hacer sin cesar uso de la Oración de Jesús y conservar siempre el recuerdo de Dios con temor y respeto. Lo que debemos buscar, principalmente, en la oración, es la recepción de una pequeña chispa, como la que fue otorgada a Máximo de Kapsokalyvia. Esa chispa no puede adquirirse por ningún artificio, sino que es otorgada libremente por la gracia de Dios. Para ello, es necesario un esfuerzo incansable en la oración; como dice San Macario: "Si queréis obtener la verdadera oración, continuad orando con constancia, y Dios, viendo con qué ardor la buscáis, os la dará".

Un hilo de agua que murmura

Me preguntáis qué es necesario cuando se reza la Oración de Jesús. Lo que habéis hecho está bien. Recordad cómo fue y continuad en el mismo camino. Solo os recuerdo una cosa: se debe descender con el intelecto en el corazón, y allí permanecer ante la faz del Señor omnipresente, que todo lo ve, que permanece en vosotros. La obra de la oración llega a ser firme e inquebrantable cuando un pequeño fuego comienza a arder en el corazón.

No dejéis extinguir ese fuego, y él se establecerá en vosotros de tal modo que la oración se repetirá por sí misma; habrá entonces, en vosotros, como el murmullo de un pequeño arroyo, para emplear la expresión del starets Parteno de la Laura de Kiev (9). Uno de los primeros Padres decía: "Cuando los ladrones se acercan a una casa para deslizarse en ella y apoderarse de lo que se encuentra allí, y oyen a alguien hablar en el interior, no se atreven a entrar. Igualmente, cuando nuestros enemigos intentan penetrar en el alma y tomar posesión de ella, ellos rondan alrededor, pero no se atreven a entrar cuando escuchan sonar esta pequeña oración".

Los esfuerzos del hombre y la gracia de Dios

La Oración de Jesús contiene pocas palabras, pero esas palabras lo contienen todo. Desde los tiempos antiguos se ha reconocido que esta Oración, cuando se ha convertido en un hábito, podía reemplazar toda otra oración vocal. Aquéllos que buscan la salvación no deben ignorar este Método. Si es utilizado de la manera descrita por los santos Padres, esta oración tiene un gran poder; pero entre aquéllos que adquirieron el hábito de recitarla, no todos alcanzan a descubrir ese poder, no todos alcanzan su fruto. ¿Por qué? Porque quieren adquirir por sí mismos lo que es un don gratuito de Dios y solo puede venir de la gracia.

No tenemos necesidad de ninguna ayuda particular de Dios para comenzar la obra que consiste en recitar esta oración por la mañana, por la tarde, sentados, caminando, acostados, trabajando, descansando. Actuando siempre de esa manera, podemos habituar nuestra lengua a repetir la oración, incluso sin esfuerzo consciente. Una cierta tranquilidad de espíritu puede nacer de este hábito y también una especie de calor en el corazón. "Pero todo esto no es más que la acción y el fruto de nuestros propios esfuerzos" dice el monje Nicéforo, en la Filocalia.

Detenerse allí, satisfecho de la facilidad con que se repite, como un loro, las palabras "Señor, ten piedad", es imaginar que se ha llegado a algo, cuando en realidad no se ha llegado a nada. Es lo que sucede cuando se adquiere el hábito de repetir esta oración maquinalmente, sin comprender lo que ella es realmente. El resultado es que uno se contenta con esos efectos naturales que la oración produce en los debutantes, sin ir más lejos. Pero aquél que ha comprendido verdaderamente la naturaleza de la oración continúa buscando; se da cuenta de que, cualquiera sea la diligencia en seguir las indicaciones de los antiguos, la verdadera recompensa de la oración se le escapará siempre; cesará entonces de esperarla de su esfuerzo personal y pondrá toda su esperanza en Dios. Desde entonces, la gracia puede actuar en él y, en un cierto momento, conocido sólo por ella, implantará la oración en su corazón. Todo, tal como lo enseñan los antiguos, permanecerá exteriormente igual, la diferencia se hallará en la fuerza interior.

Lo que es verdad de esta oración, lo es igualmente de toda otra forma de progreso espiritual. Un hombre de temperamento violento puede ser sorprendido por el deseo de superar su irritabilidad y adquirir la dulzura. Se encuentra en los libros que tratan de la ascesis instrucciones precisas sobre los medios de llevar a cabo esta transformación mediante una seria autodisciplina. Este hombre puede leer esas instrucciones y seguirlas, ¿pero, hasta dónde llegará por sus propias fuerzas? No más allá de un silencio exterior durante sus accesos de cólera. Jamás llegará, por sí mismo, a extinguir completamente la cólera ni a establecer la dulzura en su corazón. Eso solo se puede hacer cuando la gracia invade el corazón y lo colma de dulzura.

Esto es verdad para toda cualidad espiritual. Lo que buscáis buscadlo con todas vuestras fuerzas, pero no esperéis que vuestra búsqueda y vuestros esfuerzos alcancen el fruto por ellos mismos. Poned vuestra confianza en el Señor, no atribuyéndoos nada a vosotros mismos, y él cumplirá el deseo de vuestro corazón (Salmo 36, 3-4).

Orad así: "Lo que deseo y busco, es que me vivifiques mediante tu justicia". El Señor ha dicho: "Sin mí, nada podéis hacer" (Juan 15, 5) y esta ley se cumple exactamente en la vida espiritual. Si alguien os pregunta: - "¿Qué debo hacer para adquirir tal o cual virtud? ", sólo podéis dar esta respuesta: "Volveos hacia el Señor y él os lo acordará. No hay otro medio de encontrar lo que buscáis".

Una fuente que murmura en el corazón

Mientras os acostumbráis a orar como es debido, con oraciones escritas por otros, vuestras propias oraciones y llamados a Dios comenzarán a sonar en vosotros. No desdeñéis jamás esas aspiraciones hacia Dios que, por sí mismas, nacen en vuestra alma. Cada vez que se levanten en vosotros, haced silencio y orad con vuestras propias palabras; no creáis que haciendo así perjudicáis a la oración en sí misma. No, es precisamente entonces cuando oráis como es debido, y esta oración se eleva hacia Dios más rápidamente que cualquier otra. Por eso hay una regla que vale por todas: "Ya estéis en la iglesia o en casa si sentís que vuestra alma desea orar a su manera y no con las palabras de los otros, dejadle toda libertad..."

Estas dos formas de oración son agradables a Dios: la oración sacada de un libro, recitada con atención y acompañada por los sentimientos correspondientes, y la oración sin libro, que brota por nuestra inspiración personal. La única oración que desagrada a Dios es la que consiste en leer fórmulas, en casa o en los servicios en la Iglesia, sin poner atención al sentido de las palabras. La lengua pronuncia, o el oído escucha, mientras los pensamientos vagabundean Dios sabe dónde. No hay allí oración interior. Pero, si bien esas dos formas de oración son agradables a Dios, la oración que viene de vosotros, que no está sacada de un libro, está más cerca de lo esencial y es más fructuosa.

No basta, sin embargo, esperar que nazca el deseo de la oración. Para llegar a la oración espontánea, debemos obligarnos a orar de una cierta manera, con la Oración de Jesús, no solamente durante los servicios litúrgicos o en el tiempo reservado a la oración en la casa, sino en todo tiempo. Hombres experimentados han elegido esta sola oración, dirigida a nuestro Señor y Salvador, y han establecido reglas para su recitado, de manera que, gracias a ello,


adquiramos el hábito de una oración personal y espontánea. Esas reglas son simples. Manteneos, con la inteligencia encerrada en el corazón, ante el Señor y oradle: "Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí" Haced así en vuestra casa antes de comenzar a orar, en los intervalos entre las oraciones y al final de la oración; haced lo mismo en la iglesia, y a lo largo de todo el día, de manera de llenar así cada instante con la oración.

Al comienzo, esta oración salvadora es habitualmente objeto de un esfuerzo penoso y de un rudo trabajo. Pero si uno se dedica a ella con celo, brotará por sí misma, como una fuente que murmura en el fondo del corazón. Hay allí un bien muy grande, que vale la pena que uno se esfuerce por obtener.

Aquéllos que, después de un largo esfuerzo han tenido éxito en este camino, aconsejan un ejercicio fácil que nos permitirá llegar rápidamente al fin. Antes o después de vuestra oración cotidiana, a la tarde, la mañana o durante la jornada, consagrad un tiempo fijado a la recitación de esta sola oración. Haced esto: Sentaos, o mejor, permaneced de pie en actitud de oración, concentrad vuestra atención en el corazón con la certidumbre absoluta de que el Señor está allí y os escucha, y gritad hacia él: "¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ¡ten piedad de mí!" Si queréis, haced de vez en cuando inclinaciones del busto o postraciones. Hacedlo durante un cuarto o una media hora, según lo que os convenga. Cuanto más ardientes sean vuestros esfuerzos, más rápidamente la oración se instalará en vuestro corazón. Es mejor comenzar con ardor y no deteneros antes de haber alcanzado lo que se deseaba, es decir, que la oración haya comenzado a moverse por sí misma en el corazón. Después, sólo hay que conservarla.

El calor del corazón y la luz del espíritu, de lo que acabamos de hablar, se adquieren exactamente de la misma manera. Cuanto más la Oración de Jesús penetra en el corazón, en mayor medida éste entra en calor y más espontánea llega a ser la oración; de ese modo, el fuego de la vida espiritual es encendido en el corazón y no cesa de arder. Al mismo tiempo, la Oración de Jesús llena todo el corazón y no cesa de moverse en él. Es por esto por lo que, aquéllos en quienes ha nacido la perfecta vida espiritual, oran casi exclusivamente con esta sola oración, que viene a reemplazar en ellos toda regla de oración.

Conservar siempre una gran humildad

Sobre la necesidad de tener un guía espiritual

Esta oración es llamada Oración de Jesús porque ella se dirige al Señor Jesús y como cualquier otra invocación de ese tipo, es verbal en cuanto a su forma exterior. Llega a ser una oración interior, y merece ese nombre, cuando se ofrece, no solamente por la boca, sino con el intelecto y el corazón, con sentimiento y atención a su contenido, y cuando, por una larga práctica se ha llegado a unir los movimientos del espíritu hasta tal punto que sólo permanecen estos últimos, mientras las palabras comienzan a desvanecerse. Toda oración breve puede alcanzar ese nivel. Se acuerda preferencia a la Oración de Jesús porque ella une el alma al Señor Jesús; y él es la única puerta hacia la comunión con Dios, que es el fin de toda oración. Jesús mismo ha dicho: "Nadie llega al Padre, si no es a través mío" (Juan 14, 6). Quien ha llegado a esta oración adquiere todas las riquezas de la divina Economía de la Encarnación, en la cual se encuentra nuestra salvación.

Sabiendo esto, no debéis sorprenderos de que aquéllos que desean vivamente la salvación no ahorren ningún esfuerzo por adquirir el hábito de esta oración haciendo suya su fuerza. Seguid su ejemplo.

El hábito de la Oración de Jesús se ha adquirido exteriormente cuando las palabras comienzan a venir, por sí mismas, constantemente a los labios. Se ha adquirido interiormente cuando la atención del intelecto en el corazón ha llegado, también, a ser permanente, cuando el ser todo entero permanece en presencia de Dios, cuando se experimenta una sensación de calor (cuyo grado puede variar) en el corazón, cuando se rechaza todo otro pensamiento y, sobre todo, cuando se está ligado, con un corazón humilde y contrito, a nuestro Señor y Salvador. Ese estado espiritual se adquiere por una repetición tan frecuente como sea posible de la Oración, encontrándose la atención firmemente establecida en el corazón.

Perseverando en esta atención continua se llega a unificar el intelecto, de tal modo que permanece todo entero ante el Señor. Cuando ese orden se establece en nosotros, aparece acompañado de una impresión de calor en el corazón que arroja todos los pensamientos, los comunes e inofensivos tanto como los apasionados. Cuando la llama del deseo de Dios comienza a arder sin interrupción en el corazón se experimenta un sentimiento de paz interior en el alma, mientras que el intelecto se acerca a Dios con humildad y contrición.

Nuestros esfuerzos personales, sostenidos por la gracia de Dios, no pueden ir más lejos. Toda oración más alta que ésta es un don de la gracia. Los santos Padres han establecido, para aquéllos que alcanzaron el estado que acabo de describir, que desechen la idea de que ya no deben esperar nada más, y que no se imaginen que han llegado a la cumbre de la oración o de la perfección espiritual.

No precipitéis las invocaciones, recitadlas más bien, de una manera calma y regular, como si os dirigierais a un gran personaje del que queréis obtener un favor. No os contentéis con poner atención en las palabras, sino cuidad que el intelecto esté en el corazón, y permaneced ante el Señor en plena conciencia de su presencia, de su grandeza, de su misericordia y de su justicia.

Para evitar los errores, tomad consejo de alguien experimentado, un Padre espiritual o un confesor, un hermano que tenga las mismas disposiciones y tenedlo al corriente de todo lo que suceda en vuestra vida de oración. En cuanto a vosotros, actuad siempre con una gran humildad, y una perfecta simplicidad, sin atribuiros ningún triunfo. Sabed que el verdadero triunfo es totalmente interior, inconsciente, y se produce tan imperceptiblemente como el crecimiento del cuerpo humano. Si escucháis, pues, una voz interior deciros: "¡Allí está!", comprended que es la voz del enemigo, que os muestra un espejismo y no la realidad. Es el comienzo de una ilusión. Haced callar esa voz inmediatamente, de lo contrario resonará en vosotros como una trompeta, inflándoos de vanagloria.

No hay progreso sin sufrimiento

Es necesario comprender que el signo auténtico del esfuerzo espiritual y el precio del éxito es el sufrimiento. El que adelante sin sufrir no llevará fruto. La pena del corazón y el esfuerzo del cuerpo sacan a la luz el don del Espíritu Santo, acordado a cada creyente en el momento del santo bautismo, enterrado bajo las pasiones en razón de nuestra negligencia para cumplir los mandamientos, devuelto a la vida por el arrepentimiento, gracias a la misericordia infinita de Dios. No ceséis de hacer esfuerzos asiduos, - aunque estén acompañados de sufrimiento -, por temor a ser condenado por vuestra esterilidad y escuchar estas palabras: "Quitadle su talento" (Mateo, 25, 28).

Toda lucha, ya sea física o espiritual, que no esté acompañada de sufrimiento, que no requiera el mayor esfuerzo, permanecerá infructífera. "El Reino de los Cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan" (Mateo, 11, 12).

Muchas personas han trabajado y trabajan todavía sin esfuerzo, pero, a falta de esfuerzo, no conocen la pureza y no están en comunión con el Espíritu Santo, pues se han separado de la austeridad del sufrimiento. Aquéllos que trabajan mediocremente y con negligencia, pueden aparentar grandes esfuerzos, pero no recogerán fruto pues no han asumido el sufrimiento. Según la palabra del profeta, a menos que nuestros riñones se hayan quebrado extenuados por el trabajo de los ayunos, que pasemos por una agonía de contrición, que suframos como una mujer en el parto, no llegaremos a hacer germinar el espíritu de salvación, a dar la salvación a la tierra de nuestro corazón (cf. Is. 26, 18).

                           D. EL RECUERDO DE DIOS                                                                    

En el corazón y en la cabeza                

Cuando el recuerdo de Dios vive en el corazón y mantiene allí el temor de Dios, entonces todo va bien; pero cuando ese recuerdo se debilita, o no subsiste más que en la cabeza, entonces todo va a la deriva.

Manteneos en paz y silencio

A menudo os hablé, mi querida hermana, del recuerdo de Dios, y os lo repito todavía una vez: si no trabajáis con todas vuestras fuerzas para imprimir en vuestro corazón y en vuestro pensamiento ese nombre temible, vuestro callar es vano, vana vuestra salmodia, inútiles vuestro ayuno y vuestras vigilias. En una palabra, toda la vida de una monja es inútil sin el recogimiento en Dios, que es el comienzo del silencio mantenido por amor a Dios y es también el fin. Ese nombre muy deseable es el alma de la quietud y del silencio. Su recuerdo nos da alegría y felicidad, por él obtenemos el perdón de nuestros pecados y la abundancia de virtudes. Sólo se puede encontrar ese nombre muy glorioso en el silencio y la calma No se puede llegar a él de ninguna otra manera, ni siquiera mediante un gran sufrimiento. Es por ello que, conociendo el poder de este consejo, yo os pido insistentemente, por el amor de Dios, que estéis siempre en paz y silencio, pues esas virtudes alimentan en nosotros el recuerdo de Dios.

Una conversación secreta con el Señor

En todas partes, y siempre, Dios está con nosotros, cerca de nosotros y en nosotros. Pero nosotros no estamos siempre con él, puesto que lo olvidamos; y porque lo olvidamos nos permitimos muchas cosas que no haríamos bajo su mirada. Tomad esto a pecho, haced un hábito de vivir en ese recogimiento.

Que vuestra regla sea estar siempre con el Señor, manteniendo el intelecto en el corazón, sin dejar vagabundear vuestros pensamientos; volved a traerlos cuantas veces se extravíen, mantenedlos encerrados en el secreto de vuestro corazón, y haced vuestras delicias de esta conversación con el Señor.

Llegad a ser verdaderamente hombre

Cuanto más firmemente estéis establecidos en el recogimiento en Dios, manteniéndoos siempre ante él en vuestro corazón, más vuestros pensamientos se calmarán y menos intentarán vagabundear. El orden interior  y  el progreso en la oración van a la par.

De esta manera, el espíritu es restaurado en sus justos privilegios. Cuando es así restablecido, comienza una transformación activa y vital del alma, del cuerpo y de las relaciones exteriores hasta que todo esté, finalmente, completamente purificado. Entonces se llega a ser verdaderamente un hombre.

Una entrada rápida al Paraíso

Cuando os establecéis en el hombre interior por el recuerdo de Dios, Cristo Señor llega a vosotros y hace allí su morada. Las dos cosas van a la par.

He aquí un signo en el que reconoceréis que esta obra radiante ha comenzado en vosotros: sentiréis un cierto sentimiento de amor cálido hacia el Señor. Si hacéis todo lo que os ha sido indicado, ese sentimiento aparecerá cada vez más a menudo y, a su tiempo, llegará a ser continuo. Ese sentimiento es dulce y beatífico y, desde su primera manifestación, nos incita a desearlo y buscarlo, por temor a que abandone el corazón, pues en él se encuentra el Paraíso.

¿Queréis entrar lo más rápido posible en ese Paraíso? Entonces, he aquí lo que debéis hacer. Cuando oréis, no terminéis vuestra oración sin haber despertado en vosotros un sentimiento hacia Dios: adoración, devoción, acción de gracias, alabanzas, humildad y contrición, esperanza y confianza. Cuando, después de la oración, os pongáis a leer, no terminéis vuestra lectura sin haber sentido en vuestro corazón la verdad de lo que habéis leído. Esos dos sentimientos, uno inspirado por la oración, el otro por la lectura, se darán calor mutuamente; y si veláis sobre vosotros mismos, os mantendrán bajo su influencia durante toda la jornada.

Aplicaos en practicar con exactitud este doble método, y veréis lo que resultará.

El recuerdo incesante de Dios es un don de la gracia

El recuerdo de Dios es algo que Dios mismo injerta en el alma. Pero el alma debe también obligarse a perseverar. Penad, haced todo lo que podáis para llegar al recuerdo incesante de Dios. Y Dios, viendo el fervor de vuestro deseo, os dará esa memoria constante.

Postraciones frecuentes

Desde el levantarse al acostarse, marchad en el recuerdo de la omnipresencia de Dios, teniendo siempre en el espíritu que el Señor os ve y pesa cada movimiento de vuestros pensamientos y de vuestro corazón. Con ese fin, orad continuamente con la Oración de Jesús y, aproximándoos frecuentemente a los iconos, inclinaos o prosternaos, según la tendencia o la demanda de vuestro corazón. Así, toda vuestra jornada estará jalonada por esas postraciones y transcurrirá en el recuerdo incesante de Dios y la recitación de la Oración de Jesús, cualquiera sea vuestra ocupación.

El pensamiento de Dios y la Oración de Jesús

Es posible reemplazar el pensamiento de Dios por la Oración de Jesús, pero ¿dónde está la necesidad, puesto que se trata de una sola y misma cosa? El pensamiento de Dios es mantener en el espíritu, sin ningún concepto deliberadamente impuesto, alguna verdad, como la Encarnación, la muerte en la cruz, la Resurrección, la omnipresencia de Dios, etc.

La proximidad de Dios y su presencia en el corazón

"Buscad y encontraréis". Pero ¿qué es necesario buscar? Una comunión consciente y viva con el Señor. Esto es dado por la gracia de Dios, pero es esencial también que trabajemos en ello, que vayamos a su encuentro. ¿Cómo? Manteniendo el recuerdo de Dios, que es cercano al corazón, que está incluso presente en él. Para llegar a ese recuerdo es oportuno habituarse a repetir constantemente la Oración de Jesús: "Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador", sosteniendo en el espíritu el pensamiento de la proximidad de Dios, de su presencia en el corazón. Pero es necesario comprender también que, en sí misma, la Oración de Jesús no es más que una oración vocal exterior, la oración interior es permanecer ante Dios, gritando hacia él sin palabras.

Por ese medio, el recuerdo de Dios se establecerá en el intelecto y la presencia de Dios brillará en vuestra alma como el sol. Si exponéis al sol algún objeto frío, se calienta; del mismo modo, vuestra alma será calentada por el recuerdo de Dios, que es el sol espiritual. Veréis lo que sucederá luego.

La primera cosa para hacer es adquirir el hábito de repetir sin cesar la Oración de Jesús. Comenzad y luego repetidla sin cesar, pero mantened siempre ante los ojos el pensamiento de nuestro Señor. Todo está allí.

Abandonaos al Señor

Vuestra única preocupación debe ser adquirir el hábito de fijar vuestra atención sobre el Señor, que está presente en todas partes y todo lo ve, que desea nuestra salvación y está listo para ayudarnos.

Este hábito os impedirá entristeceros, ya sea vuestra pena interior o exterior; pues ella colma al alma de un sentimiento de felicidad perfecta, que no deja lugar a ningún sentimiento de falta o necesidad. Ella hace que nos pongamos nosotros mismos, y todo lo que poseemos, con confianza, en las manos del Señor, y hace nacer en nosotros la certidumbre de su protección y su asistencia continuas.

Los peligros del olvido

Orar no significa solamente pronunciarla oración. Conservar el espíritu y el corazón dirigidos hacia Dios, y centrados en él, es ya una oración, cualquiera sea la posición que uno adopte. Practicar una regla de oración es una cosa, el estado de oración es otra diferente. El medio de llegar a él es adquirir el hábito del recuerdo constante de Dios, de la muerte y del juicio que le seguirá. Habituaos a esto y todo irá bien. Cada paso que deis estará interiormente consagrado a Dios. Debéis conduciros según sus mandamientos, entonces sabréis qué son los mandamientos. Es posible aplicar esos mandamientos a cada acontecimiento, consagrando interiormente todas vuestras actividades a Dios; así vuestra vida le estará dedicada. ¿Se necesita algo más? Nada. Ya veis qué simple es.

¿Tenéis preocupación por vuestra salvación? Cuando tenéis ese celo, el Señor se manifiesta por una preocupación ferviente por ella. Es necesario, absolutamente, evitar la tibieza. La tibieza comienza por el olvido. Se olvidan primero los dones de Dios, luego Dios mismo y el recuerdo de la muerte; en una palabra, todo el dominio espiritual se cierra para nosotros. Esto proviene del enemigo, y es la dispersión de los pensamientos causada por las preocupaciones profesionales o los contactos sociales demasiado numerosos. Cuando todo se ha olvidado, el corazón se enfría y pierde su sensibilidad hacia las cosas espirituales, caemos en un estado de indiferencia, de negligencia y despreocupación. Como consecuencia de ello las ocupaciones espirituales son dejadas para más tarde, luego enteramente abandonadas. Luego, comenzamos a vivir nuestra manera, en la despreocupación y la negligencia, en el olvido de Dios, no buscando más que nuestra satisfacción personal. Incluso si no vivimos nada verdaderamente desordenado, no buscamos tampoco nada divino.

Si no queréis caer en ese precipicio, poned atención en el primer paso, es decir en el olvido. Permaneced, pues, constantemente en el recogimiento en Dios, en el recuerdo de Dios y de las cosas divinas. Así conservaréis vuestra sensibilidad para esas cosas y, juntos, recuerdo y sensibilidad os inflamarán de celo. Y allí estará verdaderamente la vida.

NOTAS

 

1— "Meditación secreta" (en ruso, tainos poychénié). El término poychenié significa literalmente "práctica", "ejercicio" o "estudio". En un contexto ascético o espiritual, este término comprende a la vez la idea de meditación y de oración. Según el obispo Ignacio, bajo el nombre de meditación, los Santos Padres entienden cualquier oración breve o incluso cualquier frase corta que se tiene el hábito de recitar o de recordar constantemente y que el intelecto y la memoria han asimilado en tal forma que ella expulsa todos los otros pensamientos. La expresión "meditación secreta" puede referirse, entre otras cosas, a la Oración de Jesús, o a la meditación de algún versículo de un salmo o de algún otro texto perteneciente a las Escrituras.

 

2— San Basilio el Grande (330 — 379), arzobispo de Cesárea en Capodocia, amigo de Gregorio el Teólogo y hermano mayor de Gregorio de Nicea. Los tres son conocidos, colectivamente bajo el nombre de "Padres capodocios". Sus obras ejercieron una influencia considerable sobre la teología ortodoxa.

3— Es común en la Ortodoxia inclinarse o posternarse después de haber hecho el signo de la cruz. Esta inclinación o postración puede revestir dos formas: una inclinación profunda del busto tocando el suelo con la punta de los dedos de la mano derecha, o una postración completa, llegando la frente a tocar el suelo.

4— En lo que concierne a las "técnicas respiratorias" y los peligros que presentan, ver Introducción.

5— Nicéforo el Solitario, monje del Monte Athos a comienzos del siglo XIV, padre espiritual-de Gregorio Palamas. Es el primer autor ascético que describe en detalle los ejercicios respiratorios que pueden acompañar a la Oración de Jesús. El tratado sobre los tres métodos de la oración al que se refiere el Obispo Ignacio, casi con certeza pertenece a Nicéforo y no a Simeón el Nuevo Teólogo.

6— Es decir, en realidad, Nicéforo del Monte Athos.

7— San Máximo de Kapsokalyvia, monje en el Athos hacia mediados del siglo XIV, contemporáneo y amigo de Gregorio el Sinaíta. Oró durante largo tiempo a la Madre de Dios para obtener el don de la oración incesante. Un día que oraba ante el icono de la Virgen, sintió repentinamente en su corazón un calor particular, que Teófano llama la chispa de la gracia, y a partir de ese instante su oración se hizo incesante.

8— Estas veinticuatro oraciones de San Juan Crisóstomo forman parte de las oraciones cotidianas que utilizan cada tarde todos los Ortodoxos, sacerdotes, monjes o laicos tienen un carácter esencialmente penitencial.

9— El starets Parteno (1790—1855), monje de gran hábito, miembro de la laura de Petchersky, en Kiev, padre espiritual de un enorme círculo de monjes y laicos. Practicaba la Oración de Jesús y recomendaba su uso. Teófano lo había visitado frecuentemente mientras era estudiante de la Academia de Kiev y su camino espiritual fue profundamente marcado por él. Durante los diez últimos años de su vida, el Padre Parteno celebraba cotidianamente la Liturgia. Durante el último año, no teniendo ya fuerzas para celebrar la Liturgia, recibía -sin embargo cada día la comunión.

 

 

 

Fuente:

 EL ARTE DE LA ORACIÓN: LA ORACIÓN DE JESÚS.

SAN TEOFANES El Recluso,

Obispo De Vladimir Ytambov

(1815- 1894)

Compilación efectuada

por el Higúmeno Chariton De Valamo

Páginas 36-74

 

 

 


 

 

 


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